Vuelta a la prisión

Despierto. En un camastro cercano, Frank se despereza.

Hoy llevaremos a cabo una operación. Será la primera de Frank. Será la primera mía desde que salí de prisión.

En el comedor del piso franco nos esperan Elaine, la cabeza pensante de esta célula, y Richard, su mano derecha. Todo el comando sabe que duermen juntos, pero ese es un tema tabú. Ninguna distracción debe interferir en las operaciones, ni siquiera hablar de las distracciones. El olor a café inunda la habitación. Elaine fuma nerviosa.

Hace solo tres días que regresamos desde AK-56, el asteroide al que me trasladé junto a toda la célula cuando salí de la cárcel.

Lejos de convertirme, aquellos meses en prisión bajo el yugo del Doctrinador no apaciguaron mi alma indómita. Regresé al comando con ganas de volver a actuar. Al reunirme de nuevo con el grupo, se decidió que por seguridad deberíamos abandonar el planeta. Suele hacerse así cuando se recibe de vuelta a un convicto. Así que volamos a una pequeña base oculta en el asteroide AK-56.

Allí fuimos libres durante dos meses. Estuvimos lejos de las garras de la dictadura del Doctrinador y de su partido único, al que solo puedes pertenecer si formas parte del clan. Todos los demás súbditos del Doctrinador no tienen voz ni voto. El Doctrinador te dice lo que tienes que decir, lo que tienes que hacer, cómo te tienes que vestir e incluso lo que tienes que leer y lo que no. Probablemente sea una de las dictaduras más estrictas que haya conocido la Humanidad. Nunca el Estado ha decidido tanto sobre el individuo. Necesitas el permiso de un soldado para hacer cosas tan elementales como abrir la boca o ir al servicio. Existen actividades obligatorias para toda la población a determinadas horas del día, tales como hacer gimnasia o almorzar. La gente debe paralizar sus actividades anteriores para participar en ellas, y si no lo haces entonces los soldados van a por ti. Todo está regulado férreamente en los dominios del Doctrinador.

Todavía recuerdo con pavor las interminables sesiones de adoctrinamiento en prisión. O aquellos días grises y lluviosos en los que teníamos que recitar de memoria todas sus enseñanzas. O aquellas larguísimas filas de presos, con su personalidad completamente anulada, recorriendo los interminables pasillos bajo la mirada pétrea de los soldados del Doctrinador.

Cuando se cumplió mi condena y huimos a AK-56, lejos del control del Doctrinador, volví a saborear la libertad.

Pero ha llegado el momento de pensar en nuestros hermanos. Es nuestra responsabilidad luchar por su libertad. Por eso hemos regresado al planeta.

Hoy realizaré junto a Frank mi primera operación tras salir de prisión. Frank no está curtido como yo. Nunca ha estado en prisión. No está fichado y eso nos beneficia. De hecho, todavía no ha participado en ninguna operación. Elaine y Richard pusieron muchas esperanzas en él cuando fue reclutado. Recuerdo que su periodo de adiestramiento fue duro tanto para él como para el resto del comando, no se imaginan las atrocidades que se tienen que hacer con los novatos. Yo no hubiera sido capaz de hacerle aquellas cosas. Pero respondió bien al entrenamiento. A pesar de ello, confieso que yo siempre le he mirado con cierto recelo. Creo que los jefes no se dan cuenta de algunas cosas que yo sí veo. Siempre he pensado que se toma demasiadas confianzas para ser un novato, todavía tiene que ganarse los galones. Está tratando de escalar demasiado deprisa dentro de la organización. Por otro lado, su críptico lenguaje me ha hecho a veces desconfiar, nunca sé lo que quiere decir realmente. Quién sabe, podría ser un espía del Doctrinador. Estaré alerta.

Frank y yo montamos en el aerodeslizador pilotado por Elaine. Noto el nerviosismo de Frank. Reconozco que yo también estoy tenso.

“Ya hemos llegado” nos dice Elaine. Entonces los tres salimos del aerodeslizador.

Un momento, yo conozco este lugar. Se acerca un soldado del Doctrinador.

Elaine nos empuja a Frank y a mí en dirección hacia el soldado. El soldado nos agarra por los brazos.

Estamos ante la entrada de la fortaleza-prisión del Doctrinador. El mismo lugar del que salí hace apenas tres meses.

Frank y yo volvemos la mirada hacia atrás.

“No puede ser” pienso aterrado. ¡Elaine nos ha traicionado!

Elaine se despide de nosotros y sube al aerodeslizador.

El soldado nos introduce en la prisión, donde nos incorpora a una fila con otros individuos.

Mi mente trata frenéticamente de encontrar una explicación. Localizo en la fila a otros rebeldes a los que conozco. Están tan aturdidos como yo. Allí está Curtis, de la célula que opera al otro lado del bosque. Y más allá está Pirke, conocido por todos por haber atentado dos veces contra el mismísimo Doctrinador. Maldita sea, este será su fin.

Entonces razono. Los jefes de las células han debido capitular. Han pactado un armisticio para salvarse ellos y nos han entregado a nosotros, a los peones, a los que hacemos el trabajo sucio. Maldita sea.

Los soldados nos separan en diferentes filas según nuestros antecedentes. Se llevan a Frank, muy asustado, a la fila de los no fichados. Le deseo suerte. A los reincidentes nos introducen en una sala cercana. Cierro los ojos, sospecho que nos van a ejecutar allí mismo. No obstante, no ocurre tal cosa.

Los soldados se ponen firmes. Entonces entra en la sala el Doctrinador en persona. Su sola presencia hace que muchos de mis compañeros, algunos de ellos tipos duros a los que confiaría mi vida, agachen la cabeza.

El Doctrinador nos explica las normas de la prisión. Al terminar su discurso, un soldado nos reparte papeles y nos dice que tenemos media hora para confesar todas nuestras actividades desde que salimos de prisión. Lo quieren saber todo. Lugares, fechas, contactos. Todo.

Furioso por la traición de los jefes, incluyo todo tipo de detalles en mi confesión. La ubicación de la base de AK-56, cómo llegar hasta ella, las actividades de entrenamiento allí desarrolladas, las fechas de entrada y salida. Y, sobre todo, una somera descripción de Elaine y Richard. Su perfil, sus actividades, todo. Veremos si mantienen su palabra de armisticio después de que lean todo lo que estoy escribiendo sobre ellos. Malditos sean, lo van a pagar.

Entonces un soldado nos da una nueva charla, esta vez de corte político. Trata de adoctrinarnos. Tiene gracia.

Muchas horas después nos conducen en fila al patio de la prisión. Otra vez vuelvo a estar entre estos claustrofóbicos muros. Maldita sea, pensé que jamás volvería.

Hoy no tenemos ánimo suficiente para hacer algo de deporte como hacíamos antaño. Algunos mencionan entre dientes la posibilidad de fugarse. Proponen hacerlo ya, ahora mismo. “A correr todos a la vez y sálvese quien pueda” dicen. No me parece factible, el patio está vigilado por varios soldados y los muros son infranqueables. Y si volviéramos al módulo del que procedemos para escapar por la entrada principal de la prisión, en cualquier caso nos encontraríamos en dicha entrada con el monstruo del planeta PQ-72, un terrorífico ser de más de un millón de años.

Entran en el patio los no fichados. Me acerco a Frank. Está demasiado nervioso para reaccionar.

Un rato después, vuelven a meternos en las salas.

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Mucho, muchísimo tiempo después de aquello, se cumplió por fin nuestra condena y se nos permitió salir de aquella temible fortaleza. Frank salió a la vez que yo.

En la entrada de la prisión encontramos a Elaine. ¿Qué hacía ella ahí? Mi primera sensación fue la de no dirigirle la palabra e ignorarla. No obstante, por algún extraño motivo, su presencia me reconfortó.

Elaine nos condujo al aerodeslizador. Una vez dentro, tuvo algunos problemas para ponerlo en marcha. Yo traté de aconsejarla. Ella se mostró molesta.

– Ay, hijo, deja de decir chorradas sobre las naves espaciales de las narices. Si esto fuera una nave espacial del futuro y no un Twingo de segunda mano, ¿tú crees que el carburador daría estos problemas?

Otros aerodeslizadores nos adelantan. Creo que ha llegado el momento de enseñarle a Elaine la confesión que hice en prisión. Elaine, harta le luchar con los controles del vehículo, la lee.

– A ver qué has hecho hoy en el cole… “Redacción: qué he hecho durante las vacaciones de verano. Durante el verano estuve oculto junto a mi célula rebelde en el asteriode AK-56…”. ¿Así es como llamas a Gandía? Ay, por Dios, qué ganas tengo de que se te pase ya esta moda espacial y te dé por otra cosa… no sé… los dinosaurios o las cosas esas de la magia, qué más da… Qué pesadito estás, de verdad… ¡Y deja en paz a tu hermano Fran!

Mientras nos alejamos, veo que el Doctrinador nos observa desde la ventana de su despacho.

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12 respuestas a Vuelta a la prisión

  1. Yohana dijo:

    Este también me gustaba mucho. Es muy irónico, aunque el prota me recuerda a uno de los niños Simpson: con 10 y 8 años ya hacen todas las consideraciones que haría un adulto.
    No dejo de preguntarme a que tipo de colegio has ido tú. Yo nunca tuve esa sensación de prisión en el colegio. Nuestro doctrinador solía encantarnos, porque siempre se pasaba a interrumpir las clases (eso era lo que nos encantaba) para decirnos alguna tontería que él interpretaba como lección moral. Nos reíamos mucho.

    • Isma dijo:

      El caso es que no tengo queja alguna de los colegios a los que he ido. La culpa era mía. En mi vida estudiantil, mi capacidad de atención ante lo que me contaban en clase fue siempre muy pobre, me despistaba con cualquier cosa. Simplemente desconectaba, no podía evitarlo. Me pasaba las horas de clase dibujando en la mesa, charlando con el compañero… o inventando historias de ciencia ficción, por ejemplo 😉 Muchas veces no llevaba los deberes, pero no por vagancia, sino porque no me había enterado de que hubiera que entregar nada ese día. Siempre tenía que estar preguntando a los demás cuándo eran los controles/exámenes. El caso es que las pocas veces que lograba atender lo pasaba bien, incluso preguntaba en clase, pero siempre acababa desconectando otra vez. Así que mis horas en el colegio se me hicieron siempre eternas, realmente tenía la sensación de estar encerrado.

      Tuve un profe en la universidad que decía que, según la OMS, está demostrado que ningún adulto puede atender a otra persona hablando durante más de media hora. Así que siempre nos contaba un chiste a mitad de la clase 🙂

  2. Yohana dijo:

    Muy bueno, tu profesor.
    Vaya, vaya, o sea que eras un niño malo, y una mala influencia para los compañeros..¿como conseguiste superar el instituto?.
    Bueno, me parece de lo mas normal. La verdad es que cuando las clases no son muy interactivas, suelen ser aburridas. Yo creo que a todos nos ha pasado eso (lo dice la OMS). La diferencia está en como te entretienes en pasar el tiempo. Yo solía coger apuntes, lo que venía bien, por lo visto, para sacar buenas notas. (luego perfeccioné mucho la técnica). Ahora lo veo por mi madre, que me pregunta si cuando iba al colegio yo me enteraba de todo a la primera. Pero supongo que a veces es más importante la capacidad del profesor, y el saber diferenciar entre los alumnos.
    Lo que me impresiona es que no te enteraras de cuando eran los exámenes/controles. ¿te encontrabas luego la sorpresa de «hoy toca examen»? . Debió ser divertido.

    • Isma dijo:

      El caso es que tomaba apuntes, pero sospecho que desarrollé un mecanismo «vista-mano» que me permitía copiar lo que ponía en la pizarra sin que pasase por mi cerebro. Nunca hubo pruebas de que dicha información pasase por él. 😉 Envidiaba a algunos de mis compañeros, que simplemente atendiendo salían de clase comprendiéndolo todo, mientras que yo ni siquiera sabía por qué tema íbamos cuando abría mis apuntes en casa. Obviamente dichos apuntes eran un desastre, también durante la carrera: alfas cambiadas por aes, mases cambiados por menos, cosas mezcladas porque de casualidad quedaron juntas en la pizarra pero se escribieron con media hora de diferencia, etc. Lo único bueno es que el tiempo que dedicaba en casa a imaginar qué demononios podría querer decir tal fórmula mal copiada (para poder arreglarla) me sirvió, con el tiempo, para poder hacer mis propias demostraciones y mejorar mi creatividad con las mates. 🙂 Así que supongo que saqué algo positivo de todo ello…

      Respecto a los exámenes, no me perdí ninguno simplemente porque tal cosa me daba pánico y preguntaba regularmente a mis compañeros por si no había anotado alguno. Pero en las demás actividades (deberes «no evaluables») siempre fui un desastre.

  3. Yohana dijo:

    Que gracioso. Pero al menos luego le dedicabas tiempo a arreglar los desperfectos.
    Yo no le dedicaba más tiempo a mis deberes que aquel que consideraba no excedía en mi tiempo de ocio. Así me fue luego..
    Recuerdo que una vez le pregunté a un profesor universitario, de esos de casta y solera, si se notaba mucho la diferencia entre los becarios/jóvenes investigadores que tenían un excelente expediente académico, y los que no. Lo pregunté en relación a mi mediocre expediente, del que me avergonzaba mucho (uno de los motivos por los que decidí empezar con el doctorado).
    Y él me respondíó que a veces casi prefería a los que no tenían buen expediente, porque solían ser más resueltos, con más iniciativa y más inclinados a las novedades. Pero hay de todo.
    Pero como yo lo veo, tiene razón. Uno no estudia para aprender conocimientos sino para aprobar exámenes. El que algunas personas tengan talento para estas cosas, no significa que las tenga para otras (aunque hay que reconocer que ayuda). Yo por eso estoy a favor (no me pegueis) de algunos aspectos (los no politico-económicos) del plan bolonia (no me pegueis), en el que se recompensa más el trabajo diario, y no ciertas capacidades.

    • Isma dijo:

      Indudablemente, sacar buenas notas en los exámenes sólo prueba determinadas capacidades, no todas. Por ejemplo, para trabajar en investigación es muy conveniente tener cierta creatividad e iniciativa, cosa que casi nunca se mide en los exámenes. Para trabajar en una empresa como líder de proyecto, hay que saber llevar a la gente, y eso tampoco se mide en los exámenes. Podemos sumar a los que acaban como comerciales de su sector (no existe la asignatura «Labia I»), etc.

      En la asignatura que estoy impartiendo ahora mismo, se puede aprobar yendo a clase y entregando ejercicios. Los que no vayan a clase también pueden aprobar haciendo únicamente el examen. Pero es una asignatura de plan antiguo. En algunas asignaturas y universidades, los planes de asignaturas aprobados bajo el plan Bolonia impiden aprobar de alguna manera si no se va a clase clase. ¿No podemos dar un plan B para los que no pueden/quieren ir a clase? ¿La única alternativa es la UNED? ¿Qué pasa cuando, durante algunos cursos, puedes y quieres ir a clase, pero durante otros cursos ya no (por ejemplo, los que trabajan durante sus últimos cursos)? En fin, supongo que todo esto es una buena idea en la medida en que seamos razonables y flexibles. Como con tantas otras cosas. 🙂

  4. Yohana dijo:

    Sería interesante incluir asignaturas nuevas y eficientes en las carreras. Yo después de terminar la mía, me he dado cuenta de que hay algunas que son muy necesarias, y no se ven en la carrera.
    Por ejemplo, echo de menos la asignatura «a que saben los jarabes» o la de «¿como es posible que hayas estudiado una carrera y no sepas a que pastilla blanca me estoy refiriendo?». Y para los comerciales, la asignatura de «embauco personal» sería muy interesante.
    Yo ya hicé la sugerencia en algún momento determinado, pero no me han hecho caso.

    Tienes mucha razón en lo de ser razonable y flexible. Pero yo también creo que hay que poner ciertos límites que no conviene sobrepasar. Los casos excepcionales tienen tratamientos excepcionales, pero nada más. Me parece bien por los que no pueden ir a clase, por motivos justificables y razonables (muchos pobres no tienen más remedio que trabajar).Se pueden buscar alternativas: como dos turnos. Pero no por los que no quieren ir a clase, porque el día anterior se fueron de botellón, o les viene mal por que tienen un puente, o porque les coincide con otra asignatura (por ejemplo, y etc). Si al final te adaptas a muchas situaciones particulares, la universidad termina perdiendo seriedad.

    • Isma dijo:

      Puestos a poner todas las asignaturas que realmente influyen en el éxito laboral, habría que poner otras. Por ejemplo «Peloteo I»: técnicas de peloteo a los jefes para ascender más rápidamente. Incluiría clases prácticas en la Central Nuclear de Springfield, impartidas por Smithers. 😉

  5. Yohana dijo:

    jo, pero lo de Smithers más que peloteo, es amor puro y duro.En el fondo es muy bonito

    Creo que yo no aprobaría en la vida una asignatura semejante, no tengo talento. O quizás por eso la necesite más..así me va.

  6. Isma dijo:

    Jeje, sí, la relación entre Smithers y Burns es muy bonita.

    Se me ocurre el siguiente colmo del pelota. El jefe dice al pelota: «Ya sabe que sólo ascenderé a los que me apoyen. Por cierto, ya que estamos, estoy pensando en despedirle». El pelota responde: «¡Qué gran idea, jefe!».

  7. Yohana dijo:

    ¿tú también piensas que en el fondo Burns también está enomarado de Smithers?

    lo del chiste, ¿es otra paradoja tuya?. Bueno, al menos tiene solución.

    • Isma dijo:

      Si es que Burns va por ahí mostrando sus encantos y el pobre Smithers no puede resistirse. Y eso solo podrá ir a peor: cuanto más viejo sea Burns, más loco volverá a un gerontófilo como Smithers. Smithers se sentirá muy solo cuando muera Burns, pobrecito. A no ser que también sea necrófilo, claro.

      Se me ocurre otra paradoja: El colmo de la gerontofilia es que un gerontófilo de 30 años inicie una relación con alguien de 90 años pero decida abandonarle 10 años después, argumentando que su atractivo senil ha disminuido porque ya no le triplica en edad como antes.

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