Todos los caminos a la felicidad

Aviso del autor: aunque casi todos mis relatos son aptos para el público general, éste en particular es de ciencia ficción “muy dura”, lo que significa que es necesario tener ciertos conocimientos científicos infrecuentes en el público general para poder comprenderlo y disfrutarlo. Es recomendable que el lector sea al menos estudiante de Informática, Matemáticas, Física, Telecomunicaciones, u otros estudios relacionados con las ciencias y/o la ingeniería. También podrán comprenderlo estudiantes preunivesitarios que sean aventajados en esas áreas, y en general cualquier lector que haya adquirido conocimientos relacionados por la vía que sea. No obstante, si te atreves a adentrarte en esta historia sin dichos conocimientos, intentaré resolver las dudas que desees plantear en la sección de comentarios, debajo de la historia en esta misma web.

Capítulo 1: El descubrimiento de la máquina

Mi primera sensación fue que aquel tipo de la tienda de electrónica me estaba tomando el pelo. En mis quince años como ingeniero electrónico nunca había visto tal cosa. Aquel producto no podía ser cierto. Pero bueno, por sólo un euro, estaba dispuesto a correr el riesgo.

Al llegar a casa no pude dejar de pensar en las demás cosas en las que habría podido gastarme ese euro. ¿Un aparato electrónico que divide el universo en universos diferentes? Eso decían, al menos, las instrucciones del fabricante, Fork Industries LTD. Jamás había oído un fabricante de componentes electrónicos con ese nombre. El artilugio era un sencillo panel negro con algunos botones y una pantalla numérica. Si me habían tomado el pelo, al menos podría desmontar sus componentes para reutilizarlos y recuperaría mi inversión.

Había un botón “reset”, para inicializar el sistema, y un botón para “bifurcar el universo”, según decían las instrucciones. Presuntuoso nombre para un botón, ¿verdad? Según dichas instrucciones, al pulsar ese botón, el universo quedaría dividido en dos universos paralelos casi idénticos, nada menos. La única diferencia entre los dos universos bifurcados sería que, en uno de ellos, la pantalla del panel mostraría un 0, y en el otro universo la pantalla mostraría un 1. En los dos universos, todo lo demás sería exactamente igual, no habría ninguna diferencia más. Pensé que, aun suponiendo que la máquina no fuera un timo y que realmente ocurriera tal cosa, esa diferencia sería bastante estúpida. ¿De qué serviría que en un universo pusiera 0 y en el otro 1?

El texto explicaba también que se podían crear varias bifurcaciones consecutivas. Si el usuario pulsaba dicho botón una sola vez, entonces se crearían dos universos: aquel en el que el panel mostraría un 0, y aquel en el que mostraría un 1. Por el contrario, si se pulsaba dos veces, entonces se crearían cuatro universos: uno donde se habría mostrado 0 y después 0, otro con 0 y luego 1, otro con 1 y 0, y el último con 1 y 1. Si se pulsaba tres veces, entonces se abrirían ocho universos: uno con 000, otro con 001, otro con 010, y así sucesivamente en todas las combinaciones posibles hasta el octavo, con 111.

Lo siento pero, de nuevo, aun suponiendo que lo de los universos bifurcados fuera cierto, seguiría siendo inútil hacer esas bifurcaciones: ¿Qué más da estar en un universo donde la máquina ha mostrado, tras cinco bifurcaciones consecutivas, 00101 ó 11101? Si el resto de mi universo es idéntico, si la única diferencia son los numeritos que se han mostrado en una pantalla, ¿qué importancia tiene eso?

Entonces comprobé que las instrucciones iban más allá. Explicaban que existía una manera, una única manera, de comunicar dichos universos bifurcados entre sí. El teclado numérico del panel permitía escribir un valor numérico cualquiera. A su lado había un botón enter. Si el usuario escribía un valor en el teclado y después pulsaba enter, entonces la máquina mostraría en el panel de la máquina la secuencia de 0s y 1s de bifurcaciones realizadas en uno de los universos bifurcados. Concretamente, dicha secuencia sería la del universo donde el usuario escribiera, de esa misma manera, el valor más alto de entre los escritos por los usuarios de todos los universos. Por ejemplo, si después de cinco bifurcaciones el usuario que escribía el número más alto (por ejemplo, un 543) era aquel que vivía en el universo 10011, entonces, cuando los usuarios escribieran sus respectivos números (menores que 543), todos ellos verían aparecer la secuencia 10011 en los paneles de sus respectivas máquinas.

Al realizarse una comunicación de esta manera (o al pulsar reset), se perdería la posibilidad de volver a comunicarse de esa manera con los universos que se hubieran bifurcado hasta entonces, y en adelante sólo se podría hacer ese tipo de comunicación con los que se bifurcasen desde ese momento en adelante.

Y ya está. La máquina no permitía hacer nada más.

Vaya tomadura de pelo.

Pero bueno, sólo había una forma de estar seguro. Decidí probarla. Me propuse que pulsaría el botón ocho veces, acto con el que en teoría crearía 256 universos paralelos (con ocho 0s ó 1s hay 256 combinaciones posibles). Para que luego dijeran mis padres que nunca llegaría a nada… ¡tendrían que verme multiplicando yo solito por 256 la creación divina! Decidí que, al terminar de bifurcar alegremente el universo, pasaría a número decimal la secuencia de ocho 0s y 1s que se me hubiera mostrado en el panel de la máquina, y entonces escribiría en el teclado dicho valor decimal.

Y así lo hice. Tras pulsar ocho veces el botón de la máquina, es decir, tras bifurcar el universo ocho veces, la secuencia de ocho valores que observé fue 00100101. Es decir, el número 37 en base decimal. Entonces escribí 37 en el teclado del panel y pulsé enter. Inmediatamente, se mostró la secuencia 11111111 en el panel.

Tenía sentido, claro. De los 256 universos que había acabado de desplegar, el universo en que habría contemplado el número más alto tendría que haber sido el 11111111, que es 255 en decimal. Así que el 255 había ganado a todos los demás (incluido por supuesto al 37 de mi propio universo), por lo que todos los yos de los 256 universos que había creado estaríamos contemplando en ese momento la secuencia de valores que dio lugar a dicho universo concreto ganador: 11111111.

Fantástico, pero eso no probaba nada. Lo de las bifurcaciones podría ser mentira. La máquina podría estar hecha para que siempre mostrase el número más alto de todos los posibles.

Entonces ideé un experimento mejor. Ahora pulsaría el botón de bifurcación ocho veces, pero esta vez escribiría el número de valores que cambian de 0 a 1 ó de 1 a 0 al leer la secuencia de izquierda a derecha. Por ejemplo, si viera 11111111, entonces escribiría 0, pues no hay ningún cambio en la secuencia. Si viera 11100110, escribiría 3, pues hay un cambio entre el tercer y cuarto símbolo (de 1 a 0), otro entre el quinto y el sexto (de 0 a 1), y otro entre el séptimo y el octavo (de 1 a 0).

Pulsé ocho veces y obtuve 10101111. Cuatro cambios. Escribí 4 y pulsé enter.

Entonces la máquina mostró 10101010.

¡Maldita sea! Ahí había 7 cambios. Y esa cantidad de cambios era imbatible, no hay forma de tener más cambios con ocho valores. Dicha cantidad empata con 01010101, pero no existe ninguna otra secuencia de ocho valores que la gane. En los 256 universos que había abierto, realmente aquél era el máximo número de cambios que podía obtenerse.

Pero no le había dicho a nadie que esta vez me había propuesto introducir el número de cambios, en lugar del número decimal de la secuencia, como antes. ¡La máquina no lo sabía! ¡Sólo lo sabía yo!

Maldita sea, ¡la máquina funcionaba! ¡Funcionaba!

Inmediatamente me puse a pensar en cómo podría sacar partido a semejante artilugio prodigioso.

Podría pulsar la máquina un número suficientemente grande de veces como para que la secuencia de 0s y 1s resultante pudiera representar cualquiera de las combinaciones que uno puede seleccionar en un boleto de lotería (puedo transformar los 0s y 1s en una secuencia de números decimales, y esos serían los números decimales que marcaría en el boleto como mi apuesta). Jugaría un boleto con la combinación que me indicase la máquina, y esperaría a que se celebrase el sorteo. Entonces escribiría el número de millones de euros que hubiera ganado con esa combinación. En la inmensa mayoría de los universos ganaría 0 millones, está claro. Sin embargo, en uno de esos universos sería millonario pues, al haber creado un universo por cada combinación posible, habría un universo en el que habría jugado con la combinación ganadora. En dicho universo ganador, escribiría en la máquina el altísimo número de millones recibido. Entonces, todos los yos, los de todos los universos, recibiríamos la secuencia de 0s y 1s que se utilizó en dicho universo ganador. Así conoceríamos esa combinación ganadora, y podríamos usarla para ganar en el sorteo.

Un momento… Al actuar así, sólo conoceríamos la combinación ganadora después del sorteo, que es cuando el ganador nos la comunicaría desde su universo paralelo. No, eso no funcionaría. Haciendo eso sólo garantizaríamos que alguno de mis yos fuera rico, pero no que los demás lo fuéramos a ser también. Es no me sirve de nada a . Las probabilidades de que yo me hiciera rico serían las mismas que si jugase de la manera tradicional, sin usar la máquina. Es decir, prácticamente nulas.

Tenía que haber alguna otra manera de sacar partido a esta máquina…

Entonces di con ello. Podía utilizar la máquina para descifrar todo tipo de claves. Si pulsaba el botón de bifurcación un número suficientemente alto de veces como para obtener tantos 0s y 1s como para codificar una palabra de muchas letras (de hecho, cada ocho valores 0 ó 1 tendría un carácter de ordenador, que puede ser una letra u otras cosas), entonces podría formar cualquier contraseña posible con las letras resultantes. Si cada contraseña posible que uno puede escribir en un ordenador apareciera en alguno de los universos desplegados, entonces alguno de dichos universos daría con la contraseña correcta.

Me conecté al ordenador y entré en la página del servidor de correo electrónico de mi ex. Escribí su nombre de usuario. Entonces pulsé el botón de bifurcación 160 veces, suficiente para que los 160 0s y 1s sirvieran para codificar una palabra de 20 letras (mejor dicho, caracteres). En cada uno de los muchísimos universos que había acabado de crear, la palabra que resultase de convertir esa secuencia de 160 0s y 1s en una palabra sería diferente. Es más, todas las palabras posibles de 20 letras estarían en alguno de esos universos. Por tanto, si en todos los universos escribía la palabra resultante, entonces en alguno de ellos lograría acertar y entrar en la cuenta de correo electrónico de mi ex. Decidí que, en el universo en que lo lograse, escribiría el número 1 en el teclado y pulsaría enter, y en los demás escribiría el número 0 y pulsaría enter.

La palabra a la que dieron lugar esos 160 0s y 1s en mi propio universo no fue la contraseña correcta, tal y como cabía esperar. Entonces escribí 0 en la máquina, y acto seguido apareció en la máquina otra secuencia de 160 valores. Dicha secuencia debía proceder del universo en el que otra versión de mí mismo escribió el número más grande posible conforme a las reglas que me había autoimpuesto: un 1, que significaba contraseña correcta. Convertí esta otra secuencia de valores en palabra, volví a probar a entrar en la cuenta con esta otra contraseña, y ¡bingo! ¡Estaba dentro!

Más allá del morbo que me producía entrar en esa cuenta, obviamente pensé en las posibilidades mucho más lucrativas de esta técnica: podría entrar en cuentas bancarias de todo el mundo y ordenar transferencias de dinero a mi propia cuenta. Bueno, mejor a varias, para que no me pillasen. Y en países distintos. Y a nombres de distintas personas.

Así que mi futuro económico estaba asegurado gracias a dicha maquinita. ¡No estaba mal por un euro!

Ante mí se abría un gran futuro.

Capítulo 2: La explosión creativa

Pasé los siete años siguientes disfrutando de todo tipo de lujos procedentes de mi capacidad económica ilimitada.

No obstante, tras miles de viajes, lujos y juergas de todo tipo, llegó el momento en que me sentí vacío.

Entonces decidí que quería desarrollar mi vena artística. Desmonté el botón de bifurcación de la máquina abriendo la carcasa y observé que cada pulsación del botón desencadenaba una señal de cinco voltios en un cable de la máquina. Así que era así como la máquina percibía cada pulsación del botón de bifurcación.

Conecté dicho cable a mi ordenador, y preparé mi ordenador para que mandase impulsos de 5 voltios cuando el ordenador lo ordenase. Dado que mi ordenador podía enviar dichos impulsos a la misma velocidad con la que enviaba impulsos por cualquier otra clavija de datos de salida (por ejemplo, la de USB), en adelante mi ordenador podría decirle a la máquina que se estaba pulsando repetidamente el botón de bifurcación a muchísima más velocidad que la que mi dedo podría alcanzar jamás con pulsaciones reales.

Después desmonté la pantalla de la máquina y vi que los leds que formaban los números en su display (es decir, donde la máquina escribía 0 ó 1) recibían, cuando debían iluminarse, impulsos de 5 voltios desde la máquina a través de unos cables.

Conecté dichos cables a mi ordenador, de forma que los impulsos que enviaba la máquina para iluminar el display fueran detectados inmediatamente por mi ordenador. En adelante, mi ordenador crearía las pulsaciones de botón de aquella prodigiosa máquina, y leería las secuencias de 0s y 1s que escribiera dicha máquina.

Entonces programé mi ordenador para que mandase ochenta mil millones de señales de pulsación del botón de bifurcación a la máquina. Tardó apenas unos minutos.

¡Madre mía, ahora sí que había creado un montón de universos paralelos! Muchísimos más que ochenta mil millones, en realidad, pues cada pulsación multiplicaba por dos el número de universos… Echen las cuentas y verán que el número de universos paralelos que había acabado de crear tenía más de veinte mil millones de cifras. ¡Qué disparate!

Mi ordenador había captado la secuencia de ochenta mil millones de 0s y 1s con los que había respondido la máquina a dichas pulsaciones, y las almacenó en un fichero de mi disco duro… que ocupaba algo menos de diez gigas (así impresiona menos, ¿verdad?).

Entonces puse la extensión “.avi” al fichero resultante, e intenté abrirlo con el reproductor de vídeo de mi sistema operativo.

“El fichero está corrupto” respondió mi ordenador.

Lógico, pues la inmensa mayoría de las secuencias aleatorias de 0s y 1s no forman un fichero de vídeo válido.

Pero un pequeñísimo porcentaje de dichas secuencias sí forma un fichero de vídeo válido.

Y un pequeñísimo porcentaje de las anteriores también forma un vídeo que no consiste en simple niebla aleatoria.

Y un pequeñísimo porcentaje de las anteriores también forma imágenes que podrían ser las de una película.

Y un pequeñísimo porcentaje de las anteriores forma una excelente película.

Había decidido que, en caso de que el vídeo resultante tuviera el más mínimo sentido, cogería el fichero así generado y se lo mostraría a varias distribuidoras de cine para intentar estrenar la supuesta película así generada.

Dado que mi fichero ni siquiera se abría, no había sido ése mi caso, claramente.

Esperé unos meses. El día después de la ceremonia de los Oscar, escribí un 0 en el panel de la máquina. Había planeado que eso significaría que mi (no-)película había ganado 0 oscars. Obvio, dado que no había competido en los Oscar con película alguna.

Entonces mi ordenador comenzó a registrar la secuencia de 0s y 1s que se había producido en el universo en que el valor introducido por mi otro yo había sido más alto. Es decir, en el universo en que había ganado más oscars. Teniendo en cuenta que, entre todos los universos que había desplegado, mis yos habrían presenciado todas las películas que se pueden almacenar en un fichero de diez gigas (por cierto, suficientes para obtener una calidad de imagen y sonido excelentes), la cosa prometía.

La secuencia completa acabó almacenada en un fichero de mi ordenador. Puse la extensión “.avi” a dicho fichero y lo intenté abrir con mi reproductor de vídeo.

Ésta vez sí se abría.

Cómo reí. Cómo lloré. Cómo me hizo pensar. Todavía me estremezco cuando recuerdo alguna escena. Más bien, todavía me estremezco cuando recuerdo muchas de las escenas. Qué demonios, todavía me estremezco cuando recuerdo cualquier fotograma de la película. ¡Era simplemente perfecta!

Logré inmediatamente que mi película se estrenase.

Unos meses después de aquello, el día de la ceremonia de entrega de los oscars, mi película ganó en todas las categorías. ¡En las 24!

Para que fuera posible ganar en todas las categorías, ustedes ya se habrán dado cuenta de que mi película no estaba en inglés. También se habrán percatado de que era de animación, pero que también incluía actores… que por cierto hicieron interpretaciones memorables. Con esos vestuarios, ese maquillaje, esa iluminación… ¡Qué maravilla!

Apenas unos meses antes, cuando mostré mi película al mundo por primera vez, me puse a mí mismo como responsable de todas las categorías técnicas. Pero para los papeles de los actores eran necesarias otras personas. Yo no me parecía ni de lejos a la mayoría de los actores que aparecían en la película, así que necesitaba que me ayudasen personas diferentes a mí. No se puede recibir un oscar si no hay nadie real detrás, ¿a quién se lo das? Simplemente no podría haber ganado los oscars de dichos papeles sin personas reales a las que poder asignar dichas interpretaciones. Pero esto no supuso ningún problema. El hecho de que realmente había ganado todos los oscars en otro universo con dicha película garantizaba que, de hecho, me las podría apañar para encontrar personas que tenían exactamente el mismo aspecto que los personajes que aparecían en mi película. Resultaba que dichas personas eran mi primo, mi cuñada, mi madre, etc, ninguno de los cuales había actuado jamás. Todos ellos recibieron, orgullosos, sus oscars.

Se me ocurrió que podía intentar repetir la hazaña el año siguiente, pero esta vez tratando de maximizar el número de oscars ganados personalmente por mí, no por mi película. Pero luego descarté la idea. Me parecía complicado que yo mismo pudiera ganar, a la vez, el oscar a mejor actor principal y a mejor actor secundario. Por muchas veces que apareciera en la película, me considerarían sólo como actor principal. Y, por encima de todo, ganar también los oscars a mejor actriz principal y secundaria me parecía aún más complicado.

Decidí que a continuación sería más divertido explorar nuevos campos. Utilizando la misma técnica, en los años siguientes “escribí” los mejores best-sellers, “programé” los mejores videojuegos, “grabé” las mejores canciones, e hice los mayores descubrimientos científicos. Gané todos los premios de investigación que podían ganarse con una investigación puramente teórica (pues mis obras eran, en realidad, ficheros de ordenador: libros, artículos, ensayos, gráficas, vídeos, etc). Por ejemplo, resolví un problema muy importante de matemáticas que, por lo visto, llevaba muchos años sin solución (que consistía en relacionar dos cosas llamadas «P» y «NP»). Realmente no entendí nada de dicho resultado a pesar de que supuestamente lo había demostrado yo, pero lo que otros dijeron de dicho resultado en los años siguientes me hizo pensar que, quizás, ese resultado tuviera algo que ver con cómo funcionaba mi maravillosa (y secreta) máquina de bifurcación.

Llegados a este punto, ustedes podrían sospechar que siempre enviaba a editoriales, certámenes, concursos o simposios mis trabajos de arte o ciencia dos veces: una vez con el fichero generado en mi universo, y una segunda vez con el fichero recibido desde el universo en el que realmente tuve más éxito. En tal caso, quizás pensarán que se me conocería mundialmente como el tipo que siempre hacía tonterías a la primera y maravillas a la segunda. Pero no fue así. Puedo decirles que todos los ficheros que generé en mi propio universo particular no tuvieron jamás ningún sentido: sólo en un par de ocasiones dichos ficheros al menos se abrían correctamente con el programa correspondiente, y ambas veces consistían en simple ruido irreconocible. Tengan en cuenta que la inmensísima mayoría de las secuencias de símbolos posibles simplemente no significan nada. Así que era dificilísimo obtener un fichero que ni tan siquiera pareciera merecer la pena mostrar a alguien. Pero eso daba igual, pues todos los ficheros posibles eran generados en alguno de los universos que desplegaba, así que en alguno de ellos se encontraba el bueno. Para el resto del mundo, yo no era el tipo que ideaba estupideces a la primera y maravillas a la segunda. Yo era, simplemente, el tipo que siempre creaba maravillas.

Capítulo 3: Instrucciones obsoletas hacia la felicidad

Lleno de dinero y de premios, de reconocimiento y de gloria, llegó de nuevo el momento en que me sentí vacío.

Entonces decidí que usaría la máquina para ser feliz. De hecho, sería la propia máquina la que me diría lo que tenía que hacer para lograrlo.

Utilicé la misma técnica que había usado las veces anteriores para generar, con la máquina de bifurcación, un fichero de 0s y 1s en mi ordenador, que esta vez interpreté como fichero de texto. Decidí que dicho fichero me diría lo que debería hacer durante el año entrante para ser feliz: a lo largo del año, obedecería todos los consejos incluidos en dicho fichero que tuvieran sentido (no hay forma de cumplir fd%s$$gf#dfg0d78sfg) y que a su vez fueran razonables. No pensaba tirarme por un acantilado, por mucho que el texto me lo dijera, ni tampoco machacar la máquina de bifurcación con un martillo, aunque decidí que podría obedecer algunas instrucciones extrañas, como por ejemplo no saludar a nadie, bañarme todos los días en una bañera llena de huevos crudos, empezar todas mis frases con la palabra krupuk, o hacerme misionero metodista. Decidí que, cuando terminase el año, escribiría en la máquina un número que reflejase la puntuación que otorgaba a ese año en términos de felicidad. Entonces recibiría en la máquina la secuencia de 0s y 1s correspondiente al texto de consejos que hubiera utilizado mi yo que hubiera escrito la puntuación más alta, es decir, el que hubiera sido más feliz siguiendo tales consejos. Durante todo el año siguiente, seguiría exactamente los consejos que habían logrado que mi yo de ese otro universo fuera tan feliz durante el año anterior. Así todos los demás yos gozaríamos, con un año de retraso, de la misma felicidad de la que había disfrutado el yo que había sido tan feliz durante el año anterior.

Seguí dichos pasos. Como era probable, las instrucciones que recibí en mi propio universo no tenían ningún sentido. Ni siquiera encontré una sola palabra reconocible con más de dos letras en aquella absurda secuencia de símbolos de tres folios. Así que, en mi universo, simplemente no tendría instrucción alguna que seguir.

Al terminar el año, recibí las instrucciones del yo que más feliz había sido en todos los demás universos durante aquel año, tal y como estaba previsto. Dichas instrucciones me ordenaban hacer lo posible por conocer a una determinada mujer, convertirme en su pareja y convivir con ella. Sonaba bien. En teoría, esos pasos me llevarían a una felicidad óptima, no superada en ninguno de los demás universos.

Me presenté en la casa de aquella mujer. Como era de esperar, ella me reconoció inmediatamente, pues de hecho era fan de alguna de mis obras, al igual que la mayor parte de la población mundial. Así que no me costó establecer una conversación con ella.

No obstante, al cabo de unos minutos charlando descubrí que ella tenía pareja desde hacía un par de meses. La conversación terminó cordialmente, pero descubrí que la situación era diferente a la que me había imaginado.

Volví a visitarla varias veces durante los días y semanas siguientes. Perseveré, aquello no debía frenarme. Debía lograr aquella felicidad que me prometían aquellas instrucciones. Pensé que mi inmensa popularidad como el mayor creador de la Historia de la humanidad funcionaría.

Incomprensiblemente, finalmente no lo hizo. Quizás confié excesivamente mi estrategia en explotar dicha popularidad, por lo que finalmente ella me vio como un cretino engreído que pensaba que lograría todo lo que quisiera.

Lo que había funcionado a uno de mis yos el año pasado, cuando posiblemente esa mujer todavía no tenía pareja, ya no podía funcionar conmigo, pues todo había cambiado en un año. Las oportunidades eran distintas. Es como en la estrategia incorrecta para ganar la lotería que mencioné antes: a veces, conocer la solución exitosa a posteriori no sirve para nada.

De hecho, todo aquel año fue un absoluto desastre. Seguir los demás consejos que aparecían en aquellas instrucciones, que tanto sirvieron a mi yo de otro universo para disfrutar de una vida perfecta con aquella mujer, no me sirvió de nada, pues la utilidad de todos esos consejos dependían de que su primer paso, que consistía en haber iniciado efectivamente una relación con aquella mujer, hubiera tenido efectivamente lugar.

Medité durante algún tiempo sobre aquella dificultad que me impedía utilizar mi máquina para recibir los consejos perfectos hacia la felicidad. El problema residía en que los consejos me llegarían siempre retrasados. Si otro yo de otro universo me aconsejaba hacer una determinada cosa, puede que la posibilidad de beneficiarme de tal acción ya se hubiera esfumado transcurrido un año, un día, o incluso unos minutos. La vigencia de los consejos sería siempre efímera, y su utilidad incierta.

No hallé solución a dicho problema, así que decidí hacer uso de una inteligencia superior a la mía para solucionarlo. Utilicé la máquina para generar todos los textos posibles de un folio, en busca de uno que pudiera servirme para resolver mi problema. En cada universo leería el texto resultante en dicho universo, y lo puntuaría en función de su utilidad para resolver mi problema. Así, cuando en todos los universos recibiéramos el texto mejor puntuado, todos tendríamos la mejor solución al problema, si es que esta existía.

Cuando leí dicha mejor solución procedente desde alguno de dichos universos, quedé muy intrigado. Según ese texto, las instrucciones de la máquina no decían en ningún sitio que el tiempo de todos los universos desplegados con la máquina tuviera que avanzar simultáneamente, así que cabía la posibilidad de que, de hecho, cada universo tuviera su propio tiempo, cuya existencia sería independiente del de todos los demás. Por tanto, no tenía por qué asumir que, para recibir la secuencia de 0s y 1s del universo donde se introdujera el mayor valor, yo mismo tuviera que esperar en mi propio universo un tiempo igual de largo que el que tuviera que transcurrir en dicho otro universo hasta que alguien introdujera dicho valor. Por el contrario, cabía la posibilidad de que, al escribir un valor y pulsar enter en mi propio universo, recibiera inmediatamente la secuencia de 0s y 1s del universo donde el valor introducido fuera mayor, independientemente de cuánto se tardase en introducir dicho valor en dicho universo. Quizás cada universo tuviera su propio tiempo independiente, así que esperar un día, un mes o un año en tu propio universo podría no tener nada que ver con que hubiera transcurrido un tiempo de la misma longitud en otro universo. La comunicación entre universos a través de los valores introducidos en cada máquina podía ser atemporal.

Bueno, aquel texto no era más que una idea que otro yo de otro universo valoró enormemente por lo mucho que le intrigó, pero nada más. Dicho yo no habría podido comprobarla antes de puntuarla, pues para comprobarla tendría que crear sus propios nuevos universos en los que establecer una nueva comunicación, cosa que le habría imposibilitado de hecho comunicarse conmigo: cada vez que se escribe una puntuación, se rompe la posibilidad de volver a comunicarse con los universos anteriormente desplegados. Eso sí que se decía en las instrucciones.

No obstante, aquella idea era ciertamente interesante. Efectivamente, nada en las instrucciones negaba dicha posibilidad.

Decidí comprobar dicha teoría. Haría lo siguiente: pulsaría el botón de bifurcación una vez. Si salía 0, entonces introduciría inmediatamente el valor 0 en la máquina y pulsaría enter. Por el contrario, si salía 1, entonces esperaría un minuto y entonces volvería a pulsar. Si esta otra vez salía 0, entonces introduciría inmediatamente el valor 1 en la máquina y pulsaría enter. Pero si salía 1, entonces esperaría otro minuto. Entonces pulsaría otra vez y, si esta vez salía 0, escribiría 2, y en caso contrario esperaría otro minuto. Seguiría el mismo procedimiento hasta un máximo de 9 pulsaciones: si entonces obtenía un 0, escribiría 9, y si obtenía un 1, entonces esperaría un minuto más y escribiría 10 sin volver a bifurcar más. Se habrán dado cuenta de que, en cada caso, escribiría en la máquina el número de minutos que habría tenido hasta obtener un 0, hasta un máximo de 10.

Seguí dicho método y me tocó esperar, en particular, seis minutos. Justo cuando escribí 6 y pulsé enter, recibí en el panel la secuencia 1111111111, es decir, diez 1s.

Si yo había tardado seis minutos en poder observar una secuencia que, en otro universo, me había llevado diez minutos obtener, ¡entonces lo que decía aquel texto era cierto! ¡Cada universo tenía, realmente, su propio tiempo! ¡La comunicación entre las máquinas de todos los universos era atemporal! Mi suposición de que el tiempo tenía que transcurrir sincronizadamente en todos los universos desplegados era, simplemente, falsa. Efectivamente, las instrucciones no decían tal cosa en ningún sitio. Mi error se debía a una mala suposición de partida.

Muy excitado, decidí que tenía que buscar una forma de sacar provecho de dicha novedad.

Lo primero que se me ocurrió fue que el problema de la lotería que les conté hace algunas páginas, aquel problema de que siempre conocería la combinación ganadora después de que el sorteo hubiera tenido lugar, podía solucionarse. Haría lo siguiente: bifurcaría el universo un número suficiente de veces como para que, con los 0s y 1s resultantes, pudiera codificar cualquier combinación de números con los que rellenar un boleto. Entonces pulsaría el botón de bifurcación una vez más. Si esta última vez salía 1, entonces compraría un boleto, lo rellenaría como me indicase mi secuencia de 0s y 1s tras convertirla en la apuesta que le correspondiera, esperaría al sorteo, y entonces introduciría en la máquina el número de millones que hubiera ganado en dicho sorteo. Por el contrario, si dicho último número era un 0, entonces no jugaría, sino que escribiría inmediatamente el número de millones ganados con mi (no-)partida, es decir 0, y pulsaría enter. En este último caso, conocería inmediatamente la combinación que hizo que alguno de mis yos de los demás universos ganase la lotería. Al conocer dicha combinación antes del sorteo, podría comprar un boleto, rellenarlo como dijera dicha combinación, y ganar la lotería.

De esta forma conseguiría que la mitad de mis yos (los que obtuvieron un 0 en la última pulsación) ganasen la lotería, pero no garantizaría que lo lograsen los demás (los que al final obtuvieron un 1), los cuales tendrían que jugar y tendrían una probabilidad bajísima de acertar con su combinación (vamos, la misma que la de todos los demás pringados que juegan legalmente). Los yos que hubieran tenido que jugar normalmente repetirían la misma operación en el sorteo del día siguiente. De nuevo, tendrían la mitad de probabilidades de no jugar y conocer inmediatamente la combinación ganadora (antes del sorteo), y la otra mitad de probabilidades de tener que jugar con la combinación que les hubiera salido y (muy probablemente) no ganar la lotería de momento. Entonces, mis yos que hubieran tenido que jugar repetirían el mismo procedimiento al día siguiente, y así sucesivamente. Las probabilidades de que alguno de mis yos se viese obligado a jugar al menos veinte veces (o sea, unas tres semanas) sin conocer ninguna combinación ganadora antes de su respectivo sorteo serían de aproximadamente una entre un millón. Si aumentábamos a cuarenta veces (algo más de un mes), entonces dichas probabilidades serían de una entre un billón. De hecho, lo esperable sería tener que jugar con normalidad ninguna o una vez antes de poder conocer una combinación ganadora con antelación a su respectivo sorteo (¡prueben a calcularlo!). Decididamente, aquel método merecía la pena.

Me costó más de lo imaginado ganar la lotería: lo conseguí al cuarto intento. Pero me produjo una gran satisfacción. Entiéndanme, realmente no necesitaba aquel dinero. Los robos que había hecho hacía años, descifrando trivialmente las claves de cuentas bancarias de miles de personas, ya me habían hecho millonario. Abandoné aquellos robos cuando me convertí en la persona más creativa de la Tierra. Tras producir miles de obras y patentes maravillosas en todas las artes y las ciencias, mis derechos de autor llegaron a generar al año más dinero que el producto interior bruto de un país europeo de tamaño medio. Así que era obvio que no necesitaba ganar la lotería por el dinero. No obstante, lograrlo, cuando pensaba que jamás sería capaz de hacerlo, me produjo una enorme satisfacción.

Capítulo 4: Hacia la felicidad óptima a corto plazo

Mi éxito en el caso de la lotería me permitió comprobar que podía solventar mis problemas pasados cuando, hace no mucho, traté de utilizar aquella máquina simplemente para ser feliz (aquel fracaso con aquella mujer).

Dicho intento falló porque conocí lo que me llevaría al éxito con retraso, cuando las oportunidades ya se habían perdido. No obstante, ahora sabía que podía utilizar el mismo método que el usado con la lotería para evitar ese retraso. De nuevo, utilizaría la máquina para generar todos los posibles textos de consejos a mí mismo para ser feliz durante el año siguiente, por ejemplo de tres folios cada uno. Entonces añadiría una pulsación más. Si obtenía un 1 en dicha última pulsación y además las instrucciones recibidas en el texto de consejos anterior eran susceptibles de ser obedecidas de alguna manera (decidí que no trataría de seguir instrucciones que no contuvieran al menos una secuencia legible de siete o más letras) entonces obedecería dichas instrucciones en la medida de lo razonable, y al final del año escribiría un valor que puntuase dicho año en términos de felicidad. Por el contrario, si obtenía un 0 en dicha última pulsación (o si obtenía un 1 pero las instrucciones no eran legibles), entonces ignoraría las instrucciones generadas en mi propio universo y escribiría el valor 0 en la máquina para que dichas instrucciones ignoradas no fueran las ganadoras. Después de hacerlo, recibiría inmediatamente la secuencia de 0s y 1s con las instrucciones que obedeció mi otro yo que obtuvo la máxima felicidad posible durante el año siguiente (¿o debería decir obedecerá y obtendrá?). Dado que las recibiría inmediatamente, podría seguir dichas instrucciones desde el mismo momento en que las siguió mi otro yo, y así obtendría el mismo éxito que él obtuvo.

Respecto a todos los que obtuvieran un 1 en sus últimas pulsaciones y tuvieran que seguir sus propias instrucciones, podrían repetir el mismo proceso al año siguiente, donde quizás obtendrían un 0 tras recibir unas nuevas instrucciones y podrían por fin beneficiarse del éxito descubierto por otro. La probabilidad de que tuviera que esperar cuarenta intentos (cuarenta años) sería mucho menor que una entre un billón (que es la probabilidad de obtener cuarenta 0s consecutivos), pues la inmensa mayoría de las instrucciones no serían obedecibles y detendrían la espera aun obteniendo un 1. Además, la espera esperable consistiría, en realidad, en esperar entre cero y un año (de hecho, una cantidad mucho más cercana al cero que al uno): el 0 tenía la mitad de probabilidades de aparecer y, además, también esperaría 0 años si obtenía un 1 pero el texto era simplemente ilegible (y la inmensa mayoría de los textos posibles lo son).

Dicho y hecho. Obtuve un texto de instrucciones con las pulsaciones, pero simplemente lo descarté porque, tras ellas, la última pulsación produjo un 0. Entonces introduje el valor 0 en la máquina, e inmediatamente empecé a recibir la secuencia de 0s y 1s de mi yo más feliz durante el año siguiente.

Tal y como ocurrió en mi fallido intento de la otra vez, dichas instrucciones volvían a indicar que debía iniciar una determinada relación sentimental. La diferencia es que esta vez estaba conociendo dichas instrucciones a la vez que las conoció mi yo que finalmente fue tan exitoso con dichas instrucciones, no un año después.

Seguí sus pasos, y esta vez comprobé que la mujer en cuestión no estaba emparejada. De hecho, en poco tiempo logré ser su pareja. La relación fue, de hecho, maravillosa.

Cuando finalizó el año y se terminaron las instrucciones, decidí que ya no necesitaba más instrucciones. Estaba siendo feliz. Seguiría viviendo aquella vida.

Sin embargo, apenas trascurridos otros tres meses más, ella se fue con otro. Me hizo polvo, fue horrible. De hecho, viendo cómo acabé, decidí que la felicidad del año anterior no compensaba aquel dolor. Hubiera preferido no haber pasado por esa relación.

No puedo culpar a mi otro yo por recomendarme, con su alta puntuación de felicidad, aquellas instrucciones. Cuando él puntuó su año, evidentemente lo hizo antes de que aquella ruptura le ocurriera a él mismo, cuando sólo había pasado un año. Tampoco sabía nada.

Esta vez, mi problema fue suponer que la felicidad a corto plazo y la felicidad a largo plazo coincidirían. Pero no fue así.

Capítulo 5: Hacia la felicidad de toda una vida

Tenía que haber alguna forma de solventar también este problema. Una posibilidad sería repetir el mismo proceso, pero a cuarenta años vista en lugar de a un año vista. Tras cuarenta años, los ancianos yos puntuarían las instrucciones que les hubieran hecho más felices durante toda una vida, y los otros yos que se hubieran quedado en el instante actual podrían conocer las mejores decisiones para toda una vida. Unos explorarían todos los caminos hacia la felicidad para que otros se beneficiasen de ello.

Después pensé que ese objetivo sería demasiado ambicioso. Los que tuvieran que vivir cuarenta años obedeciendo unas instrucciones absurdas no recibirían recompensa alguna por su lealtad a los demás. Entonces se me ocurrió una manera alternativa de tener en cuenta la felicidad a largo plazo y de combinarla, a su vez, con la felicidad a corto plazo.

Para empezar, renunciaría a conseguir unas instrucciones hacia la felicidad me dijeran en cada momento todo lo que tendría que hacer. Unas instrucciones coyunturales, con órdenes válidas únicamente para momentos determinados, sólo son útiles si se cumplen en el mismo tiempo y con las mismas oportunidades, lo que las hace muy restrictivas. Por el contrario, trataría de buscar órdenes atemporales, actitudes ante la vida del tipo de “sé atrevido”, “sé avaricioso”, “sé atento”, “sé rencoroso”, “sé servicial”, etc. y combinaciones de ellas. Conforme a estos nuevos objetivos, sólo cumpliría órdenes atemporales y renunciaría a cumplir cualquier tipo de orden que dependiera del momento y la coyuntura. Pasaría a buscar la mejor actitud vital, la mejor forma general de proceder, en lugar de perseguir los pasos a seguir en cada momento, los cuales de hecho me harían sentir esclavo de mi destino, escrito y conocido de antemano para cada momento.

Una vez fijados esos nuevos objetivos, obraría de la siguiente manera. Pulsaría el botón de bifurcación para obtener, con los 0s y 1s resultantes, unas instrucciones de unos tres folios que me indicasen cuáles deberían ser mis actitudes ante la vida. Entonces  pulsaría una vez más. Si obtenía un 1, entonces obedecería dichas instrucciones durante el año siguiente. Al finalizar el año, volvería a pulsar una vez más. Si volvía a obtener un 1, entonces seguiría otro año más obedeciendo las mismas instrucciones que ya había seguido el año anterior. Dicho proceso se repetiría de la misma forma hasta que algún año obtuviera un 0. Cuando eso ocurriera, escribiría en la máquina un valor que puntuase mi felicidad durante todos aquellos años pasados siguiendo dichas instrucciones, pero dicha puntuación también tendría en cuenta durante cuántos años había seguido dichas instrucciones. Ideé una manera de valorar mi felicidad en la máquina tal que, cuántos más años me hubieran servido las instrucciones para ser feliz, más puntuación les otorgaría. Imaginemos que dos textos de instrucciones me hicieran igual de feliz, pero uno de ellos lo hiciera durante más años. Entonces, este último tendría mayor puntuación. Un periodo de felicidad corto sólo podría valorarse con una puntuación mayor que un periodo de felicidad más largo si, en el primero, hubiera sido mucho más feliz que en el segundo. En tal caso, podría asumir que la felicidad del periodo corto probablemente compensaría cualesquiera desgracias que pudieran acontecer después (las cuales no tenían por qué ser, de hecho, más probables que en cualquier otro camino; simplemente serían desconocidas).

De nuevo, la probabilidad de que uno de mis yos tuviera que esperar cuarenta años sin escribir su puntuación y sin conocer por tanto las instrucciones del universo mejor puntuado serían, como mucho, de una entre un billón. El proceso, decididamente, merecía la pena.

Puse en práctica mi nuevo plan. Tras la secuencia de 0s y 1s que formarían mis propias instrucciones, pulsé el botón de bifurcación una vez más. Obtuve un 1. Eso significaba que tendría que poner en práctica dichas instrucciones durante al menos un año, tras el cual tendría una nueva oportunidad de pulsar el botón de bifurcación para comprobar si ya podía, por fin, conocer las instrucciones que mejor me llevarán a la felicidad.

Al año siguiente, volví a pulsar, y de nuevo obtuve un 1. Otro año más.

Y lo mismo ocurrió al año siguiente. Otro 1. Y lo mismo al otro, y al otro, y al otro. Comenzó a sorprenderme el inusual número de años durante los que estaba teniendo que seguir las instrucciones que había recibido.

Tras diez años obteniendo 1s un año tras otro, empecé a darme cuenta de que me estaba haciendo viejo mientras seguía jugando a ese extraño juego. Me preguntaba si, cuando recibiera las instrucciones de mi yo más feliz, seguiría siendo lo suficientemente joven como para que dichas instrucciones óptimas tuvieran el mismo éxito en mí.

Los 1s siguieron repitiéndose un año tras otro. Aquello no era normal. Tenía que estar ocurriendo algo raro. Comencé a desconfiar.

El día que cumplí veinte años recibiendo un 1 detrás de otro, reflexioné muy seriamente sobre mi situación. La probabilidad de llevar veinte años esperando el ansiado 0 era menor que una entre un millón.

Después siguieron más años con 1s. Menor probabilidad aún. Mi desconfianza había llegado a un punto insoportable. Por supuesto, dado que se exploraban todas las secuencias posibles de valores, a alguien tenían que tocarle veinticinco 1s seguidos. No obstante, la probabilidad de que eso me ocurriera a mi era tan baja que pensé que era probable que alguien me estuviera engañando. Quizás algunos de los demás yos habían encontrado alguna manera de que a ellos no les tocasen tantos 1s, lo que hacía que, por eliminación, aquellas interminables secuencias de 1s tuvieran que tocarle a los demás. Más aún, quizás casi todos los demás hubieran descubierto ese misterioso truco, y yo fuera uno de los únicos imbéciles que los demás estaban utilizando para ver qué pasaba tras muchísimos años siguiendo unas mismas instrucciones, y poder beneficiarse de ello.

Así llegué a los treinta 1s seguidos. Maldita sea, hacía treinta años tenía menos de una probabilidad entre mil millones de llegar al punto en que me encontraba. Definitivamente, la probabilidad de que alguien hubiera descubierto cómo hacerme trampa me parecía mucho mayor que ésa.

No podía olvidar que, hacía ya muchos años, había utilizado la máquina para que me dijera algo que desconocía sobre la propia máquina. Fue aquella vez, cuando descubrí que el tiempo en cada universo paralelo transcurría de manera independiente. Quizás podría utilizar ahora la máquina para encontrar alguna manera factible de que los demás yos me estuvieran engañando. Podría pulsar muchas veces más para explorar todos los posibles textos que podrían explicarme dichas trampas.

Pero luego pensé que eso no daría resultado. Imaginemos que realmente hubiera alguna forma de hacer trampas a los demás yos para que uno mismo se beneficiase de ello, por ejemplo haciendo que fueran los demás los que se pasasen años y años siguiendo unas estúpidas instrucciones un 1 tras otro, mientras ellos mismos recibirían inmediatamente los frutos de dicha exploración masiva al obtener un 0. En tal caso, si ahora utilizase la máquina para averiguar dicho truco (explorando todos los posibles textos que podrían explicar dicho truco), entonces el nuevo yo que lo descubriera (bifurcado a partir de mí mismo) podría guardarse dicho truco para él, y beneficiarse de él utilizándolo contra mí mismo. No, no podía utilizar la máquina para descubrir aquella trampa maquiavélica que con toda seguridad me acechaba. No podía fiarme.

Pasaron más años aún, y obtuve más 1s. Cada año me cabreaba más al ver aparecer aquel maldito número. ¡Maldita sea! ¡La probabilidad de que alguien me estuviera haciendo trampa para que yo me llevase todos aquellos 1s tenía que ser, con total seguridad, mucho mayor que la probabilidad de obtener treinta y siete 1s seguidos! Aquello no tenía sentido.

Pero aquel año mi desconfianza estalló. Dije basta. Tenía que aceptar que jamás podría saber cómo me la habían jugado. No obstante, podría vengarme. Decidí que solo esperaría un año más. Si no obtenía un 0 la siguiente vez, me vengaría.

Entonces, al año siguiente, el 0 llegó. ¡Llegó!

Aquel día lloré de alegría.

Aquel día fue, de hecho, ayer mismo.

No obstante, mi alegría se ha tornado en suspicacia y sufrimiento desde anoche.

En realidad, apenas he dormido durante toda la noche. La he pasado pensando que, probablemente, por fin obtuve ayer el 0 simplemente porque los demás hijos de puta calcularon que treinta y ocho años serían los máximos años que cualquiera podría soportar mientras le toman el pelo. Y además, ¡exactamente treinta y ocho intentos! Claro, evitaron que el 0 saliera justo en el intento número cuarenta, número que podría parecer sospechosamente redondo. Por eso me han dado mi 0 en el intento treinta y ocho. Es más, haberme hecho gastar toda mi vida ejerciendo unas determinadas instrucciones sólo les sirve si realmente puntúo dichas instrucciones antes de morir. Sólo así mis instrucciones entrarán en el saco de todas las instrucciones evaluadas y comparadas, de entre las que saldrán las instrucciones perfectas de las que todos ellos se beneficiarán. Así que en ningún caso me habrían puesto a recibir 1s para siempre. Necesitaban que me saliera un 0 cuando ya fuera muy viejo. Me han exprimido lo máximo que consideraron factible. ¡Malditos cabrones!

Lo siento, pero ya es demasiado tarde para esos hijos de puta. Soy un maldito anciano, ya no podrán devolverme la juventud. Con toda seguridad, si ahora mismo introdujera una puntuación cualquiera, entonces las nuevas instrucciones que recibiría justo después, procedentes de mi yo más feliz, ya no me servirían de nada, pues ya soy demasiado viejo para poder hacer casi cualquier cosa que merezca la pena. Malditos hijos de puta. Debo consumar mi venganza contra todos ellos en cualquier caso. Da igual que por fin haya obtenido ese 0. Me han jodido la vida con su maldita artimaña.

Ahora mismo me encuentro, decrépito y hastiado, delante de mi máquina, preparado para consumar mi venganza.

Me acerco a la máquina e introduzco el valor que, conforme a lo que todos los yos habíamos acordado hace cuatro décadas (cuando sólo era yo), representaría la máxima puntuación posible. De hecho, habíamos (había) acordado que la puntuación que estoy introduciendo ahora mismo sería, de hecho, inalcanzable, y que todas las puntuaciones tendrían que estar por debajo de ella. Pulso enter.

¡Jodeos! ¡Jodeos, pedazo de cabrones! ¡Ahora todos recibiréis las instrucciones que conducen a esta mierda de vida mía! ¡Todos os tiraréis vuestra puta vida siguiendo mis instrucciones de mierda, teniendo fe ciega en la felicidad que supuestamente os proveerán, y esperando año tras año que los decepcionantes años anteriores sean compensados por las misteriosas maravillas que sin duda llegarán más adelante! ¡Exactamente lo mismo que habéis hecho conmigo, cuando pensaba que por fin conocería las instrucciones perfectas tras recibir mi 0! ¡Jodeos, hijos de puta!

Me alejo de la máquina. Entonces echo un vistazo a las instrucciones que, con disciplina férrea, he seguido estúpidamente durante los últimos treinta y ocho años.

“Sé siempre desconfiado” dicen aquellas instrucciones. Y nada más. El resto de los tres folios son símbolos en blanco. Ahí acaban las instrucciones.

No dice “sé desconfiado a veces” ni “sé moderadamente desconfiado”. Simplemente, debía ser desconfiado siempre. Me costó serlo durante los primeros años. Pero la desconfianza es una actitud a la que te acostumbras con facilidad, pues se realimenta a sí misma cuanto más piensas en todas las putadas que pueden estar haciéndote los demás. Después de una década, ya ni siquiera era consciente de que aplicaba mi desconfianza inconscientemente a cualquier cosa, ya no me acordaba de que tenía la obligación de ser desconfiado para obedecer a unas instrucciones estúpidas. Ya era desconfiado simplemente por devoción.

Estoy exultante. Mi venganza final contra todos los demás yos, contra todos esos hijos de puta que sin duda me la han jugado, se ha consumado. No importa que nunca pueda probar lo que hicieron. Lógicamente, alguien tenía que recibir esa cantidad de 1s, pues se exploraban todas las combinaciones de un número de 1s y un texto de instrucciones, se creaba un universo para cada una. Sin embargo, ¿cuál era la probabilidad de que ese yo tremendamente desafortunado fuera, en particular, yo mismo? ¿Algo así como una entre cien mil millones? La máquina demostró en el pasado que ocultaba sorpresas inesperadas, así que la probabilidad de que otros yos encontraran la forma de aprovecharse de mí era obviamente mayor que la probabilidad de que ese yo extremadamente desafortunado fuera precisamente yo mismo. ¡Sin duda me timaron! ¡Tendría que ser idiota para no verlo! Así que merecían un castigo.

La consecución de mi venganza me hecho feliz. Todos esos gilipollas se tirarán años y años siguiendo fielmente unas instrucciones que, en realidad, jamás les llevarán a la felicidad. Todos estos años que he pasado entre esperanzas rotas serán, finalmente, la justa venganza que deseo para todos los que de hecho han causado dichos años.

Un momento… me doy cuenta de que debo moderar mi alegría. Esto sólo será una venganza verdadera si llegar a este mismo punto donde estoy yo no merece la pena. Si los demás acaban igual de felices que lo que yo lo soy en este momento, nada de esto será una venganza. ¡No debo ser tan feliz!

Luego me doy cuenta, aliviado, de que estoy equivocado con dicha argumentación. Los demás yos no tendrán, al final de sus días, la oportunidad de vengarse igual que yo. A diferencia de mí, no estarán pulsando el botón de bifurcación año tras año en espera de poner algún día una puntuación en la máquina que pueda tener influencia sobre todos los demás. Simplemente seguirán mis instrucciones fielmente, esperando que les lleven a una enorme felicidad.

Al darme cuenta de que mi venganza es realmente perfecta, vuelvo a sonreír tranquilo.

Estoy realmente feliz.

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13 respuestas a Todos los caminos a la felicidad

  1. Yohana dijo:

    Lo primero, quería señalar que tengo que volver a leer más detenidamente este cuento, porque como bien has avisado, es muy complejo. Así que, perdóname si en este comentario no te hago demasiadas preguntas, (técnicas) y si me pongo muy filosófica, pero es que primero quiero entender que es lo que entendiendo.
    Lo que sí puedo darte es la impresión general del cuento, que no puede ser otra por mi parte que la sensación de angustia y preocupación por el estado tortuoso al que sometes al personaje. Dan ganas de saltar al cuento y hacer algo, aunque no se sepa bien el qué.
    No es que sea yo precisamente la persona que mejores consejos puede dar para alcanzar la felicidad. Hay muchas cosas que no se saben de mí (como que tengo dificultades de lectura, que soy muy exagerada y que mi comportamiento puede reducirse a veces a algo obsesivo-compulsivo), pero si tengo que decir algo, diré que según iba leyendo el cuento, me venían a la mente las palabras de Jonh Lennon (el hippy aquel de los años 70): “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estas ocupado haciendo otros planes”. Y siguiendo con posturas filosóficas, te diré que yo últimamente he decidido seguir los consejos de Punset, y confiar un poco más en las impresiones sensoriales que en la razón. Por lo visto, tiene más posibilidades de éxito de acierto. Creo que ya lo comenté alguna vez. No sé si acierto o no, pero yo me siento mejor.

    También quería señalar que lo de ser desconfiado, es un comportamiento aprendido, no innato. Lo sé por experiencia. Y es difícil deshacerse de este comportamiento, que en ocasiones puede resultar más nocivo que otra cosa, cuando es también un comportamiento que te protege. Ahí ya está la elección de cada uno, pero es difícil.
    Bueno, volveré cuando lo lea más detenidamente. Leerlo profundamente me puede llevar tiempo. Pero si necesitas algo, ya sabes.

    • Isma dijo:

      Esta historia es difícil de leer, ahora intentaré explicarme. 🙂 Los detalles frikis del cuento son sólo para que informáticos, matemáticos, físicos o telecos vean que, si asumes que la máquina existe, entonces lo demás es consistente. Es como si tú escribieras un cuento sobre un fármaco prodigioso, y explicases consistentemente sus efectos secundarios, evolución, etc. O como lo que hizo Asimov en «Paté de Foie Gras», un cuento donde contaba, sin ahorrarse detalles de bioquímica, cómo una oca de una granja de Texas había logrado poner huevos de oro (ver aquí).

      Abstrayendo los detalles más frikis, el cuento plantea a un tipo que puede bifurcar el universo en múltiples universos alternativos y vivir en todos ellos. Más aún, en todos esos universos puede saber cuál es el universo en que cierto «factor» decidido por él se haga máximo (e.g. el número de Oscars que gane su película, la puntuación de su «felicidad», etc). Así que puede aprovechar esa información, en su propio universo, para beneficiarse a posteriori. Mucha gente se hace la siguiente pregunta: «Si aquel día hubiera escogido hacer X en vez de hacer Y, ¿qué habría pasado? ¿Habría sido mejor?». El protagonista puede hacerlo y beneficiarse.

      Por ejemplo, con lo de la peli. Cualquier película se puede guardar en un fichero de ordenador de, por ejemplo, 10 Gb (mucho menos si no exiges tanta calidad de imagen). Cuando el tipo crea un universo por cada secuencia de bits de 10 Gb que puede escribirse, en realidad está creando un universo por cada película posible. La mayoría de esos ficheros de 10 Gb son basura binaria, pero entre todos están todas las películas posibles que podrán hacerse jamás, pues cualquier película se puede guardar en un fichero de 10 Gb. Así que, en uno de esos universos, el tipo encuentra la mejor película posible. Tras ganar todos los oscars en ese universo, escribe en su máquina su número de óscars. Como es el máximo, todos los demás universos comienzan a recibir la secuencia de bits de 10 Gb que distinguió a ese universo de los demás. Esa secuencia es de hecho el fichero de la propia película, así que todos los demás reciben la película perfecta. Y así, un año después, todos los demás también logran ganar todos los oscars con esa película.

      Tras conseguir todos sus objetivos económicos y «creativos», el protagonista se siente vacío. Entonces se obsesiona con usar su propia máquina para lograr la felicidad perfecta. Y esa obsesión acaba haciéndole infeliz.

      1.- Su primer intento de alcanzar la felicidad perfecta con su máquina falla porque conocer la decisión correcta con retraso puede ser inútil: Lo que habría funcionado hace un año no tiene por qué funcionar ahora.

      2.- Su segundo intento falla porque ser feliz a corto plazo no implica ser feliz a largo plazo.

      3.- Y su tercer y último intento falla por el siguiente motivo: Dado que se exploran todas las posibilidades, a alguno de esos universos tenía que tocarle recibir 38 unos seguidos. Es más, por el mismo motivo, a alguno tenían que tocarle 38 unos seguidos y, además, el texto «sé siempre desconfiado». Ese alguien, al ser tan desconfiado, cree que los 38 unos no le han tocado por mera probabilidad, sino porque los tipos de los demás universos le han tomado el pelo. Entonces decide vengarse: tras puntuar su vida con la máxima puntuación posible, hace que los demás reciban el texto «sé siempre desconfiado» como las instrucciones que supuestamente les llevarán a la felicidad. Pero seguir esas instrucciones sólo les llevarán a la vida de mierda que ha tenido él. Así, él consuma su venganza.

      Por tanto, su plan del tercer intento estaba condenado a fracasar: al entrar en juego la desconfianza (pues era uno de los posibles textos que podían generarse), su plan colaborativo, basado en la confianza, se desbarata.

      Moraleja: sus tres fracasos sucesivos se deben a (1) tomar sus decisiones demasiado tarde; (2) confundir lo que quiere ahora con lo que le conviene para el futuro; (3) desconfiar… ¡de sí mismo! (es decir, no tener autoestima). Tres de los errores que más comúnmente hacen infelices a las personas.

      [Paradójica y cruelmente, el protagonista acaba feliz al haber consumado lo que cree que es una justa venganza. Los demás no lo serán, claro.]

      Por cierto, en otro comentario posterior explicaré la segunda lectura del cuento, la lectura oculta que sí requiere manejar mates muuuuy frikis para entenderse. Una pista: la idea de este cuento me llevó hace un año a escoger lo del «NP-completo» en la dirección URL de este blog.

  2. Yohana dijo:

    Sabes, me da mucha envidia tu facilidad para la escritura. He decidido intentar escribir un cuento. A ver si lo consigo, y si me queda bien. ¿no te importa si cuando lo acabe (¿?) te lo paso, no?

    • Isma dijo:

      Mi larguísimo comentario anterior se ha cruzado con este otro comentario tuyo, no lo había visto. Sí, por supuesto, será un placer leerlo. 🙂

      Además, si algún día decido reabrir el blog (como ya he dicho, no lo haré si antes no se me ocurre algo distinto), será un placer publicar nuevos cuentos invitados, incluidos los tuyos que me dejes publicar. 🙂

  3. javirl dijo:

    Éste es, en cierto sentido, mi cuento preferido. Pero, claro, debo aclarar cuál es ese sentido. Es un artículo científico escrito en forma de cuento… Quizás deberíamos crear una revista que se dedique a eso «Journal of Scientific Tales»… 😀 Y… ¿por qué parar ahí? ¿Qué tal un «Journal of Scientific Poetry»?

    • Isma dijo:

      Sí, en cierto sentido es un artículo científico. Partiendo de un invento imaginario, el objetivo es ser lo más riguroso posible a la hora de ver qué podríamos hacer (y qué no) con semejante prodigio. No estaría mal que existiera la revista que dices. 🙂 Recuerdo que el Scientific American tenía una sección donde se divulgaban conceptos científicos de manera desenfadada, a veces como diálogos divertidos, como si fueran cuentos.

      Ahí va la explicación de la «segunda lectura del cuento» que prometí en mi comentario anterior. La máquina del cuento está basada en un concepto clave de la informática teórica: la clase NP. Trataré de explicarlo todo con metáforas, como si estuviera contando la reproducción humana con el cuento de las abejitas. 🙂

      Imaginemos que, para calcular algo, yo pudiera pedir ayuda a amigos, y de hecho pudiera pedir ayuda a un número ilimitado de amigos, pero con una condición: mis amigos no podrán hablar entre ellos, cada uno tendrá que trabajar sin intercambiar una palabra con los demás. De hecho, cuando cada uno acabe su tarea, sólo podrán decirme si su búsqueda ha tenido «éxito» o no. Ni siquiera podrán decirme el resultado de su cálculo. La clase de problemas que pueden resolverse «en poco tiempo» bajo dichas condiciones se llama NP.

      Ahora imaginemos que no tengo amigos que puedan trabajar por mí (o que tengo un número limitado de amigos; a efectos de lo que tratamos aquí, será como no tener amigos). Los ordenadores de verdad están en este caso. La clase de problemas que pueden resolverse «en poco tiempo» en este caso (o sea, en el mundo real) se llama P.

      (Si queréis ser más formales, cambiad «amigos» por «procesos paralelos ejecutándose en un ordenador con infinitos procesadores» -ni siquiera es eso exactamente, pero cuela-, y «en poco tiempo» por «en tiempo polinómico con respecto al tamaño del problema a considerar«. Si esto os suena a chino, olvidadlo y quedaos con «amigos» y «en poco tiempo»).

      Uno de los problemas sin resolver más importantes que existen en Matemáticas e Informática es averiguar si P=NP, o bien si son distintos. Quien lo averigüe ganará el equivalente a los Nobel de Matemáticas y de Informática, además de otros premios varios. Si resultase que P=NP, ganar el «Nobel» sería lo de menos: sin necesidad de «bifurcar universos» como en el cuento, lo de poder sacar en la práctica todas las claves de e-mail, bancos, etc, sería cierto.

      Veamos ejemplos de problemas en P y en NP. Por ejemplo, imaginemos un mapa con ciudades y carreteras que conectan algunos pares de ciudades. Averiguar si puedo pasar exactamente una vez por cada ciudad sin repetir ninguna ciudad es un problema que pertenece a NP, pero no se sabe si pertenece a P. Saber si un número es par, o cuadrado perfecto, o primo, son problemas que pertenecen a P y a NP. Ahora imaginemos que soy un ladrón que entra a robar en una casa. Tengo una mochila de X Kg, y en la casa hay diversos objetos: una tele de 10 kg que podría vender por 300 euros, un candelabro de 5 kg que podría vender por 100 euros, etc. Si los objetos no pueden partirse, ¿cuál es la combinación de objetos que debo llevarme para ganar más dinero, pero que quepa en mi mochila? Este problema está en NP pero no se sabe si está en P.

      ¿Por qué el problema de las carreteras está en NP? Puedo pedir a cada uno de mis amigos que compruebe si el mapa puede recorrerse en cada orden posible entre ciudades, usando un amigo para cada orden. Hay muchísimos órdenes posibles a considerar. Pero, como tengo infinitos amigos, no hay problema: cada uno podrá ocuparse de un camino. Si alguno tiene éxito, me lo dirá, y sabré que se puede. Si todos fracasan, nadie me dirá que lo consiguió, y sabré que no se puede. ¿Y por qué probablemente no está en P? Si no tengo amigos, entonces tengo que considerar todos esos posibles órdenes yo solito, uno detrás de otro. Con sólo 1000 ciudades, el número de órdenes a considerar tiene trescientas y pico cifras. El Sol se habrá convertido en una gigante roja antes de que cualquier ordenador acabe de recorrerlas todas.

      ¿Por qué el problema del ladrón está en NP? Puedo pedir a cada uno de mis amigos que considere una combinación posible de objetos (e.g. SÍ cojo la tele, NO cojo el candelabro, etc). Hay muchísimas combinaciones, pero tengo infinitos amigos, así que puedo estudiarlas todas a la vez. Si pido a todos ellos que me digan que «lo consiguieron» si alcanzan al menos 2000 euros con la combinación de su mochila, entonces podré saber «en poco tiempo» si tal cosa se puede. Y, por lo mismo que antes, este problema probablemente no está en P.

      Vale, así consigo averiguar si «se puede» o «no se puede» determinado objetivo. E.d. «este mapa NO se puede recorrer pasando una sola vez por cada ciudad» ó «SÍ se pueden conseguir al menos 2000 euros». Pero, ¿cómo consigo averiguar cuál es el orden de ciudades que logra tal cosa? ¿Cómo logro averiguar qué objetos debo coger?

      Hagamos lo segundo de la siguiente manera: (1) pido a todos mis amigos que vean si puedo conseguir 2000 euros asumiendo que la tele SÍ se coge; (2) Si me dijeron que sí, pido a todos mis amigos que vean si puedo conseguir 2000 euros asumiendo que SÍ cojo la tele y el candelabro; y si me dijeron que no, pido a todos mis amigos que vean si puedo conseguir 2000 euros asumiendo que NO cojo la tele pero SÍ el candelabro; (3) Pregunto a mis amigos si puedo llegar a 2000 euros asumiendo que cogeré (o no) la tele como dijera en (2), añadiendo el candelabro sólo si en (2) me respondieron «sí», y SÍ añadiendo el tercer objeto; (4) etc. Avanzando objeto a objeto de esa manera, al final logro saber qué objetos debo coger y cuáles no para alcanzar 2000 euros, en tantos pasos como objetos haya.

      ¿Y cómo maximizo mi beneficio? ¿Y si no me conformo con 2000 euros y quiero el máximo posible? Pregunto a mis amigos si puedo ganar 100 euros. Si me dicen que sí, pruebo con 200. Si me dicen que sí, pruebo con 400, luego 800, 1600, 3200, etc. hasta que ya no pueda. Entonces busco en el rango en que me quedé, partiendo en cada paso el rango por la mitad. ¿3200? No ¿2400? Sí ¿2800? No ¿2600? Sí ¿2700?… hasta que averigüe el benficio máximo. Luego hago como en el párrafo anterior para averiguar qué combinación me permite sacar eso, y asunto resuelto.

      Como véis, la máquina del cuento está simplificada: en lugar de poder comunicar los universos (amigos) sólo diciendo «lo conseguí» o «no lo conseguí», la máquina del cuento permite directamente escribir el beneficio en cada caso, y hacer que todos los universos reciban la combinación del universo mejor. Lo hice para no tener que explicar los dos párrafos anteriores en el cuento: el cuento hubiera sido más difícil de leer si lo hubiera contado todo de la manera «purista». Menudo lío habría sido…

      Ojo: asumiendo que la máquina del cuento funcionase exactamente como dice la clase NP, también podríamos «sacar la contraseña del e-mail de la ex», pues hay pocos bits para descubrir uno a uno como expliqué antes. Pero sacar bit a bit la película perfecta de 10 Gb es otro cantar, pues para cada bit habría que volver a presentarse a los Oscar. 😦 Ahí sí es necesario que la máquina funcione como propongo en el cuento. Con la verdadera máquina de la clase NP no sería factible.

      Por cierto, esa «verdadera máquina» de la clase NP se llama «Máquina de Turing no determinista». Toma palabrejo.

      Por último: Los problemas NP-completos son los que están en NP y son tales que, si resuelves uno de ellos «en poco tiempo», entonces también resuelves todos los demás de NP «en poco tiempo»: si cae uno, caen todos como piezas de un dominó. Por ejemplo, el del mapa y el del ladrón son NP-completos: si resuelvo uno de ellos «en poco tiempo», entonces todos los de NP se pueden resolver en poco tiempo. Entre ellos, sacar claves de cuentas de bancos, tarjetas de crédito, e-mail, etc. 😉 Si un día dicen en la tele que han descubierto que P=NP, ¡sacad vuestro dinero del banco!

  4. Yohana dijo:

    Es un interesante concepto. Me gustaría ver a los autores de ciertos artículos, esos que tengo que leer tres veces para entender bien el concepto, contando la misma historia en forma de cuento. ( […]Once upon a time, near, near around, a molecule met a non polar particle […] and join due to unusual forces.. ). Sería un interesante reto, me parece una buena idea.
    Lo de la poesía me parece más difícil, (en eso no me voy a poner a experimentar) pero seguro que también es factible, y a mi entender más meritorio. A lo mejor en vez de concursos de relatos, habría que hacer alguno de “papers” de difícil comprensión, expresados como cuentos.

    • Isma dijo:

      Joé, qué bueno, qué buen comienzo para «La Guerra de las Galaxias VII» cuando la estrene Disney en 2014: «[…]Once upon a time, near, near around, a molecule met a non polar particle […] and join due to unusual forces…«. Lo de «near, near around» es porque ya se hartaron de que la galaxia fuera «muy, muy lejana», qué bueno. Lo de «unusual forces» es por «la fuerza», claro. Y esta vez el personaje bufón será el «non polar particle»: despues del fracaso del bicho feo de los ojos saltones (Jar Jar Binks) y del hartazgo con C3PO y R2D2, necesitan algo nuevo. Pensaron directamente en el pato Donald, por aquello de ser Disney (y en Goofy como nuevo subalterno del Emperador), pero entonces los fans amenazaron con pasarse a Star Trek. El que no sea friki, que levante su sable de luz. ;-P

      Expresar ciencia con versos es algo que todavía no he visto, aunque la «ciencia ficción poética» de Italo Calvino no está muy alejada de eso, es realmente curiosa. El origen del universo y de la vida se contaron como cuento en el Génesis, pero probablemente habría que actualizar las metáforas. Quizás los cuentos equivalentes que tenían los indios de esa época se aproximaban más, tengo entendido que alguno hablaba de universos «en eterna expansión y eterna contracción», algo parecido al big bang y el big crunch. ¡No está mal!

  5. Yohana dijo:

    La explicación sobre en qué consiste P-NPcompleto es algo densa, pero entiendo que no podría ser de otra manera. Lo que yo he captado de tu explicación es que hay dos formas posibles de manejar y resolver los problemas en general, maximizando la solución para obtener mayor rendimiento. Una es P y la otra es NPcompleto. Lo que tú pretendes en tu cuento es unir los dos métodos. ¿es eso? ¿o soy una listilla?
    Y de ahí la explicación del cuento. El tío encuentra la manera de hacerlo, de unir los dos métodos y de encontrar la solución a todos sus problemas, maximizando el rendimiento. Con lo que consigue todo lo que quiere, todo lo que puede pedir.
    Pero es básicamente, algo material lo único que consigue. Por eso no es feliz del todo. Siento decirte que hoy por hoy las máquinas son incapaces de solucionar los pequeños matices que afectan a la felicidad del ser humano. En mi opinión no debería haber confiado ello a una máquina.
    ¿Es algo que has conseguido?, quiero decir, encontrar la unión entre P y NPcompleto.
    No me tengas en cuenta mi falta de conocimietos. Tengo otras vistudes.

    • Isma dijo:

      De listilla nada, has pillado completamente la idea. 🙂

      Efectivamente, NP son todos los problemas tales que, si tenemos infinitos «amigos», entonces podemos resolverlos «rápidamente»: cada amigo comprueba una solución posible. No pasa nada si hay muchísimas soluciones a comprobar, pues tengo infinitos amigos. Por contra, P son los problemas que puedo resolver «rápidamente» yo solo. Los ordenadores resuelven rápidamente los problemas en P, pero resuelven lentísimamente los NP-completos (los «más chungos» dentro de NP) porque no tienen infinitos «amigos»: tienen un número fijo de procesadores. Eso hace intratables a muchos problemas importantes que la gente necesita resolver: el de las ciudades (e.g. rutas aéreas, empresas de mensajería), el del ladrón (e.g. inversiones óptimas, logística de empresa)… e incluso problemas de biología, medicina, y farmacia: encontrar la manera óptima de plegar una proteína es NP-duro (ser «NP-duro» implica ser «al menos tan difícil como los NP-completos»). Hay más problemas NP-duros sobre tratamiento de moléculas por ejemplo aquí.

      El protagonista se encuentra con que puede hacer lo que los ordenadores no pueden: desplegar infinitos amigos, para que cada uno haga un cómputo. Por eso logra resolver dificilísimos problemas de optimización (peli perfecta, etc) con escasa dificultad.

      Otra cosa es cuando intenta resolver problemas más «personales» que no son tan fáciles de enunciar matemáticamente. Cuando se pone a resolver el problema de «ser feliz», no hace más que fastidiarla. No se da cuenta de que usarse a sí mismo como «otro amigo más» no funciona. Él no es un programa, es una persona… así que no tiene por qué ser 100% fiel a su propio plan.

      Sobre tu última pregunta: No, ojalá hubiera encontrado algo que relacionase P y NP. 🙂 He hecho algunas cositas que tocan esos temas de refilón, y he descubierto unos pocos problemas NP-completos nuevos que no se conocían. Y una vez intenté probar una cosa muy friki que (quizás) podría haber sido un paso previo a lo que dices, pero no lo conseguí. 😦

  6. Yohana dijo:

    Virtudes

  7. Yohana dijo:

    Resolver problemas difíciles a veces es más cuestión de tiempo. Por eso diseñáis los ordenadores, para ir más deprisa en la resolución y optimización de los problemas. Y sería cuestión de tiempo y de dedicación que resolvieras P-NP completo.

    Lo de fastidiarla continuamente quizá sea una exageración. El protagonista tendría sus errores y sus aciertos. Como todos, por otra parte. Pero sus aciertos son muy admirables (además de los 24 Óscar) pues encontrar un método para obtener tantos éxitos en un entorno donde la información es tan amplia y sólo la crucial es la válida, lograr conectar tantos mundos y manejar el “universo” a su antojo no es algo que haría cualquiera.

    El problema, como bien has señalado, es que para ser feliz, cada uno debe encontrar su propia formula. Como dije antes, el problema era que había muchos (muchísimos) matices externos que escapan a la “decisión” de la máquina. Pero en este caso, lograr ser feliz es todavía más difícil, porque las pautas que le da la máquina son muy ambiguas e incompletas. Y encima, las circunstancias eran muy peregrinas. Vamos, todo estaba en contra.

    • Isma dijo:

      Sobre lo de que el problema es cuestión de tiempo, es difícil de imaginar. Los ordenadores nunca tendrán infinitos procesadores, así que la única opción para resolver problemas NP-completos eficientemente para instancias de problema razonablemente grandes (e.d. muchas ciudades en el mapa, muchos objetos que puede escoger el ladrón, etc) es que, o bien el aumento de velocidad de los ordenadores nunca tenga límite (la «ley de Moore», que dice que el rendimiento del hardware se dobla cada dos años, está empezando a mostrar signos de debilidad, sobre todo a medida que nos acercamos a tamaños atómicos), o bien descubramos que… P=NP.

      Si se cumpliera P=NP entonces, curiosamente, habría importantes connotaciones negativas. La encriptación en internet se basa generalmente en operaciones que es fácil hacer pero difícil deshacer. Por ejemplo, es fácil multiplicar varios números para ver lo que da el resultado, pero descomponer un número en factores primos (en cierto sentido, la operación contraria) es difícil. El primer problema está en P; el segundo problema se sabe que está en NP, aunque no se sabe si es NP-completo. Por ejemplo, la seguridad de tus comunicaciones con tu banco on-line se basa en que descomponer un número en sus factores primos es muy costoso para cualquier ordenador. Multiplicar es eficiente (e.d. encriptar tu comunicación es eficiente) pero descomponer en primos no lo es si no conoces el número entre el que hay que dividir (e.d. desencriptar tu comunicación es costosísimo si no eres el destinatario legítimo). Pero si descubriéramos que P=NP, entonces descomponer números en factores primos podría muy eficiente (descomponer primos pasaría a estar en P), y entonces toda la seguridad en internet se iría a la porra. Así que basamos la seguridad de nuestras transacciones en propiedades que no han sido comprobadas: no sabemos si P es distinto de NP.

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