Pedrícese el mundo: Capítulo VIII

CAPÍTULO VIII

1

Pedro generó muchos más alimentos y comió hasta hartarse. Relajado, dedicó un rato largo a sentir el viento en su cara mientras permanecía sentado sobre la plataforma del patíbulo. A su alrededor se esparcían migas, envoltorios de yogures y cáscaras de pipas. Tras eructar un par de veces, observó la plaza que se extendía debajo de él y pensó en el misterioso hecho de que toda la ciudad estuviera vacía.

“¿Qué ocurrió?” se preguntó incrédulo. “Una ciudad bulliciosa no se abandona sin más. Debió ocurrir algún tipo de catástrofe. Pero no veo cadáveres de ningún tipo. Eso no tiene sentido…”. Miró las casas que se amontonaban alrededor de la Plaza Principal. “¿Habrá gente en otras ciudades? ¿Seré el último habitante de Hogar?».

Se dio cuenta de que ni siquiera sabía el tiempo que había pasado desde que terminó la guerra y fue ejecutado por primera vez. A juzgar por los cambios en los edificios, habían pasado muchos años, pero ¿cuántos? Entonces pensó en el segundo misterio que le intrigaba enormemente.

“¿De dónde proceden todas esas coincidencias que me han permitido sobrevivir a la horca?” se preguntó. Comenzó a repasarlas mentalmente. “Los muebles bajo el patíbulo, el alambre para liberarme de las esposas, el agujero para ascender hasta la máquina generadora… incluso una caja de granadas, un vehículo militar y una gorra de cabo NP. Es imposible que todo eso fuera una casualidad…” decidió. Se dio cuenta de que la gorra podría ser una pista importante para resolver el enigma. “Quizá un grupo de antiguos soldados leales se levantó contra la República y llevó a cabo una operación de rescate…” imaginó. “Pero, si vinieron a rescatarme, ¿por qué no se quedaron hasta que yo surgiera en el patíbulo? ¿Por qué no hay nadie aquí ni en ningún otro lugar? Si consiguieron abrir un boquete en la plataforma para acceder hasta la máquina generadora, entonces ¿por qué no se la llevaron y me generaron en otro lugar? ¿Por qué esperaron a que el circuito automático desencadenara mi generación como todos los años?”. Todo le parecía muy raro. “Además, era innecesario que surgiera sobre esa trampilla y cayera por ella mientras creía que moriría… Podrían haber atrancado la trampilla y romper el blindaje que la rodeaba. Me hubiera evitado un momento terrible…”.

Entonces pensó en el final de la guerra y en su derrota. Aunque era consciente de que eso sucedió hacía muchísimo tiempo, no podía evitar tener la sensación de que apenas habían pasado un par de meses de todo aquello. Dedicó un rato a intentar averiguar el motivo por el que su proyecto de crear una mujer no había sido posible en Hogar. De acuerdo con Hermano 27351, tampoco habría sido posible en ninguno de todos esos supuestos mundos poblados por Pedro. Decidió que, en cuanto le fuera posible, trataría de averiguar si lo que le dijo Hermano 27351 era cierto.

Después pensó en posibles razones por las que Hogar podría haber iniciado una decadencia fatal que desencadenara en el exterminio de todos sus habitantes. Primero pensó en los posibles efectos que una total descentralización podría tener en aquel mundo peculiar. Después pensó en la bomba atómica. Pedro razonó que ambos sucesos habían sido inducidos, de una manera indirecta, por él mismo. No obstante, eso no le convertiría en el inductor de la gloria del pedrismo como dijera Hermano, sino más bien en el destructor de todos los habitantes de Hogar y de todos los pedristas en particular. Nada de aquello tenía sentido.

Ni por un momento se le pasó por la cabeza que el motivo de la decadencia de Hogar pudiera ser otro distinto de los que consideró. En particular, ni tan siquiera imaginó que pudiera haber aparecido un virus mortal mutado a partir del de la gripe, cosa que, por otro lado, también habría provocado indirectamente él. La inexistencia de cadáveres consumidos hasta los propios huesos junto al patíbulo y, sobre todo, el hecho de que su cuerpo estuviera completamente sano y libre de cualquier infección, le impidieron considerar esa tercera posibilidad.

Dirigió su mirada hacia la máquina generadora. La máquina tenía adherida un circuito externo, una batería y un panel solar, todo ello construido por sus captores. El circuito activaba la máquina generadora cada año para que volviera a generarle. La energía necesaria para ello se almacenaba en la batería, y ésta se cargaba de un año al siguiente gracias a la energía captada día tras día por el panel solar. Pedro pensó en lo que la máquina generadora haría por sí sola dentro de exactamente un año, y entonces decidió que no quería que siguiera funcionando. Por un lado, no deseaba que sus sucesores siguieran sufriendo un martirio infinito, rompiéndose el cuello año tras año. Por otro lado, se dio cuenta de que tampoco quería que éstos sobrevivieran gracias a los muebles que se ubicaban bajo la trampilla o gracias a cualquier otro motivo que los salvara. Su antipedrismo había hecho que odiara profundamente la existencia de cualquier ser igual a sí mismo. Tener a su lado otro Pedro Martínez podía resultarle insufrible, pero tener junto a él a otro ser mucho más parecido, otro Antipedro Primero, le resultaría absolutamente atroz. Se incorporó y se acercó a la máquina generadora. Agarró el circuito externo y tiró de él con todas sus fuerzas y con ambas manos. El dispositivo se desprendió de la máquina con facilidad. Entonces lo atizó bruscamente contra el suelo. El circuito se quebró y sus pedazos saltaron y se esparcieron por toda la plataforma. “Esta máquina ya no volverá a activarse sola. Ahora soy único” pensó Pedro con gran satisfacción.

Una vez resuelto ese problema, Pedro decidió que había llegado el momento de intentar desvelar aquellas extrañas incógnitas que tanto le intrigaban. Si deseaba averiguar lo que había ocurrido en Hogar durante los últimos años, entonces tendría que ir a Ciudad. Ansioso por saber más, decidió que comenzaría los preparativos de su viaje inmediatamente.

“Me llevaré la máquina generadora, la batería y el panel solar conmigo. Eso garantizará mi sustento durante todo mi viaje” decidió. Descendió de la plataforma y recorrió los alrededores de la plaza en busca de cuerdas e instrumental de todo tipo. Abriendo las puertas de los comercios de Pueblo Tarao a golpe de granada, recopiló el material necesario para garantizar un descenso seguro de la máquina generadora desde lo alto de la plataforma hasta el suelo de la plaza. Cuando hubo recopilado todo lo necesario,

bajó cuidadosamente la máquina de la plataforma, y acto seguido la amarró y aseguró junto con el panel solar y la batería al techo del vehículo blindado. Después se introdujo en el vehículo. Cuando se disponía a ponerlo en marcha, se dio cuenta de que la energía del vehículo estaba muy baja, y claramente no sería suficiente para realizar aquel viaje.

Por primera vez desde que la fortuna comenzara a sonreírle misteriosamente, sintió una cierta frustración. Inquieto, observó la calle desierta y después sacó la cabeza por la ventanilla para dirigir su mirada hacia los artilugios que se amontonaban sobre el vehículo. Súbitamente se le iluminó la cara. “Puedo cambiar la batería del coche por la batería del patíbulo, que contiene carga de sobra” descubrió algo avergonzado. Una vez más, todo estaba dispuesto para favorecerle. Mientras bajaba la batería de la máquina generadora y la conectaba a la batería del vehículo, sintió que aquella tremenda suerte que le rodeaba comenzaba a producirle cierta inquietud.

Minutos después, mientras conducía a gran velocidad por la carretera de salida de Pueblo Tarao en dirección a Ciudad, se preguntó por un momento qué ocurriría si sacase el vehículo fuera de la carretera y lo dirigiera directo contra una gran roca. “¿Se apartará la roca sin más? ¿Caerá un rayo y destruirá la roca? ¿Comenzará a volar el vehículo?” se preguntó.

No obstante, decidió que prefería no comprobarlo.

2

Tras muchas horas recorriendo carreteras completamente vacías, cercano ya al anochecer, Pedro observó por primera vez la silueta de Ciudad en el horizonte. Por un momento creyó que los edificios despedían algún tipo de luz artificial. Unos minutos después se dio cuenta de que aquella luz era el simple reflejo de los últimos rayos de sol sobre los numerosos paneles solares que se desplegaban en lo alto de los edificios. Entonces comprendió que, en realidad, la ciudad no despedía signo alguno de vida.

Por primera vez, Pedro tuvo la certeza de que estaba solo en ese mundo. Aquella sensación le abrumó. Después de todo, aquello significaba que él había ganado la guerra. Todos los integrantes del bando enemigo habían muerto y él era un superviviente del bando que él mismo había liderado. Decididamente, Montes Tarao había conquistado Hogar. Pedro, su único habitante, era su líder indiscutible.

Cuando Pedro fue consciente de que, por fin, el pedrismo había desaparecido, no pudo evitar dejar caer una lágrima mientras sonreía emocionado.

–          ¡Acabé con vosotros! ¡Lo logré! ¡He ganado! ¡He vencido! ¡He sobrevivido a la muerte para triunfar! – gritaba eufórico mientras le temblaba la voz.

Se llevó la mano a la cabeza para notar el tacto de su gorra de soldado NP.

–          ¡Lo logramos! – volvió a gritar, tremendamente orgulloso de haber llevado a su bando hasta la vitoria.

El vehículo blindado se adentró en las calles de Ciudad.

3

Tras un rato ensimismado en sus pensamientos, Pedro se dio cuenta de que estaba recorriendo las calles de Ciudad al azar, sin rumbo alguno. La mayoría de los edificios habían cambiado, aunque el trazado de las calles permanecía tal y como él lo recordaba. Entonces se dio cuenta de que a su derecha se levantaba un antiguo cine que él recordaba de los viejos tiempos en los que vivió en Ciudad. Con curiosidad y nostalgia, detuvo el vehículo y se acercó a su puerta.

Junto a la puerta había un decrépito cartel que anunciaba la película que se proyectaba en el cine, o al menos la que se había estado proyectando antes de que aconteciera la misteriosa desaparición de los habitantes de Hogar. Curiosamente, se trataba de una vieja película que él mismo recordaba. Era de la época en la que llegó a Hogar, cuando contaba con apenas diecisiete años. “La victoria de Pedro” rezaba el rótulo junto a la entrada.

Se sentó junto a la puerta del cine para pensar. “He ganado. He cumplido el sueño de mi vida. Lo he hecho…” pensó. Lentamente, comenzaba a calmarse.

Repasó con la mirada las calles que se desplegaban a su alrededor. Todo aquello era su reino. Lo que alcanzaba con la mirada y lo que no. Todo el planeta era suyo. Un reino que nadie podría arrebatarle, pues no había nadie más que él.

Por otro lado, sus necesidades estaban cubiertas. La máquina generadora que llevaba consigo le proveería de alimentos suficientes para sobrevivir. Incluso aunque el panel solar que portaba no le proporcionase la energía que necesitaría diariamente para generar una cantidad adecuada de alimentos, siempre podría abastecerse de la energía requerida utilizando los paneles solares que se amontonaban en lo alto de casi todos los edificios de aquella ciudad. Abrumado por la tranquilidad y satisfacción, suspiró largamente.

“¿Y qué hace uno cuando cumple lo único que ha querido durante toda su vida? ¿Qué hace después?” se preguntó algo confuso. Se sorprendió al comprobar que no se le ocurría ningún nuevo objetivo. Una cierta sensación de satisfecho vacío le inundó. Después la sensación se transformó en confusión y en algo de decepción.

“Ya no hay pedristas” recordó para reconfortarse. “Ya no hay seres que se vanaglorien de sus miserias en un mundo absurdo. De hecho, ya no hay nadie en absoluto”.

Se sorprendió preguntándose a sí mismo si ése era el mundo que realmente deseaba. “¿Prefiero estar solo a estar en ese extraño mundo que conocí?”. Recordó que, durante unas pocas veces a lo largo de su vida, había llegado a disfrutar conversando con otros habitantes de Hogar. Con gran amargura, recordó que había pasado grandes momentos conversando con Distinto Único, al cual había educado explícitamente para que exaltara su diferencia. También había disfrutado esporádicamente hablando con otras personas que habían decidido voluntariamente desarrollar un carácter diferenciado del resto, lo que solía hacerles también diferentes al propio Pedro. Sentía una gran repulsión por los temas de conversación que incluían a Pus Day, Dogfucker o Val Hancín, entre otros muchos gustos de la adolescencia de Pedro Martínez. Afortunadamente, estos temas rara vez interesaban a hombres suficientemente mayores que no fueran pedristas, es decir, a hombres que hubieran divergido voluntariamente del Pedro Martínez original durante suficiente tiempo. Hacía mucho tiempo, el recuerdo de esas pocas conversaciones que valieron la pena llevó a Pedro a ansiar un mundo en que todos los hombres se alejaran lo más posible de la absurda peculiaridad que les había tocado vivir en aquel mundo ridículo, lo que era la antítesis del ideario pedrista.

Sin embargo, en un mundo vacío no podía hablar con nadie salvo consigo mismo.

Miró a su alrededor. Los edificios permanecían quietos a su alrededor. Pedro sabía que jamás le dirigirían la palabra. Sólo el ruido del viento le acompañaba. Pensó que podría volverse loco y tratar de buscar mensajes ocultos en el ruido aleatorio del viento. Eso le podría dar cierta compañía. Desgraciadamente, ese tipo de locuras no le sucedían a Pedro Martínez. Se lamentó de que su cerebro no tuviera tendencia a la paranoia. Decididamente, estaría condenado a ser esclavo de su cordura.

“En realidad, éste es el mundo menos plural que existe” pensó algo apenado. “He sustituido un mundo en el que todos los habitantes podían tratar de evitar ser un individuo concreto, Pedro Martínez, por uno en el que todos sus habitantes, de hecho el único que hay, no puede evitar ser igual a uno concreto, Antipedro Primero. En el fondo, todo esto tiene algo de pedrista” sintió con cierta irritación. Por un momento trató de relacionar todo aquello con aquellas misteriosas palabras de Hermano 27351 que le situaron a él mismo como inductor de la gloria del pedrismo. Después meneó la cabeza. “Esto no me sitúa como inductor del pedrismo. En todo caso, me situaría como el inductor de la gloria del antipedrismo, entendiéndolo no como antítesis del pedrismo, sino como la exaltación absoluta de mi propia personalidad, es decir, de la personalidad de Antipedro Primero, que no es de la del Pedro Martínez de diecisiete años”. Decididamente, las palabras de Hermano 27351 seguían sin tener sentido. Sin embargo, la vaga e irónica similitud entre el ideal pedrista y su propia situación no dejaba de molestarle. “¿Es realmente imposible conseguir lo opuesto al pedrismo?” se preguntó con cierta tristeza.

Asustado por sus propios pensamientos, Pedro recordó apesadumbrado que el pedrismo nacía a partir de un cierto sentimiento de rendición. “Cuando piensas que es imposible evitar que el mundo sea como es, te desesperas. Entonces sólo encuentras consuelo convenciéndote a ti mismo de que éste es en realidad el mundo que deseas. Cuando este odioso mundo te vence, te vuelves pedrista. Por eso mi lucha no ha terminado. Ahora que he vencido a los pedristas, será el propio pedrismo el que me retará”. Pedro sintió un hormigueo por el estómago. “Me atacará con más fuerza que la de las balas, las bombas atómicas o las horcas, pero resistiré”. Pedro apretó sus dientes. “El pedrismo no es inevitable. Puedo crear nuevos Pedro Martínez de diecisiete años con una máquina generadora y establecer una nueva sociedad opuesta al pedrismo en la que divergir de Pedro Martínez sea un valor en sí mismo. Puedo hacer muchas cosas. Puedo hacerlo bien. No estoy vencido”.

“Descubriré que lo que dijo Hermano era falso. El pedrismo no triunfará gracias a mí. Demostraré que todo era mentira. Al contrario, destruiré el pedrismo. Tras destruir a los pedristas, eliminaré el propio pedrismo como idea”.

“No lo logrará… No…”.

4

Pedro regresó al vehículo y se dirigió hacia el Gran Templo Pedrista de Ciudad. “Si los pedristas sabían algo, ese algo debe estar allí”.

Muy preocupado, condujo el vehículo hacia el templo. El Gran Templo era un lugar al que siempre había evitado acercarse. En los años en los que vivió en Ciudad, solía esquivar las calles que desembocaban en aquella gran mole informe. Se trataba de un imponente edificio de piedra flanqueado por estatuas de varios metros levantadas en honor de ciertos héroes de la adolescencia de Pedro Martínez como Val Hancín o Ankikilator. “Parque temático” era como Pedro solía llamarle sin ocultar cierta aprensión y asco. Incluso en los tiempos en los que su ejército ocupó Ciudad, Pedro se limitó a ordenar la destrucción de toda la decoración interior y exterior del edificio, así como su sustitución por obras de exaltación nopedrista, todo ello sin tan siquiera acercarse por allí. Durante la guerra, todo el complejo se utilizó como arsenal.

Detuvo el vehículo bajo una inmensa efigie de Kakakulo. Todas las antiguas estatuas pedristas que antaño flanquearon la entrada del templo habían sido reconstruidas hacía ya mucho tiempo. Tras entrar en el templo, sus ojos tardaron algunos segundos en acostumbrarse a la oscuridad. El sol se había puesto hacía rato y la iluminación exterior dentro del edificio era muy escasa.

También el interior del templo había sido completamente reconstruido. Ante él, sobre el altar mayor, se mostraba altiva la figura de la divinidad de Pedro Martínez. Ésta consistía en un relieve del rostro de Pedro inscrito dentro de un triángulo del que emanaban líneas a modo de rayos de luz. A juicio de Pedro, la imagen resultaba ridículamente ostentosa. Gruesas columnas se alineaban a poca distancia de las paredes laterales del templo. Aparte de los relieves mostrados en las paredes, la decoración de la sala era austera y diáfana.

Pedro recorrió la cámara en busca de alguna pista acerca de la misteriosa historia del inductor que le contara Hermano 27351. Los grabados de las paredes se limitaban a mostrar los héroes del imaginario de Pedro Martínez de diecisiete años en diferentes poses.

Tras una hora de búsqueda exhaustiva, la falta de luz exterior provocó que decidiera desistir.

“Mañana seguiré buscando” decidió.

Cansado por el largo viaje, se apoyó en una pared. Después se acercó a una esquina de la sala y se echó al suelo. Tras acurrucarse en posición fetal, tardó pocos minutos en dormirse.

5

A la mañana siguiente, con más luz, Pedro reanudó su búsqueda. Durante las horas siguientes escudriñó todos los detalles de la sala en busca de alguna reliquia o prueba de aquella historia que Hermano le contara. Al mediodía decidió que, si aquel lugar encerraba algún secreto, lo encontraría aunque tuviera que utilizar medios más expeditivos. Salió del templo y recorrió los alrededores para aprovisionarse de todo tipo de herramientas. Después regresó al interior del templo.

Pedro observó las paredes y el suelo en busca de algún punto que pudiera atravesar con ayuda de sus herramientas. Diversas figuras con motivos pedristas se desplegaban por el suelo. Entonces fijó su mirada en una gran P que se extendía en el punto central del suelo. Estaba formada por un gran mosaico de baldosas. Su primera tentación fue atravesar alguna de esas baldosas con un pico, pero luego se dio cuenta de que sería más fácil cortar la argamasa que unía las baldosas entre sí, algo malograda por el paso del tiempo, y después hacer palanca con alguna herramienta apropiada para apartar algunas baldosas enteras.

Tras quitar la primera baldosa, Pedro observó que había otra capa de suelo justo debajo. Decidió desmontar más baldosas para poder acceder más fácilmente a la capa de suelo inferior. Unas pocas baldosas más tarde comprobó que la capa inferior también mostraba algún tipo de dibujo o símbolo. Otro buen montón de baldosas más adelante, Pedro pudo por fin identificar la figura del nivel inferior. Se trataba de un gran símbolo NP.

Pedro no pudo evitar emitir una carcajada. Después comprendió. “Parece que, cuando los pedristas retomaron el control de este lugar al final de la guerra, redecoraron el lugar a base de añadir una nueva capa por encima de la propia decoración que hicieron mis hombres”. Pudo observar el gran trabajo que habían hecho los artesanos monteños. Por un momento se le ocurrió que podría continuar su búsqueda por otro punto y permitir que aquel símbolo permaneciera donde estaba. No obstante, decidió ser práctico y continuar atravesando el suelo por el mismo punto, ya que en aquel momento era el de mayor profundidad.

El nuevo suelo también estaba formado como un mosaico, así que decidió utilizar la misma técnica que antes para poder atravesar el nuevo dibujo.

Tras desmontar varias baldosas del nuevo nivel, comenzó a surgir una nueva capa bajo el símbolo NP. Finalmente descubrió que ésta mostraba, de nuevo, una gran P. “Ésta debe ser la P que había en el templo antes de que el edificio fuera tomado por mi ejército. Parece que construir unas capas sobre otras es una práctica habitual entre los artesanos de Hogar…”. Se encogió de hombros y se dispuso a desmontar la nueva capa de baldosas.

Tras varios minutos cortando argamasa y haciendo palanca para sacar baldosas, una nueva figura volvió a surgir entre las baldosas. Esta vez, Pedro se sorprendió de verdad.

Parecía tratarse de un nuevo símbolo NP. Excitado, Pedro continuó desmontando baldosas de la capa anterior para poder ver mejor aquella nueva figura. Finalmente comprobó que no cabía ninguna duda: un gran símbolo NP se desplegaba en la nueva capa. No obstante, el nuevo símbolo era ligeramente distinto al que se había mostrado en los estandartes de su ejército. Los trazos eran un poco más delgados y la figura era un poco más ancha que alta. Aturdido, Pedro dejó sus herramientas en el suelo.

“¿Cómo es posible? ¿Cuántas veces tomamos Ciudad?” se preguntó incrédulo. Las sutiles diferencias de aquel símbolo con el símbolo oficial de Montes Tarao le intrigaban. “No, no fuimos nosotros. ¿Acaso hubo hace muchísimo tiempo una nación que se identificó con nuestra ideología y que también tomó Ciudad?”. Las dudas atormentaban a Pedro. “Si es así, incluso se identificaron con un símbolo muy similar… Bueno, teniendo en cuenta que podría haber sido diseñado por alguien muy similar a mí, no es extraño que se parezca tanto…”.

Pedro meneó la cabeza y volvió a agarrar sus herramientas para desmontar el nuevo nivel. Un rato después apareció una nueva capa con una nueva P que tenía un diseño ligeramente distinto al anterior. Sin salir de su asombro, continuó desmontando la nueva capa hasta que apareció otra nueva capa con un nuevo símbolo NP. Éste tenía las esquinas ligeramente redondeadas, pero se trataba sin duda del mismo símbolo. Tras examinar su nuevo hallazgo, Pedro continuó su tarea. Entonces siguieron aparecieron alternativamente nuevas capas con símbolos P y NP, uno tras otro. Siguió desmontando una tras otra todas esas capas.

Finalmente, llegó el momento en que encontró un suelo simple, diáfano, sin dibujos. Llegado a este punto, no le quedó más remedio que utilizar métodos más expeditivos. Pedro agarro el pico que había traído junto a sus herramientas y picó el suelo durante alrededor de una hora. Por fin, un negro agujero apareció bajo sus pies. Pedro sonrió. Continuó golpeando hasta que la anchura del agujero fue suficiente para caber por él. Ató un extremo de una cuerda a una columna y el otro extremo a su propia cintura. Tomó una linterna y se deslizó al interior del agujero.

6

Linterna en mano, Pedro comenzó a recorrer un estrecho pasillo. Unos pasos más adelante encontró una escalera de mano que subía hacía el techo, pero éste estaba tapiado en el extremo superior. Pedro estimó que aquella escalera se encontraba todavía por debajo de la sala principal del templo. Examinó el techo que taponaba el acceso al nivel superior y, por su posición más elevada que el resto, dedujo que su grosor era pequeño. “Después de todo, había un punto en que podría haber tardado bastante menos en atravesar el suelo. Bueno, ya no importa…”.

Continuó andando por el pasillo y finalmente desembocó en una gran sala abovedada. A lo largo de la pared circular se extendían estanterías repletas de libros muy antiguos. El techo semiesférico parecía ser metálico. En el centro de la sala había una extraña máquina que Pedro no conocía, y junto a ella había una máquina generadora. Pedro se acercó al artilugio no identificado y lo observó. Había una pantalla y una serie de botones sin ninguna marca adicional. Pedro decidió pulsar uno de ellos al azar.

Entonces, la bóveda del techo comenzó a separarse en dos. Cuando Pedro vio el cielo a través de la ranura que se agrandaba, se dio cuenta de que se había hecho de noche. Ante él se desplegaban dos de las lunas de Hogar y muchísimas estrellas, muchas más de las que jamás había visto desde Ciudad. Pedro pensó que la ausencia de luz artificial en toda Ciudad tenía algo que ver con aquello.

Miró la pantalla de la máquina. Ésta mostraba la imagen del cielo que podía verse sobre su cabeza. Una de las estrellas se mostraba inscrita dentro de un cuadrado. Se trataba de la estrella que se encontraba más cercana al centro de la imagen. Pedro pulsó un botón y el cuadrado se posó sobre una estrella diferente. Un dispositivo de la máquina cambió su ángulo lentamente hasta apuntar directamente a la dirección del cielo en la que se encontraba aquella estrella. Entonces Pedro pulsó otro botón diferente y la máquina produjo un agudo pitido. El dispositivo que apuntaba hacia aquella estrella se iluminó y produjo un chasquido seco. A modo de respuesta, la máquina generadora que se ubicaba junto al extraño mecanismo emitió un leve zumbido. Pedro identificó dicho sonido como el que producía cualquier máquina generadora cuando recibía en su memoria los planos de un objeto nuevo.

Se acercó a la máquina generadora y pulsó el botón que servía para generar el último plano recibido. Surgió una luz azulada. De la nada surgió una figura humana. Pedro comprobó que aquella figura le resultaba familiar.

–          ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! – gritó el recién llegado.

Entonces Pedro se sentó en el suelo. La tristeza le invadió. Sacó una granada y le quitó la anilla.

–          ¿Dónde pelotas estoy? – preguntó aquel adolescente.

Pedro se acercó al recién llegado. Éste se le quedó mirando muy sorprendido. Pedro le ofreció la granada y el chico la cogió.

–          ¿Qué…? ¿Qué mierdas es esto? – preguntó el chico mientras sostenía con su mano aquella extraña chirimoya de metal.

–          Ya, ya sé que no sabes lo que es eso – respondió Pedro mientras se alejaba caminando del chico.

El chico miró la esfera con gesto incrédulo.

–          Hermano tenía razón – dijo Pedro mientras le daba la espalda al chico -. Tenía razón… – añadió con voz algo temblorosa. Entonces, Pedro no pudo evitar que unas pocas lágrimas se desprendieran de sus ojos. Sentía rabia.

Pedro oyó una gran explosión a su espalda. Entonces apretó los dientes.

–          Tenía razón…

7

Durante los días siguientes, Pedro experimentó sin descanso con aquella máquina. Una y otra vez, apuntó el dispositivo de la máquina hacia cada una de las estrellas que se mostraban en la pantalla. Algunas estrellas no trasmitían señal alguna, lo que probablemente indicaba que no contenían ningún mundo que estuviera habitado por algún tipo de sociedad tecnológica. Sin embargo, otras muchas estrellas trasmitían señales que eran captadas por aquel artilugio. Cuando esto ocurría, Pedro se dirigía a la máquina generadora que se encontraba a su lado para producir los planos que acababa de recibir. En todos los casos, el resultado fue idéntico. Todos y cada uno de los mundos que trasmitían alguna señal al espacio trasmitían a Pedro Martínez. Con gran dolor y frustración, Pedro eliminó el resultado de todos sus experimentos.

Presa de su decepción, Pedro pulsó todos y cada uno de los botones de la máquina en una búsqueda desesperada de obtener un resultado diferente. Un día descubrió que algunos botones permitían recibir, a través de canales diferentes, otro tipo de mensajes procedentes de otros mundos. Así, comprobó que los demás mundos trasmitían no sólo el plano de Pedro Martínez, sino también algunos mensajes sonoros en su propio idioma, en el mismísimo acento de su barrio e incluso con su misma voz. Estos comentaban en un cierto tono místico diversas revelaciones sobre ciertos personajes llamados Pedro, Gran Pedro, Antipedro o el Inductor. Cuando Pedro examinó algunos de los libros que se amontonaban en las estanterías de la sala, pudo comprobar que estos contenían mensajes que se expresaban en términos muy similares. “Los pedristas registraban lo que escuchaban por ese aparato en estos libros” razonó. “Y, probablemente, el Libro Sagrado de Pedro fue creado a partir de esta información”.

Algún tiempo después, Pedro descubrió que otros botones de aquel artilugio servían para realizar las operaciones inversas a las que estaba realizando, es decir, para trasmitir a las estrellas mensajes hablados o incluso los planos que contenía la máquina generadora que se ubicaba junto al artilugio. Decidió que no le apetecía hacer tal cosa.

Tras una semana de experimentos, Pedro abandonó la bóveda y volvió a salir a la calle. Se sentía cansado y rendido. Fuera la noche era cerrada. Cientos de estrellas se desplegaban sobre su cabeza.

No había duda. “Todos esos mundos trasmiten lo mismo” pensó con rabia mientras miraba todas aquellas estrellas. “No pueden enviar otra cosa. En todos ellos está Pedro Martínez…”. Sus ojos permanecían brillantes mientras apretaba furioso los puños. “No hay nada más en este maldito universo” pensó mientras repasaba con la mirada la silueta de los edificios de Ciudad. “Si crease una nueva sociedad, si generase a varios Pedro Martínez y los educara de acuerdo con mis principios para que después ellos a su vez crearan a otros Pedro Martínez y les educaran en también en base a mis principios, entonces al final, al cabo de muchas generaciones, volvería a suceder lo mismo. Otra vez surgirían los pedristas. Otra vez el proyecto de crear una mujer o algo diferente a nosotros mismos se truncaría antes de alcanzar el éxito. Otra vez nuestra sociedad degeneraría inexorablemente”. Pedro pensó en las capas de símbolos de ideología opuesta que se alternaban en el suelo del templo pedrista y rió amargamente. “Hasta inventamos las mismas banderas una y otra vez…”.

“Sólo hay dos opciones: la extinción de la vida en Hogar o la repetición de su Historia. Si yo mismo comienzo la repoblación del planeta, entonces los sucesos que vendrán después convergerán hacia el mismo final de una forma o de otra. Una sociedad formada por individuos exactamente iguales, no sólo en su físico sino también en su mente, está condenada a repetir una y otra vez los mismos errores, a recorrer los mismos pasos, a repetirse sin fin. Nuestra sociedad está formada por individuos inevitablemente educados de la misma manera. Por tanto, los valores culturales de la propia sociedad son, esencialmente, inalterables en el tiempo. Nuestros individuos son previsibles, y nuestra sociedad, resultado de la interactividad de dichos seres previsibles, es más previsible aún”.

Con rabia, Pedro se preguntó a sí mismo si todavía podría hacer algo para evitar todo aquello. Miró a su alrededor, esperando algún tipo de señal que le inspirara. Intuía, o deseaba intuir, que algo de todo aquel proceso se le escapaba. No obstante, las calles permanecieron en silencio. Las estrellas siguieron inmóviles. Pedro sintió que la amargura de la derrota le invadía.

“Todos esos mundos son una prueba irrefutable. Por mucho tiempo que pase, Pedro Martínez está condenado a ser Pedro Martínez. Si los habitantes de esos miles de mundos no consiguieron evolucionar, no hay motivo alguno para que Hogar lo logre. Si inicio la repoblación de Hogar, entonces cualquier nuevo intento de lograr la pluralidad fracasará igual que fracasó todas las veces anteriores en Hogar y en el resto del universo. El desprecio de cada Pedro Martínez por conocer su historia nos condena. Cualquier cosa que le diga a mis sucesores se perderá inevitablemente en el tiempo”.

Pedro se rindió ante la evidencia. Hermano tenía razón. Era imposible escapar al pedrismo.

8

Durante meses, Pedro recorrió frenético las calles de Ciudad. Presa de una gran frustración, decidió que ocuparía su mente tratando de averiguar algo más sobre el misterioso mal que había acabado con toda la población de Hogar mucho tiempo atrás. Ninguno de los habitantes de Hogar se había interesado demasiado por la lectura, así que el número de bibliotecas en todo Hogar era muy escaso. No obstante, existían unas pocas fuentes documentales por las que Pedro podría tratar de averiguar el origen de aquel misterioso desastre. Aunque las productoras de televisión acostumbraban a no almacenar su material durante demasiado tiempo, era probable que la llegada repentina e inesperada del desastre hubiera sorprendido a todos, permitiendo la permanencia en el tiempo de todo aquel material. Pedro recorrió varias productoras y estudió las cintas que se amontonaban en sus almacenes. Los últimos informativos registrados hablaban de ciertas tensiones internacionales, de la subida de la inflación, del ligero adelanto de la gripe anual y de la construcción de nuevas infraestructuras en Ciudad. No obstante, nada de ello era fuera de lo normal.

Al cabo de algún tiempo, Pedro se cansó de buscar. A partir de entonces, se limitó a comer, dormir y pasear por aquella ciudad vacía. Adoptando una cierta actitud de hastío y decepción, decidió que ya no tenía ningún objetivo concreto en la vida y que se limitaría a vivir los años que le quedaran lo más cómodamente posible.

Un día, Pedro se percató de que se sentía solo en aquel lugar. Decidió que, si tenía que elegir entre la extinción de toda forma de vida en Hogar y la repetición de toda su Historia, prefería lo segundo. Sus motivos eran puramente egoístas: algún día se haría viejo y echaría en falta la ayuda de la gente joven. Al fin y al cabo, la lucha contra el pedrismo estaba perdida, por lo que, hiciera lo que hiciera, no podría traicionar sus principios. Por tanto, decidió que algún día generaría un nuevo Pedro Martínez que le acompañara.

Entonces se dio cuenta de que, cuando llegase ese día, no sería buena idea contarle a ese individuo que él fue un genocida causante directo de millones de muertes y, muy posiblemente, indirecto de todas los demás, aunque de lo segundo no pudiera estar seguro. Llegado el momento, tendría que inventarse alguna explicación alternativa que ocultara su pasado.

“Podría contar a mi sucesor que una gran catástrofe natural acabó con toda nuestra sociedad de Pedros Martínez. No obstante, si le explico tal cosa, el temor a que se repita dicha catástrofe hará que, por su propia seguridad, mis sucesores quieran indagar lo más posible dicha catástrofe. No, no deseo que nadie examine el pasado, al menos voluntaria y conscientemente, y mucho menos mientras yo viva. El motivo por el que el mundo está vacío no debe ser amenazador, o bien mis sucesores no deben saber que el mundo está vacío”. Se le ocurrió una idea que explotaba esa segunda posibilidad. “Podría crear a un ciudadano en cada ciudad y hacerle creer a cada uno de ellos que ninguno es el primero, que hay millones de otros ciudadanos en otras ciudades. Podría decirle a cada uno que él mismo forma parte de un plan de colonización de la República en el que primero se construye una ciudad entera y luego ésta se habita con un primer colono que tiene la responsabilidad de crear a todos los demás”. Entonces se dio cuenta de que esa idea era bastante ridícula. “No, no tiene sentido. Además, cada grupo evolucionaría sin mi control, y antes o después esos individuos viajarían y se encontrarían. Entonces comprobarían que todos tienen la misma edad, lo que resultaría bastante sospechoso…”.

Unos días después, Pedro encontró una solución que le satisfacía. Pensó que, cuando llegase el momento de crear a su primer sucesor, le contaría que a él mismo, a Pedro, le crearon los alienígenas, como si él mismo fuera Uno. En tal caso, su sucesor no se sentiría amenazado por el miedo a que se repitiera cierta catástrofe misteriosa que causó la casi extinción de la humanidad en Hogar. No obstante, este plan tenía un problema. Pedro razonó que su sucesor, Dos, le preguntaría algún día por qué aquel mundo estaba repleto de manifestaciones artísticas de todo tipo dedicadas a Pedopís o Val Hancín. “Esas estatuas y casas están allí, repartidas por todo el mundo, y jamás podría derribarlas todas” pensó preocupado.

Entonces Pedro decidió que le diría a Dos lo siguiente: “Los alienígenas, por alguna razón, me adoraron como a un dios. Entonces llenaron su mundo con mis símbolos, que también son los tuyos”. Pedro razonó que su mentira requería de detalles adicionales. “El metabolismo de los alienígenas era muy rápido, y cada individuo vivía apenas un par de años. A lo largo de todas las generaciones de alienígenas que se sucedieron desde que llegué al planeta, éstos modificaron sus ciudades y sus casas para que se parecieran a las que yo describía, lo que les acercaba a la divinidad. Adoptaron mis propios gustos como sus símbolos divinos”. Estas explicaciones justificarían por qué los edificios y calles de todo Hogar estaban repletos de tan claras referencias al imaginario cultural de Pedro Martínez.

Pedro decidió que no sería difícil convencer a Dos de que todo aquello fue construido por los alienígenas, pues Dos comprendería inmediatamente que Pedro jamás podría haber construido todo aquello él por sí mismo. Pedro razonó que Dos sería incapaz de encontrar una explicación diferente, pues su egocentrismo y la sensación de haber partido de la Tierra hacía apenas unos segundos harían que le resultara inconcebible que pudieran haber existido miles de millones de Pedros Martínez antes que él mismo. “Aunque, claro, sólo un imbécil podría creerse que unas casas iguales a las de su barrio de la Tierra pueden ser hogares idóneos y acogedores para una extraña especie alienígena. ¿Por qué iban a tener dichos seres un tamaño y anatomía parecida a la humana?” se preguntó Pedro mientras meneaba la cabeza. Después, sonrió con amargura. “Bueno, un imbécil no basta. Hace falta un imbécil inmaduro” se dijo a sí mismo mientras observaba la piel arrugada de su mano. “Cuando muchos imbéciles inmaduros lo crean, los imbéciles maduros, que son los propios imbéciles inmaduros tras cierto tiempo, lo acabarán creyendo igual. Y si llega el día en que esos imbéciles deciden que la historia no cuadra, que ya no se lo creen, se reunirán y se inventarán su propia explicación de lo que pasó, hasta que se vuelvan a hartar de ella, y así sucesivamente. Pero para entonces ya no me importará, pues ya estaré muerto”.

Mientras la brisa golpeaba su cara, Pedro se dio cuenta de que, antes de crear a Dos, debería destruir cualquier referencia documental a su persona para evitar que se supiera quién fue él. En realidad, dada la escasa tendencia de los habitantes de Hogar a registrar su pasado, no debería resultar una tarea demasiado difícil. Decidió que debería eliminar las pruebas que pudieran permanecer en todas las bibliotecas de Hogar, así como en todos los archivos de televisión, radio y cine de todo el mundo. Entonces se dio cuenta de que si el motivo de la destrucción final estuvo relacionado con la descentralización excesiva del mundo entonces la tarea de destrucción de archivos podría ser ingente, pues en tal caso podría tener que recorrer varios miles de lugares susceptibles de almacenar documentación. Deseaba, por tanto, que el motivo de la misteriosa decadencia hubiera estado relacionado con algún tipo de guerra atómica o guerra basada en otras armas que él mismo no pudiera imaginar, pues en ese caso las máquinas generadoras y la capacidad de autonomía que éstas proporcionaban podrían haber permanecido en manos de unos pocos estados. El desarrollo de una bomba atómica o similar requeriría, en principio, una gran infraestructura científica e industrial, impropia de naciones minúsculas. Por tanto, si el motivo de la decadencia hubiera sido una guerra total, entonces la centralización podría haber permanecido a lo largo del tiempo, y los documentos que Pedro deseaba destruir se encontrarían concentrados en unos pocos edificios en todo Hogar. “No obstante,” pensó Pedro preocupado “muchos países minúsculos podrían haber acabado poseyendo el plano de la bomba. Las armas sofisticadas no tendrían por qué haber sido monopolio de grandes países con una gran infraestructura industrial”. Pedro decidió que, hasta que obtuviera más información, no tenía sentido seguir especulando. Tenía suficiente tiempo libre como para imaginarse decenas de opciones alternativas cada día, y todas ellas serían igual de inútiles.

Entonces Pedro se detuvo a analizar si sería necesario eliminar algo más para borrar las huellas de su pasado. Pedro pensó en los muertos que debió producir la misteriosa catástrofe que acabó con la población de Hogar. Recordó que, a lo largo de sus interminables y solitarios recorridos por Montes Tarao y Ciudad, jamás encontró un solo cadáver. Imaginó que el arma que mató a todos los habitantes del planeta debió ser terriblemente destructiva. Entonces Pedro trató de imaginar otras pruebas de la presencia humana en Hogar que pudieran echar por tierra su teoría de los alienígenas. Recordó que la gente no guardaba fotos de sí mismo en su casa, pues eso no tenía sentido en un mundo en que todos los individuos eran idénticos. “Bastará con destruir los libros y el material audiovisual”. Pedro se dio cuenta de que también debería manipular la máquina generadora que llevaba consigo en su vehículo blindado desde el día en que la sustrajo de su propio patíbulo en Pueblo Tarao. Entre los objetos que dicha máquina podía generar, se encontraba él mismo (es decir, Antipedro Primero, no Pedro Martínez) en una situación muy comprometedora. Decidió que se acercaría a la máquina y borraría dicho plano de su memoria.

Pedro decidió que comenzaría su misión ese mismo día.

9

El proceso de destrucción de pruebas que Pedro inició aquel día duró veinte años. Durante todo ese tiempo, Pedro viajó solo por todo Hogar. A lo largo de sus viajes, observó con satisfacción que la centralización del mundo había sido muy alta hasta la misteriosa catástrofe, lo que facilitó su tarea destructora. “No podré eliminar todas las pruebas del pasado” razonó. “Sin embargo, me basta con que no se encuentre ninguna de esas pruebas mientras viva”.

Tras tantos años de duro trabajo, realizó una última acción para completar su tarea de ocultar el pasado. Selló la entrada del Gran Templo pedrista de Ciudad con un grueso muro de piedras.

Unos pocos años después de que por fin diera por completada su misión, Pedro se dio cuenta de que se había hecho muy mayor. Entonces decidió que había llegado el momento de crear a su sucesor.

Pedro pulsó el botón de la máquina generadora y creó al nuevo Pedro. Cuando su sucesor surgió de entre la luz azulada, Pedro le llamó Dos.

Unos instantes después, Pedro se arrepintió de haberle puesto ese nombre. “Podría haberle llamado 568, es decir, el número del primer pedrista que hubo en Hogar más uno” pensó mientras su sucesor observaba inquieto e incrédulo su alrededor. “De esta forma habría evitado que alguien pudiera llamarse algún día igual que el que fundara el pedrismo en el pasado” se lamentó. “Aunque, si hubiera hecho eso, el recién nacido me habría preguntado antes o después qué sucedió con los números anteriores… Bueno, podría haberle dicho que los números anteriores están en otras ciudades… Bah, da igual, ya está hecho. De todas maneras, el pedrismo es inevitable”.

Durante los meses siguientes, Pedro dedicó todo su tiempo a la instrucción de Dos conforme al plan que había ideado muchos años atrás.

Mientras tanto, un pensamiento le atormentaba secretamente. Una y otra vez, Pedro pensó en las sospechosas coincidencias que existían entre lo que estaba sucediendo en esos momentos y lo que él mismo había creído siempre acerca del pasado más antiguo de Hogar. “Mi vida encaja por completo con la de Uno tal y como me fue contada. Incluso resulta que fui adorado por los alienígenas como un dios, tal y como Hermano contó que fue adorado Uno. ¿Soy Uno?”. Esta posibilidad le hizo pensar que quizá la historia de Hogar fuera más repetitiva de lo que había creído nunca. Hasta entonces se había limitado a imaginar que, tal y como indicaban los símbolos que se superponían en el templo pedrista de Ciudad, Hogar había conocido anteriormente otras luchas entre el pedrismo y el nopedrismo. Sin embargo, la posibilidad de que no sólo él mismo, sino también todos los que jugaron un papel idéntico al suyo en el pasado, hubieran sido Uno parecía sugerirle que la ciclicidad de Hogar podría ir más allá de lo que suponía. La tendencia de Hogar a repetir su historia podría no sólo abarcar los grandes movimientos sociales, bélicos o ideológicos, sino también incluso los personales, es decir, la biografía concreta de algunos de los individuos que alguna vez poblaron Hogar o la poblarían en el futuro. Al fin y al cabo, la educación idéntica de todos los individuos de Hogar provocaba que cada uno reaccionara de la misma manera ante los mismos condicionantes sociales e históricos. “Otros han sido como yo en el pasado y probablemente lo serán en el futuro. Otros se enfrentaron al pedrismo con todo su aliento, y otros volverán a hacerlo. ¿Pasaron y pasarán todos ellos de ser Antipedro a ser Uno, como parece que me ha sucedido a mí mismo?” razonó.

Pedro recordó que los motivos que le permitieron a él mismo sobrevivir al patíbulo y liberarse de él fueron un cúmulo de extrañas circunstancias misteriosas que difícilmente podría calificar como coincidencias. Por otro lado, razonó que era difícil imaginar que la historia de Hogar fuera un ciclo perfecto. Las construcciones caerían algún día y serían sustituidas por otras, por lo que los edificios actuales no podrían coincidir con los del lejano pasado ni con los del lejano futuro. Además, sus científicos le habían explicado que, debido a la entropía, el movimiento perpetuo era imposible, por lo que un ciclo perfecto y eterno no sería concebible ni con el favor de la más prodigiosa casualidad.

“El ciclo perfecto es imposible en un universo que se degrada inexorablemente. Además, alguien tuvo que poner ahí las máquinas generadoras en un principio. Los alienígenas tuvieron que existir en un principio. Y, en cualquier caso, el hecho de que algo se repita una vez no significa que se repita para siempre. ¿Cuál fue el principio? ¿Hubo un principio? Un mundo perfectamente cíclico sería concebible si ese maldito patíbulo me hubiera mandado al pasado, en lugar de al futuro. Conocemos poco del funcionamiento de esas extrañas máquinas generadoras, pero creo que adjudicarles prodigiosos poderes de viaje en el tiempo resulta excesivo, por mucho que, en cierto sentido, parezcan invertir parcialmente el proceso natural del avance de la entropía. No, eso no tiene sentido. Por otro lado, ¿Es concebible una secuencia histórica cíclica sin un bucle en el tiempo? Al igual que cada Pedro Martínez tiende a repetir el mismo comportamiento una y otra vez, una sociedad formada por millones de Pedros Martínez podría tender a repetir una misma historia una y otra vez. Para que eso fuera posible, las condiciones del entorno tendrían que ser suficientemente parecidas todas las veces. ¿Compensa la predecibilidad de Pedro Martínez y la de su sociedad las posibles diferencias que cada vez existen en el entorno? ¿Es concebible que no haya existido un principio? Desgraciadamente, no sé responder a estas preguntas”.

La duda acerca de la posible ciclicidad de la historia en Hogar llegó a atormentar a Pedro durante los años siguientes. “Lo peor de este misterio es que sé que moriré sin resolverlo. Nunca sabré si nuestra historia es cíclica, o si por el contrario las improbables coincidencias que me han conducido a esta situación no son más que eso mismo, coincidencias”.

Había un pensamiento que solía divertir a Pedro. “Si, de un modo u otro, nuestra historia es realmente cíclica, entonces, después de todo, es cierto que Uno fue generado en Montes Tarao, como yo dije siempre a mis ciudadanos. Allí estaba mi patíbulo, así que allí nací”. Este simple razonamiento solía hacer que Pedro se riera a carcajadas durante algunos minutos. Algo más tarde, cuando paraba de reírse, no podía evitar sentir cierta tristeza.

Durante aquellos años, otros complejos interrogantes atormentaron a Pedro. Durante un tiempo, se preguntó con gran desasosiego acerca de si su propio modelo, Pedro Martínez, habría triunfado también en la Tierra. “Sea cual sea el motivo de mi triunfo en cada mundo de este estúpido universo, dudo que ese mismo motivo sea aplicable en la Tierra. Allí todos podrían saber que Pedro Martínez no es más que un imbécil. ¿Por qué iba a triunfar también allí, si yo mismo no lo hice cuando era un simple adolescente? Por otro lado, ¿sería concebible que la Tierra no hubiera existido nunca? Nunca lo sabré”.

Muchos años más tarde, Pedro renunció con resignación a hacerse más preguntas sobre los temas que tanto le habían atormentado. Un día, ya muy anciano, decidió escribir algunas de sus reflexiones.

10

Hace muchos años que generé a Dos. Ahora ya somos cerca de un centenar, y nuestra pequeña sociedad ya está preparada para funcionar sin mí. Vuelvo a estar cerca de la muerte, pero esta vez la más extraña de las casualidades no podría salvarme como ya lo hiciera hace años. Por eso pienso que ha llegado el momento de hacer balance.

He de confesar que no consigo encontrar un sentido a mi vida. No consigo entender la moraleja de esta historia. Todos los inocentes murieron, mientras que yo, un genocida, fui el único superviviente. Quizá la clave para entender los extraños sucesos de mi vida consista en entender que las historias reales no tienen moraleja. La Historia no enseña nada.

He de confesar, igualmente, que mi obstinación contra el pedrismo se ha ido apaciguando con el tiempo y, actualmente, en el ocaso de mi vida, he comenzado a sentir algunas simpatías ante dicha doctrina. Este mundo me venció el día que me di cuenta de que había ganado al pedrismo pero no sentía nada. Cuando este mundo te vence, cuando no te queda más remedio que admitir su victoria y tu sometimiento, entonces no tienes más alternativa que hacerte pedrista para soportar tu propia existencia.

Hace algunos meses regresé al Gran Templo pedristra de Ciudad y desmonté el muro de piedras que hace años coloqué yo mismo para sellarlo. Entonces accedí a la bóveda secreta del templo pedrista y leí cuidadosamente los libros que allí se esconden desde hace muchísimo tiempo. Una vez que conocí el significado del Epílogo del Libro Sagrado de Pedro, comprendí por fin mi propio papel dentro de las profecías que allí se cuentan. Entonces tomé la decisión de ampliar la información que cada habitante de este universo, es decir, que cada Pedro Martínez, tiene sobre Uno, el Inductor, Gran Pedro o Antipedro. Yo, al igual que otros que vinieron antes de mí y que interpretaron mi mismo papel, decidí aportar mis propias experiencias a nuestro conocimiento colectivo para mejorar así nuestro entendimiento de ese fenómeno tan complejo y fascinante que es el pedrismo. Yo, al igual que todos los que fueron Uno igual que yo, envié al resto del universo mi conocimiento y mi experiencia sobre las figuras claves del pedrismo. Yo, al igual que los que fueron Yo en cualquier mundo de este universo, trasmití mi mensaje a quien pudiera escucharlo. Por medio del artilugio que se esconde en aquella sala, me comuniqué con el universo por primera vez.

Una vez que hube compartido mi conocimiento con las estrellas, colaboré, al igual que mis antecesores, con la expansión de Pedro Martínez por todo el universo. Volví a utilizar el artilugio, esta vez para trasmitir el plano de Pedro Martínez hacia las estrellas. Así, el universo sabrá que Pedro Martínez también triunfó en nuestro Hogar. Así, Pedro alcanzará nuevos lugares, si es que todavía no los ha alcanzado todos. Así, me comuniqué con el universo por segunda y última vez.

Entonces regresé a la sala principal del templo y recoloqué, capa por capa, todos los niveles de mosaicos de símbolos P y NP que yo mismo desmonté tantos años atrás para poder acceder al nivel inferior y así alcanzar la bóveda. Tras volver a colocar y unir todas las baldosas originales en sus posiciones iniciales con nueva argamasa, todas aquellas capas quedaron tal y como me las había encontrado tantos años antes.

Finalmente salí del templo, me acerqué a la orilla del río Pedopís y lancé mi vieja gorra de soldado cabo NP. Supongo que ya habrá llegado al mar.

Hoy pienso que, a pesar del papel privilegiado que he tenido en este mundo, sigo sin entender mi vida. A pesar de que fui singular en un mundo uniforme, sigo sin encontrar un sentido a mi existencia. A pesar de que por fin comprendí mi papel en el centro de una religión que me sitúa en su propio centro, sigo creyendo que mi vida ha sido absurda. Si hice lo que estaba escrito que haría, entonces soy sustituible. Si hice lo que estaba escrito, entonces nunca hice nada.

Al fin y al cabo, yo no soy 95271105. No soy Andro. No soy Antipedro. Tampoco soy el Inductor ni Gran Pedro. Ni siquiera soy Zum. Sólo soy, al fin y al cabo, Pedro Martínez.

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