CAPÍTULO V
1
Tengo un maravilloso sueño que acaricia mi mente con suavidad una y otra vez. Sueño con un mundo sin pedrismo.
Nuestro mundo es suficientemente horrible como para merecer ser odiado. Cuando despierto cada día, no hago más que ver el mismo rostro hasta la noche. El día transcurre lánguido mientras me encuentro rodeado de fantasmas. No puedo dialogar normalmente con nadie, pues ni siquiera puedo estar seguro de quién es. En palacio, no puedo dirigirme a nadie sin que haya habido un complejo proceso previo de validación de chapas identificativas, contraseñas y localización de cicatrices. Y después de esa gran molestia, descubro que tengo poco o nada que decirle a mi semejante. “¿Sabes que he cogido la gripe?”. “Sí, lo sé”.
Sin embargo, al llegar el final del día duermo y sueño. Y entonces, por un momento, soy libre. Sueño con un mundo que no sea una parodia de mí mismo. Sueño con un mundo sin Kakakulo, Val Hancín ni Anikilator. Sueño con un mundo en que todos somos diferentes, donde de verdad merece la pena hablar con alguien.
Los monteños, con un gran esfuerzo, hemos comenzado a desarrollar una identidad nueva y renovadora. Sentimos nuestro monte, nuestra música y nuestra escultura. Somos trabajadores, emprendedores y sofisticados. Pero, sobre todo, comenzamos a ser diferentes a Pedro Martínez.
Sin embargo, los pedristas odian nuestra diferencia. Son un lastre que, en su obstinación, niega nuestra identidad propia, así como la de todos los individuos de este mundo. Exaltan su abominable inmutabilidad eterna. Por eso, no tienen cabida en este mundo. Por eso, son un estorbo para el bien común. Por eso, deben ser eliminados.
Lamento profundamente el lejano día en que un individuo débil de este mundo, ante la desdicha que le acechaba, decidió que el motivo de su frustración era, en realidad, el motivo de su perfección. Nuestra debilidad, nuestro frustrado deseo natural de ser el centro del universo, conduce inevitablemente a ese razonamiento engañoso aunque temporalmente liberador. Si yo observo que el mundo está compuesto exclusivamente por formas iguales a mí, eso indica que mi forma es perfecta. Entonces, para no perder mi perfección, debo evitar mi divergencia del modelo original, es decir, debo mimetizar y mantener el modelo original de Pedro Martínez. El universo perfecto se alcanzará cuando la pureza pedrista de nuestras formas sea total. Entonces se logrará la armonía del universo con su pieza básica, y se creará el Reino de Pedro. Y la perfección del Todo otorgará la felicidad eterna a cada una de sus partes.
Ese falaz argumento, apología de un ponzoñoso proceso autodestructivo, pasa por la eliminación de nuestra pequeña identidad, que es la única fuente de nuestra pequeña felicidad. Sin embargo, los monteños lograremos evitar la consecución de ese maléfico plan. No sólo conseguiremos nuestra propia libertad, sino la libertad de todos los habitantes bienpensantes de Hogar, que agradecerán por siempre nuestro gran esfuerzo. El día en que el último pedrista yazca descuartizado en un charco de sangre bajo el último templo pedrista en llamas, Hogar será libre.
Lamento profundamente que otros modos de pensamiento no hayan atajado al pedrismo antes de que creciera como una mala hierba. Lamento que las religiones de la Tierra no consiguieran ocupar su lugar, ofreciendo a tiempo su consuelo al desamparado. Dadas las raíces culturales de Pedro Martínez, sólo el cristianismo podría haber conseguido despertar cierto sentimiento religioso de ese adolescente agnóstico y desencantado. Sin embargo, la jerarquía primigenia de la Iglesia católica en Hogar tuvo que echar por tierra cualquier esperanza, con sus desgraciadas decisiones.
Recuerdo el día en que recibí al obispo católico en palacio, hace unos pocos años. No representaba a más de un par de centenares de feligreses en todo Montes Tarao, pero di una gran importancia a la reunión. Por aquel entonces, todavía barajaba la posibilidad de dotar a la identidad monteña de algún tipo de cariz religioso que hiciera las convicciones más intensas. Sin embargo, cuando el obispo me explicó su interpretación de su religión, le eché a patadas, furioso.
Según me contó, cuando Seis y Trece refundaron la Iglesia católica en Hogar, desearon crear un código de conducta basado en su rescrita Biblia, escrita tal como la recordaban. Entonces analizaron el vigésimo quinto mandamiento, aquél que decía que se debían santificar las fiestas. Tras una reunión entre los dos que tuvieron la osadía de llamar “concilio”, observaron que, muy posiblemente, la humanidad estaba condenada inexorablemente al infierno. El motivo era que la humanidad podría estar contabilizando mal los días desde el principio de los tiempos, tanto en Hogar como en la Tierra. En tal caso, los verdaderos domingos desde el comienzo de la creación podrían caer, por ejemplo, en nuestros martes, por lo que la humanidad llevaría milenios provocando y humillando a Dios al celebrar las fiestas equivocadas, y todo debido a un lamentable error perpetuado semana tras semana a lo largo de las generaciones. Dado que resultaría imposible conocer cuál de los días era el verdadero domingo, el error no podría subsanarse, y la humanidad no podría redimirse jamás.
Al oír semejante argumento me enfurecí, pues entendí inmediatamente por qué los católicos de Hogar no habían conseguido ocupar el espacio del pedrismo. Lo peor de ese argumento sobre la condenación no es que fuera imbécil, sino que su resultado inevitable era una religión que no podía prometer nada, en la que era imposible progresar: si ya estamos condenados, no hay ningún código de conducta que seguir, no hay nada que hacer. Para que cualquier ideología política o religiosa triunfe entre las masas, ésta debe hacer la promesa de que, cuando sus prefectos se cumplan, se logrará un mundo perfecto en el que los ancianos serán atendidos, los solitarios recibirán una mano amiga y todos ascenderán en el trabajo a la vez. Nadie envejecerá, y la sabiduría de todos los individuos será total desde su nacimiento. Los iletrados entenderán inmediatamente las revelaciones de los sabios. Todos los individuos, sin excepción, sentirán el regocijo de ganar a todos los demás. No importa que las promesas sean contradictorias, mientras sean bellas y ofrezcan consuelo a nuestras más profundas frustraciones.
Sin embargo, una doctrina que parte de la imposibilidad de lograr un objetivo ideal a partir de un cierto comportamiento es inútil. Por eso, los seguidores de ese obispo no pasaban de doscientos en todo Montes Tarao. Comprendí, por otro lado, que no podía exigirse un gran conocimiento y entendimiento de la fe cristiana a Seis y a Trece, ni tampoco a ningún otro individuo de Hogar. Reconozco que, a pesar de mi enfado, ese argumento sobre los días de la semana me pareció divertido. Evidentemente, lo mismo le pareció a todos los habitantes de Hogar, desde los tiempos de Seis y Trece.
El nopedrismo, sentimiento nacional arraigado en el corazón de todo monteño, promete la posibilidad real de alcanzar un mundo mejor. Ofrece un futuro paraíso en que la repugnante simetría de Hogar será minimizada, y cada individuo podrá encontrar su propia identidad fuera de la masa para exaltar su propia fuerza. Algunas formas de pensamiento fallaron cuando se enfrentaron al reto de expulsar al pedrismo de este planeta. Otras, como el comercialismo y el determinismo, se obstinan en enfrentarse entre sí mientras, con una venda en los ojos, se niegan a identificar al verdadero enemigo de la vida en Hogar. La República, envenenada en su seno por los propios pedristas, se mostró inoperante para resolver el gran problema de Hogar. Ante eso, nosotros reaccionamos.
Nosotros no fallaremos. La Historia ha llamado a nuestra puerta, y no miraremos a otro lado. Atenderemos diligentes a su llamada. La cobardía del resto de los habitantes de Hogar ante dicha llamada no justificaría en modo alguno nuestra propia cobardía. No eludiremos nuestra responsabilidad. Si tenemos que ganar esta batalla solos, lo haremos. Ganaremos.
2
Hermano 27351 y Negocio Quinto se reunían, junto a un pequeño grupo de parlamentarios de ambos partidos, con el Estado Mayor de la República de Hogar. El lugar de reunión del gabinete de crisis era un pequeño salón del Parlamento. El general Escuadrón Primero describía la situación actual. Se podía sentir la tensión en el gesto grave de todos los presentes, acompañada por algunas toses debidas a la gripe anual. Todos se mostraban claramente cansados. El anuncio de que los soldados que habían invadido Valle Pedopís estaban equipados con trajes que habían evitado que contrajeran la gripe hacía que cada tos en la sala sonara como un desagradable símbolo de debilidad. El miedo estaba latente.
– Parlamentarios, militares – dijo el general -, la situación es extremadamente grave. Según nuestras estimaciones, el ejército invasor cuenta, al menos, con un millón de soldados.
El dato desató varios murmullos de sorpresa y alguna exclamación de pánico.
– Dicho contingente – continuó Escuadrón – es mayor que todo el ejército de la República junto. Durante nuestra historia, nuestro monopolio sobre las máquinas generadoras y la ausencia de enemigos ha hecho innecesaria la creación de un gran ejército. Sin embargo, la tensión de los últimos tiempos indicaba claramente la necesidad de aumentar los efectivos del ejército, así como su presupuesto – lanzó una clara mirada acusadora hacia todos los políticos presentes. Después echó un vistazo a sus anotaciones. Volvió a mirar a los presentes -. Hay un sorprendente detalle acerca del ejército invasor que deben conocer. Señores, todos sus soldados son iguales.
Algunos de los presentes emitieron sonoras carcajadas. Algunas de ellas, excesivamente sonoras, delataban el nerviosismo de sus autores.
– Creo que no me han entendido – respondió Escuadrón, frunciendo el ceño -. No me refiero a iguales como ustedes y yo. Me refiero a que esos soldados fueron todos el mismo individuo, como mucho, hace un mes.
Las carcajadas desaparecieron repentinamente.
– ¿Sugiere que han sido generados a partir de un individuo adulto? – intervino incrédulo un parlamentario.
Escuadrón paró un momento para sonarse los mocos. Después continuó.
– Adulto, gran soldado y muy bien preparado. La coordinación de esos soldados en la batalla es sorprendente. Apenas necesitan dirigirse la palabra para que cada uno de ellos adopte la posición idónea en el grupo.
– ¡Eso es absurdo! – exclamó otro parlamentario -. Montes Tarao no cuenta con energía suficiente como para engendrar un millón de individuos en menos de un mes. Antes de su independencia, el embargo energético de los deterministas afectó tanto a su industria como a la de toda la República. Y desde la independencia, Montes Tarao se ha convertido en un estado aislado con un grave déficit energético, pues disfruta de unos recursos energéticos muy inferiores a su verdadera necesidad industrial.
– General – intervino otro -, ¿podríamos aplicar nosotros ese mismo método para crear un gran ejército a partir de un único gran soldado?
– Es una posibilidad que desearía que ustedes los políticos debatieran aquí y ahora – respondió el General, rotundo.
Los murmullos inundaron la sala. Un parlamentario intervino.
– Señores, creo que crear un ejército de esa manera es una inversión a corto plazo pero una trampa a largo plazo. El coste energético para crear cada nuevo soldado es inmenso, pero la República no necesita máquinas generadoras para crear un inmenso ejército. A pesar de las recientes pérdidas de nuestra soberanía, seguimos siendo, con diferencia, la nación más poblada de Hogar. Por tanto, propongo iniciar un reclutamiento masivo de soldados entre todos los ciudadanos sanos de la República. A su vez, reconvertiremos nuestra industria de bienes de consumo en industria armamentística. Todo individuo que no sea útil en la industria bélica o en sus industrias dependientes irá al frente. Cuando nuestros ciudadanos ganen la experiencia necesaria en el combate y la producción bélica alcance su nivel óptimo, podremos responder a la horda monteña con toda nuestra fuerza desplegada.
Las réplicas se sucedieron, algunas a gritos.
– ¿Quién garantiza que, para cuando llegue ese momento, la República seguirá existiendo? – gritó una voz alzándose por encima de las demás.
– ¡No olvidemos que en este mismo momento algunos soldados monteños ya han cruzado la frontera entre Valle Pedopís y la provincia de Pedregal Fideuá! – gritó otra voz – ¡Al paso que van, no tardarán mucho tiempo en llegar aquí mismo, a Ciudad!
Cuando los parlamentarios contemplaron la posibilidad de que los ejércitos monteños llegaran al mismo lugar que ellos ocupaban ahora, se alarmaron enormemente. Se oyeron algunos aullidos de pánico.
– ¡El sacrificio en vidas podría ser espantoso! – gritó otra voz – ¡Debemos responder con la máxima fuerza ya!
Negocio Quinto pidió la palabra.
– Señores – dijo en tono sereno -, quiero pedirles un poco de tranquilidad y que estén a la altura de las circunstancias. Desconozco si creando un ejército con las máquinas generadoras podríamos repeler con éxito el ataque monteño. Sin embargo, quiero que noten que el gasto energético sería tan grande que incluso aunque ganásemos con rapidez (cosa que dudo pues el enemigo nos lleva la delantera) nuestras reservas energéticas quedarían extenuadas, y nuestra capacidad industrial quedaría en niveles mínimos, al menos durante un tiempo. Esa debilidad crítica podría ser aprovechada, en ese mismo momento, por la República Determinista de Río Mos, que se encontraría con el escenario idóneo para extender su revolución por el mundo. En tal caso, estaríamos totalmente a su merced.
– ¿Y cree que no estaríamos también a su merced después de perder a la mitad de nuestros hombres en el campo de batalla? – preguntó un parlamentario.
– ¡Los hombres se sustituyen fácilmente! – replicó otro, posicionándose con Negocio – ¡Basta pulsar un botón! Sin embargo, la inoperancia de nuestra industria nos dejaría definitivamente a merced de los deterministas. Los hombres pueden morir, pero los ideales de la República deben sobrevivir ante las generaciones venideras.
– ¿Cómo puede poner los ideales delante de las personas que los profesan? – se opuso otro, alarmado.
La tensión se desató por completo ante ese comentario. Partidarios y detractores de utilizar la máquina se dedicaron insultos a gritos.
Mientras tanto, Hermano 27351 permanecía callado al fondo de la sala junto a su aprendiz, otro parlamentario pedrista. Éste estaba preparándose para ingresar como monje dentro de la Iglesia Pedrista y Hermano 27351, también ordenado, era su mentor. El aprendiz repasaba entre murmullos una especie de rosario con cuentas de cuatro colores. Sus murmullos parecían ser una secuencia aleatoria de las primeras cuatro letras del abecedario. Hermano se levantó. Murmuró su oración habitual y después se dirigió a la sala.
– Apoyo la propuesta de no utilizar las máquinas generadoras. A pesar de los riesgos, nos prepararemos para crear un ejército convencional. Mientras tanto, debemos conseguir toda la información posible sobre ese soldado que es la pieza única del ejército monteño. Necesitamos conocer toda su vida desde su nacimiento en Hogar, dónde y cómo recibió su instrucción militar, sus gustos, todo. Señores, necesitamos conocer a nuestro enemigo.
3
El ejército monteño tomó el control, por este orden, de Pedregal Fideuá, Llanos Abuela, y Acantilado Val Hancín. Ante la marcha de la guerra, y a modo de burla ante su enemigo, Pedro decidió llamar a uno de sus batallones Dogfucker, malvado villano de las películas de Anikilator. La crueldad de este batallón ante sus enemigos hizo que su mero nombre provocara la rendición de muchos pueblos y ciudades, cuyos ciudadanos delataban rápidamente a sus vecinos pedristas para salvar la vida. Mientras el ejército monteño expandía los territorios bajo el dominio de Montes Tarao, todos los pedristas de Valle Pedopís que no renegaron de sus vestimentas pedristas antes de la llegada del ejército monteño fueron grabados en su frente con un hierro al fuego que tenía la forma de una gran P. Después fueron conducidos a un barrio de Suburbio Pedopís que se rodeó con un alto muro. Sus ocupantes sólo podían circular dentro de su perímetro tapiado. El incumplimiento de esta norma suponía la horca.
Al mismo tiempo, los ayuntamientos de todas las localidades bajo el control de la República elaboraban a marchas forzadas censos de oficios de sus ciudadanos. La superioridad aplastante de los monteños en el frente hizo que muchos ciudadanos no cualificados huyeran de los pueblos para evitar el ejército y se escondieran en la montaña. El suceso se generalizó hasta tal punto que los oficiales que recorrían los pueblos organizaron batidas para capturar a los desertores. En un momento de máxima estampida ciudadana, los soldados llegaron a fusilar a algunos de los desertores como método de escarmiento público. Otros ciudadanos trataron de falsificar documentos que acreditasen sus oficios de ingeniero o técnico industrial. Muchos de ellos fueron encarcelados.
El gobierno de la República ordenó la construcción de nuevos altos hornos que permitiera aumentar la producción de acero. La producción de ácido sulfúrico y cemento también se incrementó notablemente. Con las piezas que salían de estas fábricas, se reconvertían fábricas de autobuses en fábricas de tanques, fábricas de tuberías y emplomados en fábricas de fusiles, y fábricas de televisores en fábricas de radios de campaña.
Al cabo de dos meses de avance pedrista, la República consideró que había llegado el momento de que su recién formado ejército se enfrentara por primera vez a los monteños. Fue en la frontera entre Acantilado Val Hancín y Risco Anikilator. Por un lado estaban los vehículos acorazados monteños acompañados por un numeroso grupo de infantería. El primer soldado de la formación mostraba orgulloso la bandera NP del nopedrismo. Al otro, lado, varios miles de reservistas republicanos. Muchos de ellos eran desesperados voluntarios pedristas que se negaban a esperar a la muerte sentados en sus casas. Algunos de ellos, como gesto desafiante, enarbolaban una gran P, símbolo sagrado del pedrismo, en un intento de dar valor a sus compañeros y a sí mismos.
Rápidamente, los soldados monteños se dieron cuenta de que ni siquiera tenían que recorrer los quinientos metros que los separaban de la línea enemiga. El alcance de los cañones de los tanques monteños abarcaba esa distancia, pero los fusiles republicanos no lo hacían. Así que los tanques se limitaron a disparar, mientras los soldados de infantería observaban entre risas cómo caían uno tras otro los soldados republicanos, paralizados e impotentes, sin saber qué hacer. Entonces, algunos soldados republicanos decidieron por su cuenta que no se quedarían esperando sin más, y lanzaron un desesperado ataque que fue repelido con una superioridad humillante. Los jefes monteños de ametralladora apostaban entre ellos para ver cuál de ellos conseguía mantener el cuerpo muerto de un pedrista bailando de pie sin caer al suelo, ante la ráfaga ininterrumpida de la ametralladora.
Ante semejante espectáculo, el capitán republicano ordenó la inmediata retirada. “Esos malditos NP son mucho más potentes que nosotros. Su preparación militar y su capacidad técnica nos sobrepasan. Les hemos visto la cara pero todavía estamos vivos, y ya es hora de que alguien pueda volver para contarlo” razonó el capitán. Los soldados republicanos se dieron la vuelta y huyeron en una desordenada estampida.
Un capitán monteño preguntó al coronel si debían cortarles la huída. Entre risas, el coronel respondió que no.
– Si llegan a sus casas y cuentan lo que han visto, no hará falta disparar un solo tiro en los próximos cincuenta kilómetros.
Otros cincuenta kilómetros más adelante se encontraba Ciudad.
Cuando los soldados monteños hubieron comprobado que la posición era definitivamente suya, el coronel hizo una comunicación por radio a Pueblo Tarao. Desde allí recibió la confirmación de Pedro.
Al caer la tarde, mientras montaban las tiendas de campaña del campamento, los soldados de infantería comenzaron a señalar al cielo. Como una inmensa bandada de patos, los bombarderos monteños se dirigían lentamente hacia Ciudad.
4
Pedro recorría junto al grupo de científicos uno de los interminables pasillos del Centro Secreto de Investigación Militar, varios metros por debajo de la superficie de Villa Tarao, segunda ciudad de Montes Tarao. Pedro atendía con gran interés las explicaciones de los científicos. Durante sus últimas visitas al centro había hecho un especial esfuerzo en aprender y recordar todo lo que le explicaban. Orgulloso, se dio cuenta de que durante las dos últimas reuniones había conseguido entender casi todo lo que le dijeron.
– Señor – dijo un científico -, tenga en cuenta que iniciar la reacción en un entorno tan… inusual resulta muy complejo. Desgraciadamente, todos nuestros intentos anteriores han conducido al fracaso. El problema consiste en provocar una evolución provocada y controlada del proceso.
– Sí, pero… ¿no podrían modificarse las condiciones físicas o químicas del entorno? – respondió Pedro.
– Esto intentamos, señor. Tenga en cuenta, igualmente, que no es fácil encontrar personal que quiera ayudarnos a llevar a cabo estos experimentos. Como podrá suponer, la peligrosidad de cada experimento es evidente.
– Por eso no se preocupen, yo mismo me ocuparé de que encuentren la colaboración necesaria.
Entonces, el grupo observó al consejero de seguridad acercarse por el pasillo a paso ligero. Cuando alcanzó al grupo, se cuadró. Pedro pidió a los científicos que le disculpasen durante y momento y se dirigió al consejero.
– ¡Muera Pedro! – dijo Pedro, ritualmente.
– ¡No soy Pedro! ¡No soy pedrista! – respondió el consejero, con gesto marcial.
– Dígame, consejero.
– Señor, he de informarle de que, a pesar del éxito de la operación de ataque aéreo sobre Ciudad, se hacen recomendables algunas modificaciones en el futuro.
– ¿Modificaciones?
– Sí, señor. Acecho Segundo es un excelente militar y su formación es muy completa. Sin embargo, no es un especialista del pilotaje de bombarderos. Si bien los destrozos causados por el bombardeo han causado una gran desmoralización entre la población civil de Ciudad, hay de añadir no obstante que la mayoría de los objetivos militares no han sido alcanzados. Ha sido, señor, un ataque aleatorio.
Pedro pensó durante unos segundos.
– Entiendo. ¿Qué propone, consejero?
– Creo que deberíamos buscar un nuevo militar como prototipo de piloto para nuestra aviación. Un piloto especialista.
– Está bien, así se hará. Mándeme a su mejor candidato cuando acabe el periodo de formación.
– Bien, señor.
5
El operario de primera categoría del Cuerpo de Manipuladores de la Máquina Generadora de la República hablaba frenético por teléfono.
– ¡Señor, los monteños ya están aquí! – gritó.
Su ayudante esperaba nervioso junto a la pila de rifles. En previsión de la inminente llegada de los monteños, el gobierno había provisto a cada almacén de la máquina generadora con un centenar de rifles con su correspondiente munición. No obstante, en aquel momento ni un solo soldado custodiaba aquel recinto.
El ayudante miraba a través de la ventana. A lo lejos podía verse la fila de tanques monteños que se dirigían lentamente hacia allí. Aquel almacén, ubicado en las afueras de Ciudad, se convertiría en el primer objetivo militar del ejército nopedrista en su asalto a Ciudad.
El operario colgó el teléfono y se dirigió a su ayudante. Su rostro estaba pálido.
– Di… Dicen que éste no es un lugar de defensa estratégica prioritaria – le dijo muy nervioso. Su ayudante abrió mucho la boca y no pudo evitar una mueca de horror -. Dicen que el abastecimiento de máquinas generadoras de la República está garantizado. Desde otros almacenes ya se ha procedido al envío de copias de la máquina generadora a otros puntos de Ciudad, así como a otras provincias. Por otra parte, el enemigo también cuenta con sus propias máquinas generadoras, así que no podrá conseguir aquí nada que no tenga ya. Defender este sitio es… no prioritario.
Horrorizado, el ayudante cogió un rifle y se lo ofreció al operario.
– Dispáreme, señor – le dijo.
El operario cogió el rifle y lo miró. Entonces meneó la cabeza.
– Se me ocurre algo mejor. ¿Cuánta energía nos queda en la batería de la máquina?
Entonces el ayudante comprendió. Frenético, se dirigió a los controles de la máquina generadora. Venderían cara su vida. Comenzó a surgir una luz azulada.
– ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! – gritó la nueva figura.
Los dos técnicos se acercaron al recién llegado. Éste los miraba con gran incredulidad.
– ¿Dónde pelotas estoy? – preguntó.
– En un almacén de máquinas generadoras de Ciudad. El enemigo monteño nos acecha y debemos repelerlo para salvar la vida. Perdona que no te lo explique mejor, pero no tenemos tiempo.
El recién llegado no entendió absolutamente nada. Muy nervioso, se quedó mirando fijamente al técnico mientras se decía a sí mismo que aquel tipo se parecía a su tío Ramón.
– ¿Sal… salvar la vida? ¿No estoy en… la Tierra? – preguntó.
El operario le ofreció un rifle. Aturdido, el recién llegado lo cogió mecánicamente.
– Ahora sal ahí y demuestra lo que vales – dijo el operario mientras le empujaba hacia la puerta.
El ayudante regresó a los controles y volvió a salir la luz azul. Justo cuando otro recién llegado comenzó a gritar “¡Gordo chiflado!”, el operario empujó al primer chico a la calle y cerró la puerta tras él.
Éste no salía de su asombro. Hace apenas un minuto se encontraba en el salón de Gómez, y una hora antes en un botellón con sus amigos. Ahora llevaba un rifle en las manos. Observó que a cierta distancia había una hilera de tanques dirigiéndose hacia él.
Desesperado, trató regresar a aquella sala, pero la puerta no se abría. Entonces se echó al suelo y empezó a llorar.
“¡Quiero volver a casa! ¡Quiero ir con mamá!” pensó. “¿Qué pelotas estoy haciendo aquí?”.
Entonces la puerta volvió a abrirse y salió de ella otro individuo idéntico a él, también a empujones. También éste portaba un rifle. Ambos chicos se miraron incrédulos. Por la ventana de la sala volvía a surgir aquella luz azul. Una voz al otro lado de la puerta les gritó “¡Vamos, id a por ellos! ¡A por los tanques!”.
Quizás por el aturdimiento, los chicos comenzaron a correr hacia aquellos tanques. “Esto no puede ser real” pensaban simultáneamente.
El primer disparo de tanque hizo que el primero de ellos saltara en pedazos.
6
Los habitantes de Ciudad jamás habían imaginado que sus calles se convertirían en el frente de la guerra contra Montes Tarao. El gobierno de la República lo contempló vagamente, pero nunca se lo había llegado a creer del todo. Sin embargo, allí estaban.
El primer objetivo de la infantería monteña fue tomar el barrio B, zona de los principales centros de investigación de la ciudad. El principal interés estratégico del barrio consistía en que, a pesar de encontrarse en las afueras de la ciudad, estaba ubicado sobre un gran promontorio desde el cual se podía otear toda la urbe. Tras una rápida barrida de la aviación, la infantería entró al asalto e hizo salir uno a uno a los ocupantes de los edificios científicos. Aunque no se esperaba una peligrosa resistencia por parte de éstos, los soldados tenían órdenes de encontrar a algunos científicos importantes y conducirlos a Montes Tarao.
Cuando ya ondeaba una bandera NP del Centro de Investigación Energética, las piezas de artillería se situaron en el punto más alto de la colina y comenzaron a disparar hacia el barrio G, ubicado en su falda y sede de los más emblemáticos edificios gubernamentales de la República. Para entonces, varios coches oficiales republicanos ya se encontraban a varios kilómetros de Ciudad en dirección a Costa Mamá. En ellos viajaban Hermano 27351, Negocio Quinto, y la plana mayor del gobierno de la República. Mientras se lamentaban ante la posible pérdida de Ciudad, llevaban consigo su plan de reubicar la sede del gobierno de la República del Hogar en Puerto Mamá.
Cuando muchos edificios del barrio G ya estaban en llamas, la infantería comenzó su descenso desde el barrio B. Al caer la noche ya controlaba toda una orilla del río Pedopis, que dividía Ciudad en dos. Entonces, el ejército republicano hizo explotar sincronizadamente todos los puentes que lo cruzaban. Todos los puentes de Ciudad sobre el río Pedopís esperaban desde hacía días cargados de dinamita. Ante el imparable ataque monteño, los oficiales republicanos entendieron que había llegado el momento de hacerlos explotar.
Ante la imposibilidad técnica de continuar el ataque, el ejército monteño esperó en su orilla del río dos días, hasta que llegaron desde Pueblo Tarao varias barcazas de transporte, cargadas sobre grandes camiones. Mientras tanto, la aviación seguía castigando la orilla contraria. Al poco de introducir las barcazas en el río Pedopís, la artillería monteña comenzó a disparar hacia la orilla opuesta para cubrir el corto viaje de sus soldados. Algunas barcazas fueron alcanzadas por unas pocas piezas de artillería republicanas que esperaban al otro lado. Sin embargo, el grueso de la infantería monteña cruzó con éxito al otro lado.
Allí, el ejército monteño encontró menos resistencia de la que esperaba. La mayoría de los habitantes que vivían en la otra orilla de Ciudad habían abandonado la ciudad dos días antes. Los pocos que quedaban eran en su mayoría ancianos y enfermos que nadie se había molestado en llevarse con ellos. Al cabo de unas horas se constató el hecho: Ciudad, la antigua capital de la República del Hogar, desde la cual se había gobernado todo el planeta, había caído en manos de Montes Tarao.
7
Pedro observaba con interés unas ruinas de bloques de pisos en el barrio G. Varios generales le acompañaban.
– En esa casa me crié yo – dijo Pedro, intentando ocultar su emoción.
Ante la intensidad del momento, los generales guardaron silencio como respeto hacia su líder. Pedro observó una papelera verde abollada junto a la entrada de su portal. Al recordarla, sitió cierta nostalgia ante tan simple objeto. Aunque conseguía recordar la abolladura, se dio cuenta de que había visto durante muy poco tiempo la papelera con ese desperfecto.
“De hecho, sólo la vi un día así…” meditó. Y entonces consiguió recordar. “Esa abolladura la causó ese maldito pedrista al caer desde mi ventana”. Entonces sonrió. “Allí, ese mismo día, comenzó el camino hacia la gloria”. Se le escapó una lágrima, y ordenó a un soldado desmontar la papelera y enviársela posteriormente. El soldado, que comprendió inmediatamente la carga emocional de ese objeto para Pedro, comenzó a desmontarla con devoción, mimo y delicadeza.
Entonces Pedro echó un último vistazo al portal, se dio la vuelta, y comenzó a caminar calle abajo. El grupo de generales le siguió. Cuando alcanzaron el edificio del Parlamento, Pedro se dirigió a uno de sus generales.
– Demoledlo. No debe quedar nada.
– Sí, señor – respondió el general.
Siguieron caminando por la Ciudad mientras Pedro se mantenía en silencio. Cuando encontraban alguna estatua dedicada a Kakakulo o Anikilator, Pedro indicaba a uno de sus generales que esa estatua debía ser demolida. Entonces, el general anotaba la orden en una libreta.
Tras mucho rato, llegaron a la Avenida Rocío. Mientras caminaban por el centro de la calle, flanqueada por edificios en ruinas, varios tanques que patrullaban la zona comenzaron a acompañarlos a modo de comitiva. Por extraño que pudiera parecer, Pedro parecía un poco más bajo que los generales que lo acompañaban. Si bien Pedro no era tan mayor como para haber perdido una cantidad sensible de altura, se había observado que los recién nacidos que iniciaban inmediatamente la carrera militar crecían un poco más. Quizá el ejercicio físico tenía una leve influencia sobre el crecimiento de los habitantes de Hogar siempre que se realizara antes de que dicho crecimiento se detuviera, habitualmente unos cuatro o cinco años después de su nacimiento.
Al poco tiempo, la avenida se abrió en una gran plaza. El centro de la plaza era coronado por una estatua que mostraba a Rocío junto a un sujeto con gesto moribundo y una moto. El general se paró un momento para sacar su libreta. Dirigió su mirada a Pedro.
– Cortad de la estatua ese antiestético moribundo y su moto. El resto se queda como está.
El general se encogió de hombros, hizo una anotación y continuó su marcha.
8
Pedro observaba sentado en una silla el paso de varias filas de prisioneros encadenados, junto a su consejero de seguridad, que permanecía de pie. Esa tarde la temperatura era muy buena para estar al aire libre. Los edificios derruidos permitían que corriera una leve y agradable brisa.
Los prisioneros se dividían en dos grupos, los pedristas y el resto. Los pedristas hacían una fila al final de la cual se les grababa a fuego la P en la frente. Los gritos de los pedristas molestaban a Pedro, pues le distraían del disfrute de la brisa.
Un soldado se acercó al consejero y le hizo un anuncio. Entonces, el consejero se dirigió a Pedro.
– Señor, acaba de llegar desde Pueblo Tarao el mejor piloto de la última promoción de pilotos. Su nombre es Sexto Rasante. He de añadir, señor, que tuve la oportunidad de conocerle antes de su graduación, y puedo decir que es un gran patriota.
Pedro sonrió al consejero. Varios soldados acompañaron al piloto a la presencia de Pedro. Pedro levantó el brazo.
– ¡Muera Pedro!
– ¡No soy Pedro! ¡No soy pedrista! – respondió el piloto.
Pedro observó al recién llegado durante unos segundos. Después sacó de su cinto su pistola y se la ofreció.
– Muy bien chico, has hecho un largo viaje. Te mereces un premio. Escoge los seis que quieras.
Sexto tomó el arma dubitativo. Pedro le miró sonriente, algo apremiante.
Entonces, Sexto se acercó a una fila de prisioneros pedristas e hizo varios disparos a algunas cabezas. Al desplomarse, los cuerpos sin vida tiraban de las cadenas y arrastraban al suelo a los prisioneros más contiguos de la fila. Algunos prisioneros lanzaron alaridos de terror. Sexto se dio la vuelta y miró a Pedro.
– Llevas cinco, chico. Uno más.
Sexto dudó durante unos instantes. Después se dio la vuelta e hizo un disparo más, dirigido a la frente de un último pedrista.
– Muy bien – dijo Pedro -. Acércate.
Sexto se acercó. Pedro extendió su mano y Sexto le devolvió el arma. Pedro sonrió de nuevo. Miró a su consejero.
– Aquí tenemos al nuevo piloto del ejército monteño. Conducidle al cuartel general de aviación.
El piloto se cuadró y se alejó, acompañado por dos soldados. Pedro volvió su mirada a los prisioneros. Los soldados desencadenaban a los prisioneros muertos y reenlazaban la secuencia de la cadena con los que quedaban vivos. A muchos de ellos les temblaban las piernas. Entonces Pedro se fijó en la fila de prisioneros que no eran pedristas. Localizó en un rostro unas cicatrices y marcas que le eran muy familiares. Se dirigió al consejero.
– ¿No es ése Eslabón Tercero? – preguntó.
– Sí, señor – respondió el consejero -. Lo encontramos en una prisión a las afueras de la ciudad. Ante nuestra llegada, los republicanos abandonaron la prisión con los presos dentro. Llevaban días sin comer.
Pedro meditó durante unos instantes.
– Apartadlo – dijo Pedro -. Le daremos un trato especial. Nos puede ser útil.
– Sí, señor.
9
Pedro se reunía en el campamento monteño con la cúpula de su ejército. Ante un mapa, discutían por dónde debía continuar la invasión. Entonces, un general intervino.
– Señor, he de recordarle que hasta ahora el ejército republicano apenas nos ha hecho frente. Cada vez que han hecho un amago de ofrecernos resistencia, se han batido en retirada poco después, al comprobar nuestra superioridad. Sin embargo, al eludir el combate directo tantas veces, han sufrido relativamente pocas bajas. Nos han estado tanteando, esperando el momento en que sus ejércitos contengan suficientes soldados con la experiencia necesaria para, al menos, llevar a cabo una retirada ordenada y bien planificada. Mientras tanto, su industria bélica ha seguido creciendo, y la instrucción de sus nuevos soldados ha comenzado a completarse. La República sigue siendo el país más poblado de este planeta, y en breve comenzará a tener un ejército respetable. Por tanto, señor, creo que necesitamos incrementar sensiblemente nuestro número de efectivos antes de continuar nuestro ataque.
Pedro observaba el mapa con cierta preocupación.
– Sin embargo – respondió Pedro –, nuestras reservas de energía son insuficientes para costear la generación de un gran número de nuevos soldados. Las provincias conquistadas son pobres en recursos energéticos.
– Señor – intervino otro general -, me atrevo a sugerir que quizá sea éste un buen momento para comenzar a formar a nuestros ciudadanos para la guerra. Esta medida puede suponer un cierto impacto en la cómoda vida que hasta ahora han disfrutado, pero el apoyo de los monteños a nuestra gloriosa cruzada es total. También deberíamos considerar la construcción de una industria bélica convencional. No podemos seguir basando nuestros nuevos refuerzos y su equipamiento en las máquinas generadoras. No podemos costearlo.
– Creo que esa medida es adecuada – replicó Pedro -, pero sus frutos no se notarían hasta dentro de algunos meses. En la creación de un ejército convencional, la República nos lleva la delantera. Además, la propia construcción de nuevas industrias supone una gran inversión inicial en energía. Necesitamos más energía ahora.
Los generales guardaron silencio. La única solución agolpaba la mente de todos los presentes, pero suponía ciertos inconvenientes que debían sopesarse. Un general propuso una solución alternativa.
– Podemos ofrecer a la República Determinista de Río Mos reforzar nuestro actual intercambio de materias primas por energía.
– No creo que acepten – dijo gravemente otro general -. No necesitan más minerales. Su nivel de desarrollo, a pesar de estar en crecimiento, no les permitiría sacar partido de ellos.
Entonces Pedro intervino.
– Al menos lo intentaremos. Además, como gesto de buena voluntad, les enviaremos a su líder determinista, Eslabón Tercero.
– ¿Y si no aceptan, señor? – preguntó un general.
Todos dirigieron su vista al mapa. Y todos miraban al mismo punto.
10
Los focos de luz barrían el terreno a intervalos regulares.
“Vamos, ya he hecho lo más difícil” se decía Hermano 787980 mientras permanecía agazapado tras una roca. Se miró las manos. Todavía sangraban. Varias filas rojas paralelas las cruzaban de lado a lado. Si no gritó cuando el alambre de espino se clavó en su carne, no gritaría ahora. Después de haber conocido el infierno, aquel lodazal no le parecía un lugar tan desagradable. Tuvo ganas de sonreír, pero no pudo.
Aquella noche, dos de las lunas de Hogar estaban llenas y podían verse en el cielo a la vez. La luz que desprendían provocaba que se vieran menos estrellas que de costumbre. El hermano se llevó la mano a la frente. Todavía le escocía. Recordó cómo le habían marcado como una res el día de su llegada. Aquel hierro candente con forma de P mostraría para siempre su fe. Él no era más que un asqueroso pedrista.
Se abrieron las puertas del centro y salieron al exterior varios camiones. El hermano pudo contar más de una docena. Mientras miraba agazapado, no dejaba de cavar con sus propias manos para hacer más hondo su escondite. “Debo permanecer aquí. Es un buen escondite” se decía a sí mismo mientras arrancaba el suelo arcilloso con las uñas. “Debo esperar”. Los focos barrían sistemáticamente las colinas circundantes. Escalarlas en aquel mismo instante sería un suicidio.
Los camiones se adentraron en la carretera. Un par de minutos después se detuvieron. Los soldados monteños comenzaron a bajar de ellos. La sincronización de sus movimientos era perfecta.
“Por Gran Pedro… debe haber más de doscientos…” pensó el hermano. Tragó saliva. Pensó que probablemente ése debía ser el famoso Acecho Segundo del que tanto se hablaba.
En menos de diez segundos, el grupo de soldados se organizó en un cuadrado perfecto de dieciséis por dieciséis soldados. Entonces, sin mediar palabra, ese cuadrado se dividió en otros cuatro cuadrados de cuatro por cuatro individuos. Cada cuadrado comenzó a marchar hacia un punto cardinal diferente.
El hermano se sorprendió de que todos aquellos soldados pudieran poner en práctica aquella coreografía sin hablar. Entonces se dio cuenta de que estaba temblando. Frenético, siguió cavando más rápidamente que antes. Algunas uñas ya se le habían arrancado de la carne. El roce de la arcilla con la carne viva de sus dedos hizo que se estremeciera y apretara los dientes. No podía parar. Estimó que ya cabría medio cuerpo.
Cada uno de los cuatro grupos de soldados anduvo en una dirección diferente durante un par de minutos. Entonces, sin mediar palabra, los cuatro grupos se pararon en seco en sus respectivas posiciones. Súbitamente, cada grupo de cuatro por cuatro hombres se dividió en cuatro grupos de dos por dos y, acto seguido, cada uno de dichos grupos tomó una dirección diferente.
El hermano sintió terror al comprobar la coordinación de aquellos hombres y les maldijo. Uno de los grupos de dos por dos soldados se dirigía hacia él.
A unos veinte metros de su escondite, dicho grupo se dividió, y entonces cada soldado siguió una dirección diferente. Hasta donde le alcanzó la vista, el hermano pudo comprobar que todos los demás grupos se habían disgregado de la misma manera y exactamente a la vez.
“Están barriendo el terreno de manera absolutamente sistemática. ¿Cómo es posible?” se preguntó mientras cavaba frenéticamente. Un soldado se dirigía directamente hacia su posición. Ya no quedaba tiempo. De un salto se metió en su madriguera.
El soldado se encontró a aquel individuo con medio cuerpo agazapado dentro de un agujero y las manos ensangrentadas. Mientras el hermano se percataba de que en realidad había estado cavando su propia tumba, el soldado disparó. La ráfaga fue corta y eficiente. La cara del pedrista quedó mirando boca arriba, con la P de su frente iluminada por las lunas de Hogar.
Ante el sonido de los disparos, los otros doscientos cincuenta y cinco soldados NP detuvieron sus movimientos en seco. Sin mediar palabra, todos ellos se dirigieron en línea recta hacia los camiones.
11
Hermano 27351 se dirigía a sus feligreses en el gran templo pedrista de Puerto Mamá. Las estatuas de Kakakulo y Pedopís coronaban el altar.
– ¡Hermanos! ¡No os dejéis engañar por estos convulsos tiempos! – gritaba Hermano 27351 mientras apretaba su puño –. Recordad siempre que no hay motivo alguno para que ansiemos una pluralidad que jamás hemos contemplado. No debemos dejarnos engañar por los sucesos que impregnan nuestra mente desde nuestro nacimiento, pues, no lo olvidemos, no son nuestros recuerdos. Las escenas que muestran no nos pertenecen. ¡Debemos permanecer críticos, atentos y vigilantes! Las doctrinas monteñas tratan de tentar a este mundo con sus mentiras sobre la pluralidad, como el mismísimo diablo. No hay mayor engaño que desear lo que nunca hemos visto, y no hay mayor manipulación que alentar ese deseo.
Los feligreses escuchaban sentados en el suelo mientras con los dedos recorrían concentrados sus rosarios de cuentas de colores.
– Y ahora, hermanos, salgamos juntos del templo y participemos del sagrado botellón a la intemperie, tal y como lo hiciera el mismísimo Pedro Martínez.
Entonces, todos los feligreses salieron del templo, acompañados por Hermano 27351. Fuera del templo llovía intensamente, y hacía bastante frío. Con gran ritualismo, Hermano comenzó a repartir las botellas de coliol, los yogures y las bolsas de supermercado entre todos los presentes. En la plaza había algunos bancos rituales. Los presentes se congregaban por grupos en torno a ellos.
– Hermanos, pasad a mezclar los ingredientes del botellón como lo hiciera Pedro Martínez, según el proceso característico que lo distinguía.
Los feligreses comenzaron a verter el coliol y el yogur en las bolsas de plástico. Entonces, cuando ambos ingredientes estaban bien mezclados, volvían a verter el contenido de la bolsa en la botella de coliol, que esperaba vacía.
– No olvidemos el significado este gesto. Representa la incapacidad de Pedro Martínez para comprar vasos, lo cual es un símbolo de su gran pobreza y humildad. Y ahora, hermanos, bebamos y completemos el rito de la comunión.
Los feligreses bebieron. Unos a otros se pasaban la botella y bebían de ella a morro. Entonces todos comenzaron a cantar una canción de Pus Day. La gesticulación en el cántico se consideraba una exaltación de la fe, lo que hacía que algunos feligreses adoptasen posturas imposibles. “La había dejado rota, y entonces… Eché la pota ¡¡¡pota, pota, pota!!!” gritaban al unísono. Al finalizar la canción, Hermano 27351 intervino.
– Hermanos, que Pedro os acompañe.
De acuerdo al procedimiento ritual, dejaron las botellas y bolsas en el suelo, y abandonaron ordenadamente la plaza para volver a sus casas. Los ayudantes del templo pasaron a iniciar su recogida.
Cuando Hermano 27351 se volvía a dirigir al templo, un fiel le abordó.
– Hermano, soy Hermano 91279127, capitán del ejército de la República.
– Que Pedro te acompañe, hermano – respondió Hermano 27351, con voz pausada.
– Hermano, necesito su consejo espiritual.
– ¿Qué te atormenta, hermano?
– No consigo comprender por qué perdemos esta guerra, hermano. Pierdo a mis hombres ante el enemigo, y eso me atormenta. No consigo entender cómo un ser engendrado a partir de Pedro Martínez puede ser tan vil, tan… antipedro. No entiendo cómo todo esto puede emanar de la perfección de Pedro Martínez. Hermano – en este punto le tembló ligeramente la voz -, estoy perdiendo la fe.
Hermano 27351 le miró a los ojos y le puso la mano sobre el hombro.
– Hermano, tus grandes sacrificios por Pedro merecen el sagrado honor de la revelación del misterio de la pedricidad.
Hermano 91279127 se mostró muy sorprendido ante semejante anuncio, y algo nervioso.
– Hermano, ¿estoy preparado para recibir el misterio?
– Lo estás, hermano. Tú alma bondadosa necesita consuelo.
Los hermanos pasaron al interior del templo. Tras una hora, Hermano 91279127 salió del templo exultante, lleno de fuerza.
12
– Señor, hemos recibido respuesta de Orilla Mos – dijo el consejero de relaciones externas.
– ¿Cuál es la repuesta? – preguntó Pedro, algo ansioso.
– Señor, Martillo Noveno rechaza nuestra oferta de intensificar nuestro tratado comercial.
Pedro guardó silencio, consternado. Los gestos de gravedad de los generales eran elocuentes. Ya no quedaba alternativa.
– Hay algo más, señor – continuó el consejero -. Cuando nuestros emisarios entregaron a Eslabón Tercero a Martillo Noveno en Orilla Mos, Martillo Noveno lo mandó apresar. Se le acusó formalmente de traicionar la revolución determinista de Ciudad por haber hecho un llamamiento público al abandono de la lucha armada el mismo día de la revuelta. En el juicio, celebrado el día posterior, se afirmó que Eslabón Tercero estuvo a punto de hacer fracasar la revolución determinista al crear división y confusión entre los rebeldes. Además, se le acusó de provocar una derrota parcial, pues esa misma confusión habría sido la causa de que ese mismo día Hogar no se convirtiera en una única república determinista global. Hoy mismo ha sido fusilado.
Pedro reflexionó sobre dicho anuncio. Entonces entendió. “Martillo Noveno no quería tener cerca a un líder carismático” pensó Pedro. “Eslabón podría haber competido por el poder como nuevo líder del sector crítico. La decisión de Martillo ha sido la más lógica”. Entonces, Pedro se dirigió a todos los presentes.
– Señores, el asesinato de un prisionero de Montes Tarao por parte de la República Determinista de Río Mos supone una ruptura unilateral de nuestro pacto bilateral de no agresión. Por tanto, Montes Tarao se declara con la libertad de ir y tomar la energía que necesite allá donde se encuentre. Generales, dos terceras partes de nuestro ejército partirán mañana hacia la frontera entre Valle Pedopís y Río Mos.
13
El ejército monteño avanzaba lentamente por las extensas llanuras de Río Mos. Hasta ahora, el ejército determinista no se había enfrentado a ellos en ningún momento, ni siquiera les habían visto. Los pueblos que encontraban a su paso estaban abandonados.
En el centro del grupo, algunos tanques escoltaban a camiones que portaban máquinas generadoras. Durante el ataque a la República, esta técnica se había generalizado como manera eficiente de que cada batallón dispusiera de su propio abastecimiento de alimentos e incluso refuerzos. Al hacer innecesario el establecimiento de rutas que abastecieran a cada batallón periódicamente, la libertad de movimientos de la tropa mejoraba sensiblemente.
El ejército se dirigía hacia la presa del Precipicio Mos, primer gran objetivo estratégico del ejército monteño en Río Mos. Se trataba, de hecho, de una de las mayores centrales hidroeléctricas de Hogar. Ante la importancia del enclave, se esperaba en sus cercanías la primera gran batalla contra el ejército determinista. Los soldados monteños, ya veteranos, no se mostraban nerviosos ante el encuentro inminente, aunque sí algo ansiosos.
Una patrulla de reconocimiento se unió al grupo y se dirigió a un general.
– Señor, venimos de Precipicio Mos.
– Bien, capitán. ¿Cómo anda de fuerza el enemigo? ¿A qué nos enfrentaremos allí?
– A nada, señor. No hay soldados deterministas allí.
– ¿Cómo dice?
– Señor, han volado la presa. Parece que muy recientemente.
El general ordenó a un oficial dar una señal. A los pocos segundos, todos los vehículos del batallón frenaron en seco.
– Bien, señores. Cambio de ruta. Nos dirigimos a la presa de Rápidos Mos.
14
Los oficiales monteños observaban el gran agujero en el centro de la gran estructura de cemento, ennegrecida por la explosión. El agua fluía tranquila de uno al otro lado de la presa de Rápidos Mos. Algunas piezas metálicas, posiblemente partes del circuito de alta tensión eléctrica, flotaban en el agua.
El gesto de los oficiales mostraba una gran desolación. Un oficial de intendencia se acercó al general.
– General, nuestras reservas de alimentos se agotan. Necesitamos conectar la máquina generadora a alguna fuente de energía ya. Si no, tendremos que solicitar que se establezca de una ruta convencional de abastecimiento desde Valle Pedopís.
– ¡No diga bobadas! – respondió el general -. Nos separan mil kilómetros de la frontera con Valle Pedopís, y en todo ese recorrido no hemos tomado un solo pueblo. Para el enemigo sería muy sencillo asaltar los convoys de abastecimiento. No, la solución es otra. La voladura ha sido reciente. El enemigo observa nuestros movimientos, destruye las presas a las que nos dirigimos, y huye a esconderse para iniciar su siguiente movimiento. Debemos batirles la retirada.
El general se acercó a un oficial de comunicaciones. Tomó su radio portátil y ordenó que la aviación localizara y destruyera el comando determinista que les llevaba la delantera.
15
Los soldados monteños comían en el campamento que habían instalado a la orilla del río Mos. Siguiendo la política de preservar la simetría de sus comportamientos lo más posible, las tiendas de campaña se disponían en un círculo perfecto. Las mesas que los soldados ocupaban en aquellos momentos, hora del rancho, también se disponían de manera circular. Un soldado repartió bolsas de pipas entre todos los presentes. Entonces, todos los demás comenzaron su ingesta al unísono. Esto siempre daba lugar a un extraño espectáculo. Mientras que en todo Hogar la ingesta comunitaria de pipas daba lugar a una nube de caóticos eructos descompasados, en aquel campamento daba lugar a una secuencia de atronadores eructos completamente sincronizados como si fueran tambores. El resultado era una escena de un aspecto bastante aterrador, algo grotesca y, no obstante, muy marcial.
Todos aquellos soldados habían sido educados para que trataran de ignorar conscientemente sus divergentes influencias externas y tomaran sus decisiones tal y como las habrían tomado en el momento en que fueron copiados del modelo original. Ni siquiera se les asignaba un número distinto a cada soldado para distinguirlos pues, si cada sujeto pensaba en su propio número, diferente de los demás, podrían crearse pequeñas divergencias entre los soldados. Muchos de los soldados de ese batallón pertenecían a una hornada reciente, nacida a partir del patrón común de Acecho Segundo hacía apenas dos semanas, justo antes de abandonar Valle Pedopís. Por tanto, forzar el comportamiento simétrico, tanto en el combate como fuera de él, no resultaba muy complicado.
Los soldados percibieron levemente el sonido de aviones en vuelo. Entonces miraron expectantes hacia el cielo. Sabían que en breve serían sobrevolados por los bombarderos monteños en su ruta hacia el enemigo.
Los vítores de los soldados cuyas sillas se disponían en dirección a los aviones anunciaron a los otros la llegada. Esto desencadenó una sincronizada ola de cabezas girándose que se propagó desde dichas sillas hacia el resto de la mesa circular. Todos los soldados comenzaron a saludar a la comitiva agitando sus brazos.
Entonces, cuando los aviones sobrevolaban sus cabezas, se oyó una gran explosión. Era una bomba procedente de uno de los bombarderos.
– ¿Qué ha ocurrido? – preguntó confuso el soldado que se encontraba más cercano al punto de la explosión.
Se oyó otra explosión.
– ¡Eh! ¡Imbéciles! ¡Que somos nosotros! – gritó el soldado más cercano a esa otra explosión.
Una tercera bomba cayó a un metro de él. Con una gran deflagración, sus pedazos se esparcieron por el suelo.
– ¡Soldados, a cubierto, es una trampa! – gritó un capitán.
– ¡Traición!
Los bombarderos parecían concentrar su ataque sobre los vehículos blindados que esperaban aparcados en hileras junto al campamento monteño. En medio de las explosiones, el general se apresuró a comunicar a Pueblo Tarao la situación. Ante la gravedad de la noticia, el mismísimo Pedro se puso al habla. Cuando comprendió la crítica situación, dijo a su general:
– General, me temo que nos han colado un espía. Y lo hemos copiado diez mil veces – dijo Pedro. Entonces hizo una pausa y añadió – Pero no se preocupe, la situación está bajo control.
– ¡Señor, la situación es desesperada! – replicó el general, muy nervioso.
Al otro lado de la línea, Pedro podía oír las explosiones de las bombas.
– General, no desespere. Tras los bombarderos, pilotados por copias del traidor Sexto Rasante, mandé salir a cierta distancia a los cazabombarderos. Éstos están pilotados por copias de Acecho Segundo.
El general guardó silencio.
– General – continuó Pedro -, jamás habría puesto mi total confianza sobre un soldado que hemos copiado después de que el enemigo conociera nuestros métodos. El riesgo de infiltrados en la Academia Militar era no despreciable. No me equivoqué.
16
Al día siguiente, se construyó un inmenso patíbulo con cinco mil una horcas en la Plaza Principal de Pueblo Tarao. Todos los reos, menos uno, eran las copias de Sexto Rasante que no habían salido de misión el día anterior. El último reo, con un lugar especial en el centro de la plaza, era el consejero de seguridad de Montes Tarao.
El último pensamiento de todas las copias de Sexto Rasante fue para el momento en que tuvieron en sus manos la pistola cargada de Antipedro, y a Antipedro desarmado, sonriente, sentado en su silla. Recordaron que sus órdenes fueron siempre muy claras: debilitar el ejército monteño. “Cuando caiga el ejército monteño, acabará la guerra. Si cae Antipedro, la guerra no tiene por qué acabar” le dijo su general antes de su partida.
El último pensamiento del consejero de seguridad fue que el fracasado ataque aéreo estuvo a punto de parar una locura. Una locura que nunca debió comenzar.
17
Pedro repasaba la situación junto a sus generales.
– Señor, nunca conseguiremos tomar una ciudad o pueblo que albergue una central hidroeléctrica sin que los deterministas la hayan destruido antes. En todos los casos se ha repetido el mismo patrón: mientras pueden, mantienen sus centrales al máximo rendimiento de producción eléctrica. Entonces, en el preciso momento en que la llegada de nuestro ejército es inminente, vuelan la presa, abandonan el pueblo y emprenden la huída.
– Por otro lado – intervino otro general –, recientemente hemos observado que el enemigo comienza a plantarnos cara de manera puntual. Pequeños comandos enemigos han tratado de asaltar nuestros convoys, hasta ahora sin éxito. Parece que en todos los casos su objetivo principal es alcanzar algún camión que transporte alguna de nuestras máquinas generadoras. He de decir que están muy bien informados acerca de dónde llevamos en cada momento nuestras máquinas.
Los generales mostraron su consternación. El reciente episodio de espionaje había puesto en entredicho todo su protocolo de seguridad. Inevitablemente, todos los presentes se miraban y trataban con cierto recelo.
– ¿Nuestras máquinas generadoras? – se preguntó otro – ¿Para qué? ¿Para destruirlas? Un regimiento cuya máquina fuera destruida por el enemigo podría recibir otra nueva si uno de nuestros aviones la lanzara en paracaídas cerca de su posición, incluso si el regimiento se hubiera adentrado mucho en el frente. ¿Para robárnoslas? Ellos tienen las suyas propias, y al igual que nosotros pueden hacer nuevas copias… Así que, ¿para qué las quieren?
– Nuestras máquinas generadoras no sólo sirven para generar a Pedro Martínez con diecisiete años y a todos los alimentos disponibles en Hogar. Además, nuestras máquinas son las únicas que permiten generar a Acecho Segundo – respondió otro -. Por tanto, sospecho que su objetivo es poder estudiar con detenimiento el modelo de Acecho Segundo. Dado que en la batalla se enfrentan a un solo enemigo, desean conocerlo en detalle.
Aquella posibilidad era muy real. Tanto los republicanos como los deterministas habían enviado algunos reducidos grupos de asalto contra pequeños retenes de soldados monteños ubicados en pueblos poco estratégicos. Su objetivo era capturar con vida a algunos Acecho Segundo para llevarlos ante su servicio de inteligencia e investigar a fondo su comportamiento. No obstante, Acecho Segundo estaba entrenado para que, si era capturado, modificase su comportamiento habitual. Para cada acción para la que contemplase varias alternativas factibles, no escogía sistemáticamente la que estimase como más apropiada, sino que elegía alguna de las alternativas según algún criterio arbitrario, por ejemplo en función del color de las paredes, qué número de minuto fuera, o lo primero que se le ocurriera. Todos los soldados capturados seguían comportándose igual entre sí ante situaciones iguales pues, ante entornos idénticos, a todos se les ocurrían los mismos criterios arbitrarios para alterar su comportamiento normal. No obstante, dicha manera de comportarse no era la que seguirían en el campo de batalla. Finalmente los enemigos se percataron de que, por algún motivo, los prisioneros capturados no les servían para estudiar el verdadero comportamiento de Acecho Segundo.
– Lo que necesitan es capturar una de nuestras máquinas y generar a Acecho Segundo haciéndole creer que está entre los suyos, para que así no modifique su comportamiento. Si consiguen una máquina, se disfrazarán de nosotros, le generarán, y le someterán a situaciones de combate ficticias. Así podrán observarlo con detenimiento y anticiparse a sus decisiones en el campo de batalla real.
Pedro observaba preocupado la situación. Realmente existía la posibilidad de que los deterministas acabaran consiguiéndolo. En ese caso, Acecho Segundo dejaría de ser el soldado perfecto para luchar contra el enemigo.
18
– Este lugar es muy tranquilo y todos me tratan muy bien – dijo Distinto Único -. Lo que no comprendo es por qué la gente me mira con extrañeza al presentarme con mi rango y no con mi nombre. Los demás militares también se presentan con sus rangos y a nadie le extraña.
– No les hagas caso, te tienen envidia – respondió Pedro.
– ¿Qué era eso tan importante que tenías que decirme?
– Hemos entrado en guerra.
Hubo unos segundos de silencio.
– Entonces la lucha contra el pedrismo mundial ha comenzado por fin.
– Así es – dijo Pedro -. Los soldados de los que disponemos actualmente son eficientes y patriotas, pero tenemos sospechas de que en cualquier momento una maniobra del enemigo podría provocar que estos soldados ya no resultasen útiles. Por eso tenemos que estar preparados para que tú los sustituyas si llegase ese momento.
– ¿Yo?
– Muchísimas copias tuyas.
– Entiendo. Tomaremos un plano mío con la máquina generadora.
– Así es. En el momento de tomar el plano estarás completamente equipado para el combate. Así, al generar cada copia tuya, dicha copia estará preparada para actuar inmediatamente.
Ambos hicieron los preparativos para la toma del plano. Montaron el tomador de planos hecho con los clips pisapapeles y los envoltorios de yogur. Después Pedro ayudó al otro a ponerse el uniforme de campaña y las armas reglamentarias.
– Vale, estoy preparado.
– Debes ser consciente – aclaró Pedro – de que cada copia tuya podría ser generada en un momento diferente de la guerra. Puede ser que, inmediatamente después de tomar el plano, pases a encontrarte en algún momento futuro, donde ya haya pasado mucho tiempo desde el comienzo de la guerra.
– ¿Sentiré de repente que salto a otro lugar y otro momento?
– Como sabes, el individuo con el que estoy hablando ahora no se va a mover del sitio en cuanto tomemos el plano. No obstante, dado que cada nuevo individuo será creado con un cerebro idéntico al que tienes ahora, incluyendo los recuerdos a corto y largo plazo que tienes exactamente ahora, dicho individuo creerá haber pasado del lugar que ocupas ahora mismo al campo de batalla en un instante. Digamos que la mayoría de los individuos que crean haber tenido esta conversación conmigo van a viajar a otro lugar…
– Comprendo. Vamos allá.
Entonces Pedro activó el mecanismo.
– Ya está – anunció Pedro tras unos segundos de espera. Entonces se acercó al otro y le abrazó.
– Bueno, parece que sigo aquí – dijo el otro.
– Sí… Acabas de hacer un sacrificio por la patria… Un inmenso sacrifico – dijo mientras ayudaba al otro a quitarse el uniforme -. Ahora hablaremos. Tengo muchas cosas que explicarte.
19
En cada reunión con su estado mayor, Pedro no podía ocultar su preocupación de que en algún momento la utilización de Acecho Segundo pudiera resultar inadecuada. Todo su ejército estaba formado por dicho soldado. No sólo se trataba de un extraordinario soldado, sino que la coordinación y sincronización derivadas de utilizar un único soldado suponían una ventaja fundamental a la que no deseaba renunciar. No le agradaba la posibilidad de que los deterministas acabaran capturando uno de sus modelos y analizaran todo su comportamiento. Por eso, se había preparado ante tal eventualidad. Sin embargo, mientras los acontecimientos no le forzaran a cambiar, su ejército seguiría estando formado sólo por Acecho Segundo. Las máquinas generadoras seguirían produciendo únicamente a Acecho Segundo.
No obstante, tras un mes de continuos ataques a los convoys monteños, el ejército determinista finalmente tuvo éxito en su misión, si bien de una manera inesperada. Un avión de carga que trasladaba una máquina generadora con destino a un regimiento monteño en el frente fue abatido por un disparo de artillería del ejército determinista. El ejército determinista alcanzó los restos del avión siniestrado a pocos kilómetros de la localidad de Presa Mos. La máquina generadora, muy bien protegida por su embalaje, se encontraba en buen estado a pesar del impacto. Los soldados la condujeron al pueblo. Ante la noticia de la captura, algunos altos mandos deterministas partieron hacia Presa Mos.
La mayor parte de los habitantes de la pequeña localidad de Presa Mos eran empleados de su gran central hidroeléctrica. Las casas de los habitantes del pueblo se distribuían a ambos lados de la presa en un territorio escarpado. Una única carretera serpenteante comunicaba la localidad con el exterior.
Cuando Pedro conoció la noticia del robo de la máquina, protestó furioso por el descontrolado uso que hacía su ejército de las máquinas generadoras en el frente. Aunque inicialmente este uso había servido para favorecer la movilidad de la tropa, en última instancia dicha práctica se había generalizado ostensiblemente, lo que había desembocado en un gran riesgo para la seguridad. Durante los días siguientes, Pedro purgó con dureza algunos mandos de su ejército. Después, en una reunión de urgencia, Pedro discutió con sus generales si en adelante el ejército debería generar a otro soldado distinto de Acecho Segundo. Dado el inmenso número de soldados Acecho Segundo desplegados en aquel momento a lo largo de todo el frente, así como la ventaja en la coordinación que suponía seguir utilizando un único modelo de soldado, cambiar de modelo en aquel mismo momento podría resultar catastrófico. Por tanto, Pedro decidió que, al menos de momento, la producción de Acecho Segundo continuaría inalterada. Quizás algo más adelante habría que considerar otra opción.
Un día después del siniestro, Pedro ordenó a su aviación que bombardeara Presa Mos. El número de bombarderos monteños disponibles se había reducido considerablemente tras el reciente sabotaje de Sexto Rasante, si bien los efectivos eran suficientes para bombardear una pequeña localidad. Los bombardeos se concentraron en atacar la carretera de acceso y las casas de la población. Al cabo de una semana de ataques continuos, las bajas humanas entre sus habitantes fueron considerables, reduciéndose la población total a la tercera parte. Como era habitual en los ataques monteños, los bombardeos no atacaron la central hidroeléctrica. Esto provocó que el resto de habitantes se trasladara de manera permanente a la propia central.
Mientras tanto, los mandos y especialistas deterministas llegados desde Orilla Mos examinaban la máquina generadora en una cueva ubicada cerca de la central. Generaron a Acecho Segundo y analizaron su comportamiento. Una y otra vez lo generaban, lo examinaban hasta ponerle en situaciones extremas, y acto seguido lo eliminaban para volver a empezar. Los especialistas no dejaban de hacer anotaciones. Diariamente enviaban por radio un nuevo informe a Orilla Mos.
A pesar de los bombardeos y de encontrarse completamente aislados, los deterministas se encontraban razonablemente seguros en Presa Mos. De todas las centrales hidroeléctricas de su territorio, ésta era una de las más difíciles de atacar debido al escarpado territorio colindante. Esto la convertía en objetivo poco apropiado para los monteños. A su vez, la disponibilidad de energía propia y de la recientemente sustraída máquina generadora garantizaba el abastecimiento de alimentos a sus habitantes. Por otro lado, la producción energética de la central seguía resultando útil a todo el país, pues los bombardeos no habían destruido los cables de alta tensión enterrados que partían desde el pueblo hacia el exterior. Sin embargo, dicha aportación se había resentido considerablemente desde el bombardeo. La falta de mano de obra había desembocado en una infrautilización de la estructura y en un inadecuado mantenimiento, lo que había mermado considerablemente la producción diaria de energía de la central.
Mientras tanto, los monteños siguieron acosando otras localidades deterministas donde se ubicaban centrales hidroeléctricas. Una y otra vez, los deterministas volaron las presas antes de que los monteños las alcanzaran. En una ocasión, el ataque simultáneo de los monteños a tres presas ubicadas en alturas diferentes del mismo río provocó que, tras las respectivas explosiones, el caudal del río se desbordara hasta el punto de llevarse a su paso algunas ciudades deterministas ubicadas en su orilla. Los deterministas se preguntaron durante semanas si la acción había sido coordinada a propósito por los nopedristas para causar dicho efecto o bien había sido una casualidad.
El acoso sistemático de los nopedristas a la infraestructura energética de Río Mos provocó que por primera vez su populosa capital, Orilla Mos, sufriera desabastecimiento energético. Entonces los mandos deterministas enviaron la orden de que todas las centrales que siguieran en pie deberían incrementar su producción como fuera.
En respuesta a la orden, los mandos en la incomunicada Presa Mos decidieron utilizar la máquina generadora en su poder para producir nuevos ciudadanos de diecisiete años. Éstos se ocuparían en adelante de las tareas de mantenimiento de la central que requerían menos cualificación. Así, el resto de extenuados empleados podrían ocuparse de otras actividades más especializadas. En unos días, la población de Presa Mos se triplicó. En un mes, la producción energética de la planta prácticamente había regresado a los niveles anteriores al ataque.
20
Un empleado adolescente de la central hidroeléctrica de Presa Mos recordaba secretamente el comienzo de su partida.
Fue aquel día, en casa de Gómez. ¿Cuántos días de verdad habrían pasado desde entonces? Quizás hubieran pasado sólo unas pocas horas o unos pocos minutos. No había forma de saberlo.
Sólo recordaba que en un simple instante pasó de encontrarse en medio del salón de Gómez a percibir la pantalla de presentación del juego. Su primera reacción fue la de gritar “¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder!”. Entonces se iluminaron unas letras en medio de aquella oscura sala. Estas mostraban un sugerente mensaje: “Bienvenido a α Cas, el nuevo juego de simulación bélica de Producciones de Software Gómez S.L.”.
A continuación, un texto de brillantes colores describía el objetivo del juego. Así, el chico descubrió que en realidad estaba participando en un sofisticado juego de realidad virtual diseñado por Gómez en el que el objetivo era infiltrarse en las filas enemigas para tomar el control de una presa. Se trataba de un juego on-line en el que colaboraría con otros jugadores en dicho objetivo. Al tratarse de la versión beta del juego, todos los jugadores se mostrarían físicamente como su primer jugador, Pedro Martínez, si bien esto sería corregido en versiones posteriores.
Los jugadores deberían obedecer al pie de la letra al misterioso grupo en el que se infiltrarían, llamado los deterministas. Entonces, todos esperarían una señal para levantarse contra dicho grupo y tomar el control de la presa sin destruirla. La señal sería simple: un avión del bando de los buenos sobrevolaría las instalaciones con una bandera de color azul. Entonces, todos iniciarían simultáneamente el ataque.
El juego pedía valor a los participantes. “Cada uno de vosotros contará con siete vidas, así que no debéis temer a las dificultades que se os
presenten. No obstante, no perdáis vidas a la ligera, pues al final del juego las vidas sobrantes sumarán puntos extra. Aquellos de vosotros que pierdan todas sus vidas quedarán eliminados y saldrán del juego. Recordad que las sensaciones percibidas en el juego serán muy realistas. No obstante, no os dejéis engañar. Es sólo un juego”.
Finalmente, las instrucciones del juego exhortaban a memorizar una serie de frases que el jugador debería pronunciar convincentemente nada más comenzar la partida. Si estas frases no se pronunciaban idénticamente o con una entonación equivocada, entonces serían descubiertos por el enemigo y perderían todas las vidas.
La primera frase era la siguiente: “¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder!”. Después venían otras.
Mientras transportaba unas cajas con una carretilla, el chico recordaba divertido el complejo argumento que ambientaba aquel mundo virtual. A lo largo de los últimos días había tenido oportunidad de descubrirlo conversando con los deterministas, que eran los personajes del juego simulados por la inteligencia artificial. El realismo de las sensaciones que sentía en aquel mundo le llegó a hacer dudar en algún momento de que realmente se encontrara dentro de un videojuego. No obstante, las deficiencias de simulación gráfica que descubrió le convencieron finalmente de ello. Entre ellas destacaba el hecho de que todos los personajes fueran físicamente idénticos a él. La vagancia y desidia de los diseñadores gráficos, llegando incluso a forzar un extraño requiebro argumental para justificar dicho entorno de seres idénticos (aquella increíble historia sobre las “máquinas generadoras”) era sorprendente. A esto había que añadir la obviamente mala simulación de cómo sería él físicamente con más edad (tomada sin duda de su tío Ramón) o el hecho de que el paisaje fuera completamente yermo y los diseñadores no se hubieran molestado en simular ni una brizna de hierba ni un pájaro ni nada por el estilo. La decoración de aquel mundo virtual era realmente muy pobre. A pesar de estos errores clamorosos, sentenció que los diseñadores habían hecho un trabajo aceptable.
El chico dejó las patas traseras de la carretilla en el suelo para descansar. Entonces oyó el ruido de un avión. Miró hacia el cielo y allí estaba. El avión con la bandera azul. El chico miró a otro jugador y le guiñó el ojo divertido. ¡Había llegado el momento!
Todos los chicos comenzaron a correr al unísono hacia la presa. Los sorprendidos soldados deterministas, en abrumadora inferioridad numérica, dispararon a la marea humana. Unos pocos chicos cayeron abatidos. No obstante, esto no parecía asustar a los que venían detrás. “Mirad, ése ha perdido una vida” gritaban algunos chicos mientras saltaban por encima de sus compañeros muertos. Los soldados no lograban comprender el significado de aquellas extrañas palabras. Aturdidos ante semejante ataque de chicos desarmados pero sorprendentemente valientes, los soldados fueron finalmente alcanzados por la marea de chicos. Éstos levantaron en volandas a los soldados deterministas y los tiraron uno a uno al río. Al cabo de un cuarto de hora, ya no quedaba un solo soldado en la central.
Entonces los chicos comenzaron a gritar “¡Victoria!”.
El avión de la bandera azul hizo una nueva pasada, y esta vez algunos hombres saltaron de él en paracaídas. Tras aterrizar con suavidad sobre la presa, los recién llegados se dirigieron al grupo de chicos.
“Muy bien hecho, chicos. ¡Nivel 1 superado!” gritó el hombre mientras levantaba un puño.
Los chicos respondieron con vítores y gritos de júbilo.
“¡Ahora, lanzaros al río para teletransportaros al nivel 2!”.
Los chicos comenzaron a tirarse desde lo alto de la presa. “¡Justo como en Anikilator III, el videojuego!” pensaba cada uno de ellos. Felices, muchos gritaban consignas mientras caían.
Cuando ya no quedaba ninguno, el hombre hizo una llamada por radio “Mi general, la operación ha sido completada con éxito. Ya no quedan ni deterministas ni especímenes. La central ya es nuestra”.
“Buen trabajo, sargento” fue la respuesta.
21
El capitán determinista se presentó ante su coronel. Después habló.
– Señor, los soldados nopedristas no se comportan en el campo de batalla como indican los informes del experimento del sujeto de Presa Mos – dijo el capitán determinista a su superior.
El coronel guardaba silencio. Sin duda, aquel capitán tenía razón. Llevaba oyendo la misma apreciación durante los últimos tres días. A pesar de que los agentes de inteligencia deterministas se presentaban ante aquel sujeto como nopedristas, y se vestían como tales para que el individuo no sospechase que en realidad se encontraba ante el enemigo, sus acciones en el campo de batalla ficticio que le presentaban después no eran las que se observaban en la batalla real. Todos los que se habían enfrentado con nopedristas en el campo de batalla real corroboraban esa opinión.
Entonces el coronel habló.
– Ese sujeto… no era Acecho Segundo. No podría serlo. También nos engañaron en eso – respondió con gravedad.
– Pero señor, los interrogatorios fueron… expeditivos – dijo el capitán.
Entonces el capitán recordó que tener la posibilidad de matar al interrogado el número de veces que hicieran falta era una ventaja considerable sobre un interrogatorio convencional.
– Cuando nuestros agentes desvelaban que eran deterministas y torturaban al sujeto – añadió el capitán -, ¿cómo podría haber mentido aquel sujeto sobre su identidad? ¡Una y otra vez, en todas las condiciones imaginables, le sacamos los mismos datos! Que su rango militar es Acecho Segundo… Que fue el primero de su promoción… Que, como todos los demás soldados idénticos, en aquel momento percibía como si hubiera acabado de ser generado para entrar en combate real por primera vez… Incluso le sacamos otros detalles inesperados, como que era íntimo amigo de Antipedro Primero y que su nombre civil es Distinto Único…
– Probablemente ese tipo creía ser Acecho Segundo. Probablemente le educaron para que lo creyera realmente. Pero no lo era. ¿No es extraño que nunca nos constara que Acecho Segundo fuera un rango en lugar de un nombre?
– Entonces todos los experimentos… Todo aquel esfuerzo… fue inútil – respondió preocupado el capitán.
El coronel paró unos segundos para reflexionar. Entonces miró hacia arriba.
– No lo creo – opinó -. Quizás no sea importante saber cómo se comporta un Acecho Segundo. Quizás lo único importante sea que, en realidad, sin realizar experimento alguno, podemos averiguar cómo se comportarán muchos de ellos.
El capitán se mostró intrigado ante la respuesta del coronel. El coronel volvió a hablar.
– Tengo que hablar inmediatamente con Orilla Mos. Con el mismísimo Martillo Noveno.
22
Pedro le había explicado a Distinto Único su verdadero papel en la misión mucho antes de que ésta se llevase a cabo. Apenas unos minutos después de tomar su plano, Pedro puso a Distinto al día en todo lo que no le había contado hasta entonces, y dijo que en adelante daría órdenes para que todos le llamasen por su nombre, Distinto Único.
Distinto comprendió que, para que el plan funcionara, realmente había sido necesario que él creyera ser el tal Acecho Segundo, aquel desconocido compañero de promoción suyo, en el momento en que Pedro tomó su plano. De otro modo, las confesiones hechas por las copias procedentes de aquel plano no habrían resultado creíbles ante los deterministas.
Pedro felicitó reiteradamente a Distinto por el gran sacrificio que había hecho. Al fin y al cabo, le decía Pedro, había sido torturado y asesinado una y otra vez por la inteligencia determinista para cumplir la misión.
Secretamente, Distinto pasó las semanas siguientes estremeciéndose cuando pensaba que, justo cuando se tomó su plano, él tuvo apenas una probabilidad entre varios cientos de seguir con vida. Le podría haber tocado ser cualquiera de los otros. Realmente, el auténtico Distinto Único seguiría en aquella sala tras tomar el plano, bajo la seguridad del palacio. Sin embargo, otros cientos de Distintos habrían tenido igualmente la sensación de haber sido él justo antes de que se tomase su plano (recordarían tal cosa) y de que habían sido teletransportados desde aquel lugar seguro a otro lugar donde estarían condenados a morir bajo las torturas del enemigo.
Cada noche, Distinto soñaba con el atroz destino que habrían tenido sus otros cientos de copias. Cualquiera de ellas podría haber sido él.
Cuando Distinto todavía creía ser aquel gran soldado que Pedro le había dicho que era, se había mostrado completamente dispuesto a arriesgar su vida por el nopedrismo en el campo de batalla, es decir, a que, tras tomar su plano, fuera generado en el frente y, tras percatarse de ser una copia, se lanzase a combatir al enemigo con sus armas. Sin embargo, ser copiado precisamente para ser torturado y asesinado una y otra vez le pareció cruel y aterrador.
Distinto comenzó a sentir miedo hacia aquel hombre que le trataba como un hijo, preguntándose cómo era posible que alguien que le amaba le hubiera deparado tal destino. Un día explicó sus temores a Pedro.
– Distinto, yo nunca te haría tal cosa – replicó Pedro -. Sabía que tú seguirías allí, en aquella sala.
Distinto no se sintió convencido. Al fin y al cabo, todos los demás sintieron abandonar aquel lugar. Sentía que le podría haber tocado a él.
23
El control de Presa Mos supuso para los monteños una gran inyección de moral. La victoria fue muy celebrada en Pueblo Tarao.
En los últimos meses de la guerra, la falta de energía había provocado que las raciones de comida del rancho de los soldados fueran escasas. La tropa esperaba que esta nueva fuente de energía sirviera para mejorar esas raciones. Sin embargo, las órdenes de Pedro fueron otras: se utilizaría toda la energía adicional para generar nuevos soldados. Todos ellos, como siempre, Acecho Segundo. Pedro razonó que un gran refuerzo de soldados permitiría conquistar rápidamente Orilla Mos, lo que previsiblemente provocaría la rendición de Río Mos. Con la guerra terminada en el frente determinista y las presas de su territorio reconstruidas y bajo control monteño, ya habría tiempo para comer hasta hartarse.
La medida no fue muy popular entre la tropa. No obstante, la habilidad con la que Pedro había gestionado la toma de Presa Mos y el engaño a la inteligencia determinista hicieron que contara con el beneplácito de sus soldados.
El ejército nopedrista, muy reforzado en número, se dirigió a Orilla Mos.
24
– Como os dije, el enemigo no podía esconderse eternamente. Ahí lo tenemos.
El general monteño señaló con el dedo hacia delante. A lo lejos se erguía la gran urbe de Orilla Mos. Y estaba habitada.
– Señor, la ciudad parece mucho más grande que en los mapas. Parece que gran parte de la población se haya concentrado allí – dijo un oficial.
– Entonces, al tomar la ciudad tomaremos el país entero – respondió el general.
Las tripas del general hicieron una sonora llamada de socorro. El oficial se habría sonreído ante semejante suceso, pero recordó que su estómago solía rugir más fuerte aún que el del general.
– No se me ocurre mejor motivación para nuestros soldados – dijo el general – que decirles la más absoluta verdad: allí hay comida.
– ¿Cómo entraremos, señor?
– Con la flota de bombarderos diezmada, y la división de tanques muy tocada y con poca energía, no nos queda más opción que hacerlo por nosotros mismos, caminando.
25
Los soldados de infantería monteños corrían entre las primeras casas de Orilla Mos. Los deterministas, en número escaso, no lograban frenar su arrollador ataque. El objetivo del batallón de infantería monteño era alcanzar el río Mos y tomar el control de los puentes que lo cruzaban, a ser posible, antes de que fueran dinamitados por los deterministas. Los soldados se dividían en pequeños grupos, cada uno de los cuales recorría una calle diferente, en paralelo a las demás calles. De esta forma se minimizaba el posible impacto de una emboscada.
Entonces, cuando las calles comenzaban a iniciar su bajada hacia el río, algo les interrumpió el paso. Cortando cada una de las calles en dos, se alzaba un extraño y asimétrico muro de cemento que impedía el acceso hacia el río. No obstante, el muro que dividía cada calle incluía una pequeña abertura que parecía dejar pasar al otro lado. Conscientes de que tras cada abertura se podía esconder una trampa muy obvia, el capitán comunicó por radio a los soldados de cada calle que volaran el muro con explosivos. Así lo hicieron, pero las respuestas al capitán fueron desconcertantes. “Señor, tras el muro volado hay otro muro. Parece que han construido un laberinto, señor”.
La primera reacción del capitán fue gritar furioso “¡Un laberinto! ¡Menuda majadería!”. Después, cuando se hubo calmado, pensó “Vivimos una época de ataques a larga distancia en la que las armas pueden derribar los muros. Un laberinto no tiene ningún sentido. Parece que esos deterministas intentan burlarse de nosotros”.
El capitán contempló la posibilidad de hacer llegar los tanques para que demolieran los muros a su paso. “Las calles son muy estrechas en esa zona” pensó. “Podría ser una manera muy simple para hacernos meter los tanques en una ratonera. Los deterministas podrían alcanzar fácilmente nuestros tanques con munición anticarro. No, debe hacerlo la infantería”. La necesidad de alcanzar los puentes con rapidez le apremiaba. “Deben entrar”.
Entonces comenzó a sopesar los posibles riesgos. “Los edificios de la calle son una referencia clara. No es posible perderse, basta mirar arriba para orientarse. Y si hace falta, pueden escalar o volar cualquier muro con explosivos. Ninguna de las dos opciones requeriría más de un par de minutos de preparación”. Pensó en los propios edificios colindantes. “Habrá que mirar arriba con sumo cuidado en busca de francotiradores. Pero eso no es mucho más preocupante que en calle abierta, pues bastaría con agacharse tras los muros para refugiarse de cualquier ataque”. El capitán meneó la cabeza, incrédulo. “Un laberinto, menuda estupidez”.
Entonces se percató de un riesgo que de verdad le inquietaba. “El laberinto podría estar plagado de minas camufladas en el suelo… No obstante, el trazado debe seguir algún patrón sencillo. Los soldados y ciudadanos deterministas que deben haberlo cruzado desde hace semanas no pueden haber memorizado miles de pasillos, ni miles de posiciones de minas. Y, desde luego, no pueden llevar mapas consigo, pues bastaría capturar a uno solo de ellos para neutralizar su ventaja. La ciudad se habría paralizado por completo si el patrón del trazado no fuera trivial”.
Entonces razonó que, una vez que descubriera ese patrón, encontraría la regla que seguían las posibles trampas. Podría comunicarse fácilmente por radio con todos los grupos para que los errores de cada grupo no fueran cometidos por todos los demás. “Si algunos soldados caen por culpa de las minas, podré avisar a los demás grupos para que estén atentos. El patrón debe ser sencillo. Tiene que serlo. El número de bajas será escaso, no caeremos dos veces en la misma piedra” razonó. Ese mismo argumento aconsejaba que cada grupo penetrase por la correspondiente entrada de su calle, en lugar de reunirse todos los grupos en una misma calle y penetrar por la misma entrada. “Así se hará. Alcanzaremos el río a través del maldito laberinto” pensó.
No obstante, algo inquietaba al capitán. “Ese estúpido laberinto tiene que estar ahí por alguna razón”. No encontrar esa razón le inquietaba. Inconscientemente, agarró el brazalete NP de su uniforme con fuerza.
– Está bien – comunicó simultáneamente a todos los grupos por radio -. Entren en los laberintos en fila de a uno. El primer y último soldado de cada fila guardarán la vanguardia y retaguardia de su fila apuntando en sus respectivas direcciones, mientras que los demás estarán atentos a las ventanas de las casas en busca de francotiradores. Guarden los recodos de los pasillos con cautela, no sabemos lo que podría esperar detrás.
Cada grupo penetró en la entrada del laberinto que se abría en su correspondiente calle. Los pasillos eran angostos, por lo que entrar en filas de a uno era una absoluta necesidad. El capitán se comunicaba nervioso con cada grupo. De acuerdo a las informaciones que recibía, llegó pronto a la conclusión de que todos los recorridos eran iguales. “Dos giros a la izquierda, dos a la derecha…” contabilizaba. “Parece que los recorridos que parten de cada calle son idénticos. Es lógico, pues si memorizas el camino que parte de una de las calles, conoces todos los demás. Espero que, si hay trampas, todas estén también en el mismo sitio”. Eso era lo que más le inquietaba en ese momento.
Todos los grupos parecían moverse con sincronización perfecta entre sí, pues todos informaban sobre los mismos cruces y recodos exactamente a la vez. “Esta sincronización es la envidia de nuestros enemigos” pensó el capitán orgulloso, en un intento por tranquilizarse.
Entonces, desde su punto de control cercano al inicio de los laberintos, el capitán oyó decenas de explosiones simultáneas. Comenzó a recibir mensajes de todos sus soldados, exactamente a la vez. “¡Una mina ha matado a los primeros tres hombres de nuestra fila, señor!”. “¡Una mina ha matado a los primeros tres hombres de nuestra fila, señor!”. “¡Una mina ha matado a los primeros tres hombres de nuestra fila, señor!”. Entonces, el capitán se apresuró para enviar un mensaje simultáneo a todos los grupos. “¡Soldados! ¡Mina tras el séptimo giro a la derecha!”.
Ningún grupo se sorprendió ante el anuncio. “¡Todos lo han sufrido!” se dio cuenta el capitán, sorprendido. Entonces palideció. “¡Ahora lo entiendo! ¡Malditos deterministas!”.
– ¡Soldados! – gritó por su radio.
– ¿Sí, señor? – respondieron al unísono los supervivientes de todos los grupos.
El capitán no pudo responder, pues un cuchillo se estaba clavando en su espalda.
26
Todos los grupos de soldados se pusieron muy nerviosos ante la ausencia de comunicaciones del capitán. No obstante, las órdenes habían sido muy explícitas, así que todos decidieron continuar.
Cuatro explosiones en otros cuatro puntos redujeron cada fila a sólo cinco individuos. Las cuatro se produjeron exactamente a la vez en todos los grupos.
Finalmente, todos los grupos alcanzaron, nuevamente a la vez, su respectiva salida del laberinto. Todas las salidas confluían a una misma plataforma semicircular, muy ancha y completamente simétrica, desde la cual partía, en el centro, una estrecha escalerilla de bajada. Agazapados detrás de cada salida, los primeros miembros de cada fila acertaron a ver más allá de la estrecha escalera un puente sobre el río Mos. Una formación de soldados deterministas cruzaba el puente desde la orilla contraria, en dirección hacia ellos. Además, el primer individuo de cada fila de soldados monteños podía ver a los primeros miembros de las demás filas, agazapados tras su correspondiente salida.
“Debemos abandonar nuestro escondite y bajar la escalera rápidamente, para enfrentarnos ya abajo a esa formación. No podemos enfrentarnos desde la plataforma, pues no ofrece parapeto alguno y seríamos un blanco fácil” razonaron a la vez todos los primeros miembros de cada grupo. “Por otro lado, no podemos hacer que cada fila abandone su escondite a la vez, pues entonces se formaría un tapón en torno a esa estrecha escalera. Los soldados que aguardásemos turno para bajar seríamos un blanco fácil para esa formación determinista que se acerca” volvieron a pensar todos.
“Esa escalera está exactamente a igual distancia de todos nosotros. No hay motivos para que vaya uno en lugar de otro. Debo ser valiente y tomar la iniciativa. Seré yo” concluyeron todos. Todos a la vez hicieron una seña a todos los demás para indicar que serían ellos mismos los que iniciarían la maniobra. Entonces, se dieron cuenta del problema que suponía el que todos lo decidieran a la vez. “Está bien, alguno tiene que aceptar no ir para que este problema de sincronización se resuelva. Seré yo el que esperaré”. Todos a la vez hicieron gestos a todos los demás, en los que indicaban que aceptaban no ser ellos los que tomarían primeros la escalerilla.
Tras varios turnos de pensamiento sincronizado y señas idénticas, en los que todos se ofrecían y se dejaban de ofrecer a la vez, el grupo de soldados deterministas alcanzó la plataforma. Sus soldados se agazaparon tras un parapeto en la calle y comenzaron a lanzar granadas hacia todas las salidas de los laberintos.
Unos segundos después, un soldado determinista subió a la plataforma y comenzó a inspeccionar los cadáveres de los soldados nopedristas. Pisó con su bota una gorra con el emblema NP.
27
– Señor, esta ciudad es un infierno – dijo el general a Pedro por radio -. Los deterministas han llenado su ciudad de trampas que obligan a nuestros soldados a tomar decisiones simultáneas e incompatibles. Por toda la ciudad se aprovechan de la sincronización total de nuestros soldados para masacrarnos. Estamos sufriendo unas bajas terribles.
Al otro lado del auricular, Pedro permanecía en silencio, furioso.
El general continuó hablando.
– Podríamos tratar de fomentar ahora la divergencia de los soldados, pero no resulta sencillo. Si pedimos a algunos que sigan el protocolo que deben aplicar cuando son capturados, entonces modifican su comportamiento, pero todos lo hacen exactamente de la misma manera. Podríamos asignar un número único a cada soldado de nuestro ejército y dar órdenes diferentes según el número que se tenga, pero no estamos en condiciones de organizar tal cosa. Muchos grupos permanecen aislados, tratando de repeler los ataques deterministas que les rodean, y otros están incomunicados. Pero, señor, lo peor de todo es que, si realmente lográsemos que los soldados divergieran, necesitarían una preparación adicional para aprender a coordinarse por métodos convencionales, cosa que no han tenido que hacer nunca en combate. Y en las condiciones actuales tampoco podemos darles dicha preparación. Simplemente hemos perdido demasiados efectivos. Están acabando con nosotros.
El canal siguió en silencio. Sólo se oía el ligero zumbido de la distorsión sonora de la radio.
– ¿Señor? ¿Está usted ahí? – preguntó el general.
Unos segundos después, Pedro contestó.
– General, ordene la retirada.
28
Mientras el grueso del ejército monteño era duramente castigado en Orilla Mos, el ejército de la República comenzó a armarse al abrigo del cese del acoso monteño en ese frente.
Los republicanos empezaron a realizar pequeñas escaramuzas contra los enclaves invadidos menos defendidos. El capitán Hermano 91279127 comenzó a destacar como carismático líder. Su valor, digno del que tiene fe completa en su razón, le valió muchas condecoraciones y una fulgurante carrera hasta el puesto de general en sólo cuatro meses.
Cuando el ejército republicano se encontró con suficiente fuerza, el gobierno de la República ordenó el ataque para la liberación de Ciudad.
El número de soldados monteños de ocupación en Ciudad había descendido sensiblemente desde que Montes Tarao se embarcara en su nueva aventura en la República Determinista de Río Mos. La disminución de las raciones de comida y las noticias procedentes del frente determinista habían comenzado a minar la moral de los soldados monteños destacados en Ciudad, que llevaban meses aburriéndose y emborrachándose.
El ataque republicano comenzó en el mismo lugar en que comenzara el propio ataque monteño meses atrás. Los atacantes se concentraron en tomar la colina en la que se alzaba el barrio B.
En lo alto de la colina, un contingente monteño esperaba al invasor. El capitán al mando era un soldado que había conseguido su cargo riéndoles los chistes a los oficiales de mayor rango. Su ascenso fue muy mal visto por sus compañeros, que veían cómo otros oficiales habían conseguido su cargo jugándose la vida en el campo de batalla. Sin embargo, ellos llevaban meses sin ver el campo de batalla.
Entonces, cuando los republicanos ya iniciaban su ascenso a la colina, el capitán ordenó a sus soldados salir al encuentro de los invasores, aprovechando la ventaja de su posición más alta. Ante la mirada escéptica de sus soldados, el capitán quiso dar ejemplo y, fusil en mano, comenzó a descender la cuesta mientras llamaba al resto de los soldados a acompañarle.
“Ése es una copia de Acecho Segundo, igual que yo. De hecho, salimos del generador el mismo día” pensó un soldado, irritado.
“Eso no tiene más méritos que yo. ¿Por qué él es capitán y yo no?” pensó otro.
“Que baje él solo” pensó un tercero.
Los soldados no necesitaban hablarse para entenderse. Cuando el capitán prácticamente se encontraba encima de los republicanos, se dio cuenta de que estaba realmente solo.
Unas horas después, un soldado republicano, pedrista, sustituía la bandera NP que ondeaba sobre el Centro de Investigaciones Energéticas por la bandera P del pedrismo. Ante la amonestación a gritos de un capitán, la sustituyó obediente por la bandera de la República.
29
Consternado por sus recientes derrotas ante los deterministas y los republicanos, Pedro purgó el gobierno y sus mandos militares. Ahora que era evidente que el plan que había llevado a cabo con Distinto Único no había servido para confundir a los deterministas, o sí les había confundido pero finalmente no había servido de nada, decidió sacar a Distinto de su oscuridad pública y le puso en el gobierno, nada menos que como su mano derecha. Esto disgustó a los nuevos consejeros nombrados por Pedro, que no reconocían los méritos del chico. Pensaban que su única distinción había sido dejar que tomaran un plano de él disfrazado de soldado, y a la postre dicha acción había resultado inútil. A Distinto, que tanto pavor le había producido tal operación, le dolía que los consejeros no le reconocieran su terrible sacrificio. Pero lo que más dolía a Distinto era el rumor de que se había ganado su puesto por ser amante de Pedro. Nada más lejos de la realidad. Hasta donde sabía, Distinto pensaba que Pedro era célibe, tanto con otros como consigo mismo.
Distinto aparentó recibir su cargo de buen grado pero, en secreto, su nueva posición le aterraba. Los nuevos consejeros del gobierno estaban ávidos de poder, y Distinto sospechaba que, si Pedro muriera y él tuviera que heredar el poder de Montes Tarao, dichos consejeros no tardarían en asesinarle para ponerse ellos mismos en el poder.
Distinto descubrió pronto que, para todo lo que importaba en aquellos tiempos, que era la guerra, el gobierno era Pedro. Distinto comenzó en sentirse como una especie de pregonero de festejos, pues se pasaba el tiempo presidiendo desfiles militares y otros actos patrióticos en Pueblo Tarao mientras Pedro se enfrascaba en la estrategia militar.
Un día Pedro condujo a Distinto a las profundidades del palacio. Charlaron durante un rato en la sala de la máquina tomadora de planos.
– Distinto – dijo Pedro al cabo de un rato -, aunque no te diste cuenta, un tomador de planos tomó un plano tuyo mientras caminabas por la sala hace unos minutos. Justo ahí – dijo mientras señalaba con el dedo – hay un detector de movimiento que ha activado la toma de tu plano cuando te ha detectado. Coloqué algunos mecanismos que dispararían silenciosamente la toma de planos, y has activado ése.
Distinto se mostró muy sorprendido.
– ¿Para qué?
Pedro sonrió.
– Tengo un plan para confundir a nuestros enemigos.
Distinto se estremeció. “¡Otra vez! ¡No puede ser!” pensó aterrado Distinto.
– Voy a hacer lo siguiente – anunció Pedro -. Dentro de un rato, cuando ya no estés en la sala, transferiré el plano tuyo que acabo de captar a la máquina generadora y generaré dicho plano en el mismo lugar donde lo tomé. Al haber tomado tu plano sin que lo supieras, dicha copia tuya no sabrá que es una copia. Creerá ser el auténtico Distinto Único. Entonces explicaré a tu copia mis próximos planes de batalla y la mandaré al frente republicano para que se ponga allí al frente del ejército. Después filtraré al enemigo su posición y todas sus medidas de seguridad para que el enemigo trate de capturarle. Créeme, no perderán la oportunidad de capturar al número dos del gobierno. Para que no nos percatemos de la captura, y así sigamos confiando en que los secretos que conoce tu copia siguen a buen recaudo, imagino que duplicarán inmediatamente al capturado y liberarán una de las dos copias, si pueden incluso antes de que sepa que realmente había sido capturado. Así nos harán creer que no hubo captura o que el capturado escapó sin revelar información crítica. Pero la realidad será otra. Torturarán a la copia con la que se queden, duplicándola más veces y llevando su tortura hasta el límite de la muerte tantas veces como hagan falta, hasta que les revele nuestros planes de batalla, que serán falsos, pero que creerán ciertos al haberlos obtenido realmente del cargo político que buscaban. No será como cuando buscaban a Acecho Segundo y se encontraron contigo. Esta vez buscarán a Distinto Único y lo encontrarán. También generaré otra copia tuya más y haré lo mismo con ella en el bando determinista. Esto nos permitirá confundir a nuestros enemigos.
Distinto encolerizó.
– Pero… ¿cómo puedes hacer tal cosa? ¿Cómo puedes volver a someterme a tal sufrimiento? Maldita sea, esos individuos se sentirán yo igual que yo mismo, y recordarán la conversación anterior a que tomases mi plano exactamente igual que la recuerdo yo. ¿Por qué no podría haberme tocado a mí ser alguno de ellos? Si vas a generar dos copias mías que serán secuestradas y torturadas, ¿cuál era la probabilidad de que me tocase a mí ser el que se queda aquí? ¿Una tercera parte?
Pedro se mostró condescendiente.
– Como te expliqué la otra vez, tú seguirás aquí. De hecho, sigues aquí.
De nuevo, el argumento no convenció a Distinto.
– ¿Y por qué no haces esto contigo mismo? ¡El enemigo se creería mucho mejor esos planes si los oyera del mismísimo Antipedro Primero!
– Montes Tarao no puede tener más de un jefe del Estado. ¿Te imaginas el problema que supondría que los hubiera? Eso que dices es absurdo. Además, si yo me duplicara, ¿cuánto crees que tardarían las alimañas que tengo por consejeros en dudar la autenticidad de mí mismo como el líder original?
Distinto trató de mantener la compostura. Pedro volvió a intervenir.
– ¿No te das cuenta de que es un gran honor que me ayudes en estas misiones? ¿No te das cuenta de que no podría confiar estas misiones a nadie más?
Distinto se preguntó si aquel comentario era un cumplido.
– Este plan tuyo solo funcionará si revelo los planes de batalla que me cuentes al ser torturado, así que estás asumiendo implícitamente que soy incapaz de resistir la tortura sin hablar.
– No te preocupes, lo harás muy bien.
Enfurecido, Distinto salió de la sala.
Al pensar lo que le esperaban a sus dos copias y a las muchísimas más que salieran de ellas, las cuales podrían haber sido él mismo y de hecho recordarían haber vivido los últimos días igual que lo había vivido él, sintió pánico.
30
– ¿Qué es eso de ahí? – preguntó el soldado determinista a un compañero mientras señalaba el cauce del río.
Su compañero miró en la dirección indicada y encontró una figura humana.
– ¡Hay más detrás! – gritó otro.
El grupo entero se acercó a la orilla. Poco a poco aparecieron más figuras. Al cabo de un par de minutos, las aguas se llenaron de siluetas humanas. Cientos, quizás miles de cuerpos flotaban cabeza abajo mientras eran empujados suavemente por la corriente.
– ¡Algunos cuerpos se mueven! ¡Hay algunos vivos! – anunció un cabo.
Varios soldados se adentraron en el agua para alcanzar a los individuos que parecían vivos. Tanto los vivos como los muertos eran jovencísimos, cercanos a los diecisiete años iniciales. Todos ellos vestían los monos de trabajo de la compañía eléctrica colectiva de Presa Mos. El capitán pidió refuerzos a la base.
Uno a uno los soldados deterministas fueron sacando a los chicos que encontraban con vida, todos ellos exhaustos. Al cabo de un rato, llegaron más soldados en varios camiones y se unieron al rescate.
Un teniente se sentó junto a uno de los chicos que aparentaba encontrarse mejor.
– ¿Qué ha ocurrido aquí, muchacho? – preguntó muy intrigado.
El chico tomó aliento antes de hablar.
– ¿No… no ha funcionado el teletransporte? – respondió. Desconcertado, miró a su alrededor – ¿Estamos ya en el nivel 2?
El teniente frunció el ceño.
– ¿De qué hablas, hijo? ¿Qué teletransporte?
El chico dudó unos instantes.
– La mayoría debe haber perdido una vida en el salto… – dijo – Como mucho, nos habremos librado un centenar… No pensamos que esto sería tan duro… – dijo mientras surgían unas lágrimas en sus mejillas -. Qui… quiero salir del juego… estoy harto.
– ¿Juego? – preguntó el teniente.
– Sí… me… me pregunto en qué lugar del mapa habrán surgido los demás al perder la vida. A lo mejor han aparecido en la central otra vez… – el chico cerró los ojos -. Estoy muy cansado. ¡Quiero salir del juego…!
El teniente se detuvo unos segundos para pensar. Entonces recordó un informe que había leído hacía unos días. En él se detallaban las últimas comunicaciones de los soldados de Presa Mos antes de ser sorprendentemente derrotados.
Aunque la táctica utilizada por el ejército determinista contra los nopedristas en Orilla Mos estaba resultando extraordinariamente efectiva, lo cierto es que los mandos deterministas seguían intrigados acerca de cómo había sido posible que un grupo de chicos, muy numeroso pero completamente desarmado, hubiera encontrado el valor suficiente para enfrentarse, sin temor alguno a la muerte, a unos soldados deterministas completamente armados y equipados.
Entonces el teniente comprendió. Como a cualquier habitante de Hogar, no le costó recordar las muchas horas que pasó junto a sus videojuegos durante su adolescencia. Efectivamente, se podía engañar a aquellos chicos de esa manera.
Su primera sensación fue de rechazo hacia las técnicas sin escrúpulos de los nopedristas.
No obstante, unos segundos después reconsideró su posición.
Al fin y al cabo, sólo otro ataque suicida permitiría recuperar Presa Mos. Cualquier soldado determinista en sus cabales preferiría ser fusilado en un consejo de guerra a lanzarse en paracaídas sobre Presa Mos. Pero ellos…
Poco a poco, el rostro del teniente se iluminó.
– ¡Efectivamente, chico, has llegado al nivel 2! – exclamó el teniente con gran entusiasmo -. Pero he de decirte una cosa: habéis sido traicionados por vuestros supuestos amigos – añadió en voz baja -. ¡En realidad quisieron deshacerse de vosotros! Luego te contaré los detalles… – musitó entre dientes mientras le guiñaba un ojo.
– ¿Co… Cómo dice? – preguntó el chico mientras se pasaba las manos por los múltiples heridas y moratones de su cuerpo. Cada vez que tocaba una herida cerraba los ojos con fuerza. Todavía recordaba con pavor cómo la corriente le había empujado como a un títere contra las rocas una y otra vez.
El teniente esbozó una sonrisa.
– Es más, el desenlace del juego está cerca – añadió -. ¿No querrás abandonar ahora, verdad? ¿No querrás ser recordado por abandonar en el juego más realista creado hasta la fecha? Créeme, este juego será un clásico dentro de unos años, y todos recordarán esta primera partida…
El chico entreabrió ligeramente los ojos.
– Es más, el ganador de este nivel se llevará muchísimos puntos. ¡Nada menos que mil…!
El chico frunció el ceño. El teniente se apresuró a continuar.
– ¡Mil… millones de puntos! ¡Mil millones de puntos! ¿No querrás renunciar a batir el record, verdad?
El chico abrió un poco más los ojos.
– ¿Alguna vez has manejado una metralleta? ¿Y saltado en paracaídas? ¡Chico, ahora viene la parte emocionante! – dijo mientras ponía su mano en el hombro del chico.
El teniente se incorporó y miró a los demás.
– ¡Bienvenidos todos al nivel 2! – gritó a todos los presentes.
Mientras otros chicos sonreían cansados, los demás soldados miraron a su teniente con curiosidad.
31
Pedro se reunía en las profundidades de Villa Tarao junto al grupo de científicos. Distinto Único observaba la escena desde el fondo de la sala.
– Señores – dijo Pedro -, no sé si son conscientes de la situación actual. Los ejércitos republicano y determinista se han aliado vilmente contra Montes Tarao y han comenzado una gran contraofensiva. Nuestras reservas de energía son escasas, insuficientes para seguir manteniendo el necesario refuerzo de soldados – Pedro se estaba poniendo nervioso mientras hablaba. Sin darse cuenta, estaba elevando sensiblemente el tono de su voz. Al darse cuenta, se paró durante unos segundos, respiró hondo, y puso un tono de voz ligeramente suplicante -. Sólo una gran arma secreta como la que están desarrollando ustedes podría cambiar en este momento el curso de los acontecimientos. Señores, el fruto de sus investigaciones podría hacernos ganar la guerra. Sin embargo, nos aguarda un oscuro futuro si fracasan.
– Señor, somos conscientes del problema – respondió un científico -. Hemos hecho algunos progresos, pero las dificultades técnicas no son fáciles de salvar. Estamos trabajando en turnos triples, señor. En algunos laboratorios están trabajando simultáneamente cincuenta personas. Hemos alcanzado el máximo rendimiento posible, señor.
– No saben hasta qué punto la patria les necesita. Sinceramente, les deseo suerte.
Pedro se despidió de los científicos.
32
Tal y como Pedro había planeado, los deterministas capturaron a Distinto Único utilizando la información que el propio Pedro había ordenado que se filtrase.
Ocurrió de la siguiente manera. Durante el viaje de Distinto hacia el frente determinista a través de los abruptos territorios ocupados de Río Mos, el coche de Distinto y los otros cuatro que le escoltaban llegaron a un estrecho túnel en el que tuvieron que introducirse en fila. Entonces el primer coche del convoy se topó con unas rocas que obstruían la salida del túnel. Los coches se detuvieron y los soldados salieron rápidamente de ellos, temiendo una emboscada. No obstante no apareció ningún enemigo. Tras unos minutos de tensión, los soldados decidieron que no había peligro y se pusieron a retirar las rocas. No se percataron de que, tras la delgada pared izquierda del túnel, había una máquina tomadora de planos. Oculto al otro lado de la pared, un soldado determinista utilizó dicha máquina para tomar un plano de toda la parte trasera del tercer coche del convoy, lugar donde, según el protocolo, debía sentarse Distinto Único.
Cuando los monteños terminaron de retirar las rocas que obstruían su camino, volvieron a los coches y continuaron su camino. Ni Distinto Único ni el resto de su comitiva fueron conscientes de que, tras aquella pared del túnel, en una pequeña sala, los deterministas estaban generando en ese mismo momento su propia copia de Distinto Único junto con una parte del asiento trasero de su coche.
El que sí fue consciente de lo que había ocurrido fue dicha copia, que sintió como se teletransportaba repentinamente desde el asiento de su coche hasta una sala llena de enemigos, donde curiosamente también estaba sentado en parte del asiento de su coche. Tal y como Pedro había previsto, la inteligencia de Río Mos generó y torturó hasta la muerte a Distinto Único varias decenas de veces para extraerle todos los secretos bélicos posibles que fueran propios de su cargo.
No obstante, la información que los torturadores finalmente obtuvieron de Distinto fue diferente de la que Pedro había previsto.
Tras múltiples preguntas relativas a Antipedro Primero y a su entorno, los deterministas descubrieron algo sorprendente: Distinto Único odiaba a su líder. Odiaba ser sometido constantemente al martirio para cumplir sus retorcidos planes y odiaba no ser tenido en cuenta para nada.
Entonces los deterministas decidieron cambiar de táctica: tratarían de ganarse a Distinto Único para su causa. Evidentemente, no esperaban lograrlo con un Distinto Único al que previamente le habían amputado los brazos como parte de la tortura, así que eliminaron a dicho individuo y generaron uno nuevo al que tratarían correctamente desde el principio.
Conforme a todo lo aprendido con los Distintos torturados antes, los espías deterministas trataron de ofrecer al nuevo Distinto lo que necesitaba. Le dijeron que, si cambiaba de bando y trabajaba de manera encubierta para Orilla Mos, entonces Orilla Mos le recompensaría ofreciéndole una vida normal, sin sobresaltos, sin el temor de ser enviado constantemente a la muerte por los caprichos de un líder endiosado y ofuscado por su odio. Escucharon atentos todas sus palabras de desahogo y le describieron las maldades del régimen nopedrista.
Tras varias semanas ofreciendo a Distinto un trato muy amable y considerado, lograron que dicha copia de Distinto Único se derrumbara y cambiara de bando, uniéndose a Orilla Mos. Entonces los deterministas pidieron ayuda a Distinto.
– Te pedimos que regreses al palacio de Pueblo Tarao y permanezcas constantemente junto a Antipedro Primero – le dijeron los deterministas.
Distinto sabía que podría volver a entrar en el palacio, pues conocía los códigos y contraseñas necesarias para hacerlo. “Los soldados que me vean llegar pensarán que soy el Distinto Único que habita allí, y que debí haber salido antes del palacio”. Una vez allí, localizaría al Distinto Único original que allí vivía, y le mataría para suplantarle.
Inicialmente, a Distinto le resultó algo extraña la idea de que debería matar a otra instancia de Distinto Único. No obstante, ¿acaso no consistía toda aquella guerra en matar a otras instancias del Pedro Martínez, que al fin y al cabo era un individuo que todos habían sido también alguna vez? Por otro lado, el Distinto Único original era, en realidad, un privilegiado, pues era el único que nunca sufría con las extravagancias de Pedro. Cada vez que Pedro tomaba su plano para mandarle a la muerte de alguna manera retorcida, aquel Distinto Único siempre permanecía allí, en la comodidad del palacio. Ese privilegiado no merecía su compasión.
Los deterministas explicaron a Distinto que, después de que se librase del Distinto Único original y ocupase
su lugar, su misión sería estar constantemente junto a Pedro.
– No queremos que le mates. Si lo hicieras, conforme a la constitución de Montes Tarao, pasarías a liderar el país, pero nos consta que en menos de una semana serías asesinado por alguno de los (al menos) tres consejeros que sabemos que ansían dicho puesto. Entonces tendríamos en Montes Tarao a un nuevo líder al que ya no podríamos observar. No, tu misión no será matarle, sino observar sus decisiones y comunicárnoslas por radio.
Distinto asintió.
– Una cosa más – dijeron los espías -. Si finalmente logramos ganar la guerra, deberás evitar que se suicide o que huya. Queremos capturarle vivo.
La noche anterior a que Distinto regresara hacia Pueblo Tarao, los deterministas tomaron un nuevo plano suyo mientras dormía. A la mañana siguiente, poco después de que Distinto partiera hacia Pueblo Tarao para realizar su misión, los deterministas generaron una copia de dicho plano en la misma habitación en la que Distinto había dormido. Inconsciente de ser una copia, dicho nuevo Distinto creyó que le estaban despertando para partir hacia Pueblo Tarao, tal y como le habían indicado la noche antes. Entonces los deterministas dijeron al nuevo Distinto que, durante la noche, se había recibido de Orilla Mos la orden de que finalmente se acercarían a Antipedro Primero utilizando otro contacto menos evidente que Distinto, así que la misión prevista para Distinto había sido cancelada. Ya no tendría que partir hacia Pueblo Tarao. No obstante, tras el supuesto cambio de planes, ofrecieron a dicho Distinto la opción de que, si lo deseaba, podría seguir sirviéndoles en misiones de sabotaje contra las líneas monteñas en el frente determinista. También le dijeron que, conforme a la decisión de los mandos de Orilla Mos, no se le asignaría ninguna misión de nivel superior durante la guerra.
– Esta nueva copia de Distinto Único – se decían los espías deterministas en privado – ya no tiene expectativas de que más adelante realizará misiones más importantes. Por tanto, no tiene que fingir estar de nuestro lado a corto plazo, con la esperanza de que así le asignemos después otras misiones más importantes en las que pueda traicionarnos. Tampoco sabe que la verdadera misión importante, esa que le dijimos inicialmente que iba realizar en Pueblo Tarao, sí está siendo llevada a cabo ahora por una instancia de él anterior. Así que no tiene por qué fingir su lealtad a nuestra causa para encubrir a dicha instancia anterior, pues desconoce su existencia. Simplemente, hará lo que le pidamos en adelante sólo si realmente está de nuestro lado. Mediremos la lealtad del Distinto Único que hemos mandado a Pueblo Tarao en función de la lealtad que nos muestre este otro nuevo Distinto Único en las misiones menores que ahora le encomendemos.
La nueva copia de Distinto respondió satisfactoriamente en sus nuevas misiones.
33
El ejército determinista, prácticamente desconocido hasta su súbita aparición en Orilla Mos, comenzó su arrollador contraataque por las llanuras de Río Mos apenas dos días después de que un sorprendente ataque suicida, llevado a cabo por jovencísimos chavales de diecisiete años, le permitiera recuperar el control de Presa Mos. Los monteños, muy debilitados tras el varapalo de Orilla Mos, se batían en retirada. Algunos escuadrones monteños que cubrían la retaguardia de la retirada fueron alcanzados y aniquilados por los deterministas. Finalmente, los restos del contingente monteño cruzaron la frontera con Valle Pedopís. Los deterministas no se detuvieron allí, y cruzaron la frontera tras ellos. La consigna desde Orilla Mos era la misma que desde Ciudad, donde volvió a instalarse el gobierno de la República: Aniquilar al régimen nopedrista de Pueblo Tarao.
Mientras los republicanos cruzaban la frontera entre Risco Anikilator y Acantilado Val Hancín, los deterministas se adentraban en Valle Pedopís. Entonces, un contingente determinista de reconocimiento hizo un hallazgo fuera de lo común. Cerca de un pequeño pueblo, varios soldados anunciaron a sus oficiales que habían encontrado un gran recinto vallado que despedía un olor nauseabundo. Ante el anuncio, un capitán les acompañó para investigar su contenido. Dentro del recinto, junto a unos barracones, encontraron a unos hombres famélicos que imploraban ayuda a susurros. Se dieron cuenta de que se trataba de prisioneros pedristas. Se encontraban demasiado exhaustos y hambrientos para explicar el cometido de ese lugar, así que, tras darles algo de comida, los soldados comenzaron a investigar el recinto por ellos mismos. Inicialmente pensaron que se trataba de un campo de trabajo monteño. Poco después, al encontrar un gran horno y un complejo mecanismo, los soldados se dieron cuenta de que era algo más. Algunos soldados examinaron un extraño mecanismo conectado al horno, en medio de un olor insoportable. Al final, un soldado ingeniero se dirigió a su capitán mientras se tapaba la nariz con la manga de su uniforme.
– Capitán, creo que este lugar es una central eléctrica.
– ¿Cómo dice, soldado?
– Sí señor. Los monteños traían a los pedristas para quemarlos vivos y sacar energía de ellos.
Un soldado cercano oyó la conversación y, al descubrir el origen del olor, comenzó a vomitar. El capitán no pudo ocultar su incredulidad y horror.
– Pero, ¿cómo es posible? Para quemar una rodaja de… chopped, tengo que gastar energía, no la gano – el capitán se dio cuenta inmediatamente de que su símil no había sido muy afortunado. Como consecuencia, otros soldados se pusieron de cuclillas en el suelo y acompañaron a su compañero en sus vómitos. Los pocos que permanecían de pie estaban profundamente impresionados.
El soldado ingeniero respondió a su capitán.
– Señor, todo cuerpo es un almacén de energía. Para extraer esa energía, sólo hay que iniciar los procesos químicos adecuados. Según parece, los monteños han creado la primera central energética de biomasa en Hogar.
El capitán permaneció en silencio durante unos instantes. Después habló.
– Muchos de los soldados monteños que nos atacaron en Orilla Mos, posiblemente miles de ellos, habían sido generados recientemente. ¿Cuántos pedristas hay que quemar ahí dentro para obtener la energía necesaria para generar un nuevo soldado monteño?
El soldado ingeniero dudó durante unos instantes.
– Es difícil de saber, capitán. Cientos, quizá miles.
Después de tomar algunas fotografías para su informe, los soldados y el capitán comenzaron su regreso al campamento. Durante todo el trayecto, todos ellos permanecieron en silencio.
34
Los proyectiles de la artillería determinista estaban alcanzando, por primera vez, la mismísima Plaza Principal de Pueblo Tarao. Tras varias semanas de acoso a la capital de Montes Tarao, una gran parte de la ciudad estaba ya tomada por Río Mos, y varios retenes del diezmado ejército monteño encargado de la defensa de la ciudad habían comenzado a rendirse y entregarse al enemigo.
En el interior del palacio, ubicado en la misma plaza que estaba siendo bombardeada, Pedro se refugiaba de las explosiones junto a Distinto Único y a un grupo de soldados leales que trataban de defender el edificio. Hacía horas que no llegaban partes de ninguno de los regimientos monteños encargados de la defensa.
Con una terrible sensación de derrota, Pedro aceptó la evidencia de que su reinado había llegado a su fin. No obstante, se esforzó en mantener la compostura.
– ¡Distinto, bajemos al sótano para refugiarnos del bombardeo! – gritó Pedro para que Distinto le oyera a pesar de las explosiones.
Mientras los soldados leales seguían disparando a los atacantes a través de las ventanas del palacio, Distinto y Pedro bajaron rápidamente al sótano, la inmensa sala donde se ubicaba el tomador de planos y la máquina generadora del gobierno de Montes Tarao, única de la ciudad. Era la misma máquina que había visto nacer al propio Distinto.
– Debemos buscar más armas. Venderemos cara nuestra vida – dijo Pedro mientras rebuscaba entre los estantes de una pared, repletos de libros.
Entonces Pedro se dio la vuelta y se quedó estupefacto. Distinto le estaba apuntando con su pistola reglamentaria.
– ¿Qué estás haciendo, Distinto?
Distinto no respondió.
Secretamente, Distinto llevaba bastante rato tratando de encontrar el momento de atrapar a Pedro. Hasta entonces no había podido pues, cuando ambos estaban en la planta baja del palacio, estaban rodeados por soldados leales a Pedro. Sin embargo, ahora que estaban en el sótano, los dos estaban solos.
Pedro sintió una punzada en su corazón. No se esperaba aquella traición.
– ¿Vas a buscar un trato? – preguntó Pedro muy serio, tratando de no mostrar emoción en su tono de voz – ¿Te vas a vender a cambio de un hipotético pacto con los invasores? ¿Y si no te ofrecen nada? No seas estúpido. ¡Todavía podemos escapar! ¡Todavía podemos salir de ésta!
Distinto siguió sin hablar.
– ¿O acaso ya tienes ese trato? – preguntó finalmente Pedro.
Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto se decidió finalmente a hablar. Estaba furioso y le brillaban los ojos.
– Eres un ser odioso. Sin consultarme, me sometiste a tus planes viles y retorcidos, a planes que me llevaron a ser torturado y asesinado sin fin. Jamás consideraste mi opinión. Te convertiste en un monstruo, el peor que haya visto jamás este planeta. Pero ha llegado el momento de mi venganza. No escaparás. Ayudaré a los deterministas a hacerse contigo.
Ante la mirada atónica de Pedro, Distinto sentía toda la rabia que, hacía no mucho tiempo, había sido su miedo. En verdad, hacía tiempo que la transformación de un sentimiento al otro se
había completado. Finalizó el día en que, tras llegar a Pueblo Tarao de incógnito y esperar dos semanas a que su instancia anterior hiciera lo propio desde el frente determinista, usó su contraseña personal para entrar en palacio, se dirigió a sus aposentos y mató sin dudarlo a su propia instancia anterior. No le frenó pensar que, en cierta forma, se estaba matando a sí mismo. No le frenó recordar que aquel Distinto Único que estaba en palacio se sentía igual de aterrado que él y odiaba en secreto a Pedro igual que él. Sólo sintió que aquella instancia de sí mismo a la que estaba disparando era la privilegiada instancia a la que, por la suerte del azar, nunca le había tocado ser capturada por el enemigo. Era la instancia que no había tenido que padecer todas las atrocidades que habían padecido todas las demás, aunque estuviera igual de aterrada temiéndolas. Dicho sentimiento de injusticia fue suficiente para que disparara a su otro yo en su habitación sin mediar palabra, y después se deshiciera del cuerpo metiéndolo en una de las grandes bolsas de basura resultantes de la celebración de un banquete del Estado Mayor en la noche anterior. Tras reemplazar en secreto a su otro yo, Distinto se acercó sistemáticamente a Pedro durante las semanas siguientes, e informó a los deterministas de todos sus movimientos tal y como estaba previsto.
Aquella larga vigilancia estaba a punto de llegar a su fin aquel día, en aquel sótano. Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto miró la máquina generadora.
– Hace semanas – dijo Distinto a Pedro -, cuando todavía creías fervientemente que Montes Tarao podría remontar, comencé a observarte constantemente para asegurarme que no salieras del palacio. Enfrascado y obsesionado en la estrategia militar, no lo hiciste. También sé que no has usado la máquina para duplicarte, lo que te hubiera podido servir ahora para entregar a un doble en tu lugar. Sé que no lo has hecho porque el día que empecé a vigilarte oculté un detector en el teclado de la máquina generadora. Cuando se pulsa cualquier tecla en la máquina generadora, un dispositivo que siempre llevo conmigo me comunica instantáneamente dicha pulsación, incluso antes de que la generación provocada por dicha pulsación se complete. Así, en adelante podría saber en cada momento cada cosa que fuera generada: alimentos, Pedro Martínez con diecisiete años, Acecho Segundo, yo mismo – añadió mientras fruncía el ceño -, o incluso la propia máquina generadora. Y también cualquier objeto que fuera distinto de los anteriores. Lo he controlado todo. Siempre estuve preparado para acudir aquí si detectaba un movimiento sospechoso, pongamos por caso una duplicación de un objeto nuevo (quizás tú) o de la propia máquina generadora. Pero tal cosa nunca sucedió.
Pedro se sorprendió por la sofisticada infraestructura utilizada por Distinto para evitar su huída. Sin duda, había sido ayudado desde el exterior. ¡Maldito traidor!
Pero Pedro debía reconocer que Distinto le había ganado por la mano, pues era cierto que no había hecho nada de lo que Distinto había dicho. Ahora que el fin estaba cerca, Pedro se lamentó de no haber planificado su eventual huída con más antelación.
Los proyectiles deterministas se oían ahora mucho más cerca. Estaban impactando dentro del propio palacio.
Pedro se llevó la mano a su pistola reglamentaria, pero Distinto negó con la cabeza mientras sonreía.
– Hace tiempo que cambié las balas de tu pistola por unas de fogueo. Dispara si quieres.
Pedro abrió el cargador y comprobó que Distinto tenía razón.
Entonces Pedro se llevó lentamente la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó una libreta.
– Echa un vistazo a esto, Distinto – dijo Pedro.
Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto se acercó a Pedro para coger la libreta que le ofrecía.
Distinto comprobó que la libreta contenía diversos recordatorios de Distinto que Pedro había guardado: su partida de nacimiento en Hogar, ocurrida en aquella misma sala, el diploma militar de Destino, o incluso su nombramiento político.
Tras unos segundos, Distinto encolerizó.
– ¡No me vengas ahora con esta mierda! – dijo con la voz quebrada mientras mantenía firme el cañón en dirección hacia Pedro.
Mientras Distinto hojeaba furioso la libreta, Pedro se giró hacia la estantería y comenzó a rebuscar frenéticamente en ella.
Al igual que antes de que Distinto revelase su traición, pero esta vez por un motivo diferente, Pedro buscaba desesperadamente un arma entre los libros de la estantería. Buscaba la pistola con la que había disparado a los primeros individuos que generó con aquella máquina generadora el mismo día que la recibió hacía años, entregada voluntariamente por la República de la que entonces Montes Tarao formaba parte. Aquel lejano día, tras utilizar dicha pistola para matar a varios individuos que vinieron al mundo diciendo exactamente las mismas palabras que decían todos los demás, hubo un individuo que dijo algo distinto, el propio Distinto Único. Como recordatorio de aquel momento, aquel mismo día Pedro decidió guardar aquel arma en esa estantería.
Distinto levantó la vista y vio a Pedro buscando en la estantería. Entonces se rió socarronamente.
– ¿Qué estás buscando tan desesperadamente? ¡Ahí no hay nada más que libros polvorientos! – dijo sonriente.
Pedro se dio cuenta de que, efectivamente, no había ni rastro de la pistola. ¡No estaba! Entonces se dio la vuelta. Derrotado, vio cómo Distinto sonreía y comprendió.
Aquello era, definitivamente, el fin.
Distinto ordenó a Pedro que caminara en dirección a la salida de la sala y Pedro obedeció. Se oían enfrentamientos de soldados en la planta de arriba, dentro del palacio. Los deterministas habían entrado.
Los dos se detuvieron en la entrada del sótano, en cuyo suelo embaldosado se dibujaba una gran bandera NP. Distinto decidió esperar a que no quedasen soldados monteños vivos en las plantas superiores del palacio.
– Distinto, has ganado. Dispárame. Acabemos de una vez – dijo Pedro mientras miraba a Distinto a los ojos.
– Ni hablar. Te quieren vivo – respondió Distinto, esquivando la mirada.
Mientras ambos esperaban tensamente la llegada de los deterministas, Pedro se lamentaba de su suerte. Recordó su proyecto científico. “Si lo hubieran conseguido, si hubiera dado tiempo, habría ganado esta guerra. Me ha faltado tiempo. Sólo tiempo”.
Entonces se oyeron golpes en la puerta del sótano.
“Maldita sea, ya están aquí” pensó Pedro.
Un soldado raso determinista entró en la sala y apuntó a Pedro.
Distinto tiró su arma al suelo y levantó las manos. Sabía que sería otro prisionero más hasta que pudiera hablar con los mandos deterministas y le reconocieran sus servicios.
El soldado determinista, que llevaba mucho tiempo fantaseando sobre qué diría en una situación así, no acertó a decir nada. Otros soldados llegaron y emitieron una exclamación de asombro.
Los soldados esposaron a Pedro y a Distinto y les acompañaron fuera del búnker. Al llegar a los pasillos de palacio, Pedro observó los estragos que habían hecho las bombas sobre todo el edificio. Había agujeros por todas partes y un ala entera estaba derruida.
Al salir por la entrada principal, los soldados deterministas reaccionaron a la escena con gritos de júbilo y vítores.
35
La caída de Pedro provocó la rendición de la mayoría de los regimientos monteños que permanecían desperdigados por Montes Tarao. No obstante, una división se hizo fuerte en Villa Tarao.
Un mes después del arresto de Pedro, un avión de la República sobrevoló Villa Tarao y lanzó la primera bomba de fusión de uranio jamás creada en Hogar. Hubo cientos de miles de muertos. Cientos de edificios se desmoronaron como el papel al paso de la onda expansiva. Todos los científicos que trabajaban en laboratorio secreto de la ciudad perecieron instantáneamente. Del propio laboratorio no quedó ni una sola piedra en pie.
Al conocer el ataque a Villa Tarao, Pedro se agarró a los barrotes de su celda y gritó histérico, sin control. Al pasar varios minutos sin que cesaran sus alaridos, sus carceleros entraron en la celda y le propinaron una gran paliza.
Mientras tanto, los pocos generales monteños que permanecían en la lucha se reunían y firmaban la rendición incondicional de Montes Tarao ante la República del Hogar y la República Determinista de Río Mos.