Fin de la novela

«Pedrícese el mundo» termina en la entrada siguiente con su noveno capítulo, sus dos epílogos y los agradecimientos. Como siempre, esta última entrega también está disponible en pdf aquí.

Os recuerdo que las entradas posteriores a ésa contienen todos los capítulo anteriores (en orden inverso, claro, pues las entradas más recientes aparecen antes). Además, todos están también disponibles en pdf (primer capítulo y prefacio aquí, segundo capítulo aquí, tercer capítulo aquí, cuarto capítulo aquí, quinto capítulo aquí, sexto capítulo aquí, séptimo capítulo aquí, octavo capítulo aquí, y los anteriormente citados noveno capítulo, epílogos y agradecimientos aquí).

Espero que la novela os haya gustado, se agradecen comentarios. También se agradecen contactos con algún editor al que le pudiera interesar. 🙂

EDITO: Ahora tenéis toda la novela completa en un único fichero pdf aquí, y en epub aquí (para bajar este último, pulsad en el enlace anterior con el botón derecho, escoged «Guardar como» y, tras bajarlo, renombrad la extensión del fichero de «pdf» a «epub»). ¡Gracias a Fernando por corregir el estilo de los guiones (que en los ficheros sueltos de los capítulos es caótico), y a Luis por generar el epub!

***

Como siempre, os recuerdo también que podéis descargar todos los cuentos y entradas de este blog durante el año 2012 en un único fichero pdf aquí, y en formato odt aquí. También podéis descargarlo en formato epub aquí (pulsad con el botón derecho, «guardar como», y tras descargarlo renombradlo para sustituir la extensión «.pdf» por la extensión «.epub»). ¡Muchas gracias, Silvia!

Índice de todas las entradas del blog:

2/1/2012: La cajita, El cuento de Pululgarcito espacial, Mundo Ciénaga, La extraña semana del borracho, Tierra de adictos, Seas quien seas, La república de los inmortales; 12/1/2012: Los de la O, El cumpleaños de Nacho, El quizás de Sandra; 29/1/2012: La librería, El espía a hombros, El test de la ignorancia y la desmemoria; 12/02/2012: Está escrito en pi, Cumpliendo órdenes, La estirpe de las tejedoras; 20/02/2012: Variando La cajita: Experiencia con alumnos de 1º de la ESO; 25/02/2012: Los pacientes mirokianos, Márquez y la máquina de café, Las normas de la colonia; 6/03/2012: Redecorando un poco el blog; 12/03/2012: El gusano del metro, La sacerdotisa del oráculo de Itkar, Vuelta a la prisión; 25/03/2012: Única, Conspiración en tiempos de crisis, Nuevo testamento solipsista; 8/04/2012: El dado de la ley, Bienvenida al club, Soy el centro; 15/04/2012: El proyecto (por Ana Belén Sánchez); 26/04/2012: Continuidad, El producto, Soy todos y nadie; 7/05/2012: Marichoni te guarda el secreto, Agitando las alas de la mariposa, Dios encerrado en el castillo asintótico; 21/05/2012: El contador, Atrapado mientras quieras, Mingón y Tiantó; 3/06/2012: El protocolo, En busca del desinterés total, País de virtuosos; 17/06/2012: Mi abrigo y yo (por Alberto Villares Fernández), Privación (por Ana Belén Sánchez); 01/07/2012: Las conquistas del capitán Kuk, Conclusiones, Siempre contigo; 16/07/2012: El aroma; 23/07/2012: Edén (por Alberto Villares Fernández); 29/07/2012: Los robots no se adaptan; 5/08/2012: Las palabras privadas; 12/08/2012: La alegría del portador de estaño; 19/08/2012: No infectes a mis hijos; 26/08/2012: Ella misma; 2/09/2012: Privación 2 (por Ana Belén Sánchez); 9/09/2012: Elmaryo (por Sonia Rodríguez Garate); 16/09/2012: La humillación de Viguray; 23/09/2012: Mi mamá me mima; 30/09/2012: La opción B; 7/10/2012: De nuevo cumpliendo órdenes; 14/10/2012: Entre sueños; 21/10/2012: El imperio del valle; 28/10/2012: El factor F; 4/11/2012: Despedida completa; 11/11/2012: Angosto; 18/11/2012: El mundo del eterno amanecer y del eterno ocaso; 25/11/2012: Celdín en CeldaPasilloPatio; 2/12/2012: Fusión y explosión, Con todos los honores; 9/12/2012: Érase un hombre a un móvil pegado; 16/12/2012: Todos los caminos a la felicidad; 23/12/2012: Todos refinados, Charlando; 29/12/2012: El libro de Siseneg, el último libro, Obsesión; 29/12/2012: Adiós; 2/09/2013: Los cuentos se esparcen; 3/09/2013: Predícese el mundo: Prefacio y Capítulo I; 20/09/2014: Pedrícese el mundo: Capítulo II; 27/09/2013: Pedrícese el mundo: Capítulo III; 4/10/2013: Pedrícese el mundo: Capítulo IV; 11/10/2013: Pedrícese el mundo: Capítulo V; 18/10/2013: Pedrícese el mundo: Capítulo VI; 25/10/2013: Pedrícese el mundo: Capítulo VII; 4/11/2013: Pedrícese el mundo: Capítulo VIII; 8/11/2013: Pedrícese el mundo: Capítulo IX y Epílogos.

(Si comentas en esta entrada, por favor no desveles los argumentos de los cuentos que has leído. Para comentar argumentos, pon tus comentarios en la entrada del cuento correspondiente.)

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Pedrícese el mundo: Capítulo IX y Epílogos

CAPÍTULO IX

1

Muchos años atrás…

Los proyectiles de la artillería determinista estaban alcanzando, por primera vez, la mismísima Plaza Principal de Pueblo Tarao. Distinto y Pedro permanecían junto a varios soldados monteños leales que mantenían la posición en la planta baja del palacio.

–          ¡Bajemos al sótano para refugiarnos del bombardeo, Distinto! – gritó Pedro para que Distinto le oyera a pesar de las explosiones.

Distinto y Pedro se separaron de los soldados y bajaron rápidamente al sótano, la inmensa sala donde se ubicaba el tomador de planos y la máquina generadora.

–          Debemos buscar más armas. Venderemos cara nuestra vida – dijo Pedro mientras rebuscaba entre los estantes de una pared, repletos de libros.

Cuando Pedro se dio la vuelta, se quedó estupefacto. Distinto le estaba apuntando con su pistola reglamentaria.

–          ¿Qué estás haciendo, Distinto?

Distinto no respondió.

Secretamente, Distinto llevaba bastante rato tratando de encontrar el momento de atrapar a Pedro. Hasta entonces no había podido pues, cuando ambos estaban en la planta baja del palacio, estaban rodeados por soldados leales a Pedro. Sin embargo, ahora que estaban en el sótano, los dos estaban solos.

Pedro sintió una punzada en su corazón. No se esperaba aquella traición.

–          ¿Vas a buscar un trato? – preguntó Pedro muy serio, tratando de no mostrar emoción en su tono de voz – ¿Te vas a vender a cambio de un hipotético pacto con los invasores? ¿Y si no te ofrecen nada? No seas estúpido. ¡Todavía podemos escapar! ¡Todavía podemos salir de ésta!

Distinto permaneció callado.

–          ¿O acaso ya tienes ese trato? – preguntó finalmente Pedro.

Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto se decidió finalmente a hablar. Estaba furioso y le brillaban los ojos.

–          Eres un ser odioso. Sin consultarme, me sometiste a tus planes viles y retorcidos, a planes que me llevaron a ser torturado y asesinado sin fin. Jamás consideraste mi opinión. Te convertiste en un monstruo, el peor que haya visto jamás este planeta. Pero ha llegado el momento de mi venganza. No escaparás. Ayudaré a los deterministas a hacerse contigo.

Entonces Distinto narró a Pedro el control al que había sometido los movimientos de Pedro para evitar que huyera del palacio, así como el registro constante que había hecho de las actividades de la máquina generadora a través del detector que había escondido en su teclado, que le avisaba de cualquier pulsación en el mismo incluso antes de que la generación desencadenada por dicha pulsación se hubiera hecho efectiva. Gracias al dispositivo, Distinto sabía que Pedro no se había duplicado.

Pedro se lamentó porque aquello era, efectivamente, cierto. Sintió que debió planear su huída con mayor antelación.

Cuando Pedro se llevó la mano a su pistola reglamentaria, Distinto le explicó que hacía tiempo que él había cambiado las balas de dicha arma por balas de fogueo.

La paradoja de aquella situación es que Pedro comprendió en aquel mismo instante que existía una posibilidad de escapar de aquello sano y salvo.

2

Hasta que Distinto reveló su traición a Pedro, Pedro había creído que sería imposible escapar del enemigo sin ser capturado antes o después.

En realidad, Pedro sabía que salir de aquel edificio que tan bien conocía era fácil. En el mismo sótano en que se encontraban, había una rejilla que comunicaba directamente al alcantarillado, y desde allí se podía llegar a un callejón que había tras el palacio. No obstante Pedro sabía que, si huía del palacio, los deterministas llevarían a cabo un enorme despliegue de búsqueda por toda la ciudad para localizarle, y no sería factible escapar de una ciudad totalmente ocupada con controles militares en todas las calles. Peinar una ciudad casa por casa para encontrar a alguien sería una operación muy costosa para los ocupantes, dada la radical similitud entre todos sus vecinos. Habría que evaluar con precisión la edad ósea de cada habitante para compararla con la fecha de nacimiento, además de interrogarle acerca de datos que solo pudiera conocer el sujeto. También habría que hacer complejas comprobaciones de cicatrices y pequeñas imperfecciones de la piel adquiridas a lo largo de los años, aunque a las mismas se les podían sumar otras nuevas no registradas con el paso del tiempo. Sin duda, llevar a cabo dicha tarea con todos los habitantes que quedaban en la ciudad llevaría meses, e impedir a todos sus habitantes que abandonasen la urbe durante ese periodo sería muy caro. No obstante, si los deterministas estimaban que aquélla era la única manera de capturar al auténtico Pedro, lo harían. Por tanto, Pedro sabía que huir del palacio acabaría siendo, probablemente, inútil. No podría escapar de una ciudad sitiada que se empeñase con todas sus fuerzas en encontrarle.

Una alternativa de huída más sofisticada sería duplicarse con la máquina generadora en secreto y permitir que su copia fuera capturada mientras él huía. Si los deterministas creían haber capturado al auténtico Pedro, renunciarían a llevar a cabo su costosísima búsqueda en la ciudad.

El problema era que, después de todas las artimañas que Pedro había llevado a cabo durante la guerra con ayuda de las máquinas generadoras, y muy en particular su manera de tomar Presa Mos y sus dos intentos de engañar al enemigo con ayuda de Distinto Único, los deterministas probablemente esperarían dicha jugada. Así que simplemente no se fiarían de haber capturado al verdadero Pedro y llevarían a cabo su costoso despliegue de búsqueda en la ciudad en cualquier caso.

No obstante, la traición de Distinto cambiaba las cosas. Pedro razonó que, si un bando deseaba asegurarse de la lealtad de un posible espía, podrían utilizar una máquina generadora para hacer copias que permitieran contrastar su lealtad en toda situación posible. Cualquier servicio de espionaje competente lo hubiera hecho. Por tanto, Pedro podía contar con que los deterministas se fiarían plenamente de Distinto. Dado que Distinto había comprobado rigurosa y sistemáticamente (y acertadamente) que Pedro no se había duplicado para huir, los deterministas se evitarían su costosa búsqueda si finalmente le capturaban y Distinto confirmaba que el capturado era necesariamente auténtico.

Lo que tenía que hacer ahora Pedro era duplicarse sin que Distinto llegara a saberlo.

Pero no sería fácil. Distinto tenía aquel detector que le avisaba de cualquier utilización de la máquina. Eso, y también una pistola con la que le estaba apuntando en aquel momento.

Pero todo eso podía solucionarse.

Pedro se llevó lentamente la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó una libreta.

–          Echa un vistazo a esto, Distinto – dijo Pedro.

Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto se acercó a Pedro para coger la libreta que le ofrecía.

Distinto no se percató de que, en su camino para acercarse a coger la libreta, pisó una zona del suelo muy peculiar justo cuando alcanzó la posición de Pedro.

Pedro recordó que, pocos meses atrás, en aquel mismo lugar, él había tomado de manera encubierta un plano de Distinto Único. El propio Distinto sólo supo que Pedro había hecho tal cosa cuando él mismo se lo explicó segundos después de hacerlo. A cada copia que Pedro extrajo de Distinto a partir de dichos planos, Pedro le explicó unos planes de batalla falsos. Así, cuando después dichas copias fueran secuestradas por el enemigo en el frente, dicha información falsa les confundiría. Todo aquel plan había requerido que dichas copias no supieran que eran copias, pues solo así cada copia creería fielmente las explicaciones falsas de Pedro. Efectivamente, aquel día Distinto no supo que se estaba tomando un plano suyo. Para poder tomar dicho plano de Distinto sin que Distinto lo supiera, previamente Pedro había puesto en aquella misma sala varios mecanismos que activaban el tomador de planos de diferentes formas.

Dichos mecanismos habían permanecido en sus mismas posiciones desde aquel día, y entre ellos había algunos botones ocultos bajo algunas zonas del suelo de la sala. Una de ellas era la que Distinto había pisado mientras se acercaba a coger aquella libreta que le ofrecía Pedro en aquel momento.

Así que Distinto fue inconsciente de que, al acercase a Pedro, la máquina tomadora de planos había tomado un plano suyo. De hecho, el plano no solo incluía a Distinto, sino también a Pedro, que se encontraba en aquel momento a su lado entregándole la libreta. Pedro había planeado que él mismo debía estar también en aquel plano.

Desconocedor de todo esto, Distinto miró la libreta y comprobó que contenía diversos recordatorios de Distinto que Pedro había guardado: su partida de nacimiento en Hogar, ocurrida en aquella misma sala, el diploma militar de Destino, o incluso su nombramiento político.

Tras unos segundos, Distinto encolerizó.

–          ¡No me vengas ahora con esta mierda! – dijo con la voz quebrada mientras mantenía firme el cañón en dirección hacia Pedro.

Mientras Distinto hojeaba furioso la libreta, Pedro se giró hacia la estantería y comenzó a rebuscar frenéticamente en ella.

Al igual que antes de que Distinto revelase su traición, pero esta vez por un motivo diferente, Pedro buscaba desesperadamente un arma entre los libros de la estantería. Buscaba la pistola con la que había disparado a los primeros individuos que generó con aquella máquina generadora el mismo día que, hacía años, la recibió de la República de la que entonces Montes Tarao formaba parte. Aquel lejano día, tras utilizar dicha pistola para matar a varios individuos que vinieron al mundo diciendo exactamente las mismas palabras que decían todos los demás, hubo un individuo que dijo algo distinto, el propio Distinto Único. Como recordatorio de aquel momento, aquel mismo día Pedro decidió depositar aquel arma en esa estantería.

Distinto levantó la vista y vio a Pedro buscando en la estantería. Entonces se rió socarronamente.

–          ¿Qué estás buscando tan desesperadamente? ¡Ahí no hay nada más que libros polvorientos! – dijo sonriente.

Pedro encontró el arma.

Entonces se dio la vuelta y, para absoluta sorpresa de Distinto, le apuntó a la cabeza y disparó.

El cuerpo de Distinto se derrumbó mientras le brotaba sangre del cráneo. El arma que, de alguna manera, le había creado, había sido finalmente la que le mató.

3

Pedro se paró unos segundos para planificar el resto de su maniobra de huída.

Ahora Pedro tendría que preparar la máquina generadora para que generase una copia del plano de Distinto y de sí mismo que había tomado hacía unos segundos, y que atesoraba el momento en que Distinto apuntaba a Pedro con una pistola mientras Pedro le entregaba una libreta a Distinto. “La próxima vez que genere esa escena, no ocurrirá lo mismo” razonó Pedro. La diferencia sería que, en dicha nueva vez, su copia no encontraría la pistola escondida entre los libros, pues se la había quedado él. Por tanto, su copia no podría librarse de Distinto y quedaría prisionero hasta que llegasen los deterministas. Cuando éstos llegasen, Distinto les confirmaría que Pedro jamás se había duplicado, pues había controlado escrupulosamente la actividad de la máquina generadora. El dispositivo que llevaba Distinto en el bolsillo para controlar el uso del teclado de la máquina generadora no le avisaría de la generación de sí mismo y de Pedro, pues dicho dispositivo avisaba de cada pulsación en el teclado de la máquina, y dicha pulsación sería necesariamente anterior a la generación de la cosa generada (es decir, el propio dispositivo en el bolsillo de la copia de Distinto). Por tanto, Distinto no sabría que la máquina se había utilizado, y tampoco sabría que él era una copia. Para los deterministas, contar con una confirmación de que el Pedro capturado era auténtico, y recibir dicha confirmación por parte de un espía al leal servicio de su bando, supondría la verificación definitiva de que habían capturado al Pedro auténtico.

Así que, cuando Pedro generase dicha escena y dejase que siguiera su curso, haría creer a los deterministas que le habían capturado, y Orilla Mos no pondría a todo su ejército a realizar la costosa operación de buscarle por toda la ciudad. Con unas medidas de seguridad más relajadas, Pedro tendría por fin opciones de escapar de la ciudad.

Pedro transfirió el plano de aquella escena desde el tomador de planos a la máquina generadora, e inmediatamente después lo borró del tomador de planos pulsando uno de sus botones. “Debo borrar cualquier prueba de esta maniobra. Si encontrasen el plano de esta escena en el tomador de planos, sospecharían de mi manipulación y me buscarían sin descanso” pensó Pedro. Después levantó una baldosa en la zona del suelo que contenía el mecanismo que había activado el tomador de planos, desconectó el mecanismo, y volvió a poner la baldosa en su sitio. “Cuando genere la escena en este mismo lugar y el nuevo Distinto vuelva a pisar el suelo aquí, no quiero que vuelva a guardarse otra vez un plano de dicha escena en el tomador de planos”.

Pedro abrió la trampilla del sótano que conectaba con el alcantarillado. Entonces arrastró el cadáver del Distinto que acababa de matar con su pistola y lo lanzó por la trampilla. Después regresó a la máquina generadora. Programó la máquina para que la siguiente generación de la máquina consistiera en crear la escena de Distinto y Pedro que acababa de transferir desde el tomador de planos. Configuró la máquina para que dicha escena se generase exactamente donde el tomador de planos la había tomado, aprovechando la información de posición que dicho tomador había transferido. Para que Distinto no sospechara que él era una copia, ambos protagonistas de dicha escena no debían notar ninguna discontinuidad en su entorno en el momento de ser generados.

Entonces Pedro pulsó el botón para generar la escena. Justo cuando comenzó a surgir la luz azulada, Pedro se apresuró a pulsar otro botón de la máquina para que, justo al terminar la generación, se borrase el plano de la misma escena que se estaba generando. “Para borrar mis huellas, el plano también debe borrarse en la propia máquina generadora. Si esperase a ordenar el borrado después de que Distinto ya hubiera surgido, el dispositivo que el Distinto recién generado lleva en su bolsillo se percataría de dicha pulsación y, de nuevo, Distinto podría sospechar” razonó Pedro. No obstante, al haber pulsado justo antes de que se generase el propio Distinto, dicho dispositivo todavía no existía en el momento de la pulsación. “Bueno, en realidad, el dispositivo que está en el bolsillo del otro Distinto, que antes maté y que ahora está en el corredor al alcantarillado, sí que existe. Pero de ese dispositivo ya me ocuparé luego” pensó.

Tras producirse una luz azulada, las copias de Pedro y Distinto surgieron en la sala y continuaron la escena como si nunca se hubiera interrumpido, inconscientes de haber sido generados en aquel mismo instante.

Distinto hojeaba la libreta que le había dado Pedro, y Pedro se volvió para buscar la pistola en la estantería. Entonces Distinto levantó la vista y vio a Pedro buscando en la estantería. Se rió socarronamente.

–          ¿Qué estás buscando tan desesperadamente? ¡Ahí no hay nada más que libros polvorientos! – dijo sonriente.

Aprovechando las ráfagas de explosiones que se oían de más arriba, el otro Pedro corrió agazapado por la pared del sótano hasta la trampilla del alcantarillado sin que los otros dos se percataran de su presencia. Entonces cogió la rejilla con una mano, se agazapó dentro del conducto y, mientras permanecía agarrado a la pared con la otra mano, cerró la rejilla desde dentro. Esperó a una nueva ráfaga de explosiones y se tiró por el agujero.

Mientras tanto, el otro Pedro se dio cuenta de que, efectivamente, no había ni rastro de la pistola en la estantería. ¡No estaba!

Entonces se dio la vuelta. Derrotado, vio cómo Distinto sonreía y comprendió. “Distinto la debió encontrar cuando, según él mismo ha dicho, entró en el sótano para colocar el detector en el teclado de la máquina generadora” descubrió Pedro. ¡Maldita sea, todo su plan de escape había fallado por aquello! El maldito Distinto se le había anticipado y le había quitado su única opción de escapar de aquella situación, ganándole por la mano.

No obstante, el motivo de la sonrisa de Distinto era, en verdad, lo absurdo y desesperado que le resultaba que Pedro hubiera tratado de encontrar un arma entre todos aquellos libros viejos. Como era lógico, ahí no había nada. ¿Cómo se le habría ocurrido una idea así? A los ojos de Distinto, Pedro estaba siendo presa del pánico y la desesperación.

Sin posibilidad de escape, Pedro quedó definitivamente indefenso y prisionero de Distinto. Pedro pidió a Distinto que le matara allí mismo, pero Distinto le dijo que los deterministas querían cogerle vivo.

Un rato después, los deterministas entraron en el sótano. Detuvieron a Distinto y a Pedro, y los condujeron afuera del palacio.

Al salir por la entrada principal, los soldados deterministas respondieron a la escena con gritos de júbilo y vítores.

Aquellos Distinto y Pedro jamás fueron conscientes de ser copias.

Mientras tanto, en las profundidades de las alcantarillas, el otro Pedro despedazaba el cadáver de Distinto con ayuda de una tubería y de un cuchillo encontrado en el traje del propio Distinto. Tras desnudarle, le amputó la cabeza y las extremidades, y llenó la piel de cortes aleatorios con el cuchillo. Dedicó más de dos horas para cortar a Distinto en los pedazos más pequeños que pudo. Después machacó el dispositivo que había utilizado Distinto para registrar a distancia las pulsaciones hechas en el teclado de la máquina generadora. Finalmente, esparció los pedazos de máquina y humano en conductos diferentes del alcantarillado.

Aquel tramo de alcantarillado no permitía ir más allá a no ser que uno pudiera bucear sin respirar durante más de tres kilómetros por una tubería totalmente inundada de mierda, así que había llegado el momento de salir a la superficie. Tras despojarse de toda su ropa militar y quedarse en calzoncillos y camiseta, salió a la superficie y apareció en un pequeño callejón aledaño al propio palacio.

Tras ocultarse tras una marquesina, oyó los vítores de los deterministas en la calle cercana.

“¡Camaradas! ¡Lo han cogido! ¡Lo tienen!”

“¿Es eso cierto?”

“¡Los del servicio de inteligencia ha confirmado que es el auténtico!” gritaban jubilosos.

Algunos soldados sacaron unas botellas de coliol y se pusieron a brindar.

Pedro esperó a que, un par de horas después, todas las botellas se hubieran acabado. Entonces se unió a un grupo de maltrechos y hambrientos civiles que, tras la destrucción de sus casas por los bombardeos, habían aguantado a la intemperie las últimas semanas. Vestían con harapos, no mucho mejor que él mismo. Cruzó junto a ellos el grupo de distraídos soldados deterministas.

Varios grupos de soldados borrachos después, Pedro ya estaba fuera del distrito gubernamental de Pueblo Tarao.

4

Pedro deambuló durante años por toda la geografía de Hogar, aterrorizado ante la idea de ser descubierto. En cada pueblo al que llegaba, tomaba el primer empleo no cualificado en el que le admitieran y, cuando tenía la más mínima sospecha de que alguien podía haberle identificado (una mirada, un gesto, cualquier cosa), partía hacia otro pueblo sin despedirse de nadie.

Tras más de diez años de huída sin rumbo, se atrevió a regresar los pueblos recónditos de Montes Tarao. Allí conoció a muchísimos hombres que, hacía muchísimo tiempo, fueron Acecho Segundo. Durante la guerra hubo millones de ellos así que, a pesar de las bajas sufridas por su ejército, seguían quedando millones de ellos. Pero ya ninguno se llamaba Acecho Segundo. Todos se habían puesto nombres nuevos que les permitieran olvidar su pasado y, mucho más importante, ocultar dicho pasado a los demás.

En realidad, durante los primeros años después de la guerra, la gente les identificaba sin problemas, pues todo el mundo conocía su patrón de comportamiento a base de tanto presenciarlo todos los días. Todos ellos coincidían incluso en la manera en la que intentaban no ser reconocidos, usando las mismas estratagemas y tratando de inventarse los mismos falsos pasados. La gente se sonreía cuando un tipo les contaba haber sido un soldado republicano que había estado destinado en la ocupación de Montes Tarao en el puesto de artillero bajo las órdenes del general Hermano 91279127, y que procedía de un pequeño pueblo de Pedregal Fideuá, donde había sido mecánico antes de ser reclutado y enviado al frente. O la historia del marino mercante que se había criado en Costa Mamá y cuyo barco había sido confiscado por el ejército republicano para que trasladara a soldados sobre el río Pedopís en la reconquista de Ciudad. No obstante, tras algunos años más, las diferentes vidas de los antiguos soldados monteños les permitieron, por fin, divergir de una manera razonable. Las historias del artillero y del marino mercante derivaron en cientos de ramificaciones, variaciones y modificaciones, adornadas por cada individuo de diferentes maneras según las experiencias vitales diferenciadas de los últimos años.

Pedro reconoció a sus antiguos soldados en múltiples ocasiones en su recorrido por el paisaje rural de Montes Tarao. Incluso a pesar de los años de divergencia, seguía conociendo a aquel soldado con el que había pasado tanto tiempo durante la guerra. Durante años de encuentros fortuitos, Pedro no se atrevió a dirigir la palabra a su antiguo soldado.

No obstante, en unas pocas ocasiones, Pedro se insinuó ante tipos que él identificó sin género de dudas como sus antiguos soldados.

Aquel día, Pedro se acercó a un tipo que esperaba solo en una parada de autobús ubicada a las afueras del pueblo.

–          ¿No eres tú Acecho Segundo? – dijo Pedro.

–          No, no soy él. Está usted confundido.

–          Acecho, ¿no me reconoces?

–          No soy Acecho. Y no, no le reconozco.

–          ¿Seguro?

Ante la insistencia, el tipo se fijó con detenimiento en Pedro.

–          ¿No te recuerdo a alguien? – insistió Pedro. Entonces Pedro señaló las cicatrices de su rostro y su cuerpo -. ¿No reconoces estas cicatrices?

–          No, no las reconozco. El tipo al que usted me recuerda lleva muerto desde hace mucho tiempo.

–          ¿No eres tú el soldado que era fiel a Antipedro Primero?

–          Discúlpeme, debo continuar mi camino – dijo mientras se levantaba del banco de la parada.

Además de aquella vez, Acecho Segundo negó a Pedro en otras dos ocasiones.

5

Durante años, el Distinto Único que entregó a Pedro siguió teniendo pesadillas con él cuando se iba a dormir.

Al poco tiempo de ser detenido por los deterministas junto al propio Pedro, los mandos de inteligencia le identificaron, le asignaron una identidad falsa y le liberaron como agradecimiento por sus servicios prestados. Para la opinión pública, el Distinto Único que se escondió junto a Pedro en el palacio durante los últimos días de su régimen había muerto en el asalto de los deterministas al palacio. No obstante, bajo un total anonimato, Distinto trabajaba en una fábrica colectivizada en Orilla Mos. Esto sólo lo sabían los altos mandos de Río Mos, así como los máximos líderes de la República.

Existían otras copias de Distinto Único que también estaban libres en Hogar. Los Distinto Único que Pedro utilizó para que se hicieran pasar por Acecho Segundo y sobrevivieron a la investigación determinista permanecieron en una cárcel durante la guerra y fueron liberados poco después. Los Distinto Único que, siendo ya miembros del gobierno de Montes Tarao, Pedro generó para que los republicanos y los deterministas les capturasen o copiasen en sus respectivos frentes, así como las copias que ambos bandos generaron a partir de ellos para interrogarlas de diversas formas posibles, también permanecieron en prisión algunos meses. No obstante, cuando las potencias ganadoras decidieron cargar todos los crímenes de la guerra a Pedro, fueron liberados. Existían decenas de Distintos Únicos en Hogar, lo que hacía que su nombre resultase paradójico.

Tras algunos años, el Distinto que entregó a Pedro decidió regresar al Montes Tarao en el que se crió. Allí siguió viviendo en el anonimato. Muchas noches se despertaba asustado imaginando que Pedro le encontraba, creaba cientos de miles de copias suyas, y fusilaba a todas ellas. Cuando se despertaba aterrorizado en su camastro, miraba de reojo una silla que había frente a su cama, donde solía colocar un montón de ropa. Durante unos segundos creía que aquel montón de ropa era Pedro, que le observaba allí sentado. El desasosiego le duraba mucho después de descubrir que estaba completamente solo en su habitación. “Maldita sea, murió hace muchísimo tiempo. ¿Por qué sigo teniéndole miedo?” se preguntaba entonces Distinto.

Como tantas veces antes, Distinto se despertó sobresaltado. Su ritmo cardiaco estaba acelerado, y estaba sudando. “Era un sueño” se repitió para consolarse.

Miró el montón de ropa en la silla, y entonces el montón de ropa habló.

–          Hola, Distinto – dijo una voz.

Distinto abrió mucho los ojos. Entonces, en la penumbra, se percató de que el montón de ropa era realmente una persona. Se trataba de un hombre mayor. En una mano tenía una pistola.

–          ¿Quién…? – logró decir aterrado mientras se preguntaba si seguía soñando.

–          ¿No me reconoces?

Distinto trató de fijarse bien. Entonces localizó en aquel rostro algunas cicatrices que conocía.

–          ¡No puede ser…! – gritó en un aullido.

–          Distinto, soy yo – dijo Pedro.

–          ¿Cómo…?

Pedro tardó unos segundos en responder.

–          Durante la guerra, conocía al menos media docena de maneras de salir del palacio de Pueblo Tarao. Después de tantos años y reformas, algunas siguen siendo sirviendo también para entrar. Como sabes, allí se custodian ahora los archivos de guerra de los territorios de Montes Tarao controlados por Ríos Mos. En esos archivos se habla mucho de ti y de lo que hiciste al terminar la guerra.

–          ¿Cómo es posible que estés… vivo?

–          El día que me entregaste, justo antes de que llegasen los deterministas, tomé un plano de ambos cuando estábamos solos en el sótano del palacio. Justo después te maté, y entonces generé dicho plano para que ambos volviéramos a surgir allí. Entonces huí. El férreo control al que habías sometido mis acciones durante las semanas anteriores me sirvió para que convencieras a los deterministas de que aquel tipo era yo, el auténtico. Sólo así pude escapar de la ciudad en aquellos días dementes. Los deterministas capturaron a una copia mía. Y tú también eres una copia.

Distinto tardó un rato en asimilar semejante cantidad de aplastante información. Se le ocurrían muchas preguntas sobre lo que Pedro acababa de contarle. Pero en aquel momento tenía una pregunta más importante.

–          ¿A qué has venido? – logró preguntar en un susurro.

–          A hacer justicia – dijo Pedro mientras movía el arma con la mano.

Distinto tragó saliva.

–          Un momento, un momento… ¡Maldita sea, un momento! ¡Joder! ¿Cómo…? ¿Cómo que hacer justicia? ¡Maldito cabrón, te lo merecías! ¿Sabes por lo que me hiciste pasar? ¡Joder, para mí eras como mi padre, y tú me lo pagaste mandándome a la tortura y la muerte una y otra vez! Además, qué cojones, yo nunca te he matado a ti. Tú escapaste. ¡Así que no te he hecho nada!

–          Pero mataste a mi copia.

–          ¡Maldito cabrón! ¿Y aquello que tú me decías cuando mandabas copias mías a la muerte y a la tortura infinitas? ¿No decías que no me estabas haciendo nada a ?

–          En cualquier caso, me traicionaste.

–          ¡A ti no! ¡A tu copia!

–          Traicionaste a Montes Tarao.

–          Pero… pero… ¡maldita sea, espera! ¿No has… no has dicho que lograste escapar gracias a la información que yo daba sobre ti? ¿No has dicho que jamás habrías escapado sin mí? ¡Mi traición fue necesaria para tu liberación! ¡Fue una traición necesaria! ¡Mi traición te mandó a la muerte para que pudieras vivir!

–          Nada de eso fue a propósito. Simplemente me traicionaste.

–          Pero… pero.. ¡espera!

–          Deja de hablar, Distinto. No te esfuerces.

Agotado, Distinto permaneció en silencio.

Pedro se acercó a Distinto. Le dio un beso en la frente y le quitó la almohada de debajo de la cabeza.

Colocó la almohada sobre el pecho de Distinto, apretó la pistola contra la almohada y disparó varias veces. La almohada amortiguó parte del sonido del disparo.

Pedro se apresuró a salir del apartamento de Distinto.

6

Aunque Distinto había vivido en el anonimato desde que entregó a Pedro a los deterministas, su asesinato hizo que su historia se desvelara a la opinión pública. Al no tener que proteger más a su antiguo espía, los deterministas consideraron que su caso ya no estaba clasificado. La República tampoco vio mal que su historia se conociera entonces. El papel de Distinto en el final de la guerra recibió la máxima atención de la prensa.

Inicialmente, la investigación del asesinato apuntó a algunos grupos marginales de nopedritas nostálgicos del antiguo régimen. No obstante, dado que la traición de Distinto se había mantenido en el más absoluto secreto y nunca había trascendido, se descartó que dichos grupos hubieran tenido un móvil para matarle. Al fin y al cabo, Distinto era un antiguo cargo de su idolatrado antiguo régimen. Por tanto, pronto la investigación derivó hacia la posibilidad de que los asesinos hubieran sido pedristas descontentos con que, al terminar la guerra, se amnistiara a todos los Distinto Único. Según la hipótesis de la investigación, un grupo de pedristas habría tratado de localizar en todo Hogar a algún Distinto para tomarse su justicia por su mano. Hacía muchos años que todos los Distinto Único que quedaban vivos habían cambiado de nombre y ocultado las huellas de pasado para evitar ser rechazados. No obstante, los pedristas debieron localizar finalmente a uno de ellos, la víctima. Desconocedores de que dicho Distinto era precisamente uno que había cambiado de bando, los pedristas decidieron asesinarle. Al quedar ésta como la única hipótesis plausible disponible, finalmente fue la explicación ofrecida al mundo. Fue entonces cuando el público pudo conocer por primera vez el cambio de bando de dicho Distinto Único durante la guerra.

A muchísimos kilómetros del lugar de aquel crimen, en una lejana isla de Costa Mamá, vivía un monje pedrista que había cuidado de un muy envejecido Hermano 27351 durante su último año de vida en aquel apartado lugar. Antes de morir, Hermano solía contar al monje una y otra vez su particular interpretación de las escrituras, aquella interpretación que finalmente le condenó al ostracismo en aquella recóndita isla. Cuando, muchos años después, el monje conoció por la prensa la verdadera historia de aquel Distinto Único que había sido asesinado, rememoró lo que Hermano insistió en explicarle una y otra vez durante aquel año que convivieron juntos.

El monje recordó que Hermano 27351 había acabado en aquella isla porque, tras la muerte de Antipedro Primero, Hermano insistió ante el cónclave pedrista en que dicho individuo era el inductor de la gloria del pedrismo, es decir, el que traería la destrucción y, tras ella, el regreso a la esencia pedrista. Los demás hermanos del cónclave ya habían desechado esa idea al observar que la gloria del pedrismo no había llegado al morir Antipedro Primero. Pero Hermano insistió. Analizando el epílogo del Libro de Pedro, había descubierto que Antipedro Primero no solo sería el inductor al que se referían los capítulos anteriores del libro, sino también Gran Pedro, es decir, el Hacedor, el creador de Pedro, el creador del mundo poblado por Pedro Martínez. No llegó a dicha conclusión por la evidente coincidencia de nombres entre Antipedro Primero y el allí nombrado. No hay que olvidar que Antipedro Primero conocía cómo llamaban los pedristas al demonio, y de hecho se puso aquel nombre para provocar a los pedristas. Por el contrario, Hermano realizó dicha identificación al observar la condena a muerte de Antipedro Primero y comparar sus consecuencias con lo descrito en el epílogo del Libro de Pedro.

Identificar a Antipedro Primero con Gran Pedro había sido demasiado para los miembros del cónclave, que no tardaron en obligarle a dimitir de sus cargos políticos y en meterle en el primer barco que partiera hacia aquella isla.

Hermano 27351 era uno de los pocos pedristas que, según los documentos hacía poco desclasificados sobre la muerte de Distinto, conoció desde su puesto en el gobierno de la República la traición del propio Distinto durante el mismo final de la guerra. Por tanto, no era de extrañar que a veces Hermano dijera al joven monje que Distinto había sido una especie de inductor del inductor. Al desclasificarse y revelarse la historia de Distinto, el monje comprendió por fin a qué se refería con aquello: al traicionar y entregar a Antipedro, Distinto había permitido que Antipedro muriera, y que así se cumpliera su destino escrito en el epílogo del Libro Sagrado de Pedro. Al traicionarle y llevarle a la muerte, había hecho posible que resucitara y que finalmente se convirtiera en Gran Pedro, el creador de Pedro.

Sin embargo, había una parte del epílogo del Libro Sagrado de Pedro que Hermano no llegó nunca a descifrar. ¿Cómo podría Antipedro liberar a Gran Pedro tras su penitencia y volverle a tentar? Razonó que Antipedro podría representar una faceta maligna de Gran Pedro que volvería a tentarle, pero ¿liberarle? ¿Qué quería decir aquello?

Tampoco el monje supo nunca la respuesta a esa pregunta.

7

Muchos años después, Pedro, ya muy anciano, paseaba tranquilo por las calles de Pueblo Tarao. Su piel profundamente horadada por la edad hacía imposible que nadie le reconociera. Como era tradición en aquella época del año, todos los viandantes llevaban puestas mascarillas en la cara. Las fechas de la gripe anual se acercaban.

Entonces Pedro vio una muchedumbre que se agolpaba junto a un portal. Con gran curiosidad, se acercó para ver qué ocurría. Unos médicos trasportaban un cadáver en una camilla. “Gripe anual” dijo uno de ellos. Esto produjo varios gritos de asombro entre los presentes, pues era la primera vez que veían morir a un habitante de Hogar por la gripe anual. Los médicos tampoco podían ocultar su incredulidad.

Pedro se alejó del tumulto y siguió caminando. Tres calles más adelante, observó cómo otros médicos introducían un cadáver en una furgoneta ante la mirada de los curiosos. Algunos de los presentes comentaban nerviosos que aquél era el quinto que veían morir de aquella forma esa mañana.

Inquieto al igual que sus vecinos, Pedro se detuvo un momento a pensar. Aquello no era normal. Sin embargo, todos esos sucesos le recordaban a algo que aprendió hacía muchísimo tiempo.

Recordó algunas cosas que le enseñaron los científicos a los que, muchos años atrás, puso al frente de su sueño de crear por primera vez una mujer en Hogar. Aquellos biólogos y médicos punteros, ahora todos muertos pero no igualados desde entonces, le enseñaron, entre otras muchas cosas, que los seres vivos evolucionan más rápidamente cuando son fuertemente presionados por el entorno, pues las mutaciones que en otro caso son pequeñas ventajas pasan a decidir entre la vida o la muerte. Los demás científicos de Hogar se habían mostrado tradicionalmente poco interesados en la evolución de las especies, pues no parecía aplicarse tal cosa en Hogar: Pedro Martínez nunca cambiaría sus genes porque no se reproducía, así que las bacterias y virus que se alimentaban de él, únicos otros habitantes de Hogar, no tendrían motivo para evolucionar nunca. Pero se equivocaban: si Pedro Martínez cambiaba sus hábitos, los virus cambiarán sus genes.

Pedro se dio cuenta de que, probablemente, estaba comprendiendo el gravísimo problema que se cernía sobre Hogar en aquel momento mejor que cualquier otro habitante del planeta. Entonces razonó las consecuencias que tendría todo aquello. “Tengo que decirle a cierta persona que hemos ganado” pensó.

Con todos sus ahorros, compró un comercio muy cercano a la Plaza Principal, un taller. Ya de noche, regresó al pequeño apartamento en el que vivía solo. “Mañana será un gran día” pensó justo antes de dormirse.

Al día siguiente, Pedro se dirigió a la Plaza Principal. Por el camino pudo ver cómo los médicos transportaban decenas de cadáveres ante la mirada atónita de los curiosos.

Aquél era el día de la ejecución anual de Antipedro Primero. Como casi todos los años, la época de la gripe anual volvía a coincidir con esa fecha.

En la plaza se vendían gorras de soldado NP a modo de souvenir. Pedro se acercó a uno de los puestos de venta. Inicialmente se interesó en una gorra de Comandante en Jefe idéntica a la que él mismo llevara hacía mucho tiempo, pero luego cambió de idea. “Un cobarde no es digno de esta gorra” pensó. “Yo escapé y él se quedó allí, sacrificándose por mí”. Para aceptar su sumisión ante aquel valiente que iba a morir en unos minutos, finalmente se compró una gorra de cabo.

Se situó al fondo de la plaza, se puso la gorra, y esperó a que el condenado surgiera de la nada. Cuando por fin surgió un hombre sobre la plataforma del patíbulo, Pedro le saludó de forma que sólo el otro pudiera verle. El otro, muy sorprendido, le respondió con un gesto que se había percatado del saludo.

“Hola, compañero” pensó Pedro mientras miraba fijamente a ese hombre que estaba a punto de morir y que un día fue él. “Fui un cobarde, y mi castigo será no ver nuestra gloria. Sólo tú la verás. Has vencido. Enhorabuena”.

Cuando el otro ya colgaba de una cuerda, Pedro regresó al taller. Abrió una caja de alambres y la dejó sobre el mostrador. “Esto servirá para que se libere de las esposas cuando aquí ya no quede nadie. Aunque yo no estaré allí para verlo, de esta forma me ocuparé de liberarle” decidió. Después se quitó la gorra, y la dejó sobre la caja. “Esto llamará su atención sobre la caja y le recordará quién es, para que no se le olvide nunca. Le recordará que su supervivencia significará la victoria del nopedrismo”. Entonces salió a la calle y cerró la puerta sin echar la llave.

Al salir a la calle, se diluyó entre la masa. En el cielo había oscuros nubarrones.

 

 

EPÍLOGO I

“Pedro creó a Gran Pedro. Y entonces Gran Pedro fue tentado por Antipedro. Para purificar su alma pecadora, Gran Pedro, mortal, perfecto, murió ciento cuarenta y cuatro veces, y ciento cuarenta y cuatro veces resucitó. Al finalizar la penitencia, Antipedro liberó a Gran Pedro y le volvió a tentar. Sin embargo, Gran Pedro renegó de Antipedro, y como prueba de su victoria y gloria eternas, Gran Pedro creó a Pedro”.

El Libro Sagrado de Pedro, Epílogo.

 

 

EPÍLOGO II

1

En otro mundo y en otro tiempo…

Un hombre que algún día se llamó Nopedro salió de la Catedral Pedrítica. Allí había descubierto una horrible verdad: Pedro Martínez estaba en todo el universo. Los mensajes que se recibían en la extraña máquina que allí se escondía no daban lugar a dudas. Después de todo, los pedrizadores tenían razón. La extraña historia que hacía tanto tiempo le contara Instancia 98452 era cierta. Igual que la pedrización había triunfado en Casa, lo había hecho igualmente en el resto del universo.

Con rabia, Pedro se preguntó a sí mismo si todavía podría hacer algo para evitar todo aquello. Miró a su alrededor, esperando algún tipo de señal que le inspirara. Intuía, o deseaba intuir, que algo de todo aquel proceso se le escapaba. No obstante, las calles permanecieron en silencio. La noche seguía silenciosa. Una oscura masa de nubes se acumulaba sobre Urbe.

En aquel momento, una gota de lluvia cayó sobre Pedro. Pedro miró al cielo. Estaba empezando a llover.

“Esas nubes no dejan ver las estrellas” pensó Pedro. “Ojalá las nubes nunca me hubieran dejado ver las estrellas. Ojalá nunca hubiera escuchado el mensaje que las estrellas tenían que decirme”.

Entonces, Pedro pensó por un momento en todas aquellas estrellas que no había podido escuchar, en todas esas estrellas de las que no había recibido mensaje alguno. Súbitamente, su rostro se iluminó.

“Todos los mundos que trasmiten algo al universo envían a Pedro Martínez. Si usara esa máquina para trasmitir cualquier cosa, cualquier objeto, entonces no haría más que corroborar que aquí tampoco ha sido posible crear un ser vivo diferente a Pedro Martínez. Es decir, estaría mostrando al universo que tampoco Casa ha logrado escapar a la pedrización. Por eso nadie realiza tal trasmisión; es inútil. No obstante, no puedo afirmar nada acerca de los mundos que no trasmiten nada. No puedo asegurar que estén vacíos. No puedo afirmar que estén formados por sociedades carentes de tecnología. No puedo saber si Pedro Martínez los habita, ni tampoco si, en tal caso, sus habitantes han logrado crear seres diferentes a Pedro Martínez. Simplemente, no se comunican. Si impido que Casa se comunique, entonces Casa entrará en esa misma incertidumbre. Pasará a formar parte de los mundos sobre los que nada puede saberse. Su futuro no estará escrito. El futuro de Casa será libre”.

Pedro tomó unas granadas y se adentró en la catedral. Una vez en la bóveda, se acercó al artilugio que había en el centro de la sala. Separó de él la máquina generadora y empujó ésta fuera de la sala. Después regresó a la sala, extrajo las anillas de varias granadas y las dejó junto al artilugio que había en su centro. Entonces se apresuró para salir de allí.

Poco después oyó una explosión. Pedro siguió caminando hasta que volvió a encontrarse al aire libre. La lluvia caía con profusión. Pedro dejó que el agua le empapara.

“Ahora 567 no podrá descubrir la pedricidad del universo” decidió Pedro. “Por tanto, no se convertirá en el primer pedrizador de Casa y no fundará la pedrización. No puedo evitar que antes o después los habitantes de Casa averigüen cómo enviar o recibir planos del resto del universo. No obstante, acabo de garantizar que no podrán hacerlo hasta dentro de mucho tiempo. Hasta que ese día llegue, el proyecto de crear una mujer se desarrollará sin las trabas de la predización. Y, cuando llegue ese día, los habitantes de Casa, posiblemente ya conscientes de que un mundo diferente es posible, serán fuertes y podrán evitar caer en la pedricidad. Ese día, esos mismos habitantes serán libres para decidir mantener su conocimiento en secreto y guardar silencio ante el resto del universo” pensó.

Pedro miró a su alrededor mientras la lluvia comenzaba a calarle.

“No puedo garantizar que nada de todo esto sea posible. Quizá todo este razonamiento no es más que el fruto de mis deseos y mi imaginación. Quizá, después de todo, la historia de Casa vuelva a repetirse exactamente de la misma manera en que lo ha hecho siempre hasta ahora. Sé que este mundo no es diferente a los demás y que no conseguirá nada que no hayan conseguido otros muchos mundos antes. Sin embargo, precisamente por esa misma razón, mi única esperanza de que Casa pueda llegar a lograr la pluralidad se basa en que otros muchos mundos de hecho la hayan logrado antes y que, dado que nadie ha comunicado tal noticia al universo, tales mundos hayan mantenido dicha pluralidad en secreto. Aunque la destrucción del artilugio de aquella bóveda no implica en modo alguno que Casa vaya a lograr la pluralidad, la pluralidad sólo es posible si ese artilugio no existe. No puedo pretender que mis actos garanticen el éxito. Sólo puedo pretender que, al menos, no lo impidan. Eso bastará para que desee seguir viviendo”.

Muy excitado, Pedro comenzó a desarrollar un plan. “Cuando cree a Dos, le diré que hay otros mundos habitados en el universo, pero que esos mundos anhelan nuestras riquezas. Le diré que llegará el día en que todos esos mundos tratarán de engañarnos con falsos reclamos y que entonces deberemos ser fuertes. Le diré que deberemos evitar que nos encuentren, y que para eso deberemos mantener nuestra existencia en secreto. Le diré que, para que eso sea posible, deberemos abstenernos de enviar mensajes al espacio. Le diré…”.

Mientras llovía, Pedro se inventaba un nuevo futuro.

2

–          ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy?

–          En un mundo singular – respondió Pedro.

Con gran alegría, Pedro sintió que el futuro era incierto.

 

 

Dedico esta obra a mis padres y a mis hijos.

Dedico y agradezco esta obra a Laura, Javi y Fernando por llevar tantos años leyéndose cualquier cosa de ciencia ficción que escribo al poquísimo tiempo de escribirla, tanto esta novela desde sus mismos inicios, como un centenar de relatos cortos e intentos de relatos cortos (Javi: ¿de qué otra forma podríamos llamar a los de la adolescencia?), perdonándome mi estilo literario parco y simplista, entregándome extensos y detallados comentarios, corrigiendo tantos errores de consistencia (Fernando: que sepas que muchos de esos errores no los habrían visto ni el 1% de los lectores) y, sorprendentemente, pidiéndome siempre que les mandase más (Laura: ya sé que no te quedaba otra). Sin su entusiasmo, jamás hubiera terminado de escribir esta historia. Si uno no tiene al menos un lector, ¿para qué? Pero tener tres lectores habituales e inmediatos fue más de lo que nunca imaginé.

También agradezco a otros que descubrieron este hobby mío de escribir un poco más adelante y no dudaron en leerse esta obra para darme su útil opinión antes de hacerla pública: Cipri, Manu, Yohana, David, Pablo, Iván y Edu. ¡Gracias!

Es más, también agradezco, por la innegable inspiración prestada para la elaboración de esta novela, a Adolf Hitler, Joseph Stalin, Franklin Roosevelt, Simon Wiesenthal, Jesucristo, Judas Iscariote, Simón Pedro, Francisco Franco, Vladimir Lenin, Juan José Ibarretxe, Stephen Cook, Leonid Levin, Robert Heinlein e Isaac Asimov. Sin ellos, la historia que se narra en esta obra habría sido, sin duda, diferente.

Esta historia ha intentado tratar sobre diversos temas: la adolescencia y el pesado legado que nos deja, las golpecitos que nos llevan por un camino y no por otro, los misteriosos caminos que no escogemos, la soledad entre la muchedumbre, la uniformización por cojones, las ideologías y los pactos contra natura (o no), las crueles luchas contra nosotros mismos, la religión y sus maravillosas contradicciones, los encajes de bolillos, las cosas complejas en general (y, muy puntualmente, las NP-completas en particular; lo de P y NP iba a veces con segundas), la falsa sensación de continuidad de nuestra existencia que nos provoca nuestra memoria a corto plazo, la Historia y las historias que se repiten porque no aprendemos (o sí), y algunas cosas más. Además, la propia trama ha pretendido ser reflejo de las respectivas edades de su protagonista, madurando a la par que él: chascarrillos y sensación de desubicación adolescentes; ímpetu y rebelión juvenil; claridad de objetivos de la edad adulta; y replanteamiento de toda una vida y búsqueda de cierta trascendencia en la vejez. Respecto a la tecnología hipotética narrada en la historia, ésta ha servido de excusa para llenar el mundo de espejos, para explicar la realidad desde un absurdo (peculiar tarea, dado que falso implica cualquier cosa). Siendo esto una historia de ciencia ficción, decir que esta obra va sobre tecnología hipotética sería como decir que Moby Dick va sobre barcos. Eso sí, quiero una máquina generadora para Navidad.

Esta novela se escribió entre 2004 y 2011 (desde 2011 a 2013 me limité a dejar que una versión en papel con las últimas erratas anotadas por los lectores arriba mencionados acumulase polvo en un cajón, como si así se fueran a corregir solos). El caso es que pudiera haber estado terminada en 2005 (entonces ya tenía escrita una versión de unas 110 páginas con toda la trama principal), pero qué le vamos a hacer… Es lo que tienen los caminos.

Obra hecha pública originalmente en https://npcompleto.wordpress.com

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Pedrícese el mundo: Capítulo VIII

CAPÍTULO VIII

1

Pedro generó muchos más alimentos y comió hasta hartarse. Relajado, dedicó un rato largo a sentir el viento en su cara mientras permanecía sentado sobre la plataforma del patíbulo. A su alrededor se esparcían migas, envoltorios de yogures y cáscaras de pipas. Tras eructar un par de veces, observó la plaza que se extendía debajo de él y pensó en el misterioso hecho de que toda la ciudad estuviera vacía.

“¿Qué ocurrió?” se preguntó incrédulo. “Una ciudad bulliciosa no se abandona sin más. Debió ocurrir algún tipo de catástrofe. Pero no veo cadáveres de ningún tipo. Eso no tiene sentido…”. Miró las casas que se amontonaban alrededor de la Plaza Principal. “¿Habrá gente en otras ciudades? ¿Seré el último habitante de Hogar?».

Se dio cuenta de que ni siquiera sabía el tiempo que había pasado desde que terminó la guerra y fue ejecutado por primera vez. A juzgar por los cambios en los edificios, habían pasado muchos años, pero ¿cuántos? Entonces pensó en el segundo misterio que le intrigaba enormemente.

“¿De dónde proceden todas esas coincidencias que me han permitido sobrevivir a la horca?” se preguntó. Comenzó a repasarlas mentalmente. “Los muebles bajo el patíbulo, el alambre para liberarme de las esposas, el agujero para ascender hasta la máquina generadora… incluso una caja de granadas, un vehículo militar y una gorra de cabo NP. Es imposible que todo eso fuera una casualidad…” decidió. Se dio cuenta de que la gorra podría ser una pista importante para resolver el enigma. “Quizá un grupo de antiguos soldados leales se levantó contra la República y llevó a cabo una operación de rescate…” imaginó. “Pero, si vinieron a rescatarme, ¿por qué no se quedaron hasta que yo surgiera en el patíbulo? ¿Por qué no hay nadie aquí ni en ningún otro lugar? Si consiguieron abrir un boquete en la plataforma para acceder hasta la máquina generadora, entonces ¿por qué no se la llevaron y me generaron en otro lugar? ¿Por qué esperaron a que el circuito automático desencadenara mi generación como todos los años?”. Todo le parecía muy raro. “Además, era innecesario que surgiera sobre esa trampilla y cayera por ella mientras creía que moriría… Podrían haber atrancado la trampilla y romper el blindaje que la rodeaba. Me hubiera evitado un momento terrible…”.

Entonces pensó en el final de la guerra y en su derrota. Aunque era consciente de que eso sucedió hacía muchísimo tiempo, no podía evitar tener la sensación de que apenas habían pasado un par de meses de todo aquello. Dedicó un rato a intentar averiguar el motivo por el que su proyecto de crear una mujer no había sido posible en Hogar. De acuerdo con Hermano 27351, tampoco habría sido posible en ninguno de todos esos supuestos mundos poblados por Pedro. Decidió que, en cuanto le fuera posible, trataría de averiguar si lo que le dijo Hermano 27351 era cierto.

Después pensó en posibles razones por las que Hogar podría haber iniciado una decadencia fatal que desencadenara en el exterminio de todos sus habitantes. Primero pensó en los posibles efectos que una total descentralización podría tener en aquel mundo peculiar. Después pensó en la bomba atómica. Pedro razonó que ambos sucesos habían sido inducidos, de una manera indirecta, por él mismo. No obstante, eso no le convertiría en el inductor de la gloria del pedrismo como dijera Hermano, sino más bien en el destructor de todos los habitantes de Hogar y de todos los pedristas en particular. Nada de aquello tenía sentido.

Ni por un momento se le pasó por la cabeza que el motivo de la decadencia de Hogar pudiera ser otro distinto de los que consideró. En particular, ni tan siquiera imaginó que pudiera haber aparecido un virus mortal mutado a partir del de la gripe, cosa que, por otro lado, también habría provocado indirectamente él. La inexistencia de cadáveres consumidos hasta los propios huesos junto al patíbulo y, sobre todo, el hecho de que su cuerpo estuviera completamente sano y libre de cualquier infección, le impidieron considerar esa tercera posibilidad.

Dirigió su mirada hacia la máquina generadora. La máquina tenía adherida un circuito externo, una batería y un panel solar, todo ello construido por sus captores. El circuito activaba la máquina generadora cada año para que volviera a generarle. La energía necesaria para ello se almacenaba en la batería, y ésta se cargaba de un año al siguiente gracias a la energía captada día tras día por el panel solar. Pedro pensó en lo que la máquina generadora haría por sí sola dentro de exactamente un año, y entonces decidió que no quería que siguiera funcionando. Por un lado, no deseaba que sus sucesores siguieran sufriendo un martirio infinito, rompiéndose el cuello año tras año. Por otro lado, se dio cuenta de que tampoco quería que éstos sobrevivieran gracias a los muebles que se ubicaban bajo la trampilla o gracias a cualquier otro motivo que los salvara. Su antipedrismo había hecho que odiara profundamente la existencia de cualquier ser igual a sí mismo. Tener a su lado otro Pedro Martínez podía resultarle insufrible, pero tener junto a él a otro ser mucho más parecido, otro Antipedro Primero, le resultaría absolutamente atroz. Se incorporó y se acercó a la máquina generadora. Agarró el circuito externo y tiró de él con todas sus fuerzas y con ambas manos. El dispositivo se desprendió de la máquina con facilidad. Entonces lo atizó bruscamente contra el suelo. El circuito se quebró y sus pedazos saltaron y se esparcieron por toda la plataforma. “Esta máquina ya no volverá a activarse sola. Ahora soy único” pensó Pedro con gran satisfacción.

Una vez resuelto ese problema, Pedro decidió que había llegado el momento de intentar desvelar aquellas extrañas incógnitas que tanto le intrigaban. Si deseaba averiguar lo que había ocurrido en Hogar durante los últimos años, entonces tendría que ir a Ciudad. Ansioso por saber más, decidió que comenzaría los preparativos de su viaje inmediatamente.

“Me llevaré la máquina generadora, la batería y el panel solar conmigo. Eso garantizará mi sustento durante todo mi viaje” decidió. Descendió de la plataforma y recorrió los alrededores de la plaza en busca de cuerdas e instrumental de todo tipo. Abriendo las puertas de los comercios de Pueblo Tarao a golpe de granada, recopiló el material necesario para garantizar un descenso seguro de la máquina generadora desde lo alto de la plataforma hasta el suelo de la plaza. Cuando hubo recopilado todo lo necesario,

bajó cuidadosamente la máquina de la plataforma, y acto seguido la amarró y aseguró junto con el panel solar y la batería al techo del vehículo blindado. Después se introdujo en el vehículo. Cuando se disponía a ponerlo en marcha, se dio cuenta de que la energía del vehículo estaba muy baja, y claramente no sería suficiente para realizar aquel viaje.

Por primera vez desde que la fortuna comenzara a sonreírle misteriosamente, sintió una cierta frustración. Inquieto, observó la calle desierta y después sacó la cabeza por la ventanilla para dirigir su mirada hacia los artilugios que se amontonaban sobre el vehículo. Súbitamente se le iluminó la cara. “Puedo cambiar la batería del coche por la batería del patíbulo, que contiene carga de sobra” descubrió algo avergonzado. Una vez más, todo estaba dispuesto para favorecerle. Mientras bajaba la batería de la máquina generadora y la conectaba a la batería del vehículo, sintió que aquella tremenda suerte que le rodeaba comenzaba a producirle cierta inquietud.

Minutos después, mientras conducía a gran velocidad por la carretera de salida de Pueblo Tarao en dirección a Ciudad, se preguntó por un momento qué ocurriría si sacase el vehículo fuera de la carretera y lo dirigiera directo contra una gran roca. “¿Se apartará la roca sin más? ¿Caerá un rayo y destruirá la roca? ¿Comenzará a volar el vehículo?” se preguntó.

No obstante, decidió que prefería no comprobarlo.

2

Tras muchas horas recorriendo carreteras completamente vacías, cercano ya al anochecer, Pedro observó por primera vez la silueta de Ciudad en el horizonte. Por un momento creyó que los edificios despedían algún tipo de luz artificial. Unos minutos después se dio cuenta de que aquella luz era el simple reflejo de los últimos rayos de sol sobre los numerosos paneles solares que se desplegaban en lo alto de los edificios. Entonces comprendió que, en realidad, la ciudad no despedía signo alguno de vida.

Por primera vez, Pedro tuvo la certeza de que estaba solo en ese mundo. Aquella sensación le abrumó. Después de todo, aquello significaba que él había ganado la guerra. Todos los integrantes del bando enemigo habían muerto y él era un superviviente del bando que él mismo había liderado. Decididamente, Montes Tarao había conquistado Hogar. Pedro, su único habitante, era su líder indiscutible.

Cuando Pedro fue consciente de que, por fin, el pedrismo había desaparecido, no pudo evitar dejar caer una lágrima mientras sonreía emocionado.

–          ¡Acabé con vosotros! ¡Lo logré! ¡He ganado! ¡He vencido! ¡He sobrevivido a la muerte para triunfar! – gritaba eufórico mientras le temblaba la voz.

Se llevó la mano a la cabeza para notar el tacto de su gorra de soldado NP.

–          ¡Lo logramos! – volvió a gritar, tremendamente orgulloso de haber llevado a su bando hasta la vitoria.

El vehículo blindado se adentró en las calles de Ciudad.

3

Tras un rato ensimismado en sus pensamientos, Pedro se dio cuenta de que estaba recorriendo las calles de Ciudad al azar, sin rumbo alguno. La mayoría de los edificios habían cambiado, aunque el trazado de las calles permanecía tal y como él lo recordaba. Entonces se dio cuenta de que a su derecha se levantaba un antiguo cine que él recordaba de los viejos tiempos en los que vivió en Ciudad. Con curiosidad y nostalgia, detuvo el vehículo y se acercó a su puerta.

Junto a la puerta había un decrépito cartel que anunciaba la película que se proyectaba en el cine, o al menos la que se había estado proyectando antes de que aconteciera la misteriosa desaparición de los habitantes de Hogar. Curiosamente, se trataba de una vieja película que él mismo recordaba. Era de la época en la que llegó a Hogar, cuando contaba con apenas diecisiete años. “La victoria de Pedro” rezaba el rótulo junto a la entrada.

Se sentó junto a la puerta del cine para pensar. “He ganado. He cumplido el sueño de mi vida. Lo he hecho…” pensó. Lentamente, comenzaba a calmarse.

Repasó con la mirada las calles que se desplegaban a su alrededor. Todo aquello era su reino. Lo que alcanzaba con la mirada y lo que no. Todo el planeta era suyo. Un reino que nadie podría arrebatarle, pues no había nadie más que él.

Por otro lado, sus necesidades estaban cubiertas. La máquina generadora que llevaba consigo le proveería de alimentos suficientes para sobrevivir. Incluso aunque el panel solar que portaba no le proporcionase la energía que necesitaría diariamente para generar una cantidad adecuada de alimentos, siempre podría abastecerse de la energía requerida utilizando los paneles solares que se amontonaban en lo alto de casi todos los edificios de aquella ciudad. Abrumado por la tranquilidad y satisfacción, suspiró largamente.

“¿Y qué hace uno cuando cumple lo único que ha querido durante toda su vida? ¿Qué hace después?” se preguntó algo confuso. Se sorprendió al comprobar que no se le ocurría ningún nuevo objetivo. Una cierta sensación de satisfecho vacío le inundó. Después la sensación se transformó en confusión y en algo de decepción.

“Ya no hay pedristas” recordó para reconfortarse. “Ya no hay seres que se vanaglorien de sus miserias en un mundo absurdo. De hecho, ya no hay nadie en absoluto”.

Se sorprendió preguntándose a sí mismo si ése era el mundo que realmente deseaba. “¿Prefiero estar solo a estar en ese extraño mundo que conocí?”. Recordó que, durante unas pocas veces a lo largo de su vida, había llegado a disfrutar conversando con otros habitantes de Hogar. Con gran amargura, recordó que había pasado grandes momentos conversando con Distinto Único, al cual había educado explícitamente para que exaltara su diferencia. También había disfrutado esporádicamente hablando con otras personas que habían decidido voluntariamente desarrollar un carácter diferenciado del resto, lo que solía hacerles también diferentes al propio Pedro. Sentía una gran repulsión por los temas de conversación que incluían a Pus Day, Dogfucker o Val Hancín, entre otros muchos gustos de la adolescencia de Pedro Martínez. Afortunadamente, estos temas rara vez interesaban a hombres suficientemente mayores que no fueran pedristas, es decir, a hombres que hubieran divergido voluntariamente del Pedro Martínez original durante suficiente tiempo. Hacía mucho tiempo, el recuerdo de esas pocas conversaciones que valieron la pena llevó a Pedro a ansiar un mundo en que todos los hombres se alejaran lo más posible de la absurda peculiaridad que les había tocado vivir en aquel mundo ridículo, lo que era la antítesis del ideario pedrista.

Sin embargo, en un mundo vacío no podía hablar con nadie salvo consigo mismo.

Miró a su alrededor. Los edificios permanecían quietos a su alrededor. Pedro sabía que jamás le dirigirían la palabra. Sólo el ruido del viento le acompañaba. Pensó que podría volverse loco y tratar de buscar mensajes ocultos en el ruido aleatorio del viento. Eso le podría dar cierta compañía. Desgraciadamente, ese tipo de locuras no le sucedían a Pedro Martínez. Se lamentó de que su cerebro no tuviera tendencia a la paranoia. Decididamente, estaría condenado a ser esclavo de su cordura.

“En realidad, éste es el mundo menos plural que existe” pensó algo apenado. “He sustituido un mundo en el que todos los habitantes podían tratar de evitar ser un individuo concreto, Pedro Martínez, por uno en el que todos sus habitantes, de hecho el único que hay, no puede evitar ser igual a uno concreto, Antipedro Primero. En el fondo, todo esto tiene algo de pedrista” sintió con cierta irritación. Por un momento trató de relacionar todo aquello con aquellas misteriosas palabras de Hermano 27351 que le situaron a él mismo como inductor de la gloria del pedrismo. Después meneó la cabeza. “Esto no me sitúa como inductor del pedrismo. En todo caso, me situaría como el inductor de la gloria del antipedrismo, entendiéndolo no como antítesis del pedrismo, sino como la exaltación absoluta de mi propia personalidad, es decir, de la personalidad de Antipedro Primero, que no es de la del Pedro Martínez de diecisiete años”. Decididamente, las palabras de Hermano 27351 seguían sin tener sentido. Sin embargo, la vaga e irónica similitud entre el ideal pedrista y su propia situación no dejaba de molestarle. “¿Es realmente imposible conseguir lo opuesto al pedrismo?” se preguntó con cierta tristeza.

Asustado por sus propios pensamientos, Pedro recordó apesadumbrado que el pedrismo nacía a partir de un cierto sentimiento de rendición. “Cuando piensas que es imposible evitar que el mundo sea como es, te desesperas. Entonces sólo encuentras consuelo convenciéndote a ti mismo de que éste es en realidad el mundo que deseas. Cuando este odioso mundo te vence, te vuelves pedrista. Por eso mi lucha no ha terminado. Ahora que he vencido a los pedristas, será el propio pedrismo el que me retará”. Pedro sintió un hormigueo por el estómago. “Me atacará con más fuerza que la de las balas, las bombas atómicas o las horcas, pero resistiré”. Pedro apretó sus dientes. “El pedrismo no es inevitable. Puedo crear nuevos Pedro Martínez de diecisiete años con una máquina generadora y establecer una nueva sociedad opuesta al pedrismo en la que divergir de Pedro Martínez sea un valor en sí mismo. Puedo hacer muchas cosas. Puedo hacerlo bien. No estoy vencido”.

“Descubriré que lo que dijo Hermano era falso. El pedrismo no triunfará gracias a mí. Demostraré que todo era mentira. Al contrario, destruiré el pedrismo. Tras destruir a los pedristas, eliminaré el propio pedrismo como idea”.

“No lo logrará… No…”.

4

Pedro regresó al vehículo y se dirigió hacia el Gran Templo Pedrista de Ciudad. “Si los pedristas sabían algo, ese algo debe estar allí”.

Muy preocupado, condujo el vehículo hacia el templo. El Gran Templo era un lugar al que siempre había evitado acercarse. En los años en los que vivió en Ciudad, solía esquivar las calles que desembocaban en aquella gran mole informe. Se trataba de un imponente edificio de piedra flanqueado por estatuas de varios metros levantadas en honor de ciertos héroes de la adolescencia de Pedro Martínez como Val Hancín o Ankikilator. “Parque temático” era como Pedro solía llamarle sin ocultar cierta aprensión y asco. Incluso en los tiempos en los que su ejército ocupó Ciudad, Pedro se limitó a ordenar la destrucción de toda la decoración interior y exterior del edificio, así como su sustitución por obras de exaltación nopedrista, todo ello sin tan siquiera acercarse por allí. Durante la guerra, todo el complejo se utilizó como arsenal.

Detuvo el vehículo bajo una inmensa efigie de Kakakulo. Todas las antiguas estatuas pedristas que antaño flanquearon la entrada del templo habían sido reconstruidas hacía ya mucho tiempo. Tras entrar en el templo, sus ojos tardaron algunos segundos en acostumbrarse a la oscuridad. El sol se había puesto hacía rato y la iluminación exterior dentro del edificio era muy escasa.

También el interior del templo había sido completamente reconstruido. Ante él, sobre el altar mayor, se mostraba altiva la figura de la divinidad de Pedro Martínez. Ésta consistía en un relieve del rostro de Pedro inscrito dentro de un triángulo del que emanaban líneas a modo de rayos de luz. A juicio de Pedro, la imagen resultaba ridículamente ostentosa. Gruesas columnas se alineaban a poca distancia de las paredes laterales del templo. Aparte de los relieves mostrados en las paredes, la decoración de la sala era austera y diáfana.

Pedro recorrió la cámara en busca de alguna pista acerca de la misteriosa historia del inductor que le contara Hermano 27351. Los grabados de las paredes se limitaban a mostrar los héroes del imaginario de Pedro Martínez de diecisiete años en diferentes poses.

Tras una hora de búsqueda exhaustiva, la falta de luz exterior provocó que decidiera desistir.

“Mañana seguiré buscando” decidió.

Cansado por el largo viaje, se apoyó en una pared. Después se acercó a una esquina de la sala y se echó al suelo. Tras acurrucarse en posición fetal, tardó pocos minutos en dormirse.

5

A la mañana siguiente, con más luz, Pedro reanudó su búsqueda. Durante las horas siguientes escudriñó todos los detalles de la sala en busca de alguna reliquia o prueba de aquella historia que Hermano le contara. Al mediodía decidió que, si aquel lugar encerraba algún secreto, lo encontraría aunque tuviera que utilizar medios más expeditivos. Salió del templo y recorrió los alrededores para aprovisionarse de todo tipo de herramientas. Después regresó al interior del templo.

Pedro observó las paredes y el suelo en busca de algún punto que pudiera atravesar con ayuda de sus herramientas. Diversas figuras con motivos pedristas se desplegaban por el suelo. Entonces fijó su mirada en una gran P que se extendía en el punto central del suelo. Estaba formada por un gran mosaico de baldosas. Su primera tentación fue atravesar alguna de esas baldosas con un pico, pero luego se dio cuenta de que sería más fácil cortar la argamasa que unía las baldosas entre sí, algo malograda por el paso del tiempo, y después hacer palanca con alguna herramienta apropiada para apartar algunas baldosas enteras.

Tras quitar la primera baldosa, Pedro observó que había otra capa de suelo justo debajo. Decidió desmontar más baldosas para poder acceder más fácilmente a la capa de suelo inferior. Unas pocas baldosas más tarde comprobó que la capa inferior también mostraba algún tipo de dibujo o símbolo. Otro buen montón de baldosas más adelante, Pedro pudo por fin identificar la figura del nivel inferior. Se trataba de un gran símbolo NP.

Pedro no pudo evitar emitir una carcajada. Después comprendió. “Parece que, cuando los pedristas retomaron el control de este lugar al final de la guerra, redecoraron el lugar a base de añadir una nueva capa por encima de la propia decoración que hicieron mis hombres”. Pudo observar el gran trabajo que habían hecho los artesanos monteños. Por un momento se le ocurrió que podría continuar su búsqueda por otro punto y permitir que aquel símbolo permaneciera donde estaba. No obstante, decidió ser práctico y continuar atravesando el suelo por el mismo punto, ya que en aquel momento era el de mayor profundidad.

El nuevo suelo también estaba formado como un mosaico, así que decidió utilizar la misma técnica que antes para poder atravesar el nuevo dibujo.

Tras desmontar varias baldosas del nuevo nivel, comenzó a surgir una nueva capa bajo el símbolo NP. Finalmente descubrió que ésta mostraba, de nuevo, una gran P. “Ésta debe ser la P que había en el templo antes de que el edificio fuera tomado por mi ejército. Parece que construir unas capas sobre otras es una práctica habitual entre los artesanos de Hogar…”. Se encogió de hombros y se dispuso a desmontar la nueva capa de baldosas.

Tras varios minutos cortando argamasa y haciendo palanca para sacar baldosas, una nueva figura volvió a surgir entre las baldosas. Esta vez, Pedro se sorprendió de verdad.

Parecía tratarse de un nuevo símbolo NP. Excitado, Pedro continuó desmontando baldosas de la capa anterior para poder ver mejor aquella nueva figura. Finalmente comprobó que no cabía ninguna duda: un gran símbolo NP se desplegaba en la nueva capa. No obstante, el nuevo símbolo era ligeramente distinto al que se había mostrado en los estandartes de su ejército. Los trazos eran un poco más delgados y la figura era un poco más ancha que alta. Aturdido, Pedro dejó sus herramientas en el suelo.

“¿Cómo es posible? ¿Cuántas veces tomamos Ciudad?” se preguntó incrédulo. Las sutiles diferencias de aquel símbolo con el símbolo oficial de Montes Tarao le intrigaban. “No, no fuimos nosotros. ¿Acaso hubo hace muchísimo tiempo una nación que se identificó con nuestra ideología y que también tomó Ciudad?”. Las dudas atormentaban a Pedro. “Si es así, incluso se identificaron con un símbolo muy similar… Bueno, teniendo en cuenta que podría haber sido diseñado por alguien muy similar a mí, no es extraño que se parezca tanto…”.

Pedro meneó la cabeza y volvió a agarrar sus herramientas para desmontar el nuevo nivel. Un rato después apareció una nueva capa con una nueva P que tenía un diseño ligeramente distinto al anterior. Sin salir de su asombro, continuó desmontando la nueva capa hasta que apareció otra nueva capa con un nuevo símbolo NP. Éste tenía las esquinas ligeramente redondeadas, pero se trataba sin duda del mismo símbolo. Tras examinar su nuevo hallazgo, Pedro continuó su tarea. Entonces siguieron aparecieron alternativamente nuevas capas con símbolos P y NP, uno tras otro. Siguió desmontando una tras otra todas esas capas.

Finalmente, llegó el momento en que encontró un suelo simple, diáfano, sin dibujos. Llegado a este punto, no le quedó más remedio que utilizar métodos más expeditivos. Pedro agarro el pico que había traído junto a sus herramientas y picó el suelo durante alrededor de una hora. Por fin, un negro agujero apareció bajo sus pies. Pedro sonrió. Continuó golpeando hasta que la anchura del agujero fue suficiente para caber por él. Ató un extremo de una cuerda a una columna y el otro extremo a su propia cintura. Tomó una linterna y se deslizó al interior del agujero.

6

Linterna en mano, Pedro comenzó a recorrer un estrecho pasillo. Unos pasos más adelante encontró una escalera de mano que subía hacía el techo, pero éste estaba tapiado en el extremo superior. Pedro estimó que aquella escalera se encontraba todavía por debajo de la sala principal del templo. Examinó el techo que taponaba el acceso al nivel superior y, por su posición más elevada que el resto, dedujo que su grosor era pequeño. “Después de todo, había un punto en que podría haber tardado bastante menos en atravesar el suelo. Bueno, ya no importa…”.

Continuó andando por el pasillo y finalmente desembocó en una gran sala abovedada. A lo largo de la pared circular se extendían estanterías repletas de libros muy antiguos. El techo semiesférico parecía ser metálico. En el centro de la sala había una extraña máquina que Pedro no conocía, y junto a ella había una máquina generadora. Pedro se acercó al artilugio no identificado y lo observó. Había una pantalla y una serie de botones sin ninguna marca adicional. Pedro decidió pulsar uno de ellos al azar.

Entonces, la bóveda del techo comenzó a separarse en dos. Cuando Pedro vio el cielo a través de la ranura que se agrandaba, se dio cuenta de que se había hecho de noche. Ante él se desplegaban dos de las lunas de Hogar y muchísimas estrellas, muchas más de las que jamás había visto desde Ciudad. Pedro pensó que la ausencia de luz artificial en toda Ciudad tenía algo que ver con aquello.

Miró la pantalla de la máquina. Ésta mostraba la imagen del cielo que podía verse sobre su cabeza. Una de las estrellas se mostraba inscrita dentro de un cuadrado. Se trataba de la estrella que se encontraba más cercana al centro de la imagen. Pedro pulsó un botón y el cuadrado se posó sobre una estrella diferente. Un dispositivo de la máquina cambió su ángulo lentamente hasta apuntar directamente a la dirección del cielo en la que se encontraba aquella estrella. Entonces Pedro pulsó otro botón diferente y la máquina produjo un agudo pitido. El dispositivo que apuntaba hacia aquella estrella se iluminó y produjo un chasquido seco. A modo de respuesta, la máquina generadora que se ubicaba junto al extraño mecanismo emitió un leve zumbido. Pedro identificó dicho sonido como el que producía cualquier máquina generadora cuando recibía en su memoria los planos de un objeto nuevo.

Se acercó a la máquina generadora y pulsó el botón que servía para generar el último plano recibido. Surgió una luz azulada. De la nada surgió una figura humana. Pedro comprobó que aquella figura le resultaba familiar.

–          ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! – gritó el recién llegado.

Entonces Pedro se sentó en el suelo. La tristeza le invadió. Sacó una granada y le quitó la anilla.

–          ¿Dónde pelotas estoy? – preguntó aquel adolescente.

Pedro se acercó al recién llegado. Éste se le quedó mirando muy sorprendido. Pedro le ofreció la granada y el chico la cogió.

–          ¿Qué…? ¿Qué mierdas es esto? – preguntó el chico mientras sostenía con su mano aquella extraña chirimoya de metal.

–          Ya, ya sé que no sabes lo que es eso – respondió Pedro mientras se alejaba caminando del chico.

El chico miró la esfera con gesto incrédulo.

–          Hermano tenía razón – dijo Pedro mientras le daba la espalda al chico -. Tenía razón… – añadió con voz algo temblorosa. Entonces, Pedro no pudo evitar que unas pocas lágrimas se desprendieran de sus ojos. Sentía rabia.

Pedro oyó una gran explosión a su espalda. Entonces apretó los dientes.

–          Tenía razón…

7

Durante los días siguientes, Pedro experimentó sin descanso con aquella máquina. Una y otra vez, apuntó el dispositivo de la máquina hacia cada una de las estrellas que se mostraban en la pantalla. Algunas estrellas no trasmitían señal alguna, lo que probablemente indicaba que no contenían ningún mundo que estuviera habitado por algún tipo de sociedad tecnológica. Sin embargo, otras muchas estrellas trasmitían señales que eran captadas por aquel artilugio. Cuando esto ocurría, Pedro se dirigía a la máquina generadora que se encontraba a su lado para producir los planos que acababa de recibir. En todos los casos, el resultado fue idéntico. Todos y cada uno de los mundos que trasmitían alguna señal al espacio trasmitían a Pedro Martínez. Con gran dolor y frustración, Pedro eliminó el resultado de todos sus experimentos.

Presa de su decepción, Pedro pulsó todos y cada uno de los botones de la máquina en una búsqueda desesperada de obtener un resultado diferente. Un día descubrió que algunos botones permitían recibir, a través de canales diferentes, otro tipo de mensajes procedentes de otros mundos. Así, comprobó que los demás mundos trasmitían no sólo el plano de Pedro Martínez, sino también algunos mensajes sonoros en su propio idioma, en el mismísimo acento de su barrio e incluso con su misma voz. Estos comentaban en un cierto tono místico diversas revelaciones sobre ciertos personajes llamados Pedro, Gran Pedro, Antipedro o el Inductor. Cuando Pedro examinó algunos de los libros que se amontonaban en las estanterías de la sala, pudo comprobar que estos contenían mensajes que se expresaban en términos muy similares. “Los pedristas registraban lo que escuchaban por ese aparato en estos libros” razonó. “Y, probablemente, el Libro Sagrado de Pedro fue creado a partir de esta información”.

Algún tiempo después, Pedro descubrió que otros botones de aquel artilugio servían para realizar las operaciones inversas a las que estaba realizando, es decir, para trasmitir a las estrellas mensajes hablados o incluso los planos que contenía la máquina generadora que se ubicaba junto al artilugio. Decidió que no le apetecía hacer tal cosa.

Tras una semana de experimentos, Pedro abandonó la bóveda y volvió a salir a la calle. Se sentía cansado y rendido. Fuera la noche era cerrada. Cientos de estrellas se desplegaban sobre su cabeza.

No había duda. “Todos esos mundos trasmiten lo mismo” pensó con rabia mientras miraba todas aquellas estrellas. “No pueden enviar otra cosa. En todos ellos está Pedro Martínez…”. Sus ojos permanecían brillantes mientras apretaba furioso los puños. “No hay nada más en este maldito universo” pensó mientras repasaba con la mirada la silueta de los edificios de Ciudad. “Si crease una nueva sociedad, si generase a varios Pedro Martínez y los educara de acuerdo con mis principios para que después ellos a su vez crearan a otros Pedro Martínez y les educaran en también en base a mis principios, entonces al final, al cabo de muchas generaciones, volvería a suceder lo mismo. Otra vez surgirían los pedristas. Otra vez el proyecto de crear una mujer o algo diferente a nosotros mismos se truncaría antes de alcanzar el éxito. Otra vez nuestra sociedad degeneraría inexorablemente”. Pedro pensó en las capas de símbolos de ideología opuesta que se alternaban en el suelo del templo pedrista y rió amargamente. “Hasta inventamos las mismas banderas una y otra vez…”.

“Sólo hay dos opciones: la extinción de la vida en Hogar o la repetición de su Historia. Si yo mismo comienzo la repoblación del planeta, entonces los sucesos que vendrán después convergerán hacia el mismo final de una forma o de otra. Una sociedad formada por individuos exactamente iguales, no sólo en su físico sino también en su mente, está condenada a repetir una y otra vez los mismos errores, a recorrer los mismos pasos, a repetirse sin fin. Nuestra sociedad está formada por individuos inevitablemente educados de la misma manera. Por tanto, los valores culturales de la propia sociedad son, esencialmente, inalterables en el tiempo. Nuestros individuos son previsibles, y nuestra sociedad, resultado de la interactividad de dichos seres previsibles, es más previsible aún”.

Con rabia, Pedro se preguntó a sí mismo si todavía podría hacer algo para evitar todo aquello. Miró a su alrededor, esperando algún tipo de señal que le inspirara. Intuía, o deseaba intuir, que algo de todo aquel proceso se le escapaba. No obstante, las calles permanecieron en silencio. Las estrellas siguieron inmóviles. Pedro sintió que la amargura de la derrota le invadía.

“Todos esos mundos son una prueba irrefutable. Por mucho tiempo que pase, Pedro Martínez está condenado a ser Pedro Martínez. Si los habitantes de esos miles de mundos no consiguieron evolucionar, no hay motivo alguno para que Hogar lo logre. Si inicio la repoblación de Hogar, entonces cualquier nuevo intento de lograr la pluralidad fracasará igual que fracasó todas las veces anteriores en Hogar y en el resto del universo. El desprecio de cada Pedro Martínez por conocer su historia nos condena. Cualquier cosa que le diga a mis sucesores se perderá inevitablemente en el tiempo”.

Pedro se rindió ante la evidencia. Hermano tenía razón. Era imposible escapar al pedrismo.

8

Durante meses, Pedro recorrió frenético las calles de Ciudad. Presa de una gran frustración, decidió que ocuparía su mente tratando de averiguar algo más sobre el misterioso mal que había acabado con toda la población de Hogar mucho tiempo atrás. Ninguno de los habitantes de Hogar se había interesado demasiado por la lectura, así que el número de bibliotecas en todo Hogar era muy escaso. No obstante, existían unas pocas fuentes documentales por las que Pedro podría tratar de averiguar el origen de aquel misterioso desastre. Aunque las productoras de televisión acostumbraban a no almacenar su material durante demasiado tiempo, era probable que la llegada repentina e inesperada del desastre hubiera sorprendido a todos, permitiendo la permanencia en el tiempo de todo aquel material. Pedro recorrió varias productoras y estudió las cintas que se amontonaban en sus almacenes. Los últimos informativos registrados hablaban de ciertas tensiones internacionales, de la subida de la inflación, del ligero adelanto de la gripe anual y de la construcción de nuevas infraestructuras en Ciudad. No obstante, nada de ello era fuera de lo normal.

Al cabo de algún tiempo, Pedro se cansó de buscar. A partir de entonces, se limitó a comer, dormir y pasear por aquella ciudad vacía. Adoptando una cierta actitud de hastío y decepción, decidió que ya no tenía ningún objetivo concreto en la vida y que se limitaría a vivir los años que le quedaran lo más cómodamente posible.

Un día, Pedro se percató de que se sentía solo en aquel lugar. Decidió que, si tenía que elegir entre la extinción de toda forma de vida en Hogar y la repetición de toda su Historia, prefería lo segundo. Sus motivos eran puramente egoístas: algún día se haría viejo y echaría en falta la ayuda de la gente joven. Al fin y al cabo, la lucha contra el pedrismo estaba perdida, por lo que, hiciera lo que hiciera, no podría traicionar sus principios. Por tanto, decidió que algún día generaría un nuevo Pedro Martínez que le acompañara.

Entonces se dio cuenta de que, cuando llegase ese día, no sería buena idea contarle a ese individuo que él fue un genocida causante directo de millones de muertes y, muy posiblemente, indirecto de todas los demás, aunque de lo segundo no pudiera estar seguro. Llegado el momento, tendría que inventarse alguna explicación alternativa que ocultara su pasado.

“Podría contar a mi sucesor que una gran catástrofe natural acabó con toda nuestra sociedad de Pedros Martínez. No obstante, si le explico tal cosa, el temor a que se repita dicha catástrofe hará que, por su propia seguridad, mis sucesores quieran indagar lo más posible dicha catástrofe. No, no deseo que nadie examine el pasado, al menos voluntaria y conscientemente, y mucho menos mientras yo viva. El motivo por el que el mundo está vacío no debe ser amenazador, o bien mis sucesores no deben saber que el mundo está vacío”. Se le ocurrió una idea que explotaba esa segunda posibilidad. “Podría crear a un ciudadano en cada ciudad y hacerle creer a cada uno de ellos que ninguno es el primero, que hay millones de otros ciudadanos en otras ciudades. Podría decirle a cada uno que él mismo forma parte de un plan de colonización de la República en el que primero se construye una ciudad entera y luego ésta se habita con un primer colono que tiene la responsabilidad de crear a todos los demás”. Entonces se dio cuenta de que esa idea era bastante ridícula. “No, no tiene sentido. Además, cada grupo evolucionaría sin mi control, y antes o después esos individuos viajarían y se encontrarían. Entonces comprobarían que todos tienen la misma edad, lo que resultaría bastante sospechoso…”.

Unos días después, Pedro encontró una solución que le satisfacía. Pensó que, cuando llegase el momento de crear a su primer sucesor, le contaría que a él mismo, a Pedro, le crearon los alienígenas, como si él mismo fuera Uno. En tal caso, su sucesor no se sentiría amenazado por el miedo a que se repitiera cierta catástrofe misteriosa que causó la casi extinción de la humanidad en Hogar. No obstante, este plan tenía un problema. Pedro razonó que su sucesor, Dos, le preguntaría algún día por qué aquel mundo estaba repleto de manifestaciones artísticas de todo tipo dedicadas a Pedopís o Val Hancín. “Esas estatuas y casas están allí, repartidas por todo el mundo, y jamás podría derribarlas todas” pensó preocupado.

Entonces Pedro decidió que le diría a Dos lo siguiente: “Los alienígenas, por alguna razón, me adoraron como a un dios. Entonces llenaron su mundo con mis símbolos, que también son los tuyos”. Pedro razonó que su mentira requería de detalles adicionales. “El metabolismo de los alienígenas era muy rápido, y cada individuo vivía apenas un par de años. A lo largo de todas las generaciones de alienígenas que se sucedieron desde que llegué al planeta, éstos modificaron sus ciudades y sus casas para que se parecieran a las que yo describía, lo que les acercaba a la divinidad. Adoptaron mis propios gustos como sus símbolos divinos”. Estas explicaciones justificarían por qué los edificios y calles de todo Hogar estaban repletos de tan claras referencias al imaginario cultural de Pedro Martínez.

Pedro decidió que no sería difícil convencer a Dos de que todo aquello fue construido por los alienígenas, pues Dos comprendería inmediatamente que Pedro jamás podría haber construido todo aquello él por sí mismo. Pedro razonó que Dos sería incapaz de encontrar una explicación diferente, pues su egocentrismo y la sensación de haber partido de la Tierra hacía apenas unos segundos harían que le resultara inconcebible que pudieran haber existido miles de millones de Pedros Martínez antes que él mismo. “Aunque, claro, sólo un imbécil podría creerse que unas casas iguales a las de su barrio de la Tierra pueden ser hogares idóneos y acogedores para una extraña especie alienígena. ¿Por qué iban a tener dichos seres un tamaño y anatomía parecida a la humana?” se preguntó Pedro mientras meneaba la cabeza. Después, sonrió con amargura. “Bueno, un imbécil no basta. Hace falta un imbécil inmaduro” se dijo a sí mismo mientras observaba la piel arrugada de su mano. “Cuando muchos imbéciles inmaduros lo crean, los imbéciles maduros, que son los propios imbéciles inmaduros tras cierto tiempo, lo acabarán creyendo igual. Y si llega el día en que esos imbéciles deciden que la historia no cuadra, que ya no se lo creen, se reunirán y se inventarán su propia explicación de lo que pasó, hasta que se vuelvan a hartar de ella, y así sucesivamente. Pero para entonces ya no me importará, pues ya estaré muerto”.

Mientras la brisa golpeaba su cara, Pedro se dio cuenta de que, antes de crear a Dos, debería destruir cualquier referencia documental a su persona para evitar que se supiera quién fue él. En realidad, dada la escasa tendencia de los habitantes de Hogar a registrar su pasado, no debería resultar una tarea demasiado difícil. Decidió que debería eliminar las pruebas que pudieran permanecer en todas las bibliotecas de Hogar, así como en todos los archivos de televisión, radio y cine de todo el mundo. Entonces se dio cuenta de que si el motivo de la destrucción final estuvo relacionado con la descentralización excesiva del mundo entonces la tarea de destrucción de archivos podría ser ingente, pues en tal caso podría tener que recorrer varios miles de lugares susceptibles de almacenar documentación. Deseaba, por tanto, que el motivo de la misteriosa decadencia hubiera estado relacionado con algún tipo de guerra atómica o guerra basada en otras armas que él mismo no pudiera imaginar, pues en ese caso las máquinas generadoras y la capacidad de autonomía que éstas proporcionaban podrían haber permanecido en manos de unos pocos estados. El desarrollo de una bomba atómica o similar requeriría, en principio, una gran infraestructura científica e industrial, impropia de naciones minúsculas. Por tanto, si el motivo de la decadencia hubiera sido una guerra total, entonces la centralización podría haber permanecido a lo largo del tiempo, y los documentos que Pedro deseaba destruir se encontrarían concentrados en unos pocos edificios en todo Hogar. “No obstante,” pensó Pedro preocupado “muchos países minúsculos podrían haber acabado poseyendo el plano de la bomba. Las armas sofisticadas no tendrían por qué haber sido monopolio de grandes países con una gran infraestructura industrial”. Pedro decidió que, hasta que obtuviera más información, no tenía sentido seguir especulando. Tenía suficiente tiempo libre como para imaginarse decenas de opciones alternativas cada día, y todas ellas serían igual de inútiles.

Entonces Pedro se detuvo a analizar si sería necesario eliminar algo más para borrar las huellas de su pasado. Pedro pensó en los muertos que debió producir la misteriosa catástrofe que acabó con la población de Hogar. Recordó que, a lo largo de sus interminables y solitarios recorridos por Montes Tarao y Ciudad, jamás encontró un solo cadáver. Imaginó que el arma que mató a todos los habitantes del planeta debió ser terriblemente destructiva. Entonces Pedro trató de imaginar otras pruebas de la presencia humana en Hogar que pudieran echar por tierra su teoría de los alienígenas. Recordó que la gente no guardaba fotos de sí mismo en su casa, pues eso no tenía sentido en un mundo en que todos los individuos eran idénticos. “Bastará con destruir los libros y el material audiovisual”. Pedro se dio cuenta de que también debería manipular la máquina generadora que llevaba consigo en su vehículo blindado desde el día en que la sustrajo de su propio patíbulo en Pueblo Tarao. Entre los objetos que dicha máquina podía generar, se encontraba él mismo (es decir, Antipedro Primero, no Pedro Martínez) en una situación muy comprometedora. Decidió que se acercaría a la máquina y borraría dicho plano de su memoria.

Pedro decidió que comenzaría su misión ese mismo día.

9

El proceso de destrucción de pruebas que Pedro inició aquel día duró veinte años. Durante todo ese tiempo, Pedro viajó solo por todo Hogar. A lo largo de sus viajes, observó con satisfacción que la centralización del mundo había sido muy alta hasta la misteriosa catástrofe, lo que facilitó su tarea destructora. “No podré eliminar todas las pruebas del pasado” razonó. “Sin embargo, me basta con que no se encuentre ninguna de esas pruebas mientras viva”.

Tras tantos años de duro trabajo, realizó una última acción para completar su tarea de ocultar el pasado. Selló la entrada del Gran Templo pedrista de Ciudad con un grueso muro de piedras.

Unos pocos años después de que por fin diera por completada su misión, Pedro se dio cuenta de que se había hecho muy mayor. Entonces decidió que había llegado el momento de crear a su sucesor.

Pedro pulsó el botón de la máquina generadora y creó al nuevo Pedro. Cuando su sucesor surgió de entre la luz azulada, Pedro le llamó Dos.

Unos instantes después, Pedro se arrepintió de haberle puesto ese nombre. “Podría haberle llamado 568, es decir, el número del primer pedrista que hubo en Hogar más uno” pensó mientras su sucesor observaba inquieto e incrédulo su alrededor. “De esta forma habría evitado que alguien pudiera llamarse algún día igual que el que fundara el pedrismo en el pasado” se lamentó. “Aunque, si hubiera hecho eso, el recién nacido me habría preguntado antes o después qué sucedió con los números anteriores… Bueno, podría haberle dicho que los números anteriores están en otras ciudades… Bah, da igual, ya está hecho. De todas maneras, el pedrismo es inevitable”.

Durante los meses siguientes, Pedro dedicó todo su tiempo a la instrucción de Dos conforme al plan que había ideado muchos años atrás.

Mientras tanto, un pensamiento le atormentaba secretamente. Una y otra vez, Pedro pensó en las sospechosas coincidencias que existían entre lo que estaba sucediendo en esos momentos y lo que él mismo había creído siempre acerca del pasado más antiguo de Hogar. “Mi vida encaja por completo con la de Uno tal y como me fue contada. Incluso resulta que fui adorado por los alienígenas como un dios, tal y como Hermano contó que fue adorado Uno. ¿Soy Uno?”. Esta posibilidad le hizo pensar que quizá la historia de Hogar fuera más repetitiva de lo que había creído nunca. Hasta entonces se había limitado a imaginar que, tal y como indicaban los símbolos que se superponían en el templo pedrista de Ciudad, Hogar había conocido anteriormente otras luchas entre el pedrismo y el nopedrismo. Sin embargo, la posibilidad de que no sólo él mismo, sino también todos los que jugaron un papel idéntico al suyo en el pasado, hubieran sido Uno parecía sugerirle que la ciclicidad de Hogar podría ir más allá de lo que suponía. La tendencia de Hogar a repetir su historia podría no sólo abarcar los grandes movimientos sociales, bélicos o ideológicos, sino también incluso los personales, es decir, la biografía concreta de algunos de los individuos que alguna vez poblaron Hogar o la poblarían en el futuro. Al fin y al cabo, la educación idéntica de todos los individuos de Hogar provocaba que cada uno reaccionara de la misma manera ante los mismos condicionantes sociales e históricos. “Otros han sido como yo en el pasado y probablemente lo serán en el futuro. Otros se enfrentaron al pedrismo con todo su aliento, y otros volverán a hacerlo. ¿Pasaron y pasarán todos ellos de ser Antipedro a ser Uno, como parece que me ha sucedido a mí mismo?” razonó.

Pedro recordó que los motivos que le permitieron a él mismo sobrevivir al patíbulo y liberarse de él fueron un cúmulo de extrañas circunstancias misteriosas que difícilmente podría calificar como coincidencias. Por otro lado, razonó que era difícil imaginar que la historia de Hogar fuera un ciclo perfecto. Las construcciones caerían algún día y serían sustituidas por otras, por lo que los edificios actuales no podrían coincidir con los del lejano pasado ni con los del lejano futuro. Además, sus científicos le habían explicado que, debido a la entropía, el movimiento perpetuo era imposible, por lo que un ciclo perfecto y eterno no sería concebible ni con el favor de la más prodigiosa casualidad.

“El ciclo perfecto es imposible en un universo que se degrada inexorablemente. Además, alguien tuvo que poner ahí las máquinas generadoras en un principio. Los alienígenas tuvieron que existir en un principio. Y, en cualquier caso, el hecho de que algo se repita una vez no significa que se repita para siempre. ¿Cuál fue el principio? ¿Hubo un principio? Un mundo perfectamente cíclico sería concebible si ese maldito patíbulo me hubiera mandado al pasado, en lugar de al futuro. Conocemos poco del funcionamiento de esas extrañas máquinas generadoras, pero creo que adjudicarles prodigiosos poderes de viaje en el tiempo resulta excesivo, por mucho que, en cierto sentido, parezcan invertir parcialmente el proceso natural del avance de la entropía. No, eso no tiene sentido. Por otro lado, ¿Es concebible una secuencia histórica cíclica sin un bucle en el tiempo? Al igual que cada Pedro Martínez tiende a repetir el mismo comportamiento una y otra vez, una sociedad formada por millones de Pedros Martínez podría tender a repetir una misma historia una y otra vez. Para que eso fuera posible, las condiciones del entorno tendrían que ser suficientemente parecidas todas las veces. ¿Compensa la predecibilidad de Pedro Martínez y la de su sociedad las posibles diferencias que cada vez existen en el entorno? ¿Es concebible que no haya existido un principio? Desgraciadamente, no sé responder a estas preguntas”.

La duda acerca de la posible ciclicidad de la historia en Hogar llegó a atormentar a Pedro durante los años siguientes. “Lo peor de este misterio es que sé que moriré sin resolverlo. Nunca sabré si nuestra historia es cíclica, o si por el contrario las improbables coincidencias que me han conducido a esta situación no son más que eso mismo, coincidencias”.

Había un pensamiento que solía divertir a Pedro. “Si, de un modo u otro, nuestra historia es realmente cíclica, entonces, después de todo, es cierto que Uno fue generado en Montes Tarao, como yo dije siempre a mis ciudadanos. Allí estaba mi patíbulo, así que allí nací”. Este simple razonamiento solía hacer que Pedro se riera a carcajadas durante algunos minutos. Algo más tarde, cuando paraba de reírse, no podía evitar sentir cierta tristeza.

Durante aquellos años, otros complejos interrogantes atormentaron a Pedro. Durante un tiempo, se preguntó con gran desasosiego acerca de si su propio modelo, Pedro Martínez, habría triunfado también en la Tierra. “Sea cual sea el motivo de mi triunfo en cada mundo de este estúpido universo, dudo que ese mismo motivo sea aplicable en la Tierra. Allí todos podrían saber que Pedro Martínez no es más que un imbécil. ¿Por qué iba a triunfar también allí, si yo mismo no lo hice cuando era un simple adolescente? Por otro lado, ¿sería concebible que la Tierra no hubiera existido nunca? Nunca lo sabré”.

Muchos años más tarde, Pedro renunció con resignación a hacerse más preguntas sobre los temas que tanto le habían atormentado. Un día, ya muy anciano, decidió escribir algunas de sus reflexiones.

10

Hace muchos años que generé a Dos. Ahora ya somos cerca de un centenar, y nuestra pequeña sociedad ya está preparada para funcionar sin mí. Vuelvo a estar cerca de la muerte, pero esta vez la más extraña de las casualidades no podría salvarme como ya lo hiciera hace años. Por eso pienso que ha llegado el momento de hacer balance.

He de confesar que no consigo encontrar un sentido a mi vida. No consigo entender la moraleja de esta historia. Todos los inocentes murieron, mientras que yo, un genocida, fui el único superviviente. Quizá la clave para entender los extraños sucesos de mi vida consista en entender que las historias reales no tienen moraleja. La Historia no enseña nada.

He de confesar, igualmente, que mi obstinación contra el pedrismo se ha ido apaciguando con el tiempo y, actualmente, en el ocaso de mi vida, he comenzado a sentir algunas simpatías ante dicha doctrina. Este mundo me venció el día que me di cuenta de que había ganado al pedrismo pero no sentía nada. Cuando este mundo te vence, cuando no te queda más remedio que admitir su victoria y tu sometimiento, entonces no tienes más alternativa que hacerte pedrista para soportar tu propia existencia.

Hace algunos meses regresé al Gran Templo pedristra de Ciudad y desmonté el muro de piedras que hace años coloqué yo mismo para sellarlo. Entonces accedí a la bóveda secreta del templo pedrista y leí cuidadosamente los libros que allí se esconden desde hace muchísimo tiempo. Una vez que conocí el significado del Epílogo del Libro Sagrado de Pedro, comprendí por fin mi propio papel dentro de las profecías que allí se cuentan. Entonces tomé la decisión de ampliar la información que cada habitante de este universo, es decir, que cada Pedro Martínez, tiene sobre Uno, el Inductor, Gran Pedro o Antipedro. Yo, al igual que otros que vinieron antes de mí y que interpretaron mi mismo papel, decidí aportar mis propias experiencias a nuestro conocimiento colectivo para mejorar así nuestro entendimiento de ese fenómeno tan complejo y fascinante que es el pedrismo. Yo, al igual que todos los que fueron Uno igual que yo, envié al resto del universo mi conocimiento y mi experiencia sobre las figuras claves del pedrismo. Yo, al igual que los que fueron Yo en cualquier mundo de este universo, trasmití mi mensaje a quien pudiera escucharlo. Por medio del artilugio que se esconde en aquella sala, me comuniqué con el universo por primera vez.

Una vez que hube compartido mi conocimiento con las estrellas, colaboré, al igual que mis antecesores, con la expansión de Pedro Martínez por todo el universo. Volví a utilizar el artilugio, esta vez para trasmitir el plano de Pedro Martínez hacia las estrellas. Así, el universo sabrá que Pedro Martínez también triunfó en nuestro Hogar. Así, Pedro alcanzará nuevos lugares, si es que todavía no los ha alcanzado todos. Así, me comuniqué con el universo por segunda y última vez.

Entonces regresé a la sala principal del templo y recoloqué, capa por capa, todos los niveles de mosaicos de símbolos P y NP que yo mismo desmonté tantos años atrás para poder acceder al nivel inferior y así alcanzar la bóveda. Tras volver a colocar y unir todas las baldosas originales en sus posiciones iniciales con nueva argamasa, todas aquellas capas quedaron tal y como me las había encontrado tantos años antes.

Finalmente salí del templo, me acerqué a la orilla del río Pedopís y lancé mi vieja gorra de soldado cabo NP. Supongo que ya habrá llegado al mar.

Hoy pienso que, a pesar del papel privilegiado que he tenido en este mundo, sigo sin entender mi vida. A pesar de que fui singular en un mundo uniforme, sigo sin encontrar un sentido a mi existencia. A pesar de que por fin comprendí mi papel en el centro de una religión que me sitúa en su propio centro, sigo creyendo que mi vida ha sido absurda. Si hice lo que estaba escrito que haría, entonces soy sustituible. Si hice lo que estaba escrito, entonces nunca hice nada.

Al fin y al cabo, yo no soy 95271105. No soy Andro. No soy Antipedro. Tampoco soy el Inductor ni Gran Pedro. Ni siquiera soy Zum. Sólo soy, al fin y al cabo, Pedro Martínez.

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Pedrícese el mundo: Capítulo VII

CAPÍTULO VII

1

La reconstrucción del Parlamento de Ciudad, tan solo seis meses después del final de la guerra, fue un evento muy celebrado por todos sus habitantes, a los que se sumaron ciudadanos procedentes de provincias cercanas. Frente a la tribuna de autoridades desfilaban lentamente las nuevas adquisiciones del ejército de la República entre los aplausos del público. Tras los tanques de última generación desfilaba la unidad antivírica de infantería. Los soldados integrantes vestían sofisticados trajes antivirales preparados para impedir el contagio en la semana anual de la gripe.

–          Hermano, creo que debemos comenzar la explotación comercial de esos trajes entre la población civil – dijo Negocio Quinto a Hermano 27351 mientras no dejaba de saludar con la mano a los soldados desde su asiento.

Hermano guardó silencio mientras también saludaba. A lo lejos, los nuevos carros de artillería cruzaban lentamente el puente nuevo sobre el río Pedopís en dirección hacia al parlamento. La muchedumbre se apretujaba en los laterales del puente mientras aclamaba a los soldados. Cientos de banderas republicanas ondeaban al viento. La concentración de gente en los laterales del puente era tan grande que varias personas se tiraron al agua ante el temor de ser aplastadas por la marea humana. Abajo navegaban varias fragatas ligeras como parte del desfile y algunos marinos se tiraron al agua para socorrer a los civiles. Tras unos segundos, los marinos comenzaron a subir de nuevo a la fragata llevando consigo a los civiles sanos y salvos. La gente que se arremolinaba a la orilla del río comenzó a lanzar nuevos vítores y aplausos.

–          Todos estos juguetitos cuestan mucho dinero – añadió Negocio -, y creo que estarás de acuerdo conmigo en que el ejército va a necesitar cada vez más ingresos adicionales.

Hermano asintió con la cabeza.

–          El despliegue del ejército determinista a lo largo de la frontera entre su porción  de Montes Tarao y la nuestra – continuó Negocio – ha vuelto a superar a nuestro propio despliegue, así que urge que volvamos a incrementar nuestra presencia hasta volver a superarles. La nueva movilización de soldados no será barata.

Mientras hablaba, Negocio dedicaba una amplia sonrisa al público congregado. Hermano también sonreía, mucho más comedido. Negocio volvió a dirigirse a Hermano.

–          No debemos olvidar la última provocación de Martillo Noveno. En estos momentos se celebra en Orilla Mos un desfile similar a éste.

Una fila de camiones se acercaba muy lentamente para gran excitación del público. Cada uno portaba un misil tierra-aire de alcance continental cargado con una ojiva nuclear.

–          Y en ese desfile también hay de éstos – añadió Negocio con gravedad mientras señalaba con el dedo uno de los camiones.

Hermano asintió con seriedad. Negocio continuó.

–          Sé que te opones a que vendamos máquinas generadoras a aquellos ciudadanos particulares que puedan permitirse una increíble suma de dinero en beneficio del erario público. No entiendo esta oposición, pues una vez que sabemos que los máximos enemigos de la República disponen de ellas, no encuentro ningún motivo para que no podamos confiárselas a la élite de nuestra propia sociedad. No obstante, nuestras recientes necesidades financieras exigen tomar alguna medida urgente.

Hermano se decidió a intervenir.

–          Las máquinas generadoras no deben salir del gobierno – dijo rotundo -. Basta con que vendamos una sola copia para que el receptor de ésta pueda venderle una nueva copia a otro, y éste a otro. Si no mantenemos el monopolio sobre la producción de alimentos, este país se desmoronará en cientos de nacionzuelas minúsculas comandadas por señores que un día compraron una copia de una máquina generadora a otro señor, y el proceso de división no tendrá fin. Y el día en que todos esos reyes de micromundos comiencen a luchar entre sí por minúsculas parcelas de poder, la paz terminará, y con ella el comercio y la prosperidad que tu partido tanto ama.

Negocio frunció el ceño.

–          Si no recaudamos suficiente dinero, esa paz se acabará mucho antes – dijo mientras trataba con dificultad de seguir sonriendo al público -. Hermano, tu poder y el de tu partido decaen, y algún día no podrás oponerte a mis medidas.

Hermano cerró los ojos y tragó saliva.

–          Acepto la venta de trajes antivirales – dijo mientras dirigía su mirada al suelo -, pero te advierto de que seguiré vetando cualquier propuesta de cambio de la constitución que trate de legalizar la venta de máquinas generadoras. Mientras mi partido importe, eso no sucederá jamás.

Tras los camiones desfilaba a pie un grupo de héroes de guerra. Éstos se detuvieron ante la tribuna de autoridades en posición de firmes. De acuerdo con el programa, Negocio y Hermano les impondrían varias medallas al valor y al patriotismo por sus recientes acciones en la reciente guerra contra el nopedrismo.

–          Vamos, Hermano – dijo Negocio mientras se disponía a bajar las escaleras -. Tenemos que poner unas cuantas chapas de AhorraPlus.

Hermano le acompañó. Abajo, un soldado anunció el honor que iban a recibir los veteranos allí presentes. Mientras clavaba una medalla, Hermano no podía quitarse un pensamiento de la cabeza.

“En otras circunstancias, estas medallas las hubiera puesto sólo yo”.

“Sólo yo”.

2

Bajo una inmensa P, el Hermano preclaro 31415 se dispuso a ceder la palabra la palabra al Hermano preclaro 27351.

El vigésimo quinto Cónclave pedrista había despertado una gran expectación dentro de todo el mundo pedrista. Según se había comunicado en todos los oficios a lo largo de la República, los hermanos preclaros, es decir, todos aquéllos a los que el gran misterio de la pedricidad había sido revelado, habían sido convocados al cónclave por el Hermano 27351 por un asunto relacionado con una “necesaria e importante rectificación en la interpretación de las escrituras pedristas”. La curia pedrista, poco proclive a comunicar la modificación de dogmas y menos aún a comunicar su intención en público con tanta claridad, había sorprendido a los fieles con dicho anuncio.

Las deliberaciones del cónclave se desarrollaban a puerta cerrada dentro de los gruesos muros del Gran Templo de Ciudad. Éste había servido de arsenal al ejército monteño durante la ocupación. Tras la liberación, los primeros preclaros que se adentraron en el templo comprobaron horrorizados que todo el arte sacro había sido destruido y sustituido por todo tipo de horripilantes símbolos de carácter nopedrista. No obstante, también observaron con alivio que el sello que comunicaba la sala principal con el sótano, oculto tras una gran estatua que antaño había sido de Anikilator y que ahora representaba al soldado monteño anónimo, no había sido profanado. Esto significaba que los secretos que permanecían ocultos bajo el suelo del templo habían sido preservados.

–          Pedrícese el mundo y todas las cosas creadas por su estructura – murmuró Hermano 27351 de manera solemne -. Hermanos preclaros, nos encontramos aquí reunidos bajo el triángulo sagrado que el mismo 567 esculpiera hace muchísimo tiempo por un motivo crucial y solemne, y que fue salvajemente destruido por nuestros enemigos en fechas recientes. Su reciente reconstrucción, símbolo de nuestro renacimiento, nos contempla – dijo mientras señalaba un relieve que mostraba el rostro de Pedro Martínez inscrito dentro de un triángulo equilátero desde el que emanaban líneas rectas a modo de rayos de luz -. Hermanos, creo que hemos cometido un error a la hora de interpretar el papel del inductor de la gloria del pedrismo que se anuncia en las profecías. Como todos nosotros hemos observado con gran pesadumbre, la muerte de aquél que habíamos identificado con el Inductor, el infame Antipedro Primero, no ha traído, como nosotros esperábamos, la inmediata victoria del pedrismo. Por contra, durante los últimos meses hemos asistido a una pérdida de poder del pedrismo en el parlamento de la República, fruto de la gran pérdida de fieles sufrida durante la guerra. Como fuerza minoritaria en el parlamento ya no nos resulta posible formar parte de ninguna mayoría. Desde la independencia de Río Mos y la expulsión de los deterministas del parlamento, sólo quedamos dos partidos en el parlamento, por lo que ya no es posible crear alianzas desde la minoría. Si seguimos perdiendo fuerza de esta manera, llegará el día en que ni siquiera podamos vetar cambios constitucionales.

Los preclaros escuchaban a Hermano con gran seriedad y preocupación.

–          Estas realidades nos han hecho preguntarnos por el papel de las profecías que anunciaban la llegada del inductor. La magnitud de las atrocidades cometidas por Antipedro Primero hizo que este mismo cónclave identificara inmediatamente a dicho sujeto con el anunciado inductor de la gloria pedrista. Cabe recordar que la decisión de realizar tal identificación fue tomada en este mismo lugar por unanimidad. Sin embargo, los sucesos acaecidos desde el final de la guerra han sembrado de duda nuestros corazones. La claridad con la que las profecías se referían al Inductor, así como la manera en la que la cruda realidad desde el final de la guerra ha distado de lo que dichas profecías anunciaban, han hecho que muchos pedristas se replanteen su fe. Yo mismo recuerdo con gran pena y angustia el suicidio de mi aprendiz, que fue acompañado por el de otros muchos pedristas en toda la República que se preguntaban desolados por la futilidad de su sufrimiento durante la guerra. Mi propia moral se derrumbó durante aquellos duros días.

Como gesto de respeto ante las muertes y el sufrimiento de los pedristas suicidados, Hermano se acercó solemnemente a las estatuas de Kakakulo y Pedopís, también reconstruidas, e hizo una reverencia que fue acompañada por una breve oración de los preclaros. Después, volvió a dirigirse a ellos.

–          Por otro lado – continuó Hermano –, a los hermanos perdidos por la muerte se unen aquéllos a los que el incumplimiento de una profecía pedrista les ha llevado al desengaño y a abrazar otras creencias alejadas de la naturaleza de Pedro Martínez. Hermanos, asistimos con preocupación al nacimiento y proliferación de nuevas sectas paganas que crecen al aliento del clima de euforia, escepticismo y nerviosismo surgido en toda la República desde el final de la guerra, al cual también colabora la tensión belicista actual con Río Mos. Entre ellas, nos ha de inquietar por ejemplo el tierrismo, que promulga que Hogar es en realidad la Tierra y que, debido a un supuesto engaño de los sentidos, todos los habitantes del mundo nos vemos como seres idénticos, cuando en realidad todos somos diferentes y nunca hemos dejado de serlo. Sus miembros justifican esta aberrante y absurda visión diciendo que la soledad del modo de vida moderno de la Tierra, supuestamente impersonal, deshumanizado y orientado a tratar a todos los hombres como cifras anónimas para las que es imposible destacar sobre la masa, habría producido la falsa ilusión de igualdad total y simetría. No es ésta la única secta que amenaza el pedrismo. Existe otro grupo que promulga que la vida entera en Hogar es un sueño y que la naturaleza egocentrista de dicho sueño, que sitúa a Pedro Martínez como centro de todo, se debe a la falta de autoestima del individuo que lo sueña, Pedro Martínez. Según ellos, sólo existe un único hombre, que curiosamente es aquél al que trasmiten en cada momento su revelación, y todos los demás seríamos únicamente personajes de su extraño sueño. Les cito estas dos doctrinas porque son las que más frontalmente se enfrentan a nuestras más profundas creencias, pero existen otras muchas más.

Los gestos de preocupación de los preclaros eran patentes. Alguno de ellos mostraba verdadera tristeza y desesperación.

–          Una posible solución a estos problemas podría ser la de revelar el misterio de la pedricidad a todos los pedristas y a todo Hogar. Nuestros más estudiosos teólogos, algunos de los cuales están presentes en esta sala, han anunciado que el momento de dicho anuncio debe seleccionarse con mucha cautela, pues el conocimiento de la pedricidad máxima podría conducir, paradójicamente, a la desaparición de la iglesia pedrista como institución: Si todos saben que el universo es pedrista entonces ¿para qué esforzarse en el mantenimiento de su pedricidad por medio de sus ritos y costumbres, si en cualquier caso el universo seguirá siéndolo? ¿Para qué colaborar con nuestro esfuerzo con el mantenimiento de la iglesia pedrista, si es innecesario? Es por ello que los mismos estudiosos afirman que el anuncio debe realizarse únicamente en un momento en que la conciencia colectiva del planeta se encuentre drásticamente afectada por ciertos acontecimientos sobrecogedores y, a su vez, la coyuntura política permita a nuestra iglesia la obtención del poder. Sólo entonces la asimilación del misterio podría ser adecuadamente reconducida por medio de la educación hacia el cumplimiento de nuevos ritos que servirían para evitar nuevas amenazas. Como todos sabemos, hace poco tiempo creímos haber encontrado el momento adecuado para trasmitirlo, pero el momento se frustró de la terrible forma en la que todos los presentes en este templo conocen.

Los preclaros asistieron con la cabeza.

–          Por todos los motivos expuestos, parece que nuestra fe pasa por un momento muy amargo del que será difícil sobreponerse.

Entonces Hermano 27351 sonrió por primera vez en su discurso.

–          No obstante, queridos hermanos – dijo sin ocultar cierta excitación -, os traigo una buena nueva que pondrá fin a nuestras dudas.

Los preclaros murmuraron con excitación.

–          Hermanos – continuó –, las claras referencias del Libro Sagrado de Pedro al Inductor hacen indudable la identificación de éste con Antipedro Primero. Esto es innegable. No obstante, el Libro Sagrado afirma lo siguiente: ‘El Inductor atacará la Esencia de Pedro con toda la fuerza de su ira y desencadenará una gran destrucción. Entonces, la destrucción provocará el renacimiento de la Esencia y su gloria eterna’. Sin embargo, recordemos que en ningún punto del Libro se menciona que el inductor tenga que provocar el triunfo del pedrismo de manera inmediata.

Un preclaro interrumpió a Hermano.

–          Hermano preclaro – dijo mostrando cierta indignación –, si lo que pretende decirnos es que debemos esperar más, entonces sospecho que este cónclave que usted ha convocado es inútil. Las bases fundacionales de nuestra fe se cimientan en hechos directamente palpables, y siempre nos hemos enorgullecido de esta característica. Pedro Martínez está en todas partes, y esto es innegable. Sin embargo, parece que usted nos sugiere que el pedrismo se convierta en una religión de eterna espera en la que quepan las interpretaciones matizadas cada vez que una profecía del Libro no se cumpla de manera clara. No, hermano, no renunciaré a creer que el Libro dice la verdad sin necesitar extrañas contextualizaciones, ni retorcidas interpretaciones, ni complejas matizaciones. El Libro siempre ha dicho la verdad, y debe seguir haciéndolo.

Los presentes apoyaron con sus murmuraciones y comentarios las palabras del preclaro. Hermano 27351 volvió a hablar.

–          Y mantengo su postura, hermano – dijo -. Afirmo que el Libro anuncia con suma claridad lo que nos aguarda, aunque nuestros prejuicios nos impiden aceptarlo. Hermanos, observen las condiciones en las que ha llegado el fin del Inductor, es decir, de Antipedro Primero. Ahora, hermanos, recuerden las palabras con las que termina nuestro libro sagrado, en las que se enuncia la relación entre Pedro y Gran Pedro, entre el individuo anónimo y el Hacedor, entre el hombre y su creador.

Algunos presentes comenzaron a comprender las palabras de Hermano. Varios preclaros murmuraban entre ellos. Un presente se levantó de su asiento, visiblemente enfadado.

–          ¿Está usted sugiriendo que…?

–          Estoy sugiriendo que el inductor es Gran Pedro – dijo Hermano con solemnidad.

Las murmuraciones de los asistentes se convirtieron rápidamente en gritos de cólera.

–          ¡Herejía! – gritó un preclaro.

En medio de los gritos de los preclaros, Hermano trató de hacerse oír.

–          ¡Hermanos! ¡Todo encaja de manera sublime! ¡Analicen con detenimiento las circunstancias en las que murió el inductor! ¡Recuerden el Libro y entonces deducirán fácilmente el momento en que llegará la gloria del pedrismo! ¡Está escrito con suma claridad!

–          ¿Está usted loco? ¿De verdad cree que el pedrismo tiene que esperar ciento cuarenta y cuatro años para alcanzar la gloria? – gritó un preclaro.

La indignación de los presentes iba en claro aumento. Los preclaros se levantaban de sus asientos para increpar a Hermano.

–          ¡Está clarísimo! ¡Lean el Libro! – gritó Hermano mientras pedía calma con las manos.

–          ¡Hereje! ¿Cómo se atreve a identificar a un asesino, encarnación de Antipedro en Hogar, con el mismísimo Hacedor de Pedro? – gritó un preclaro.

–          ¡Blasfemia! – gritó otro.

–          ¡Este hombre que nos habla es Antipedro en persona!

–          ¡No es digno de estar aquí entre nosotros!

–          ¡Fuera de aquí!

Hermano 27351 no daba crédito a lo que estaba oyendo.

–          ¡Lean el Libro sin prejuicios! ¡Está muy claro! – gritaba mientras trataba de ocultar el creciente miedo de su rostro.

Los preclaros se abalanzaron sobre Hermano, al que tiraron al suelo. Éste trató de forcejear, pero resultó en vano ante la red de brazos que le rodeaba. Una vez que estuvo inmovilizado, los preclaros comenzaron a gritar el destino de Hermano.

–          ¡Expulsión! – gritó uno.

–          ¡Destierro! – gritó otro.

Hermano trató de emitir un grito, pero éste se convirtió en un ahogado aullido.

–          ¡Olvido! – gritó un tercero.

Un numeroso grupo de preclaros levantó a Hermano en volandas y comenzó a desplazarlo en dirección a la salida del templo.

3

A pesar del grave clima de tensión política existente, los dirigentes de Río Mos y la República se saludaron con suma cordialidad. Un año después de la muerte de Antipedro Primero, los ganadores de la guerra se reunían en Pueblo Tarao para celebrar el aniversario de dicho acontecimiento. De común acuerdo, decidieron que el acto se convirtiera en una exaltación de lo que les había unido durante la guerra, que era su rechazo al nopedrismo y al destructivo expansionismo monteño. Tras guardar cinco minutos de silencio por todos los que murieron en su lucha por la libertad, Martillo Noveno y Negocio Quinto retiraron la tela que cubría una estatua levantada en el centro de la Plaza Principal en honor del aviador Sexto Rasante, espía republicano cuyas copias habían sido asesinadas en masa en esa misma plaza. El monumento también recordaba al entonces Consejero de Seguridad de Montes Tarao, que colaboró con el infiltrado y corrió su misma suerte.

–          Siento la reciente muerte de Hermano 27351. Todos recordaremos su papel en nuestra victoria – dijo Martillo a Negocio.

Un mes antes, Hermano había muerto en una pequeña isla cercana a Costa Mamá. Se desplazó a ella inmediatamente después de que anunciara su retirada de la política. Ésta tuvo lugar en un momento inesperado, principalmente debido a la inusitada dureza con la que se enfrentaba por aquellos días al partido comercialista en el parlamento de Ciudad. En un breve comunicado, se limitó a argumentar problemas de salud debidos a su ya avanzada edad. Sus funerales, presididos por el nuevo líder del partido pedrista, Hermano 31415, tuvieron el rango de funeral de Estado, y el propio Martillo Noveno se desplazó a Ciudad para asistir.

El propio Hermano 31415 se encontraba ahora cerca de la estatua recientemente desvelada, si bien el protocolo lo había ubicado en un lugar ligeramente apartado que indicaba su papel de líder de la oposición, no de representante del Estado de la República.

El siguiente acto de la celebración era el desfile por la plaza de algunos veteranos de guerra de los dos bandos vencedores. Sin embargo, el acto central de la celebración vendría inmediatamente después.

El patíbulo en el que había muerto Pedro hacía un año permanecía en el mismo lugar de la plaza. De acuerdo con la sentencia dictada por el tribunal internacional que lo condenara a muerte, Pedro volvería a ser generado para ser ejecutado inmediatamente después, y el lugar de la nueva ejecución sería el mismo. Unos operarios se afanaban para subir una máquina generadora a la superficie del patíbulo. Esta máquina contenía el plano de Pedro que se había tomado exactamente un año antes, justo antes de su ejecución. Mientras los operarios terminaban sus preparativos, los veteranos que habían desfilado subían a una grada improvisada para ocupar los asientos con los que habían sido premiados, frente al patíbulo. Cuando las autoridades ya habían ocupado su lugar, un veterano fue invitado por un soldado a subir al patíbulo para tener el honor de activar la palanca que mataría a la nueva copia de Pedro.

Entonces, los operarios anunciaron que todo estaba listo. A una señal de un soldado, un operario pulsó un botón en la máquina generadora. Apareció una luz azulada.

4

“Ojalá todas las cabezas de todos los habitantes de este maldito mundo cupieran junto a la mía en esta soga” pensaba Pedro mientras una soga se apretaba contra su cuello.

Un operario pidió a Pedro que sonriera “para una foto”. El operario accionó un mecanismo en el extraño dispositivo de yogures y clips, y un haz de luz que contenía un plano completo de Pedro fue enviado a un receptor. Entonces, Pedro fue testigo de un prodigioso suceso.

De repente, el escenario cambió. Se encontraba en la misma plaza, pero la plaza había cambiado súbitamente de un instante para otro. Enfrente de él, junto al patíbulo, había surgido de la nada una grada llena de soldados. Kakakulo ya no estaba situado junto a la palanca de la horca, y en su lugar había un soldado lleno de chapas de AhorraPlus. A lo lejos, Pedro pudo ver lo que parecía una estatua aparecida como por arte de magia.

Entonces, un soldado pidió a Pedro que dijera sus últimas palabras. Pedro buscó con la mirada al Hermano 27351, pero extrañamente éste había desaparecido. De hecho, la tribuna de autoridades había desaparecido. Con un rápido vistazo encontró otra tribuna de autoridades en una ubicación diferente. En ella se encontraban Martillo Noveno y Negocio Quinto, pero no había rastro de Hermano. Todo era muy extraño. “¿Me quedaré sin ver la cara que pone ese maldito cabrón al descubrir que reniego de él y regreso triunfante al nopedrismo?” se lamentó con tristeza.

Entonces Pedro miró al soldado, y como única respuesta hizo su habitual saludo militar: “¡Muera Pedro!”. Estas palabras provocaron un revuelo de comentarios entre el público. “Otra vez lo mismo” creyó oír en uno de ellos. “¿Cómo es posible?” decía otro. Esto volvió a sorprender a Pedro, que esperaba que su manera de renegar del pedrismo sorprendería al público.

Entonces el soldado de las chapas activó la palanca. Mientras Pedro caía a toda velocidad por el agujero de la trampilla, por fin se dio cuenta de lo que ocurría. “Soy una copia” fue su último pensamiento.

5

Un año tras otro, Pedro fue generado e inmediatamente después ahorcado en cada aniversario de su primera muerte, tal y como dictaba su condena. Mientras los cambios sociales se precipitaban lenta pero inexorablemente en todo Hogar, la ejecución anual de Pedro se convirtió en toda una tradición que atraía a cientos de miles de personas a la Plaza Principal de Pueblo Tarao y sus alrededores. Cada año se reunían varios miles de veteranos de guerra y de supervivientes del exterminio alrededor del famoso patíbulo para ver morir a Pedro. La tribuna de autoridades se convirtió en un reflejo de los cambios políticos que se sucedían en Hogar: a los pocos años, ni Negocio Quinto ni Martillo Noveno se encontraban ya allí.

Si bien durante los primeros años la sensación del público al contemplar al mismísimo líder del mal era de trágica solemnidad y cierto terror, el paso del tiempo transformó la reacción de los asistentes en un no disimulado odio hacia el condenado. El hecho de que el condenado hubiera sido finalmente derrotado hizo olvidar lentamente el miedo que había infundido entre sus enemigos, y finalmente solo quedó el recuerdo de los actos que había cometido. Año tras año, la ira de los asistentes era cada vez más evidente. En una ocasión, justo después de que la figura de Pedro surgiera tras disiparse la luz azulada, los veteranos le lanzaron coliflores. Alguna alcanzó a Pedro en la cabeza. A pesar de que su impacto no resultó muy dañino para el condenado, la sensación de que el acto podría llegar a degenerar en un linchamiento público desagradó a los organizadores del evento, que reaccionaron instalando una mampara blindada que rodeaba toda la planta superior del patíbulo. Ésta sería utilizada por primera vez el año siguiente.

Debido a la manera en que la existencia de Pedro había removido la conciencia colectiva planetaria, la tradicional oposición de los dirigentes de Hogar a registrar la Historia se relajó en todo lo referente a la figura de Pedro y a la guerra que había provocado. Con el paso de los años, Pedro se convirtió en un mito para los jóvenes que no habían llegado a conocerle. Los que asistían a la ejecución anual solían hacer comentarios del tipo de “¡Es igual que en los libros!” justo después de que Pedro surgiera de la nada. Otros más mayores solían responder “Claro, es que es él”. Por otro lado, la manera en que la República modificaba la historia antigua de Hogar a su antojo hizo que algunos de los jóvenes que eran recibidos por primera vez en el parlamento de Ciudad salieran de él preguntándose si el mismísimo Antipedro Primero, personificación de todos los males del mundo, también era una mentira. Los veteranos de guerra se indignaron profundamente, y los políticos reaccionaron ordenando que todo el material audiovisual referente a la guerra se emitiera en televisión una y otra vez.

A medida que el número de ciudadanos que había vivido la guerra en primera persona se reducía con el paso de los años, el comportamiento del público durante cada ejecución fue transformándose. El odio hacia el condenado fue paulatinamente sustituido por el desprecio. El público comenzó a gritar la ya célebre frase “¡Muera Pedro!” exactamente en el momento en que el mismo Pedro la pronunciaba, justo después de que se le pidiera que dijera sus últimas palabras. Este hecho solía desconcertar gravemente al condenado, cuyo cuerpo caía por la trampilla inmediatamente después entre las carcajadas de los asistentes. Con el objetivo de que el grito del público se sincronizara completamente con el de Pedro, los que iban a asistir a la ejecución anual ensayaban juntos el grito desde unos días antes de la ejecución, reloj en mano.

En todas las ocasiones, Pedro percibía o creía percibir que el escenario de su ejecución cambiaba bruscamente justo después de que alguien le pidiera que sonriera para una foto. Antes de ese instante, se encontraba sobre el patíbulo original ante la atenta mirada de Martillo Noveno, Negocio Quinto y Hermano 27351. Justo después, pasaba a encontrarse muchos años después, aunque igualmente con una soga al cuello y a punto de morir. Pedro, inconsciente durante los primeros segundos de ser una copia e incapaz en cualquier caso de saber lo que había ocurrido durante las ejecuciones anteriores, no podía evitar despedirse siempre con la misma frase año tras año, ante la burla de todos.

Mientras tanto, algunos de los políticos más jóvenes comenzaron a afirmar que probablemente la guerra nunca había existido. Ante la indignación de los mayores, el mensaje caló en una parte de la juventud, que había sido educada para mostrar escepticismo ante cualquier tipo de relato histórico, incluso aunque muchos de los que hubieran vivido los sucesos relatados estuvieran todavía vivos. Mientras tanto, el proceso de banalización de la ejecución continuó inexorablemente, y la propia ceremonia de ejecución sufrió ciertas transformaciones. Personajes famosos comenzaron a recibir el honor de activar la palanca. Pasada la época en que dicha acción correspondía a veteranos de guerra, supervivientes del exterminio o políticos, llegó la etapa de los escritores, los artistas, los cantantes y, finalmente, los ganadores de concursos de televisión. En torno al lugar de ejecución se montaron puestos de comida rápida y una feria con atracciones. La ejecución de Pedro se convirtió en toda una manifestación cultural y turística de Pueblo Tarao.

Al cabo de muchos años, los cambios sociales y de mentalidad que estaban teniendo lugar en todo Hogar desembocaron en que las máximas autoridades políticas del planeta acordaran abolir la pena de muerte de la justicia internacional. Los ciudadanos de Pueblo Tarao protestaron enérgicamente, pues la ejecución anual de Pedro se había convertido en el mayor acontecimiento turístico de todo Hogar, y los ingresos que aportaba no pasaban desapercibidos en una ciudad que había evolucionado desde su antiguo carácter minero hacia el sector de servicios. El escepticismo en torno a la existencia de la guerra, fomentado por una parte de la clase política, había crecido notablemente. Esto enfadó mucho a los supervivientes de la guerra, que veían como algunos de sus vecinos jóvenes les hablaban de la “alucinación colectiva” de los mayores y cosas parecidas. Dicho escepticismo, lejos de hacer disminuir el interés por la ejecución de Pedro, aumentó más aún su leyenda, pues los escépticos habían llegado a desarrollar todo tipo de teorías acerca de quién era el individuo que era ajusticiado un año tras otro. Estas especulaciones habían sido enriquecidas por la acción de la distorsión popular hasta convertirse en variopintas y contradictorias leyendas. “Es el último alienígena, el último antiguo poblador de Hogar que queda vivo. Tomó nuestra forma para camuflarse entre nosotros. Logró manipular la mente de todos los habitantes de una generación entera para hacerles creer que hubo una guerra o algo así. Pero, a pesar de la confusión que provocó, logramos seguir celebrando la repetición de su muerte, que es la conmemoración de nuestra victoria” decían algunos. “Es el demonio, un ser maligno que debe ser eliminado todos los años como muestra de nuestra orientación hacia al bien. A pesar de estar atrapado, es un capaz de distorsionar nuestra mente para llenarla de mentiras. Debemos permanecer diligentes, debemos seguir por el camino recto” decían otros. El resultado era que, tanto los que todavía creían en la existencia de la guerra como los que no, mostraban un gran interés y curiosidad por aquel acontecimiento.

Un reducido grupo de empresarios del sector turístico, que había formado un importante bloque internacional de poder, presionó para que la ejecución Pedro pudiera seguir realizándose año tras año a pesar de la abolición de la pena de muerte. Aduciendo que la sentencia de condena a muerte era anterior a la abolición de esta pena, propusieron una fórmula que fue aceptada por los políticos y que hacía compatible el mantenimiento de la tradición con la ilegalidad de matar a cualquier ser humano en cualquier circunstancia. Para que Pedro pudiera seguir siendo ejecutado, justo antes de que la abolición de la pena de muerte entrara en vigor se mandó automatizar el patíbulo para que todos los años generara a Pedro y le colgara inmediatamente después de manera completamente autónoma. Para que nadie tuviera ninguna responsabilidad penal por la actividad que llevaba a cabo por dicho mecanismo, el día antes de la abolición se equipó el patíbulo automático con un panel solar que permitiría su funcionamiento autónomo sin necesidad de ser conectado a la red eléctrica general. De esta forma, nadie activaría nada, nadie sería responsable. El patíbulo automatizado generaría a Pedro automáticamente en cada aniversario, ya rodeado en su cuello por un cable en forma de soga. Al cabo de unos segundos, se abriría la trampilla. Para que Pedro no pudiera apartarse de la trampilla justo después ser generado, se levantó alrededor de la trampilla una nueva mampara trasparente. La máquina generaría a Pedro ya dentro de ella. Unos minutos después de que la trampilla se abriera, el mecanismo abriría automáticamente el cable, y cuando el cadáver de Pedro cayera al suelo, un operario pasaría a retirarlo. La ejecución de Pedro siguió celebrándose año tras año con el nuevo mecanismo automático.

En una de las ejecuciones que se celebraron durante aquellos años sucedió que, poco después de que Pedro surgiera de la nada, un anciano que llevaba puesta una gorra NP de soldado cabo saludó discretamente a Pedro desde el fondo de la plaza mientras levantaba el brazo. Los ojos del anciano estaban empañados por las lágrimas. Nadie entre el público se percató de la indumentaria del anciano, pues todos los presentes atendían ansiosos a lo que sucedía en la dirección opuesta. No obstante, el llamativo emblema de la gorra llamó la atención de Pedro, que se emocionó al comprobar que un veterano monteño leal de baja graduación había venido a despedirse de él a pesar del riesgo que podría correr por ello. Aquel año, el público congregado no consiguió averiguar por qué se habían visto unas lágrimas en el rostro de Pedro, cosa que no había sucedido en ninguna de las veces anteriores, ni volvería a suceder. No obstante, a pesar de la pequeña sorpresa, la multitud aplaudió rabiosa como siempre poco después, cuando el cuerpo de Pedro se balanceaba como un saco empujado suavemente por el viento.

6

Pasaron muchos más años.

En otro de los aniversarios de su primera muerte, Pedro volvió a surgir de la nada sobre la superficie del patíbulo con la soga al cuello. De nuevo, Pedro volvió a sentir cómo el escenario en el que se sentaban ante él los líderes que ganaron la guerra cambiaba repentinamente por otro escenario más moderno y sofisticado en el que dichos líderes habían desaparecido. No obstante, el cambio de escenario era en esta ocasión mucho más radical. Pedro observó con gran sorpresa que el público había desaparecido. Esto le desconcertó. Mientras el corazón le latía con fuerza, una voz metálica pregrabada le pidió que dijera sus últimas palabras. Ante la absoluta soledad de la plaza, Pedro dudó en hablar, pero poco después volvió a desearle la muerte a Pedro. Entonces, se abrió la trampilla y Pedro cayó por ella.

Su corazón se aceleró más aún mientras su cuerpo se desplazaba en caída libre. De repente, sus pies chocaron contra algo blando y su caída se frenó en seco. Mientras permanecía con los ojos cerrados y los dientes apretados, se sorprendió de poder sentir algo. Durante unos instantes se preguntó si acababa de entrar en el infierno de la religión pedrista. Con gran temor, se atrevió por fin a abrir los ojos. Entonces se dio cuenta de que no se había roto el cuello. Se encontraba bajo la plataforma del patíbulo. Seguía estando en la Plaza Principal de Pueblo Tarao. Seguía vivo.

Entonces Pedro decidió averiguar cuál era el objeto blando que había frenado su caída. Dirigió su mirada hacia abajo y sintió repulsión. Bajo sus pies se amontonaba una gran pila de cadáveres cuya caótica forma se asemejaba vagamente a una pirámide, y él se encontraba justamente sobre su cúspide. El hedor a putrefacción era insoportable. Entonces su repulsión pasó a convertirse en terror. Al observar las vestimentas de los cadáveres que se amontonaban bajo sus pies, vio que coincidían con las suyas propias.

“¡Soy yo mismo!” pensó con horror. “¡Esos cadáveres son de mí mismo!”.

Mientras temblaba, trató desesperadamente de entender lo que estaba sucediendo. Para evitar volverse loco, decidió descartar voluntariamente la posibilidad de que todo aquello fuera el fruto de su imaginación. Trató de concentrarse.

“Soy una copia. Por eso antes el escenario cambió de repente” pensó. Pedro recordó la sentencia de su condena a muerte. “Soy uno de esos Antipedros que serían generados y ejecutados en los aniversarios de mi primera muerte” pensó. Entonces decidió que esa peculiaridad no le afectaría en absoluto. Incluso en aquellos terribles momentos consiguió hacer uso de su habitual sentido práctico. “No creo que esté en una situación en la que pueda permitirme que los problemas de identidad me preocupen. Aunque en sentido estricto acabe de nacer, mis recuerdos me indican que sigo siendo la misma persona. Recuerdo lo mismo, pienso lo mismo y opino lo mismo. Dado que todo así me lo indica, decido que soy el mismo”.

Entonces intentó averiguar por qué existía aquella pila de cadáveres que se levantaba bajo sus pies. Encontró una posible explicación. “Estos cadáveres son el resultado de las ejecuciones anteriores” pensó. Miró el enorme tamaño de la pila. “Sin duda, esta pila es el resultado de muchos años de ejecuciones continuadas” pensó horrorizado. “Todos ellos murieron, y parece que nadie se preocupó de recogerlos. Por eso se han amontonado aquí abajo, justo debajo de la trampilla de la que cayeron, y por eso me han salvado la vida”.

“Entonces, ¿quién me ha generado y quién ha abierto la trampilla del patíbulo?” se preguntó desconcertado. “Quizá sea algún tipo de mecanismo automático” concluyó. “Quizás mi propia generación fuera provocada hace unos minutos por un mecanismo que se inició automáticamente con algún tipo de temporizador”.

Pedro intentó guardar el precario equilibrio que le mantenía sobre la cúspide de la pila. El cable que pendía de lo alto del patíbulo y todavía rodeaba su cuello no había llegado a tensarse porque el primer cadáver de la pila le había frenado unos pocos centímetros antes de que esto ocurriera. Si se resbalaba de la cúspide, entonces caería del montón y su destino sería aquél que estaba dictado desde un principio. Pensó por un momento en el primer cadáver de la pila. “No viviste por poco. Por poquísimo, me tocó vivir a mí” pensó.

Sintió que lo extravagante y terrorífico de aquella situación comenzaba a superarle.

No podía zafarse del cable que rodeaba su cuello porque sus manos permanecían esposadas a su espalda. Sintió verdadero pánico al darse cuenta de que estaría condenado a permanecer en pie sobre ese montón putrefacto todo el tiempo que sus piernas se lo permitieran y que, en cuanto éstas flaquearan, caería y el cable se tensaría. Entonces moriría de asfixia, y su muerte sería mucho más terrible que si se hubiera roto el cuello desde el principio. Sintió que el hedor a putrefacción procedente de los cadáveres comenzaba a producirle náuseas.

Se preguntó si todo aquello sería algún tipo de macabro espectáculo destinado a que durante unos instantes creyera que podría salvarse y que, después, se diera cuenta de que cualquier intento sería en vano. “Quizá algún chiflado haya querido darle algún tipo de significado alegórico al hecho de que trate desesperadamente de mantenerme de pie sobre una montaña formada por mis propios cadáveres. Quizá ahora mismo hay alguien riéndose detrás de esas ventanas” pensó mientras miraba primero hacia su antiguo palacio y después hacia el sorprendentemente reconstruido templo pedrista.

Entonces, el cable que rodeaba su cuello se abrió automáticamente y quedó libre. Mientras Pedro no podía evitar emitir un ahogado grito de alivio, observó estupefacto cómo algún tipo de mecanismo automático empujaba el cable hacía arriba y lo enrollaba en lo alto del patíbulo. Cuando el cable desapareció por el agujero de la trampilla, la trampilla volvió colocarse en su sitio y la plataforma superior del patíbulo volvió a quedar sellada.

Eufórico y emocionado, Pedro comenzó a descender del montón de cadáveres con mucho cuidado. La falta de manos con las que apoyarse hacía que se moviera con gran torpeza en aquel entorno blando y putrefacto. A cada pie que apoyaba, se oía el crujido de algún tipo de tejido orgánico putrefacto que cedía ante su peso. La presencia de vísceras hacía que todo estuviera resbaladizo. Todos los movimientos de Pedro eran lentos y muy calculados. “Después de la muy improbable secuencia de golpes de buena suerte que me ha salvado, resultaría absurdo e irónico que muriera resbalándome y estrellando mi cabeza contra el duro suelo de la plaza” pensó.

Por fin, Pedro alcanzó tierra firme. Observó que los cadáveres que se situaban en las posiciones más bajas de la pila, probablemente los más antiguos, se encontraban carcomidos hasta los propios huesos. “Durante la guerra lo vi prácticamente todo, pero jamás había visto un cadáver que hubiera sido consumido por la putrefacción de esta manera” pensó Pedro extrañado. “Tras mucho tiempo los huesos también se pudren, pero no de esta manera”. Pedro pensó que la violencia o agresividad de lo que estaba pudriendo esos cadáveres era sorprendente y desconocida para él.

Pedro dirigió su mirada al resto de la plaza. La plaza estaba completamente vacía, y no se oía ruido alguno salvo el viento. Durante unos instantes se detuvo a pensar que realmente había sobrevivido a la horca. Esto le produjo una súbita subida de adrenalina y una sensación de euforia. Entonces decidió que tenía que contener sus sensaciones. Aunque no entendía por qué la plaza estaba vacía, él era ahora mismo un prófugo de la justicia que se había escapado de su propia ejecución. “Debo evitar que nadie me vea” pensó temeroso. Echó un último vistazo al patíbulo y acto seguido comenzó a correr sin rumbo para alejarse de él. Sus manos seguían encadenadas a su espalda. Abandonó la plaza y, algo desorientado, se adentró en las calles de Pueblo Tarao.

7

Pedro se desplazaba agazapado por las calles de Pueblo Tarao. Agachado, corría con gran recelo para esconderse temeroso detrás de cualquier objeto del mobiliario urbano que pudiera servir para esconder su cuerpo. Cuando por fin comprobaba que ni se veía ni se oía a nadie en los alrededores, volvía a levantarse para correr en dirección al parapeto más cercano. Mientras corría desesperado, comprobó que la ciudad había cambiado mucho desde que él fuera su gobernante. La mayoría de los edificios que él conociera ya no existían y, en algunos lugares, de la antigua ciudad sólo quedaba el trazado de las calles.

En su aleatorio recorrido, Pedro no encontró a nadie. Al cabo de un rato corriendo solo por las calles, fue relajándose, y cada vez puso menos empeño en mantenerse oculto. Tras un rato más, llegó a la conclusión de que se había quedado absolutamente solo en Pueblo Tarao. Agotado por la carrera, se paró unos instantes para tomar aire y comenzó a caminar erguido. “¿Por qué no habrá nadie en Pueblo Tarao?” se preguntó intrigado. Sin duda, se había perdido demasiadas cosas durante los últimos años. De repente, una posibilidad más drástica se le pasó por la cabeza. “¿Y si no existiera nadie más en todo Hogar?”.

Ahora que había decidido que probablemente su vida no corría peligro en un plazo inmediato, Pedro se detuvo para pensar en qué debía hacer ahora. Sus manos seguían esposadas a su espalda. Pensó que debía encontrar como fuera la manera de abrir o cortar sus esposas. De no lograrlo, su sorprendente liberación podría revelarse inútil, pues con las manos atadas le resultaría imposible desenvolverse y, probablemente, conseguir comida. Su aparente suerte podría conducirle, después de todo, a una lenta muerte por inanición.

Mientras deambulaba preocupado, Pedro se dio cuenta de que su recorrido aleatorio le había devuelto de nuevo a la Plaza Principal. Trató de evitar el patíbulo con la mirada. Nervioso, comenzó a recorrer las calles aledañas en busca de algo que pudiera servirle para liberar sus brazos. Al cabo de un rato, en una calle que salía directamente de la plaza, Pedro encontró un taller. Se preguntó cómo podría entrar. Muy escéptico, se dio la vuelta para intentar girar el picaporte con sus manos. Entonces observó incrédulo que el picaporte giraba, y la puerta se abrió.

“Es muy extraño que esta puerta no estuviera cerrada con llave. Parece como si los dueños hubieran tenido que huir a toda prisa”.

Pedro entró lentamente en el taller. El polvo acumulado parecía indicar que el lugar llevaba mucho tiempo cerrado. Pedro tosió un par de veces. En la penumbra, comenzó a examinar el contenido del taller en busca de algo que pudiera resultarle útil. Observó que sobre la mesa del mostrador había una caja, y sobre ella una gorra de soldado NP. Esto llamó enormemente la atención de Pedro, que se acercó para mirar el contenido de la caja. La caja estaba llena de alambres de distintos grosores y longitudes. Pedro se dio la vuelta para intentar alcanzar los alambres con las manos. Al comprobar que su esfuerzo era inútil, tiró la caja al suelo con la cabeza y se sentó en el suelo mirando en dirección opuesta al montón de alambres caídos para poder manipularlos con sus manos. Repasó el grosor y la forma de cada alambre con los dedos. Tras escoger un par de ellos que le parecieron idóneos, tomó uno con cada mano y los introdujo simultáneamente en la cerradura de las esposas a modo de ganzúa.

Tras unos minutos de desesperados intentos, quizá incluso una hora, sonó un “click”, y las esposas se abrieron. Lentamente, Pedro sacó las manos de los aros que las oprimían. Por primera vez desde que, poco antes del amanecer (aparentemente, de aquel mismo día), un soldado le pusiera las esposas en su celda, Pedro podía mirarse las manos. “Míratelas bien, que las volverás a ver” dijo el soldado mientras se las agarraba y se las ponía a la espalda. El movimiento brusco del soldado le retorció uno de los brazos de tal forma que no pudo evitar emitir un aullido de dolor. El comentario del soldado y la reacción posterior de Pedro habían provocado la risotada de los demás soldados.

Mientras observaba que las esposas le habían dejado marcas en las muñecas, Pedro pensó con gran satisfacción que probablemente todos esos soldados habían muerto. Muy sonriente, se puso en pie y cogió la gorra de soldado NP. Se trataba de una gorra de cabo. Se la puso en la cabeza. Por primera vez en mucho tiempo, sintió verdadero orgullo. Se sentía exultante.

Buscó en el taller otros objetos que pudieran resultarle útiles. Encontró un cuaderno y un lápiz en un cajón, y los cogió. Al volver a salir a la calle, Pedro se percató de que, por fin, era libre.

Razonó que, si estaba en lo cierto al pensar que él era único superviviente en el planeta, entonces, después de todo, Montes Tarao había ganado la guerra, pues él sería el único superviviente de uno de los bandos y el pedrismo había sido eliminado por completo. De hecho, él podría ser la prueba viva de su victoria final.

8

En ese mismo momento, Pedro se dio cuenta de que tenía hambre. Después de tantos años en Hogar, Pedro no podía dejar de desear algunos manjares propios de la Tierra cada vez que sentía verdadero hambre. Como cada vez que eso ocurría, trató de borrar esos pensamientos de su cabeza, y centró sus deseos en el clásico bocata de chopped con el tradicional mordisco de Gómez y sus nutritivas babas.

Rápidamente, Pedro pensó que podría utilizar la máquina generadora de su patíbulo para generar comida. Era probable que la máquina generadora que usaba su propio patíbulo para generarle a él todos los años incluyera a su vez los planos necesarios para generar los cuatro alimentos de Hogar. Esto sería así si dicha máquina generadora era a su vez una copia de otra máquina generadora que incluyera dichos planos. Pedro no recordaba ninguna máquina que no incluyera los planos de los alimentos, pues, junto a la reproducción, la alimentación era el principal objetivo de cualquier máquina generadora de Hogar.

Por un momento, Pedro recordó el pánico que le producía el patíbulo y la repulsión que le producía la pila de malolientes cadáveres de sí mismo que se amontonaban justo debajo. Después decidió que en aquel momento su hambre superaba su rechazo, y comenzó a caminar con decisión hacia la Plaza Principal.

Al llegar al patíbulo, lo observó con detenimiento. Sobre la plataforma del patíbulo descansaba una máquina generadora que estaba conectada a otro dispositivo que le resultaba desconocido. “Debe tratarse del mecanismo que lo automatiza todo” pensó. “Éste ordena a la máquina generadora crearme cada año, activa la voz que me pide mis últimas palabras, abre la trampilla, espera unos minutos, abre el cable para que caiga mi cadáver, lo vuelve a enrollar y vuelve a cerrar la trampilla. Y así hasta el año que viene, momento en que supongo que pondrá el cable a la altura de mi cuello, lo cerrará, y acto seguido me volverá a generar”.

Con gran decepción, Pedro observó que no resultaría nada fácil acceder a la plataforma del patíbulo y a la máquina generadora que encerraba, pues toda la plataforma estaba rodeada por un grueso cristal que, a juzgar por su aspecto, estaba blindado. La única forma de acceder a la parte alta sería a través del agujero de la trampilla, pero el mecanismo ya se había ocupado antes de cerrarla.

Pedro decidió que la única forma de acceder a la máquina generadora requeriría destruir el blindaje superior, y para eso haría falta explosivos. Pensó que podría buscarlos en alguno de los polvorines secretos que utilizó su ejército durante la guerra; quizá alguno de ellos nunca hubiera sido descubierto. Sin embargo, para eso tendría que andar varios kilómetros, así que decidió que primero buscaría algunos restos de comida entre los edificios cercanos. Recordó que, durante su reciente caminata por Pueblo Tarao, había visto algún supermercado. Trató de recordar el camino y se puso en marcha. Al cabo de unos minutos alcanzó la tienda. Intentó abrir la reja que rodeaba la puerta, pero ésta sí estaba cerrada con llave. “Habría sido demasiada suerte” pensó.

Miró alrededor. Sus tripas comenzaban a protestar sonoramente por la falta de nutrientes. Decidió introducirse en alguna casa en busca de restos de comida. Encontró un portal cuya puerta no estaba cerrada con llave y se adentró en su interior. “Es curioso, ni siquiera cuando el poder de mi gobierno era máximo podía entrar en un hogar con esta misma facilidad” pensó Pedro. Después de varios intentos deambulando por la escalera y recorriendo varias plantas, encontró una puerta que no estaba cerrada con llave y entró en el apartamento. Se dirigió a la cocina, pero la nevera estaba vacía. Volvió a salir a la escalera. Probó otras puertas, pero las demás estaban cerradas. Entonces, decidió volver a salir a la calle. “Bah, no merece la pena” pensó decepcionado. “Aunque al final consiga encontrar alimentos, éstos estarán probablemente podridos. En tanto tiempo, las bacterias descomponedoras habrán hecho su trabajo. No me queda más remedio que buscar los explosivos”.

En ese momento sintió que su cansancio era aún mayor que su hambre, debido posiblemente a las fuertes emociones que había vivido recientemente. Decidió que, antes de salir en busca de los explosivos, descansaría un rato. Se sentó en el suelo sobre el bordillo de la acera, y entonces fue consciente por primera vez de lo extenuado que se encontraba.

Decidió tratar de relajarse pensando durante un rato en cosas que no tuvieran nada que ver con su futuro más inmediato. Durante unos instantes se dedicó a escuchar el viento. La posición de Pueblo Tarao, ubicada sobre una meseta, hacía que los vientos fueran muy habituales. No obstante, Pedro nunca había podido escucharlos con tanto detenimiento como entonces. A ratos el sonido parecía el de un silbido humano, y tomaba un tono que era similar al de una advertencia. Pedro recordó que el bullicio de la gran ciudad le había impedido detectar esos detalles en los viejos tiempos. Ahora, el silencio provocado por la ausencia humana resaltaba esos detalles. Al darse cuenta de que no reconocía los edificios que se apretujaban en aquella calle, sintió algo de tristeza. “Allí había una tienda de música. Había todo un estante dedicado a música patriótica” pensó con nostalgia. Sus recuerdos estaban muy vivos, pues para él apenas habían pasado dos meses desde que fuera encarcelado y no pudiera volver a ver las calles de su ciudad. Miró más allá, en dirección a un cruce de calles. Antaño, allí mismo se levantaba el museo dedicado a su persona. Los visitantes, grandes patriotas monteños, podían observar ciertos objetos que le habían pertenecido y que gustoso había donado al museo. Pedro siempre se sintió orgulloso de que aquel museo no hiciera referencia a nada que tuviera que ver con la Tierra o con las costumbres del deicisieteañero que la abandonara. “Ni Kakakulo, ni Val Hancín, ni Anikilator” pensó feliz. En la sala principal del museo, los visitantes observaban con veneración una papelera abollada a la que él había dado un gran valor sentimental. Nunca reveló el significado de aquella papelera, aunque el letrero que la acompañaba rezaba que “supuso para nuestro gran líder el comienzo de su cruzada contra el pedrismo organizado”. Hoy en día, el antiguo emplazamiento del museo era ocupado por dos edificios de menor tamaño: un pequeño templo pedrista en un pobre estado de mantenimiento y una tienda de ropa.

Entonces dedicó sus pensamientos a intentar buscar la razón por la que su proyecto de crear una mujer no fue posible en Hogar. De hecho, si hacía caso a la extraña historia que le había contado Hermano 27351 en su celda, ese proyecto tampoco habría tenido éxito hasta el momento en ninguno de los otros mundos poblados por Pedro Martínez, pues todos ellos estarían poblados únicamente por dicho individuo. Tomó nota mental de que, si le resultaba posible, algún día intentaría averiguar si toda esa historia era cierta.

Antes de eso, trataría de comprobar si realmente él era el último habitante vivo de Hogar. Razonó que, de ser así, la sociedad de Hogar debió entrar en algún tipo de decadencia fatal. Esta decadencia habría tenido lugar mientras él moría una y otra vez, inconsciente de lo que sucedía a su alrededor. Entonces se le ocurrió una posible explicación para esa decadencia que, en realidad, era un viejo miedo que había atormentado clásicamente a la República: quizás, a lo largo del tiempo, muchos habitantes de Hogar acabaron teniendo su propia máquina generadora, y eso supuso el fin de todo gobierno centralizado. El mundo se llenó de señores feudales que tenían su propio generador e impedían el comercio con sus interminables guerras y su minúsculo pedazo de poder absoluto sobre sus respectivos súbditos. El resultado fue la decadencia total del mundo. Pedro razonó que, de ser éste el verdadero motivo, entonces dicha crisis la habría iniciado, al fin y al cabo, él mismo. La razón era que su desmedida violencia contra los deterministas en sus tiempos de consejero de seguridad de Montes Tarao desencadenó, como reacción, la rebelión determinista en Ciudad y el posterior robo de máquinas que permitiría, finalmente, su independencia.

Después se le ocurrió otro posible motivo de la decadencia mundial: la bomba atómica, cuya investigación y desarrollo había desencadenado él mismo al iniciar la guerra y provocar a sus enemigos, habría acabado con todos los hombres de aquel mundo.

Entonces Pedro decidió que no importaba demasiado el motivo concreto de esa supuesta decadencia, pues quizás el problema se pudiera explicar de una manera general que justificase, si lo dicho por Hermano era cierto, la ausencia de variedad de Pedro Martínez en todos los mundos. Razonó que cualquier habitante que, como él, fuera tan poderoso y tan enemigo de la uniformidad obligatoria de Pedro Martínez como para iniciar el proyecto de la creación de una mujer, tendría una necesidad tan grande de cumplir su objetivo que su impaciencia le llevaría a desestabilizar inevitablemente el mundo. Sería fácil intuir que cualquier personaje así tendría realmente esa misma impaciencia, pues ésa era la impaciencia que él mismo sentía, es decir, la que habría sentido cualquier Pedro Martínez que hubiera deseado lo mismo y que se hubiera encontrado en la misma situación. Tras la grave desestabilización del mundo a la que darían lugar sus acciones, el mundo iniciaría una decadencia que haría que el proyecto de crear una mujer se volviera inviable.

Pedro pensó que, si la revelación de Hermano era cierta, entonces el ingrediente básico de todas las sociedades en el universo conocido era el mismo en todos los casos: Pedro Martínez. Por tanto, la evolución de todas esas sociedades solo podría diferir en las peculiaridades del entorno. Si era cierto que tales mundos existían, entonces la historia de todos ellos sería, probablemente, muy similar a la de Hogar.

Si la hipótesis de que él mismo habría desencadenado el fin del mundo era correcta, entonces la afirmación que le hiciera Hermano 27351, en la que anunciaba que él mismo sería una especie de inductor de la gloria del pedrismo, no tendría sentido. “Si por mi culpa hubieran muerto todos los habitantes de este mundo, y con ellos todos los pedristas, entonces ¿qué tendría mi acción de beneficiosa para el pedrismo?” se preguntó.

Algo más relajado, Pedro se preguntó intrigado la razón por la que los únicos cadáveres que había encontrado hasta entonces eran los de él mismo que se pudrían bajo su patíbulo. Resultaba extraño que no pudiera encontrar un solo cadáver de ninguna otra persona en ningún otro lugar. También resultaba extraño que algunos de sus propios cadáveres, concretamente los más bajos de la pila bajo el patíbulo, se encontraran consumidos hasta sus propios huesos, mostrando un proceso de putrefacción y degeneración de agresividad desconocida para él.

“Demasiadas incógnitas” pensó inquieto.

9

Pedro se percató de que llevaba sentado en la acera varias horas enfrascado en sus pensamientos. En ese mismo momento, notó que tenía calor y le dolía la cabeza. Intentando buscar una explicación a dicho malestar, recordó que su propio juicio y su ejecución habían tenido lugar poco antes de la habitual época de gripe anual. “Dado que mi muerte se ha repetido siempre en el aniversario de la primera de ellas, ahora mismo la época del año coincide con la de entonces. Probablemente me haya contagiado de la gripe anual de Hogar” pensó, algo contrariado.

Súbitamente, comenzó a sentir náuseas. Incapaz de contener la intensa arcada, vomitó con profusión. Los líquidos que expulsaba por la boca le salpicaban en el pantalón después de golpear en el asfalto. Ante su sorpresa, su vómito estaba formado fundamentalmente por sangre. Mientras el mundo daba vueltas a su alrededor, tocó el suelo con las palmas de las manos, y le pareció que el suelo estaba congelado. “Estoy ardiendo” pensó. Sus síntomas no le resultaban familiares a los de otras gripes anteriores. “Esto no es la gripe anual, esto es algo que no he sentido nunca”.

Mientras Pedro sentía el sabor de su propia sangre en la boca, similar al del hierro oxidado, se dispuso a ponerse de pie apoyando su peso sobre un brazo. Entonces oyó un chasquido y emitió un agudo alarido de dolor. Su brazo, literalmente, se había tronchado por la mitad al apoyarse sobre él. En medio de intensísimos dolores, Pedro observó un pedazo de hueso ensangrentado sobresalir de su propia carne. Logró levantarse entre intensos gritos al apoyarse sobre sus piernas. “Algo me está comiendo por dentro” razonó. Su pulso estaba acelerado. Notaba cómo su frente palpitaba al ritmo que marcaba una vena que le pasaba cerca de la sien. Simultáneamente, sentía frío. Mientras permanecía de cuclillas y el mundo daba vueltas a su alrededor más rápidamente, Pedro trató como pudo de mantener la cabeza despejada para intentar averiguar lo que estaba ocurriendo.

“El virus o lo que sea que tengo es mucho peor que la gripe”. Tras unos instantes razonó que eso que ahora sufría él era, probablemente, la misteriosa causa por la que habían muerto todos los habitantes de Pueblo Tarao, y quizás también los de todo Hogar. Desesperado, intentó buscar en su memoria algún recuerdo que pudiera valerle para entender aquella situación. El dolor le sacudía por oleadas. Durante los breves descansos que le ofrecía, se concentró en intentar recordar las cosas que le habían enseñado sus científicos durante sus largas conversaciones con ellos en el búnker de Villa Tarao.

“Los únicos virus existentes en Hogar son los que Pedro Martínez trajo de la Tierra. Por tanto, lo que me está matando tiene que ser una mutación de alguno de ellos. Probablemente, una mutación del propio virus de la gripe”. Entonces sintió una nueva punzada procedente de su brazo y gritó. Tras pasársele la oleada de dolor, Pedro trató de volver a concentrarse. Recordó que, de acuerdo a lo que le dijeron sus científicos, un ser vivo sometido a una gran presión ambiental tiende a sufrir mutaciones a lo largo de las generaciones. “Yo mismo introduje por primera vez la costumbre de defenderse de la gripe entre mi propio ejército. Después, durante mi propio juicio, vi que algunos civiles también habían comenzado a defenderse. Probablemente, tras unas cuantas generaciones, todos los habitantes de Hogar pasaron a cubrirse regularmente el cuerpo con algún tipo de traje antiviral para evitar contagiarse de la gripe”. Pedro comprendió que esta costumbre habría tenido fatales consecuencias. “Antes de que se implantara esa costumbre, el virus permanecía idéntico de un año a otro porque estaba perfectamente adaptado para invadir a Pedro Martínez. Después de que eso ocurriera, el virus perdió su adaptación, y la presión ambiental le obligó a mutar. Como resultado, la gripe mutó a una forma mucho más agresiva, mortal”. Entonces, razonó Pedro, la gripe pasó de ser una simple molestia anual para los habitantes de ese mundo a matar a toda la población. La completamente nula biodiversidad genética entre la población humana de Hogar hizo que el virus, que resultaba mortal para un individuo, lo fuera también para todo el resto de los individuos.

Pedro volvió a retorcerse. Notó que su cuerpo había alcanzando un umbral en el que era incapaz de enviarle señales de dolor aún más intensas, por lo que, paradójicamente, empezaba a tolerar las oleadas algo mejor. Volvió a concentrarse. “Entonces, tal y como sospechaba, yo mismo podría ser el responsable del fin de la civilización en Hogar. Mi idea de aislarnos radicalmente de la gripe acabó volviéndose letal” razonó. Ahora que por fin comenzaba a comprender la razón por la que Pueblo Tarao estaba muerto, se mostró más convencido que nunca de que, muy probablemente, también todo Hogar estaba muerto. Pedro pensó que, en el fondo, había algo de justicia en todo aquello. “Si no hubieran lanzado una bomba atómica sobre mis científicos, ellos podrían haber advertido del peligro. Yo mismo sólo he podido comprenderlo a posteriori, después de haberlo visto, y lo mismo le debió suceder a mucha gente en Hogar en cuanto todo ya había comenzado, en cuanto ya era tarde. Pero mis científicos estaban capacitados para predecirlo, y no pudieron hablar”.

A pesar de la satisfacción que Pedro sentía por sus recientes descubrimientos, las oleadas de dolor le devolvían periódicamente a la realidad. Sintió que las fuerzas comenzaban a faltarle. “Parece que yo acabaré de la misma manera” pensó mientras se miraba el hueso sobresaliendo de su brazo.

Al igual que el dolor le afligía por oleadas, el propio ataque que parecía estar destruyendo lentamente su cuerpo también parecía avanzar por oleadas. En aquellos momentos le empezó a dar una cierta tregua. A pesar de la fiebre alta, Pedro sintió que, en esos momentos, su única fuente de dolor era su brazo. Decidió que haría todo lo posible para entender lo que había ocurrido en Hogar antes de morir. Volvió a concentrarse en sus pensamientos.

Pedro se dio cuenta de que aquel terrible virus, aquel ser microscópico que habría matado a todos los habitantes de Hogar y ahora le mataba a él, había adaptado su forma completamente para atacar y matar a Pedro Martínez. Por tanto, para sobrevivir en el tiempo, el virus necesitaría de la existencia del único ser que le servía de sustento, es decir, necesitaría que existieran cuerpos de Pedro Martínez. Pedro pensó en la total ausencia de cadáveres en Pueblo Tarao. “No es posible que todos los habitantes de la ciudad huyeran antes de morir. Más bien al contrario, probablemente mucha gente de los alrededores acudió a Pueblo Tarao en busca de ayuda médica”.

Entonces recordó el extraño y extremo estado de descomposición de sus cadáveres bajo su patíbulo, y comprendió. “No quedan cadáveres porque ese terrible virus consigue comérselo todo. Su adaptación a Pedro Martínez y a sus tejidos es total. Por eso no queda nada” razonó. “Entonces, ¿por qué el virus sigue existiendo? ¿Por qué no se extinguió cuando el propio Pedro Martínez se extinguió de Hogar?” se preguntó.

Pedro se miró a sí mismo y comprendió. “Si hace muchos años que esos virus se comieron los cadáveres de los demás ciudadanos de Hogar hasta sus huesos, entonces el virus sólo puede sobrevivir año tras año gracias a los cadáveres de mí mismo que quedan bajo el patíbulo”. De acuerdo con el tamaño del montón de cadáveres que nadie había podido recoger, Pedro estimó que hacía décadas que los virus vivían con el único sustento de sus cadáveres. De repente, Pedro sintió una gran excitación. Después de todo, podría haber una salida a todo aquello.

10

Frenético, Pedro trató de recordar todo lo que sus científicos le habían explicado a lo largo de los años que pudiera tener algo que ver con los virus. Cualquier detalle podría ser primordial. Recordó que un virus era poco más que una simple cadena genética. “Los agentes externos como la luz o la temperatura tienen el poder de alterar esa cadena” recordó. “Sin embargo, los genes de una población de virus se mantienen más o menos estables de acuerdo al patrón original, pues cada virus se reproduce y se copia a sí mismo muy rápidamente, en general mucho antes de que dichos cambios puedan afectarle sensiblemente. Y las mutaciones que se producen en un virus antes de que éste se reproduzca no tienen efectos negativos a la larga sobre la población total de virus, pues la selección natural hace que se mantenga óptima la capacidad de la población para infiltrarse en el ser al que parasita”.

Pedro razonó que, no obstante, todo aquello podría cambiar si los virus no lograban entrar en contacto con el ser al que parasitaban y para el cual estaban completamente adaptados. “Si un virus no encuentra células para parasitar que le permitan reproducirse, entonces, a la larga, el virus desaparece. Mientras los factores externos alteran su estructura genética como siempre, la inexistencia de seres que parasitar hace que la selección natural deje de preservar la optimalidad de su forma. Entonces, dicha forma pierde su capacidad de penetrar en su objetivo. Es decir, los virus no necesitan morir para desaparecer. Basta con que la inexistencia de su sujeto objetivo haga que dejen de permanecer tal y como son”.

“Entonces”, razonó Pedro, “para acabar con el virus, los sujetos objetivo del propio virus tienen que dejar de existir, al menos durante un largo periodo de tiempo”. En su caso, pensó Pedro con gran excitación, un año completo. No podía estar seguro de que eso fuera suficiente. No obstante, Pedro comenzó a desarrollar una idea que se basaba en ello. Necesitaba que un año fuera suficiente.

Pedro razonó que, aunque probablemente él mismo ya estaba condenado, esos cadáveres de sí mismo que servían al virus de único sustento para reproducirse debían ser eliminados. “Si consigo que no exista ningún cuerpo de Pedro Martínez durante un año completo, entonces todos los virus que ahora mismo sobreviven gracias a mis propios cadáveres morirán o mutarán bajo la acción continuada de agentes externos durante un año completo, o al menos eso espero. Si realmente toda la población de virus está bajo mi patíbulo, entonces su población es muy pequeña. Es posible exterminarlos”. Pedro decidió que el verdadero motivo para exterminar al virus no era permitir su propia supervivencia, pues él ya estaba infectado y eso no tenía solución. El verdadero objetivo sería dar una oportunidad de supervivencia a algún otro Pedro que fuera generado automáticamente en el patíbulo en el futuro. “Esa máquina seguirá generando Antipedros Primeros un año tras otro. Alguno de ellos vivirá” decidió.

Volvió a vomitar sangre, y esta vez su vómito incluyó algunos restos sólidos. Esto le preocupó, pues estaba más decidido que nunca a que no se iría del mundo sin llevar a cabo su última tarea. Decidido a que el dolor del brazo dejara de interferir en su labor, tomó el valor necesario para tratar introducir el hueso en su sitio. Tras gritar como nunca lo había hecho antes y estar cercano a perder el sentido, hundió el hueso entre la carne y la sangre. Volvió a vomitar y trató de concentrarse como pudo. Decidió cerrar los ojos para evitar que la sensación de desorientación le atrapara.

Consiguió recordar su pensamiento anterior: “Para eliminar los virus que sobreviven sobre mis cadáveres, debo eliminar los propios cadáveres. No basta con apartarlos y llevarlos lejos. Por lejos que los lleve, los virus podrían sobrevivir en ellos, y el viento podría volver a traerlos al patíbulo. Hay que eliminar por completo esos cadáveres”. Pedro razonó igualmente que su propio cuerpo, ya infectado, también debía ser eliminado por completo. “Yo soy como cualquier otro cuerpo. También yo permito que el virus sobreviva. Por tanto, debo ocuparme personalmente de que mi cadáver desaparezca cuando yo muera”. Entonces, Pedro se dio cuenta de que, dado el lamentable estado en que se encontraba, jamás podría llevar a cabo las tareas que estaba planeando él solo. “No podré acabar con todos esos cadáveres yo solo”. Decididamente, necesitaba ayuda.

Sacó la libreta y el lápiz y comenzó a escribir una nota en la que explicaba al siguiente Pedro, es decir, al aquel que sería generado en el patíbulo dentro de un año, que debería quemar los cadáveres de sí mismo que se amontonaban bajo el patíbulo. Añadió también la instrucción de que debería igualmente quemar su propio cuerpo. Pedro razonó que la segunda tarea era igual de necesaria. “Yo mismo no podré eliminar todos esos cadáveres. Por tanto, en cuanto mi sucesor surja de la nada, éste quedará inmediatamente infectado por acción de los virus presentes en los cadáveres que todavía queden junto al patíbulo. Así que, cuando lea la nota que ahora escribo, su cuerpo estará también infectado, y estará tan condenado a morir como yo. De hecho, sólo aquel lejano sucesor que surja justo después de aquél que elimine el último cadáver será libre y podrá sobrevivir”.

La nota comenzaba diciendo: “La eliminación del grave mal que te matará requiere seguir las siguientes instrucciones al pie de la letra”. Los intensos dolores que sufría Pedro en ese momento hicieron que decidiera no perder el tiempo en añadir ninguna explicación adicional en la nota que estaba escribiendo. “Me queda poco tiempo y mucho por hacer” pensó. Decidió que no malgastaría su tiempo explicando la existencia del virus ni los motivos que le habían llevado a deducir dicha existencia. “No hace falta que explique nada” decidió. “Mis sucesores descubrirán todos esos detalles por sí mismos al cabo de un rato, en cuanto comiencen a sentir los primeros síntomas. En ese momento, llevarán a cabo exactamente los mismos razonamientos que he hecho yo mismo. Sin embargo, al contrario que yo, los llevarán a cabo mientras trabajan para lograr nuestro fin, no mientras permanecen sentados en una acera perdiendo el tiempo. Es inútil que cada uno de nosotros pierda el tiempo elaborando el mismo plan una y otra vez. Basta con que lo haga uno”.

La nota continuaba presentando las dolorosas instrucciones que debería cumplir aquél que las leyera: eliminar tantos de los cadáveres que se amontonaban bajo el patíbulo como fuera posible y asegurarse así mismo de que el propio cuerpo del que leyera la nota también fuera eliminado al morir. Después, la nota presentaba una prueba de que el autor del mensaje era él mismo, es decir, una prueba de que la nota había sido escrita por otra copia anterior de Antipedro Primero. Ésta consistía en incluir el último pensamiento que tuvo Pedro antes de que se le tomase la foto en el patíbulo: “Ojalá todas las cabezas de todos los habitantes de este maldito mundo cupieran junto a la mía en esta soga”. Finalmente, la nota pedía que la ganzúa y la gorra que se adjuntaban a la nota se dejasen junto a la propia nota donde estaban. La ganzúa, porque todos sus sucesores surgirían del patíbulo esposados a la espalda como él lo hizo. La gorra, para que sirviera de reclamo hacia la nota a los que vinieran después.

Entonces Pedro comenzó a caminar lentamente por la acera en dirección a la Plaza Principal. Cuando llegó allí, se dirigió hacia el patíbulo. La intensa sensación de mareo hacía que sus pasos fueran torpes e imprecisos. Tras evitar por dos veces caer al suelo, alcanzó la pared de la plaza que se encontraba más cercana al patíbulo, ubicaba bajo un amplio porche. Clavó un alambre en la pared a través de una fisura entre dos ladrillos, ensartó firmemente la nota en el alambre, y colgó la gorra en su extremo.

11

Pedro se apoyó en la pared mientras miraba hacia el suelo y apretaba los dientes. Escupió sangre un par de veces.

“Realmente no he vencido todavía. Mi lamentable estado y mi inevitable final hacen que, en justicia, no pueda considerarme el último superviviente de la guerra, y por tanto su vencedor. No obstante, ese maldito virus no me privará de alcanzar la victoria final. Me matará, pero me lo llevaré conmigo a la muerte, aunque me lleve cientos de vidas y muertes”. Entonces Pedro agarró fuertemente un cadáver con su brazo sano por un pie y lo arrastró fuera de la pila. “Aunque nadie pueda verlo ni apreciarlo, yo mismo daré ejemplo. No tengo fuerzas para arrastrar a más de uno, pero si todos llevamos al menos uno, cosa de la que estoy seguro, al final lo lograremos. Nuestro objetivo no es mantener la vida en este maldito planeta. Muy al contrario, creo que la extinción de vida es lo mejor que podría sucederle. No. Nuestro objetivo es ganar la guerra. Cuando uno de nosotros sobreviva definitivamente y no exista un solo pedrista, habremos ganado”.

Pedro pensó que él, al igual que todos los que vendrían después de él, sabía muy bien a dónde había llevar a los cadáveres para su eliminación: a la central de biomasa de Pueblo Tarao, lugar que él mismo había mandado construir durante su gobierno y a la que había enviado tantos pedristas durante la guerra. La central estaba situada en una colina a las afueras de la ciudad en Monte Tarao, a unos pocos kilómetros de la Plaza Principal. “Espero que el horno siga allí. La sentencia que me condenó a muerte también hablaba de mantener esos centros intactos para mi perpetuo escarnio histórico. Una vez allí, este cadáver que arrastraré y yo mismo tendremos el final que nos corresponde. Cuando lo logre, quedarán dos cuerpos menos que eliminar”. Usando uno solo de sus brazos y sufriendo intensos dolores, Pedro comenzó a arrastrar el cadáver en dirección hacia la calle que conducía a la central.

En el camino, cientos de veces se paró exhausto para descansar, y decenas de veces para vomitar. La fiebre y el dolor de cabeza se hacían insoportables. Deseaba con todas sus fuerzas que su brazo roto se le separara del tronco. Por un instante pensó que realmente sería una buena idea encontrar algún objeto con el que amputarlo. No obstante, después pensó que entonces correría el riesgo de desangrarse y morir antes de alcanzar su objetivo. Además, ese brazo también podría alimentar a los virus, por lo que también tendría que ser transportado y eliminado. Sin embargo, su único brazo libre estaba cumpliendo la ímproba labor de empujar un cadáver, por lo que no habría forma de cargar a la vez con el otro brazo. Por tanto, no le quedaba más remedio que aguantar los intensísimos dolores que le atormentaban.

Solo la sensación de estar llevando a cabo una labor trascendental le proporcionaba las sobrehumanas fuerzas que necesitaba en ese momento. Pensó en las condiciones excepcionales de su viaje: Entre grandes sufrimientos que le torturaban, un condenado a muerte cargaba como podía con un gran peso mientras continuaba su recorrido hacia la cima de un monte, donde moriría tal y como él mismo había escogido con el único objetivo de que su propia muerte sirviera para liberar a los que vendrían después de él. Entonces pensó que lo que él estaba haciendo en aquel momento trascendía su propia vida y elevaría su obra hasta la épica divina.

Se hizo de noche y otra vez de día. Hacía frío, y a ratos llovió. La lluvia disolvía las gotas de sangre que caían de su brazo y de su boca. Cuando por fin alcanzó la cima del monte, observó con gran satisfacción que la central seguía en su sitio, tal y como habían solicitado los que le condenaron a muerte. Mientras sentía una gran presión en el pecho que le impedía respirar con fluidez, Pedro siguió arrastrando el cadáver con su brazo sano, extenuado, hasta la entrada del recinto. Al llegar a la entrada, Pedro observó que había una taquilla y que, según parecía, se cobraba por entrar. Con el paso de los años, la central se había convertido en una especie de atracción turística. “Vaya, reconozco que eso no se me ocurrió: cobrar a los pedristas por entrar” pensó mientras sonreía con las escasas fuerzas que le quedaban. Pedro siguió arrastrando el cadáver hacia el horno, y lo introdujo a trompicones en su interior. Después se dirigió a los controles del horno. Mientras volvía a vomitar sangre, observó una inmensa batería junto a los controles. Deseó con todas sus fuerzas que no estuviera completamente descargada. Con un inmenso esfuerzo, se incorporó. Mientras sospechaba que se había fracturado una costilla, pulsó un botón, y el panel se iluminó. A pesar de los gestos de dolor que no conseguía reprimir, Pedro sintió cierto alivio al ver el panel en funcionamiento. Pulsó otro botón y se inició la secuencia de encendido. Mientras el horno se calentaba lentamente, Pedro se dirigió a su interior tirando del delgado hilo que le unía a la vida, y entonces cerró la puerta desde dentro. El cadáver que él mismo había empujado hasta allí yacía a su lado. Sintió que el creciente calor le reconfortaba. Después, mientras ya se abrasaba, sonreía cansado.

12

Pedro volvió a surgir de la nada. Entonces comprobó que todo el escenario que le rodeaba cambiaba súbitamente por el de una plaza completamente vacía y quedó muy sorprendido. Una voz pregrabada le pidió que dijera sus últimas palabras. Mientras trataba de encontrar a Hermano 27351 con la mirada, se limitó a desearle la muerte a Pedro en voz alta. Entonces la trampilla bajo sus pies se abrió y cayó sobre una pila de cadáveres. Tras unos minutos angustiosos, el cable que rodeaba su cuerpo se abrió automáticamente y quedó libre para bajar de aquella pila maloliente.

Cuando se disponía a huir corriendo de tan atroz lugar, vio una gorra de soldado NP colgando de una pared cercana coronada por un porche. Incrédulo, se acercó. La gorra pendía de un alambre, y en el mismo alambre había una nota manuscrita. Al identificar la caligrafía de la nota, se sorprendió enormemente. Más allá de las peculiaridades que resultaban completamente comunes a cualquier habitante de Hogar, había otros detalles en ella que eran propios del modo de escritura particular de Pedro. Se apresuró a leerla. Contenía unas extrañas y espeluznantes instrucciones relacionadas con un supuesto mal. Las instrucciones parecían directamente dirigidas a él mismo. Las últimas líneas de la nota, en la que se recordaba el último pensamiento que había tenido antes de que se le tomara aquella extraña foto en el patíbulo, trataban de corroborar la tesis de que aquél que la había escrito era otro superviviente del patíbulo como él, es decir, otro de los Antipedro Primero que vinieron antes que él.

Usó el alambre para liberarse de las esposas que le oprimían las manos y después dejó el alambre, la nota y la gorra donde los había encontrado, tal y como solicitaba la propia nota. Entonces trató de decidir si debía obedecer las demás órdenes de aquella nota. Ésta le invitaba a suicidarse en cierto horno crematorio, no sin antes colaborar en un extraño proceso de limpieza cadáveres. Por un momento pensó que lo lógico sería creer y obedecer a otra instancia de sí mismo que podría saber cosas que él no sabía. Al fin y al cabo, las motivaciones de aquel individuo deberían ser las mismas que las suyas, pues ambos opinaban igual. Después pensó en la referencia que había en la nota al último pensamiento que tuvo sobre el patíbulo. “Eso prueba que se trata de mí” pensó en un primer momento. Sin embargo, después desconfió y pensó que podría tratarse de algún tipo de trampa urdida por sus enemigos. Al fin y al cabo la nota le pedía, entre otras cosas, que se suicidase. “El pensamiento íntimo que ahí se escribe podría haberse obtenido a alguno de mis antecesores bajo torturas. Mi letra podría ser una imitación, y es fácil fabricar una gorra de soldado NP”.

Entonces decidió que ignoraría lo que ponía en aquella nota. Tenía hambre, así que comenzó a recorrer los alrededores en busca de alimento. Tras unas horas de búsqueda infructuosa, comenzó a sentir algo de fiebre. Un rato después, la agresividad de los síntomas hizo que descartara la gripe anual como causa de su malestar. Pensó en la nota y en la extraña circunstancia de que todo Pueblo Tarao estuviera vacío. Intentó averiguar para qué podría servir obedecer las instrucciones de la nota, y entonces comprendió lo que sucedía. Más rápidamente de lo que lo hiciera el antecesor que había escrito la nota, dedujo la existencia del virus letal mutado a partir del de la gripe, y entendió las razones del plan que se le proponía. Sin dudarlo, se acercó al patíbulo y comenzó a arrastrar un cadáver.

Mientras ascendía entre intensos dolores por la cuesta que conducía a la central de biomasa, vio pequeños restos de tela a lo largo de la carretera. Eran restos de su propio traje de preso, muy envejecidos por el paso del tiempo. “Esa tela se desgarró de los trajes de otros cadáveres al ser arrastrados por el asfalto. Otro u otros ya han seguido este camino antes que yo”. Al ser testigo del sacrificio de los que habían venido antes que él, sintió fuerzas renovadoras. En aquellos penosos momentos, las necesitaba.

Un rato más tarde, su cuerpo se asaba en compañía del cadáver que había empujado con tanto empeño.

13

Muchos años más tarde, como todos los años, Pedro volvió a surgir de la nada. Poco después, se abrió la trampilla y su cuerpo cayó al vacío. Su caída fue frenada cuando las puntas de sus pies chocaron contra una masa blanda, que se desplazó como efecto del choque. Al desaparecer su base, sus pies volvieron a quedar suspendidos en el aire. Mientras se asfixiaba, Pedro notó que seguía vivo y que no se había roto el cuello como esperaba. Presa del pánico, movió su cuerpo compulsivamente y comenzó a balancearse como mecido por el viento. Desesperado, trató de extender las puntas de los pies en busca de una nueva base. Entonces sus pies chocaron con algo y su balanceo se frenó bruscamente. En un equilibrio muy precario, las puntas de sus pies se apoyaban nuevamente sobre algo blando. Al no estar completamente suspendido sobre su propio peso, la fuerza ejercida sobre su tráquea descendió levemente. Esto permitió que pudiera pasar un hilo de aire hasta sus pulmones. Pedro apretaba su diafragma con fuerza para que el vaciado de sus pulmones aumentara la velocidad con la que el aire entraba. A pesar de la nueva fuente de aire, la cantidad de éste seguía siendo insuficiente. Su rostro comenzó a amoratarse. Tras unos minutos, la base que tocaba con sus puntillas comenzó a escurrirse. Entonces, la falta de aire le hizo perder la consciencia.

La recuperó unos segundos después, cuando el cable que sujetaba su cuello se abrió automáticamente y su cuerpo cayó rodando hasta el suelo por una maloliente montaña de extraña textura, a veces dura y a veces blanda. Fue el seco golpe de su espalda contra el suelo lo que le despertó de su letargo. Dolorido, amoratado y casi asfixiado, Pedro abrió la boca todo lo que pudo para tomar aire. La bocanada de fétido aire le produjo náuseas, pero su necesidad de aire era aún muy grande, por lo que continuó aspirando todo el aire que pudo mientras notaba su pulso muy acelerado.

Entonces observó la pila de cadáveres que le había salvado de vida. Trató de levantarse como pudo. Cuando lo logró, vio una gorra de soldado NP que colgaba de un alambre apoyado en una pared cercana. Se acercó, tomó una nota que colgaba del mismo alambre que mantenía la gorra y la leyó. Liberó sus brazos utilizando el alambre en el que se apoyaba la gorra y decidió ignorar la nota, dejándola junto a la gorra y el alambre. Tras unas horas caminando, Pedro notó unas sensaciones extrañas en su cuerpo, y tras unos minutos más decidió que obedecería a la nota. Regresó al patíbulo y se dispuso a tomar un cadáver de la pila.

Al separar un cadáver de la base a empujones, el resto del montón se desmoronó unos centímetros. Cuando lo observó, pensó en lo poco que le había faltado a él mismo para que sus pies dejaran de entrar en contacto con algo firme. Entonces se dio cuenta de que el plan de la nota tenía un error.

“Si dejo el montón de cadáveres tal y como está ahora, entonces mi sucesor que surja dentro de un año morirá, pues esta pila, de altura algo menor, no frenará su caída desde la trampilla. Si después su cadáver se amontona y se alinea correctamente con los demás tras ser soltado por el cable, entonces el sucesor de éste sí vivirá. Por contra, si no es así, quizá harán falta unos cuantos cuerpos, es decir, unos cuantos años más, para que el siguiente sucesor sobreviva” pensó Pedro. No obstante, lo que más le preocupaba no era la supervivencia de unos pocos de sus sucesores; al fin y al cabo, el virus que ahora atacaba su cuerpo condenaría igualmente a sus sucesores posteriores, y la implementación del plan de la nota conducía a la muerte en un horno crematorio. Lo que verdaderamente le preocupaba era el éxito final del plan, independientemente del número de sucesores que hicieran falta para terminar con el virus.

“Cuando cada uno de nosotros quita un cadáver de la pila para llevárselo, la pila se reduce sensiblemente, y si queremos tener éxito no podemos permitir que este proceso continúe sin fin. Si yo no evito que mi sucesor se rompa el cuello entonces, cuando al final el tamaño de la pila se vuelva a recuperar por la acumulación de los que mueran después de él, el siguiente sucesor podrá sobrevivir de nuevo. Pero entonces el mismo proceso volverá a comenzar desde el principio. Es decir, los que vengan después de dicho sucesor quitarán cadáveres hasta que la pila se vuelva insuficiente para el siguiente, y entonces el siguiente o siguientes volverán a morir hasta que la pila se recupere. Y esto ocurrirá, una y otra vez, para siempre. Si yo, que soy el último antes de que la pila sea insuficiente, no evito este problema, entonces ninguno de los sucesores que se encuentren exactamente en esa misma situación en el futuro se dará cuenta tampoco. Todos razonamos de la misma manera. Por lo tanto, para evitar que comencemos un bucle sin fin, debo solucionar este problema yo mismo”.

Pensó que la solución más segura consistía en atrancar la trampilla para que nunca llegase a abrirse. Después descartó la idea, pues entonces el siguiente Pedro quedaría encerrado para siempre dentro de la mampara blindada que rodeaba todo el patíbulo. Necesitaba una solución diferente. Salió de la plaza y se adentró en una calle con la intención de encontrar algo que pudiera valerle.

Entró en un portal y subió las escaleras en busca de algún apartamento cuya puerta no estuviera cerrada con llave. Encontró uno y entró. A pesar de los síntomas de la enfermedad que iban en aumento, sentía algo de hambre, así que se dirigió a la nevera. Para su sorpresa, ésta estaba abierta. Desgraciadamente, también estaba vacía. Decepcionado, Pedro decidió concentrarse en su labor y se dirigió al salón. Allí encontró un gran armario con una amplia base. Como casi todos los armarios en Hogar, era de metal. Dada la ausencia de vida vegetal e hidrocarburos en Hogar, el metal era el material habitual para construir muebles. Pedro empujó el armario fuera del apartamento y después, con gran dificultad, escaleras abajo.

Extenuado y febril, lo siguió empujando por la calle hasta que llegó a la plaza. Entonces abandonó el armario cerca del patíbulo y se subió a la cima de la pila de cadáveres. Allí retiró el primero de ellos a empujones y lo apartó de la pila unos metros. Volvió a subir a la cima y apartó el siguiente. Así, una y otra vez.

Los efectos de la enfermedad que lo mataba iban en aumento. Cansado, Pedro subía una y otra vez a la cima de la pila para apartar un cadáver más. Cada vez lo hacía más despacio.

Después de innumerables veces más, cuando la sangre de sus vómitos se mezclaba con la carne putrefacta de los cadáveres, por fin consiguió retirar el último de los cadáveres que se amontonaban debajo de la trampilla. Ahora los cadáveres se esparcían sin orden en el espacio alrededor del patíbulo. En ese momento, Pedro sentía como si su cuerpo pesara el doble de lo normal, y tenía mucho frío. Su fiebre era muy alta.

“Todavía no… No puedo morir ahora… Debo hacer una última cosa” pensó extenuado. Tras pararse una vez más para vomitar, se acercó al armario y comenzó a empujarlo en dirección al patíbulo. Una y otra vez lo intentaba, y una y otra vez paraba extenuado. En cada intento, apenas lo desplazaba unos centímetros. Debido a su esfuerzo y a la repentina debilidad de sus huesos, primero se le rompió un brazo, y después el otro. Al final, entre las intensas náuseas y un insoportable dolor de cabeza, comenzó desplazar el armario apoyando sobre él uno de sus hombros y haciendo fuerza con las piernas en dirección contraria.

Tras interminables intentos, el armario quedó colocado justo debajo de la trampilla.

“Ya está. Ahora el plan es correcto” pensó mientras se desplomaba junto a los demás cadáveres.

14

Pedro volvió a surgir de la nada. Poco después, su cuerpo caía sobre un armario. Este hecho sorprendió enormemente a Pedro. “¿Quién ha puesto esto aquí?” se preguntó extrañado. Trató de mantener el equilibrio sobre él, consciente de que se ahorcaría si cayera. Observó muy extrañado los cadáveres que se esparcían alrededor del armario. Tras unos minutos de angustiosa incertidumbre, el cable que rodeaba su cuello se abrió, liberándole. A pesar del inmenso alivio, la situación no era todavía sencilla: tenía que bajar de lo alto de un armario de unos dos metros de altura con las manos esposadas a la espalda.

Consciente de que de aquella situación no lo libraría nadie, trató de sentarse en la superficie del armario con las piernas colgando hacia fuera. De esta forma, reduciría la distancia de su caída. Después, se desplazó hacia delante para dejarse caer. Para su mala fortuna, hizo este movimiento con gran torpeza, de tal forma que su cuerpo giró sobre sí mismo hacia delante mientras caía. Mientras era consciente de que caería de bruces, trató instintivamente de extender sus brazos hacia delante, pero éstos permanecieron sujetos por las esposas que las oprimían. Su caída se frenó con el duro choque de su cuerpo contra el suelo de la plaza. Había caído sobre sus costillas. A pesar del miedo que le producía que alguien pudiera oírle, no pudo evitar emitir un grito de dolor. Al levantarse escupió sangre. “Parece que me he roto algo por dentro” pensó.

Entonces vio la gorra y leyó la nota que lo acompañaba. Su contenido le sorprendió más aún.

“¿Mal que me matará?” se preguntó mientras se abría las esposas con un alambre. Dejó la nota donde estaba y se miró el cuerpo. “El golpe ha sido brusco y doloroso, y es posible que incluso me haya roto algo, pero me parece muy exagerado que vaya a morir por ello…”. Se miró al estómago y sintió miedo. “No lo entiendo, el dolor es superficial…”.

Miró los cadáveres que rodeaban al armario. “Y sin embargo, todos esos son yo…”. Volvió a mirar el armario. “¿Todos ellos murieron por el golpe que se dieron al caer del armario?” se preguntó mientras meneaba la cabeza. “O sea, que todos ellos fueron igual de torpes que yo… Bueno, eso es lógico”.

Pedro se tocaba el pecho en busca de alguna anomalía, pero no encontró nada fuera de lo común. A pesar de ello, la nota y la presencia de los cadáveres era muy clara. Sintió algo de temor. Entonces volvió a mirar el armario. “Según la nota, la solución a este problema consiste en eliminar todos estos cadáveres y en eliminarme a mí mismo”. Esto era lo que le producía más incredulidad. “¿Qué tiene que ver eso con… algo?” se preguntó.

Sintió hambre y partió en busca de posibles alimentos en los alrededores. Al cabo de un rato comenzó a sentir fiebre. El mundo a su alrededor comenzó a dar vueltas y vomitó. Estaba ardiendo. Temeroso, se dio cuenta de que todos esos síntomas parecían dar la razón a la oscura profecía de esa misteriosa nota. Se estremeció al pensar que su vida podía estar efectivamente en peligro. “Decididamente, me debí romper algún órgano interno o algo así”. Sintió miedo. Mientras se miraba el pecho con incredulidad, pensó que, después de haber sobrevivido a la horca, ésa era la muerte más estúpida que se le podía ocurrir. Regresó al patíbulo para volver a leer aquella nota.

Poco después los síntomas de su debilidad se hicieron extremadamente agresivos, y entonces llegó a la conclusión de que realmente iba a morir. “Así que todos mis sucesores murieron debido al golpe sufrido al caer de ese armario” razonó. “No obstante, la solución que propone la nota es absurda. ¿Para qué iba a eliminar esos cadáveres y mi propio cuerpo?”. Se dio cuenta de que la solución correcta a ese problema era, en realidad, extremadamente sencilla. “¿Y si busco otro armario más pequeño y lo pongo al lado de éste a modo de escalera?”. Convencido de que eso sí tenía sentido, salió hacia los alrededores en busca de algún objeto que le valiera.

Tras una intensa búsqueda por los apartamentos cercanos, encontró un mueble de metal macizo que le pareció adecuado. Al comenzar a desplazarlo se sorprendió de lo pesado que era. Mientras sentía intensas náuseas, lo empujó por las escaleras hasta que lo sacó a la calle. Entonces lo arrastró por la calle hasta la plaza y lo colocó junto al otro armario. Se detuvo para tomar aire y para observar todo el conjunto. “No puede ser que esto sólo se me haya ocurrido a mí. No lo entiendo. No soy más listo que los otros”. Entonces subió al armario pequeño y luego desde éste al grande. Se puso las manos a la espalda para simular estar esposado y trató de bajar al armario más bajo con la máxima torpeza que pudo. A pesar de ello, cayó correctamente a éste, y después de éste al suelo. “Sencillísimo” pensó.

Indignado, pensó que lo más surrealista de toda aquella situación era la absurda solución que la nota proponía para evitar que cada Pedro muriera de la misma manera. Furioso por las absurdas instrucciones de la nota, pero más furioso aún porque la sencilla solución que él había ideado le salvaría la vida a su sucesor pero no a él, se acercó a la nota con la intención de romperla. Cuando la nota ya estaba en el interior de su puño hecha una bola, se detuvo para pensarlo una segunda vez.

“No puede ser que esta solución se me ocurriera sólo a mí”. Una nueva arcada le hizo volver a vomitar. Esta vez había sangre entre los restos de su vómito. Lo absurdo de toda aquella situación le superaba. “Algo no cuadra” pensó mientras sentía la acidez de su garganta. “Tiene que haber algo que no esté teniendo en cuenta”. Miró la nota arrugada en su mano. “No puedo destruir algo que no entiendo” decidió mientras volvía a colocarla en su sitio. Se sentía ardiendo y las arcadas eran constantes. Miró el patíbulo y los cadáveres.

“Está bien” pensó. “El que venga detrás de mi no hará lo mismo que yo, pues las cosas ya no son iguales. Ahora hay dos armarios bajo el patíbulo en vez de uno, así que el siguiente bajará segura y cómodamente al suelo gracias a mi escalera. Él no se romperá nada al caerse, pues no se caerá. Si él entiende la nota, entonces que la obedezca él” pensó. Después se sentó en el suelo dispuesto a no moverse de allí.

Cuando los síntomas de lo que le mataba ya eran extremadamente ostensibles y dolorosos, se recostó en el suelo. Se dio cuenta de que su cuerpo comenzaba a oler como los cadáveres que había a su alrededor. Se lamentó de su absurda muerte.

15

Pedro volvió a surgir de la nada. Al cabo de un rato cayó sobre un gran armario. Un rato más tarde, el cable que rodeaba su cuello se abrió. Entonces bajó desde el armario sobre el que se apoyaba a otro más pequeño, y desde éste al suelo. A su alrededor se tendían varios cadáveres de sí mismo en diferentes estados de descomposición. Vio una nota junto a una gorra y la leyó. Al no sentir ningún mal, decidió no obedecerla, la dejó donde estaba, y comenzó a recorrer la ciudad. Cuando, poco después, comenzó a sentir los dolorosos síntomas de una extraña enfermedad que había contraído, pensó en la nota. Por inspiración de ésta, razonó que el origen de su mal debía ser un virus letal mutado a partir del de la gripe. Volvió al patíbulo y tomó un cadáver por los brazos. Comenzó a arrastrarlo por la calle que conducía a la central de biomasa de Pueblo Tarao.

Muchos años más tarde, como todos los años, Pedro volvió a surgir de la nada. Entonces repitió igualmente, como siempre, la misma operación, los mismos pasos. No obstante, esta vez el cadáver que trasladaba era el último de los cadáveres que quedaba junto al patíbulo.

16

Pedro volvió a surgir de la nada. Un rato más tarde, tras la habitual secuencia de miedos, dudas y sorpresas, se encontraba leyendo una nota. Ésta hacía referencia a un supuesto mal e invitaba a hacer algo con ciertos cadáveres y con el propio cuerpo, supuestamente moribundo, de aquél que la leyera. La gorra NP que acompañaba a la nota y una cita que contenía al final parecían indicar con claridad que la nota estaba destinada a él.

No obstante, Pedro no entendió a qué cadáveres se refería la nota. No había cadáver  alguno en torno al patíbulo. Tampoco sentía ninguna enfermedad. Ante lo absurdo de la nota, Pedro decidió ignorarla.

Comenzó a recorrer las calles de Pueblo Tarao. Para su sorpresa, la ciudad estaba completamente vacía. No consiguió entender la razón por la que no había persona alguna. “Debió suceder alguna horrible catástrofe” imaginó. Elaboró varias teorías que podrían explicar todo aquello. Todas ellas justificarían la misteriosa erradicación de la vida que había sufrido Hogar mientras él mismo moría en el patíbulo una y otra vez. Desgraciadamente, no tenía forma de comprobarlas. Lo que más le sorprendía era la total ausencia de cadáveres en la ciudad. “Si ocurrió una catástrofe, deberían quedar pruebas de ella, ¿no?” se preguntó intrigado. Para eso no tenía respuesta.

Al cabo de unas horas de inspección sintió hambre. En un primer momento, pensó en  la máquina generadora que le generaba a él mismo todos los años en el patíbulo. Muy probablemente, aquella máquina también podía generar los cuatro alimentos de Hogar. Desgraciadamente, la máquina estaba encerrada dentro del blindaje que rodeaba todo el patíbulo. Necesitaría explosivos para destruir dicho blindaje. Decidió que, por ahora, se limitaría a buscar comida entre las tiendas y los apartamentos de la ciudad. A pesar de su afanosa búsqueda, no encontró nada.

Mientras continuaba su infructuoso recorrido, pasó por una calle en cuyo asfalto se acumulaban cientos de pequeños restos de tela vieja. Algunos de los pedazos de tela parecían muy antiguos. Pedro se sorprendió enormemente cuando consiguió identificar el origen de aquella tela. “¡Son pedazos de mi propio traje de preso!” descubrió. Entonces se dio cuenta de que se encontraba en la calle que conducía a la central de biomasa de Pueblo Tarao.

“Parece que mis antecesores en el patíbulo, o más probablemente sus cadáveres, han sido arrastrados por el suelo una y otra vez por aquí” dedujo. Observó que el rastro conducía a la central de biomasa. “Otros que vinieron antes de mí cumplieron lo que pedía esa nota acerca de eliminar ciertos cadáveres. Y parece que esos cadáveres eran en realidad de mí mismo. Pero, ¿de dónde sacaron ellos los cadáveres? ¿Por qué yo no los veo?” se preguntó. Entonces se dio cuenta de que, posiblemente, le faltaban datos importantes para entender todo aquello. “Creo que ellos entendieron el mensaje porque vieron algo que yo no vi. Hasta que yo no vea eso mismo, no lo entenderé”.

Decidió que seguiría ignorando lo que había leído en la nota y continuaría su búsqueda de alimentos. Tras un rato más de búsqueda se dio cuenta de que, después de tantos años, sería imposible encontrar comida que no se hubiera descompuesto. Dedujo que su única fuente de alimentos era la máquina generadora. Entonces decidió que buscaría los explosivos que necesitaba entre los arsenales secretos que había utilizado su ejército durante la guerra. Éstos se repartían en los alrededores de Pueblo Tarao, en un radio de unos veinte kilómetros. “Espero que alguno de ellos nunca fuera descubierto” deseó. En un primer momento se le ocurrió que podría tratar de utilizar alguno de los vehículos que se encontraban aparcados desde hacía años en las aceras de la ciudad. Entonces observó que los carriles metálicos del suelo no trasmitían energía. “Tras años sin mantenimiento alguno, la red eléctrica se colapsó” dedujo. Decidió que, probablemente, alguno de los arsenales secretos que buscaba albergaría algún vehículo militar autónomo, pero no tendría más remedio que realizar la búsqueda a pie.

Durante los cinco días siguientes, Pedro recorrió caminando las carreteras vacías que rodeaban Pueblo Tarao en busca de los lugares en los que antaño se situaban los arsenales de explosivos de su ejército. Aunque la temperatura y el clima le acompañaron muy favorablemente, el gran esfuerzo físico y la falta de alimentos hicieron que el camino se le hiciera cada vez más pesado.

Caminando sin descanso, alcanzó una decena de los lugares en los que algún día hubo arsenales de su ejército. No obstante, los arsenales que antaño había ocupado dichas posiciones habían sido descubiertos y adecuadamente desmantelados hacía mucho tiempo.

Aunque bebía el agua de los ríos, su hambre se había convertido en un problema real. Poco a poco, comenzaron a faltarle las fuerzas necesarias para continuar su búsqueda. Las largas caminatas por aquellas carreteras solitarias se le hacían eternas. Deseaba con todas sus fuerzas encontrar algo que llevarse a la boca. Pensó en la comida de la Tierra. Después pensó en la comida de Hogar, y notó que, a pesar de ello, la saliva seguía inundando su boca. Decididamente, estaba muy hambriento.

Todavía quedaba otra veintena de posiciones más por explorar, pero su debilidad hizo que se replanteara la utilidad de continuar aquella búsqueda. Mientras caminaba por el asfalto de una de aquellas carreteras infinitas, decidió pararse durante unos momentos para descansar y, sobre todo, pensar. Se apoyó sobre una piedra cercana a la carretera. Aquel territorio era llano y anodino. Sintió el viento golpear su cara.

“Tiene que haber algún otro modo de abrir ese maldito blindaje” deseó. Tras unos minutos en los que no encontró ninguna alternativa, se incorporó y se dispuso a continuar. Sin embargo, justo en ese momento recordó aquella misteriosa nota. Por un momento sospechó que esa nota tenía algo que ver con todo aquello. Sus tripas protestaron sonoramente. Entonces comprendió.

“Ese mal al que se refiere aquella nota… el mal que me matará… ¡Es el hambre!” descubrió súbitamente. Entonces trató de utilizar su hallazgo para comprender el resto de la nota. “¿Por qué iba a solucionarse ese mal por medio de la eliminación de cadáveres, o incluso por medio de mi propia eliminación? Si sólo citara la primera de ambas cosas, entonces quizá se tratara de una invitación a que me los comiera… No, no puede ser… No soy un ave carroñera, así que mi estómago no podría digerir la carne descompuesta. Tiene que referirse a otra cosa…”.

Entonces pensó en todos los cadáveres que sus antecesores habían transportado misteriosamente hasta la central de biomasa de Hogar. Su delgada cara se iluminó.

–          ¡Ya lo tengo! – gritó al viento. Éste no le contestó.

“La central de biomasa permite extraer la energía liberada por la descomposición de los cadáveres” pensó. “Con la energía obtenida de esa manera se podría llenar una gran batería eléctrica. Entonces podría colocar esa batería junto al blindaje que rodea el patíbulo y cortocircuitarla. Si el voltaje fuera muy alto o la energía acumulada fuera suficiente entonces produciría una explosión… ¡y el blindaje quedaría abierto!”. Su corazón comenzó a acelerarse. Ahora, todo tenía sentido. “¡La nota trató de decírmelo! ¿Cómo pude no darme cuenta?” se lamentó.

“Por fin lo entiendo” pensó triunfal. “Cumpliendo las instrucciones de la nota, todos mis antecesores transportaron a la central todos los cadáveres que encontraron. Por medio de la acción conjunta desarrollada por cada uno de ellos, trataron de acumular la energía necesaria para llenar una de esas baterías. Primero debieron trasladar todos los cadáveres de los antiguos ciudadanos de Pueblo Tarao que encontraron por las calles; por eso no hay cadáver alguno en la ciudad. Cuando éstos se agotaron, comenzaron a trasladar los cadáveres de sus propios antecesores del patíbulo, los cuales habían muerto ahorcados o, tras librarse de la horca, de hambre. Cada uno de mis antecesores debió utilizar todas las fuerzas que tenía para trasladar cadáveres a la central, hasta que finalmente el hambre hizo que no pudiera más. Cuando cada uno de ellos observó que no había acumulado la suficiente energía, extenuado por la falta de alimentos y cercano a la muerte por la hambruna decidió obedecer la segunda instrucción de la nota y colaborar a la causa con su propio cuerpo. De esta forma permitiría que alguno de los sucesores, algún Antipedro Primero, lograra sobrevivir” pensó Pedro. Bajo los efectos del hambre atroz que le atormentaba, sintió que todo aquello cuadraba. Sintió que, después de todo, quizás se encontrara cerca de poder comer. “Quizás mi último antecesor que sacrificó su cuerpo aportó con dicho acto la energía que faltaba para llenar la batería hasta el nivel necesario. Quizá yo mismo pueda sobrevivir…”.

Con renovadas fuerzas, se dirigió hacia la central de biomasa de Pueblo Tarao. Allí encontró una batería. Se extrañó al verla conectada al horno crematorio en lugar de a la cámara de descomposición. Presa de su ansia, pasó el hecho por alto y se apresuró para comprobar el nivel de la batería conectándola a un instrumento de medición. Estimó que, de encontrarse llena o casi llena, podría servir para su plan y utilizarse como explosivo. Nervioso, se concentró en el instrumento medidor.

Entonces sintió una terrible decepción. La carga de la batería era inferior a una cuarta parte del total.

Su decepción se transformó después en desesperación. Definitivamente, moriría de hambre. Ya no le quedaban ni fuerzas ni ganas para continuar buscando explosivos por aquellas carreteras solitarias. Mientras sentía un inmenso cansancio, decidió que era imposible que alguno de esos arsenales siguiera existiendo.

Entre sollozos, tomó la firme decisión de que su muerte no sería en vano. Colaboraría con todos aquellos que eran iguales a él aportando a la causa común la poca energía que todavía se almacenaba en su cuerpo. Tomó la batería y se dirigió a la cámara de descomposición de la central.

Mientras caminaba cansado, por un momento se le ocurrió que podría ahorrarle algunas caminatas a sus sucesores si les advertía de que buscar explosivos era inútil y les mostraba claramente el verdadero significado de la nota. Después pensó que se encontraba demasiado cansado como para volver a bajar al pueblo, buscar algún lápiz, enmendar la nota que colgaba de aquella pared y volver a subir hasta la central. “Bah, todo eso es innecesario. Al final, todos ellos entenderán la nota al igual que yo mismo logré hacerlo.”.

Entonces decidió que era el momento de cumplir con su destino. Conectó la batería con la cámara de descomposición y después se arrastró dentro de la cámara. Consciente de que la puerta sólo se podía abrir desde fuera de la cámara, la cerró desde dentro.

Unos días después, Pedro se consumía definitivamente. No obstante, fue el hambre y el cansancio, y no una concentración muy elevada de bacterias descomponedoras, lo que le mató. Después de muchísimos años de desuso total de la central, dichas bacterias ya no ocupaban la cámara de descomposición. Las únicas bacterias descomponedoras que se encontró allí fueron las que su propio cuerpo transportaba sobre su piel desde que fue generado en el patíbulo. Como resultado, la concentración de éstas no fue la adecuada para provocar una invasión que fuera energéticamente eficiente. La degradación de su cadáver, básicamente fruto de la simple deshidratación de sus tejidos y de la rotura de sus membranas celulares, fue lenta e incapaz de desencadenar algún tipo de energía que pudiera ser captada por los mecanismos de la cámara. Tras su muerte, la carga de la batería permaneció inalterada.

Si bien su cuerpo apenas fue afectado por bacterias descomponedoras, el verdadero hecho singular fue que aquélla fue la primera vez que Pedro no fue infectado por virus alguno. Tras un año de ausencia total de cualquier resto biológico de Pedro Martínez en Hogar, el virus que había mutado hacía mucho tiempo a partir del virus de la gripe para matarle había, a su vez, muerto de hambre.

Mientras tanto, el undécimo arsenal secreto, siguiente en la lista de arsenales prioritarios de Pedro y primero que decidió no visitar, esperaba repleto e intacto.

17

Pedro volvió a surgir de la nada. Unos minutos después leyó una nota y decidió ignorarla. Tras buscar comida sin éxito, decidió que necesitaba explosivos para acceder a la máquina generadora de su patíbulo. Después de buscar en una decena de posibles ubicaciones, el hambre acuciante y el cansancio acumulado hicieron que se detuviera a tratar de encontrar una solución alternativa. Cuando ya se disponía a desistir en su búsqueda de opciones alternativas, recordó la misteriosa nota del patíbulo. Entonces decidió que por fin había entendido el significado de aquella nota. Muy excitado, se dirigió a la central de biomasa en búsqueda de una fuente de energía potencialmente explosiva. Tras observar con gran decepción que ésta no alcanzaba sus expectativas, decidió que le faltaban las fuerzas necesarias para continuar la búsqueda. Entonces se introdujo en la cámara de descomposición para colaborar en el proceso, aunque en vano.

Una y otra vez, Pedro volvió a surgir de la nada para repetir el mismo patrón. Los años en los que las condiciones climatológicas de la época posterior a surgir del patíbulo le acompañaron favorablemente, llegó a visitar diez antiguos arsenales antes de que el cansancio y el hambre le hicieran replantearse su búsqueda y, debido a ello, encontrara su solución alternativa. No obstante, hubo muchos años en los que las persistentes lluvias o un calor sofocante provocaron que se replanteara su búsqueda un poco antes, tras visitar sólo ocho o nueve de los lugares en los que podría encontrar explosivos. En un par de ocasiones, una ola de frío y unas lluvias torrenciales provocaron que concluyera su búsqueda tras sólo seis o siete. En una ocasión, la combinación de ambas condiciones hizo que desistiera tras sólo cinco.

Una y otra vez, Pedro corrió la misma suerte. Una y otra vez, la carga de la batería no aumentó ni lo más mínimo.

Una y otra vez…

18

Un día, el efecto acumulado del polvo, la temperatura cambiante y la humedad de las lluvias a lo largo de tantos años hizo que el texto de aquella nota que se sujetaba sobre un alambre clavado en una pared quedara muy débil, casi ilegible e imperceptible. Ese año Pedro volvió a surgir de la nada. Al bajar del patíbulo, se interesó como siempre por aquella nota. A duras penas consiguió leer su contenido.

A pesar de que la nota hablaba de cadáveres y de males que no existían, la manera en la que citaba un pensamiento que no le había contado a nadie y que había tenido hacía unos pocos minutos, antes incluso de que la máquina generadora le creara, le intrigaron. “Ojalá todas las cabezas de todos los habitantes de este maldito mundo cupieran junto a la mía en esta soga” citaba la nota con asombrosa precisión. Decidió que, aunque no cumpliría lo que allí se decía, trataría de preservar el contenido de aquella misteriosa nota.

Comenzó a buscar algo que pudiera ayudarle para mantenerlo. Encontró un lápiz y un papel en un taller cercano a la plaza. El lápiz era corto por haber sido muy usado antes, pero estaba en buen estado. Lo utilizó para copiar palabra por palabra el mensaje que contenía la nota en el papel nuevo. Entonces intercambió la nota antigua por la nueva. Por si la nota volvía a borrarse, dejó el lápiz junto a la nota. Así, él mismo o cualquier otro podrían evitar de la misma forma que aquella misteriosa nota se perdiera. Después comenzó a recorrer los alrededores en busca de comida.

Paso por paso, volvió a repetir las mismas acciones de los que le precedieron. Como siempre, comenzó su peregrinaje en búsqueda de explosivos. Como siempre, cuando el hambre le acució abandonó su búsqueda para implementar la idea alternativa que aquella nota le había inspirado. Como siempre, murió de hambre en una cámara de descomposición sin bacterias descomponedoras.

De igual forma, tras muchísimos años más, el mensaje volvió a quedar semiborrado por efecto del entorno. Cuando Pedro volvió a surgir aquel año, se dio cuenta del problema y utilizó el pequeño lápiz que adjuntaba a la nota para reescribirlo. Entonces transcurrieron muchos más años de la misma manera, el mensaje se volvió a borrar, y el Pedro que surgió aquel año volvió a restaurarlo de nuevo.

Así una vez, y otra, y otra…

Hasta que, un día, el lápiz que cada Pedro usaba para reescribir el mensaje cada muchísimas veces se agotó.

Muchos años después, el mensaje volvió a quedar semiborrado por acción del entorno. Entonces el correspondiente Pedro volvió a percibir, al igual que hicieran otras veces sus antecesores, que el mensaje no se leía bien y que debía repasarse. Dicho Pedro buscó un nuevo lápiz, pero tras una intensa búsqueda no lo encontró. Rebuscó intensamente en un taller que encontró, pero no halló nada. Entonces comenzó a sentir hambre, y decidió que su necesidad de comida era más imperiosa que la de mantener esa extraña e incomprensible nota. “Bah, todavía es posible leerlo. Aunque fuera cierto lo que dice y fuera a morir, aunque las instrucciones que incluye fueran importantes, no creo que éstas se pierdan para siempre por no copiarse justo ahora”. Entonces, salió en busca de comida y obró como sus antecesores.

19

Pedro volvió a surgir de la nada. Al bajar del patíbulo, vio una gorra de soldado NP colgada de un alambre. También había una nota. Usó el alambre para liberarse de sus esposas. Entonces se concentró en la nota.

Se lamentó de que el contenido de la nota fuera ilegible para él. Por más que lo intentó, no consiguió más que deducir algunas letras sueltas y ni una sola palabra. Le preocupó el hecho de que aquel papel pudiera tratar de decir algo importante, pero no tuvo más remedio que renunciar a descifrarlo. Decepcionado, se encogió de hombros.

Como no pudo leer cómo la nota le pedía que no se llevara la gorra, Pedro la tomó y se la puso. Pensó que ya no necesitaría el alambre, así que lo dejó donde estaba, y sobre él volvió a ensartar la inescrutable nota. Mientras se sorprendía de la asombrosa secuencia de casualidades que le había permitido sobrevivir al patíbulo, decidió que tenía hambre. Al comprobar que la máquina generadora estaba encerrada dentro de un blindaje, decidió que, por el momento, se conformaría con buscar alimentos en los alrededores de la plaza. Tras una infructuosa búsqueda, dedujo que su única fuente de alimentos era la máquina generadora. Por lo tanto, necesitaría explosivos. Entonces partió hacia los arsenales de su antiguo ejército.

Tras visitar los diez primeros sin éxito, se replanteó la utilidad de aquella búsqueda. Trató de encontrar alguna opción alternativa.

Después de pensar durante un rato, no encontró ninguna solución que le satisficiera. En aquel momento no encontró ninguna fuente de inspiración que le aportara nuevas ideas. Pensó en que aquella extraña nota que no había podido leer quizás guardara alguna relación con todo aquello. Desgraciadamente, no había logrado descifrarla. Al final, desistió de su búsqueda de alternativas y decidió que no había otra opción posible: su única posibilidad de conseguir alimento seguía consistiendo en encontrar los explosivos que escondió su ejército. Por tanto, tenía que continuar su búsqueda. A pesar del hambre y del cansancio, continuó su viaje y se dirigió hacia el undécimo arsenal.

La entrada de éste consistía en un pequeño pasadizo que se ocultaban entre unas colinas, lejos del pueblo más cercano. Al arrastrarse por él y acostumbrarse a la oscuridad, Pedro observó con inmensa alegría que sus tesoros permanecían intactos. Ante sus ojos se apilaban ordenadamente todo tipo de armas e instrumental relacionado. No encontró cartuchos de explosivos, pero halló una caja repleta de granadas. En una esquina de la sala se encontraba un pequeño vehículo blindado. Pedro se acercó y comprobó con gran satisfacción que su batería no estaba completamente descargada. “No es mucho, pero creo que llegará hasta Pueblo Tarao. Me ahorraré la caminata de vuelta” decidió con satisfacción mientras se frotaba las doloridas piernas con los brazos. Entonces agarró la caja de granadas y salió al aire libre. Dejó la caja en el suelo y tomó una granada. Le quitó la anilla y la lanzó lejos. Al cabo de unos diez segundos, la granada explotó sonoramente dejando un  pequeño cráter en el suelo. “Servirá” decidió con satisfacción. Entró en el arsenal para coger un rollo de cinta aislante. Descartó llevarse cualquier otra cosa y comenzó a palpar el polvoriento suelo con las manos. “Aquí está” se dijo cuando sus manos encontraron una cuerda que se extendía oculta por el suelo. Tiró de ella con fuerza y entonces un lateral de la sala se derrumbó con estrépito, abriendo una nueva salida al exterior. Agarró la caja de granadas con ambos brazos y se introdujo en el vehículo blindado. Tras sentarse en el asiento del piloto, lo puso en marcha y lo condujo al exterior del arsenal. Mientras recorría la carretera de vuelta a Pueblo Tarao, Pedro no podía ocultar su inquietud ante la posibilidad real de volver a comer.

Al adentrarse en las avenidas de Pueblo Tarao, se dio cuenta de que le resultaba raro no tener que pararse en los cruces cuando su calle no tenía prioridad. Poco después se acostumbró a no parar. “La nueva situación es que siempre tengo la prioridad. Vuelvo a ser prioritario” decidió con gran satisfacción. Poco después, detuvo el vehículo en la Plaza Principal y se acercó a pie al patíbulo.

Mientras observaba la estructura, trató de calcular cuántas granadas harían falta para hacer un agujero en aquella mampara blindada de tal forma que la onda expansiva no dañara a la máquina generadora que se encontraba encerrada en su interior. Echó un rápido vistazo a todo el conjunto. Entonces pensó que destruir la mampara era posiblemente una mala idea. “Si trato de hacer un agujero en la mampara blindada entonces posiblemente la mampara al completo se hará añicos y varios cientos de kilos de fragmentos de cristal blindado caerán sobre la máquina generadora”. Decidió que, en lugar de destruir la mampara, trataría de acceder a la máquina generadora abriendo un agujero en la plataforma metálica del patíbulo.

Pedro escaló la misteriosa escalera de armarios que se ubicaba bajo la trampilla del patíbulo y que había permitido que sobreviviera a la horca algunos días antes. Observó que desde el armario más alto era capaz de alcanzar la trampilla con el brazo extendido. “Volaré la trampilla” decidió. Miró la caja de granadas y decidió que tres granadas serían suficientes. Una a una, las pegó con esmero a la trampilla aplicando abundante cinta aislante. Metió tres de los dedos de su mano derecha en las tres anillas de las granadas. Respiró hondo y sacó las tres anillas de un único tirón. Mientras cargaba con un brazo la caja que contenía el resto de las granadas, se apresuró para bajar de los armarios.

Corrió para cobijarse detrás de una de las columnas del patíbulo. Dejó la caja de granadas sobrantes en el suelo. En ese momento contaba mentalmente hasta tres. “Un tiempo record” pensó.

Entonces palideció. Desesperado, comenzó a correr de vuelta hacia los armarios. En su frenética carrera, notó cómo la gorra de soldado NP se le desprendía de la cabeza.

“He colocado las granadas en la trampilla que se abre cada año para ahorcarme, pero la máquina generadora está muy cerca de aquel lugar” pensaba tremendamente inquieto mientras se afanaba en escalar los armarios. “Si las granadas explotan ahí mismo, destruirán la máquina generadora y moriré de hambre”.

Se apresuró para despegar la primera de las granadas.

Cinco.

Despegó la segunda. La cinta aislante se entremezclaba entre sus dedos.

Seis.

Despegó la tercera. Su mano era un manojo de dedos, cinta aislante y tres granadas.

Siete.

Giró su brazo con fuerza tratando de lanzar las granadas muy lejos. A pesar del aspaviento, éstas siguieron pegadas a su mano. Trató de despegárselas con la otra mano. El resultado fue que dos de ellas se adhirieron a su otra mano.

Ocho.

“Ya no hay tiempo” pensó desesperado. Pedro miró la superficie del armario bajo sus pies y se dio cuenta de que el extremo opuesto estaría algo más alejado de la trampilla y de la máquina generadora. Rápidamente dio un par de pasos por la superficie del armario hasta situar sus pies sobre el extremo opuesto.

Nueve.

Entonces pensó que incluso aquel lugar podría no estar suficientemente alejado. En un intento de alejarse más aún, inició un paso más hacia el vacío. Justo cuando su cuerpo se inclinaba peligrosamente hacia delante, extendió los brazos hacia arriba hasta que se apretaron fuertemente contra el techo, contra la plataforma del patíbulo. Esto frenó en seco su caída hacia delante y le dejó en una posición en la que sólo sus pies se situaban sobre el armario. Ahora sus explosivas manos tocaban la plataforma del patíbulo todo lo lejos de la trampilla que era posible.

“Espero que esto sirva al que me suceda” pensó mientras su corazón palpitaba con fuerza.

Diez.

Su cuerpo y una parte de la superficie del patíbulo explotaron a la vez con un gran estruendo. Los pedazos de su cuerpo cayeron al suelo. Justo después, numerosos fragmentos de piedra procedentes del recubrimiento que se extendía sobre la plancha metálica del patíbulo se desprendieron en masa y sepultaron sus restos mortales.

20

Pedro volvió a surgir de la nada. Extrañado, observó que, a unos dos metros de la trampilla donde se encontraba, había un gran boquete en el suelo del patíbulo. Entonces la trampilla se abrió y, para su sorpresa, sus pies cayeron sobre la superficie de un armario que se encontraba ligeramente inclinado. Se sentía eufórico por haber sobrevivido. No obstante, poco después comenzó a sentir gran preocupación por el cable que oprimía su cuerpo. Decidió observar su entorno en busca de algo que pudiera ayudarle. Se sorprendió de que el armario sobre el que se apoyaba se mantuviera en pie, pues uno de sus laterales estaba destrozado. Una esquina había reventado, y en el resto del lateral el grueso metal estaba abollado hacía dentro. Entonces observó que, en el lado opuesto al de los destrozos, había otro mueble más pequeño, aparentemente muy pesado, que evitaba su caída y le mantenía en aquel extraño equilibrio. “Qué asombrosa coincidencia” pensó mientras no daba crédito a lo que veía.

Comenzó a preocuparse muy seriamente por el cable que le rodeaba. Cuando unos minutos después el cable que rodeaba su cuello se abrió y se elevó en dirección hacia la trampilla, volvió a agradecer en silencio su increíble suerte. Entonces descendió desde el armario al mueble pequeño, y desde éste al suelo. A unos pocos centímetros de los muebles se levantaba un gran montón de cascotes. Justo sobre su vertical se situaba el boquete del patíbulo. Pedro dedujo que ése era el origen de los escombros. Junto al montón de cascotes había un gorra de soldado cabo NP. Esto sorprendió a Pedro más aún. Con gran orgullo, decidió cogerla y ponérsela. Jamás imaginó que el cadáver del último dueño de esa gorra yacía sepultado apenas a unos metros de él, oculto bajo esos escombros.

Miró a su alrededor en busca de nuevos extraños prodigios. Entonces encontró un papel que colgaba de un alambre que se encontraba ensartado en una pared cercana. Se acercó para mirar el papel.

Desgraciadamente, su contenido era ilegible. Entonces, se dio cuenta de que la verdadera utilidad de ese conjunto no residía en aquel extraño papel sino en lo que lo sostenía. Sacó el alambre de la pared y lo utilizó para liberarse de sus esposas. “¡Menuda suerte!” pensó.

En medio de aquel ambiente raro, pensó que lo único que le faltaba era algún tipo de arma con el que garantizar una huída segura de aquella plaza, así como algún medio de transporte. Entonces encontró una caja con granadas detrás de una columna del patíbulo. Mientras sonreía incrédulo, echó un vistazo a toda la plaza y halló un vehículo militar autónomo en el extremo opuesto de la plaza, aparentemente sin ocupante alguno. Entonces rió a carcajadas. Agarró la caja de granadas, se introdujo en el vehículo y emprendió la huída por las calles de Pueblo Tarao.

Tras unos minutos conduciendo por aquellas calles solitarias, intuyó que se encontraba solo en aquella ciudad, lo que le intrigó y le relajó a la vez. Decidió que tenía hambre. Recordó el patíbulo y el extraño boquete que contenía. “Por medio de ese agujero podría alcanzar la máquina generadora” pensó. Su suerte comenzaba a tomar un cariz surrealista. Regresó a la Plaza Principal y, tras situarse bajo el patíbulo, empujó los dos muebles unos metros en dirección hacia los cascotes para que le permitieran alcanzar el extraño boquete. Subió por ellos y después se encaramó por el agujero haciendo fuerza con sus dos brazos. Finalmente logró alcanzar la superficie del patíbulo.

Se acercó a la máquina generadora y pulsó unos botones. Tras aparecer una luz azulada, surgió de la nada un bocata de chopped. Observó que la placa solar que alimentaba la batería de la máquina había recolectado durante el último año mucha más energía de la que hacía falta para generarle a él. “Los que construyeron esto querían que ni el año más nublado de la historia me librara de volver a morir…” pensó. Entonces calculó que la energía sobrante de la batería le permitiría generar de una tacada alimentos para muchos meses. Mientras se llevaba el bocata recién generado a la boca, sintió que había algo de irónico en que pudiera alimentarse gracias a los frutos de su patíbulo.

“¡Qué fácil!” pensó mientras sonreía. Entonces comenzó a reírse a carcajadas. Las migas del bocadillo se caían de su boca. Tras casi un minuto riendo, se restregó los ojos con una mano para quitarse las lágrimas. “¿Habré muerto y subido al cielo?” se preguntó incrédulo.

“No entiendo nada, pero me gusta” pensó mientras seguía mordisqueando el bocadillo.

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Predícese el mundo: Capítulo VI

CAPÍTULO VI

1

Las puertas de la furgoneta se abrieron y la luz exterior entró como un fogonazo. Dos guardas entraron y empujaron a Pedro afuera.

La Plaza Principal de Pueblo Tarao era testigo de un acontecimiento histórico. El comienzo del juicio contra Antipedro Primero, dos meses después del final de la guerra, había atraído a Pueblo Tarao a varios millones de personas. Los gobiernos de Ciudad y Orilla Mos habían decidido responsabilizar de la guerra y juzgar únicamente al antiguo líder de Montes Tarao, e indultar al resto de altos cargos. Durante la guerra, con el objetivo de justificar el bombardeo de las poblaciones monteñas, la propaganda y la prensa de la República y de Orilla Mos habían demonizado a todos los monteños. Una vez terminada, las dos potencias ganadoras pasaron a mostrar el régimen monteño como el resultado de un individuo destructivo que había ejercido un poder despótico sobre todos los que le rodeaban, incluidos sus altos mandos, sobre los que las purgas con puño de hierro habían sido habituales. Por tanto, Montes Tarao habría sido dirigido por un régimen personalista que había subyugado a todo su pueblo. De esta forma se trataba de mostrar que el nopedrismo era el resultado de la locura de un sólo individuo y que esta doctrina, fruto de los delirios de un solo hombre, era injustificable y absurda como ideología colectiva. Los antiguos altos cargos de Montes Tarao aceptaron de buen grado esta versión de los hechos, y las potencias ganadoras esperaban que ésta se extendiera entre la propia población monteña, para que finalmente ningún monteño recordase o afirmase recordar haber sido nopedrista.

Más allá del cordón de seguridad que impedía el acceso a la plaza, la muchedumbre se apretujaba entre gritos y consignas. Al ver aparecer a Pedro, los gritos se hicieron ensordecedores. Cientos de coliflores volaron desde la masa en dirección hacia Pedro, pero ninguna alcanzó a recorrer ni la tercera parte de la distancia que los separaba de él.

Pedro observó con curiosidad que un gran porcentaje de los congregados tenía puesta una mascarilla en la cara. Se estimaba que en unos pocos días comenzaría la semana de gripe anual, y eran muchos los que habían decidido evitarla ese año. “Vaya, esos que tanto me odian están usando una idea mía” pensó Pedro. Recordó lo curioso que siempre le pareció que algo que era poco más que una simple cadena genética pudiera penetrar en todos los individuos y vencerlos. “Mientras tanto, yo mismo, con todas mis armas, fui derrotado” pensó con amargura. Pedro pensó que, entre los gobiernos ganadores, debía existir una cierta prisa por colgarlo antes de que llegase el parón productivo por la gripe anual.

Rodeado de la coraza de escudos antibalas que los guardias habían desplegado, Pedro pudo entrever los cambios que se estaban llevando a cabo en la plaza. El templo pedrista que él mismo vio arder hacía algún tiempo estaba siendo reconstruido y, a juzgar por el estado de las obras, a ritmo frenético. Entre los obreros que se afanaban en sus andamios, Pedro creyó ver a alguno de los que en su día había participado de su gloriosa y liberadora destrucción. También su antiguo palacio estaba siendo reconstruido, al menos el ala central. No en vano, éste sería el lugar en el que se celebraría el juicio contra él.

Pedro fue conducido al interior del edificio, donde dos largas filas de soldados republicanos y deterministas le tenían preparado una especie de pasillo que supuestamente era de seguridad, si bien posiblemente se tratara más bien de un pasillo de la deshonra creado para regocijo de los soldados integrantes. Pedro pudo observar muchas chapas AhorraPlus al valor colgando de los uniformes de los soldados, por lo que dedujo que la presencia en esa fila debía ser una especie de premio. Al final del pasillo se abría la gran sala que había sido habilitada para el juicio. Pedro fue conducido al banquillo de los acusados y fue obligado a sentarse.

Entonces un soldado anunció la constitución del tribunal para juzgar los crímenes de guerra de Antipedro Primero. El tribunal estaría formado por los republicanos Noveno Ingreso y Hermano 9127, así como por el determinista Destino Tercero. Los jueces entraron en la sala y el público congregado, formado fundamentalmente por periodistas y soldados, se puso en pie. Los dos guardias que custodiaban a Pedro hicieron un amago para levantar a Pedro, pero éste se negó. Se acercaron otros cuatro guardias y le levantaron por la fuerza. Cuando dejaron de agarrarle, Pedro volvió a sentarse. Un soldado se disponía a golpearle en el estómago con su fusil, cuando el juez Ingreso intervino.

–          No, soldado, déjele estar como quiera. El hecho de que un detenido no acate la autoridad de un tribunal no afecta la legitimidad de éste.

Entonces Pedro, la única persona sentada en la sala, comenzó a gritar desde su asiento.

–          ¡Malditos! – exclamó mientras miraba a Ingreso a los ojos y levantaba el puño – ¿Para qué montáis esta farsa de juicio? ¡Si vuestra legitimidad es la de las armas, matadme sin montar este circo!

Ingreso no se dio por aludido. Mientras Pedro gritaba, Ingreso sacó un papel y comenzó a leerlo.

–          Comienza el juicio de la Autoridad Militar Internacional de Montes Tarao contra Antipedro Primero…

Mientras Ingreso leía, Pedro seguía gritando.

–          ¡La única razón por la que soy yo el que está sentado aquí en lugar de vosotros es que vosotros ganasteis!

Destino se dirigió en voz baja a Ingreso.

–          Si persistiera en su actitud, podríamos desalojarle y continuar sin él…

Hermano 9127 intervino, también en voz baja.

–          No, debe permanecer aquí – dijo mientras miraba fijamente al acusado -. Ya se cansará.

Ingreso siguió leyendo en voz alta.

–          …por los cargos de genocidio, ruptura de la paz y crímenes de guerra…

–          ¡Yo no habría montado esta farsa! – interrumpió Pedro – ¡Os habría mandado fusilar sin más!

Ingreso vaciló durante unos instantes. Consciente de que cualquier interrupción sería una pequeña victoria del acusado, reanudó la lectura inmediatamente.

–          …según el código militar internacional creado ex profeso para la celebración de este juicio.

Ante estas palabras, Pedro comenzó a reírse sonoramente.

–          ¿Un código hecho para mi propio juicio? – preguntó Pedro – ¿Y qué pone? ¿Artículo 1: Antipedro Primero es culpable? ¿Para qué gastar más papel?

Ingreso ignoró el detalle y se dirigió directamente a Pedro.

–          ¿Cómo se declara el acusado? – preguntó Ingreso.

Pedro prolongó su risa durante unos segundos más. Después habló.

–          Podría declararme culpable y terminar rápidamente – dijo -. No obstante, dado que los señores de la prensa han venido a verme, creo que aprovecharé la oportunidad que me brindan para explicar mi causa a Hogar. Las próximas generaciones analizarán lo que yo diga en este juicio. Puedo afirmar, estoy completamente seguro de ello, que algún día el nopedrismo triunfará. Por tanto, me declaro inocente.

Las palabras de Pedro provocaron murmullos entre el público. Los jueces se miraron entre sí. Los gobiernos de Ciudad y Orilla Mos decidieron desde un principio que el juicio no debería convertirse en una apología del nopedrismo. Además, con el objetivo de facilitar la transición de todo Hogar, existía la clara intención de que el proceso no se prologara demasiado en el tiempo.

–          Está bien – dijo Ingreso -. El soldado jurista Hoz Cuarto será su abogado.

El aludido se levantó de una silla contigua al banquillo y se dispuso a acercarse. Pedro comenzó a reírse de nuevo.

–          ¿Un determinista? – dijo sonriéndose -. Esto es una burla…

Los jueces volvieron a mirarse. El código militar elaborado para el juicio impedía claramente que el acusado fuera defendido por un monteño. El juez Destino habló.

–          Si lo prefiere, el acusado puede defenderse a sí mismo – dijo.

–          No lo prefiero. Quiero otro abogado.

Los jueces callaron, estupefactos. Bajo su estrado, Ingreso ocultaba la copia del código militar que había recibido tres días antes desde Ciudad. Disimuladamente, miraba hacía abajo mientras pasaba páginas frenéticamente en busca de alguna referencia a posibles cambios de abogado. En ese momento, comenzó a sentir que preferiría estar en su villa de Costa Mamá que en esa sala. Mientras leía en voz baja, 9127 se dirigió a Ingreso y a Destino.

–          Lo que quiere es un abogado pedrista – dijo con voz grave.

–          Menudo hijo de puta – dijo Destino.

Ingreso seguía concentrado en su lectura furtiva. Después intervino.

–          Sí, puede hacerse…

–          Aceptemos el reto… – respondió 9127.

9127 llamó a un soldado y le habló al oído. Éste se dirigió al público y habló con un presente. Éste se levantó y se dirigió hacia el estrado.

–          Está bien – dijo 9127 -. Su abogado será el soldado Hermano 374512.

Pedro respondió.

–          Vale, el número no me importa – dijo mientras esbozaba una amplia sonrisa.

2

El fiscal exponía a la sala su alegato inicial mientras Pedro bostezaba. Todos los desaires de Pedro eran recogidos inmediatamente por los ávidos fotógrafos de la prensa, mientras que los jueces habían decidido ignorarle. Después de un rato escribiendo, Pedro mostró al público el resultado de su trabajo: un dibujo con una caricatura de los tres jueces.

–          Señores – continuaba el fiscal –, estamos hablando de una guerra que ha causado más de cien millones de muertos entre los ciudadanos de la República y de Río Mos. Y, no lo olvidemos, cada uno de esos individuos comparte con todos nosotros lo más íntimo: nuestra propia identidad. Todos ellos fueron nosotros durante muchos años. Durante los primeros días de sus vidas, todos ellos, todos nosotros, fuimos Pedro Martínez. Por eso, esas muertes deben dolernos especialmente, y no pueden pasar desapercibidas.

Pedro sonreía. El fiscal miró a Pedro con desprecio y continuó.

–          Es de destacar el contrasentido que supone la ideología maquinada e implementada por el acusado. El nopedrismo es una ideología basada en el nacionalismo radical. El nacionalismo promueve que los individuos se sientan completamente identificados con una tierra, con una patria, basándose únicamente en la ubicación física de la máquina generadora que les trajo al mundo. Este argumento es absurdo, pues la máquina generadora en la que cada uno de nosotros nace no depende de nosotros. No es una decisión nuestra, y no influimos en ella de ninguna manera. Por tanto, basar nuestro total amor u odio hacia otros semejantes en criterios de nacionalidad es basar dichos sentimientos en un factor completamente aleatorio. Es como si un individuo, al llegar a una determinada edad, lanzara un dado para decidir a qué vecinos de su bloque va a odiar y a cuáles va a amar, con cuáles se va a aliar y cuáles serán sus enemigos.

–          El nopedrismo no tiene nada de absurdo – intervino Pedro, levantándose por primera vez del banquillo. Varios flashes surgieron desde la zona del público -. ¡Unió a la gente contra el pedrismo, principal mal de este mundo!

Esta vez el fiscal ignoró a Pedro.

–          Es por ello – continuó – que resulta más absurdo y más atroz si cabe lo que el acusado inició: una guerra de exterminio contra algunos de los individuos de este mundo. Muy concretamente, contra los pedristas.

El fiscal solicitó permiso al tribunal para apagar las luces de la sala y proyectar unas diapositivas. Un soldado apagó la luz. Pedro se agitó ligeramente en su asiento. De manera instintiva, sus guardianes decidieron agarrarle fuertemente por los brazos mientras los fotógrafos hacían su trabajo. Entonces una pantalla de proyección se iluminó y el fiscal pulsó un botón. Surgió la imagen de una diapositiva. Mostraba una especie de instalación industrial.

–          Señorías, esta es una de las centrales de biomasa que Montes Tarao edificó a lo largo de todo el territorio que su ejército llegó a controlar. Estos lugares fueron verdaderos centros de horror y atrocidad. Los pedristas que eran capturados durante la guerra eran enviados a alguna de ellas. Estos centros estaban concebidos para extraer de manera natural la energía acumulada dentro de los hombres que eran enviados a ellos. Para ello, los pedristas eran hacinados dentro de una cámara sellada con una alta concentración de bacterias descomponedoras. La variedad de bacterias descomponedoras que están presentes en Hogar es notable debido a la poca higiene que tenía la casa de Gómez en el momento en que la estructura de Pedro Martínez fue captada y enviada.

El fiscal pasó a una nueva diapositiva.

–          Durante varios días – continuó -, el hambre, pero mucho más la sed, provocaba una gran agonía en los cautivos. Cuando las defensas de los individuos más desnutridos decaían, las bacterias comenzaban a decomponerlos. Este proceso comenzaba cuando todavía estaban vivos. Entonces, el calor producido por la reacción oxidativa de las células descomponedoras, debido principalmente a la descomposición de las moléculas de ATP de los tejidos de los cuerpos, era aprovechado para producir energía. Cuando la mayor parte de materia orgánica acumulada en las cámaras era consumida por las bacterias, los restos sobrantes de los cuerpos, fundamentalmente tejidos de descomposición muy lenta e improductiva como los huesos, eran introducidos en una segunda cámara cuya función era la simple eliminación. Se trataba, básicamente, de un horno crematorio. Una pequeña parte de la energía obtenida y acumulada en el primer proceso, el de descomposición, alimentaba los hornos. No obstante, el resto de la energía obtenida en dicho proceso era utilizada por el ejército monteño para generar nuevos soldados preparados para la guerra y totalmente equipados.

El fiscal pulsó un botón y surgió una nueva imagen. Mostraba los restos de cadáveres que se encontraron dentro de un horno. El juez 9127 murmuró una oración.

–          Es de destacar que este mecanismo de producción de energía no es muy eficiente, pues la descomposición de la materia orgánica provocada por las bacterias, aunque efectiva, es lenta. La energía acumulada en la materia orgánica se libera despacio cuando se extrae de esta manera, lo que resulta inútil para desencadenar procesos explosivos. Por lo tanto, no debemos olvidar que estos centros tenían otro papel no necesariamente secundario: el de exterminar a los pedristas. Es decir, el de llevar a cabo un genocidio – el fiscal se dirigió hacia todos los presentes. Después volvió a mirar al tribunal -. Señorías, ¿cómo es posible que el acusado ordenara a su ejército eliminar a sangre fría a millones de seres que eran idénticos a él mismo y a cualquier habitante de este planeta?

El fiscal guardó silencio durante unos segundos.

–          Es por ello – continuó – que debo solicitar la pena de muerte para el acusado.

3

–          El abogado de la defensa puede hacer su exposición inicial.

Pedro miró a 374512 con gesto risueño. 374512 se puso en pie y se situó en el centro de la sala. Miró a los ojos uno por uno a todos los miembros del tribunal, y después centró su mirada en Pedro. Se acercó a él.

–          Tú te escapaste de mis garras – dijo Pedro, sonriente -, ¿eh, pequeño acólito de Gran Pedro?

El abogado guardó silencio. Entonces, sacó su pistola reglamentaria y apuntó a Pedro a la cabeza. Este movimiento sorprendió a toda la sala. En particular, Pedro pareció muy gratamente sorprendido.

–          ¡Deténgase, abogado! – gritó Ingreso.

Varios soldados apuntaron sus fusiles a la cabeza del abogado.

–          ¡Tire el arma! – gritó un soldado.

–          ¡No puedo hacerlo! – gritó el abogado.

–          ¡Repito! ¡Tire el arma! ¡Es completamente innecesario!

–          ¡No puedo! – repitió el abogado.

–          ¡No se lo volveré a repetir!

El abogado quitó el seguro de la pistola. Entonces un soldado disparó su fusil. La cabeza del abogado estalló en múltiples pedazos. La sangre salpicó a Pedro en la cara.

La sala quedó en completo silencio.

Pedro sonrió. Estaba exultante.

–          Incluso desde el banquillo de los acusados del tribunal que me condenará a muerte consigo seguir matando pedristas – gritó triunfal mientras sacaba la lengua para chupar la sangre que le había caído cerca de su boca.

Los fotógrafos, frenéticos, comenzaron a retratar a Pedro, que permanecía sonriente con restos de sangre y sesos en su cara. Pedro cogió un pedazo de sesos que le había caído en la frente y lo mostró a los objetivos, orgulloso.

9127 se levantó de su asiento enfurecido.

– ¡Basta! – tronó, enfurecido – ¡En adelante, la sesión continuará a puerta cerrada! ¡Que todo el público abandone la sala! ¡Se suspende la sesión hasta mañana!

4

Pedro fue conducido a su celda. En lugar de cena, sus guardianes le propinaron una gran paliza. Al día siguiente, cuando la furgoneta que le conducía llegó a la Plaza Principal, Pedro salió de ella dolorido pero altivo. Se proponía mostrar sus moratones al mundo, pero observó sorprendido que esta vez no había público ni prensa alrededor de la plaza. Varios helicópteros sobrevolaban la plaza. Se oían gritos a varias calles de distancia. “Han ensanchado el cordón de seguridad para que nadie me vea. Parece que he causado un gran revuelo” pensó con orgullo. “Me tienen miedo”.

Nuevamente fue conducido a la sala del juicio, esta vez sin público. Para su sorpresa, el juez Ingreso ya no estaba en la terna de jueces. En su lugar, un nuevo juez se presentó.

–          Soy el juez Transacción Décimo Sexto. Sustituyo al juez Noveno Ingreso por una circunstancia extraordinaria.

–          Parece que han rodado cabezas por el espectáculo de ayer, ¿eh? – dijo Pedro, divertido – ¿He hecho caer el gobierno de la República? ¿Habrá elecciones anticipadas? ¿Tan fácil ha sido acabar con los políticos que ganaron la guerra?

Un soldado se acercó y le golpeó con su fusil en la cara. Pedro cayó al suelo, ensangrentado. Otros dos soldados le levantaron y le volvieron a sentar en el banquillo.

–          Acusado, no toleraremos más espectáculos – dijo Transacción.

En medio de un intenso dolor, Pedro se limitó a sonreír.

–          Ahora, por favor – continuó Transacción -, haga su alegato de defensa.

–          ¿No tengo abogado? – preguntó Pedro. Al abrir la boca, salió algo de sangre de ella.

–          Sí lo tiene. Es usted mismo.

Pedro volvió a sonreír.

–          Entiendo… Bien, trataré de hacer que entiendan mis actos durante los últimos años. Al fin y al cabo, considero que si todos hubieran entendido mis motivos, todos los habitantes de este planeta me hubieran dado la razón.

–          Permítame dudarlo – intervino el juez Hermano 9127 con cierto sarcasmo.

Pedro quedó sorprendido por la interrupción. Se dio cuenta de que, tal como había tratado de provocar el día anterior, la formalidad del juicio había desaparecido por completo. Paró un momento para escupir sangre y acto seguido continuó hablando.

–          Ustedes afirman que este mundo está poblado por seres exactamente iguales. Sin embargo, el reciente exterminio de pedristas es una prueba implícita de que eso no es cierto, pues existe un criterio según el cual determinados individuos fueron exterminados y otros no, es decir, existe un criterio de distinción. Verán ustedes, existen dos opciones con respecto a mi opinión sobre el pedrismo. O bien mi opinión es correcta, y el pedrismo es una doctrina absurda, aberrante y destructiva que debe ser eliminada, o bien no tengo razón. En caso de estar en lo cierto, mi cruzada habría estado justificada bajo el pretexto de salvar a Hogar de un gran mal. En caso de no estarlo, entonces yo mismo sería el ser aberrante que debería ser eliminado. Entonces yo, como una instancia más de Pedro Martínez, supuesto ser perfecto de innata bondad, soy la prueba viviente de la falsedad del pedrismo, pues un ser procedente del molde divino de Pedro Martínez debe ser un ser perfecto. Los pedristas divinizan a todos los individuos por su propia procedencia divina, pero yo, personificación del mal en sí mismo, no puedo ser divino o perfecto. Dios no podría no creer en Dios, pues entonces no sería perfecto y no sería Dios. En los dos casos que he considerado, que son los únicos casos posibles, el pedrismo es falso.

Entonces Pedro guardó silencio. 9127 habló.

–          Los argumentos del acusado – dijo – son falaces, pues el acusado olvida el papel colectivo de la perfección de Pedro Martínez. De la perfección del individuo surge la perfección del colectivo y esta perfección, suma de la perfección de todos los individuos, supera la de cualquier ser individual. Es por ello que hay que interpretar la perfección de todos los sucesos acaecidos durante la guerra de Hogar en su conjunto. La guerra en este mundo ha representado una lucha interna de Pedro Martínez, cuya mente se ha debatido entre el bien y el mal. El debate de esta mente global ha quedado representado por la lucha entre todas las instancias de Pedro Martínez en Hogar, es decir, entre todos los habitantes de nuestro planeta. Todo este mundo y su sociedad es una representación a gran escala de los pensamientos más profundos y de las potencialidades de Pedro Martínez. En esta lucha, ha ganado el bien. El pedrismo, tras el sacrificio y martirio de sus individuos, ha quedado reforzado. Hemos probado a Hogar no sólo nuestra victoria moral, sino también nuestra victoria social.

Los jueces Transacción y Destino dirigieron su mirada hacia 9127. Sus rostros mostraban cierto gesto de desaprobación.

–          El pedrismo no ha logrado una victoria global – indicó Pedro-. Habéis perdido unos cuantos millones de votos en las próximas elecciones al parlamento de la República. Han muerto muchos más pedristas que comercialistas, y esto se notará en el próximo parlamento de Ciudad.

–          No creo que esto tenga que ver con los temas que atañen a este tribunal – intervino rápidamente el juez Transacción.

Por un instante, 9127 pensó en comentar la futura propuesta del partido pedrista de redistribuir los escaños del parlamento de la República para dar más peso a las provincias tradicionalmente pedristas que habían sufrido las mayores operaciones de exterminio. Después recordó la oposición que había mostrado el partido comercialista ante la propuesta, y decidió callarse. “Ese maldito nos está poniendo de nuevo en ridículo” pensó irritado. Entonces decidió cambiar de tema.

–          Las aberrantes ideas del acusado – dijo – han tenido consecuencias terribles para todo Hogar. El acusado convirtió su locura personal en nuestra pesadilla colectiva.

–          Su visión miope y partidista le impide ver la realidad – respondió Pedro -. Fue la locura colectiva la que causó mi pesadilla personal. Un mundo poblado por individuos exactamente iguales es un mundo que no merece la pena ser vivido, pues es un mundo de agobiante soledad. La mera posibilidad de eliminar o apaciguar esa condición exaltando nuestra diferencia era lo único que mantenía mi deseo de vivir.

Los ojos de Pedro estaban vidriosos y febriles. Tras unos segundos de pausa continuó hablando.

–          Sé que la sentencia de esta parodia de juicio, mi condena a muerte, está decidida desde un principio. Si los pedristas tienen razón, entonces cuando muera iré al infierno para expiar todos mis pecados contra el pedrismo y contra mi propia naturaleza pedrista. No obstante, según la propia religión pedrista, el infierno es un lugar exento de la perfección de Pedro, es decir, es un mundo plural. Para mí ese mundo sería un verdadero paraíso en el que se cumplirían todos mis anhelos. Por tanto, si los pedristas tienen razón, entonces ejecutándome me harán un gran favor. Por el contrario, el paraíso pedrista, lugar de unicidad pedrista total, sería para mí un verdadero infierno.

Pedro miró fijamente a cada uno de los miembros del tribunal.

–          No tengo absolutamente nada más que decir – añadió.

5

Tras el discurso de Pedro, el tribunal quedó en silencio. Al final, el juez Destino habló.

–          Está bien, se suspende la sesión. El caso queda visto para sentencia. Este tribunal volverá a reunirse dentro de diez minutos para comunicar la sentencia.

–          ¿Y por qué no ahora mismo? – preguntó Pedro – No hay prensa que pueda quejarse de ninguna anomalía, así que podrán irse antes a sus casas.

Los tres jueces se miraron entre sí y se encogieron de hombros. 9127 había comenzado a sentir una verdadera irritación por la arrogancia de Pedro. Se apresuró a hablar.

–          Vale, ningún problema – dijo 9127 sonriendo -. Se considera al acusado culpable de todos los cargos y se le condena a morir en la horca mañana al salir el sol. Además, se ejecutará nuevamente al acusado cada año en el día del aniversario de su primera muerte, hasta que sus muertes igualen a las de sus víctimas. Para que eso sea posible, se tomará el plano del acusado antes de ser ejecutado, y cada año se generará una copia de él, que será colgada inmediatamente después.

Pedro no pudo ocultar que la sentencia le sorprendió, aunque le pareció algo ridícula.

–          ¡Eso es absurdo! – protestó – Salvo la primera vez, los demás individuos que serán ejecutados no serán yo mismo, sino una copia mía. Es cierto que todos ellos serán seres idénticos a mí en todo lo físico y, por tanto, en el contenido de su cerebro. Es cierto que todos ellos recordarán lo que yo recuerdo y pensarán como yo lo hago. ¡Pero no será mi consciencia la que sienta esos cuerpos ni la que los gobierne! ¡Al castigarles, no me estarán castigando a ! Pensemos en cualquiera de los Pedro Martínez de diecisiete años que son generados diariamente en Hogar con el mismo cerebro, los mismos recuerdos y los mismos pensamientos. ¿Acaso hay una única consciencia común que siente y gobierna todos ellos? ¿acaso hay una única consciencia que nos siente y gobierna a todos los habitantes de Hogar? ¿alguno de ustedes siente dos o más cuerpos a la vez? – preguntó sin ocultar cierto tono de burla. Nadie contestó -. ¡Todo esto es una idiotez! ¡Todas esas veces que ejecutarán una copia mía, no será a mí a quien castiguen!

El juez Transacción se apresuró a responder a Pedro.

–          Tiene razón en sus argumentos, pero nada de eso importa – dijo -. Lo que importa es que cada uno de ellos será alguien que se sentirá tan orgulloso de esos actos como lo está usted ahora. Y lo más importante es que, aunque cada uno de ellos no sea usted, sus recuerdos harán que tenga la conciencia y la completa sensación de ser usted. Eso, a efectos jurídicos lo convierte en usted, pues cada uno de ellos será tan culpable como usted. Y, por supuesto, su ejecución sucesiva nos proveerá nuestra necesaria sensación de venganza.

Pedro meneó la cabeza, estupefacto.

–          Ridículo… – dijo.

Finalizada la interrupción, 9127 decidió seguir comunicando la sentencia.

–          Por último, este tribunal internacional desearía hacer una petición a todas las autoridades competentes para que, en la medida en que sea posible, mantengan todas las centrales de biomasa que construyó el ejército monteño por todo Hogar, sin modificación alguna, para que puedan servir de recuerdo ante las generaciones futuras de todo lo que sucedió en Hogar y no debería volver a repetirse.

9127 buscó por la mesa algún mazo con el que golpear la mesa y dar por concluido el juicio. Entonces, el juez determinista Destino le tocó el hombro para interrumpirle e indicar su intención de intervenir.

–          Este tribunal quiere hacer una puntualización a la sentencia – dijo Destino. Transacción y  9127 se miraron sorprendidos -. El tribunal desea añadir que no culpa al acusado, pues el motivo de sus actos es su entorno y él no escogió dicho entorno. Nada distingue a un Pedro Martínez de ningún otro al nacer en Hogar, ni sus genes ni sus recuerdos, por lo que la responsabilidad de sus actos pertenece al entorno que le guió por un determinado camino en lugar de otro. Cualquier Pedro Martínez al que le hubieran afectado los condicionantes que le afectaron a usted habría obrado de igual manera.

Los otros dos jueces miraron a Destino muy fijamente. Transacción fruncía el ceño y 9127 sentía una cólera creciente.

–          No obstante – continuó Destino -, la existencia del acusado supone un grave riesgo para el bien y la seguridad común, y es por ello que, sin poseer el mérito o la culpa de sus actos, debe ser eliminado. El mundo no se divide entre buenos y malos, sino entre gente cuyos intereses son compatibles con los de los demás, y gente cuyos objetivos son incompatibles con los de los demás. Cuando la incompatibilidad es extrema, el individuo que la provoca debe ser, según su peligrosidad, apartado o eliminado. Esta sentencia no es un castigo, sino una medida por el bien común de la mayoría.

Irritado por el discurso proselitista del juez Destino, el juez Transacción se apresuró a intervenir.

–          Este tribunal desea retirar las palabras del juez Destino y añadir que el acusado tiene la libre responsabilidad y culpa por todos sus actos y que debe responsabilizarse de ellos con su muerte. Un mundo en el que no existe culpa es un mundo sin incentivos para actuar de ninguna manera determinada, y se convierte en un mundo caótico en el que…

El juez Destino se disponía a responder a las palabras de Transacción cuando el juez 9127 comenzó a su vez a hablar. Las voces de Transacción y 9127 sonaban a la vez.

–          El comportamiento del acusado – decía 9127 -, completamente contrario a la naturaleza pedrista inherente a todo habitante de este mundo, supone el máximo pecado imaginable contra la naturaleza divina de Pedro Martínez. La expiación de este pecado y el regreso a la naturaleza puramente pedrista requiere necesariamente la purificación por la muerte del sujeto que…

El juez Destino comenzó a emitir su enérgica protesta contra las palabras que estaba oyendo. Ahora las tres voces se oían a la vez. Entonces, una cuarta voz se sumó a las otras. Pedro se reía a grandes carcajadas. Poco a poco, las otras voces fueron apagándose. Cuando Pedro dejó de reírse, intervino.

–          Aunque ya traían pensadas de antemano las ocurrencias de su original sentencia, fruto de su deseo de pasar a la historia y de ocultar su mediocridad e incompetencia, quizá sí que necesitaban esos diez minutos para deliberar – dijo Pedro sin ocultar una amplia sonrisa.

Transacción sintió una punzada al percatarse de que habían vuelto a caer en una provocación del acusado. Iracundo y avergonzado a partes iguales, comenzó a buscar frenéticamente un mazo con el que golpear la mesa y dar el caso por terminado.

–          Ya veo lo fácil que les va a resultar repartirse Montes Tarao – añadió Pedro.

Fuera de sí, Transacción decidió golpear la mesa con su propio puño.

–          ¡Caso cerrado! – gritó, haciendo un pequeño gallo.

Pedro se puso en pie y señaló con el dedo a los jueces. Ahora mostraba un gesto más serio.

–          Nadie, ni este patético tribunal ni ninguna ideología me quitará la gloria de ser el que intentó librar a este podrido mundo del cáncer que lo carcome. Aunque perdí, la gloria de haberlo intentado por primera vez, de marcar el sendero a los que vengan después de mí, no podrá quitármela nadie, ni la horca más alta. Me da igual si tengo el mérito de lo que hice. Siempre he sido un hombre pragmático, y sé que lo único importante es que lo hice. Y, pueden estar seguros de ello, sus patéticas visiones del mundo morirán con ustedes, y la verdad que mostré al mundo perdurará. Ustedes morirán y yo sobreviviré.

Los guardias levantaron a Pedro por los brazos y le sacaron de la sala.

6

–          Tiene una visita – dijo el carcelero desde detrás de las rejas de la ventanilla.

Pedro se levantó de su camastro y se acercó a la puerta de la celda.

–          ¿Una visita? – preguntó intrigado.

Se oyó el chirriar de las llaves girando dentro de la cerradura oxidada. La puerta se abrió con un quejido. Dos figuras entraron en la celda. Tras acostumbrar su vista a la repentina claridad, Pedro quedó asombrado.

Uno de ellos era el mismísimo el Hermano 27351, presidente del partido pedrista y uno de los hombres notables de la República, recientemente encumbrado a héroe junto con Negocio Quinto tras su victoria contra Montes Tarao. La tensión de la guerra había hecho mella en el aspecto físico del, por otro lado, veterano político. Su acompañante era un joven monje aprendiz.

En un primer instante, Pedro no supo qué pensar ante la visita. Sin embargo, tras unos segundos sintió rabia, y después cólera.

–          ¡Maldito cabrón! ¡Maldito hijo de puta! ¿Por qué estás aquí? – gritó mientras apretaba su puño – ¿Tan morboso, macabro y cruel eres? ¿Has venido a por regocijo? ¿A ver al patético enemigo vencido? ¿Por qué has venido? ¿Por qué? ¡Largo de aquí! ¡Fuera!

Al ver la postura agresiva de Pedro, el carcelero se acercó mientras desenfundaba su porra. Hermano le indicó con un gesto que no hacía falta. Mientras Pedro gritaba, el aprendiz bajaba su mirada hacia una especie de rosario con cuentas de colores que sostenía entre sus manos. Mientras pasaba una a una las cuentas con los dedos, murmuraba muy concentrado una serie de sonidos casi inaudibles.

Hermano permaneció en silencio, decidido a que Pedro se desahogara durante todo el tiempo que hiciera falta. Después de algunos insultos más, Pedro paró extenuado. Su respiración estaba acelerada y su rostro se mostraba enrojecido.

–          Si soy yo el que está aquí en lugar de tí – dijo mientras señalaba a Hermano con el dedo índice – es sólo por culpa de una serie de decisiones estratégicas, no por justicia.

Hermano permanecía en silencio, impasible. Pedro miró un momento hacia atrás. Después se volvió para señalar de nuevo a Hermano.

–          Si hubiera conseguido a tiempo el arma secreta que buscaba, entonces habría ganado la guerra. Todo hubiera sido distinto. Todo – apretaba el puño con fuerza mientras hablaba. Los ojos le brillaban.

Entonces Hermano decidió intervenir.

–          Sí, pero no fue así. Nosotros tuvimos la bomba antes y ganamos la guerra.

Pedro sonrió por primera vez. Meneó con la cabeza y emitió una carcajada. Hermano miró a Pedro con gesto extrañado.

–          ¿La bomba? – preguntó Pedro con tono burlón – ¿Quién habla de la bomba? ¿Vuestros espías no consiguieron averiguar lo que hacíamos en el búnker de Villa Tarao? ¿O es qué ni siquiera sabíais dónde teníamos el laboratorio?

Al comprobar el silencio de Hermano, Pedro lanzó una risotada.

–          Bueno, creo que ya no habrá ningún problema en que lo cuente – dijo señalando con los brazos las paredes de su celda -. Al fin y al cabo, destruisteis el laboratorio de desarrollo de mi arma secreta con vuestra propia arma secreta…

Pedro decidió sentarse en el camastro. Levantó la vista para mirar a Hermano a los ojos.

–          Nuestro proyecto no consistía en crear una bomba, sino en crear una mujer.

Hermano miró a Pedro estupefacto. El aprendiz seguía centrado en su rosario, quizá en un intento de que su capacidad de concentración impresionara a Hermano.

–          ¿Pero, cómo? – preguntó Hermano.

Pedro sonrió.

–          A partir de nuestros propios genes – respondió -. De los veintitrés pares de cromosomas que tiene cualquier ser humano, uno de ellos decide nuestro sexo. En todos los habitantes de Hogar, esta pareja contiene un cromosoma X y un cromosoma Y, es decir, todos somos varones. Para obtener una mujer, estos cromosomas deben ser dos X. Esto puede obtenerse a partir de cualquier sujeto de este mundo: basta con descartar la Y y duplicar una de las dos X. De esta forma se obtendría una secuencia genética que daría lugar a una mujer.

Hermano tenía muchas preguntas que formular, pero decidió dejar continuar a Pedro. Trató de recordar todos los informes que había leído sobre la capacidad de Pedro de aturdir a sus interlocutores con su poderosa seguridad en sí mismo, su violenta agresividad verbal y su extraño carisma. No podía olvidar la manera con la que su comportamiento estrambótico había logrado incitar la ira incontrolable y fatal de un pedrista durante el reciente juicio. Estos sucesos enfurecieron a su vez al propio Hermano, que había tenido que observar cómo se empañaba la imagen de seriedad, autocontrol y rectitud del pedrismo ante todo Hogar en un momento tan histórico. Este lamentable suceso trajo a Hermano a la memoria el día en que un jovencísimo y todavía anónimo Pedro le había increpado e irritado muchos años atrás durante la primera visita de éste al parlamento de Ciudad. No obstante, esta vez Hermano estaba decidido a no permitir que el imprevisible comportamiento de Pedro le permitiera controlar el encuentro. A pesar de la sorprendente revelación que estaba oyendo, sería él mismo el que impresionaría a Pedro, llegado el momento adecuado.

–          La idea de crear una mujer me rondó la cabeza durante mucho tiempo – continuó hablando Pedro -, pero en un principio pensé que su utilidad práctica sería reducida. El motivo es que, aunque el proyecto fuera viable, cosa que estaba por demostrarse, la mujer que se obtendría por este método sería prácticamente igual a cualquiera de los individuos de este mundo, pero en mujer. Por tanto, lo más probable es que dicha mujer suscitara cierta indiferencia sexual en el resto de habitantes de este mundo, incluso la repulsión de muchos de ellos. Ciertamente, la atracción suscitada sería mayor que la que en general produce cualquier individuo de este mundo en cualquier otro – añadió Pedro, mientras Hermano 27351 torcía el gesto -, pero aún así correríamos el riesgo de que su efecto social fuera marginal. Por otro lado, el sujeto obtenido no resultaría viable para dar lugar por primera vez en Hogar a la reproducción natural, pues su total consanguineidad con cualquier posible padre podría dar lugar a graves problemas genéticos en la posible descendencia.

Pedro mostró un gesto grave.

–          La probable falta de atracción física – continuó – y la inviabilidad reproductiva hacían que no mereciera la pena enfrentarse a la inmensa dificultad técnica que suponía el reto de crear el primer óvulo artificial y la primera placenta artificial de la historia. Pero entonces, al hilo de los experimentos realizados por mis científicos, se me ocurrió buscar ADN diferente al propio, es decir, diferente al de todos los habitantes de este mundo, entre los restos de nuestro propio viaje desde la Tierra, así como entre los viajes de los alimentos que envió Gómez. Tras una afanosa búsqueda, se encontró el ADN del propio Gómez en las babas presentes en el mordisco sobre el bocata de chopped, así como el ADN de un reponedor de AhorraPlus en un pelo adherido al envase del yogur de pera. Este descubrimiento era clave, pues a partir de estos restos podría lograrse una verdadera pluralidad genética.

Pedro, emocionado, aceleraba la velocidad de su exposición.

–          Por fin habíamos alcanzado una situación en la que, de ser posible la creación de una mujer, entonces sería posible iniciar un proceso reproductivo normal. Eventualmente, tras varias generaciones de reproducción natural las mutaciones surgidas espontáneamente aumentarían esa pluralidad. Mis científicos me explicaron que un ser vivo sometido a una cierta presión ambiental tendería a producir mutaciones, pues las mutaciones aleatorias que acontecen de manera habitual pueden suponer, en entornos hostiles, la diferencia entre el exterminio y la supervivencia. Por tanto, a la larga, la superpoblación de Hogar haría su propia aportación para mejorar la pluralidad genética en Hogar. Es decir, Hogar podría llegar a estar poblado, por primera vez, por hombres y mujeres diferentes genéticamente entre sí. Recordemos que el proceso reproductivo habitual en Hogar, llevado a cabo a través de máquinas generadoras, no fomenta la diversidad genética, pues todos los individuos surgen siempre del mismo patrón. Por el contrario, la reproducción natural permitiría lograr, por primera vez, la diversidad.

Las revelaciones de Pedro estaban resultando especialmente importantes para Hermano, que pensaba frenéticamente. En particular, daban una nueva dimensión a la interpretación pedrista de la guerra que él mismo había desarrollado. “Ahora ya no dudo” pensó “Este es el hombre del que hablan las profecías del Libro Sagrado de Pedro”.

–          Por todo lo dicho – continuó Pedro -, el complejo, costoso e incierto proyecto de investigación que se desplegaba ante nosotros pasó a resultar potencialmente práctico e interesante. Y, lo más importante, su consecución exitosa supondría el derrumbe de la ideología pedrista – llegado a este punto, los ojos de Pedro brillaban con gran intensidad -. Desde ese mismo momento, decidimos que merecía la pena enfrentarse esforzadamente al enorme reto que supondría crear una placenta artificial.

Pedro miró entonces al techo de la celda.

–          Desgraciadamente, se nos agotó el tiempo y el proyecto quedó inacabado.

Entonces Pedro guardó silencio. Hermano intervino.

–          Hay algo en su argumentación que no tiene sentido. La consecución de este proyecto no habría permitido a Montes Tarao ganar la guerra, pues no les habría dado nuevas o mejores armas para repeler nuestro contraataque.

Pedro frunció el ceño.

–          Si usted afirma tal cosa – dijo enérgicamente –, eso significa que nunca entendió mi guerra. Mi guerra no consistía en conquistar el mundo, sino en acabar con el pedrismo. La supervivencia de Montes Tarao o la mía propia no eran relevantes. Si no podía eliminar el pedrismo desmontando su fundamento ideológico, entonces eliminaría físicamente a sus partidarios. Cuando observamos que nuestro proyecto científico no daba los resultados deseados tan pronto como esperábamos, comenzamos la otra guerra, la de las armas. Mi objetivo, por cualquier medio, era acabar con ustedes.

Al oír hablar a Pedro, el aprendiz pasó a recitar sus oraciones más alto, mientras cerraba fuerte los ojos y apretaba los dientes. Era como cuando oía a papá pegar a mamá de pequeño, y se refugiaba en su cuarto a leer en voz alta lo primero que encontraba, siempre gritando. Mientras tanto, Hermano trataba de mantenerse impasible.

–          Su proyecto científico jamás podría haberse llevado a cabo con éxito – dijo. “Ha llegado el momento” pensó con excitación.

Pedro torció el gesto. Antes de que pudiera intervenir, Hermano continuó.

–          Para probarle que tengo razón, le revelaré el secreto más sagrado de la religión pedrista. Le revelaré el misterio de la pedricidad de todo el universo.

Pedro mostró una mueca no disimulada de desprecio y hastío.

7

–          Pedrícese el mundo y todas las cosas creadas por su estructura – murmuró Hermano mientras miraba hacia abajo. Acto seguido levantó la vista -. El misterio de la pedricidad explica lo siguiente. Estos hechos sucedieron hace muchísimo tiempo, en los tiempos antiguos de las primeras generaciones de Pedro Martínez en Hogar. Concretamente, en los tiempos de 567, que fue el individuo que descubrió por primera vez los captadores de mapas alienígenas, es decir, las máquinas que permiten capturar la estructura de cualquier objeto o ser vivo en la forma de un plano que posteriormente puede introducirse en una máquina generadora para su duplicación. Sucedió que 567 hizo un segundo hallazgo que sólo los conocedores del gran misterio saben. 567 encontró las máquinas que los alienígenas utilizaron para captar los mensajes de otros mundos. Para continuar la labor de intercambio de conocimiento universal que iniciaran los propios alienígenas, 567 decidió usar dicha máquina para buscar posibles mensajes de otros mundos, y, a su vez, mandar el propio plano de Pedro Martínez a otros mundos para colaborar en el proceso de intercambio y continuarlo. Observó entonces que Hogar ya estaba recibiendo mensajes de otros mundos, posiblemente como respuesta a antiguas propuestas de intercambio realizadas por parte de los anteriores moradores de Hogar. Los mensajes que se estaban recibiendo contenían los planos de los propios seres que habitaban en los mundos de procedencia de dichos mensajes. Con gran excitación, 567 decidió generar uno de ellos. Introdujo un plano en una máquina generadora y pulsó el botón de generación.

Hermano guardó silencio durante unos instantes. Incluso el aprendiz paró durante unos instantes de murmurar. Todas y cada una de las veces que el aprendiz había oído en labios de Hermano la revelación del misterio, había sentido la misma excitación al llegar a ese punto. Hermano continuó. Mientras tanto, Pedro mostraba cierto desdén.

–          Tras surgir de la nada una luz azulada – continuó Hermano -, apareció una figura junto a la máquina generadora. La forma parecía tener una familiar forma humana. Esas greñas, esa ropa… ¡Era Pedro! ¡Pedro Martínez! ¡Otra vez!

Pedro frunció el ceño.

–          La sorpresa de 567 fue inmensa. ¿Había otros mundos cuyos habitantes también eran Pedro Martínez? Entonces 567 decidió generar otros de los planos que se estaban recibiendo en el captador, es decir, otros de los planos que estaban llegando en ese instante a Hogar desde otros mundos lejanos. Nervioso, introdujo cada plano en el generador y generó cada uno de ellos. Su sorpresa aumentó.

El rostro de Hermano estaba iluminado.

–          Pedro Martínez. Una y otra vez, Pedro Martínez. Siempre, Pedro Martínez. Todos los mundos del Universo enviaban el plano del mismo individuo: Pedro Martínez.

Pedro no daba crédito a lo que estaba oyendo.

–          567 decidió reflexionar ante tan impactante realidad – continuó Hermano, excitado -. Concluyó que todo ello sólo podía significa una cosa: los demás mundos también recibieron el plano de Pedro de otros mundos con Pedro, hacía muchísimo tiempo. Igualmente, se dio cuenta de que era ingenuo pensar que Hogar estaba en α Cas. Era perfectamente posible que la estrella que iluminaba Hogar fuera cualquier otra, es decir, que la verdadera ubicación de Hogar fuera un lugar cualquiera del universo en el que, como en muchísimos otros lugares, se habría recibido un mensaje con el plano de Pedro. Además, la procedencia del mensaje que alcanzó Hogar podría ser cualquier otro de los mundos ya habitados por Pedro, el cual tampoco tendría que ser necesariamente ni la Tierra ni α Cas. El mensaje con el plano de Pedro podría haber pasado por cientos de mundos antes de llegar a Hogar. De hecho, el mensaje podría haber salido de la Tierra hacía millones de años, y no unos pocos miles de años atrás como los habitantes de Hogar siempre habían creído. De esta forma, la pedricidad del universo se habría extendido de mundo en mundo, como una red, desde un remoto pasado imposible de situar, cuando el mensaje original abandonó la Tierra.

El gesto de Hermano había tomado poco a poco un aspecto místico que a Pedro le parecía aterrador.

–          ¡Pedro había triunfado en todas partes! – exclamó sonriente mientras miraba al techo de la celda -. Pedro había sustituido como un parásito a todas las especies inteligentes de todo el universo alcanzable desde la Tierra. Pero, ¿por qué triunfó un imbécil en todo el universo conocido? Ahí está el misterio: por eso el pedrismo es una religión, y no una ciencia. Existen ciertos indicios que podrían explicar en parte el éxito de Pedro. Hay ciertas leyendas que indican que Uno supuso un enorme impacto cultural y religioso entre los alienígenas del mundo que le recibió, los cuales comenzaron a adorarle con fervor religioso tras su llegada. Según estas leyendas, los alienígenas llegaron a levantar grandes construcciones en su honor, que desgraciadamente no han llegado a nuestros días. Esto mismo pudo haber sucedido en todos los demás mundos donde el mensaje de Pedro fue recibido. No obstante, no existen pruebas que confirmen esa leyenda. Somos religiosos, no ingenuos ni crédulos. No podemos estar seguros de ella.

Durante unos instantes, Hermano parecía haber olvidado que se encontraba en la celda de un condenado a muerte, y se movía y gesticulaba como si se encontrara en el púlpito del Gran Templo, en Ciudad.

–          Tras observar la abrumadora superioridad universal de Pedro, 567 se convirtió en el primer pedrista de Hogar. Que Gran Pedro guarde en la memoria a 567.

8

Mientras Hermano hablaba como un profeta, Pedro se concentraba en analizar las revelaciones que estaba escuchando. Se encontraba verdaderamente aturdido. Su mayor preocupación era la de averiguar si las palabras de Hermano eran ciertas o no. Toda la historia que estaba escuchando podría ser en realidad una serie de mentiras destinada a minar la moral de un hombre desesperado. Si, estando atado y con la soga preparada ante millones de teleespectadores, Hermano obtuviera de él unas palabras de arrepentimiento, o, mejor aún, de súbita conversión al pedrismo, entonces el pedrismo podría verse socialmente reforzado de una manera revolucionaria, quizá hasta el punto de provocar la repentina conversión en masa de todo el planeta.

Hermano continuó hablando.

–          Se sorprendería al ver lo coherente que es la religión pedrista – dijo mientras miraba a Pedro a los ojos. Las palabras de Hermano hicieron que Pedro encontrara nuevos indicios de sus sospechas -. Esta coherencia se hace especialmente palpable cuando comparamos nuestras doctrinas con las de otras religiones de la Tierra o, al menos, con lo poco que recordamos y conocemos de ellas. No, no me dedicaré a discutir los hechos concretos que dichas religiones afirman, los cuales sin duda han llegado a nosotros de forma muy imprecisa. Por contra, comentaré las consecuencias de sus dogmas más básicos, los cuales parece que sí alcanzamos a conocer. Algunas religiones afirman que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Afirman igualmente la perfección de Dios y la imperfección del hombre, cuya tendencia hacia el pecado, consecuencia de su libre albedrío mal utilizado, es una prueba de su imperfección. Sin embargo, es innegable que esas mismas doctrinas religiosas atribuyen a ese Dios, implícita o explícitamente, ciertas características humanas, tales como la misericordia, la compasión y la benevolencia. A veces le atribuyen incluso imperfecciones, como la ira y la venganza ante el pecador. No lo olvidemos, castigar a un individuo a quemarse en las llamas eternas por sus pecados no es una forma de reconducir al pecador, sino una venganza, pues tras el castigo ya no cabe la enmienda. No, no es el castigo educativo de un padre, sino más bien el castigo ejemplarizante de un gobernante que teme perder su reino.

Pedro trataba de interpretar un posible doble sentido en las palabras que estaba escuchando.

–          Es más – continuó Hermano -, el simple acto de creación divina es un gesto de imperfección de Dios, pues a un ser perfecto no le falta nada, por lo que no existe ningún motivo ni para que realice una creación ni para que realice ningún otro acto. Todo acto consciente tiene un fin, y tener un fin es la prueba de que hay algo que todavía no se tiene. Necesitar algo es un símbolo de imperfección humana, y necesitar crear es, igualmente, una muestra de imperfección. Esto es un contrasentido, pues Dios debe ser perfecto.

Hermano gesticulaba con la cara y los brazos cada uno de sus argumentos, completamente inmerso en su papel de orador.

–          Sin embargo, el pedrismo no sufre de estas contradicciones – afirmó -. Para el pedrismo, Gran Pedro crea a Pedro a su imagen y semejanza, pero, a su vez, Pedro crea a Gran Pedro a su imagen y semejanza. El acto de creación deja de ser una muestra de imperfección en el mismo momento en que aceptamos que las características de Pedro son perfectas por definición de perfección, es decir, que tanto Pedro como Gran Pedro son perfectos. El acto de creación de Gran Pedro puede tener una finalidad, es decir, puede obedecer a la realización de un objetivo no alcanzado todavía, de igual forma que los actos de Pedro tienen una finalidad. Sin embargo, todo ello no implica la imperfección, pues carecer de lo que se desea no es para el pedrismo un signo de imperfección. La verdadera perfección no consiste en no tener carencias, sino en mantener la esencia pura de Pedro, incluida, por ejemplo, su torpeza o estupidez. Gran Pedro es perfecto, por lo que su obra, Pedro, también es perfecta. La obra de Gran Pedro (es decir, Pedro) es tan perfecta y poderosa que incluso puede renunciar voluntariamente a su propia perfección. Pedro puede alejarse de su esencia, y con ello perder su perfección. O, dicho con otras palabras, Pedro puede crear una piedra tan grande que él mismo no la pueda mover. Como ve, nuestra religión logra una coherencia nunca lograda por otra religión, al menos entre todas las que Pedro recuerda.

Hermano señaló a Pedro con el dedo.

–          Si ningún mundo de este universo ha podido recuperar la inmunda pluralidad después de alcanzar la felicidad y perfección de Pedro, entonces Hogar tampoco lo hará. Tenga en cuenta que ese proyecto científico suyo se le puede haber ocurrido a cualquier habitante de cualquier otro mundo poblado por Pedro. ¿O es que usted es más listo que cualquier Pedro del Universo? ¿O es que las condiciones de este planeta permiten una inspiración que no es posible en otros millones de planetas? Lo que usted quiso hacer debe haberse intentado miles o millones de veces en otros mundos poblados por Pedro. Pero, por la razón que sea, nunca será posible. Su proyecto no se ha logrado nunca, ni se logrará jamás. Posiblemente, no es técnicamente realizable, o simplemente Pedro Martínez no es suficientemente listo como para lograrlo. En este segundo caso, la estupidez de Pedro podría ser el motivo de su perfección, pues gracias a aquélla se alcanzó la unicidad universal de Pedro Martínez. En realidad, no me importa el motivo. Para darme cuenta de que lo que usted intentaba estaba destinado al irremediablemente fracaso me basta con observar que Pedro está en todo el universo observable.

Mientras miraba el suelo, Pedro intervino.

–          ¿Por qué me cuenta todo esto? ¿Cuál es su objetivo?

Hermano se sentó en el camastro junto a Pedro.

–          Le ha sido revelado el misterio de la pedricidad porque, según algunas profecías, usted tiene un papel relevante dentro del pedrismo. Estas profecías no han sido reveladas por medio de apariciones divinas, sino que han sido elaboradas a través de la información recibida en varios mensajes reales llegados a Hogar desde otros mundos poblados por Pedro. Según estas profecías, usted será el inductor de la gloria del pedrismo, como lo es Judas de Jesús o lo es Dogfucker de Anikilator. Usted será aquél que, tras comandar el más furibundo y despiadado ataque contra pedrismo, inducirá, de alguna manera no revelada en las escrituras, el triunfo definitivo del pedrismo.

El corazón de Pedro latía con fuerza.

–          ¿Qué espera de mí? ¿Espera mi conversión sobre el patíbulo?

Hermano sonrió y guardó silencio durante algunos instantes.

–          El misterio de la pedricidad – dijo – se le revela sólo a unos pocos fieles de la religión pedrista. El motivo para recelar de su divulgación es nuestra necesidad de evitar que, al conocerlo, los fieles se dejen llevar por el triunfalismo ante la aparente sensación de victoria definitiva. Muchos fieles no entenderían que el Reino de Pedro no es un destino que alcanzaremos algún día, sino un camino eterno de lucha entre la perfección y la imperfección.

Hermano volvió a ponerse en pie.

–          No obstante – añadió –, el pedrismo ha albergado siempre la esperanza de que llegaría el día en que la divulgación del misterio sería por fin posible. A lo largo de innumerables generaciones, hemos esperado pacientes el momento en que la comunicación del misterio pudiera ser más adecuada y efectiva. Y creo que ese momento ha llegado. El indudable papel que le asignan a usted las profecías pedristas así lo indican con gran claridad. En particular, creo que la conversión del hombre más antipedrista de la historia de Hogar, acontecida inmediatamente después del fin de una guerra devastadora y acompañada de la revelación más grandiosa del pedrismo, podría impactar a los hombres de este planeta más allá que cualquier otro suceso. Trasmitiría el claro mensaje de que oponerse al pedrismo es inútil, así como de que cualquiera puede cambiar de opinión y abrazar la verdad pedrista, independientemente de sus errores y del tipo de vida que haya llevado.

Pedro repasó con la vista las cuatro paredes que le rodeaban.

–          ¿Me está proponiendo algún tipo de trato? – preguntó.

Hermano asintió con la cabeza.

–          ¿Qué me ofrece? – preguntó Pedro.

–          Vivir – dijo Hermano.

Entonces Pedro también se puso en pie.

–          Mi vida a cambio de la victoria total y absoluta del pedrismo.

–          Así es.

Pedro reflexionó durante unos instantes.

–          ¿Puede hacer eso? ¿Los comercialistas y los deterministas no tienen nada que decir sobre mi muerte?

–          No puedo liberarle sin contar con ellos, pero sí puedo pedir una moratoria de la ejecución justo después de que usted hable. Y, créame, después de unos días, cuando los habitantes de Hogar reflexionen sobre las verdades reveladas, no quedarán comercialistas ni deterministas en Hogar. El comportamiento de la población de este planeta es más fácil de predecir de lo que nuestra aparente diversidad parece indicar. En el fondo, a pesar de nuestra constante divergencia desde el día en que llegamos aquí con diecisiete años de edad, todos somos un único individuo.

Entonces Hermano hizo un gesto a su aprendiz y el aprendiz guardó el rosario en bolsillo. Hermano se acercó a la puerta de la celda y llamó al carcelero. El carcelero abrió la puerta y los dos pedristas se dispusieron a salir por ella. En ese momento, Pedro intervino.

–          ¿Qué significaba lo que hacía el aprendiz? – preguntó Pedro, intrigado.

Hermano se dio la vuelta.

–          Resulta que no es usted el único que se interesó en la genética, aunque fuera por motivos muy diferentes. El rosario del aprendiz representa un fragmento del código genético de Pedro Martínez que los pedristas terminamos de extraer por completo hace unos pocos años. Los cuatro colores de las bolitas representan respectivamente la adepina, la kakakulina, la pedopisina y la anikilina, que son los cuatro tipos de componentes de la cadena genética

Como Pedro también sabía, el Pedro Martínez de diecisiete años sólo recordaba el nombre “adepina”, o “adetina”, o algo así, de sus clases de Ciencias Naturales en el instituto de la Tierra, así que los científicos de Hogar de las generaciones anteriores, muchos de ellos pedristas, pusieron ese nombre a una cualquiera de las cuatro bases cuando las descubrieron e inventaron aquellos otros nombres para las demás, para irritación de Pedro.

–          El tramo de colores que se incluye en el rosario – continuó Hermano – no es un tramo escogido al azar. Como sabe, el ADN retuerce su forma sobre sí mismo varias veces para dar lugar a una compleja estructura tridimensional. El tramo representado en ese rosario es un tramo cuya posición tridimensional coincide exactamente con la posición de las estrellas en el sector de la galaxia en que nos encontramos. Por si tiene curiosidad, nuestra estrella es una timina.

Hermano hizo una indicación al aprendiz y éste sacó su rosario. Hermano señaló a una de las cuentas.

–          Muchos pedristas memorizamos largos tramos del código genético de Pedro Martínez, pues dicho código es la palabra de Gran Pedro y su esencia más profunda.

Hermano hizo un ademán y el aprendiz volvió a guardar el rosario.

–          La posición actual de las estrellas en torno a Hogar es uno de los indicios que indican la relevancia de este momento histórico para la pedricidad en Hogar. Las estrellas están en constante movimiento. Su posición relativa actual no coincide con su posición pasada y cambiará en el futuro. Por tanto, el propio universo nos indica que éste es el momento. Usted decide.

Hermano se dirigió de nuevo a la puerta. Cuando el aprendiz y él salieron fuera, el carcelero la cerró. Durante unos instantes se oyeron los pasos que se alejaban. Después la celda quedó en completo silencio.

9

Pedro volvía a estar completamente solo. Entonces comenzó a reflexionar acerca de la conversación que acababa de tener con Hermano. Las dudas que se agolpaban en su cabeza le atormentaban.

“¿Es cierto lo que me ha contado?”.

“¿Es verdad que el pedrismo es inevitable?”.

“¿Realmente sobreviviré si hago lo que dice?”.

Repasó mentalmente algunas de las frases de Hermano palabra por palabra. Se sentía verdaderamente tenso. El sudor le caía por la frente mientras era capaz de sentir su propio pulso acelerado. Mientras imaginaba su cuerpo deslizándose por una trampilla, comenzó a sentir frío. Restregó las manos contra el suelo mugriento de la celda para deshacerse del sudor de sus palmas. Entonces se puso de pie y caminó por la celda. Después volvió a sentarse y se retorció en su camastro hasta ponerse en posición fetal. Miró por el minúsculo ventanuco de su celda y vio que ya era noche cerrada. Ni siquiera se había dado cuenta de que se hubiera hecho de noche.

Volvió a acurrucarse en el camastro y pensó en un mundo completamente pedrista.

Después pensó en Rocío y lloró como un niño.

Entonces se restregó los ojos con ambas manos para enjugarse las lágrimas. Con los ojos muy irritados y todavía brillantes, se levantó con decisión del camastro. Apretó los puños y los dientes. Estaba furioso.

–          ¡Maldito pedrismo, reniego de tu maldita tentación! – gritó radiante, exultante – ¡No me tentarás con tus falsas promesas de vida! ¡Moriré, y me llevaré conmigo todas las profecías que prometen tu victoria!

Se volvió pasar las manos por el rostro para quitarse los últimos restos de lágrimas.

–          ¡Mi muerte mostrará la falsedad de todas tus profecías de gloria! – exclamó iracundo – ¡Cuando muera y el día de gloria del pedrismo se derrumbe, el propio pedrismo comenzará su propio derrumbe! ¡Así, yo, Antipedro Primero, entregaré mi vida por el regreso de nopedrismo!

Se arrodilló en el suelo mientras miraba fijamente una de las lunas de Hogar, cuya luz entraba directamente por el minúsculo ventanuco de la celda y le golpeaba la cara. Mientras se empapaba de la luz del satélite, Pedro gritó.

–          ¡Y, algún día, el nopedrismo reinará!

10

Antes de que amaneciera, las puertas de la celda se abrieron y Pedro fue conducido a una furgoneta, donde diez soldados se sentaron a su lado. El vehículo se detuvo en la Plaza Principal de Pueblo Tarao, donde una inmensa muchedumbre se agolpaba ruidosa. La puerta de la furgoneta se abrió, y Pedro fue conducido a través de un cordón de seguridad que se afanaba para que la muchedumbre no se abalanzara sobre Pedro.

Al final del pasillo se erguía el patíbulo, al que se subía por unas escaleras. Sobre el patíbulo se situaba la horca, que estaba rodeada por extrañas estructuras repletas de envases de yogures y clips pisapapeles. Mientras era empujado por los soldados, Pedro admiró la perfecta ejecución y el acabado de la obra. Salvo la grotesca extravagancia de los clips y los yogures, le pareció incluso estética. Recordó los patíbulos que había levantado su propio ejército para eliminar a los pedristas que eran capturados en el frente cuando éste se encontraba demasiado lejos de la central de biomasa más cercana, lo que podía hacer demasiado caro su transporte. Entonces pensó que el patíbulo que se mostraba ante él era un gran patíbulo, digno del momento histórico para el que había sido construido. “Sin duda lo estrenaré yo” pensó con cierto orgullo.

Con las esposas puestas a la espalda, Pedro subió vigoroso las escaleras que conducían a la plataforma del patíbulo. Entonces vio por primera vez a sus verdugos, que estaban enfundados dentro de grotescos disfraces de Kakakulo y Pedopís. Kakakulo tenía una inmensa cabezota azul, y Pedopís tenía una cabeza triangular naranja, con un ojo en cada dirección. El motivo de tales disfraces, recordó Pedro, era que ambos representaban para los pedristas el símbolo sagrado de la putrefacción de la muerte.

Al verlos, Pedro pensó indignado que se negaba a ser ejecutado por dos absurdos muñecos televisivos para adolescentes, y, zafándose bruscamente de sus carceleros, comenzó una huida imposible por la superficie del ancho patíbulo. “No seré ejecutado por Espinete y Don Pimpón” pensó, iracundo. Fue interceptado a unos pocos metros por más carceleros que se abalanzaron sobre él tirándole al suelo. Mientras tanto, el numeroso público congregado en la plaza, inconsciente de la aversión de Pedro ante los símbolos mostrados por sus verdugos, interpretó su intento de huida de la horca como un patético gesto de debilidad para alguien otrora tan poderoso.

Mientras Pedro seguía inmovilizado en el suelo, los dos muñecos se acercaron a él y comenzaron a propinarle una dura paliza a base de patadas en la cara y el estómago. Cada patada era aclamada con pasión por el público congregado. Cuando Pedro ya casi no podía moverse, le levantaron y le colocaron sobre la trampilla del patíbulo. Mientras la sangre caía de su cara por varias brechas abiertas, los verdugos le pusieron la soga al cuello. Este momento fue celebrado con gran regocijo y vítores por el público.

Muy dolorido, Pedro decidió buscar la tribuna de autoridades desde su posición privilegiada. Entonces encontró a Hermano 27351, que se sentaba junto a Negocio Quinto y a Martillo Noveno. Mientras los dos últimos parecían estar contándose algo gracioso a juzgar por sus risas, Hermano se movía inquieto en su asiento, muy atento a cualquier movimiento de Pedro y sin poder ocultar cierta impaciencia. Pedro centró su mirada en Hermano y esbozó una leve sonrisa. Hermano pareció algo aliviado por el gesto, y meneó muy levemente la cabeza, algo menos nervioso.

Mientras sentía agudos dolores sufridos por la reciente paliza, Pedro reflexionó sobre su situación. “Este mundo no tiene ni puta gracia” pensó. “Parece un chiste malo. Voy a ser ejecutado por… ¿mí mismo? ¿Es esto un suicidio? Me hubiera suicidado gustoso si haciéndolo hubiera podido mataros a todos. Todos los seres de este maldito mundo sois mis enemigos. Ojalá todas las cabezas de todos los habitantes de este maldito mundo cupieran junto a la mía en esta soga”.

Un operario pidió a Pedro que sonriera “para una foto”. El operario accionó un mecanismo en el extraño dispositivo de yogures y clips, y un haz de luz que contenía un plano completo de Pedro fue enviado a un receptor. El público congregado recordó que el objetivo de aquel plano sería poder generar nuevas copias de Pedro con las que se llevarían a cabo futuras ejecuciones destinadas al regocijo general.

Entonces, un soldado republicano pidió a Pedro que dijera sus últimas palabras. Pedro fijó completamente su mirada en Hermano 27351. Éste se removía muy nervioso en su asiento mientras abría sus dos ojos como dos platos. Entonces Pedro miró al soldado, y como única respuesta hizo su habitual saludo militar: “¡Muera Pedro!”. Nadie le respondió, y entonces Kakakulo activó la palanca. Mientras Pedro caía a toda velocidad por el agujero de la trampilla, se afanó para observar el gesto de horror que mostraba Hermano 27351. Entonces Pedro sintió verdadera felicidad.

La soga se tensó bruscamente emitiendo algo parecido a una nota musical. El cuello de Pedro se rompió.

La plaza comenzó a rugir con consignas, vítores y aplausos. Pedro había sido ahorcado ante el júbilo de todos los presentes bajo las cuatro lunas de Hogar, en un universo donde, hasta allá donde alcanzó la luz, el único habitante, la única forma de vida inteligente, era Pedro Martínez.

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Pedrícese el mundo: Capítulo V

CAPÍTULO V

1

Tengo un maravilloso sueño que acaricia mi mente con suavidad una y otra vez. Sueño con un mundo sin pedrismo.

Nuestro mundo es suficientemente horrible como para merecer ser odiado. Cuando despierto cada día, no hago más que ver el mismo rostro hasta la noche. El día transcurre lánguido mientras me encuentro rodeado de fantasmas. No puedo dialogar normalmente con nadie, pues ni siquiera puedo estar seguro de quién es. En palacio, no puedo dirigirme a nadie sin que haya habido un complejo proceso previo de validación de chapas identificativas, contraseñas y localización de cicatrices. Y después de esa gran molestia, descubro que tengo poco o nada que decirle a mi semejante. “¿Sabes que he cogido la gripe?”. “Sí, lo sé”.

Sin embargo, al llegar el final del día duermo y sueño. Y entonces, por un momento, soy libre. Sueño con un mundo que no sea una parodia de mí mismo. Sueño con un mundo sin Kakakulo, Val Hancín ni Anikilator. Sueño con un mundo en que todos somos diferentes, donde de verdad merece la pena hablar con alguien.

Los monteños, con un gran esfuerzo, hemos comenzado a desarrollar una identidad nueva y renovadora. Sentimos nuestro monte, nuestra música y nuestra escultura. Somos trabajadores, emprendedores y sofisticados. Pero, sobre todo, comenzamos a ser diferentes a Pedro Martínez.

Sin embargo, los pedristas odian nuestra diferencia. Son un lastre que, en su obstinación, niega nuestra identidad propia, así como la de todos los individuos de este mundo. Exaltan su abominable inmutabilidad eterna. Por eso, no tienen cabida en este mundo. Por eso, son un estorbo para el bien común. Por eso, deben ser eliminados.

Lamento profundamente el lejano día en que un individuo débil de este mundo, ante la desdicha que le acechaba, decidió que el motivo de su frustración era, en realidad, el motivo de su perfección. Nuestra debilidad, nuestro frustrado deseo natural de ser el centro del universo, conduce inevitablemente a ese razonamiento engañoso aunque temporalmente liberador. Si yo observo que el mundo está compuesto exclusivamente por formas iguales a mí, eso indica que mi forma es perfecta. Entonces, para no perder mi perfección, debo evitar mi divergencia del modelo original, es decir, debo mimetizar y mantener el modelo original de Pedro Martínez. El universo perfecto se alcanzará cuando la pureza pedrista de nuestras formas sea total. Entonces se logrará la armonía del universo con su pieza básica, y se creará el Reino de Pedro. Y la perfección del Todo otorgará la felicidad eterna a cada una de sus partes.

Ese falaz argumento, apología de un ponzoñoso proceso autodestructivo, pasa por la eliminación de nuestra pequeña identidad, que es la única fuente de nuestra pequeña felicidad. Sin embargo, los monteños lograremos evitar la consecución de ese maléfico plan. No sólo conseguiremos nuestra propia libertad, sino la libertad de todos los habitantes bienpensantes de Hogar, que agradecerán por siempre nuestro gran esfuerzo. El día en que el último pedrista yazca descuartizado en un charco de sangre bajo el último templo pedrista en llamas, Hogar será libre.

Lamento profundamente que otros modos de pensamiento no hayan atajado al pedrismo antes de que creciera como una mala hierba. Lamento que las religiones de la Tierra no consiguieran ocupar su lugar, ofreciendo a tiempo su consuelo al desamparado. Dadas las raíces culturales de Pedro Martínez, sólo el cristianismo podría haber conseguido despertar cierto sentimiento religioso de ese adolescente agnóstico y desencantado. Sin embargo, la jerarquía primigenia de la Iglesia católica en Hogar tuvo que echar por tierra cualquier esperanza, con sus desgraciadas decisiones.

Recuerdo el día en que recibí al obispo católico en palacio, hace unos pocos años. No representaba a más de un par de centenares de feligreses en todo Montes Tarao, pero di una gran importancia a la reunión. Por aquel entonces, todavía barajaba la posibilidad de dotar a la identidad monteña de algún tipo de cariz religioso que hiciera las convicciones más intensas. Sin embargo, cuando el obispo me explicó su interpretación de su religión, le eché a patadas, furioso.

Según me contó, cuando Seis y Trece refundaron la Iglesia católica en Hogar, desearon crear un código de conducta basado en su rescrita Biblia, escrita tal como la recordaban. Entonces analizaron el vigésimo quinto mandamiento, aquél que decía que se debían santificar las fiestas. Tras una reunión entre los dos que tuvieron la osadía de llamar “concilio”, observaron que, muy posiblemente, la humanidad estaba condenada inexorablemente al infierno. El motivo era que la humanidad podría estar contabilizando mal los días desde el principio de los tiempos, tanto en Hogar como en la Tierra. En tal caso, los verdaderos domingos desde el comienzo de la creación podrían caer, por ejemplo, en nuestros martes, por lo que la humanidad llevaría milenios provocando y humillando a Dios al celebrar las fiestas equivocadas, y todo debido a un lamentable error perpetuado semana tras semana a lo largo de las generaciones. Dado que resultaría imposible conocer cuál de los días era el verdadero domingo, el error no podría subsanarse, y la humanidad no podría redimirse jamás.

Al oír semejante argumento me enfurecí, pues entendí inmediatamente por qué los católicos de Hogar no habían conseguido ocupar el espacio del pedrismo. Lo peor de ese argumento sobre la condenación no es que fuera imbécil, sino que su resultado inevitable era una religión que no podía prometer nada, en la que era imposible progresar: si ya estamos condenados, no hay ningún código de conducta que seguir, no hay nada que hacer. Para que cualquier ideología política o religiosa triunfe entre las masas, ésta debe hacer la promesa de que, cuando sus prefectos se cumplan, se logrará un mundo perfecto en el que los ancianos serán atendidos, los solitarios recibirán una mano amiga y todos ascenderán en el trabajo a la vez. Nadie envejecerá, y la sabiduría de todos los individuos será total desde su nacimiento. Los iletrados entenderán inmediatamente las revelaciones de los sabios. Todos los individuos, sin excepción, sentirán el regocijo de ganar a todos los demás. No importa que las promesas sean contradictorias, mientras sean bellas y ofrezcan consuelo a nuestras más profundas frustraciones.

Sin embargo, una doctrina que parte de la imposibilidad de lograr un objetivo ideal a partir de un cierto comportamiento es inútil. Por eso, los seguidores de ese obispo no pasaban de doscientos en todo Montes Tarao. Comprendí, por otro lado, que no podía exigirse un gran conocimiento y entendimiento de la fe cristiana a Seis y a Trece, ni tampoco a ningún otro individuo de Hogar. Reconozco que, a pesar de mi enfado, ese argumento sobre los días de la semana me pareció divertido. Evidentemente, lo mismo le pareció a todos los habitantes de Hogar, desde los tiempos de Seis y Trece.

El nopedrismo, sentimiento nacional arraigado en el corazón de todo monteño, promete la posibilidad real de alcanzar un mundo mejor. Ofrece un futuro paraíso en que la repugnante simetría de Hogar será minimizada, y cada individuo podrá encontrar su propia identidad fuera de la masa para exaltar su propia fuerza. Algunas formas de pensamiento fallaron cuando se enfrentaron al reto de expulsar al pedrismo de este planeta. Otras, como el comercialismo y el determinismo, se obstinan en enfrentarse entre sí mientras, con una venda en los ojos, se niegan a identificar al verdadero enemigo de la vida en Hogar. La República, envenenada en su seno por los propios pedristas, se mostró inoperante para resolver el gran problema de Hogar. Ante eso, nosotros reaccionamos.

Nosotros no fallaremos. La Historia ha llamado a nuestra puerta, y no miraremos a otro lado. Atenderemos diligentes a su llamada. La cobardía del resto de los habitantes de Hogar ante dicha llamada no justificaría en modo alguno nuestra propia cobardía. No eludiremos nuestra responsabilidad. Si tenemos que ganar esta batalla solos, lo haremos. Ganaremos.

2

Hermano 27351 y Negocio Quinto se reunían, junto a un pequeño grupo de parlamentarios de ambos partidos, con el Estado Mayor de la República de Hogar. El lugar de reunión del gabinete de crisis era un pequeño salón del Parlamento. El general Escuadrón Primero describía la situación actual. Se podía sentir la tensión en el gesto grave de todos los presentes, acompañada por algunas toses debidas a la gripe anual. Todos se mostraban claramente cansados. El anuncio de que los soldados que habían invadido Valle Pedopís estaban equipados con trajes que habían evitado que contrajeran la gripe hacía que cada tos en la sala sonara como un desagradable símbolo de debilidad. El miedo estaba latente.

–          Parlamentarios, militares – dijo el general -, la situación es extremadamente grave. Según nuestras estimaciones, el ejército invasor cuenta, al menos, con un millón de soldados.

El dato desató varios murmullos de sorpresa y alguna exclamación de pánico.

–          Dicho contingente – continuó Escuadrón – es mayor que todo el ejército de la República junto. Durante nuestra historia, nuestro monopolio sobre las máquinas generadoras y la ausencia de enemigos ha hecho innecesaria la creación de un gran ejército. Sin embargo, la tensión de los últimos tiempos indicaba claramente la necesidad de aumentar los efectivos del ejército, así como su presupuesto – lanzó una clara mirada acusadora hacia todos los políticos presentes. Después echó un vistazo a sus anotaciones. Volvió a mirar a los presentes -. Hay un sorprendente detalle acerca del ejército invasor que deben conocer. Señores, todos sus soldados son iguales.

Algunos de los presentes emitieron sonoras carcajadas. Algunas de ellas, excesivamente sonoras, delataban el nerviosismo de sus autores.

–          Creo que no me han entendido – respondió Escuadrón, frunciendo el ceño -. No me refiero a iguales como ustedes y yo. Me refiero a que esos soldados fueron todos el mismo individuo, como mucho, hace un mes.

Las carcajadas desaparecieron repentinamente.

–          ¿Sugiere que han sido generados a partir de un individuo adulto? – intervino incrédulo un parlamentario.

Escuadrón paró un momento para sonarse los mocos. Después continuó.

–          Adulto, gran soldado y muy bien preparado. La coordinación de esos soldados en la batalla es sorprendente. Apenas necesitan dirigirse la palabra para que cada uno de ellos adopte la posición idónea en el grupo.

–          ¡Eso es absurdo! – exclamó otro parlamentario -. Montes Tarao no cuenta con energía suficiente como para engendrar un millón de individuos en menos de un mes. Antes de su independencia, el embargo energético de los deterministas afectó tanto a su industria como a la de toda la República. Y desde la independencia, Montes Tarao se ha convertido en un estado aislado con un grave déficit energético, pues disfruta de unos recursos energéticos muy inferiores a su verdadera necesidad industrial.

–          General – intervino otro -, ¿podríamos aplicar nosotros ese mismo método para crear un gran ejército a partir de un único gran soldado?

–          Es una posibilidad que desearía que ustedes los políticos debatieran aquí y ahora – respondió el General, rotundo.

Los murmullos inundaron la sala. Un parlamentario intervino.

–          Señores, creo que crear un ejército de esa manera es una inversión a corto plazo pero una trampa a largo plazo. El coste energético para crear cada nuevo soldado es inmenso, pero la República no necesita máquinas generadoras para crear un inmenso ejército. A pesar de las recientes pérdidas de nuestra soberanía, seguimos siendo, con diferencia, la nación más poblada de Hogar. Por tanto, propongo iniciar un reclutamiento masivo de soldados entre todos los ciudadanos sanos de la República. A su vez, reconvertiremos nuestra industria de bienes de consumo en industria armamentística. Todo individuo que no sea útil en la industria bélica o en sus industrias dependientes irá al frente. Cuando nuestros ciudadanos ganen la experiencia necesaria en el combate y la producción bélica alcance su nivel óptimo, podremos responder a la horda monteña con toda nuestra fuerza desplegada.

Las réplicas se sucedieron, algunas a gritos.

–          ¿Quién garantiza que, para cuando llegue ese momento, la República seguirá existiendo? – gritó una voz alzándose por encima de las demás.

–          ¡No olvidemos que en este mismo momento algunos soldados monteños ya han cruzado la frontera entre Valle Pedopís y la provincia de Pedregal Fideuá! – gritó otra voz – ¡Al paso que van, no tardarán mucho tiempo en llegar aquí mismo, a Ciudad!

Cuando los parlamentarios contemplaron la posibilidad de que los ejércitos monteños llegaran al mismo lugar que ellos ocupaban ahora, se alarmaron enormemente. Se oyeron algunos aullidos de pánico.

–          ¡El sacrificio en vidas podría ser espantoso! – gritó otra voz – ¡Debemos responder con la máxima fuerza ya!

Negocio Quinto pidió la palabra.

–          Señores – dijo en tono sereno -, quiero pedirles un poco de tranquilidad y que estén a la altura de las circunstancias. Desconozco si creando un ejército con las máquinas generadoras podríamos repeler con éxito el ataque monteño. Sin embargo, quiero que noten que el gasto energético sería tan grande que incluso aunque ganásemos con rapidez (cosa que dudo pues el enemigo nos lleva la delantera) nuestras reservas energéticas quedarían extenuadas, y nuestra capacidad industrial quedaría en niveles mínimos, al menos durante un tiempo. Esa debilidad crítica podría ser aprovechada, en ese mismo momento, por la República Determinista de Río Mos, que se encontraría con el escenario idóneo para extender su revolución por el mundo. En tal caso, estaríamos totalmente a su merced.

–          ¿Y cree que no estaríamos también a su merced después de perder a la mitad de nuestros hombres en el campo de batalla? – preguntó un parlamentario.

–          ¡Los hombres se sustituyen fácilmente! – replicó otro, posicionándose con Negocio – ¡Basta pulsar un botón! Sin embargo, la inoperancia de nuestra industria nos dejaría definitivamente a merced de los deterministas. Los hombres pueden morir, pero los ideales de la República deben sobrevivir ante las generaciones venideras.

–          ¿Cómo puede poner los ideales delante de las personas que los profesan? – se opuso otro, alarmado.

La tensión se desató por completo ante ese comentario. Partidarios y detractores de utilizar la máquina se dedicaron insultos a gritos.

Mientras tanto, Hermano 27351 permanecía callado al fondo de la sala junto a su aprendiz, otro parlamentario pedrista. Éste estaba preparándose para ingresar como monje dentro de la Iglesia Pedrista y Hermano 27351, también ordenado, era su mentor. El aprendiz repasaba entre murmullos una especie de rosario con cuentas de cuatro colores. Sus murmullos parecían ser una secuencia aleatoria de las primeras cuatro letras del abecedario. Hermano se levantó. Murmuró su oración habitual y después se dirigió a la sala.

–          Apoyo la propuesta de no utilizar las máquinas generadoras. A pesar de los riesgos, nos prepararemos para crear un ejército convencional. Mientras tanto, debemos conseguir toda la información posible sobre ese soldado que es la pieza única del ejército monteño. Necesitamos conocer toda su vida desde su nacimiento en Hogar, dónde y cómo recibió su instrucción militar, sus gustos, todo. Señores, necesitamos conocer a nuestro enemigo.

3

El ejército monteño tomó el control, por este orden, de Pedregal Fideuá, Llanos Abuela, y Acantilado Val Hancín. Ante la marcha de la guerra, y a modo de burla ante su enemigo, Pedro decidió llamar a uno de sus batallones Dogfucker, malvado villano de las películas de Anikilator. La crueldad de este batallón ante sus enemigos hizo que su mero nombre provocara la rendición de muchos pueblos y ciudades, cuyos ciudadanos delataban rápidamente a sus vecinos pedristas para salvar la vida. Mientras el ejército monteño expandía los territorios bajo el dominio de Montes Tarao, todos los pedristas de Valle Pedopís que no renegaron de sus vestimentas pedristas antes de la llegada del ejército monteño fueron grabados en su frente con un hierro al fuego que tenía la forma de una gran P. Después fueron conducidos a un barrio de Suburbio Pedopís que se rodeó con un alto muro. Sus ocupantes sólo podían circular dentro  de su perímetro tapiado. El incumplimiento de esta norma suponía la horca.

Al mismo tiempo, los ayuntamientos de todas las localidades bajo el control de la República elaboraban a marchas forzadas censos de oficios de sus ciudadanos. La superioridad aplastante de los monteños en el frente hizo que muchos ciudadanos no cualificados huyeran de los pueblos para evitar el ejército y se escondieran en la montaña. El suceso se generalizó hasta tal punto que los oficiales que recorrían los pueblos organizaron batidas para capturar a los desertores. En un momento de máxima estampida ciudadana, los soldados llegaron a fusilar a algunos de los desertores como método de escarmiento público. Otros ciudadanos trataron de falsificar documentos que acreditasen sus oficios de ingeniero o técnico industrial. Muchos de ellos fueron encarcelados.

El gobierno de la República ordenó la construcción de nuevos altos hornos que permitiera aumentar la producción de acero. La producción de ácido sulfúrico y cemento también se incrementó notablemente. Con las piezas que salían de estas fábricas, se reconvertían fábricas de autobuses en fábricas de tanques, fábricas de tuberías y emplomados en fábricas de fusiles, y fábricas de televisores en fábricas de radios de campaña.

Al cabo de dos meses de avance pedrista, la República consideró que había llegado el momento de que su recién formado ejército se enfrentara por primera vez a los monteños. Fue en la frontera entre Acantilado Val Hancín y Risco Anikilator. Por un lado estaban los vehículos acorazados monteños acompañados por un numeroso grupo de infantería. El primer soldado de la formación mostraba orgulloso la bandera NP del nopedrismo. Al otro, lado, varios miles de reservistas republicanos. Muchos de ellos eran desesperados voluntarios pedristas que se negaban a esperar a la muerte sentados en sus casas. Algunos de ellos, como gesto desafiante, enarbolaban una gran P, símbolo sagrado del pedrismo, en un intento de dar valor a sus compañeros y a sí mismos.

Rápidamente, los soldados monteños se dieron cuenta de que ni siquiera tenían que recorrer los quinientos metros que los separaban de la línea enemiga. El alcance de los cañones de los tanques monteños abarcaba esa distancia, pero los fusiles republicanos no lo hacían. Así que los tanques se limitaron a disparar, mientras los soldados de infantería observaban entre risas cómo caían uno tras otro los soldados republicanos, paralizados e impotentes, sin saber qué hacer. Entonces, algunos soldados republicanos decidieron por su cuenta que no se quedarían esperando sin más, y lanzaron un desesperado ataque que fue repelido con una superioridad humillante. Los jefes monteños de ametralladora apostaban entre ellos para ver cuál de ellos conseguía mantener el cuerpo muerto de un pedrista bailando de pie sin caer al suelo, ante la ráfaga ininterrumpida de la ametralladora.

Ante semejante espectáculo, el capitán republicano ordenó la inmediata retirada. “Esos malditos NP son mucho más potentes que nosotros. Su preparación militar y su capacidad técnica nos sobrepasan. Les hemos visto la cara pero todavía estamos vivos, y ya es hora de que alguien pueda volver para contarlo” razonó el capitán. Los soldados republicanos se dieron la vuelta y huyeron en una desordenada estampida.

Un capitán monteño preguntó al coronel si debían cortarles la huída. Entre risas, el coronel respondió que no.

–          Si llegan a sus casas y cuentan lo que han visto, no hará falta disparar un solo tiro en los próximos cincuenta kilómetros.

Otros cincuenta kilómetros más adelante se encontraba Ciudad.

Cuando los soldados monteños hubieron comprobado que la posición era definitivamente suya, el coronel hizo una comunicación por radio a Pueblo Tarao. Desde allí recibió la confirmación de Pedro.

Al caer la tarde, mientras montaban las tiendas de campaña del campamento, los soldados de infantería comenzaron a señalar al cielo. Como una inmensa bandada de patos, los bombarderos monteños se dirigían lentamente hacia Ciudad.

4

Pedro recorría junto al grupo de científicos uno de los interminables pasillos del Centro Secreto de Investigación Militar, varios metros por debajo de la superficie de Villa Tarao, segunda ciudad de Montes Tarao. Pedro atendía con gran interés las explicaciones de los científicos. Durante sus últimas visitas al centro había hecho un especial esfuerzo en aprender y recordar todo lo que le explicaban. Orgulloso, se dio cuenta de que durante las dos últimas reuniones había conseguido entender casi todo lo que le dijeron.

–          Señor – dijo un científico -, tenga en cuenta que iniciar la reacción en un entorno tan… inusual resulta muy complejo. Desgraciadamente, todos nuestros intentos anteriores han conducido al fracaso. El problema consiste en provocar una evolución provocada y controlada del proceso.

–          Sí, pero… ¿no podrían modificarse las condiciones físicas o químicas del entorno? – respondió Pedro.

–          Esto intentamos, señor. Tenga en cuenta, igualmente, que no es fácil encontrar personal que quiera ayudarnos a llevar a cabo estos experimentos. Como podrá suponer, la peligrosidad de cada experimento es evidente.

–          Por eso no se preocupen, yo mismo me ocuparé de que encuentren la colaboración necesaria.

Entonces, el grupo observó al consejero de seguridad acercarse por el pasillo a paso ligero. Cuando alcanzó al grupo, se cuadró. Pedro pidió a los científicos que le disculpasen durante y momento y se dirigió al consejero.

–          ¡Muera Pedro! – dijo Pedro, ritualmente.

–          ¡No soy Pedro! ¡No soy pedrista! – respondió el consejero, con gesto marcial.

–          Dígame, consejero.

–          Señor, he de informarle de que, a pesar del éxito de la operación de ataque aéreo sobre Ciudad, se hacen recomendables algunas modificaciones en el futuro.

–          ¿Modificaciones?

–          Sí, señor. Acecho Segundo es un excelente militar y su formación es muy completa. Sin embargo, no es un especialista del pilotaje de bombarderos. Si bien los destrozos causados por el bombardeo han causado una gran desmoralización entre la población civil de Ciudad, hay de añadir no obstante que la mayoría de los objetivos militares no han sido alcanzados. Ha sido, señor, un ataque aleatorio.

Pedro pensó durante unos segundos.

–          Entiendo. ¿Qué propone, consejero?

–          Creo que deberíamos buscar un nuevo militar como prototipo de piloto para nuestra aviación. Un piloto especialista.

–          Está bien, así se hará. Mándeme a su mejor candidato cuando acabe el periodo de formación.

–          Bien, señor.

5

El operario de primera categoría del Cuerpo de Manipuladores de la Máquina Generadora de la República hablaba frenético por teléfono.

–          ¡Señor, los monteños ya están aquí! – gritó.

Su ayudante esperaba nervioso junto a la pila de rifles. En previsión de la inminente llegada de los monteños, el gobierno había provisto a cada almacén de la máquina generadora con un centenar de rifles con su correspondiente munición. No obstante, en aquel momento ni un solo soldado custodiaba aquel recinto.

El ayudante miraba a través de la ventana. A lo lejos podía verse la fila de tanques monteños que se dirigían lentamente hacia allí. Aquel almacén, ubicado en las afueras de Ciudad, se convertiría en el primer objetivo militar del ejército nopedrista en su asalto a Ciudad.

El operario colgó el teléfono y se dirigió a su ayudante. Su rostro estaba pálido.

–          Di… Dicen que éste no es un lugar de defensa estratégica prioritaria – le dijo muy nervioso. Su ayudante abrió mucho la boca y no pudo evitar una mueca de horror -. Dicen que el abastecimiento de máquinas generadoras de la República está garantizado. Desde otros almacenes ya se ha procedido al envío de copias de la máquina generadora a otros puntos de Ciudad, así como a otras provincias. Por otra parte, el enemigo también cuenta con sus propias máquinas generadoras, así que no podrá conseguir aquí nada que no tenga ya. Defender este sitio es… no prioritario.

Horrorizado, el ayudante cogió un rifle y se lo ofreció al operario.

–          Dispáreme, señor – le dijo.

El operario cogió el rifle y lo miró. Entonces meneó la cabeza.

–          Se me ocurre algo mejor. ¿Cuánta energía nos queda en la batería de la máquina?

Entonces el ayudante comprendió. Frenético, se dirigió a los controles de la máquina generadora. Venderían cara su vida. Comenzó a surgir una luz azulada.

–          ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! – gritó la nueva figura.

Los dos técnicos se acercaron al recién llegado. Éste los miraba con gran incredulidad.

–          ¿Dónde pelotas estoy? – preguntó.

–          En un almacén de máquinas generadoras de Ciudad. El enemigo monteño nos acecha y debemos repelerlo para salvar la vida. Perdona que no te lo explique mejor, pero no tenemos tiempo.

El recién llegado no entendió absolutamente nada. Muy nervioso, se quedó mirando fijamente al técnico mientras se decía a sí mismo que aquel tipo se parecía a su tío Ramón.

–          ¿Sal… salvar la vida? ¿No estoy en… la Tierra? – preguntó.

El operario le ofreció un rifle. Aturdido, el recién llegado lo cogió mecánicamente.

–          Ahora sal ahí y demuestra lo que vales – dijo el operario mientras le empujaba hacia la puerta.

El ayudante regresó a los controles y volvió a salir la luz azul. Justo cuando otro recién llegado comenzó a gritar “¡Gordo chiflado!”, el operario empujó al primer chico a la calle y cerró la puerta tras él.

Éste no salía de su asombro. Hace apenas un minuto se encontraba en el salón de Gómez, y una hora antes en un botellón con sus amigos. Ahora llevaba un rifle en las manos. Observó que a cierta distancia había una hilera de tanques dirigiéndose hacia él.

Desesperado, trató regresar a aquella sala, pero la puerta no se abría. Entonces se echó al suelo y empezó a llorar.

“¡Quiero volver a casa! ¡Quiero ir con mamá!” pensó. “¿Qué pelotas estoy haciendo aquí?”.

Entonces la puerta volvió a abrirse y salió de ella otro individuo idéntico a él, también a empujones. También éste portaba un rifle. Ambos chicos se miraron incrédulos. Por la ventana de la sala volvía a surgir aquella luz azul. Una voz al otro lado de la puerta les gritó “¡Vamos, id a por ellos! ¡A por los tanques!”.

Quizás por el aturdimiento, los chicos comenzaron a correr hacia aquellos tanques. “Esto no puede ser real” pensaban simultáneamente.

El primer disparo de tanque hizo que el primero de ellos saltara en pedazos.

6

Los habitantes de Ciudad jamás habían imaginado que sus calles se convertirían en el frente de la guerra contra Montes Tarao. El gobierno de la República lo contempló vagamente, pero nunca se lo había llegado a creer del todo. Sin embargo, allí estaban.

El primer objetivo de la infantería monteña fue tomar el barrio B, zona de los principales centros de investigación de la ciudad. El principal interés estratégico del barrio consistía en que, a pesar de encontrarse en las afueras de la ciudad, estaba ubicado sobre un gran promontorio desde el cual se podía otear toda la urbe. Tras una rápida barrida de la aviación, la infantería entró al asalto e hizo salir uno a uno a los ocupantes de los edificios científicos. Aunque no se esperaba una peligrosa resistencia por parte de éstos, los soldados tenían órdenes de encontrar a algunos científicos importantes y conducirlos a Montes Tarao.

Cuando ya ondeaba una bandera NP del Centro de Investigación Energética, las piezas de artillería se situaron en el punto más alto de la colina y comenzaron a disparar hacia el barrio G, ubicado en su falda y sede de los más emblemáticos edificios gubernamentales de la República. Para entonces, varios coches oficiales republicanos ya se encontraban a varios kilómetros de Ciudad en dirección a Costa Mamá. En ellos viajaban Hermano 27351, Negocio Quinto, y la plana mayor del gobierno de la República. Mientras se lamentaban ante la posible pérdida de Ciudad, llevaban consigo su plan de reubicar la sede del gobierno de la República del Hogar en Puerto Mamá.

Cuando muchos edificios del barrio G ya estaban en llamas, la infantería comenzó su descenso desde el barrio B. Al caer la noche ya controlaba toda una orilla del río Pedopis, que dividía Ciudad en dos. Entonces, el ejército republicano hizo explotar sincronizadamente todos los puentes que lo cruzaban. Todos los puentes de Ciudad sobre el río Pedopís esperaban desde hacía días cargados de dinamita. Ante el imparable ataque monteño, los oficiales republicanos entendieron que había llegado el momento de hacerlos explotar.

Ante la imposibilidad técnica de continuar el ataque, el ejército monteño esperó en su orilla del río dos días, hasta que llegaron desde Pueblo Tarao varias barcazas de transporte, cargadas sobre grandes camiones. Mientras tanto, la aviación seguía castigando la orilla contraria. Al poco de introducir las barcazas en el río Pedopís, la artillería monteña comenzó a disparar hacia la orilla opuesta para cubrir el corto viaje de sus soldados. Algunas barcazas fueron alcanzadas por unas pocas piezas de artillería republicanas que esperaban al otro lado. Sin embargo, el grueso de la infantería monteña cruzó con éxito al otro lado.

Allí, el ejército monteño encontró menos resistencia de la que esperaba. La mayoría de los habitantes que vivían en la otra orilla de Ciudad habían abandonado la ciudad dos días antes. Los pocos que quedaban eran en su mayoría ancianos y enfermos que nadie se había molestado en llevarse con ellos. Al cabo de unas horas se constató el hecho: Ciudad, la antigua capital de la República del Hogar, desde la cual se había gobernado todo el planeta, había caído en manos de Montes Tarao.

7

Pedro observaba con interés unas ruinas de bloques de pisos en el barrio G. Varios generales le acompañaban.

–          En esa casa me crié yo – dijo Pedro, intentando ocultar su emoción.

Ante la intensidad del momento, los generales guardaron silencio como respeto hacia su líder. Pedro observó una papelera verde abollada junto a la entrada de su portal. Al recordarla, sitió cierta nostalgia ante tan simple objeto. Aunque conseguía recordar la abolladura, se dio cuenta de que había visto durante muy poco tiempo la papelera con ese desperfecto.

“De hecho, sólo la vi un día así…” meditó. Y entonces consiguió recordar.  “Esa abolladura la causó ese maldito pedrista al caer desde mi ventana”. Entonces sonrió. “Allí, ese mismo día, comenzó el camino hacia la gloria”. Se le escapó una lágrima, y ordenó a un soldado desmontar la papelera y enviársela posteriormente. El soldado, que comprendió inmediatamente la carga emocional de ese objeto para Pedro, comenzó a desmontarla con devoción, mimo y delicadeza.

Entonces Pedro echó un último vistazo al portal, se dio la vuelta, y comenzó a caminar calle abajo. El grupo de generales le siguió. Cuando alcanzaron el edificio del Parlamento, Pedro se dirigió a uno de sus generales.

–          Demoledlo. No debe quedar nada.

–          Sí, señor – respondió el general.

Siguieron caminando por la Ciudad mientras Pedro se mantenía en silencio. Cuando encontraban alguna estatua dedicada a Kakakulo o Anikilator, Pedro indicaba a uno de sus generales que esa estatua debía ser demolida. Entonces, el general anotaba la orden en una libreta.

Tras mucho rato, llegaron a la Avenida Rocío. Mientras caminaban por el centro de la calle, flanqueada por edificios en ruinas, varios tanques que patrullaban la zona comenzaron a acompañarlos a modo de comitiva. Por extraño que pudiera parecer, Pedro parecía un poco más bajo que los generales que lo acompañaban. Si bien Pedro no era tan mayor como para haber perdido una cantidad sensible de altura, se había observado que los recién nacidos que iniciaban inmediatamente la carrera militar crecían un poco más. Quizá el ejercicio físico tenía una leve influencia sobre el crecimiento de los habitantes de Hogar siempre que se realizara antes de que dicho crecimiento se detuviera, habitualmente unos cuatro o cinco años después de su nacimiento.

Al poco tiempo, la avenida se abrió en una gran plaza. El centro de la plaza era coronado por una estatua que mostraba a Rocío junto a un sujeto con gesto moribundo y una moto. El general se paró un momento para sacar su libreta. Dirigió su mirada a Pedro.

–          Cortad de la estatua ese antiestético moribundo y su moto. El resto se queda como está.

El general se encogió de hombros, hizo una anotación y continuó su marcha.

8

Pedro observaba sentado en una silla el paso de varias filas de prisioneros encadenados, junto a su consejero de seguridad, que permanecía de pie. Esa tarde la temperatura era muy buena para estar al aire libre. Los edificios derruidos permitían que corriera una leve y agradable brisa.

Los prisioneros se dividían en dos grupos, los pedristas y el resto. Los pedristas hacían una fila al final de la cual se les grababa a fuego la P en la frente. Los gritos de los pedristas molestaban a Pedro, pues le distraían del disfrute de la brisa.

Un soldado se acercó al consejero y le hizo un anuncio. Entonces, el consejero se dirigió a Pedro.

–          Señor, acaba de llegar desde Pueblo Tarao el mejor piloto de la última promoción de pilotos. Su nombre es Sexto Rasante. He de añadir, señor, que tuve la oportunidad de conocerle antes de su graduación, y puedo decir que es un gran patriota.

Pedro sonrió al consejero. Varios soldados acompañaron al piloto a la presencia de Pedro. Pedro levantó el brazo.

–          ¡Muera Pedro!

–          ¡No soy Pedro! ¡No soy pedrista! – respondió el piloto.

Pedro observó al recién llegado durante unos segundos. Después sacó de su cinto su pistola y se la ofreció.

–          Muy bien chico, has hecho un largo viaje. Te mereces un premio. Escoge los seis que quieras.

Sexto tomó el arma dubitativo. Pedro le miró sonriente, algo apremiante.

Entonces, Sexto se acercó a una fila de prisioneros pedristas e hizo varios disparos a algunas cabezas. Al desplomarse, los cuerpos sin vida tiraban de las cadenas y arrastraban al suelo a los prisioneros más contiguos de la fila. Algunos prisioneros lanzaron alaridos de terror. Sexto se dio la vuelta y miró a Pedro.

–          Llevas cinco, chico. Uno más.

Sexto dudó durante unos instantes. Después se dio la vuelta e hizo un disparo más, dirigido a la frente de un último pedrista.

–          Muy bien – dijo Pedro -. Acércate.

Sexto se acercó. Pedro extendió su mano y Sexto le devolvió el arma. Pedro sonrió de nuevo. Miró a su consejero.

–          Aquí tenemos al nuevo piloto del ejército monteño. Conducidle al cuartel general de aviación.

El piloto se cuadró y se alejó, acompañado por dos soldados. Pedro volvió su mirada a los prisioneros. Los soldados desencadenaban a los prisioneros muertos y reenlazaban la secuencia de la cadena con los que quedaban vivos. A muchos de ellos les temblaban las piernas. Entonces Pedro se fijó en la fila de prisioneros que no eran pedristas. Localizó en un rostro unas cicatrices y marcas que le eran muy familiares. Se dirigió al consejero.

–          ¿No es ése Eslabón Tercero? – preguntó.

–          Sí, señor – respondió el consejero -. Lo encontramos en una prisión a las afueras de la ciudad. Ante nuestra llegada, los republicanos abandonaron la prisión con los presos dentro. Llevaban días sin comer.

Pedro meditó durante unos instantes.

–          Apartadlo – dijo Pedro -. Le daremos un trato especial. Nos puede ser útil.

–          Sí, señor.

9

Pedro se reunía en el campamento monteño con la cúpula de su ejército. Ante un mapa, discutían por dónde debía continuar la invasión. Entonces, un general intervino.

–          Señor, he de recordarle que hasta ahora el ejército republicano apenas nos ha hecho frente. Cada vez que han hecho un amago de ofrecernos resistencia, se han batido en retirada poco después, al comprobar nuestra superioridad. Sin embargo, al eludir el combate directo tantas veces, han sufrido relativamente pocas bajas. Nos han estado tanteando, esperando el momento en que sus ejércitos contengan suficientes soldados con la experiencia necesaria para, al menos, llevar a cabo una retirada ordenada y bien planificada. Mientras tanto, su industria bélica ha seguido creciendo, y la instrucción de sus nuevos soldados ha comenzado a completarse. La República sigue siendo el país más poblado de este planeta, y en breve comenzará a tener un ejército respetable. Por tanto, señor, creo que necesitamos incrementar sensiblemente nuestro número de efectivos antes de continuar nuestro ataque.

Pedro observaba el mapa con cierta preocupación.

–          Sin embargo – respondió Pedro –, nuestras reservas de energía son insuficientes para costear la generación de un gran número de nuevos soldados. Las provincias conquistadas son pobres en recursos energéticos.

–          Señor – intervino otro general -, me atrevo a sugerir que quizá sea éste un buen momento para comenzar a formar a nuestros ciudadanos para la guerra. Esta medida puede suponer un cierto impacto en la cómoda vida que hasta ahora han disfrutado, pero el apoyo de los monteños a nuestra gloriosa cruzada es total. También deberíamos considerar la construcción de una industria bélica convencional. No podemos seguir basando nuestros nuevos refuerzos y su equipamiento en las máquinas generadoras. No podemos costearlo.

–          Creo que esa medida es adecuada – replicó Pedro -, pero sus frutos no se notarían hasta dentro de algunos meses. En la creación de un ejército convencional, la República nos lleva la delantera. Además, la propia construcción de nuevas industrias supone una gran inversión inicial en energía. Necesitamos más energía ahora.

Los generales guardaron silencio. La única solución agolpaba la mente de todos los presentes, pero suponía ciertos inconvenientes que debían sopesarse. Un general propuso una solución alternativa.

–          Podemos ofrecer a la República Determinista de Río Mos reforzar nuestro actual intercambio de materias primas por energía.

–          No creo que acepten – dijo gravemente otro general -. No necesitan más minerales. Su nivel de desarrollo, a pesar de estar en crecimiento, no les permitiría sacar partido de ellos.

Entonces Pedro intervino.

–          Al menos lo intentaremos. Además, como gesto de buena voluntad, les enviaremos a su líder determinista, Eslabón Tercero.

–          ¿Y si no aceptan, señor? – preguntó un general.

Todos dirigieron su vista al mapa. Y todos miraban al mismo punto.

10

Los focos de luz barrían el terreno a intervalos regulares.

“Vamos, ya he hecho lo más difícil” se decía Hermano 787980 mientras permanecía agazapado tras una roca. Se miró las manos. Todavía sangraban. Varias filas rojas paralelas las cruzaban de lado a lado. Si no gritó cuando el alambre de espino se clavó en su carne, no gritaría ahora. Después de haber conocido el infierno, aquel lodazal no le parecía un lugar tan desagradable. Tuvo ganas de sonreír, pero no pudo.

Aquella noche, dos de las lunas de Hogar estaban llenas y podían verse en el cielo a la vez. La luz que desprendían provocaba que se vieran menos estrellas que de costumbre. El hermano se llevó la mano a la frente. Todavía le escocía. Recordó cómo le habían marcado como una res el día de su llegada. Aquel hierro candente con forma de P mostraría para siempre su fe. Él no era más que un asqueroso pedrista.

Se abrieron las puertas del centro y salieron al exterior varios camiones. El hermano pudo contar más de una docena. Mientras miraba agazapado, no dejaba de cavar con sus propias manos para hacer más hondo su escondite. “Debo permanecer aquí. Es un buen escondite” se decía a sí mismo mientras arrancaba el suelo arcilloso con las uñas. “Debo esperar”. Los focos barrían sistemáticamente las colinas circundantes. Escalarlas en aquel mismo instante sería un suicidio.

Los camiones se adentraron en la carretera. Un par de minutos después se detuvieron. Los soldados monteños comenzaron a bajar de ellos. La sincronización de sus movimientos era perfecta.

“Por Gran Pedro… debe haber más de doscientos…” pensó el hermano. Tragó saliva. Pensó que probablemente ése debía ser el famoso Acecho Segundo del que tanto se hablaba.

En menos de diez segundos, el grupo de soldados se organizó en un cuadrado perfecto de dieciséis por dieciséis soldados. Entonces, sin mediar palabra, ese cuadrado se dividió en otros cuatro cuadrados de cuatro por cuatro individuos. Cada cuadrado comenzó a marchar hacia un punto cardinal diferente.

El hermano se sorprendió de que todos aquellos soldados pudieran poner en práctica aquella coreografía sin hablar. Entonces se dio cuenta de que estaba temblando. Frenético, siguió cavando más rápidamente que antes. Algunas uñas ya se le habían arrancado de la carne. El roce de la arcilla con la carne viva de sus dedos hizo que se estremeciera y apretara los dientes. No podía parar. Estimó que ya cabría medio cuerpo.

Cada uno de los cuatro grupos de soldados anduvo en una dirección diferente durante un par de minutos. Entonces, sin mediar palabra, los cuatro grupos se pararon en seco en sus respectivas posiciones. Súbitamente, cada grupo de cuatro por cuatro hombres se dividió en cuatro grupos de dos por dos y, acto seguido, cada uno de dichos grupos tomó una dirección diferente.

El hermano sintió terror al comprobar la coordinación de aquellos hombres y les maldijo. Uno de los grupos de dos por dos soldados se dirigía hacia él.

A unos veinte metros de su escondite, dicho grupo se dividió, y entonces cada soldado siguió una dirección diferente. Hasta donde le alcanzó la vista, el hermano pudo comprobar que todos los demás grupos se habían disgregado de la misma manera y exactamente a la vez.

“Están barriendo el terreno de manera absolutamente sistemática. ¿Cómo es posible?” se preguntó mientras cavaba frenéticamente. Un soldado se dirigía directamente hacia su posición. Ya no quedaba tiempo. De un salto se metió en su madriguera.

El soldado se encontró a aquel individuo con medio cuerpo agazapado dentro de un agujero y las manos ensangrentadas. Mientras el hermano se percataba de que en realidad había estado cavando su propia tumba, el soldado disparó. La ráfaga fue corta y eficiente. La cara del pedrista quedó mirando boca arriba, con la P de su frente iluminada por las lunas de Hogar.

Ante el sonido de los disparos, los otros doscientos cincuenta y cinco soldados NP detuvieron sus movimientos en seco. Sin mediar palabra, todos ellos se dirigieron en línea recta hacia los camiones.

11

Hermano 27351 se dirigía a sus feligreses en el gran templo pedrista de Puerto Mamá. Las estatuas de Kakakulo y Pedopís coronaban el altar.

–          ¡Hermanos! ¡No os dejéis engañar por estos convulsos tiempos! – gritaba Hermano 27351 mientras apretaba su puño –. Recordad siempre que no hay motivo alguno para que ansiemos una pluralidad que jamás hemos contemplado. No debemos dejarnos engañar por los sucesos que impregnan nuestra mente desde nuestro nacimiento, pues, no lo olvidemos, no son nuestros recuerdos. Las escenas que muestran no nos pertenecen. ¡Debemos permanecer críticos, atentos y vigilantes! Las doctrinas monteñas tratan de tentar a este mundo con sus mentiras sobre la pluralidad, como el mismísimo diablo. No hay mayor engaño que desear lo que nunca hemos visto, y no hay mayor manipulación que alentar ese deseo.

Los feligreses escuchaban sentados en el suelo mientras con los dedos recorrían concentrados sus rosarios de cuentas de colores.

–          Y ahora, hermanos, salgamos juntos del templo y participemos del sagrado botellón a la intemperie, tal y como lo hiciera el mismísimo Pedro Martínez.

Entonces, todos los feligreses salieron del templo, acompañados por Hermano 27351. Fuera del templo llovía intensamente, y hacía bastante frío. Con gran ritualismo, Hermano comenzó a repartir las botellas de coliol, los yogures y las bolsas de supermercado entre todos los presentes. En la plaza había algunos bancos rituales. Los presentes se congregaban por grupos en torno a ellos.

–          Hermanos, pasad a mezclar los ingredientes del botellón como lo hiciera Pedro Martínez, según el proceso característico que lo distinguía.

Los feligreses comenzaron a verter el coliol y el yogur en las bolsas de plástico. Entonces, cuando ambos ingredientes estaban bien mezclados, volvían a verter el contenido de la bolsa en la botella de coliol, que esperaba vacía.

–          No olvidemos el significado este gesto. Representa la incapacidad de Pedro Martínez para comprar vasos, lo cual es un símbolo de su gran pobreza y humildad. Y ahora, hermanos, bebamos y completemos el rito de la comunión.

Los feligreses bebieron. Unos a otros se pasaban la botella y bebían de ella a morro. Entonces todos comenzaron a cantar una canción de Pus Day. La gesticulación en el cántico se consideraba una exaltación de la fe, lo que hacía que algunos feligreses adoptasen posturas imposibles. “La había dejado rota, y entonces… Eché la pota ¡¡¡pota, pota, pota!!!” gritaban al unísono. Al finalizar la canción, Hermano 27351 intervino.

–          Hermanos, que Pedro os acompañe.

De acuerdo al procedimiento ritual, dejaron las botellas y bolsas en el suelo, y abandonaron ordenadamente la plaza para volver a sus casas. Los ayudantes del templo pasaron a iniciar su recogida.

Cuando Hermano 27351 se volvía a dirigir al templo, un fiel le abordó.

–          Hermano, soy Hermano 91279127, capitán del ejército de la República.

–          Que Pedro te acompañe, hermano – respondió Hermano 27351, con voz pausada.

–          Hermano, necesito su consejo espiritual.

–          ¿Qué te atormenta, hermano?

–          No consigo comprender por qué perdemos esta guerra, hermano. Pierdo a mis hombres ante el enemigo, y eso me atormenta. No consigo entender cómo un ser engendrado a partir de Pedro Martínez puede ser tan vil, tan… antipedro. No entiendo cómo todo esto puede emanar de la perfección de Pedro Martínez. Hermano – en este punto le tembló ligeramente la voz -, estoy perdiendo la fe.

Hermano 27351 le miró a los ojos y le puso la mano sobre el hombro.

–          Hermano, tus grandes sacrificios por Pedro merecen el sagrado honor de la revelación del misterio de la pedricidad.

Hermano 91279127 se mostró muy sorprendido ante semejante anuncio, y algo nervioso.

–          Hermano, ¿estoy preparado para recibir el misterio?

–          Lo estás, hermano. Tú alma bondadosa necesita consuelo.

Los hermanos pasaron al interior del templo. Tras una hora, Hermano 91279127 salió del templo exultante, lleno de fuerza.

12

–          Señor, hemos recibido respuesta de Orilla Mos – dijo el consejero de relaciones externas.

–          ¿Cuál es la repuesta? – preguntó Pedro, algo ansioso.

–          Señor, Martillo Noveno rechaza nuestra oferta de intensificar nuestro tratado comercial.

Pedro guardó silencio, consternado. Los gestos de gravedad de los generales eran elocuentes. Ya no quedaba alternativa.

–          Hay algo más, señor – continuó el consejero -. Cuando nuestros emisarios entregaron a Eslabón Tercero a Martillo Noveno en Orilla Mos, Martillo Noveno lo mandó apresar. Se le acusó formalmente de traicionar la revolución determinista de Ciudad por haber hecho un llamamiento público al abandono de la lucha armada el mismo día de la revuelta. En el juicio, celebrado el día posterior, se afirmó que Eslabón Tercero estuvo a punto de hacer fracasar la revolución determinista al crear división y confusión entre los rebeldes. Además, se le acusó de provocar una derrota parcial, pues esa misma confusión habría sido la causa de que ese mismo día Hogar no se convirtiera en una única república determinista global. Hoy mismo ha sido fusilado.

Pedro reflexionó sobre dicho anuncio. Entonces entendió. “Martillo Noveno no quería tener cerca a un líder carismático” pensó Pedro. “Eslabón podría haber competido por el poder como nuevo líder del sector crítico. La decisión de Martillo ha sido la más lógica”. Entonces, Pedro se dirigió a todos los presentes.

–          Señores, el asesinato de un prisionero de Montes Tarao por parte de la República Determinista de Río Mos supone una ruptura unilateral de nuestro pacto bilateral de no agresión. Por tanto, Montes Tarao se declara con la libertad de ir y tomar la energía que necesite allá donde se encuentre. Generales, dos terceras partes de nuestro ejército partirán mañana hacia la frontera entre Valle Pedopís y Río Mos.

13

El ejército monteño avanzaba lentamente por las extensas llanuras de Río Mos. Hasta ahora, el ejército determinista no se había enfrentado a ellos en ningún momento, ni siquiera les habían visto. Los pueblos que encontraban a su paso estaban abandonados.

En el centro del grupo, algunos tanques escoltaban a camiones que portaban máquinas generadoras. Durante el ataque a la República, esta técnica se había generalizado como manera eficiente de que cada batallón dispusiera de su propio abastecimiento de alimentos e incluso refuerzos. Al hacer innecesario el establecimiento de rutas que abastecieran a cada batallón periódicamente, la libertad de movimientos de la tropa mejoraba sensiblemente.

El ejército se dirigía hacia la presa del Precipicio Mos, primer gran objetivo estratégico del ejército monteño en Río Mos. Se trataba, de hecho, de una de las mayores centrales hidroeléctricas de Hogar. Ante la importancia del enclave, se esperaba en sus cercanías la primera gran batalla contra el ejército determinista. Los soldados monteños, ya veteranos, no se mostraban nerviosos ante el encuentro inminente, aunque sí algo ansiosos.

Una patrulla de reconocimiento se unió al grupo y se dirigió a un general.

–          Señor, venimos de Precipicio Mos.

–          Bien, capitán. ¿Cómo anda de fuerza el enemigo? ¿A qué nos enfrentaremos allí?

–          A nada, señor. No hay soldados deterministas allí.

–          ¿Cómo dice?

–          Señor, han volado la presa. Parece que muy recientemente.

El general ordenó a un oficial dar una señal. A los pocos segundos, todos los vehículos del batallón frenaron en seco.

–          Bien, señores. Cambio de ruta. Nos dirigimos a la presa de Rápidos Mos.

14

Los oficiales monteños observaban el gran agujero en el centro de la gran estructura de cemento, ennegrecida por la explosión. El agua fluía tranquila de uno al otro lado de la presa de Rápidos Mos. Algunas piezas metálicas, posiblemente partes del circuito de alta tensión eléctrica, flotaban en el agua.

El gesto de los oficiales mostraba una gran desolación. Un oficial de intendencia se acercó al general.

–          General, nuestras reservas de alimentos se agotan. Necesitamos conectar la máquina generadora a alguna fuente de energía ya. Si no, tendremos que solicitar que se establezca de una ruta convencional de abastecimiento desde Valle Pedopís.

–          ¡No diga bobadas! – respondió el general -. Nos separan mil kilómetros de la frontera con Valle Pedopís, y en todo ese recorrido no hemos tomado un solo pueblo. Para el enemigo sería muy sencillo asaltar los convoys de abastecimiento. No, la solución es otra. La voladura ha sido reciente. El enemigo observa nuestros movimientos, destruye las presas a las que nos dirigimos, y huye a esconderse para iniciar su siguiente movimiento. Debemos batirles la retirada.

El general se acercó a un oficial de comunicaciones. Tomó su radio portátil y ordenó que la aviación localizara y destruyera el comando determinista que les llevaba la delantera.

15

Los soldados monteños comían en el campamento que habían instalado a la orilla del río Mos. Siguiendo la política de preservar la simetría de sus comportamientos lo más posible, las tiendas de campaña se disponían en un círculo perfecto. Las mesas que los soldados ocupaban en aquellos momentos, hora del rancho, también se disponían de manera circular. Un soldado repartió bolsas de pipas entre todos los presentes. Entonces, todos los demás comenzaron su ingesta al unísono. Esto siempre daba lugar a un extraño espectáculo. Mientras que en todo Hogar la ingesta comunitaria de pipas daba lugar a una nube de caóticos eructos descompasados, en aquel campamento daba lugar a una secuencia de atronadores eructos completamente sincronizados como si fueran tambores. El resultado era una escena de un aspecto bastante aterrador, algo grotesca y, no obstante, muy marcial.

Todos aquellos soldados habían sido educados para que trataran de ignorar conscientemente sus divergentes influencias externas y tomaran sus decisiones tal y como las habrían tomado en el momento en que fueron copiados del modelo original. Ni siquiera se les asignaba un número distinto a cada soldado para distinguirlos pues, si cada sujeto pensaba en su propio número, diferente de los demás, podrían crearse pequeñas divergencias entre los soldados. Muchos de los soldados de ese batallón pertenecían a una hornada reciente, nacida a partir del patrón común de Acecho Segundo hacía apenas dos semanas, justo antes de abandonar Valle Pedopís. Por tanto, forzar el comportamiento simétrico, tanto en el combate como fuera de él, no resultaba muy complicado.

Los soldados percibieron levemente el sonido de aviones en vuelo. Entonces miraron expectantes hacia el cielo. Sabían que en breve serían sobrevolados por los bombarderos monteños en su ruta hacia el enemigo.

Los vítores de los soldados cuyas sillas se disponían en dirección a los aviones anunciaron a los otros la llegada. Esto desencadenó una sincronizada ola de cabezas girándose que se propagó desde dichas sillas hacia el resto de la mesa circular. Todos los soldados comenzaron a saludar a la comitiva agitando sus brazos.

Entonces, cuando los aviones sobrevolaban sus cabezas, se oyó una gran explosión. Era una bomba procedente de uno de los bombarderos.

–          ¿Qué ha ocurrido? – preguntó confuso el soldado que se encontraba más cercano al punto de la explosión.

Se oyó otra explosión.

–          ¡Eh! ¡Imbéciles! ¡Que somos nosotros! – gritó el soldado más cercano a esa otra explosión.

Una tercera bomba cayó a un metro de él. Con una gran deflagración, sus pedazos se esparcieron por el suelo.

–          ¡Soldados, a cubierto, es una trampa! – gritó un capitán.

–          ¡Traición!

Los bombarderos parecían concentrar su ataque sobre los vehículos blindados que esperaban aparcados en hileras junto al campamento monteño. En medio de las explosiones, el general se apresuró a comunicar a Pueblo Tarao la situación. Ante la gravedad de la noticia, el mismísimo Pedro se puso al habla. Cuando comprendió la crítica situación, dijo a su general:

–          General, me temo que nos han colado un espía. Y lo hemos copiado diez mil veces – dijo Pedro. Entonces hizo una pausa y añadió – Pero no se preocupe, la situación está bajo control.

–          ¡Señor, la situación es desesperada! – replicó el general, muy nervioso.

Al otro lado de la línea, Pedro podía oír las explosiones de las bombas.

–          General, no desespere. Tras los bombarderos, pilotados por copias del traidor Sexto Rasante, mandé salir a cierta distancia a los cazabombarderos. Éstos están pilotados por copias de Acecho Segundo.

El general guardó silencio.

–          General – continuó Pedro -, jamás habría puesto mi total confianza sobre un soldado que hemos copiado después de que el enemigo conociera nuestros métodos. El riesgo de infiltrados en la Academia Militar era no despreciable. No me equivoqué.

16

Al día siguiente, se construyó un inmenso patíbulo con cinco mil una horcas en la Plaza Principal de Pueblo Tarao. Todos los reos, menos uno, eran las copias de Sexto Rasante que no habían salido de misión el día anterior. El último reo, con un lugar especial en el centro de la plaza, era el consejero de seguridad de Montes Tarao.

El último pensamiento de todas las copias de Sexto Rasante fue para el momento en que tuvieron en sus manos la pistola cargada de Antipedro, y a Antipedro desarmado, sonriente, sentado en su silla. Recordaron que sus órdenes fueron siempre muy claras: debilitar el ejército monteño. “Cuando caiga el ejército monteño, acabará la guerra. Si cae Antipedro, la guerra no tiene por qué acabar” le dijo su general antes de su partida.

El último pensamiento del consejero de seguridad fue que el fracasado ataque aéreo estuvo a punto de parar una locura. Una locura que nunca debió comenzar.

17

Pedro repasaba la situación junto a sus generales.

–          Señor, nunca conseguiremos tomar una ciudad o pueblo que albergue una central hidroeléctrica sin que los deterministas la hayan destruido antes. En todos los casos se ha repetido el mismo patrón: mientras pueden, mantienen sus centrales al máximo rendimiento de producción eléctrica. Entonces, en el preciso momento en que la llegada de nuestro ejército es inminente, vuelan la presa, abandonan el pueblo y emprenden la huída.

–          Por otro lado – intervino otro general –, recientemente hemos observado que el enemigo comienza a plantarnos cara de manera puntual. Pequeños comandos enemigos han tratado de asaltar nuestros convoys, hasta ahora sin éxito. Parece que en todos los casos su objetivo principal es alcanzar algún camión que transporte alguna de nuestras máquinas generadoras. He de decir que están muy bien informados acerca de dónde llevamos en cada momento nuestras máquinas.

Los generales mostraron su consternación. El reciente episodio de espionaje había puesto en entredicho todo su protocolo de seguridad. Inevitablemente, todos los presentes se miraban y trataban con cierto recelo.

–          ¿Nuestras máquinas generadoras? – se preguntó otro – ¿Para qué? ¿Para destruirlas? Un regimiento cuya máquina fuera destruida por el enemigo podría recibir otra nueva si uno de nuestros aviones la lanzara en paracaídas cerca de su posición, incluso si el regimiento se hubiera adentrado mucho en el frente. ¿Para robárnoslas? Ellos tienen las suyas propias, y al igual que nosotros pueden hacer nuevas copias… Así que, ¿para qué las quieren?

–          Nuestras máquinas generadoras no sólo sirven para generar a Pedro Martínez con diecisiete años y a todos los alimentos disponibles en Hogar. Además, nuestras máquinas son las únicas que permiten generar a Acecho Segundo – respondió otro -. Por tanto, sospecho que su objetivo es poder estudiar con detenimiento el modelo de Acecho Segundo. Dado que en la batalla se enfrentan a un solo enemigo, desean conocerlo en detalle.

Aquella posibilidad era muy real. Tanto los republicanos como los deterministas habían enviado algunos reducidos grupos de asalto contra pequeños retenes de soldados monteños ubicados en pueblos poco estratégicos. Su objetivo era capturar con vida a algunos Acecho Segundo para llevarlos ante su servicio de inteligencia e investigar a fondo su comportamiento. No obstante, Acecho Segundo estaba entrenado para que, si era capturado, modificase su comportamiento habitual. Para cada acción para la que contemplase varias alternativas factibles, no escogía sistemáticamente la que estimase como más apropiada, sino que elegía alguna de las alternativas según algún criterio arbitrario, por ejemplo en función del color de las paredes, qué número de minuto fuera, o lo primero que se le ocurriera. Todos los soldados capturados seguían comportándose igual entre sí ante situaciones iguales pues, ante entornos idénticos, a todos se les ocurrían los mismos criterios arbitrarios para alterar su comportamiento normal. No obstante, dicha manera de comportarse no era la que seguirían en el campo de batalla. Finalmente los enemigos se percataron de que, por algún motivo, los prisioneros capturados no les servían para estudiar el verdadero comportamiento de Acecho Segundo.

–          Lo que necesitan es capturar una de nuestras máquinas y generar a Acecho Segundo haciéndole creer que está entre los suyos, para que así no modifique su comportamiento. Si consiguen una máquina, se disfrazarán de nosotros, le generarán, y le someterán a situaciones de combate ficticias. Así podrán observarlo con detenimiento y anticiparse a sus decisiones en el campo de batalla real.

Pedro observaba preocupado la situación. Realmente existía la posibilidad de que los deterministas acabaran consiguiéndolo. En ese caso, Acecho Segundo dejaría de ser el soldado perfecto para luchar contra el enemigo.

18

–          Este lugar es muy tranquilo y todos me tratan muy bien – dijo Distinto Único -. Lo que no comprendo es por qué la gente me mira con extrañeza al presentarme con mi rango y no con mi nombre. Los demás militares también se presentan con sus rangos y a nadie le extraña.

–          No les hagas caso, te tienen envidia – respondió Pedro.

–          ¿Qué era eso tan importante que tenías que decirme?

–          Hemos entrado en guerra.

Hubo unos segundos de silencio.

–          Entonces la lucha contra el pedrismo mundial ha comenzado por fin.

–          Así es – dijo Pedro -. Los soldados de los que disponemos actualmente son eficientes y patriotas, pero tenemos sospechas de que en cualquier momento una maniobra del enemigo podría provocar que estos soldados ya no resultasen útiles. Por eso tenemos que estar preparados para que tú los sustituyas si llegase ese momento.

–          ¿Yo?

–          Muchísimas copias tuyas.

–          Entiendo. Tomaremos un plano mío con la máquina generadora.

–          Así es. En el momento de tomar el plano estarás completamente equipado para el combate. Así, al generar cada copia tuya, dicha copia estará preparada para actuar inmediatamente.

Ambos hicieron los preparativos para la toma del plano. Montaron el tomador de planos hecho con los clips pisapapeles y los envoltorios de yogur. Después Pedro ayudó al otro a ponerse el uniforme de campaña y las armas reglamentarias.

–          Vale, estoy preparado.

–          Debes ser consciente – aclaró Pedro – de que cada copia tuya podría ser generada en un momento diferente de la guerra. Puede ser que, inmediatamente después de tomar el plano, pases a encontrarte en algún momento futuro, donde ya haya pasado mucho tiempo desde el comienzo de la guerra.

–          ¿Sentiré de repente que salto a otro lugar y otro momento?

–          Como sabes, el individuo con el que estoy hablando ahora no se va a mover del sitio en cuanto tomemos el plano. No obstante, dado que cada nuevo individuo será creado con un cerebro idéntico al que tienes ahora, incluyendo los recuerdos a corto y largo plazo que tienes exactamente ahora, dicho individuo creerá haber pasado del lugar que ocupas ahora mismo al campo de batalla en un instante. Digamos que la mayoría de los individuos que crean haber tenido esta conversación conmigo van a viajar a otro lugar…

–          Comprendo. Vamos allá.

Entonces Pedro activó el mecanismo.

–          Ya está – anunció Pedro tras unos segundos de espera. Entonces se acercó al otro y le abrazó.

–          Bueno, parece que sigo aquí – dijo el otro.

–          Sí… Acabas de hacer un sacrificio por la patria… Un inmenso sacrifico – dijo mientras ayudaba al otro a quitarse el uniforme -. Ahora hablaremos. Tengo muchas cosas que explicarte.

19

En cada reunión con su estado mayor, Pedro no podía ocultar su preocupación de que en algún momento la utilización de Acecho Segundo pudiera resultar inadecuada. Todo su ejército estaba formado por dicho soldado. No sólo se trataba de un extraordinario soldado, sino que la coordinación y sincronización derivadas de utilizar un único soldado suponían una ventaja fundamental a la que no deseaba renunciar. No le agradaba la posibilidad de que los deterministas acabaran capturando uno de sus modelos y analizaran todo su comportamiento. Por eso, se había preparado ante tal eventualidad. Sin embargo, mientras los acontecimientos no le forzaran a cambiar, su ejército seguiría estando formado sólo por Acecho Segundo. Las máquinas generadoras seguirían produciendo únicamente a Acecho Segundo.

No obstante, tras un mes de continuos ataques a los convoys monteños, el ejército determinista finalmente tuvo éxito en su misión, si bien de una manera inesperada. Un avión de carga que trasladaba una máquina generadora con destino a un regimiento monteño en el frente fue abatido por un disparo de artillería del ejército determinista. El ejército determinista alcanzó los restos del avión siniestrado a pocos kilómetros de la localidad de Presa Mos. La máquina generadora, muy bien protegida por su embalaje, se encontraba en buen estado a pesar del impacto. Los soldados la condujeron al pueblo. Ante la noticia de la captura, algunos altos mandos deterministas partieron hacia Presa Mos.

La mayor parte de los habitantes de la pequeña localidad de Presa Mos eran empleados de su gran central hidroeléctrica. Las casas de los habitantes del pueblo se distribuían a ambos lados de la presa en un territorio escarpado. Una única carretera serpenteante comunicaba la localidad con el exterior.

Cuando Pedro conoció la noticia del robo de la máquina, protestó furioso por el descontrolado uso que hacía su ejército de las máquinas generadoras en el frente. Aunque inicialmente este uso había servido para favorecer la movilidad de la tropa, en última instancia dicha práctica se había generalizado ostensiblemente, lo que había desembocado en un gran riesgo para la seguridad. Durante los días siguientes, Pedro purgó con dureza algunos mandos de su ejército. Después, en una reunión de urgencia, Pedro discutió con sus generales si en adelante el ejército debería generar a otro soldado distinto de Acecho Segundo. Dado el inmenso número de soldados Acecho Segundo desplegados en aquel momento a lo largo de todo el frente, así como la ventaja en la coordinación que suponía seguir utilizando un único modelo de soldado, cambiar de modelo en aquel mismo momento podría resultar catastrófico. Por tanto, Pedro decidió que, al menos de momento, la producción de Acecho Segundo continuaría inalterada. Quizás algo más adelante habría que considerar otra opción.

Un día después del siniestro, Pedro ordenó a su aviación que bombardeara Presa Mos. El número de bombarderos monteños disponibles se había reducido considerablemente tras el reciente sabotaje de Sexto Rasante, si bien los efectivos eran suficientes para bombardear una pequeña localidad. Los bombardeos se concentraron en atacar la carretera de acceso y las casas de la población. Al cabo de una semana de ataques continuos, las bajas humanas entre sus habitantes fueron considerables, reduciéndose la población total a la tercera parte. Como era habitual en los ataques monteños, los bombardeos no atacaron la central hidroeléctrica. Esto provocó que el resto de habitantes se trasladara de manera permanente a la propia central.

Mientras tanto, los mandos y especialistas deterministas llegados desde Orilla Mos examinaban la máquina generadora en una cueva ubicada cerca de la central. Generaron a Acecho Segundo y analizaron su comportamiento. Una y otra vez lo generaban, lo examinaban hasta ponerle en situaciones extremas, y acto seguido lo eliminaban para volver a empezar. Los especialistas no dejaban de hacer anotaciones. Diariamente enviaban por radio un nuevo informe a Orilla Mos.

A pesar de los bombardeos y de encontrarse completamente aislados, los deterministas se encontraban razonablemente seguros en Presa Mos. De todas las centrales hidroeléctricas de su territorio, ésta era una de las más difíciles de atacar debido al escarpado territorio colindante. Esto la convertía en objetivo poco apropiado para los monteños. A su vez, la disponibilidad de energía propia y de la recientemente sustraída máquina generadora garantizaba el abastecimiento de alimentos a sus habitantes. Por otro lado, la producción energética de la central seguía resultando útil a todo el país, pues los bombardeos no habían destruido los cables de alta tensión enterrados que partían desde el pueblo hacia el exterior. Sin embargo, dicha aportación se había resentido considerablemente desde el bombardeo. La falta de mano de obra había desembocado en una infrautilización de la estructura y en un inadecuado mantenimiento, lo que había mermado considerablemente la producción diaria de energía de la central.

Mientras tanto, los monteños siguieron acosando otras localidades deterministas donde se ubicaban centrales hidroeléctricas. Una y otra vez, los deterministas volaron las presas antes de que los monteños las alcanzaran. En una ocasión, el ataque simultáneo de los monteños a tres presas ubicadas en alturas diferentes del mismo río provocó que, tras las respectivas explosiones, el caudal del río se desbordara hasta el punto de llevarse a su paso algunas ciudades deterministas ubicadas en su orilla. Los deterministas se preguntaron durante semanas si la acción había sido coordinada a propósito por los nopedristas para causar dicho efecto o bien había sido una casualidad.

El acoso sistemático de los nopedristas a la infraestructura energética de Río Mos provocó que por primera vez su populosa capital, Orilla Mos, sufriera desabastecimiento energético. Entonces los mandos deterministas enviaron la orden de que todas las centrales que siguieran en pie deberían incrementar su producción como fuera.

En respuesta a la orden, los mandos en la incomunicada Presa Mos decidieron utilizar la máquina generadora en su poder para producir nuevos ciudadanos de diecisiete años. Éstos se ocuparían en adelante de las tareas de mantenimiento de la central que requerían menos cualificación. Así, el resto de extenuados empleados podrían ocuparse de otras actividades más especializadas. En unos días, la población de Presa Mos se triplicó. En un mes, la producción energética de la planta prácticamente había regresado a los niveles anteriores al ataque.

20

Un empleado adolescente de la central hidroeléctrica de Presa Mos recordaba secretamente el comienzo de su partida.

Fue aquel día, en casa de Gómez. ¿Cuántos días de verdad habrían pasado desde entonces? Quizás hubieran pasado sólo unas pocas horas o unos pocos minutos. No había forma de saberlo.

Sólo recordaba que en un simple instante pasó de encontrarse en medio del salón de Gómez a percibir la pantalla de presentación del juego. Su primera reacción fue la de gritar “¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder!”. Entonces se iluminaron unas letras en medio de aquella oscura sala. Estas mostraban un sugerente mensaje: “Bienvenido a α Cas, el nuevo juego de simulación bélica de Producciones de Software Gómez S.L.”.

A continuación, un texto de brillantes colores describía el objetivo del juego. Así, el chico descubrió que en realidad estaba participando en un sofisticado juego de realidad virtual diseñado por Gómez en el que el objetivo era infiltrarse en las filas enemigas para tomar el control de una presa. Se trataba de un juego on-line en el que colaboraría con otros jugadores en dicho objetivo. Al tratarse de la versión beta del juego, todos los jugadores se mostrarían físicamente como su primer jugador, Pedro Martínez, si bien esto sería corregido en versiones posteriores.

Los jugadores deberían obedecer al pie de la letra al misterioso grupo en el que se infiltrarían, llamado los deterministas. Entonces, todos esperarían una señal para levantarse contra dicho grupo y tomar el control de la presa sin destruirla. La señal sería simple: un avión del bando de los buenos sobrevolaría las instalaciones con una bandera de color azul. Entonces, todos iniciarían simultáneamente el ataque.

El juego pedía valor a los participantes. “Cada uno de vosotros contará con siete vidas, así que no debéis temer a las dificultades que se os
presenten. No obstante, no perdáis vidas a la ligera, pues al final del juego las vidas sobrantes sumarán puntos extra. Aquellos de vosotros que pierdan todas sus vidas quedarán eliminados y saldrán del juego. Recordad que las sensaciones percibidas en el juego serán muy realistas. No obstante, no os dejéis engañar. Es sólo un juego”.

Finalmente, las instrucciones del juego exhortaban a memorizar una serie de frases que el jugador debería pronunciar convincentemente nada más comenzar la partida. Si estas frases no se pronunciaban idénticamente o con una entonación equivocada, entonces serían descubiertos por el enemigo y perderían todas las vidas.

La primera frase era la siguiente: “¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder!”. Después venían otras.

Mientras transportaba unas cajas con una carretilla, el chico recordaba divertido el complejo argumento que ambientaba aquel mundo virtual. A lo largo de los últimos días había tenido oportunidad de descubrirlo conversando con los deterministas, que eran los personajes del juego simulados por la inteligencia artificial. El realismo de las sensaciones que sentía en aquel mundo le llegó a hacer dudar en algún momento de que realmente se encontrara dentro de un videojuego. No obstante, las deficiencias de simulación gráfica que descubrió le convencieron finalmente de ello. Entre ellas destacaba el hecho de que todos los personajes fueran físicamente idénticos a él. La vagancia y desidia de los diseñadores gráficos, llegando incluso a forzar un extraño requiebro argumental para justificar dicho entorno de seres idénticos (aquella increíble historia sobre las “máquinas generadoras”) era sorprendente. A esto había que añadir la obviamente mala simulación de cómo sería él físicamente con más edad (tomada sin duda de su tío Ramón) o el hecho de que el paisaje fuera completamente yermo y los diseñadores no se hubieran molestado en simular ni una brizna de hierba ni un pájaro ni nada por el estilo. La decoración de aquel mundo virtual era realmente muy pobre. A pesar de estos errores clamorosos, sentenció que los diseñadores habían hecho un trabajo aceptable.

El chico dejó las patas traseras de la carretilla en el suelo para descansar. Entonces oyó el ruido de un avión. Miró hacia el cielo y allí estaba. El avión con la bandera azul. El chico miró a otro jugador y le guiñó el ojo divertido. ¡Había llegado el momento!

Todos los chicos comenzaron a correr al unísono hacia la presa. Los sorprendidos soldados deterministas, en abrumadora inferioridad numérica, dispararon a la marea humana. Unos pocos chicos cayeron abatidos. No obstante, esto no parecía asustar a los que venían detrás. “Mirad, ése ha perdido una vida” gritaban algunos chicos mientras saltaban por encima de sus compañeros muertos. Los soldados no lograban comprender el significado de aquellas extrañas palabras. Aturdidos ante semejante ataque de chicos desarmados pero sorprendentemente valientes, los soldados fueron finalmente alcanzados por la marea de chicos. Éstos levantaron en volandas a los soldados deterministas y los tiraron uno a uno al río. Al cabo de un cuarto de hora, ya no quedaba un solo soldado en la central.

Entonces los chicos comenzaron a gritar “¡Victoria!”.

El avión de la bandera azul hizo una nueva pasada, y esta vez algunos hombres saltaron de él en paracaídas. Tras aterrizar con suavidad sobre la presa, los recién llegados se dirigieron al grupo de chicos.

“Muy bien hecho, chicos. ¡Nivel 1 superado!” gritó el hombre mientras levantaba un puño.

Los chicos respondieron con vítores y gritos de júbilo.

“¡Ahora, lanzaros al río para teletransportaros al nivel 2!”.

Los chicos comenzaron a tirarse desde lo alto de la presa. “¡Justo como en Anikilator III, el videojuego!” pensaba cada uno de ellos. Felices, muchos gritaban consignas mientras caían.

Cuando ya no quedaba ninguno, el hombre hizo una llamada por radio “Mi general, la operación ha sido completada con éxito. Ya no quedan ni deterministas ni especímenes. La central ya es nuestra”.

“Buen trabajo, sargento” fue la respuesta.

21

El capitán determinista se presentó ante su coronel. Después habló.

–          Señor, los soldados nopedristas no se comportan en el campo de batalla como indican los informes del experimento del sujeto de Presa Mos – dijo el capitán determinista a su superior.

El coronel guardaba silencio. Sin duda, aquel capitán tenía razón. Llevaba oyendo la misma apreciación durante los últimos tres días. A pesar de que los agentes de inteligencia deterministas se presentaban ante aquel sujeto como nopedristas, y se vestían como tales para que el individuo no sospechase que en realidad se encontraba ante el enemigo, sus acciones en el campo de batalla ficticio que le presentaban después no eran las que se observaban en la batalla real. Todos los que se habían enfrentado con nopedristas en el campo de batalla real corroboraban esa opinión.

Entonces el coronel habló.

–          Ese sujeto… no era Acecho Segundo. No podría serlo. También nos engañaron en eso – respondió con gravedad.

–          Pero señor, los interrogatorios fueron… expeditivos – dijo el capitán.

Entonces el capitán recordó que tener la posibilidad de matar al interrogado el número de veces que hicieran falta era una ventaja considerable sobre un interrogatorio convencional.

–          Cuando nuestros agentes desvelaban que eran deterministas y torturaban al sujeto – añadió el capitán -, ¿cómo podría haber mentido aquel sujeto sobre su identidad? ¡Una y otra vez, en todas las condiciones imaginables, le sacamos los mismos datos! Que su rango militar es Acecho Segundo… Que fue el primero de su promoción… Que, como todos los demás soldados idénticos, en aquel momento percibía como si hubiera acabado de ser generado para entrar en combate real por primera vez… Incluso le sacamos otros detalles inesperados, como que era íntimo amigo de Antipedro Primero y que su nombre civil es Distinto Único

–          Probablemente ese tipo creía ser Acecho Segundo. Probablemente le educaron para que lo creyera realmente. Pero no lo era. ¿No es extraño que nunca nos constara que Acecho Segundo fuera un rango en lugar de un nombre?

–          Entonces todos los experimentos… Todo aquel esfuerzo… fue inútil – respondió preocupado el capitán.

El coronel paró unos segundos para reflexionar. Entonces miró hacia arriba.

–          No lo creo – opinó -. Quizás no sea importante saber cómo se comporta un Acecho Segundo. Quizás lo único importante sea que, en realidad, sin realizar experimento alguno, podemos averiguar cómo se comportarán muchos de ellos.

El capitán se mostró intrigado ante la respuesta del coronel. El coronel volvió a hablar.

–          Tengo que hablar inmediatamente con Orilla Mos. Con el mismísimo Martillo Noveno.

22

Pedro le había explicado a Distinto Único su verdadero papel en la misión mucho antes de que ésta se llevase a cabo. Apenas unos minutos después de tomar su plano, Pedro puso a Distinto al día en todo lo que no le había contado hasta entonces, y dijo que en adelante daría órdenes para que todos le llamasen por su nombre, Distinto Único.

Distinto comprendió que, para que el plan funcionara, realmente había sido necesario que él creyera ser el tal Acecho Segundo, aquel desconocido compañero de promoción suyo, en el momento en que Pedro tomó su plano. De otro modo, las confesiones hechas por las copias procedentes de aquel plano no habrían resultado creíbles ante los deterministas.

Pedro felicitó reiteradamente a Distinto por el gran sacrificio que había hecho. Al fin y al cabo, le decía Pedro, había sido torturado y asesinado una y otra vez por la inteligencia determinista para cumplir la misión.

Secretamente, Distinto pasó las semanas siguientes estremeciéndose cuando pensaba que, justo cuando se tomó su plano, él tuvo apenas una probabilidad entre varios cientos de seguir con vida. Le podría haber tocado ser cualquiera de los otros. Realmente, el auténtico Distinto Único seguiría en aquella sala tras tomar el plano, bajo la seguridad del palacio. Sin embargo, otros cientos de Distintos habrían tenido igualmente la sensación de haber sido él justo antes de que se tomase su plano (recordarían tal cosa) y de que habían sido teletransportados desde aquel lugar seguro a otro lugar donde estarían condenados a morir bajo las torturas del enemigo.

Cada noche, Distinto soñaba con el atroz destino que habrían tenido sus otros cientos de copias. Cualquiera de ellas podría haber sido él.

Cuando Distinto todavía creía ser aquel gran soldado que Pedro le había dicho que era, se había mostrado completamente dispuesto a arriesgar su vida por el nopedrismo en el campo de batalla, es decir, a que, tras tomar su plano, fuera generado en el frente y, tras percatarse de ser una copia, se lanzase a combatir al enemigo con sus armas. Sin embargo, ser copiado precisamente para ser torturado y asesinado una y otra vez le pareció cruel y aterrador.

Distinto comenzó a sentir miedo hacia aquel hombre que le trataba como un hijo, preguntándose cómo era posible que alguien que le amaba le hubiera deparado tal destino. Un día explicó sus temores a Pedro.

– Distinto, yo nunca te haría tal cosa – replicó Pedro -. Sabía que seguirías allí, en aquella sala.

Distinto no se sintió convencido. Al fin y al cabo, todos los demás sintieron abandonar aquel lugar. Sentía que le podría haber tocado a él.

23

El control de Presa Mos supuso para los monteños una gran inyección de moral. La victoria fue muy celebrada en Pueblo Tarao.

En los últimos meses de la guerra, la falta de energía había provocado que las raciones de comida del rancho de los soldados fueran escasas. La tropa esperaba que esta nueva fuente de energía sirviera para mejorar esas raciones. Sin embargo, las órdenes de Pedro fueron otras: se utilizaría toda la energía adicional para generar nuevos soldados. Todos ellos, como siempre, Acecho Segundo. Pedro razonó que un gran refuerzo de soldados permitiría conquistar rápidamente Orilla Mos, lo que previsiblemente provocaría la rendición de Río Mos. Con la guerra terminada en el frente determinista y las presas de su territorio reconstruidas y bajo control monteño, ya habría tiempo para comer hasta hartarse.

La medida no fue muy popular entre la tropa. No obstante, la habilidad con la que Pedro había gestionado la toma de Presa Mos y el engaño a la inteligencia determinista hicieron que contara con el beneplácito de sus soldados.

El ejército nopedrista, muy reforzado en número, se dirigió a Orilla Mos.

24

–          Como os dije, el enemigo no podía esconderse eternamente. Ahí lo tenemos.

El general monteño señaló con el dedo hacia delante. A lo lejos se erguía la gran urbe de Orilla Mos. Y estaba habitada.

–          Señor, la ciudad parece mucho más grande que en los mapas. Parece que gran parte de la población se haya concentrado allí – dijo un oficial.

–          Entonces, al tomar la ciudad tomaremos el país entero – respondió el general.

Las tripas del general hicieron una sonora llamada de socorro. El oficial se habría sonreído ante semejante suceso, pero recordó que su estómago solía rugir más fuerte aún que el del general.

–          No se me ocurre mejor motivación para nuestros soldados – dijo el general – que decirles la más absoluta verdad: allí hay comida.

–          ¿Cómo entraremos, señor?

–          Con la flota de bombarderos diezmada, y la división de tanques muy tocada y con poca energía, no nos queda más opción que hacerlo por nosotros mismos, caminando.

25

Los soldados de infantería monteños corrían entre las primeras casas de Orilla Mos. Los deterministas, en número escaso, no lograban frenar su arrollador ataque. El objetivo del batallón de infantería monteño era alcanzar el río Mos y tomar el control de los puentes que lo cruzaban, a ser posible, antes de que fueran dinamitados por los deterministas. Los soldados se dividían en pequeños grupos, cada uno de los cuales recorría una calle diferente, en paralelo a las demás calles. De esta forma se minimizaba el posible impacto de una emboscada.

Entonces, cuando las calles comenzaban a iniciar su bajada hacia el río, algo les interrumpió el paso. Cortando cada una de las calles en dos, se alzaba un extraño y asimétrico muro de cemento que impedía el acceso hacia el río. No obstante, el muro que dividía cada calle incluía una pequeña abertura que parecía dejar pasar al otro lado. Conscientes de que tras cada abertura se podía esconder una trampa muy obvia, el capitán comunicó por radio a los soldados de cada calle que volaran el muro con explosivos. Así lo hicieron, pero las respuestas al capitán fueron desconcertantes. “Señor, tras el muro volado hay otro muro. Parece que han construido un laberinto, señor”.

La primera reacción del capitán fue gritar furioso “¡Un laberinto! ¡Menuda majadería!”. Después, cuando se hubo calmado, pensó “Vivimos una época de ataques a larga distancia en la que las armas pueden derribar los muros. Un laberinto no tiene ningún sentido. Parece que esos deterministas intentan burlarse de nosotros”.

El capitán contempló la posibilidad de hacer llegar los tanques para que demolieran los muros a su paso. “Las calles son muy estrechas en esa zona” pensó. “Podría ser una manera muy simple para hacernos meter los tanques en una ratonera. Los deterministas podrían alcanzar fácilmente nuestros tanques con munición anticarro. No, debe hacerlo la infantería”. La necesidad de alcanzar los puentes con rapidez le apremiaba. “Deben entrar”.

Entonces comenzó a sopesar los posibles riesgos. “Los edificios de la calle son una referencia clara. No es posible perderse, basta mirar arriba para orientarse. Y si hace falta, pueden escalar o volar cualquier muro con explosivos. Ninguna de las dos opciones requeriría más de un par de minutos de preparación”. Pensó en los propios edificios colindantes. “Habrá que mirar arriba con sumo cuidado en busca de francotiradores. Pero eso no es mucho más preocupante que en calle abierta, pues bastaría con agacharse tras los muros para refugiarse de cualquier ataque”. El capitán meneó la cabeza, incrédulo. “Un laberinto, menuda estupidez”.

Entonces se percató de un riesgo que de verdad le inquietaba. “El laberinto podría estar plagado de minas camufladas en el suelo… No obstante, el trazado debe seguir algún patrón sencillo. Los soldados y ciudadanos deterministas que deben haberlo cruzado desde hace semanas no pueden haber memorizado miles de pasillos, ni miles de posiciones de minas. Y, desde luego, no pueden llevar mapas consigo, pues bastaría capturar a uno solo de ellos para neutralizar su ventaja. La ciudad se habría paralizado por completo si el patrón del trazado no fuera trivial”.

Entonces razonó que, una vez que descubriera ese patrón, encontraría la regla que seguían las posibles trampas. Podría comunicarse fácilmente por radio con todos los grupos para que los errores de cada grupo no fueran cometidos por todos los demás. “Si algunos soldados caen por culpa de las minas, podré avisar a los demás grupos para que estén atentos. El patrón debe ser sencillo. Tiene que serlo. El número de bajas será escaso, no caeremos dos veces en la misma piedra” razonó. Ese mismo argumento aconsejaba que cada grupo penetrase por la correspondiente entrada de su calle, en lugar de reunirse todos los grupos en una misma calle y penetrar por la misma entrada. “Así se hará. Alcanzaremos el río a través del maldito laberinto” pensó.

No obstante, algo inquietaba al capitán. “Ese estúpido laberinto tiene que estar ahí por alguna razón”. No encontrar esa razón le inquietaba. Inconscientemente, agarró el brazalete NP de su uniforme con fuerza.

–          Está bien – comunicó simultáneamente a todos los grupos por radio -. Entren en los laberintos en fila de a uno. El primer y último soldado de cada fila guardarán la vanguardia y retaguardia de su fila apuntando en sus respectivas direcciones, mientras que los demás estarán atentos a las ventanas de las casas en busca de francotiradores. Guarden los recodos de los pasillos con cautela, no sabemos lo que podría esperar detrás.

Cada grupo penetró en la entrada del laberinto que se abría en su correspondiente calle. Los pasillos eran angostos, por lo que entrar en filas de a uno era una absoluta necesidad. El capitán se comunicaba nervioso con cada grupo. De acuerdo a las informaciones que recibía, llegó pronto a la conclusión de que todos los recorridos eran iguales. “Dos giros a la izquierda, dos a la derecha…” contabilizaba. “Parece que los recorridos que parten de cada calle son idénticos. Es lógico, pues si memorizas el camino que parte de una de las calles, conoces todos los demás. Espero que, si hay trampas, todas estén también en el mismo sitio”. Eso era lo que más le inquietaba en ese momento.

Todos los grupos parecían moverse con sincronización perfecta entre sí, pues todos informaban sobre los mismos cruces y recodos exactamente a la vez. “Esta sincronización es la envidia de nuestros enemigos” pensó el capitán orgulloso, en un intento por tranquilizarse.

Entonces, desde su punto de control cercano al inicio de los laberintos, el capitán oyó decenas de explosiones simultáneas. Comenzó a recibir mensajes de todos sus soldados, exactamente a la vez. “¡Una mina ha matado a los primeros tres hombres de nuestra fila, señor!”. “¡Una mina ha matado a los primeros tres hombres de nuestra fila, señor!”. “¡Una mina ha matado a los primeros tres hombres de nuestra fila, señor!”. Entonces, el capitán se apresuró para enviar un mensaje simultáneo a todos los grupos. “¡Soldados! ¡Mina tras el séptimo giro a la derecha!”.

Ningún grupo se sorprendió ante el anuncio. “¡Todos lo han sufrido!” se dio cuenta el capitán, sorprendido. Entonces palideció. “¡Ahora lo entiendo! ¡Malditos deterministas!”.

– ¡Soldados! – gritó por su radio.

– ¿Sí, señor? – respondieron al unísono los supervivientes de todos los grupos.

El capitán no pudo responder, pues un cuchillo se estaba clavando en su espalda.

26

Todos los grupos de soldados se pusieron muy nerviosos ante la ausencia de comunicaciones del capitán. No obstante, las órdenes habían sido muy explícitas, así que todos decidieron continuar.

Cuatro explosiones en otros cuatro puntos redujeron cada fila a sólo cinco individuos. Las cuatro se produjeron exactamente a la vez en todos los grupos.

Finalmente, todos los grupos alcanzaron, nuevamente a la vez, su respectiva salida del laberinto. Todas las salidas confluían a una misma plataforma semicircular, muy ancha y completamente simétrica, desde la cual partía, en el centro, una estrecha escalerilla de bajada. Agazapados detrás de cada salida, los primeros miembros de cada fila acertaron a ver más allá de la estrecha escalera un puente sobre el río Mos. Una formación de soldados deterministas cruzaba el puente desde la orilla contraria, en dirección hacia ellos. Además, el primer individuo de cada fila de soldados monteños podía ver a los primeros miembros de las demás filas, agazapados tras su correspondiente salida.

“Debemos abandonar nuestro escondite y bajar la escalera rápidamente, para enfrentarnos ya abajo a esa formación. No podemos enfrentarnos desde la plataforma, pues no ofrece parapeto alguno y seríamos un blanco fácil” razonaron a la vez todos los primeros miembros de cada grupo. “Por otro lado, no podemos hacer que cada fila abandone su escondite a la vez, pues entonces se formaría un tapón en torno a esa estrecha escalera. Los soldados que aguardásemos turno para bajar seríamos un blanco fácil para esa formación determinista que se acerca” volvieron a pensar todos.

“Esa escalera está exactamente a igual distancia de todos nosotros. No hay motivos para que vaya uno en lugar de otro. Debo ser valiente y tomar la iniciativa. Seré yo” concluyeron todos. Todos a la vez hicieron una seña a todos los demás para indicar que serían ellos mismos los que iniciarían la maniobra. Entonces, se dieron cuenta del problema que suponía el que todos lo decidieran a la vez. “Está bien, alguno tiene que aceptar no ir para que este problema de sincronización se resuelva. Seré yo el que esperaré”. Todos a la vez hicieron gestos a todos los demás, en los que indicaban que aceptaban no ser ellos los que tomarían primeros la escalerilla.

Tras varios turnos de pensamiento sincronizado y señas idénticas, en los que todos se ofrecían y se dejaban de ofrecer a la vez, el grupo de soldados deterministas alcanzó la plataforma. Sus soldados se agazaparon tras un parapeto en la calle y comenzaron a lanzar granadas hacia todas las salidas de los laberintos.

Unos segundos después, un soldado determinista subió a la plataforma y comenzó a inspeccionar los cadáveres de los soldados nopedristas. Pisó con su bota una gorra con el emblema NP.

27

–          Señor, esta ciudad es un infierno – dijo el general a Pedro por radio -. Los deterministas han llenado su ciudad de trampas que obligan a nuestros soldados a tomar decisiones simultáneas e incompatibles. Por toda la ciudad se aprovechan de la sincronización total de nuestros soldados para masacrarnos. Estamos sufriendo unas bajas terribles.

Al otro lado del auricular, Pedro permanecía en silencio, furioso.

El general continuó hablando.

–          Podríamos tratar de fomentar ahora la divergencia de los soldados, pero no resulta sencillo. Si pedimos a algunos que sigan el protocolo que deben aplicar cuando son capturados, entonces modifican su comportamiento, pero todos lo hacen exactamente de la misma manera. Podríamos asignar un número único a cada soldado de nuestro ejército y dar órdenes diferentes según el número que se tenga, pero no estamos en condiciones de organizar tal cosa. Muchos grupos permanecen aislados, tratando de repeler los ataques deterministas que les rodean, y otros están incomunicados. Pero, señor, lo peor de todo es que, si realmente lográsemos que los soldados divergieran, necesitarían una preparación adicional para aprender a coordinarse por métodos convencionales, cosa que no han tenido que hacer nunca en combate. Y en las condiciones actuales tampoco podemos darles dicha preparación. Simplemente hemos perdido demasiados efectivos. Están acabando con nosotros.

El canal siguió en silencio. Sólo se oía el ligero zumbido de la distorsión sonora de la radio.

–          ¿Señor? ¿Está usted ahí? – preguntó el general.

Unos segundos después, Pedro contestó.

–          General, ordene la retirada.

28

Mientras el grueso del ejército monteño era duramente castigado en Orilla Mos, el ejército de la República comenzó a armarse al abrigo del cese del acoso monteño en ese frente.

Los republicanos empezaron a realizar pequeñas escaramuzas contra los enclaves invadidos menos defendidos. El capitán Hermano 91279127 comenzó a destacar como carismático líder. Su valor, digno del que tiene fe completa en su razón, le valió muchas condecoraciones y una fulgurante carrera hasta el puesto de general en sólo cuatro meses.

Cuando el ejército republicano se encontró con suficiente fuerza, el gobierno de la República ordenó el ataque para la liberación de Ciudad.

El número de soldados monteños de ocupación en Ciudad había descendido sensiblemente desde que Montes Tarao se embarcara en su nueva aventura en la República Determinista de Río Mos. La disminución de las raciones de comida y las noticias procedentes del frente determinista habían comenzado a minar la moral de los soldados monteños destacados en Ciudad, que llevaban meses aburriéndose y emborrachándose.

El ataque republicano comenzó en el mismo lugar en que comenzara el propio ataque monteño meses atrás. Los atacantes se concentraron en tomar la colina en la que se alzaba el barrio B.

En lo alto de la colina, un contingente monteño esperaba al invasor. El capitán al mando era un soldado que había conseguido su cargo riéndoles los chistes a los oficiales de mayor rango. Su ascenso fue muy mal visto por sus compañeros, que veían cómo otros oficiales habían conseguido su cargo jugándose la vida en el campo de batalla. Sin embargo, ellos llevaban meses sin ver el campo de batalla.

Entonces, cuando los republicanos ya iniciaban su ascenso a la colina, el capitán ordenó a sus soldados salir al encuentro de los invasores, aprovechando la ventaja de su posición más alta. Ante la mirada escéptica de sus soldados, el capitán quiso dar ejemplo y, fusil en mano, comenzó a descender la cuesta mientras llamaba al resto de los soldados a acompañarle.

“Ése es una copia de Acecho Segundo, igual que yo. De hecho, salimos del generador el mismo día” pensó un soldado, irritado.

“Eso no tiene más méritos que yo. ¿Por qué él es capitán y yo no?” pensó otro.

“Que baje él solo” pensó un tercero.

Los soldados no necesitaban hablarse para entenderse. Cuando el capitán prácticamente se encontraba encima de los republicanos, se dio cuenta de que estaba realmente solo.

Unas horas después, un soldado republicano, pedrista, sustituía la bandera NP que ondeaba sobre el Centro de Investigaciones Energéticas por la bandera P del pedrismo. Ante la amonestación a gritos de un capitán, la sustituyó obediente por la bandera de la República.

29

Consternado por sus recientes derrotas ante los deterministas y los republicanos, Pedro purgó el gobierno y sus mandos militares. Ahora que era evidente que el plan que había llevado a cabo con Distinto Único no había servido para confundir a los deterministas, o sí les había confundido pero finalmente no había servido de nada, decidió sacar a Distinto de su oscuridad pública y le puso en el gobierno, nada menos que como su mano derecha. Esto disgustó a los nuevos consejeros nombrados por Pedro, que no reconocían los méritos del chico. Pensaban que su única distinción había sido dejar que tomaran un plano de él disfrazado de soldado, y a la postre dicha acción había resultado inútil. A Distinto, que tanto pavor le había producido tal operación, le dolía que los consejeros no le reconocieran su terrible sacrificio. Pero lo que más dolía a Distinto era el rumor de que se había ganado su puesto por ser amante de Pedro. Nada más lejos de la realidad. Hasta donde sabía, Distinto pensaba que Pedro era célibe, tanto con otros como consigo mismo.

Distinto aparentó recibir su cargo de buen grado pero, en secreto, su nueva posición le aterraba. Los nuevos consejeros del gobierno estaban ávidos de poder, y Distinto sospechaba que, si Pedro muriera y él tuviera que heredar el poder de Montes Tarao, dichos consejeros no tardarían en asesinarle para ponerse ellos mismos en el poder.

Distinto descubrió pronto que, para todo lo que importaba en aquellos tiempos, que era la guerra, el gobierno era Pedro. Distinto comenzó en sentirse como una especie de pregonero de festejos, pues se pasaba el tiempo presidiendo desfiles militares y otros actos patrióticos en Pueblo Tarao mientras Pedro se enfrascaba en la estrategia militar.

Un día Pedro condujo a Distinto a las profundidades del palacio. Charlaron durante un rato en la sala de la máquina tomadora de planos.

– Distinto – dijo Pedro al cabo de un rato -, aunque no te diste cuenta, un tomador de planos tomó un plano tuyo mientras caminabas por la sala hace unos minutos. Justo ahí – dijo mientras señalaba con el dedo – hay un detector de movimiento que ha activado la toma de tu plano cuando te ha detectado. Coloqué algunos mecanismos que dispararían silenciosamente la toma de planos, y has activado ése.

Distinto se mostró muy sorprendido.

– ¿Para qué?

Pedro sonrió.

– Tengo un plan para confundir a nuestros enemigos.

Distinto se estremeció. “¡Otra vez! ¡No puede ser!” pensó aterrado Distinto.

– Voy a hacer lo siguiente – anunció Pedro -. Dentro de un rato, cuando ya no estés en la sala, transferiré el plano tuyo que acabo de captar a la máquina generadora y generaré dicho plano en el mismo lugar donde lo tomé. Al haber tomado tu plano sin que lo supieras, dicha copia tuya no sabrá que es una copia. Creerá ser el auténtico Distinto Único. Entonces explicaré a tu copia mis próximos planes de batalla y la mandaré al frente republicano para que se ponga allí al frente del ejército. Después filtraré al enemigo su posición y todas sus medidas de seguridad para que el enemigo trate de capturarle. Créeme, no perderán la oportunidad de capturar al número dos del gobierno. Para que no nos percatemos de la captura, y así sigamos confiando en que los secretos que conoce tu copia siguen a buen recaudo, imagino que duplicarán inmediatamente al capturado y liberarán una de las dos copias, si pueden incluso antes de que sepa que realmente había sido capturado. Así nos harán creer que no hubo captura o que el capturado escapó sin revelar información crítica. Pero la realidad será otra. Torturarán a la copia con la que se queden, duplicándola más veces y llevando su tortura hasta el límite de la muerte tantas veces como hagan falta, hasta que les revele nuestros planes de batalla, que serán falsos, pero que creerán ciertos al haberlos obtenido realmente del cargo político que buscaban. No será como cuando buscaban a Acecho Segundo y se encontraron contigo. Esta vez buscarán a Distinto Único y lo encontrarán. También generaré otra copia tuya más y haré lo mismo con ella en el bando determinista. Esto nos permitirá confundir a nuestros enemigos.

Distinto encolerizó.

– Pero… ¿cómo puedes hacer tal cosa? ¿Cómo puedes volver a someterme a tal sufrimiento? Maldita sea, esos individuos se sentirán yo igual que yo mismo, y recordarán la conversación anterior a que tomases mi plano exactamente igual que la recuerdo yo. ¿Por qué no podría haberme tocado a mí ser alguno de ellos? Si vas a generar dos copias mías que serán secuestradas y torturadas, ¿cuál era la probabilidad de que me tocase a mí ser el que se queda aquí? ¿Una tercera parte?

Pedro se mostró condescendiente.

– Como te expliqué la otra vez, seguirás aquí. De hecho, sigues aquí.

De nuevo, el argumento no convenció a Distinto.

– ¿Y por qué no haces esto contigo mismo? ¡El enemigo se creería mucho mejor esos planes si los oyera del mismísimo Antipedro Primero!

– Montes Tarao no puede tener más de un jefe del Estado. ¿Te imaginas el problema que supondría que los hubiera? Eso que dices es absurdo. Además, si yo me duplicara, ¿cuánto crees que tardarían las alimañas que tengo por consejeros en dudar la autenticidad de mí mismo como el líder original?

Distinto trató de mantener la compostura. Pedro volvió a intervenir.

– ¿No te das cuenta de que es un gran honor que me ayudes en estas misiones? ¿No te das cuenta de que no podría confiar estas misiones a nadie más?

Distinto se preguntó si aquel comentario era un cumplido.

– Este plan tuyo solo funcionará si revelo los planes de batalla que me cuentes al ser torturado, así que estás asumiendo implícitamente que soy incapaz de resistir la tortura sin hablar.

– No te preocupes, lo harás muy bien.

Enfurecido, Distinto salió de la sala.

Al pensar lo que le esperaban a sus dos copias y a las muchísimas más que salieran de ellas, las cuales podrían haber sido él mismo y de hecho recordarían haber vivido los últimos días igual que lo había vivido él, sintió pánico.

30

–          ¿Qué es eso de ahí? – preguntó el soldado determinista a un compañero mientras señalaba el cauce del río.

Su compañero miró en la dirección indicada y encontró una figura humana.

–          ¡Hay más detrás! – gritó otro.

El grupo entero se acercó a la orilla. Poco a poco aparecieron más figuras. Al cabo de un par de minutos, las aguas se llenaron de siluetas humanas. Cientos, quizás miles de cuerpos flotaban cabeza abajo mientras eran empujados suavemente por la corriente.

–          ¡Algunos cuerpos se mueven! ¡Hay algunos vivos! – anunció un cabo.

Varios soldados se adentraron en el agua para alcanzar a los individuos que parecían vivos. Tanto los vivos como los muertos eran jovencísimos, cercanos a los diecisiete años iniciales. Todos ellos vestían los monos de trabajo de la compañía eléctrica colectiva de Presa Mos. El capitán pidió refuerzos a la base.

Uno a uno los soldados deterministas fueron sacando a los chicos que encontraban con vida, todos ellos exhaustos. Al cabo de un rato, llegaron más soldados en varios camiones y se unieron al rescate.

Un teniente se sentó junto a uno de los chicos que aparentaba encontrarse mejor.

–          ¿Qué ha ocurrido aquí, muchacho? – preguntó muy intrigado.

El chico tomó aliento antes de hablar.

–          ¿No… no ha funcionado el teletransporte? – respondió. Desconcertado, miró a su alrededor – ¿Estamos ya en el nivel 2?

El teniente frunció el ceño.

–          ¿De qué hablas, hijo? ¿Qué teletransporte?

El chico dudó unos instantes.

–          La mayoría debe haber perdido una vida en el salto… – dijo – Como mucho, nos habremos librado un centenar… No pensamos que esto sería tan duro… – dijo mientras surgían unas lágrimas en sus mejillas -. Qui… quiero salir del juego… estoy harto.

–          ¿Juego? – preguntó el teniente.

–          Sí… me… me pregunto en qué lugar del mapa habrán surgido los demás al perder la vida. A lo mejor han aparecido en la central otra vez… – el chico cerró los ojos -. Estoy muy cansado. ¡Quiero salir del juego…!

El teniente se detuvo unos segundos para pensar. Entonces recordó un informe que había leído hacía unos días. En él se detallaban las últimas comunicaciones de los soldados de Presa Mos antes de ser sorprendentemente derrotados.

Aunque la táctica utilizada por el ejército determinista contra los nopedristas en Orilla Mos estaba resultando extraordinariamente efectiva, lo cierto es que los mandos deterministas seguían intrigados acerca de cómo había sido posible que un grupo de chicos, muy numeroso pero completamente desarmado, hubiera encontrado el valor suficiente para enfrentarse, sin temor alguno a la muerte, a unos soldados deterministas completamente armados y equipados.

Entonces el teniente comprendió. Como a cualquier habitante de Hogar, no le costó recordar las muchas horas que pasó junto a sus videojuegos durante su adolescencia. Efectivamente, se podía engañar a aquellos chicos de esa manera.

Su primera sensación fue de rechazo hacia las técnicas sin escrúpulos de los nopedristas.

No obstante, unos segundos después reconsideró su posición.

Al fin y al cabo, sólo otro ataque suicida permitiría recuperar Presa Mos. Cualquier soldado determinista en sus cabales preferiría ser fusilado en un consejo de guerra a lanzarse en paracaídas sobre Presa Mos. Pero ellos…

Poco a poco, el rostro del teniente se iluminó.

–          ¡Efectivamente, chico, has llegado al nivel 2! – exclamó el teniente con gran entusiasmo -. Pero he de decirte una cosa: habéis sido traicionados por vuestros supuestos amigos – añadió en voz baja  -. ¡En realidad quisieron deshacerse de vosotros! Luego te contaré los detalles… – musitó entre dientes mientras le guiñaba un ojo.

–          ¿Co… Cómo dice? – preguntó el chico mientras se pasaba las manos por los múltiples heridas y moratones de su cuerpo. Cada vez que tocaba una herida cerraba los ojos con fuerza. Todavía recordaba con pavor cómo la corriente le había empujado como a un títere contra las rocas una y otra vez.

El teniente esbozó una sonrisa.

–          Es más, el desenlace del juego está cerca – añadió -. ¿No querrás abandonar ahora, verdad? ¿No querrás ser recordado por abandonar en el juego más realista creado hasta la fecha? Créeme, este juego será un clásico dentro de unos años, y todos recordarán esta primera partida…

El chico entreabrió ligeramente los ojos.

–          Es más, el ganador de este nivel se llevará muchísimos puntos. ¡Nada menos que mil…!

El chico frunció el ceño. El teniente se apresuró a continuar.

–          ¡Mil… millones de puntos! ¡Mil millones de puntos! ¿No querrás renunciar a batir el record, verdad?

El chico abrió un poco más los ojos.

–          ¿Alguna vez has manejado una metralleta? ¿Y saltado en paracaídas? ¡Chico, ahora viene la parte emocionante! – dijo mientras ponía su mano en el hombro del chico.

El teniente se incorporó y miró a los demás.

–          ¡Bienvenidos todos al nivel 2! – gritó a todos los presentes.

Mientras otros chicos sonreían cansados, los demás soldados miraron a su teniente con curiosidad.

31

Pedro se reunía en las profundidades de Villa Tarao junto al grupo de científicos. Distinto Único observaba la escena desde el fondo de la sala.

–          Señores – dijo Pedro -, no sé si son conscientes de la situación actual. Los ejércitos republicano y determinista se han aliado vilmente contra Montes Tarao y han comenzado una gran contraofensiva. Nuestras reservas de energía son escasas, insuficientes para seguir manteniendo el necesario refuerzo de soldados – Pedro se estaba poniendo nervioso mientras hablaba. Sin darse cuenta, estaba elevando sensiblemente el tono de su voz. Al darse cuenta, se paró durante unos segundos, respiró hondo, y puso un tono de voz ligeramente suplicante -. Sólo una gran arma secreta como la que están desarrollando ustedes podría cambiar en este momento el curso de los acontecimientos. Señores, el fruto de sus investigaciones podría hacernos ganar la guerra. Sin embargo, nos aguarda un oscuro futuro si fracasan.

–          Señor, somos conscientes del problema – respondió un científico -. Hemos hecho algunos progresos, pero las dificultades técnicas no son fáciles de salvar. Estamos trabajando en turnos triples, señor. En algunos laboratorios están trabajando simultáneamente cincuenta personas. Hemos alcanzado el máximo rendimiento posible, señor.

–          No saben hasta qué punto la patria les necesita. Sinceramente, les deseo suerte.

Pedro se despidió de los científicos.

32

Tal y como Pedro había planeado, los deterministas capturaron a Distinto Único utilizando la información que el propio Pedro había ordenado que se filtrase.

Ocurrió de la siguiente manera. Durante el viaje de Distinto hacia el frente determinista a través de los abruptos territorios ocupados de Río Mos, el coche de Distinto y los otros cuatro que le escoltaban llegaron a un estrecho túnel en el que tuvieron que introducirse en fila. Entonces el primer coche del convoy se topó con unas rocas que obstruían la salida del túnel. Los coches se detuvieron y los soldados salieron rápidamente de ellos, temiendo una emboscada. No obstante no apareció ningún enemigo. Tras unos minutos de tensión, los soldados decidieron que no había peligro y se pusieron a retirar las rocas. No se percataron de que, tras la delgada pared izquierda del túnel, había una máquina tomadora de planos. Oculto al otro lado de la pared, un soldado determinista utilizó dicha máquina para tomar un plano de toda la parte trasera del tercer coche del convoy, lugar donde, según el protocolo, debía sentarse Distinto Único.

Cuando los monteños terminaron de retirar las rocas que obstruían su camino, volvieron a los coches y continuaron su camino. Ni Distinto Único ni el resto de su comitiva fueron conscientes de que, tras aquella pared del túnel, en una pequeña sala, los deterministas estaban generando en ese mismo momento su propia copia de Distinto Único junto con una parte del asiento trasero de su coche.

El que sí fue consciente de lo que había ocurrido fue dicha copia, que sintió como se teletransportaba repentinamente desde el asiento de su coche hasta una sala llena de enemigos, donde curiosamente también estaba sentado en parte del asiento de su coche. Tal y como Pedro había previsto, la inteligencia de Río Mos generó y torturó hasta la muerte a Distinto Único varias decenas de veces para extraerle todos los secretos bélicos posibles que fueran propios de su cargo.

No obstante, la información que los torturadores finalmente obtuvieron de Distinto fue diferente de la que Pedro había previsto.

Tras múltiples preguntas relativas a Antipedro Primero y a su entorno, los deterministas descubrieron algo sorprendente: Distinto Único odiaba a su líder. Odiaba ser sometido constantemente al martirio para cumplir sus retorcidos planes y odiaba no ser tenido en cuenta para nada.

Entonces los deterministas decidieron cambiar de táctica: tratarían de ganarse a Distinto Único para su causa. Evidentemente, no esperaban lograrlo con un Distinto Único al que previamente le habían amputado los brazos como parte de la tortura, así que eliminaron a dicho individuo y generaron uno nuevo al que tratarían correctamente desde el principio.

Conforme a todo lo aprendido con los Distintos torturados antes, los espías deterministas trataron de ofrecer al nuevo Distinto lo que necesitaba. Le dijeron que, si cambiaba de bando y trabajaba de manera encubierta para Orilla Mos, entonces Orilla Mos le recompensaría ofreciéndole una vida normal, sin sobresaltos, sin el temor de ser enviado constantemente a la muerte por los caprichos de un líder endiosado y ofuscado por su odio. Escucharon atentos todas sus palabras de desahogo y le describieron las maldades del régimen nopedrista.

Tras varias semanas ofreciendo a Distinto un trato muy amable y considerado, lograron que dicha copia de Distinto Único se derrumbara y cambiara de bando, uniéndose a Orilla Mos. Entonces los deterministas pidieron ayuda a Distinto.

– Te pedimos que regreses al palacio de Pueblo Tarao y permanezcas constantemente junto a Antipedro Primero – le dijeron los deterministas.

Distinto sabía que podría volver a entrar en el palacio, pues conocía los códigos y contraseñas necesarias para hacerlo. “Los soldados que me vean llegar pensarán que soy el Distinto Único que habita allí, y que debí haber salido antes del palacio”. Una vez allí, localizaría al Distinto Único original que allí vivía, y le mataría para suplantarle.

Inicialmente, a Distinto le resultó algo extraña la idea de que debería matar a otra instancia de Distinto Único. No obstante, ¿acaso no consistía toda aquella guerra en matar a otras instancias del Pedro Martínez, que al fin y al cabo era un individuo que todos habían sido también alguna vez? Por otro lado, el Distinto Único original era, en realidad, un privilegiado, pues era el único que nunca sufría con las extravagancias de Pedro. Cada vez que Pedro tomaba su plano para mandarle a la muerte de alguna manera retorcida, aquel Distinto Único siempre permanecía allí, en la comodidad del palacio. Ese privilegiado no merecía su compasión.

Los deterministas explicaron a Distinto que, después de que se librase del Distinto Único original y ocupase
su lugar, su misión sería estar constantemente junto a Pedro.

– No queremos que le mates. Si lo hicieras, conforme a la constitución de Montes Tarao, pasarías a liderar el país, pero nos consta que en menos de una semana serías asesinado por alguno de los (al menos) tres consejeros que sabemos que ansían dicho puesto. Entonces tendríamos en Montes Tarao a un nuevo líder al que ya no podríamos observar. No, tu misión no será matarle, sino observar sus decisiones y comunicárnoslas por radio.

Distinto asintió.

– Una cosa más – dijeron los espías -. Si finalmente logramos ganar la guerra, deberás evitar que se suicide o que huya. Queremos capturarle vivo.

La noche anterior a que Distinto regresara hacia Pueblo Tarao, los deterministas tomaron un nuevo plano suyo mientras dormía. A la mañana siguiente, poco después de que Distinto partiera hacia Pueblo Tarao para realizar su misión, los deterministas generaron una copia de dicho plano en la misma habitación en la que Distinto había dormido. Inconsciente de ser una copia, dicho nuevo Distinto creyó que le estaban despertando para partir hacia Pueblo Tarao, tal y como le habían indicado la noche antes. Entonces los deterministas dijeron al nuevo Distinto que, durante la noche, se había recibido de Orilla Mos la orden de que finalmente se acercarían a Antipedro Primero utilizando otro contacto menos evidente que Distinto, así que la misión prevista para Distinto había sido cancelada. Ya no tendría que partir hacia Pueblo Tarao. No obstante, tras el supuesto cambio de planes, ofrecieron a dicho Distinto la opción de que, si lo deseaba, podría seguir sirviéndoles en misiones de sabotaje contra las líneas monteñas en el frente determinista. También le dijeron que, conforme a la decisión de los mandos de Orilla Mos, no se le asignaría ninguna misión de nivel superior durante la guerra.

– Esta nueva copia de Distinto Único  – se decían los espías deterministas en privado – ya no tiene expectativas de que más adelante realizará misiones más importantes. Por tanto, no tiene que fingir estar de nuestro lado a corto plazo, con la esperanza de que así le asignemos después otras misiones más importantes en las que pueda traicionarnos. Tampoco sabe que la verdadera misión importante, esa que le dijimos inicialmente que iba realizar en Pueblo Tarao, está siendo llevada a cabo ahora por una instancia de él anterior. Así que no tiene por qué fingir su lealtad a nuestra causa para encubrir a dicha instancia anterior, pues desconoce su existencia. Simplemente, hará lo que le pidamos en adelante sólo si realmente está de nuestro lado. Mediremos la lealtad del Distinto Único que hemos mandado a Pueblo Tarao en función de la lealtad que nos muestre este otro nuevo Distinto Único en las misiones menores que ahora le encomendemos.

La nueva copia de Distinto respondió satisfactoriamente en sus nuevas misiones.

33

El ejército determinista, prácticamente desconocido hasta su súbita aparición en Orilla Mos, comenzó su arrollador contraataque por las llanuras de Río Mos apenas dos días después de que un sorprendente ataque suicida, llevado a cabo por jovencísimos chavales de diecisiete años, le permitiera recuperar el control de Presa Mos. Los monteños, muy debilitados tras el varapalo de Orilla Mos, se batían en retirada. Algunos escuadrones monteños que cubrían la retaguardia de la retirada fueron alcanzados y aniquilados por los deterministas. Finalmente, los restos del contingente monteño cruzaron la frontera con Valle Pedopís. Los deterministas no se detuvieron allí, y cruzaron la frontera tras ellos. La consigna desde Orilla Mos era la misma que desde Ciudad, donde volvió a instalarse el gobierno de la República: Aniquilar al régimen nopedrista de Pueblo Tarao.

Mientras los republicanos cruzaban la frontera entre Risco Anikilator y Acantilado Val Hancín, los deterministas se adentraban en Valle Pedopís. Entonces, un contingente determinista de reconocimiento hizo un hallazgo fuera de lo común. Cerca de un pequeño pueblo, varios soldados anunciaron a sus oficiales que habían encontrado un gran recinto vallado que despedía un olor nauseabundo. Ante el anuncio, un capitán les acompañó para investigar su contenido. Dentro del recinto, junto a unos barracones, encontraron a unos hombres famélicos que imploraban ayuda a susurros. Se dieron cuenta de que se trataba de prisioneros pedristas. Se encontraban demasiado exhaustos y hambrientos para explicar el cometido de ese lugar, así que, tras darles algo de comida, los soldados comenzaron a investigar el recinto por ellos mismos. Inicialmente pensaron que se trataba de un campo de trabajo monteño. Poco después, al encontrar un gran horno y un complejo mecanismo, los soldados se dieron cuenta de que era algo más. Algunos soldados examinaron un extraño mecanismo conectado al horno, en medio de un olor insoportable. Al final, un soldado ingeniero se dirigió a su capitán mientras se tapaba la nariz con la manga de su uniforme.

–          Capitán, creo que este lugar es una central eléctrica.

–          ¿Cómo dice, soldado?

–          Sí señor. Los monteños traían a los pedristas para quemarlos vivos y sacar energía de ellos.

Un soldado cercano oyó la conversación y, al descubrir el origen del olor, comenzó a vomitar. El capitán no pudo ocultar su incredulidad y horror.

–          Pero, ¿cómo es posible? Para quemar una rodaja de… chopped, tengo que gastar energía, no la gano – el capitán se dio cuenta inmediatamente de que su símil no había sido muy afortunado. Como consecuencia, otros soldados se pusieron de cuclillas en el suelo y acompañaron a su compañero en sus vómitos. Los pocos que permanecían de pie estaban profundamente impresionados.

El soldado ingeniero respondió a su capitán.

–          Señor, todo cuerpo es un almacén de energía. Para extraer esa energía, sólo hay que iniciar los procesos químicos adecuados. Según parece, los monteños han creado la primera central energética de biomasa en Hogar.

El capitán permaneció en silencio durante unos instantes. Después habló.

–          Muchos de los soldados monteños que nos atacaron en Orilla Mos, posiblemente miles de ellos, habían sido generados recientemente. ¿Cuántos pedristas hay que quemar ahí dentro para obtener la energía necesaria para generar un nuevo soldado monteño?

El soldado ingeniero dudó durante unos instantes.

–          Es difícil de saber, capitán. Cientos, quizá miles.

Después de tomar algunas fotografías para su informe, los soldados y el capitán comenzaron su regreso al campamento. Durante todo el trayecto, todos ellos permanecieron en silencio.

34

Los proyectiles de la artillería determinista estaban alcanzando, por primera vez, la mismísima Plaza Principal de Pueblo Tarao. Tras varias semanas de acoso a la capital de Montes Tarao, una gran parte de la ciudad estaba ya tomada por Río Mos, y varios retenes del diezmado ejército monteño encargado de la defensa de la ciudad habían comenzado a rendirse y entregarse al enemigo.

En el interior del palacio, ubicado en la misma plaza que estaba siendo bombardeada, Pedro se refugiaba de las explosiones junto a Distinto Único y a un grupo de soldados leales que trataban de defender el edificio. Hacía horas que no llegaban partes de ninguno de los regimientos monteños encargados de la defensa.

Con una terrible sensación de derrota, Pedro aceptó la evidencia de que su reinado había llegado a su fin. No obstante, se esforzó en mantener la compostura.

–          ¡Distinto, bajemos al sótano para refugiarnos del bombardeo! – gritó Pedro para que Distinto le oyera a pesar de las explosiones.

Mientras los soldados leales seguían disparando a los atacantes a través de las ventanas del palacio, Distinto y Pedro bajaron rápidamente al sótano, la inmensa sala donde se ubicaba el tomador de planos y la máquina generadora del gobierno de Montes Tarao, única de la ciudad. Era la misma máquina que había visto nacer al propio Distinto.

–          Debemos buscar más armas. Venderemos cara nuestra vida – dijo Pedro mientras rebuscaba entre los estantes de una pared, repletos de libros.

Entonces Pedro se dio la vuelta y se quedó estupefacto. Distinto le estaba apuntando con su pistola reglamentaria.

–          ¿Qué estás haciendo, Distinto?

Distinto no respondió.

Secretamente, Distinto llevaba bastante rato tratando de encontrar el momento de atrapar a Pedro. Hasta entonces no había podido pues, cuando ambos estaban en la planta baja del palacio, estaban rodeados por soldados leales a Pedro. Sin embargo, ahora que estaban en el sótano, los dos estaban solos.

Pedro sintió una punzada en su corazón. No se esperaba aquella traición.

–          ¿Vas a buscar un trato? – preguntó Pedro muy serio, tratando de no mostrar emoción en su tono de voz – ¿Te vas a vender a cambio de un hipotético pacto con los invasores? ¿Y si no te ofrecen nada? No seas estúpido. ¡Todavía podemos escapar! ¡Todavía podemos salir de ésta!

Distinto siguió sin hablar.

–          ¿O acaso ya tienes ese trato? – preguntó finalmente Pedro.

Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto se decidió finalmente a hablar. Estaba furioso y le brillaban los ojos.

–          Eres un ser odioso. Sin consultarme, me sometiste a tus planes viles y retorcidos, a planes que me llevaron a ser torturado y asesinado sin fin. Jamás consideraste mi opinión. Te convertiste en un monstruo, el peor que haya visto jamás este planeta. Pero ha llegado el momento de mi venganza. No escaparás. Ayudaré a los deterministas a hacerse contigo.

Ante la mirada atónica de Pedro, Distinto sentía toda la rabia que, hacía no mucho tiempo, había sido su miedo. En verdad, hacía tiempo que la transformación de un sentimiento al otro se
había completado. Finalizó el día en que, tras llegar a Pueblo Tarao de incógnito y esperar dos semanas a que su instancia anterior hiciera lo propio desde el frente determinista, usó su contraseña personal para entrar en palacio, se dirigió a sus aposentos y mató sin dudarlo a su propia instancia anterior. No le frenó pensar que, en cierta forma, se estaba matando a sí mismo. No le frenó recordar que aquel Distinto Único que estaba en palacio se sentía igual de aterrado que él y odiaba en secreto a Pedro igual que él. Sólo sintió que aquella instancia de sí mismo a la que estaba disparando era la privilegiada instancia a la que, por la suerte del azar, nunca le había tocado ser capturada por el enemigo. Era la instancia que no había tenido que padecer todas las atrocidades que habían padecido todas las demás, aunque estuviera igual de aterrada temiéndolas. Dicho sentimiento de injusticia fue suficiente para que disparara a su otro yo en su habitación sin mediar palabra, y después se deshiciera del cuerpo metiéndolo en una de las grandes bolsas de basura resultantes de la celebración de un banquete del Estado Mayor en la noche anterior. Tras reemplazar en secreto a su otro yo, Distinto se acercó sistemáticamente a Pedro durante las semanas siguientes, e informó a los deterministas de todos sus movimientos tal y como estaba previsto.

Aquella larga vigilancia estaba a punto de llegar a su fin aquel día, en aquel sótano. Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto miró la máquina generadora.

–          Hace semanas – dijo Distinto a Pedro -, cuando todavía creías fervientemente que Montes Tarao podría remontar, comencé a observarte constantemente para asegurarme que no salieras del palacio. Enfrascado y obsesionado en la estrategia militar, no lo hiciste. También sé que no has usado la máquina para duplicarte, lo que te hubiera podido servir ahora para entregar a un doble en tu lugar. Sé que no lo has hecho porque el día que empecé a vigilarte oculté un detector en el teclado de la máquina generadora. Cuando se pulsa cualquier tecla en la máquina generadora, un dispositivo que siempre llevo conmigo me comunica instantáneamente dicha pulsación, incluso antes de que la generación provocada por dicha pulsación se complete. Así, en adelante podría saber en cada momento cada cosa que fuera generada: alimentos, Pedro Martínez con diecisiete años, Acecho Segundo, yo mismo – añadió mientras fruncía el ceño -, o incluso la propia máquina generadora. Y también cualquier objeto que fuera distinto de los anteriores. Lo he controlado todo. Siempre estuve preparado para acudir aquí si detectaba un movimiento sospechoso, pongamos por caso una duplicación de un objeto nuevo (quizás tú) o de la propia máquina generadora. Pero tal cosa nunca sucedió.

Pedro se sorprendió por la sofisticada infraestructura utilizada por Distinto para evitar su huída. Sin duda, había sido ayudado desde el exterior. ¡Maldito traidor!

Pero Pedro debía reconocer que Distinto le había ganado por la mano, pues era cierto que no había hecho nada de lo que Distinto había dicho. Ahora que el fin estaba cerca, Pedro se lamentó de no haber planificado su eventual huída con más antelación.

Los proyectiles deterministas se oían ahora mucho más cerca. Estaban impactando dentro del propio palacio.

Pedro se llevó la mano a su pistola reglamentaria, pero Distinto negó con la cabeza mientras sonreía.

–          Hace tiempo que cambié las balas de tu pistola por unas de fogueo. Dispara si quieres.

Pedro abrió el cargador y comprobó que Distinto tenía razón.

Entonces Pedro se llevó lentamente la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó una libreta.

–          Echa un vistazo a esto, Distinto – dijo Pedro.

Sin dejar de apuntar a Pedro, Distinto se acercó a Pedro para coger la libreta que le ofrecía.

Distinto comprobó que la libreta contenía diversos recordatorios de Distinto que Pedro había guardado: su partida de nacimiento en Hogar, ocurrida en aquella misma sala, el diploma militar de Destino, o incluso su nombramiento político.

Tras unos segundos, Distinto encolerizó.

–          ¡No me vengas ahora con esta mierda! – dijo con la voz quebrada mientras mantenía firme el cañón en dirección hacia Pedro.

Mientras Distinto hojeaba furioso la libreta, Pedro se giró hacia la estantería y comenzó a rebuscar frenéticamente en ella.

Al igual que antes de que Distinto revelase su traición, pero esta vez por un motivo diferente, Pedro buscaba desesperadamente un arma entre los libros de la estantería. Buscaba la pistola con la que había disparado a los primeros individuos que generó con aquella máquina generadora el mismo día que la recibió hacía años, entregada voluntariamente por la República de la que entonces Montes Tarao formaba parte. Aquel lejano día, tras utilizar dicha pistola para matar a varios individuos que vinieron al mundo diciendo exactamente las mismas palabras que decían todos los demás, hubo un individuo que dijo algo distinto, el propio Distinto Único. Como recordatorio de aquel momento, aquel mismo día Pedro decidió guardar aquel arma en esa estantería.

Distinto levantó la vista y vio a Pedro buscando en la estantería. Entonces se rió socarronamente.

–          ¿Qué estás buscando tan desesperadamente? ¡Ahí no hay nada más que libros polvorientos! – dijo sonriente.

Pedro se dio cuenta de que, efectivamente, no había ni rastro de la pistola. ¡No estaba! Entonces se dio la vuelta. Derrotado, vio cómo Distinto sonreía y comprendió.

Aquello era, definitivamente, el fin.

Distinto ordenó a Pedro que caminara en dirección a la salida de la sala y Pedro obedeció. Se oían enfrentamientos de soldados en la planta de arriba, dentro del palacio. Los deterministas habían entrado.

Los dos se detuvieron en la entrada del sótano, en cuyo suelo embaldosado se dibujaba una gran bandera NP. Distinto decidió esperar a que no quedasen soldados monteños vivos en las plantas superiores del palacio.

–          Distinto, has ganado. Dispárame. Acabemos de una vez – dijo Pedro mientras miraba a Distinto a los ojos.

–          Ni hablar. Te quieren vivo – respondió Distinto, esquivando la mirada.

Mientras ambos esperaban tensamente la llegada de los deterministas, Pedro se lamentaba de su suerte. Recordó su proyecto científico. “Si lo hubieran conseguido, si hubiera dado tiempo, habría ganado esta guerra. Me ha faltado tiempo. Sólo tiempo”.

Entonces se oyeron golpes en la puerta del sótano.

“Maldita sea, ya están aquí” pensó Pedro.

Un soldado raso determinista entró en la sala y apuntó a Pedro.

Distinto tiró su arma al suelo y levantó las manos. Sabía que sería otro prisionero más hasta que pudiera hablar con los mandos deterministas y le reconocieran sus servicios.

El soldado determinista, que llevaba mucho tiempo fantaseando sobre qué diría en una situación así, no acertó a decir nada. Otros soldados llegaron y emitieron una exclamación de asombro.

Los soldados esposaron a Pedro y a Distinto y les acompañaron fuera del búnker. Al llegar a los pasillos de palacio, Pedro observó los estragos que habían hecho las bombas sobre todo el edificio. Había agujeros por todas partes y un ala entera estaba derruida.

Al salir por la entrada principal, los soldados deterministas reaccionaron a la escena con gritos de júbilo y vítores.

35

La caída de Pedro provocó la rendición de la mayoría de los regimientos monteños que permanecían desperdigados por Montes Tarao. No obstante, una división se hizo fuerte en Villa Tarao.

Un mes después del arresto de Pedro, un avión de la República sobrevoló Villa Tarao y lanzó la primera bomba de fusión de uranio jamás creada en Hogar. Hubo cientos de miles de muertos. Cientos de edificios se desmoronaron como el papel al paso de la onda expansiva. Todos los científicos que trabajaban en laboratorio secreto de la ciudad perecieron instantáneamente. Del propio laboratorio no quedó ni una sola piedra en pie.

Al conocer el ataque a Villa Tarao, Pedro se agarró a los barrotes de su celda y gritó histérico, sin control. Al pasar varios minutos sin que cesaran sus alaridos, sus carceleros entraron en la celda y le propinaron una gran paliza.

Mientras tanto, los pocos generales monteños que permanecían en la lucha se reunían y firmaban la rendición incondicional de Montes Tarao ante la República del Hogar y la República Determinista de Río Mos.

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Pedrícese el mundo: Capítulo IV

CAPÍTULO IV

1

Pedro observaba la Plaza Principal de Pueblo Tarao desde su balcón del palacio de gobernación. Al otro lado de la plaza se encontraba la catedral pedrista de Pueblo Tarao. Aquel día era especial para los pedristas. Fieles venidos de todos los puntos de la provincia hacían cola pacientemente fuera del templo para participar en el rito de la pipa. Mediante el mismo, los pedristas eran bendecidos por los eructos de los sacerdotes del templo, los cuales trasmitían de esa manera el espíritu de Pedro Martínez a través de la sala. Pedro se estremeció de sólo pensarlo. Sintió un profundo desprecio hacia aquellos individuos.

La cola era tan numerosa que daba varias vueltas a la catedral. Todos los individuos tenían las mismas greñas que el Pedro Martínez adolescente, y vestían la misma camiseta y los mismos vaqueros. Jóvenes y ancianos, gordos y flacos, todos vestían igual.

–        Son lamentables – dijo Pedro a su consejero de seguridad.

–        Sí, señor – respondió el consejero.

Entonces Pedro tuvo una idea.

–        Consejero, haga venir a unos cuantos soldados – dijo divertido.

El consejero se encogió de hombros y abandonó el balcón. Al cabo de unos minutos se presentó con una docena de soldados en el balcón. Pedro les dio unas instrucciones muy precisas. Entonces los soldados salieron del balcón.

Tras una hora, Pedro pudo ver a los soldados en la plaza. Éstos ya no lucían sus habituales uniformes, sino que vestían la típica indumentaria pedrista. Sus pelucas hacían las veces de las rituales greñas. Dichas pelucas no eran difíciles de conseguir. Los propios pedristas más mayores las utilizaban cuando iban al templo para mostrar un aspecto más digno del Pedro Martínez original.

Siguiendo las instrucciones de Pedro, la mitad de los soldados se unieron a la cola como cualquier otro pedrista. Su indumentaria les hizo pasar desapercibidos. Una hora más tarde, cuando ya habían dado una vuelta completa a la catedral y se encontraban cerca del punto de partida, el resto de los soldados se unieron a la cola por el final. Ambos grupos de soldados se encontraban muy próximos entre sí, si bien en vueltas diferentes de la espiral. En medio de la muchedumbre, los últimos soldados que se encontraban en el surco interno abandonaron a sus compañeros y se unieron a los soldados del surco externo, lo que hizo que todos los pedristas que venían detrás de ellos en la cola, que desconocían la maniobra realizada algo más adelante, les siguieran en el nuevo recorrido. Como resultado, el surco externo de la cola se había desconectado de la cola y se había convertido en un círculo independiente. Entonces los soldados fueron abandonando uno a uno y con discreción el círculo. Los huecos que dejaban eran aprovechados por los que venían detrás para avanzar unos pasos hacia delante, lo que a su vez hacía andar a los detrás de ellos, y así sucesivamente. Debido a la forma circular de aquella secuencia, dicho proceso se propagó sin cesar de manera cíclica. El resultado fue una cola circular que avanzaba.

En el balcón, Pedro comenzó a reírse con sonoras carcajadas mientras daba palmadas en la barandilla.

–        ¡Sí! – dijo Pedro a su consejero – ¡Ahí lo tienes! ¡Una cola de pedristas siguiéndose a sí misma! ¡Qué seres más lamentables! ¿No es deplorable?

El consejero afirmó con la cabeza.

Poco a poco, el rostro de Pedro fue cambiando desde la sonrisa inicial hacia la ira.

– Hay que exterminarlos – susurró mientras apretaba los dientes -. Hay que exterminarlos.

2

Un trágico suceso llenó las portadas de la prensa de Montes Tarao un mes después. Un pedrista había acudido a una oficina del registro de Pueblo Tarao y había solicitado llamarse, simplemente, Pedro Martínez. Al ver el impreso de cambio de nombre, los funcionarios se negaron a aceptárselo. Ante el rechazo, el pedrista, muy enfadado, tiró diversos objetos de la oficina al suelo de manera airada. Unos minutos después fue detenido.

Lo que habitualmente se habría convertido en una noche en el calabozo desembocó en un cautiverio que ya se prolongaba algo más de un mes. A los cargos iniciales de desorden público, la fiscalía de Montes Tarao había añadido el nuevo delito de conducta anti-monteña. Esto produjo un rotundo rechazo de la comunidad pedrista de Montes Tarao, que organizó una gran manifestación de protesta a través de las calles de Pueblo Tarao. A la manifestación se unieron pedristas de otras provincias, así como algunos defensores de los derechos civiles de otros puntos de la República.

Abría la manifestación una pancarta que rezaba “Todos somos Pedro Martínez”. Mientras los manifestantes recorrían las calles, algunos ciudadanos monteños observaban a la comitiva con desaprobación y recelo. Otros incluso les insultaban. Esto dio lugar a algunos episodios de tensión entre los manifestantes y otros grupos de ciudadanos.

Pedro, que era informado puntualmente del transcurso de la manifestación, vio en dichos focos de violencia un motivo para disolver aquella reunión obscena. En lugar de recurrir a métodos propios de un enfrentamiento con civiles, Pedro solicitó al ejército que se ocupara de dicha tarea.

Los soldados con los que había compartido luchas en las minas monteñas respondieron gustosos a la petición, y se aplicaron contra aquella muchedumbre de la misma forma en que lo habían hecho en aquellas misiones. El resultado de aquella noche fue una veintena de muertos y varios cientos de detenidos.

A la mañana siguiente, los locales y templos pedristas amanecieron cubiertos de pintadas amenazantes.

3

El escultor mostraba a Pedro el esquema de la obra que proponía. Tras la mesa de escritorio, Pedro meditaba. Después intervino.

–        ¿Usted ha visto alguna vez un caballo?

El artista se mostró dubitativo durante unos segundos.

–        Sí… digo… – torció el gesto – no. No he visto nunca un caballo.

–        ¿Existen caballos en Hogar?

–        No.

–        Por tanto, ¿existen caballos en Montes Tarao?

Tras unos segundos, el artista contestó.

–        No.

–        ¿Entonces, qué sentido tiene hacer una escultura ecuestre de mi persona?

–        Es… un símbolo.

Pedro dio un puñetazo a la mesa. El escultor cerró los ojos mientras apretaba los dientes.

–        No acepto símbolos basados en cosas tan lejanas – dijo Pedro con seriedad -. Mire a su alrededor. Nuestra tierra tiene suficiente belleza como para que no tenga que abrazar símbolos extraños o extranjeros. Observe el monte, los desfiladeros, los riscos y los valles. La tierra rojiza. ¿No la oye hablar? ¿No la oye exaltar el carácter propio de Montes Tarao?

El escultor dudó durante un momento. Un hombre llamó a la puerta y entró en el despacho. Se trataba del Consejero de Educación.

–        Gobernador, tiene que aprobar el borrador de contenidos de los cursos de reeducación de Montes Tarao para el nuevo curso – dijo mientras le mostraba unas hojas grapadas.

Pedro hojeó brevemente las hojas.

–        Conforme a nuestra reunión anterior – continuó el consejero -, hemos introducidos en el temario los nuevos agravios comparativos de la República hacia Montes Tarao.

–        Bien.

Pedro sonrió y firmó una por una todas las páginas del borrador. Después se las entregó al consejero. Antes de que el consejero saliera del despacho, otro hombre golpeó la puerta para anunciar su llegada. Se trataba de su ayudante de imagen.

–        Gobernador, ya es la hora de su discurso de aniversario.

Pedro se levantó de su sillón, apretó brevemente la mano del escultor y siguió a su ayudante por las dependencias del palacio de gobernación, hasta que entraron en una pequeña sala. Tras ella, un balcón daba directamente a la Plaza Principal de Pueblo Tarao. Pedro abrió las puertas del balcón y saludó a la multitud. La muchedumbre que inundaba la plaza le devolvió el saludo con gritos de júbilo y una gran ovación. Banderas con el dibujo de unos sinuosos montes ondearon con fuerza. Grandes carteles se congratulaban del décimo aniversario del Pedro como gobernador de Montes Tarao.

–        ¡Queridos compatriotas! – dijo al público. Éste le respondió incrementando el volumen de sus gritos – ¡Querida Patria de Montes Tarao! Quiero que sepáis una cosa. Por más insultos que recibamos de los políticos de Ciudad, por más agravios que recibamos por parte de la República, por más que se nieguen a aceptar nuestro carácter diferenciado, sacrificado y noble, sofisticado, trabajador y emprendedor, fruto de los rigores de nuestra agreste tierra, por más insistan, ¡seguiremos aquí! ¡Somos monteños, y Montes Tarao es nuestra patria!

Una ensordecedora nube de vítores le sucedió. Las banderas ondearon.

–        Los hombres del llano – continuó – llegan en masa a nuestras montañas alentados por la República. Llegan sin conocer nuestra historia y sin respetar nuestras costumbres. Llegan sin modales y amenazantes, afirmando desafiantes y orgullosos que se encuentran en territorio de la República, y que no tienen por qué observar ninguna de nuestras costumbres. ¡Esos hombres os invaden, y os quitan vuestros empleos! – gritó elevando la voz.

Comenzaron a surgir gritos de indignación entre la muchedumbre. Pedro esperó para dejar que se oyeran con claridad.

–        Si la República no hace nada, tendremos que hacer algo, compatriotas. Ésos, – dijo señalando con el dedo hacia el cielo mientras ondeaban las banderas en la plaza – ¡Sí!, ésos vienen a por nuestra riqueza. Nos ha costado enormes esfuerzos domar esta tierra agreste e ingrata. Mucho sudor y vidas nos ha costado extraer los frutos de las entrañas de nuestra tierra. Y ahora, después de tanto esfuerzo, quieren venir ellos a llevárselas. ¿Vamos a aceptarlo? ¡Compatriotas! ¿Vamos a aceptarlo?

Un rugido de insultos brotó del ambiente. Los ánimos se caldeaban por momentos.

–        ¡Compatriotas! ¿Sabéis quién alienta todo esto? ¿Sabéis quién se empeña vilmente en hacer creer que nada nos diferencia, que los monteños no tenemos identidad…? ¿Sabéis quién quiere obligarnos a que todos seamos exactamente iguales? ¿Sabéis quién quiere imponer sus decadentes costumbres a todos nosotros? ¿Sabéis quién quiere forzarnos a dejarnos invadir por los extranjeros? ¡Ellos! ¡Los pedristas! – aulló mientras señalaba con el dedo. Esta vez no señalaba al cielo. Señalaba al punto opuesto de la plaza, donde se levantaba la catedral pedrista de Pueblo Tarao. La muchedumbre tronó. Pedro, apelando a toda la potencia de su voz, gritó – ¡Son ellos!

Repentinamente, surgieron antorchas de entre la masa. Una ola humana se dirigió en dirección hacia el templo como un viscoso fluido. Algunos individuos sacaron una gran barra metálica y la usaron a modo de ariete para tirar la puerta de entrada. Una vez que la puerta cayó, la muchedumbre se adentró en la catedral.

Al cabo de unos minutos, las llamas aparecieron en las ventanas del templo.

4

Aquellos hechos habrían llenado las portadas de la prensa en toda la República, de no ser por los extraordinarios y violentos sucesos que acaecieron en Ciudad ese mismo día.

Temprano por la mañana, salieron de tres cuarteles del ejército de Ciudad camiones cargados de soldados de infantería flanqueados por un gran número de vehículos blindados. Estos contingentes se dirigieron simultáneamente a los seis almacenes en los que se custodiaban las máquinas generadoras mediante las cuales todos los alimentos de Hogar, e incluso todos sus ciudadanos, surgían. Los seis almacenes se encontraban situados en extremos opuestos de la ciudad, formando los vértices de un hexágono. Cuando cada contingente alcanzó el correspondiente almacén, los soldados salieron de los camiones y procedieron a asaltarlo. Tras unos minutos de confusión, los asaltantes llegaron a controlar cinco de ellos. Entonces, los militares al mando en el resto de los cuarteles comprendieron que los mandos de esos tres cuarteles habían comenzado un levantamiento contra la República. De dichos cuarteles partieron más soldados hacia los almacenes para sofocar la rebelión y recuperar su valiosa carga.

A media mañana, uno de los militares sublevados, el General Yunque Cuarto, habló a la Ciudad a través de una radio clandestina. Afirmó que, en coordinación con varios sindicatos y representantes de la clase obrera, una parte del ejército había decidido sublevarse contra la opresión de las clases dominantes hacia los trabajadores, para la instauración de una República Determinista. Afirmó igualmente que su sublevación era la respuesta a la dura atroz represión que estaba ejerciendo la República contra la causa determinista. Criticó la extrema e innecesaria dureza con que la República había sofocado algunas revueltas deterministas durante los últimos veinte años en algunas provincias.

Ante dicho anuncio, algunos obreros salieron de sus fábricas en el barrio A y se apresuraron a apoyar a los militares sublevados con su fuerza. Similarmente, algunos intelectuales del barrio C salieron a las calles y gritaron públicamente su apoyo a la sublevación. Por otro lado, en algunos barrios de clases medias y acomodadas, varios ciudadanos se dispusieron a apoyar a la República por cualquier medio que estuviera a su alcance. En algunos barrios se desataron duros enfrentamientos entre grupos de ciudadanos armados.

En torno a los almacenes se oyeron tiroteos y grandes explosiones. La noticia de la rebelión se propagó rápidamente por toda la República. En la extensa provincia de Río Mos, territorio poco desarrollado pero que suponía la mayor fuente energética de la República gracias a sus cientos de presas hidráulicas, dos divisiones del ejército decidieron unirse a la rebelión, y fueron acompañadas por una gran parte de la población. En un primer intento, la República envió un contingente leal para sofocar la rebelión desde la vecina Costa Mamá, provincia eminentemente comercial en la que se concentraban los principales puertos marítimos que abastecían a Ciudad. Este contingente, formado principalmente por vehículos blindados, fue fácilmente repelido por los sublevados. La falta de buenas comunicaciones, así como el desconocimiento del terreno de las divisiones atacantes, influyó decisivamente en aquel resultado.

La ausencia de las tropas en los puertos de Costa Mamá fue aprovechada por algunos sublevados para tomar el control de varios buques de guerra en sus puertos. Estos buques remontaron el curso del río Pedopís hacia Ciudad. Al llegar a Ciudad, bombardearon el Parlamento, que se ubicaba a escasa distancia de la orilla.

Tras unas horas de duros enfrentamientos en Ciudad, el ejército leal tomó el control de dos almacenes. Mientras tanto, otros focos de rebelión surgieron en otras provincias, si bien todos ellos fueron repelidos con rapidez. Al mediodía, y a pesar de las informaciones contradictorias que se comunicaban, se hizo patente que la rebelión había tenido éxito únicamente en Ciudad y en Río Mos. Esto permitió que algunas divisiones del ejército ubicadas en otras provincias se dirigieran hacia Ciudad para sofocar la rebelión. Simultáneamente Eslabón Tercero, líder del partido determinista y hasta entonces en paradero desconocido, emitía un comunicado por radio en el que llamaba a que los deterministas depusieran las armas y se dispusieran a realizar la revolución determinista sólo por la vía pacífica. También negaba cualquier relación con los sublevados y refundaba su partido con el nombre de Partido Determinista Legalista.

Se hizo la noche y continuaron los tiroteos junto a los almacenes. Por la noche se sucedieron sangrientos enfrentamientos tanto entre soldados como entre ciudadanos. Al amanecer llegaron los refuerzos desde las provincias más cercanas a Ciudad, y el ataque a los sublevados atrincherados se intensificó. Poco después, los leales tomaban un almacén más. En dicho ataque moría Yunque Cuarto.

Cerca del mediodía, los sublevados se dieron cuenta de que la batalla por el control de Ciudad estaba perdida. Entonces, la división que controlaba uno de los dos almacenes restantes cedió su control a los asaltantes y se dirigió hacia el aeropuerto de Ciudad. Con sus efectivos casi intactos, tomaron rápidamente el control del aeropuerto. Simultáneamente, la otra división cargó varias de las máquinas generadoras en los camiones y huyeron en dirección al aeropuerto. El ejército de la República, confundido ante la creencia de que los sublevados pretendían controlar Ciudad, reaccionó tarde a la maniobra, y no alcanzaron el aeropuerto a tiempo. Para cuando acabaron con los militares que cubrían la retirada de los demás, un avión cargado con varias máquinas generadoras volaba ya hacia destino desconocido. La mayoría de los aviones estacionados en tierra eran bolas de fuego.

Entonces, muchos simpatizantes de la rebelión, bastantes de ellos armados, abandonaron sus hogares en todos los puntos de la República y se dirigieron hacia Río Mos.

Al día siguiente, el capitán sublevado Martillo Noveno comunicaba al mundo desde Orilla Mos que Río Mos se declaraba independiente de la República y pasaba a denominarse República Determinista del Río Mos. Así mismo, anunciaba la voladura de las conexiones que trasmitían la electricidad de Río Mos hacia el resto de la República. Esto produjo grandes apagones en Ciudad y en las principales ciudades de la República. Muchas cadenas de montaje pararon. La economía de la República, muy globalizada y especializada, se resintió muy sensiblemente ante la caída de una de sus piezas clave.

Durante las semanas siguientes, el ejército de la República inició diversos ataques hacia Río Mos, pero todos ellos fracasaron ante un ejército ya unificado, arropado por un gran número de incondicionales, y conocedor del terreno.

Tras unas semanas, la República tomó conciencia de que no podría reconstruir su ejército con una industria paralizada. Así mismo, los ciudadanos de todas las provincias, poco acostumbrados a las molestias de guerra, comenzaron a presionar a sus representantes para buscar una salida negociada.

Un mes después de la rebelión, la República admitía resignada la existencia de la República Determinista de Río Mos como Estado independiente, y enviaba un embajador a Orilla Mos.

5

–        Según parece, la rebelión determinista no se notó en tu territorio – dijo Valor Séptimo, recostándose sobre su sillón.

–        Aquí la gente tiene otros ideales – respondió Pedro con una sonrisa, a la vez que adoptaba una postura más cómoda. Mientras observaba la Plaza Principal de Pueblo Tarao a través de la ventana de su despacho, continuó – Mi gente es leal a su tierra. Los pedristas huyeron hace tiempo a su guarida en la fronteriza provincia de Valle Pedopís. Por otro lado, los pocos deterministas que quedaban aquí se han ido a Río Mos durante los últimos días.

Valor miró a Pedro con satisfacción.

–        He de admitir – continuó Valor – que tu forma de afrontar el problema determinista no me convenció en un principio. Para empezar, no creía factible que varios individuos pudieran agruparse por criterios identitarios en contra otros individuos que son genéticamente iguales y comparten la misma educación hasta la adolescencia.

–        La territorialidad existía en muchos animales de la antigua Tierra – respondió Pedro –, y ésta se acentúa cuando se pone en duda el acceso a los recursos. Nosotros pertenecemos a ese tipo de animales.

–        Llegué a temer – reconoció Valor – que los mercados de Montes Tarao y el resto de la República se mostrarían cierto escepticismo mutuo. Sin embargo, no fue así – aceptó. Entonces esbozó una amplia sonrisa -. Los negocios con Montes Tarao van mejor que nunca.

–        A la gente no le importa dónde se hacen las cosas, sino lo que cuestan.

Valor miró a Pedro con cierta admiración. Después, mostró un gesto ligeramente más serio.

–        Has de reconocer – dijo en tono más grave – que has generado cierta alarma y recelo en los políticos de Ciudad.

Pedro pensó su respuesta durante unos segundos. Después se echó hacia delante, y como si se dispusiera a revelar un gran secreto, sonrió y susurró:

–        Diles de mi parte que la tensión nacionalista puede ser más nacionalista que la propia independencia.

Valor le devolvió el gesto cómplice. Después, como si recordara de repente un tema menos agradable, su gesto se endureció.

–        La verdad es que el ambiente en Ciudad es muy tenso – dijo -. La posibilidad de una nueva rebelión determinista está en la mente de todos. Los sucesos del mes pasado han supuesto el mayor ataque que se recuerda a la República. No debemos olvidar que la República pudo haber perdido todas sus máquinas generadoras. Si hubiera ocurrido tal cosa, hoy todos estaríamos a merced de un estado determinista que abarcaría todo lo que en su día fue la República. Por supuesto, ya hemos regenerado las máquinas necesarias hasta volver a alcanzar la producción óptima de alimentos y ciudadanos en toda la República. No obstante, cualesquiera medidas de seguridad que podamos añadir sobre nuestras máquinas parecen ser insuficientes. No olvidemos que los deterministas ya no necesitan robar las máquinas generadoras, pues ahora les basta con destruirlas. En ese caso, se convertirían en el único productor de alimentos de todo Hogar.

Pedro asintió con la cabeza.

–        Es por ello – continuó Valor – que varios parlamentarios han planteado la posibilidad de enviar copias de las máquinas generadoras a otros puntos de la República. No es seguro tener todos los huevos en la misma cesta. Yo mismo propuse al partido la posibilidad de enviar una máquina aquí, a Montes Tarao.

Pedro escuchó con gran interés. Valor se aclaró la voz y continuó.

–        No conozco en toda la República un baluarte mejor contra el determinismo que Montes Tarao. Las máquinas no podrían estar más alejadas de los deterministas de lo que estarían aquí mismo. Es más, en caso de que ocurriera lo peor y los deterministas lograran el control de Ciudad, este territorio con voluntad de gobierno podría independizarse de dicho estado maligno y ser el verdadero heredero de la antigua República.

Valor paró un momento para beber un trago a su copa de coliol de reserva.

–        Ni que decir tiene – continuó – que el refundado Partido Determinista Legalista está en contra, por muy legalistas y leales que digan ser – dijo Valor con cierto sarcasmo -. Y, observando tu trayectoria personal como gobernador, no debería extrañarte que los pedristas también se opongan. Aunque volvemos a ser el partido más votado del parlamento, no podemos sacar adelante una medida así sin la mayoría absoluta, así que necesitamos el apoyo de al menos otro de los partidos. Esto exige pactar con los pedristas. Por su parte, los pedristas afirman que aceptarían una medida así sólo si Valle Pedopís recibiera otra máquina.

Pedro torció el gesto.

–        Hoy por hoy – continuó Valor -, nuestro partido no considera aceptable dicha contraoferta. Si un feudo pedrista contara con una máquina generadora, sus gobernantes se dedicarían a engendrar millones de nuevos individuos para exaltar así el pedrismo en el mundo. Esa gente no tiene sentido de la medida ni conciencia de las limitaciones físicas de este planeta. Además, educarían a todos esos individuos de acuerdo a sus preceptos, y tendríamos una inmensa generación de fanáticos que absorberían rápidamente a todos los demás – dijo. Ante el gesto alarmado de Pedro, Valor añadió – Conozco tu particular visión sobre los pedristas, y te puedo decir que no tienes por qué preocuparte. Por todo lo que he dicho, no nos hemos planteado aceptar su oferta. Sin embargo, mientras no alcancemos un acuerdo, la seguridad de la República seguirá gravemente amenazada. Todos los huevos siguen en una sola cesta.

Pedro meditó durante unos segundos. Su mente analizaba las nuevas noticias frenéticamente.

–        Estoy seguro de que los políticos de Ciudad podréis arreglar este problema –respondió Pedro -. Por el bien de todos.

6

La derrota de la República en Río Mos supuso una gran conmoción en la conciencia colectiva de todos sus habitantes. El único estado conocido hasta entonces en Hogar había sido vencido y ahora existían dos estados diferentes. La República nunca había tenido ningún enemigo externo, por lo que el sentimiento nacional había sido hasta entonces muy endeble. Montes Tarao había desarrollado un sentimiento nacional propio durante los últimos años, principalmente desde que sus ciudadanos veían a los ciudadanos de la propia República como sus enemigos. Este nacionalismo monteño llevaba algunos años provocando, como reacción, un incipiente sentimiento nacional en el resto de la República, pero éste era todavía muy escaso.

Como resultado, no fue el sentimiento nacional republicano el agredido, sino más bien el panteón de las cosas indudables que nunca cambian. Surgió una grave y repentina sensación general de desencanto. Esta sensación afectó sensiblemente a los mercados. Las bolsas se mostraban igual de dubitativas que la propia población. A su vez, la escasez de patriotismo hizo que la respuesta inmediata a la derrota no despertara un gran resentimiento hacia los nuevos extranjeros, sino más bien una cierta autocrítica. Los habitantes de la República todavía no habían aprendido a odiar al nuevo país, formado por sus antiguos hermanos. Por otro lado, los motivos de la secesión habían sido ideológicos, y el problema de la división ideológica seguía presente dentro de las propias fronteras de la República.

Tras unos meses, algunos periódicos comenzaron a encender a la opinión pública, y no apuntaban a enemigos externos sino a internos. En particular, dudaban del papel supuestamente leal del nuevo Partido Determinista Legalista. Aunque no consiguieron establecer pruebas claras, se preguntaron reiteradamente por el papel que tuviera el supuestamente neutral Partido Determinista durante la pasada rebelión, e insinuaron la necesidad de ilegalizar el nuevo partido. A medida que la carestía debida a la falta de recursos energéticos se hizo más patente, el número de partidarios de dicha opción creció. La mayoría de los ciudadanos desconocía, por otro lado, que los accionistas principales de esos periódicos eran importantes empresarios monteños cercanos al gobierno de Montes Tarao.

Durante los siguientes meses, la República se dedicó a financiar la construcción de grandes centrales energéticas para sustituir la gran pérdida en infraestructuras sufrida en Río Mos. Este aumento del flujo de dinero desde el Estado hacia la industria y, en última instancia, hacia los ciudadanos provocó, tras un año, el resurgimiento de la demanda, y la economía comenzó poco a poco a levantar cabeza. Los apagones se redujeron en frecuencia, y el impacto emocional de la derrota se fue disipando. Similarmente, el clima de opinión favorable al gasto público, que alcanzó incluso parte de las filas del partido comercialista dada la coyuntura excepcional, hizo que se disminuyeran las tensiones con el nuevo partido determinista, y las voces favorables a su ilegalización disminuyeron.

Entonces, una mañana fría, el presidente del parlamento recibió una llamada urgente del Gobernador de Montes Tarao. El ejército monteño comunicaba la reciente captura en Pueblo Tarao de varios individuos presuntamente implicados en la preparación de una nueva conspiración determinista. Según dichas informaciones, la nueva conspiración habría tenido lugar nuevamente en Ciudad. A través de sus conexiones con varios conspiradores afincados en la capital de la República, los detenidos preparaban un atentado con coches bomba contra todos los almacenes de máquinas generadoras de Ciudad. Ante el aviso, las fuerzas de seguridad de Ciudad se presentaron en los domicilios indicados y localizaron varios pisos con explosivos y armamento. Presumiblemente, los destrozos causados por el ataque podrían haber destruido todas las máquinas generadoras de Ciudad. En una gran operación, se detuvo a una centena de simpatizantes deterministas entre Ciudad y Pueblo Tarao, muchos de los cuales pertenecían al Partido Determinista Legalista. Eslabón Tercero, que negó conocer cualquier tipo de conspiración, fue también detenido.

Cuando se conoció la grave noticia, miles de ciudadanos se echaron a las calles para reclamar la ilegalización del nuevo partido determinista. Hubo una sesión de emergencia del Parlamento, y en ella pedristas y comercialistas se unieron para votar la ilegalización del Partido Determinista Legalista.

Tras la ilegalización, sólo existían dos partidos en la cámara, y el Partido Comercialista pasó a tener la mayoría absoluta de los escaños disponibles. Ante el reciente nuevo peligro que había sufrido la República, gran parte de la población pasó a reclamar el envío de máquinas generadoras a otras provincias más seguras. Simultáneamente, ante la gran lealtad demostrada por Montes Tarao en la última crisis, la opinión pública hacia dicha provincia y sus dirigentes mejoró sensiblemente.

En la siguiente votación de la cámara, el Parlamento daba una respuesta al nuevo clima de opinión política. Con los votos a favor del Partido Comercialista y los votos en contra del Partido Pedrista, se aprobaba el envío de una máquina generadora a Montes Tarao para que fuera custodiada por las autoridades provinciales.

7

Pedro observaba la máquina generadora en la soledad del sótano de palacio. Jugueteaba con su pistola mientras observaba detenidamente los controles de la máquina. “Éste es el origen de todo. Este mundo absurdo y odioso, este mundo poblado por individuos iguales a todos los demás y a mí mismo, esta ridícula parodia hipertrofiada de todas mis miserias y de las lamentables miserias de mis patéticos vecinos, es el fruto de esta maquinita” pensó con cierto desprecio. “Y algunos nacen de esa maquinita queriendo ser más igual que igual, más lamentable que lamentable, más odioso que odioso”. Mientras jugaba con la pistola y se la acercaba a la cabeza, pensó “Si suicidándome pudiera llevarme por delante a todos los imbéciles de este desgraciado punto en el universo, digno de ser olvidado, lo haría ahora mismo”.

Se acercó a los controles. Conforme a las instrucciones que le habían explicado los técnicos de Ciudad, pulsó ciertos botones en un orden determinado.

Surgió un resplandor azul, y apareció una figura conocida. De hecho, la misma figura que llevaba viendo durante los últimos treinta años.

–        ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy? – gritó nervioso el recién llegado.

–        Eres igual de patético que todos los demás – respondió Pedro.

El recién llegado miró a Pedro con incredulidad. Pedro apuntó su revolver a su cabeza y disparó. Mientras el cuerpo sin vida caía de espaldas, un reguero de sangre brotó de la cabeza e impregnó la estructura metálica de la plataforma. Pedro se acercó a la plataforma, tomó el cuerpo por los tobillos y lo arrastró fuera de la plataforma.

Después, Pedro se acercó a la plataforma y repitió la secuencia anterior.

Volvió a surgir la luz azulada. Tras el resplandor inicial, volvió a surgir de la nada un individuo sobre la plataforma.

–        ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy?

–        Otro lamentable pedrista – dijo Pedro.

–        ¿Có… cómo dice? – respondió el otro, incrédulo.

Pedro apuntó la pistola al recién llegado, de nuevo sobre la cabeza, y volvió a disparar. El cuerpo del recién llegado se desplomó sobre el suelo. Pedro se acercó de nuevo para retirarlo. Gracias a la sangre salpicada, el cuerpo resbalaba mejor y era más fácil desplazarlo. Tras dejarlo a un lado de la plataforma, regresó a los controles, volvió a pulsar los botones de la máquina, y surgió de nuevo el resplandor.

–        ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy?

–        ¿Tantos años luz y sólo se te ocurre decir lo mismo que los demás? – preguntó Pedro mientras volvía a disparar, ya con cierta desgana.

El charco de sangre sobre la plataforma era ya voluminoso. Tras volver a retirar el cadáver, se dirigió una vez más a los controles.

Tras el resplandor, volvió a aparecer la misma figura. Cuando se disponía a hablar, se escurrió sobre el charco de sangre sobre el que se apoyaba, y cayó de espaldas. Mientras se llevaba la mano a su dolorida cabeza y se incorporaba, observó con incredulidad lo que tenía bajo sus pies.

–        ¿Qué… qué es esto? ¿Sangre? ¿Do… Dónde estoy? – preguntó aturdido.

Pedro observó durante unos segundos al recién llegado con gran fascinación. Después se acercó a él y, ante la sorpresa de éste, le dio un sentido abrazo. Mientras tiraba su pistola al suelo, se le escaparon algunas lágrimas.

Puso la mano sobre el hombro de aquel adolescente. Éste seguía estando algo aturdido.

–        Chico, en adelante te llamaré Distinto Único – dijo Pedro, profundamente emocionado.

Se enorgulleció de que sus actos con aquella pistola le hubieran permitido crear, por fin, algo diferente. Aquel chico nuevo era, en sí mismo, una maravillosa promesa de futuro.

Pedro recogió el arma del suelo. Decidió que debía hacer algo que le permitiera rememorar aquel maravilloso momento en el futuro. Entonces depositó el arma que le había permitido alcanzar tal gesta en las estanterías de la sala. Allí quedaría como recordatorio de aquel momento.

Orgulloso, Pedro se acercó al chico y le acompañó a la salida de la sala. Afuera, junto a la puerta, aguardaban varios técnicos monteños.

–        ¿Todo en orden, gobernador? – dijeron – ¿Funciona correctamente la máquina?

–        Sí, perfectamente – respondió Pedro, señalando al adolescente que le acompañaba –. Pueden pasar para comenzar la producción de nuevos individuos.

8

Pedro dejó durante un momento de escribir para estornudar. Tenía fiebre. No obstante, se encontraba suficientemente lúcido para continuar. Le gustaba trabajar durante largas horas solo en su despacho.

Como el noventa y nueve por ciento de la población en aquel mismo instante, Pedro tenía la gripe. Todos los años, en algún momento a finales del otoño y dependiendo de la evolución de las temperaturas, la población mundial reaccionaba en una fulminante cascada ante la gripe anual. Supuestamente, el virus había sido introducido en Hogar por todos y cada uno de sus habitantes en su propio nacimiento, pues Pedro Martínez portaba y desarrollaba una gripe en el mismo instante en que su molde fue tomado en la Tierra. Con el paso de los años y tras sucesivas mutaciones, se había desarrollado una cepa del virus autóctona que garantizaba su triunfo sobre los únicos individuos vivos que habitaban ese planeta, los cuales resultaban tener exactamente los mismos genes y la misma capacidad para generar defensas. El virus se adaptó por completo a ese cuerpo, y ganaba todos los años de manera implacable y sorprendentemente sincronizada. Los habitantes de Hogar entendieron pronto que era una batalla perdida, y todos los años la actividad productiva de Hogar quedaba paralizada durante una semana aproximadamente. Sólo los individuos que permanecían completamente aislados conseguían librarse de la gripe ese año, pero el esfuerzo del aislamiento total no solía valer la pena.

Pedro recordó que, durante muchos años, creyó que ése había sido el misterioso virus que había acabado con los alienígenas que poblaron originariamente Hogar. Eso cuadraba con la proyección que le mostraron durante su primer día en ese mundo. Luego, el día que asistió al parlamento de la República por primera y última vez, se dio cuenta de que eso podía ser cierto… o no. Y también se dio cuenta de que, hasta entonces, el hecho de que hubiera descubierto tal cosa por sí mismo había provocado que diera más verosimilitud a la historia de la proyección… exactamente como le sucedió a todos los de su generación, que también hicieron ese mismo descubrimiento por sí mismos. Sin duda, dicha proyección había sido calculada muy bien.

Pedro hizo un esfuerzo para concentrarse en sus anotaciones. Estaba escribiendo el guión de la proyección que verían los nuevos individuos recién generados por la máquina generadora de Montes Tarao. Básicamente, coincidía con el conocimiento popular en Montes Tarao, según el cual todos los monteños sabían que Pedro Martínez surgió en Hogar por primera vez en Montes Tarao, y no en Ciudad. También explicaba cómo los habitantes de Ciudad, ávidos de las riquezas de los monteños, atacaron a éstos, les robaron las máquinas generadoras, y las instalaron en Ciudad.

Además, contaba que, tras su robo, los antiguos habitantes de Ciudad crearon una secta secreta, los pedristas, destinada a eliminar cualquier rasgo de identidad propia en Montes Tarao, así como en cualquier otro lugar de la recién fundada República. Para ello, se instituyeron bajo el aspecto de una religión y promovieron la absoluta igualdad de valores, gustos y maneras, conforme a aquellos mostrados por el Pedro Martínez original. De esta forma, la desdicha de un mundo de seres iguales no sólo no fue combatida, sino que fue fomentada por una banda de fanáticos que se regodeaban en su propio patetismo.

Desde entonces, Montes Tarao lucha por la exaltación de su identidad y por la eliminación de aquéllos que quieren negársela, los cuales además quieren arrastrar a todo el planeta hacia su abismo simétrico. El principal objetivo de todo buen monteño es hacer todo lo que esté en su mano para acabar con el pedrismo en el mundo. Fin.

En ese momento llamaron a la puerta del despacho. Entró el Consejero de Seguridad.

–        Gobernador, me ha llamado usted, ¿verdad? – dijo el recién llegado, con la voz tomada y un claro gesto de cansancio.

–        Sí, sí, pase. Siéntese, por favor.

El consejero se sentó y cerró los ojos durante unos segundos. Después los abrió con gran esfuerzo, sacó un pañuelo y se sonó los mocos.

–        Consejero, he observado que en su última petición presupuestaria solicita ampliar el número de plazas de la Academia Militar de Montes Tarao, así como incrementar la producción de equipamiento militar.

Estas palabras sorprendieron al consejero.

–        Gobernador, estamos viviendo tiempos muy convulsos. Necesitamos un gran ejército para responder a cualquier ataque.

–        Y estoy de acuerdo con usted, consejero. Pero no lo haremos como usted dice. Reduzca el número de plazas de la academia, y mejore el equipamiento de entrenamiento. Ahora no quiero un gran ejército regular. Eduque a sus soldados para crear un pequeño grupo de soldados de élite. Al acabar la instrucción, mándeme al mejor de la promoción. Éste debe ser patriota y disciplinado, y debe contar con una gran forma física y un gran entrenamiento en combate. A los demás, mándelos a su casa hasta nueva orden.

–        ¿A… su casa, gobernador?

–        Así es.

9

Pedro se encargó personalmente de que Distinto Único ingresara en la reformada Academia Militar de Montes Tarao. Solicitó expresamente que se le diera un entrenamiento por separado del resto y se le mantuviera aislado del resto de los reclutas, a los que ni siquiera conocía.

A petición de Pedro, el chico era conducido desde el campo de entrenamiento  a su encuentro al menos una vez por semana. Ambos pasaban largas tardes conversando en las dependencias del palacio de gobernación. Al principio el chico se mostraba muy aturdido por los cambios que había experimentado, igual que cualquier recién llegado a Hogar. No obstante, el trato cercano que le proporcionó Pedro, único que le trataba de aquella manera desde su llegada, hizo que su recelo desapareciera y volcara su confianza en Pedro. Por otra parte, Pedro no podía ocultar su simpatía hacia aquel chico, al que estaba educando a su imagen y semejanza. Le agradaba el hecho de que su manera de expresarse y de comportarse, muy influenciada por él mismo, fuera tan diferente de la de otros chicos de su edad. Con el paso de los meses, la relación entre ambos llegó a parecerse vagamente a un parentesco paterno-filial.

Más allá de su musculatura (era increíble lo que el ejercicio constante podía lograr en un cuerpo tirando a enclenque como el de Pedro Martínez), las calificaciones de Distinto en la academia eran mediocres, pero esto no sorprendió ni decepcionó a Pedro. Sus puntuaciones eran aproximadamente la mitad que las obtenidas por el recluta que por aquel entonces era el primero de la promoción, un tal Acecho Segundo. Pedro sabía desde el principio que un entrenamiento militar en aislamiento no sería tan eficiente como el ambiente de los barracones, más proclive al intercambio de ideas entre los reclutas y a la competitividad. Distinto nunca sería un gran soldado. Por el contrario, otra sería la utilidad que Pedro le reservaba, llegado el momento.

Mientras tanto, Pedro animaba a Distinto en su carrera militar. Al finalizar el periodo de instrucción, Pedro dijo a Distinto que había sido el primero de su promoción y que recibiría un nuevo rango militar. El chico abrazó a Pedro, entusiasmado por la noticia.

– En adelante te presentarás ante todos por tu nuevo rango y no por tu nombre. Todos deberán saber con quién están tratando. Todos sabrán lo que has conseguido por méritos propios, no por mí, y que como tal deberán respetarte.

10

La junta extraordinaria de consejeros comenzó puntual. Mientras la mayoría de los consejeros cuchicheaban preguntándose extrañados el motivo de la tal reunión, el consejero de seguridad se dirigió a Pedro.

–        Gobernador, el soldado Acecho Segundo espera en la puerta.

–        Que pase – respondió Pedro, sonriente.

Ante la atenta mirada de los demás consejeros, el consejero de seguridad abrió la puerta de la sala e hizo pasar a un soldado. Se trataba de un individuo fornido y musculado. Por fin Pedro tenía la oportunidad de conocer en persona a aquel gran soldado de la misma quinta que su querido y mediocre Distinto Único. El soldado se acercó unos pasos y se mantuvo en posición de firmes ante los presentes. Su porte impresionó satisfactoriamente a Pedro, que se levantó de su asiento y se le acercó.

–        Consejeros, les presento al soldado Acecho Segundo, primero en la última promoción de la Academia Militar de Pueblo Tarao – dijo Pedro con cierto orgullo, mientras escudriñaba al soldado –. Soldado, le he hecho venir para explicarle, tanto a usted como a este consejo, el papel que la Historia tiene reservado para usted.

Los consejeros se miraron entre sí sin conseguir disimular su curiosidad. Por contra, Acecho se mantenía impasible en su posición. Se hizo un silencio expectante que parecía invitar al soldado a responder. Éste, disciplinado, se mantuvo callado unos segundos, hasta que observó el gesto apremiante de Pedro. Al final, dijo con firmeza pero con cierta timidez:

–        Señor, sería un honor servir a nuestra patria monteña en cualquier circunstancia.

Pedro devolvió al soldado una sonrisa satisfecha y se dirigió a todos los presentes.

–        Consejeros, ante ustedes tienen la pieza básica de nuestro ejército. Un soldado patriota, fuerte, entrenado y disciplinado. Pensarán que es una forma de dirigirme a todos los soldados monteños, pero no. Me refiero a este soldado. Este soldado es la pieza básica de nuestro ejército. ¿Para qué crear un ejército en que alguno de sus soldados no sea el mejor?

Los consejeros le devolvieron un gesto de extrañeza. Al poco tiempo, algunos de ellos comenzaron a comprender. Pedro continuó.

–        Consejeros, la última noche que el soldado Acecho durmió en la Academia, tomamos sin su conocimiento un plano de él. Lo hicimos utilizando el artilugio que los alienígenas describieron a los demás mundos para que sus habitantes pudieran tomar planos completos de objetos y enviárselos, como de hecho hizo Gómez en la Tierra con Pedro Martínez. Entonces, introdujimos el plano extraído de Acecho en la máquina generadora y duplicamos su molde un millar de veces como prueba inicial. Consejeros, entre mil soldados no tiene por qué haber novecientos noventa y nueve… subóptimos. Es más, como todos sabemos, la coordinación es clave en la batalla. Si nuestros soldados desplegados en un campo de batalla fueron el mismo hombre hace sólo unos días, resultará fácil que cada uno de ellos pueda casi adivinar el pensamiento de sus compañeros. Bastará con que cada uno piense en qué haría si, en lugar de estar donde está, estuviera donde está el otro. De esta forma, la coordinación será casi perfecta. Este plan se llevó a cabo sin el conocimiento del soldado para no condicionar su conocimiento inicial.

Los consejeros observaron la explicación de Pedro con gran sorpresa. Entonces miraron al soldado. Pedro puso su mano en el hombro del soldado y se dirigió a él.

–        Soldado, quiero conocer su opinión sobre este plan.

El soldado se sorprendió de ser preguntado. Dudó durante unos segundos.

–        Soldado, quiero que me dé su verdadera opinión sobre este plan – insistió Pedro.

Ante la petición reiterada, el soldado respondió.

–        Señor, con todos los respetos, ese plan se basa en aprovechar la existencia de seres totalmente idénticos, lo que lo hace un poco… pedrista.

Se hizo el silencio en la sala. Tras unos segundos, Pedro rompió a carcajadas y apretó la mano del soldado, ante la respuesta un poco sorprendida de éste. Los demás consejeros comenzaron a reírse igualmente.

–        Según se mire, puede ser exactamente lo contrario – respondió Pedro muy sonriente –. Los pedristas desean llenar el mundo de individuos que sean iguales a Pedro Martínez. Esas alimañas luchan durante toda la vida para recuperar la pureza que, afirman, sólo tuvieron en el mismo instante de su nacimiento en Hogar – después dirigió una mirada algo emocionada al soldado –. Soldado, no se me ocurre nada más diferente a Pedro Martínez que un patriota monteño – el soldado le devolvió un gesto de orgullo. Después, Pedro continuó – Soldado, ¿qué opina realmente sobre este plan?

El soldado respondió ahora con una gran decisión.

–        Señor, su plan es un medio para aumentar nuestra fuerza contra el pedrismo. Me permitirá servir a la patria con orgullo y eficacia – respondió mientras le brillaban ligeramente los ojos.

Pedro sonrió muy satisfecho.

–        Soldado, he de decirle que le he mentido. El plan que he explicado no se está llevando a cabo.

Algún consejero emitió un sonido ahogado de sorpresa. Se hizo un gran silencio.

–        No le hemos copiado. Simplemente deseaba ver su reacción – continuó Pedro –. En ningún caso hubiera deseado llevar a cabo un plan así sin conocer la reacción del sujeto. Si la reacción instantánea hubiera sido en contra, ahora tendría a mil soldados en contra del plan – Pedro se detuvo durante unos segundos. Después continuó -. No obstante, dada su reacción positiva, lo haremos.

Pedro volvió a sonreír.

–        Señor, será un gran placer servir a la patria.

–        Muy bien, soldado. Puede retirarse.

El soldado Acecho Segundo se dio la vuelta y salió de la sala con paso marcial. Cuando las puertas ya se habían cerrado, Pedro volvió a sentarse en su asiento. Se armó un gran revuelo de murmullos y comentarios entre los consejeros. Al final, la voz del consejero de trabajo se hizo oír por encima de las demás.

–        Gobernador. Creo que debo recordarle que, hasta ahora, nadie en Hogar ha considerado beneficioso copiar individuos adultos. La República ha evitado siempre esa política con el objetivo de maximizar la variedad entre los individuos. Una sociedad eficiente necesita individuos especializados, y para especializarse hay que diferenciarse. Nuestros genes, conocimientos y estado físico idénticos en nuestro nacimiento hacen que esa tarea no sea fácil. Si nuestros nuevos individuos salen de un molde más especializado aún que Pedro Martínez, nuestra variedad decrece. La acción que propone no es muy común.

Pedro se levantó de su asiento y se tomó unos segundos para responder. Recorrió uno a uno con la vista a todos sus consejeros y respondió.

–        Entiendo sus argumentos, consejero, pero los tiempos que vivimos tampoco son comunes. Durante los últimos meses hemos asistido a un cambio en el equilibrio de fuerzas en Hogar. Se vislumbran tensiones, y debemos estar preparados para ellas. Los tiempos venideros decidirán de manera clave el futuro de la Historia, y la gloria espera sólo a los que estén preparados – Pedro cerró el puño mientras hablaba. Elevó la mirada –. Consejeros, aguardan tiempos de gloria para Montes Tarao, y tiempos de destrucción y sufrimiento para sus enemigos. Estaremos preparados. Nuestro soldado perfecto, oda a la perfección de la raza monteña, serán los brazos que nos llevarán a la victoria contra el pedrismo mundial.

Los consejeros escuchaban a Pedro con gran atención. Algunos de ellos mostraban verdadera admiración. Sin embargo, unos pocos fruncían el ceño.

–        Para garantizar la veteranía de nuestro soldado – continuó -, éste se enfrentará durante las próximas semanas a situaciones reales de combate. Después, tomaremos su modelo para la copia y le duplicaremos en serie. Para garantizar la precisión y coordinación de todas las copias de nuestro soldado, todas ellos se albergarán juntos en barracones circulares con comodidades completamente simétricas. De esta forma minimizaremos la divergencia en su comportamiento, y las posibilidades de coordinación se mantendrán intactas hasta la eventual batalla.

Algunos consejeros afirmaban emocionados con la cabeza. Pedro continuó.

–        Nuestro ejército no sólo será la exaltación de nuestra estirpe, sino también de nuestra tecnología y conocimiento superiores. El soldado Acecho Segundo estará completamente equipado y armado con el último y más avanzado material militar en el instante de la toma de su modelo. Otros tardarían años en crear una industria capaz de producir dichos artilugios punteros en serie. Todo nuestro ejército dispondrá de ellos desde ya mismo. Así mismo, algunos artilugios de última tecnología, diseñados como componentes para algunos vehículos bélicos de última generación, también serán producidos por las máquinas generadoras.

–        Gobernador – intervino el consejero de economía –, debo recordarle que la producción industrial por copia en máquina generadora también ha sido siempre descartada por la República. El gasto energético que supone cada copia es prohibitivo. Es cierto que, antes de disponer de una industria de producción adecuada para un producto, dicho coste es considerablemente más bajo que el necesario para producir cada unidad de manera artesanal. Sin embargo, el coste de producción a través de una cadena de montaje, una vez que ésta existe, es muy inferior. La República ha evitado la política de usar las máquinas generadoras como base para la industria con el objetivo de promover la creación de fábricas que, si bien requieren una gran inversión inicial, a la larga permiten reducir los costes de producción drásticamente. Una economía basada en las máquinas generadoras no es sostenible. Además, Gobernador, debo recordarle que, si bien Montes Tarao es rica en materias primas minerales, no lo es en recursos energéticos, y más aún tras el embargo energético que la República Determinista de Río Mos aplica a toda la República. Su plan, por tanto, significaría renunciar a nuestra ventaja competitiva.

–        Sin embargo, consejero – respondió Pedro con rapidez -, las necesidades de la coyuntura histórica actual, repleta de tensiones bélicas e incertidumbres que se podrían desatar en breve, apunta a la absoluta necesidad de ponernos a la cabeza ahora, de contar ya con el mejor ejército sobre la faz de Hogar, y no después cuando ya podría ser demasiado tarde.

Pedro volvió a dirigir su mirada lentamente hacia todos los presentes. Todos ellos albergaban complejas emociones.

–        Consejeros. Creedme. ¡La gloria de Montes Tarao está cercana! – exclamó mientras le brillaban los ojos y apretaba su puño derecho -. Y ahora, si me disculpan, tengo asuntos importantes que tratar con el consejero de relaciones externas.

Los consejeros se fueron levantando de sus mesas a la vez que murmuraban. Mientras todos salían de la sala menos el citado consejero, Pedro se dirigió a su secretario en voz baja.

–        Prepara los documentos para la inmediata destitución de los consejeros de trabajo y economía.

–        Si, señor.

Pedro se quedó solo con su consejero de relaciones externas.

11

Pedro disfrutaba cuando estaba solo. Últimamente sólo interrumpía su soledad para encontrarse ocasionalmente con alguno de sus consejeros o para conversar un rato con Distinto Único, que a petición de Pedro había sido trasladado al palacio tras licenciarse en la academia militar. Mientras Distinto permanecía en las dependencias del palacio, aislado del mundo exterior, Pedro se ocupaba personalmente de su educación y de comunicarle, a su manera, lo que ocurría en dicho exterior.

En aquel momento, Pedro se encontraba solo en su despacho. Ante él tenía una hoja de papel. Se giró un momento para observar la bandera de Montes Tarao que había a un lateral de su sillón, que él mismo había diseñado algunos años atrás. Volvió a centrarse en el papel.

“Es el momento de que los símbolos de Montes Tarao se adapten a su destino universal” pensó. “Los nuevos símbolos deben ser la representación de su inherente voluntad contra el pedrismo mundial, por la exaltación de un mundo sin Pedro Martínez. Deben representar los ideales presentes en el corazón de todo monteño”. Entonces pensó que un símbolo de dicha ideología tendría que ser fuerte, impactante y con gran contraste, casi hipnótico. “Debo encontrar un anagrama que resuma nuestra ideología”. Debería mostrar algo que resumiera todos los anhelos de su gran cruzada.

Entonces recordó las grandes P que coronaban los templos pedristas. En un principio pensó en mostrar ese símbolo tachado, pero los trazos se cruzaban de una manera algo confusa. Luego escribió “AP” por “Antipedro”. Lo descartó, pues no quería identificar su lucha con su propio nombre. Después escribió “NP”  por “No Pedro”. Le gustó, pues era simple y directo. Ahora necesitaba un anagrama fuerte y vistoso que lo expresara.

Tras varios intentos lo encontró. Puso un rotulador negro grueso sobre el papel e hizo un trazo de abajo a arriba de un centímetro. Entonces, continuó desde ahí, de izquierda a derecha, otros dos centímetros. Después, uno arriba, uno a la izquierda, y, finalmente, dos abajo, lo que cruzaba perpendicularmente otro trazo anterior. Quedaba un extraño y asimétrico símbolo esquemático que, no obstante, podía interpretarse como una pequeña n minúscula adosada por su trazo vertical derecho a una P mayúscula, ambas letras pintadas a base de trazos rectos y ortogonales, símbolos de fuerza. Entonces, giró el papel medio ángulo recto de dirección contraria a las agujas del reloj. Se dio cuenta de que, prescindiendo del primero de los trazos que había pintado, el símbolo le recordaba a algún símbolo que había visto en su juventud, quizá en pintadas en las paredes, pero no recordaba qué significaba. Después volvió a girar el papel desde su posición actual, esta vez un ángulo recto completo siguiendo las agujas del reloj, lo que hacía un total de medio ángulo recto desde la posición original. Observado desde esa posición, parecía el símbolo matemático de infinito, escrito a base de trazos ortogonales, al que le faltaba un tramo para estar completo. “La perfección, la infinitud, no se ha logrado todavía. Este símbolo representa que todavía estamos en lucha contra el pedrismo. Representa mi lucha”. Pensó entonces que quizá no sería fácil interpretar todos esos significados a partir del dibujo original. “Mejor” pensó. “Un símbolo siempre parece más poderoso y profundo cuando te lo tienen que explicar. Cuando gracias a la explicación localizas la imagen oculta, cuando por fin unes mentalmente los trazos como debes y te das cuenta de que la imagen siempre estuvo allí, te haces consciente de tu pequeñez por no haberlo encontrado por ti mismo”. Recordó que más adelante debería buscar algún significado para el giro de cuarenta y cinco grados que permitía encontrar el segundo significado. “¿Alguna referencia geográfica?” pensó mientras miraba un plano de Montes Tarao. “¿Algún año?”. Ya lo pensaría.

Los gruesos trazos negros contra el fondo blanco daban un efecto potente a la imagen. No obstante, Pedro deseaba color. Un color impactante. Cogió un rotulador rojo y comenzó a rellenar los alrededores de la figura, hasta que ésta acabó ocupando el centro de un disco circular que Pedro había dejado deliberadamente en blanco, mientras todo el exterior del disco quedaba bañado de un rojo intenso. La imagen global volvía a recordarle vagamente a algo. Esta vez, a algo que había visto de pequeño en libros y películas. Si bien no conseguía recordar a qué, recordó que ese símbolo que no conseguía recordar le había infundido poder, respeto y miedo. “Entonces, causará exactamente la misma sensación a mis ciudadanos y a mis enemigos” pensó sonriente. Decidió que ése sería el nuevo símbolo de Montes Tarao, y su nueva bandera.

Entonces decidió buscar un saludo carismático para dirigirse ante la plebe. Para preparar a sus ciudadanos ante la actual era de tensión belicista, debía parecer un saludo militar. También debía resultar una provocación contra sus enemigos, lo cual lo convertiría a su vez en una exaltación patriótica. Debía exaltar la identidad de aquella tierra y sus ideales. “Un saludo militar o patriótico típico consiste en dedicar un ¡Viva! a algo o a alguien”. Entonces dio con ello.

Él, ante la muchedumbre entregada, gritaría “¡Muera Pedro!”. Entonces, la muchedumbre le respondería “¡No somos Pedro! ¡No somos pedristas!”.

Alguien llamó a su puerta, devolviéndole brutalmente a la realidad.

–        Gobernador, el grupo de científicos que solicitó ha venido a verle.

–        Que pasen – respondió, todavía algo ensimismado. Entonces recordó la importancia de esa reunión, y se centró.

Un grupo de cinco científicos entró en el despacho de Pedro. Pedro les invitó a sentarse.

–        Señores, les he hecho venir para preguntarles por la posible viabilidad de un proyecto científico.

–        Señor, usted dirá – respondió con curiosidad uno de ellos.

–        Resulta que he ojeado algunos de sus trabajos científicos recientes – Los presentes se sorprendieron mucho ante semejante anuncio -. He de confesarles, no obstante, que no he entendido nada. Soy un político y mi misión es otra. No obstante, me ha parecido interesante alguna de las perspectivas que plantean antes de que lleguen esas fórmulas y palabras extrañas que, sinceramente, me obligan a dejar de leer.

Pedro abrió una botella de coliol y les ofreció un trago a los presentes. Sólo dos aceptaron la invitación. Uno de los científicos, visiblemente nervioso, elucubraba secretamente sobre la terrible sospecha de que, en adelante, el gobernador obligara a todos los científicos a escribir sus textos en un lenguaje comprensible. “¡Sería el fin!” pensó muy preocupado.

–        Verán ustedes – dijo Pedro -, como pueden observar, la tensión belicista de esta época hace que el futuro de Montes Tarao dependa de cualquier aspecto que pueda darle una ventaja en la lucha. Si no he entendido mal, algunos de sus trabajos plantean que, con suficientes fondos, podría abordarse cierta investigación cuyos resultados podrían resultar muy interesantes y provechosos. Resulta que yo puedo proveer esa financiación.

12

Valor Séptimo abrazó a Pedro sonriente, como acostumbraba a hacer en todos sus encuentros. Dos soldados permanecían junto a la puerta del despacho.

–        Es siempre un placer volver a verte – dijo Valor. Se dio la vuelta para comprobar si los soldados abandonaban la sala. Observó que no lo hacían y volvió a dirigirse a Pedro. Éste le invitó a tomar asiento.

–        ¿Has tenido un buen viaje desde Ciudad? – preguntó Pedro, con gesto serio.

–        Sí, sí… – respondió Valor, algo extrañado. Después, con cierta inquietud, continuó –. Por cierto, el tren se detuvo largo rato en Vado Tarao, primer pueblo en tu provincia según se llega de Ciudad. Parece que tus chicos se están tomando muy en serio la seguridad… Bueno, tú me dirás qué es eso tan importante…

Pedro se levantó del asiento.

–        Valor, quiero anunciarte que dentro de una hora haré un comunicado por radio a todo Montes Tarao. En él anunciaré que Montes Tarao declara su independencia de la República.

Valor se rió estruendosamente.

–        Vamos, ahora en serio – respondió Valor sonriente.

–        Valor, hablo en serio.

Esta vez Valor cambió su gesto completamente.

–        ¿Qué? ¿Qué… memeces estás diciendo? ¡No digas bobadas! – respondió nervioso, levantando la voz.

–        Valor, esta tierra y yo tenemos planes que ya no pasan por la República.

–        ¿Qué estás diciendo? – ahora ya estaba furioso – ¿Te parece que éste es un buen momento para que luchemos separados contra el determinismo mundial? ¿Eres consciente de lo que está ocurriendo en Río Mos durante los últimos meses? ¿Has oído los discursos de Martillo Noveno, en los que llama a extender la revolución determinista a todo Hogar? – Valor señaló a Pedro con el dedo -. Montes Tarao recibió una máquina generadora para que la provincia se convirtiera en un seguro contra los deterministas en un caso de emergencia… ¡Pero jamás para que se separase de la República! ¡Eso es absurdo!

–        Las prioridades de Montes Tarao son otras en este momento.

–        ¿Tú… tú eres consciente de quién eres? – preguntó Valor, iracundo – ¿Eres consciente de quién te puso donde estás? ¡Tú no eres nada!

–        He de anunciarte igualmente – continuó Pedro en tono bajo y sereno – que la independencia económica y productiva de Montes Tarao requiere que nuestro gobierno tome el control de ciertas infraestructuras de interés estratégico. En concreto, los centros de producción de varias materias primas han pasado a estar desde hoy mismo bajo el control de inversores locales o del propio gobierno directamente.

–        ¿Qué? ¿Es ése tu respeto a la propiedad privada? ¿Te has vuelto determinista tú también?

–        Hago lo que mi patria necesita en este momento.

–        ¿Tu patria? ¿Qué palabra es ésa? ¡Despierta! ¡No estás dando un discurso en tu plaza!

–        Valor, el plan de expropiaciones afecta a tus posesiones en este país. A todas ellas. Desde hoy mismo.

Valor Séptimo guardó silencio durante un momento. Señaló a Pedro con el dedo. Sus ojos se inyectaron en sangre. Los soldados que aguardaban junto a la puerta hicieron un amago de acercarse, pero Pedro les indicó con un gesto que no lo hicieran.

–        ¡No puedes hacer esto! ¡Traidor! ¡Yo te di todo lo que tienes! ¡Yo hice de ti lo que eres! ¡Maldito traidor! – exclamó a gritos.

–        Y ahora – continuó Pedro, impasible –, debes disculparme. Debo preparar mi discurso.

–        ¡No puedes hacer esto!

Los soldados se acercaron a Valor y le agarraron por los brazos. Éste se zafó de ambos con un violento ademán. Pedro levantó el brazo para evitar que los soldados intervinieran.

–        ¡Me voy solo! ¡No hace falta que nadie me acompañe! – dijo Valor –. Esto no se queda así – señaló a Pedro de manera amenazante -. Me voy a reclamar lo que es mío.

–        Valor, ya no es tuyo. No lo hagas.

Valor lanzó una mirada fulminante a Pedro. Se dio la vuelta y salió por la puerta.

13

Mientras Pedro dirigía su discurso de declaración de independencia por radio a todo Montes Tarao, un taxi dirigía a Valor Séptimo a una de sus minas de cobre. Al llegar, encontró la entrada cerrada. Varios soldados del ejército monteño custodiaban la reja de entrada.

–        ¡Abrid la puerta! ¡Ésta es mi mina! – gritó.

Un soldado se le acercó.

–        Esta mina es propiedad del gobierno de Montes Tarao. Abandone la entrada al recinto, por favor.

–        ¡Imbécil! ¡Esta es mi mina!

El soldado permaneció callado. Valor, fuera de sí, sacó un revólver de su chaqueta e hizo un disparo al aire. El soldado reaccionó apuntando su fusil a Valor. Los demás soldados se acercaron corriendo y apuntaron a Valor.

–        ¡Abrid la puerta! ¡Esta mina es mía! – volvió a gritar Valor.

–        ¡Tire esa pistola! ¡Ahora! – gritó un soldado.

–        ¡Esta mina es mía!

–        ¡No volveré a repetirlo! – exclamó el soldado.

–        ¡Tire el arma! – gritó otro soldado.

Valor apuntó con su arma hacia los soldados. Un soldado disparó a Valor. Su cuerpo cayó al suelo.

Mientras se retorcía de dolor en posición fetal, expulsando sangre del estómago, alcanzó fuerzas para gritar por última vez.

–        ¡Esta mina es mía!

14

El Parlamento se reunió en sesión especial de urgencia. Hermano 27351, algo más envejecido de lo que se correspondía con su edad, se dirigió a la cámara.

–        Pedrícese el mundo y todas las cosas creadas por su estructura – murmuró para sus adentros antes de comenzar -. Señores, la República, casa común de todos los hijos de Pedro en Hogar y símbolo de la unidad de todos ellos, debe reaccionar urgentemente ante semejante desplante a su soberanía. El régimen instaurado en Montes Tarao se está convirtiendo en el origen mismo del mal. Durante los últimos años, la dirección de su actual Gobernador ha empujado a sus gentes hacia un nacionalismo racista, algo que resulta una aberración en un mundo donde todos somos Pedro Martínez. Millones de fieles pedristas han sufrido durante los últimos años la persecución o el destierro en esa tierra desbocada hacia la más esperpéntica ruina moral. Es por ello que solicito al Partido Comercialista la inmediata aprobación del envío del grueso del ejército republicano para sofocar semejante amenaza no sólo a nuestra nación sino a nuestra moral más sagrada. No olvidemos, por otro lado, que este hecho podría ser el detonante de la secesión de otras regiones de la República en el futuro.

Negocio Quinto, cabeza visible del Partido Comercialista desde que Primer Mercante se retirara de la política cinco años atrás, subió al estrado.

–        Señores parlamentarios, deseo iniciar mi intervención anunciando que el Partido Comercialista lamenta profundamente el acto de desleatad mostrado por Montes Tarao hacia la República. Además lamentamos, de una manera más cercana y humana, el reciente fallecimiento de un gran mentor de nuestro partido, Valor Séptimo, en manos del ejército monteño, en lo que sin duda fue debido a una lamentable y terrible confusión. Sin embargo, todos los hombres de bien que entendemos el significado de la responsabilidad y del propio esfuerzo, que condenamos el determinismo y su actitud de hacer a todos iguales, premiando al que no tiene mérito, no debemos enfrentarnos entre nosotros en un momento tan crítico para la libertad en Hogar. La antigua provincia de Río Mos, por medio de su dirigente Martillo Noveno al frente, realiza llamamientos constantes a la revolución determinista mundial y ha anunciado que, en caso de necesidad, hará el uso de la fuerza para liberar a los obreros de toda la República. Su actitud peligrosamente beligerante dirige su mirada hacia la provincia de Valle Pedopís, que su ejército podría tratar de ocupar para aumentar su radio de influencia. En este contexto, iniciar una operación de castigo contra Montes Tarao por su reciente movimiento podría ser una forma de debilitar a ambas partes, a lo que queda de mundo libre, contra nuestro enemigo común. A pesar de su error actual, el gobernador de Montes Tarao, Andro Primero, se ha mostrado históricamente ante todo Hogar como un valedor de la libertad contra el determinismo revolucionario. En muchas ocasiones comandó sus ejércitos en Montes Tarao para frenar peligrosos focos de rebelión determinista que podrían haber desatado una grave revuelta determinista como la que finalmente golpeó Ciudad, de infausto recuerdo, y desde la cual una parte de la población mundial vive bajo el yugo determinista. Es por ello que el Partido Comercialista propone a esta cámara ofrecer un pacto antideterminista a Montes Tarao y aceptar su autonomía sin restricciones para no entorpecer su aportación a nuestra cruzada común contra el determinismo.

Ante los abucheos de los pedristas y la mirada crítica de algunos comercialistas, Negocio bajó del estrado y ocupó su asiento. Hermano 27351 volvió a dirigirse a los presentes.

–        Señor Negocio, consideramos que su visión de la magnitud del problema al que nos enfrentamos es muy ingenua. Los rumores de que Montes Tarao ha estado desarrollando en secreto un enorme ejército, el cual excedería con creces aquél que la República permite desarrollar autónomamente a cada provincia, son bien conocidos por todos. ¿Podemos confiar en que ese inmenso ejército, que podría incluso superar al de toda la República, se comportará de manera fiel a los intereses de la República?

La intervención de Hermano 27351 desató los rumores de los parlamentarios. Negocio volvió a tomar la palabra.

–        Hermano, considero que la creación de un gran ejército por parte de un aliado en nuestra lucha común puede ser la mejor garantía en nuestro éxito global contra el determinismo.

El presidente de la cámara preguntó a los líderes de ambos partidos si deseaban continuar el turno de réplicas. Ante el escueto “Está todo dicho” de Hermano 27351, el presidente convocó la votación. Con los votos mayoritarios del Partido Comercialista, y ante las protestas e insultos de los pedristas, se aprobó la aceptación de la independencia de Montes Tarao y su secesión de la República del Hogar.

15

Pedro siempre se mostraba exultante cuando hablaba ante su gente. Las masas le hacían sentir fuerte e invencible. Su triunfo sobre la masa, sobre los habitantes de ese mundo que le había tocado vivir, era paradójicamente un reflejo de su triunfo sobre sí mismo, o más bien sobre las vidas que le hubieran podido corresponder.

Abrió las puertas del balcón de palacio. La Plaza Principal de Pueblo Tarao le respondió con el más ensordecedor de los rugidos. Al lado derecho del balcón, ocupando el resto de la fachada del palacio, se encontraba una inmensa bandera. Era la bandera que Pedro había diseñado unos meses atrás, con su hipnótico y complejo nP central.

Pedro se acercó al micrófono. Levantó el brazo y extendió la mano.

–        ¡Muera Pedro! – gritó.

La masa, como un sólo hombre, le respondió “¡No somos Pedro! ¡No somos pedristas!”. Pedro sonrió con satisfacción.

–        ¡Hijos monteños! ¡La patria es nuestra! ¡Nuestro destino es nuestro!

Los gritos de júbilo inundaron la plaza. Pedro esperó unos segundos antes de continuar.

–        ¡Hijos monteños! ¡Nuestra patria ha comenzado su inexorable camino hacia la gloria! Compatriotas, nuestra patria tiene que cumplir su destino universal que trasciende sus propias fronteras. ¡Nuestra cruzada contra el pedrismo mundial ha comenzado!

La masa volvió a tronar.

–        ¡Compatriotas! Esta cruzada requerirá grandes esfuerzos de todos nosotros. Sin embargo, nuestra estirpe está preparada para el reto. Nos mantendremos unidos, como un sólo hombre, en esta nueva etapa que iniciamos. Para lograr la victoria necesitamos disciplina. Necesitamos mantener nuestra pureza contra los enemigos internos y externos. En este mismo momento, todos nosotros declararemos nuestra lealtad total con nuestra patria, sin sombra de desunión ni discrepancia. En adelante, los corruptos e ineficientes partidos políticos de la República, que nada nos han aportado jamás, quedarán abolidos. Nuestra lucha quedará representada por el símbolo de nuestra comunión con nuestra patria, materializada en el recién creado Partido Antipedrista, del cual yo mismo tengo el honor de declararme primer miembro.

Se produjo un gran clamor general. Miles de ciudadanos manifestaban a gritos su deseo de unirse al partido.

–        ¡Compatriotas! Ante nosotros tenemos una gran misión. La conspiración pedrista, que durante toda su historia ha luchado contra todos los monteños, que durante tanto tiempo ha tratado de nublarnos la vista con sus horribles objetivos y falaces ideales, está a punto de sucumbir ante nuestra fuerza. ¡Les demostraremos nuestra superioridad! ¡Ganaremos! La Historia observará el sacrificio de sus hijos monteños en su cruzada contra el pedrismo. La Historia sabrá reconocer nuestra abnegación con agradecimiento infinito.

Muchos ciudadanos escuchaban el discurso de Pedro con el brazo levantado y la mano extendida, manteniendo sin descanso el saludo inicial desde que Pedro apareciera en el balcón.

–        ¡Monteños! Hoy es el día en que todos debemos desatar nuestra verdadera naturaleza antipedrista. Seré yo mismo el primero en hacerlo. He de confesaros, compatriotas, que mi nombre no es Andro Primero. Andro es un acrónimo de mi verdadero nombre. Hijos míos, me llamo Antipedro Primero. ¡Soy vuestro Antipedro, y será un honor guiar a la raza monteña a la victoria!

La masa comenzó a gritar al unísono “¡Antipedro! ¡Antipedro! ¡Antipedro!”.

16

Pedro notó que la fiebre de la gripe anual invadía su cuerpo. Había llegado el momento.

Fue a las dependencias de Distinto Único, también griposo, y le anunció que aquel sería un día grande. Después regresó a su despacho y convocó una reunión urgente de su estado mayor.

Entonces dio la orden. Un millón de soldados monteños, todos ellos Acecho Segundo, perfectamente armados y equipados, salieron de sus barracones embutidos dentro del traje antiviral con casco que habían llevado puesto ininterrumpidamente durante las últimas dos semanas. Todos ellos se montaron en camiones y, flanqueados por varios miles de tanques, se dirigieron hacia la frontera con Valle Pedopís.

Allí, dos destacamentos de soldados republicanos con gripe y peor equipados tardaron dos horas en ser eliminados completamente. En la operación militar más rápida y fulgurante que se recordaba en Hogar, y con una superioridad aplastante, el ejército monteño tardó menos de cuatro horas en ocupar completamente la provincia de Valle Pedopís.

Seis horas después del inicio del ataque, Negocio Quinto se reunía con Hermano 27351 en Ciudad y aceptaba la evidencia. Ante la ausencia de cualquier tipo de comunicado desde Pueblo Tarao, la República del Hogar declaraba la guerra a Montes Tarao.

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Pedrícese el mundo: Capítulo III

CAPÍTULO III

1

Pedro observaba un mapa junto a varios de sus oficiales.

–        Comandante Consejero, este pueblo es una ratonera. Está encerrado entre altos riscos que podrían estar plagados de francotiradores – dijo un capitán.

–        Los blindados serían un blanco fácil, y su movilidad sería muy limitada – respondió Pedro mientras meditaba -. Sólo puede accederse por una estrecha carretera flanqueada a ambos lados por grandes elevaciones naturales.

–        Comandante, podemos esperar. Sus alimentos se agotarán. Antes o después, tendrán que rendirse – dijo un oficial.

Pedro contempló dicha posibilidad. En todo Hogar, sólo la República podía producir alimentos a través de sus máquinas generadoras ubicadas en Ciudad. Este factor había condicionado la administración centralista de todo el planeta. Nadie podía oponerse a la República durante demasiado tiempo. De los cuatro alimentos existentes, sólo la coliflor podía plantarse, pero la geología ingrata de Hogar no lo hacía demasiado práctico. Además, una dieta basada únicamente en uno de los cuatro productos carecería a corto plazo de la variedad nutritiva necesaria para la vida. Con respecto a los otros tres alimentos, todos los intentos de desalar y plantar la pipa menos tostada de la bolsa habían fracasado.

Debido a los gustos alimenticios de toda la población, muy coincidentes, la coliflor se había limitado prácticamente a la extracción de algunos componentes para el uso industrial. En el sector alimenticio, los usos principales consistían en la extracción de glucosa para la modificación de los otros tres alimentos y en la fermentación y destilación de la coliflor para hacer coliol, un extraño licor que era la única bebida alcohólica en Hogar. Pedro Martínez había traído consigo desde la Tierra las bacterias de la fermentación alcohólica. La alimentación que tuvo inmediatamente antes de su viaje tuvo algo que ver en ello.

Pedro recordó que no faltaba coliol en la celebración de cada victoria de su tropa, una vez que el peligro desaparecía y la tensión acumulada se liberaba. El evento, celebrado en algún parque o plaza, solía recibir en nombre tan poco ceremonioso de “botellón”. Pedro fracasó en sus intentos de realizar celebraciones más formales y, finalmente, dejó de reprobarlos para ganarse el favor de la tropa.

Le costó tiempo que los soldados admitieran su auto-atribuido papel militar, siendo su puesto de origen político y civil. Otras excentricidades en su forma de vestir y en sus maneras, ostensiblemente alejadas de las de Pedro Martínez (es decir, de las de todos), tardaron en ser aceptadas por la tropa. Los rumores desaparecieron cuando se le vio actuar con un fusil en las manos. En muchos casos, sus acciones no eran valientes, sino temerarias, dignas del que tiene un convencimiento desmedido en tener razón, y en cualquier caso estaban alejadas del papel que solían cumplir los oficiales de alto rango en el campo de batalla. “Tiene huevos el profeta” decían. Se había ganado ese mote por sus elocuentes y encendidos discursos contra el enemigo, a veces con tintes místicos o mesiánicos. Su oratoria había evolucionado muy favorablemente con el paso de los años, y sus extrañas rarezas se habían transformado en rasgos identificadores, en el origen de su singularidad, en un rasgo carismático.

Pedro contempló la opción que le ofrecía en ese momento el oficial. Sin duda, el asedio era una solución razonable. Por otro lado, las minas de cobre ubicadas en Minas Tarao resultaban clave para la gran maquinaria industrial de Hogar. Durante los últimos diez años, Pedro había sofocado hasta en tres ocasiones las rebeliones de los sindicalistas deterministas. Todas estas rebeliones costaban dinero. Cada día sin producción costaba billones de KPs. Pedro razonó que había ciertos intereses que era necesario satisfacer. Al menos, por ahora.

–        No esperaremos al hambre. Entraremos – respondió.

–        Pero ¿cómo, Comandante? – dijo un oficial.

–        Señor, podría ordenar un bombardeo masivo a la aviación – intervino otro.

Pedro meneó la cabeza. Las bombas podrían causar grandes daños a la infraestructura minera y de comunicaciones. Esos daños debían evitarse.

–        De momento, – respondió – quiero que eliminéis a uno y traigáis su cuerpo. Un grupo pequeño realizará una incursión por la noche y cazará a un vigía. Sólo uno. Lo más importante es que no sean vistos.

2

Pedro salió del portal de su casa. Entonces contempló a lo lejos una figura que le resultaba familiar. Se acercó unos metros hasta que pudo verla mejor.

Era Rocío.

El pulso de Pedro se aceleró. Nervioso, decidió que debía acercarse hacia ella. No obstante, no se movió.

Otras personas paseaban por la calle. Receloso y arrepentido por su propia cobardía, Pedro las miró.

No podía ser. También ellos eran Rocío. Todos era Rocío.

El primer impulso de Pedro fue esconderse. Después comenzó a correr sin rumbo. Todos los individuos que había en la calle eran Rocío. Ninguno le miraba.

Pedro se detuvo un momento para tomar aliento junto a una tienda. Con las manos apoyadas sobre las rodillas, dirigió su mirada hacia el suelo. Entonces se percató de que dos bultos daban forma a la blusa rosada que llevaba puesta. Tenía pechos.

Giró la cabeza hacia el cristal del escaparate y entonces vio en él su propio reflejo.

Él también era Rocío.

No pudo evitar emitir un gemido de terror. Al escuchar su propia voz femenina se alarmó aún más.

Sudando y con la boca abierta, se percató de lo que se vendía en aquella tienda. Allí donde siempre se habían vendido camisetas con dibujos de Kakakulo, Val Hancín, o el escudo del Real Fútbol Club, había ahora un expositor con cosméticos, tintes y lápices de labios.

Desesperado, Pedro comenzó a correr por la calle hasta que llegó a la entrada de los almacenes PJR, Paraíso de los Juegos de Rol. Alzó la mirada y comprobó que el nombre los almacenes había cambiado por otro que no reconocía. La ostentosa entrada estaba ahora llena de maniquíes femeninos vestidos con coloridos tops y faldas.

Pedro no salía de su desconcierto. Confundido, miró a su alrededor en busca de otras sorpresas. Los nombres de las calles le resultaban desconocidos. Los antiguos nombres de Fideuá o Mos habían sido sustituidos por los nombres de amigas de Rocío. La calle Pedopís se llamaba ahora Backavenue Boys. Otras placas de calles mostraban los nombres de familiares de Rocío.

Pedro recordó que dos manzanas más adelante la calle se abría a una plaza en cuyo centro se encontraba una gigantesca estatua de Rocío tallada en mármol. Intrigado, corrió para comprobar qué era lo que sustituía ahora aquella estatua. Mientras corría, las demás Rocío que encontraba por la calle le ignoraban.

Al llegar a la plaza no pudo evitar emitir una exclamación de sorpresa. La estatua seguía siendo la misma. Seguía mostrando a Rocío.

Histérico, Pedro agarró con las manos su propia melena dorada y tiró fuertemente de ella. Gritó con todas sus fuerzas.

Entonces Pedro despertó. Caía sudor frío de su frente. Abrió mucho los ojos.

Se encontraba en su tienda de campaña personal, dentro de un camastro. Hacía frío. Tardó unos segundos más en darse cuenta de que no estaba en Ciudad ni en Pueblo Tarao, sino en un campamento militar de campaña ubicado en algún lugar recóndito de Montes Tarao.

Todavía con el pulso acelerado, se pasó la mano por su cuerpo. A media altura, la sábana estaba pegajosa.

Entonces Pedro se sintió culpable. La angustia le invadió.

“Recordar ese mundo… Recordar a Rocío… es pedrista”. Sentía una profunda vergüenza. Hacía muchos años que había renunciado a masturbarse porque lo consideraba pedrista. Por otro lado, siempre había renunciado a la compañía de otros habitantes de Hogar porque no deseaba acostumbrarse a aquel mundo que tanto odiaba. Consideraba que los que optaban por esa vía aceptaban con ello que había que adaptarse a aquel mundo, mientras que él lo detestaba y no deseaba dejar de hacerlo. Además, odiaba demasiado a todos los demás como para considerar esa opción. El celibato estricto que había escogido provocaba que aquel tipo de sueños se repitiera con cierta frecuencia.

Un oficial abrió la cremallera de la tienda y asomó la cabeza.

–        ¿Ocurre algo, señor? He oído un grito.

Pedro se dio cuenta de que realmente había proferido aquellos gritos mientras dormía.

–        ¡Fuera de aquí! ¡Fuera! – gritó colérico.

3

Pedro observaba sobre una mesa camilla el cadáver de un guerrillero determinista.

–        Lo cogimos hace una hora en su puesto de guardia cercano a la carretera cuando acababa de comenzar su turno – dijo un soldado –. Hacen turnos de cuatro horas. Debo añadir que el monte está muy vigilado, señor. Está lleno de vigías apostados en puntos muy altos con visibilidad privilegiada.

–        Según los mapas provistos por la aviación – añadió un oficial -, los puntos de vigilancia se encuentran a lo largo de un sendero que parte del pueblo y discurre a través del monte a gran altura, paralelo a la carretera. Sería inútil intentar escalar los riscos para eliminar a los vigías.

Pedro negó con la cabeza.

El cuerpo, boca arriba, mostraba unas marcas en el cuello que indicaban que había sido estrangulado. Los ojos permanecían abiertos. El pelo estaba rasurado, y la barbilla estaba afeitada. Pedro examinó con gran detenimiento todos los detalles de su cuerpo y su ropa. Los oficiales miraban la escena con cierta curiosidad y sorpresa.

“Su edad podría ser más o menos como la mía, treinta y siete” pensó Pedro.

El rostro del cuerpo era como el de cualquiera. Exactamente como el de todos. No obstante, debía encontrar algo. Tenía que haber algún detalle…

–        Señores, no olvidemos que el enemigo no es un ejército organizado – dijo Pedro. “De hecho, hasta donde sé, la República nunca ha tenido que enfrentarse a un ejército organizado” pensó –. Conocen el territorio y están armados, – continuó – pero muchos sólo conocen la guerra por las películas que recuerdan haber visto de niños.

Pedro recordó que, en sus asaltos anteriores a grupos de sublevados deterministas, éstos defendían sus posiciones utilizando alguna de las cuatro formaciones básicas de defensa disponibles en Anikilation III: el videojuego, que en realidad era todo lo que conocía cualquier habitante de Hogar sobre estrategia militar. Al mismo Pedro le costaba convencer a sus soldados de que, cuando debían atacar una posición, no lo hicieran utilizando alguna de las siete formaciones básicas de ataque del dichoso videojuego. Por otro lado, por muchas veces que Pedro había llamado al mando en Ciudad para quejarse, no había conseguido que se cambiara el diseño de sus fusiles de asalto por otro más ergonómico. La respuesta del mando siempre era que dicha forma se inspiraba en la forma del fusil de asalto biónico QT-28, que era el más difícil de conseguir en Anikilation III, y esto gustaba a la tropa. Cuando Pedro objetaba que, al contrario que el QT-28, sus fusiles disparaban balas normales y no rayos de plasma de resonancia, cosa que nadie sabía en realidad lo que era, los mandos de Ciudad simplemente se encogían de hombros. Pero quizás lo que más irritaba a Pedro era tener que repartir puntos de experiencia entre los soldados tras cada operación, al igual que sucedía en el juego. “¿Es que no ha sido suficiente experiencia?” solía decirles.

–        El enemigo – continuó Pedro – no sabe lo que es luchar en Hogar. No conocen las… peculiaridades de este lugar – Pedro repasó con una rápida mirada a cada uno de los oficiales presentes.

Metió la mano en el bolsillo del pantalón del cadáver y sacó una cartera. Observó durante unos segundos su contenido y la dejó junto al cuerpo. Después examinó el rostro del cadáver. Vio que tenía un corte en la mejilla, bajo el ojo izquierdo. Pedro sacó su cuchillo reglamentario, y ante la incredulidad de todos, se lo clavó en su propio rostro, en la mejilla. Cuando terminó la incisión, taponó la sangre que brotaba con una mano y siguió observando el cadáver.

Mientras acercaba su cara al rostro del muerto, dijo:

–        Que venga un barbero.

Tras unos segundos de duda, un oficial salió de la tienda de campaña. “Tiene que haber algo más…” pensaba Pedro. “Un sólo error podría ser fatal”. Obviamente, identificar individuos en Hogar no era fácil, por lo que cualquier minúsculo detalle que pudiera diferenciar un rostro de los demás era primordial. Pedro recordó las historias que contaban que, hacía muchas generaciones, la República obligó a toda la población a tatuarse su número identificativo personal. Pronto se descubrió que los tatuajes dibujados con los materiales disponibles en Hogar eran fáciles de eliminar limpiamente con la técnica apropiada. Al poco tiempo, las bandas del crimen organizado generalizaron el uso de tatuajes falsos para ocultar la identidad o para suplantar la de otros. Entonces se llegó a la conclusión de que hacer recaer la identificación de personas en los tatuajes estaba suponiendo más un problema que un beneficio, pues confiar en ellos estaba teniendo consecuencias dramáticas. Finalmente, los tatuajes se abandonaron. Parece que hubo algún intento posterior de obligar a todos los ciudadanos a hacerse determinados cortes en los brazos para que la forma de las cicatrices resultantes les identificasen de por vida, pero el gran número de accidentes fatales al realizar los cortes desató una enorme indignación y rechazo. Al poco tiempo, esta idea también se abandonó.

Pedro siguió escudriñando cada rasgo del rostro del cadáver en busca de algún detalle diferenciador. Al cabo de unos minutos de pormenorizado examen, se dispuso a renunciar.

–        Está bien. Quitadle las ropas y enterradle.

Con su mano cerró los ojos del cadáver. Entonces, cuando ya estaban cerrados, observó que los párpados estaban teñidos de negro. “¡Maquillaje!” pensó Pedro. El hallazgo no le sorprendió. Al igual que algunos habitantes de Hogar utilizaban peinados y cortes de barba diferentes, en parte para que les identificasen mejor y en parte para sentirse algo diferentes a los demás, tampoco era raro encontrar personas que se maquillaban de diversas maneras.

–        Encontrad maquillaje negro. Donde sea – añadió.

Pedro elevó la mirada hacia los presentes y volvió a tomar la cartera del guerrillero. Extrajo un carnet y se lo enseñó a los oficiales.

–        Señores, miren esto.

Pedro señaló el carnet. Incluía una foto de su propietario.

Uno de los oficiales rompió en carcajadas, que reprimió inmediatamente después. No podía evitar recordar un viejo chiste que circulara por Hogar, adaptado a partir de otro mucho más antiguo de la Tierra, que decía “un tipo entra en un estanco y dice ¿me da una foto?”. Con cierta vergüenza, el oficial trató de mantener la compostura. Era extraño que un chiste adaptado tan trivialmente a partir de otro de la Tierra pudiera gustar y propagarse en Hogar, pues todos conocían el chiste original de la Tierra. Quizás se debiera a que aquel chiste describía con gran precisión la peculiaridad de Hogar.

–        Debemos darnos prisa – concluyó Pedro.

4

El camión se acercó al puesto de guardia. Unos pocos kilómetros más adelante se encontraba el pueblo. Pedro frenó el vehículo, sacó la cabeza por la ventanilla y se dirigió al guerrillero de guardia, que se apostaba junto a una gran radio. Cinco o seis guerrilleros conversaban junto a la garita. Pedro apretó la lengua levemente contra su carrillo izquierdo y pestañeó más lentamente de lo normal.

–        ¿Compañero Hollín? – dijo el guardia. Consultó su reloj – Hoy llegas unos minutos antes.

Pedro señaló la parte trasera del camión. Allí se veían los cadáveres de más de una veintena de soldados de la República. Los cuerpos mantenían sus uniformes y equipamiento oficiales, aparentemente en buen estado. Los fusiles se apilaban junto a los cuerpos.

–        ¡Joder! – exclamó alarmado – ¡Esto es importante! ¡Corre a enseñárselo al compañero jefe!

Pedro afirmó con la cabeza y continuó su recorrido.

“No sé si no hay contraseñas, o es que con la excitación se le ha olvidado pedírmela” pensó Pedro. “En cualquier caso, es lo que esperaba”. Después decidió que, de ser lo segundo, habría mandado fusilar a ese soldado si hubiera pertenecido a su ejército.

Al arrancar el camión, Pedro se dio cuenta de que habían superado la parte más endeble de su plan. En caso de pedírsele una contraseña, sus soldados tendrían que abatir a los guerrilleros de la garita. Dado que ese control era transitado con frecuencia, el factor sorpresa se eliminaría, y tendrían que abortar la incursión. El camión daría entonces media vuelta y regresarían al campamento. “En realidad” razonó Pedro “un plan sin riesgo de bajas o capturas no es un plan endeble, pues, si falla, sólo fracasa el propio plan”. Pero, en ese caso, el plan había funcionado.

Mientras conducía, Pedro recordó una operación que había dirigido unos tres años después de tomar posesión del cargo de Consejero de Seguridad de Montes Tarao. Durante su tiempo en el cargo, Pedro había tenido que dedicar la mayor parte de sus esfuerzos a prevenir y, en su caso, aplastar las rebeliones de colectivización de mineros. No obstante, aquella misión fue muy diferente. Los servicios de inteligencia de Ciudad indicaron a su oficina que un grupo ubicado en Pueblo Tarao se dedicaba secretamente a escribir la Historia de Hogar. Muy pocos ciudadanos sabían que eso era en realidad un delito. El propio Pedro lo descubrió el mismo día que se le encomendó localizar aquel grupo. Un mes después de iniciar la investigación, el operativo desplegado por Pedro atrapó al grupo. Aquel día Pedro solicitó al gobernador Negocio Quinto órdenes acerca de qué debía hacer con aquellos tipos. Tras preguntarle si debía encarcelarlos o eliminarlos, como de hecho ordenaba el propio gobernador tras cada operación contra deterministas sublevados, la respuesta del gobernador sorprendió enormemente a Pedro.

–        Si los encarcelamos o eliminamos – le dijo entonces el gobernador – entonces alimentaremos su leyenda y la historia que cuentan se volverá verídica ante el pueblo. En lugar de desmentir su historia, inundaremos Pueblo Tarao con varias decenas de rumores alternativos sobre historias alternativas. Para cada una de ellas, realizaremos una pequeña acción que la corrobore. Crearemos documentos que la justifiquen parcialmente, enterraremos en determinados lugares algunos restos de construcciones que indiquen de manera ambigua lo que narran, y formaremos grupos ficticios de ciudadanos que la defienden. Un rumor no se acalla respondiéndolo, sino ahogándolo en un mar de otros rumores contrapuestos. Cuando muchos cuentan historias contradictorias y extravagantes a la vez, la credibilidad de cada historia individual se desvanece, y los que las cuentan quedan como papanatas ignorantes. Dentro de un año nadie recordará ninguna de esas historias. Entonces la interpretación histórica oficial volverá a prevalecer, pues en épocas de confusión la gente quiere certezas y abraza las opiniones mayoritarias, que sólo pueden ser las que impulsan las instituciones.

Pedro recordaba aquella conversación con frecuencia.

Entonces se dio cuenta de que en unos minutos alcanzaría la entrada del pueblo.

5

Tras adentrarse en el pueblo,  el camión comenzó a abrirse paso entre un numeroso grupo de guerrilleros. Entonces uno de los soldados republicanos que yacían en la parte trasera del camión se levantó, quitó la lona que tapaba una metralleta y comenzó a disparar a discreción. Los demás soldados se dedicaron a cubrirle, sin salir del camión.

Tras un intenso tiroteo, se hizo el silencio. Cuando el humo se disipó, Pedro observó con satisfacción que los únicos que quedaban en pie eran sus soldados. Una veintena de sus hombres había acabado con cerca de cincuenta guerrilleros. Entre los suyos, sólo dos muertos y tres heridos. La entrada del pueblo era suya.

En lugar de adentrarse en el pueblo, el grupo salió del camión y tomó un sendero que se elevaba en el monte. Según los planos tomados por la aviación, ése era el camino que discurría a gran altura en paralelo a la carretera por la que habían llegado. A lo largo del sendero se ubicaban los puestos altos de vigilancia de los guerrilleros. Uno por uno, fueron asaltando todos ellos aprovechando su clara superioridad numérica. Cuando acabaron con el último vigía, realizaron una llamada por radio a la base.

Desde lo alto del último puesto de vigilancia observaron cómo los vehículos blindados comenzaban a recorrer la carretera en dirección al pueblo. Un numeroso grupo de infantería les acompañaba.

6

El pueblo ya era suyo. Sobre sus ropajes de guerrillero determinista, Pedro se puso su gorra de comandante republicano. Por cuarta vez, Pedro sofocaba una rebelión determinista. Ya en la plaza del pueblo, un oficial se acercó a Pedro seguido de un grupo de guerrilleros encadenados.

Pedro se adelantó a sus palabras.

–        En esta operación no se toman prisioneros.

Uno de los encadenados palideció. El oficial abrió mucho los ojos e hizo un amago de decir algo. Después se lo pensó de nuevo, y se llevó a los prisioneros a una calle contigua.

Mientras Pedro oía los disparos, se percató de que en la plaza había un templo pedrista. Las puertas estaban flanqueadas por dos estatuas muy elaboradas de Kakakulo y Pedopís. “¿Qué clase de abominable religión hace de estos ridículos personajes parte de sus símbolos sagrados?” se preguntó. Por primera vez en aquel intenso día, se sentía realmente exaltado. Frunció el ceño y se adentró en el templo.

Dentro Pedro encontró dos monjes pedristas acurrucados detrás de un banco. Éstos, al ver la gorra de soldado republicano, salieron de su escondite y gritaron.

–        ¡Ayuda! ¡Sálvenos, por Pedro! – dijo uno de los monjes mientras hacía el gesto de saludo ritual pedrista.

Dicho saludo consistía en señalarse con el dedo la rodilla derecha, que era donde absolutamente todos los habitantes de Hogar, sin distinción, tenían una cicatriz debida a una caída que Pedro Martínez sufrió desde una bicicleta a la edad de seis años. “La sagrada herida común” lo llamaban. Algunos pedristas devotos trataban de hacerse en la rodilla izquierda una herida que dejase una cicatriz similar. Un alto grado de similitud entre las dos cicatrices se consideraba un signo de haber sido bendecido por Gran Pedro. No obstante, muchos pedristas ortodoxos discrepaban de esta práctica, y de hecho los teólogos no se ponían de acuerdo sobre si resultaba más pedrista dejarse dicha rodilla izquierda como estaba, al ser este el estado original de Pedro Martínez, o bien si era más pedrista añadirse dicha cicatriz, por exaltar con ello un rasgo peculiar y distintivo de Pedro Martínez. Varias generaciones atrás, este detalle estuvo a uno de generar un cisma en el pedrismo.

–        ¡Los deterministas nos tenían presos! – exclamó el otro monje – ¡Robaron todas las pertenencias del templo! ¡Dijeron que promovíamos los privilegios de los patronos y repudiaron los dogmas del mérito y la culpa dentro de estas sagradas paredes!

–        ¡Que Gran Pedro os asista! ¡Gracias por liberarnos! – volvió a decir el primero.

Pedro sonrió. Apuntó a la cabeza de uno de ellos y disparó. Su cuerpo se desplomó al suelo como un saco. El otro pedrista mostró un gesto entre la sorpresa y el pánico, se dio la vuelta y comenzó a correr. Pedro hizo un segundo disparo. El hombre elevó las manos al cielo mientras caía de bruces contra el suelo.

“Bueno, después de todo va a ser un buen día” pensó Pedro.

Entonces salió del templo. Tras acostumbrar sus ojos a la luz diurna, vio a otro oficial que custodiaba otro grupo de prisioneros. Al ver a Pedro, el oficial le dirigió una mirada interrogante mientras desenfundaba su pistola. Pedro meditó durante unos segundos.

– Deja uno vivo – dijo como respuesta.

7

Pedro aceptó un vaso de coliol por pura cortesía. La plaza del pueblo era un hervidero de soldados en plena celebración.

–        Señor – dijo un soldado a Pedro -, hemos recibido una comunicación por radio de Ciudad. Valor Séptimo le felicita personalmente por haber devuelto el orden a las minas. Afirma que en unos días partirá de Pueblo Tarao un transporte con nuevos empleados de su compañía, que reanudarán la producción de inmediato.

Pedro esbozó una media sonrisa. Después dirigió una mirada a su tropa. Observó cómo bebían coliol entre risas. La moda actual consistía en mezclar coliol con un poco de yogur de pera.

–        Pero, ¿por qué demonios tienen que mezclarlo en una bolsa de plástico? ¡Pero si hay vasos! – dijo Pedro a un oficial.

–        Relájese por un día, Comandante – respondió el oficial, que ya estaba un poco chisposo.

Un soldado comenzó a repartir bolsas de pipas entre los presentes. Pedro se sentó en un banco y trató de sonreír. Mientras bebía un poco de coliol, pudo escuchar la conversación de un corro de soldados cercano. Hablaban de que el 13 se había puesto por delante del 8 en la liga. 13 y 8 eran las formas habituales de referirse al Real Fútbol Club 13 y al Real Fútbol Club 8. Todos los equipos de fútbol de la liga de Hogar se llamaban como el equipo favorito de Pedro Martínez en la Tierra, el Real Fútbol Club, al que se añadía un número para diferenciarlo de los demás. En cada partido, los dos equipos vestían la primera indumentaria del Real Fútbol Club. Si a esto añadimos que Pedro Martínez no era muy hábil con un balón en los pies, el resultado era que cada partido de fútbol se convertía en un espectáculo algo confuso y caótico, a ratos incluso bochornoso. El noventa y cinco por ciento de los jugadores de la liga se llamaban Zurunho.

Al cabo de unos minutos, las pipas comenzaron a hacer efecto en la tropa. Se oyeron los primeros eructos. De manera similar al sonido que produce una bolsa de palominas a medida que se va calentando, la frecuencia de los eructos fue incrementándose poco a poco, hasta que finalmente la celebración se convirtió en un coro de cientos de eructos sonando descompasados.

Un soldado que estaba de guardia, ajeno a la celebración, se le acercó corriendo.

–        Señor, el gobernador Mercado Octavo se dirige hacia aquí.

–        ¡Hombre! – respondió Pedro con una mueca – ¿A qué deberemos el honor de tener entre nosotros al gobernador de la provincia?

Mostró un gesto de claro disgusto y se incorporó. Esperó unos minutos y finalmente apareció el gobernador, rodeado por su guardia personal.

–        ¡Comandante! – dijo sonriendo mientras apretaba ostensiblemente la mano de Pedro – Una vez más usted hace un gran favor a la República y a la paz.

–        Es una sorpresa tenerle aquí, gobernador. Hace sólo un día éste no era un lugar seguro.

–        Bueno, haría cualquier cosa por estar con los hombres que preservan la justicia, nuestras costumbres y nuestro modo de vida.

Comenzaron a caminar para alejarse de la celebración.

–        Comandante, debemos hablar de cierta cuestión – continuó el gobernador mientras mostraba un gesto más serio –. Hay otros asuntos menos felices que me han traído aquí.

–        Dígame.

–        Usted está aquí, perdido en el monte como si dijéramos – sonrió levemente –, lejos de los círculos políticos. Las cosas en Ciudad están cambiando. Ya no son como cuando usted llegó aquí, hace diez años.

Se detuvo para observar la silueta del monte bajo el cielo estrellado. El monte era rojizo, sin un sólo árbol, sin una sola brizna de hierba. No obstante tenía cierta belleza.

–        Las alianzas en el Parlamento están cambiando. Hace diez años, los deterministas pactaban con los pedristas frecuentemente. En algunos momentos, las posiciones de ambos partidos parecían mostrar la existencia de un cierto pacto anti-comercial que nunca conseguimos demostrar. Eso hizo que las relaciones de nuestro partido con los pedristas se volvieran tirantes. No obstante, ahora la situación es diferente – El gobernador elevó la mirada para dirigirla al cielo -. Primer Mercante ha iniciado unas fructíferas negociaciones con el hermano 27351. Como resultado, la iglesia pedrista ha condenado las rebeliones deterministas en algunas provincias. La más grave de todas ellas, como usted sabe, es la que sufrimos aquí, en Montes Tarao.

Mercado Octavo volvió a bajar el rostro y dirigió la mirada hacia Pedro.

–        Por otro lado – continuó -, el obispado de Pueblo Tarao no deja de emitirnos ciertos comunicados de naturaleza inquietante. En ellos insisten en que su ejército elimina a los monjes pedristas siempre que libera un pueblo tomado por los deterministas. El obispado amenaza con trasmitir sus quejas a Ciudad, donde dicha noticia podría ser un grave obstáculo en nuestras nuevas relaciones con el Partido Pedrista.

–        No sé de qué me habla – respondió Pedro.

–        Mire – dijo Mercado elevando sensiblemente su tono de voz -, sé que usted tiene importantes valedores dentro del partido, a los que ha hecho grandes favores. No obstante, incluso esos favores pueden volverse insuficientes si llegase la noticia de que, con su absurda actitud, usted puede impedir un pacto político al más alto nivel.

Miró a Pedro con dureza. Continuó.

–        Ya resulta bastante complicado asumir sus excentricidades. Hace tiempo, por el bien común, usted aceptó mantener su ridículo e innecesario nombre en secreto y relacionarse de acuerdo ese acrónimo que escogió, mucho más aséptico. A pesar de que hoy en día todos se dirijan a usted por su rango y no por su supuesto nombre, dicha decisión resultó muy adecuada durante sus comienzos para evitar conflictos innecesarios. Una vez más, le pido que tenga en cuenta el bien común.

Señaló a Pedro con gesto desafiante, y añadió:

–        Espero no tener que comunicar a la sede del partido lo que está ocurriendo aquí. No obstante, lo haré si un solo templo pedrista más es atacado. ¿Me ha entendido?

Pedro tragó saliva. Después, asintió con la cabeza.

–        Estupendo – añadió Mercado mientras su gesto perdía la dureza anterior -. En otro orden de cosas, dentro de una semana haremos una recepción oficial para su tropa en Pueblo Tarao. Asistirán Primer Mercante y Valor Séptimo a la ceremonia, y otros altos cargos del partido.

Puso la mano en el hombro de Pedro. Con una gran sonrisa, añadió:

–        No me extrañaría que recibiera una medalla.

8

–        Sabes que vas a morir – dijo Pedro al prisionero.

El prisionero comenzó a temblar. Apretó los dientes y bajó la cabeza. No respondió.

–        Sin embargo, se puede morir de muchas maneras diferentes.

El prisionero, con los ojos llorosos, le dirigió una mirada de extrañeza.

–        ¿Te gustaría morir como un héroe? – preguntó Pedro.

9

El palacio de gobernación en Pueblo Tarao estaba repleto de personajes importantes. Varios camareros repartían canapés hechos a base de complejas mezclas de pipas, chopped y yogur, así como vasos de coliol. Los soldados charlaban animadamente con las autoridades. Tras unos minutos, un hombre pidió silencio.

–        Estimados caballeros, a continuación el Gobernador de Montes Tarao, el señor Mercado Octavo, otorgará al Consejero Comandante Andro Primero la medalla al valor.

En medio de una gran ovación, Pedro subió al estrado, donde le esperaba Mercado con los brazos abiertos para darle un abrazo. Los cámaras de televisión se acercaron para cubrir mejor la escena.

Pedro dio un largo abrazo a Mercado. Entonces Mercado sacó una medalla de una cajita.

–        Es un placer para mí, en nombre de la provincia de Montes Tarao y de la República del Hogar, otorgarle esta medalla al valor.

Mercado clavó la medalla en el pecho de Pedro. Pedro hizo un leve gesto de dolor, pues la aguja del enganche le rozó el pecho. Varios espectadores sonrieron divertidos ante el detalle.

–        Gobernador, si los deterministas no acabaron con él, no será usted el que lo haga ahora – gritó un oficial mientras sonreía.

Se oyeron algunas risas. El gobernador sonrió.

–        Muy fuerte tendría que apretar para ello, oficial – respondió.

Se oyeron más risas. Pedro sonrió levemente. Dirigió la mirada a su medalla. Se la acercó a la cara con la mano.

En ese momento, un camarero se acercó al estrado y, ante el estupor de todos, sacó una pistola. Apuntó al gobernador e hizo varios disparos a bocajarro. El gobernador cayó al suelo mientras de su pecho salía la sangre a borbotones.

Ante la confusión general, el camarero se dio la vuelta y comenzó a correr.

Pedro sacó de su funda la pistola reglamentaria y disparó dos veces a la espalda del camarero. Éste cayó fulminado.

10

Mientras los soldados de Pedro peinaban el palacio en busca de nuevos infiltrados y afuera las televisiones comunicaban la trágica noticia, en la sala de gobernación se reunía el gabinete de crisis.

Primer Mercante comentaba la gravedad de la situación. El asesinato del gobernador daría una imagen de debilidad que podría alentar a los deterministas, no sólo en Montes Tarao sino en toda la República.

Entonces intervino Valor Séptimo. Argumentó que, ante tal situación, hacía falta nombrar un nuevo gobernador que pudiera gobernar la provincia con mano de hierro, alguien que actuara sin dudarlo.

Tras varios minutos de discusión, decidieron nombrar a Pedro nuevo gobernador de la provincia de Montes Tarao.

11

Una semana después de su nombramiento, Pedro seguía planificando desde su despacho sus futuras acciones como gobernador de Montes Tarao. Tenía que tomar importantes decisiones.

“Las costumbres heredadas de una supuesta vida anterior, que en realidad nunca hemos vivido, siguen configurando nuestro mundo” escribía en su diario. “Nuestras preferencias proceden de las que tuvo un adolescente hace mucho tiempo en un lugar muy lejano. Estos gustos, compartidos por todos, son los que sirven como canal de introducción al podrido mundo pedrista, el cual, lejos de rechazarlos, los exalta como símbolo de perfección”.

Se paró un momento para escuchar una canción que cantaban sus soldados, afuera en la calle. Hablaba de los riscos y los valles de Montes Tarao. Era una oda a la tierra en la que vivían.

“El determinismo y el comercialismo” continuó “nunca conseguirán apartar de la sociedad esos falsos deseos. Conviven con ellos sin ningún pudor, y no ayudan a crear nuevos usos y costumbres que sustituyan a los anteriores. Ambas doctrinas discrepan en la manera en que deben repartirse aquellas cosas que deseamos, pero no acerca de qué debemos desear. Por tanto, estas ideologías se muestran insuficientes para eliminar de nuestra sociedad el fantasma del pedrismo en auge. El pedrismo aprovecha vilmente el hecho de que esas costumbres, aunque siendo un falso recuerdo, son de hecho la marca de identidad de todos los habitantes de Hogar”.

Volvió a detenerse en su escritura para escuchar la canción de sus soldados con más detalle.

Pensó que algo le extrañaba en esa canción.

No había ninguna referencia a Kakakulo, ni a Fideuá, ni a Anikilator, ni a Rocío. Esa canción, surgida del sentir y la sabiduría popular, exaltaba la extraña belleza de la tierra en Montes Tarao. Mostraba un cierto arraigo al lugar.

Pedro sonrió.

Cogió otro papel del escritorio. En él dibujo un gran rectángulo. Dentro del rectángulo, dibujó una forma sinuosa, que parecía la silueta de unos montes.

“Es muy bella” pensó.

12

El salón de celebraciones del palacio de gobernación estaba a rebosar. Los personajes que lo ocupaban eran lo que podían considerarse las fuerzas vivas de Montes Tarao. Políticos, empresarios, artistas, y otros personajes indefinidos pululaban por la sala tomando canapés y charlando animadamente en corrillos sobre el tiempo que haría mañana. A medida que el coliol se iba consumiendo, los gestos se hacían más elocuentes, las risas más estridentes, y las palmadas en la espalda más dolorosas. Pedro sonreía como gran anfitrión mientras intercambiaba impresiones con un grupo numeroso. Mientras hablaba, los demás escuchaban con gran atención.

–        Verán… – dijo mientras sostenía su copa – La República ha enviado unos hombres a realizar una excavación en nuestros montes. No buscan nuevos recursos, sino nuestro pasado. Según parece, están interesados en conocer la historia de Montes Tarao. Parece tener ciertas… singularidades.

–        ¿Singularidades, gobernador? – preguntó un artista.

–        Bueno, creo que no debería contarles más detalles.

–        ¡Cuente, gobernador! – suplicó un político.

–        No sé yo… – respondió Pedro dubitativo.

Los demás se unieron a la insistencia.

–        Está bien… – aceptó Pedro. Bajó levemente el tono de su voz y continuó – Resulta que, según parece, los alienígenas que poblaban originariamente Hogar construyeron la cúpula en la que Uno vino al mundo aquí mismo, en algún punto de Montes Tarao, y no en Ciudad como se ha creído siempre.

El grupo guardó silencio. Todos escuchaban a Pedro con gran atención.

–        Según parece, Uno generó a sus primeros descendientes aquí mismo. Mucho después, algunos individuos decidieron llevarse algunas máquinas generadoras al punto donde hoy se ubica Ciudad y prosperaron. Se trataba de un territorio más llano donde las comunicaciones eran más fáciles y las construcciones menos costosas. Esos pobladores crecieron en número, pero sus recursos minerales escasearon, y comenzaron a presionar a los habitantes de Montes Tarao para obtener los frutos de sus entrañas. Éstos rechazaron la extorsión, y finalmente hubo una guerra. Al final de ella, los hombres de Ciudad ocuparon Montes Tarao y destruyeron todas las máquinas generadoras ubicadas en nuestro territorio. De esta forma, obtuvieron el monopolio total sobre la producción de alimentos. Fue el fin de la independencia de Montes Tarao, y el comienzo de la República.

–        Muy típico de la República – dijo un empresario sin ocultar cierto tono de reproche –. Pagamos sus impuestos, pero los ferrocarriles que construyen aquí son posiblemente los peores de Hogar. Gobernador, no hacen más que chuparnos la sangre. Tenemos la mayor renta per cápita de Hogar, pero nuestras infraestructuras son las peores.

–        Qué razón tiene, amigo. Pero en ese tema tengo las manos atadas – admitió Pedro mientras miraba al cielo y se encogía de hombros. Después bajó la cabeza y dirigió una mirada de complicidad a los presentes –. El caso es que, según parece, antes de que se impusieran los habitantes de Ciudad, ambos grupos primigenios habían evolucionado de manera aislada y desarrollaron culturas diferentes. Sin embargo, cuando los habitantes de Ciudad ganaron la guerra, eliminaron cualquier vestigio de la antigua cultura de Montes Tarao.

Alguno de los presentes mostró un claro gesto de descontento.

–        Aunque yo creo – continuó Pedro bajando más la voz – que esa cultura no ha desaparecido por completo. Durante mi etapa militar tuve la oportunidad de recorrer todos los rincones de Montes Tarao. En esos días conocí algunos pueblos de alta montaña donde los pobladores tenían un acento peculiar. Alargaban las aes más de lo normal y minimizaban el sonido de las des y las efes. También usaban ciertas palabras que me resultaron extrañas – Pedro paró su discurso voluntariamente durante unos segundos, y acto seguido continuó -. No obstante, dichas características se estaban perdiendo. Los lugareños nos contaron que los jóvenes que repoblaban sus localidades llegaban a ellas tras muchos años de estudios de reeducación en Ciudad. Y, a partir de cierta edad, resulta muy complicado aprender el acento local.

–        Vaya, es una pena que se pierda esa riqueza cultural – dijo un artista.

–        Son nuestras raíces – dijo un político.

–        Desgraciadamente – continuó Pedro –, la República cuenta con el monopolio para crear nuevos habitantes en sus máquinas, así como para educarlos posteriormente de acuerdo a su particular visión de la historia.

Pedro bebió un poco de coliol. Otros le siguieron.

–        No obstante – continuó -, puedo anunciarles que todos nosotros, todos los monteños, acabamos de obtener una victoria parcial. Dada nuestra particular necesidad de técnicos e ingenieros, muy superior a la de otros territorios debido a nuestro gran desarrollo industrial, solicité a la República la creación de una escuela de reeducación aquí mismo, en Pueblo Tarao. Tras mi insistencia, los burócratas de Ciudad aceptaron que la superior presencia de industrias y maquinaria pesada en nuestro territorio permitiría mejorar la calidad formativa de la nueva generación de especialistas. Ayer mismo aceptaron mi solicitud.

–        Gobernador, ésa es una gran noticia – intervino un empresario.

–        Así es – respondió Pedro con orgullo –. Algunos de los nuevos habitantes de Hogar vendrán aquí inmediatamente después de su nacimiento para recibir los cursos de reeducación. Además, dado que en nuestro territorio se encuentra un gran número de profesionales con experiencia, hemos recibido cierta autonomía en la elaboración de los planes educativos.

–        Ese centro podría ser una gran herramienta para que los recién llegados no olviden el pasado de la tierra que ocupan. Para que conozcan la historia de Montes Tarao, e incluso su dialecto – dijo un artista.

–        Y, sin duda, así se hará – respondió exultante el Gobernador.

Amagó un brindis hacia los presentes, los cuales le devolvieron el gesto.

–        Ahora, si me disculpan, tengo más invitados que atender – dijo mientras mostraba una gran sonrisa – Pero, eso sí, les pediría que no divulgasen lo de la excavación… ya saben… los resultados todavía no son oficiales…

–        Por supuesto, gobernador – respondió uno.

Los demás asintieron con la cabeza.

Pedro se alejó de ese grupo y se acercó a otro.

–        Una gran fiesta, gobernador – dijo uno de sus integrantes.

–        Me alegro de que les satisfaga – respondió Pedro con una gran sonrisa.

–        Charlábamos sobre las perspectivas del aumento de la producción de cobre durante los próximos meses – dijo un empresario.

–        Tras el restablecimiento de la paz, algunas empresas han iniciado nuevas prospecciones en nuestros montes – dijo otro.

–        Aunque no son ésas las únicas excavaciones que se están realizando en nuestro territorio – respondió Pedro.

–        ¿A qué se refiere? – preguntó un político, intrigado.

–        Verán…

13

Dos mineros compartían su hora del bocadillo en algún punto de Montes Tarao.

–        Oye, ¿sabes lo que me han contado? – dijo uno.

–        Cuenta… – respondió el otro.

–        Resulta que investigadores de la República han descubierto que nuestro origen en Hogar está aquí, en Montes Tarao, y no en Ciudad.

–        ¿Cómo es eso? – preguntó el otro, sorprendido.

–        Resulta que, cuando todavía todos vivían aquí, unos pocos se fueron al sitio donde hoy está Ciudad. Muchos años después, cuando eran más numerosos, volvieron y exterminaron a los monteños para robar sus recursos. Desde entonces, los burócratas de Ciudad guardan el secreto y llevan a cabo un plan oculto para evitar la prosperidad de Montes Tarao.

–        ¡No había oído una sola palabra de todo esto!

–        De hecho, hace poco el gobierno de Ciudad emitió un comunicado desmintiéndolo todo.

El otro frunció el ceño. Después miró a su compañero con un gesto entre la resignación y la complicidad, y dio un mordisco a su bocadillo de chopped.

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Pedrícese el mundo: Capítulo II

CAPÍTULO II

1

Mientras Pedro se afeitaba, escuchaba un acalorado debate en el televisor. Ante una mesa, seis individuos y un moderador, todos ellos de aspecto serio y vestidos con traje y corbata, analizaban en detalle el personaje de Pedopís. El debate trataba de averiguar si su papel de segundón le relegaba a una posición discriminatoria ante Kakakulo.

Pedro dirigió una mirada de desprecio al televisor, y continuó afeitándose. Sin duda, Pedro tenía un aspecto poco común. Posiblemente era el único habitante de Hogar con una barba que le cubría todo el mentón salvo la barbilla, al estilo decimonónico. “Decimonónico de otro planeta. De un planeta que no es éste” reflexionaba sonriente, mientras se sentía orgulloso de su diferencia.

Hoy Pedro cumplía diez años en Hogar. Diez años desde su nacimiento en una estructura metálica, y veintisiete años y pico de estado fisiológico. Hoy no tendría que ir al ministerio. No tendría que hacer fotocopias, ni preparar canapés de chopped con yogur. No tendría que cargar cajas. Hoy Pedro se hacía mayor de edad. Como consecuencia, hoy recibiría el derecho de entrar en el Parlamento y de escuchar, por primera vez, sus deliberaciones y decisiones. Y, como era habitual, el Parlamento ofrecería una recepción para todos los nuevos ciudadanos que cumplían diez años aquel día.

Dirigió la afeitadora a su rapada cabeza. Mientras se repasaba, recordó que en un principio se sintió inclinado a no ir. Después pensó que su presencia molestaría a muchos, y decidió que iría.

Una vez rapado al cero, cogió la sábana de la cama y se la enrolló alrededor del cuerpo. Hacía tiempo que había conseguido borrar la ilustración de Anikilator con una navaja. Desde entonces, era su prenda favorita para salir.

Apagó el televisor y bajó a la calle. Como era habitual, sus vecinos le dedicaron miradas de extrañeza y desaprobación. Cuando salía por las mañanas para ir al trabajo, los susurros del tipo de “vaya pintas”, “qué tipo más raro” o “ése es el loco” eran los que le mantenían feliz. “Cada vez encajo menos en este mundo de imbéciles” sentía exultante. Eso le daba energías para el resto del día.

Se dirigió hacia el Parlamento. Al llegar a la entrada se unió a la cola de nuevos ciudadanos con gesto desafiante. La mayoría de los presentes vestía el traje adecuado para la ocasión, con la tradicional corbata de Kakakulo. A cierta distancia, varios pedristas observaban a Pedro mientras murmuraban, y alguno de ellos le señalaban con el dedo. “Míralos” pensó Pedro. “A su edad, vistiendo como adolescentes. Todos con las mismas greñas, la misma camiseta y los mismos vaqueros… exactamente como Dios les trajo al mundo”. Pedró pensó que el gran dogma pedrista, la pedricidad, era una palabra que resumía todo el patetismo de ese patético mundo. Y lo peor, pensó, es que los pedristas eran cada vez más numerosos. “Hay que hacer algo” pensó mientras apretaba el puño.

Se abrió la puerta del parlamento y un hombre uniformado les invitó a entrar. Pasaron a una gran sala con el techo muy alto y se formó una nueva cola. Al final de ella se realizaba una especie de ceremonia a cada nuevo ciudadano.

Cuando llegó el turno a Pedro, un funcionario con un traje azul se dirigió a él.

–        Antes de entrar y recibir el grado de ciudadano, debe realizar la promesa o juramento de guardar el secreto de las deliberaciones del parlamento y sus decisiones ante los no ciudadanos. Puede realizar su promesa sobre la Constitución de la República del Hogar – le ofreció a Pedro una copia. Era un tomo voluminoso –. También puede jurar sobre la religión que desee. Aquí tiene una Biblia.

Pedro tomó la Biblia con curiosidad. En su familia nunca habían sido muy religiosos. Se dio cuenta de que no había visto una Biblia desde que llegara a Hogar. Bueno, en realidad eso significaba que en realidad nunca había visto una. Sabía que había una pequeña minoría de habitantes de Hogar que eran católicos. “¿Cómo podrán obedecer las órdenes del papa de Roma desde aquí?” se preguntaba.

Lo primero que extrañó a Pedro fue el grosor de la Biblia. Parecía tener unas quince o veinte páginas como mucho. La abrió y la hojeó. Escogió una página al azar y leyó. El texto relataba la escena en que Jesús se acercó a una fila de esclavos encadenados y dio de beber a uno de ellos. Según relataba el texto, ese esclavo llegaría a ser un gran conductor de cuádrigas en competiciones. Pedro recordó que vio una película que describía esa misma escena, y asintió con la cabeza.

Después pasó a otra página al azar. Describía cómo Jesús se encontraba en una barca con sus diecisiete apóstoles. Les dijo que tiraran las redes. Al recogerlas, estaban repletas de panes y peces. Jesús cogió la red, y andando sobre las aguas se dirigió a la orilla y les ofreció el contenido a los presentes.

Antes de devolver la Biblia al funcionario, Pedro echó un rápido vistazo a la primera página. Indicaba que el que modificara una sola letra del texto ardería en el infierno.

–        Está tal y como fue escrita por Seis y Trece, hace más de dos mil años, de acuerdo a todos sus recuerdos – dijo el hombre al tomarla -. Fue un gran trabajo, no podrá encontrar una sola imprecisión.

Pedro asintió. El hombre añadió:

–        Puede escoger cualquier otra religión, si lo desea.

Pedro observó otros libros en una estantería. Pidió el Corán. Al cogerlo, observó que consistía únicamente en la portada. Otros títulos disponibles, formados únicamente por una portada, eran “El libro de Buda” y “El libro de los Zulús”.

–        Por supuesto, también puede utilizar el Libro Sagrado de Pedro – indicó el hombre, ofreciéndolo.

Enfurecido, Pedro lo agarró con un ademán y lo lanzó lejos con todas sus fuerzas. Varios pedristas presentes en la sala miraron con odio a Pedro, y le increparon iracundos.

–        ¡Sacrílego! ¡Morirás por esto! – gritó uno de ellos, colérico.

Pedro reía con gran regocijo.

Con cierta inquietud, el funcionario del traje azul volvió a dirigirse a Pedro.

–        Tiene que prometer o jurar la fórmula de acuerdo al libro que desee. Debe hacerlo ya – dijo, señalando a la cola que había detrás de Pedro.

Una voz burlona sonó desde atrás en la fila.

–        Déjele pasar sin más, ese chiflado no habla con nadie. ¿Cómo podría contarle a alguien algo de lo que vea aquí?

Pedro cogió un libro cualquiera de la estantería y habló.

–        Juro no revelar a los no ciudadanos lo que ocurra en esta sala, y lo juro ante… – Pedro miró el libro que había cogido, que también consistía únicamente en su portada – …el Libro del Elefante con Cuatro Brazos.

El hombre uniformado le respondió con cierto disgusto.

–        Bienvenido a la ciudadanía del Hogar. Puede pasar – dijo mientras agarraba a Pedro del brazo y le empujaba hacia delante para que desalojara la fila.

2

Pedro entró en una sala mucho mayor. Se trataba de la sala del Parlamento. Tomó asiento en la fila asignada a los nuevos ciudadanos. La fila se fue llenando. Al cabo de unos minutos entraron los congresistas y fueron ocupando sus escaños, más abajo.

Pedro observó que los escaños de una determinada zona estaban siendo ocupados por individuos que compartían las mismas greñas, y vestían la misma camiseta y los mismos vaqueros. “¿Cómo? ¿Esos majaderos tienen un partido aquí?” pensó Pedro mientras apretaba los dientes. “Además, no son pocos…” observó. Le hervía la sangre.

El presidente del parlamento habló.

–        A petición del Partido del Comercio, hoy se debate la posible reforma de la Ley de Recibimiento. Toma la palabra el congresista Primer Mercante.

El citado Primer Mercante comenzó a hablar desde el estrado.

–        Nos dirigimos a esta cámara para plantear ciertos cambios a la ley citada por el señor presidente. Consideramos que el filtro del primer día debe endurecerse.

Algunos congresistas protestaron ante semejante afirmación. Pedro se preguntó de qué estaban hablando. Primer Mercante continuó.

–        Los datos indican que el número de suicidios durante los cinco primeros años en Hogar es excesivo. Nuestra sociedad no puede permitirse costear la reeducación de tantos individuos que no llegan a la edad adulta. Por lo tanto, la prueba del primer día debe endurecerse. De esta forma, sólo los individuos con la suficiente fortaleza psicológica no saltarán y sobrevivirán. En condiciones normales, las experiencias de un solo día modificarían poco esa fortaleza, pero el primer día en Hogar es sorprendente y está lleno de impactantes emociones. Debemos seleccionar a los que han recibido los estímulos adecuados. Debemos seleccionar a los fuertes. Los demás deben saltar.

–        ¡Eso es impío! ¡El miedo es inherente a Pedro! – protestó un hombre procedente del sector pedrista.

–        ¡Silencio! – interrumpió el presidente. Esperó unos segundos –. Continúe.

–        Consideramos que la foto en el espejo del dormitorio no supone un filtro suficiente – continuó Primer Mercante -. Tampoco basta con asignar habitaciones individuales. Proponemos cambiar la sábana de Anikilator puesta en la cama por una foto del propio Pedro.

Pedro escuchaba con gran sorpresa. Otros nuevos ciudadanos sentados en su misma fila se revolvían en sus asientos con inquietud. Más abajo, los congresistas pedristas murmuraban y protestaban. Primer Mercante pareció ignorarles y siguió hablando.

–        En otro orden de cosas, pensamos que el número de recién nacidos que se inclinan el primer día por el barrio industrial y la educación tecnológica es insuficiente y no va acorde al desarrollo productivo que está experimentado nuestra sociedad en los últimos años. La escasez de mano de obra cualificada ha disparado el sueldo de los especialistas, lo que ha reducido peligrosamente los beneficios empresariales. Esto pone en peligro su actividad y la innovación que proveen a nuestra sociedad. Por lo tanto, desde el grupo comercialista proponemos reducir el aspecto tecnológico de la proyección de recibimiento. En concreto, proponemos reducir la calidad de la imagen y añadir más ruido de fondo al sonido de la proyección. También proponemos cambiar la sala por otra más estrecha y alargada. De esta forma, la sensación de falta de medios se acrecentará entre los individuos sentados en las últimas filas, y aumentarán las vocaciones tecnológicas. Otra posibilidad consistiría en sustituir la proyección de cine por una emisión de radio. Sin embargo, nuestro grupo no lo considera aconsejable, pues si reducimos el aspecto tecnológico en exceso, correremos el riesgo de no suscitar en los espectadores la sensación de que la tecnología que dejaron en su mundo está al alcance de la mano. Es decir, perderíamos la sensación de oportunidad.

Pedro reconocía que no salía de su asombro. Lo mismo sucedía a sus compañeros de fila.

–        Así mismo, creemos que el número de individuos que se inclina el primer día por el barrio gubernamental y la educación política es excesivo – continuó. Ante dicha afirmación, los murmullos de protesta de los demás congresistas desaparecieron -. Por tanto, proponemos reducir a la mitad el número de columnas de la sala de proyección. Como ya saben sus señorías, varios estudios indican que el número de fallos estructurales en la maquinaria e instalaciones puestas al servicio de los recién llegados es muy alto. Según esos mismos estudios, hay una probabilidad estadística no despreciable de que más de una molestia se cebe en el mismo individuo durante sus primeros días en Hogar, los cuales son cruciales desde el punto de vista emocional. Dicha circunstancia podría producir, y cito textualmente,  “individuos antisociales, calculadores y peligrosos”. La correlación entre los individuos que sufrieron al menos dos pequeñas molestias el primer día y la delincuencia es asombrosa.

Pedro se acomodó en la butaca. Poco a poco, fue esbozando una gran sonrisa. Se sentía feliz. De hecho, sentía la mayor felicidad que había sentido desde que llegó a Hogar. La mayor felicidad de su vida. “Soy diferente. Estoy fuera de los cálculos de los imbéciles. Estoy fuera de su esquema del patetismo… Soy realmente único…”. Ante los elocuentes gestos de regocijo y grandeza, varios compañeros de fila le dirigieron una mirada de extrañeza.

–        Dejadle, es el loco – susurró uno.

Pedro lo oyó. El comentario le encantó. “Es maravilloso oír eso de los labios de un cretino. ¡Qué gran cumplido!”.

3

–        Por los motivos expuestos, propongo dichas modificaciones en la Ley del Recibimiento – terminó Primer Mercante. Bajó del estrado y regresó a su escaño.

El presidente de la sala habló.

–        El Partido Pedrista ha solicitado la palabra. Hermano 27351, puede subir al estrado.

Pedro observó al individuo que se dirigía hacia los micrófonos. “Creo que ya tengo un objetivo en la vida. Acabar con la homogeneidad patética. Acabar con los imbéciles” pensó Pedro. “Y comenzar por ellos”. Pedro dirigió la mirada al Partido Pedrista. Repasó lentamente a todos sus individuos, estudiando lo iguales que eran y lo despreciables que le parecían.

–        Pedrícese el mundo y todas las cosas creadas por su estructura – murmuró Hermano 27351 de manera mecánica con la cabeza baja y los ojos cerrados. Después elevó la mirada y se dirigió a todos los presentes –. El Partido Pedrista quiere indicar que podría considerar aceptable la propuesta del Partido del Comercio si se aceptasen ciertas enmiendas. Éstas conciernen al contenido del propio video de la proyección de recibimiento.

Varios miembros del sector del Partido del Comercio parecieron sorprendidos por el anuncio.

–        El partido pedrista – continuó el hermano – considera primordial que los recién nacidos comprendan lo antes posible la divinidad de Pedro Martínez. Gran Pedro nos muestra esta realidad de múltiples formas. El único habitante de Hogar es Pedro Martínez. A excepción de los seres unicelulares que lo sirven o son parte de él, no existen otros seres vivos en Hogar. Dado que Pedro Martínez es el único ser e ingrediente del mundo y de la creación, cada Pedro Martínez recién nacido es de hecho divino y perfecto. Solo manteniendo sus matices, sus gustos, su aspecto y sus acciones originales conseguiremos algún día alcanzar el Reino de Pedro. Por todo ello, deseamos introducir la Gran Verdad pedrista en el video.

Se oyeron algunos gritos de protesta.

–        Consecuentemente, – continuó – la proyección explicaría que la Tierra nunca ha existido, y que ninguno de los recuerdos anteriores al momento del nacimiento en Hogar es real. Dichos recuerdos son, en realidad, una prueba del Maligno, de Antipedro en persona. Estos falsos recuerdos nos muestran el horrible mundo que podríamos obtener si olvidásemos nuestra naturaleza pedrista. Un mundo lleno de frustraciones y desdichas. La Gran Verdad nos enseña que, antes del mismo nacimiento, una larga visión de diecisiete años nos muestra el mal camino, el camino de la infelicidad, el camino de la falsa pluralidad, un camino que podemos evitar o no, de acuerdo a nuestro libre albedrío – Hermano 27351 dirigió una mirada desafiante hacia un sector determinado del hemiciclo. Los aludidos protestaron enérgicamente. Pedro observó que los congresistas de dicho sector todavía no habían intervenido en la sesión. El hermano continuó –. De esta forma, los recién nacidos comprenderán que la verdadera pluralidad divina reside en los infinitos matices de Pedro. No olvidemos que otras religiones, soñadas en la propia visión de 17 años de longitud, muestran el papel de Pedro como el portador de las llaves del cielo. Pedro, con su libre decisión, puede escoger entre ascender a los cielos a través de la pedricidad, o desaparecer para siempre en el infierno…

El presidente de la sala mostró gestos de impaciencia.

–        ¡Hermano, no está usted en el Gran Templo! – gritó un congresista con voz burlona.

El hermano le dirigió una mirada reprobatoria. Murmuró algunas palabras fuera de micrófono mientras alzaba las manos al cielo y cerraba los ojos. Después, ya hacia el micrófono, continuó.

–        Ésta es mi propuesta. Que Pedro les ilumine para acatarla y aceptarla.

Mientras el hermano regresaba a su escaño, el presidente intervino.

–        Pide la palabra el Partido Determinista. Puede subir al estrado Eslabón Tercero.

El aludido subió al estrado.

–        Antes de intervenir, me gustaría resaltar las sorpresas que ofrece la Gran Verdad pedrista. Resulta que hace… – miró unas anotaciones – …setenta y seis años ustedes también solicitaron introducir la Gran Verdad en la proyección de recibimiento. En esa ocasión, solicitaron, y cito literalmente, “introducir la verdad sobre nuestra llegada a Hogar, mediante la cual el supuesto mensaje alienígena que recibió Gómez en la Tierra fue enviado en realidad por uno de nuestros habitantes en el futuro, el cual regresará al pasado, a los tiempos anteriores a Uno, utilizando una máquina del tiempo para poder en dicho tiempo transmitir dicho mensaje. Dado que dicho ciudadano descenderá en última instancia de Uno, se mostrará que nuestra sociedad de Hogar es en realidad el origen de sí misma, lo cual muestra la perfección de su elemento básico, Pedro. Un ser que es el origen de su mismo es, por definición, la Divinidad. Por lo tanto, el misterio de la pedricidad quedará completamente comprendido” – entonces Eslabón se aclaró la garganta y recorrió con la mirada el sector pedrista -.  ¿En qué quedamos?

El mismísimo Hermano 27351 se levantó de su escaño para intervenir.

–        ¡Esa propuesta se hizo antes del septuagésimo primer concilio pedrista, cuando el grupo de sabios Martínez reanalizó el dogma! – gritó colérico.

–        Por cierto, – continuó Eslabón Tercero – le recuerdo que en dicha ocasión nuestro grupo estuvo dispuesto a aceptar su propuesta. Nos parecía que podía ilustrar con claridad el determinismo de nuestro comportamiento. Si nuestra existencia se debe a algo que sucederá en el futuro, entonces estamos condenados a realizar exactamente las acciones que nos conducirán a hacerlo, pues si no lo hiciéramos, no existiríamos, y de hecho existimos. La idea de su grupo fue, por tanto, muy bien recibida en nuestro partido. Sin embargo, ustedes mismos retiraron su propia propuesta, no sé por qué influencias – dirigió la mirada al sector del Partido del Comercio -. En su citado septuagésimo primer concilio, introdujeron el libre albedrío como dogma, lo cual era incompatible con dicha propuesta y nuestra posición. Con el libre albedrío surge la responsabilidad, el mérito y la culpa, el premio y el castigo, y la justificación de la diferencia en función de las acciones anteriores, entre ellas la riqueza y la pobreza – volvió a mirar a los comercialistas. Después, se dirigió de nuevo a los pedristas –. ¡Sin embargo, el determinismo de nuestro comportamiento es un hecho! Al nacer de una máquina copiadora, todos nos comportamos exactamente igual hasta que hay alguna diferencia en el entorno. ¡Nuestra misma República se aprovecha de ello en la sala de proyección de bienvenida poniendo, por ejemplo, columnas delante de algunos de nosotros para que diverjamos y nos especialicemos! Nuestras diferencias proceden solo del entorno y, por tanto, no existe verdadero libre albedrío, solo su sensación. No existen el mérito o la culpa, ni por tanto motivo para la existencia de ricos y pobres. Señores pedristas, cuando aceptaron el libre albedrío, justificaron las diferencias entre iguales, entre cada Pedro Martínez de este mundo. Así, en cierto sentido, abandonaron el pedrismo.

–        ¡Sólo reconocimos la existencia innegable del Bien y el Mal! – se levantó de nuevo el hermano – ¡Reconocimos la responsabilidad en nuestros actos! ¡Despertamos a la inactividad y la apatía! ¡A la resignación!

–        ¡Señores! – intervino el presidente – ¡No interrumpan al ponente! Y usted, señor Eslabón, vaya al grano y abandone su lección partidista de la Historia.

–        Sólo quiero decir que la propuesta del Partido Pedrista nos resulta inviable. Si tanto les molesta la superioridad alienígena, que deslegitimaría la supuesta divinidad de Pedro, entonces podrán aceptar la siguiente propuesta, que es la de mi partido. Consiste en narrar que los alienígenas multiplicaron la población de Pedros Martínez para poder extraer información de la civilización humana con mayor rapidez. Sin embargo, nuestros antepasados decidieron escapar a su cautiverio y planificaron una rebelión. Se inició una gran guerra, que finalizó con la aniquilación de la especie alienígena y la supremacía total de los Pedros, aparentemente más débiles. Además, sería igualmente adecuado modificar el tiempo desde la llegada de Uno de los 2119 años a los 519 años. De esta forma, nuestra civilización habría alcanzado el nivel tecnológico actual con una gran rapidez. Exaltaríamos, de esta forma, todo lo que puede conseguir Pedro si lucha unido contra sus enemigos, contra los que le subyugan y alienan.

Eslabón paró para beber un poco de agua, y continuó, dirigiéndose a los pedristas.

–        Consideramos que podrán aceptar nuestra propuesta, pues para ustedes supone un paso más en la demostración de la supremacía de Pedro sobre todas las cosas. Por tanto, les pedimos que la consideren.

Eslabón recogió sus anotaciones y regresó a su escaño. Mientras tanto, los pedristas murmuraban. Hermano 27351 discutía frenéticamente con sus colaboradores.

4

–        Primer Mercante pide de nuevo la palabra – dijo el presidente.

El líder del Partido del Comercio subió de nuevo al estrado.

–        La propuesta del Partido Determinista es completamente inaceptable. Les recuerdo que la provincia de Montes Tarao está sufriendo una gran crisis. Los mineros del cobre están en huelga. Algunos se han atrincherado y han expulsado a sus patronos, a los legítimos dueños de aquellas minas que compraron con el fruto de su esfuerzo. Dicen que están “colectivizando” las minas. Y todo parece indicar que ciertos grupos están propagando absurdas ideas de rebelión contra el “patrón opresor”. Algún día demostraremos en esta sala que esos mismos grupos también están financiado dicha sedición – miró con gesto acusador hacia el sector del Partido Determinista -. Señores, si todos nacemos en la estructura metálica con las mismas oportunidades, entonces el hecho de que unos progresen y otros no es la prueba fehaciente de que podemos decidir, de que no estamos determinados. Los más aptos tienen derecho a recibir su premio. Además, si no premiamos a los más aptos, entonces éstos no desarrollarán su actividad y no proveerán de empleos a otros individuos menos aptos que les rodean. Nadie querrá hacer nada, pues no habrá incentivo para ello. Suponer que el futuro de un individuo depende únicamente de cómo el entorno le influye es irresponsable. No podemos alegar que cada cosa que hacemos es fruto de nuestro entorno. Existen el mérito y la culpa en nuestras propias acciones. Por tanto, no es justo ni eficiente repartir los recursos de manera equitativa.

Se oyeron airados gritos de disconformidad procedentes del Partido Determinista.

–        Debemos añadir, no obstante, que considerar que el origen del mérito o culpa reside en la medida en que copiemos místicamente el comportamiento de un adolescente improductivo tampoco nos parece la manera más eficiente de progresar – miró a Hermano 27351, que le devolvió un gesto de desdén -. En cualquier caso, un vídeo de recibimiento en el que se muestre cómo unos seres inferiores pueden derrocar a unos seres superiores nos parece una manera muy peligrosa de introducir un preocupante factor desestabilizador en nuestra sociedad. Por lo tanto, nuestro grupo votará en contra de semejante propuesta.

Primer Mercante apagó el micrófono y regresó a su escaño.

–        ¿Algún grupo quiere intervenir? – dijo el presidente.

–        Sí señor – intervino Hermano 27351 -. Sólo queremos decir que la propuesta del Partido Determinista nos parece aceptable.

Se oyeron gritos de desaprobación procedentes del Partido del Comercio.

–        ¿Alguna intervención más? – preguntó de nuevo el presidente. Ante el silencio posterior, continuó – Pasamos a votar la propuesta del Partido Determinista.

Si bien el Partido del Comercio era mayoritario en la cámara, los votos del Partido Determinista y el Partido Pedrista sumaban mayoría. Tras el recuento de los votos, el presidente volvió a intervenir.

–        Queda aceptada la propuesta del Partido Determinista. Les recuerdo que, según el reglamento de la cámara, cualquier cambio en nuestra Historia requiere la eliminación inmediata de todas las cintas existentes de la proyección de recibimiento anterior. Esta orden se hará efectiva hoy mismo. A modo simbólico, procederemos a eliminar ahora y aquí el guión de la proyección anterior.

Dos alguaciles trajeron unos folios, y, con gran ceremonia, el presidente procedió a encender su mechero y quemarlos.

Varios miembros de la fila de nuevos ciudadanos observaban escandalizados la escena.

–        ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede el parlamento cambiar la Historia cuando le dé la gana? – decía uno.

–        ¿Es cierta la historia que nos contaron a nosotros? – decía otro.

Un congresista muy mayor que se sentaba justo delante de la fila de los nuevos ciudadanos se dio la vuelta para contestar. Pertenecía al Partido del Comercio. Lo primero que hizo fue reírse con condescendencia. Después se dirigió a ellos.

–        Cuando yo era joven, en mi primera legislatura como congresista, también modificamos la proyección anterior. Ésta había sido propuesta por mi grupo muchos años atrás. Explicaba cómo los alienígenas crearon muchos individuos. Éstos acabaron trabajando para los alienígenas, que eran justos patronos y les pagaban un buen salario. Al cabo de muchos años, el clima del planeta cambió, y las condiciones atmosféricas se hicieron hostiles a la naturaleza alienígena, a la vez que más beneficiosas para la especie humana. Ante semejante problema, los alienígenas se plantearon la posibilidad de emigrar a otro planeta de este mismo sistema solar que les pudiera resultar más favorable. Dudaron entre trasladar a todos los miembros de su especie o bien sólo a una parte de ellos. Finalmente resolvieron su problema de una manera muy económica y eficiente. Ofrecieron a los Pedros, muy numerosos por aquel entonces, comprar el planeta. Los Pedros usaron los ahorros conseguidos con el sudor de su frente para comprar la propiedad del planeta, y los alienígenas emigraron al completo a su nuevo planeta con las riquezas de los Pedros. Fue un trato justo para ambos. Desde entonces, Hogar nos pertenece.

Uno de los nuevos ciudadanos intervino.

–        Pero, según ha dicho usted, esa historia también fue inventada en el parlamento…

–        Bueno, algunos congresistas más mayores que yo me hablaron de otras historias más antiguas aún. En una, los alienígenas se fueron sin más. En otra, los alienígenas nunca existieron. Pero no conozco ninguna historia con una antigüedad mayor que, digamos… ciento cincuenta años, más o menos.

–        ¿Y que ha sido de las anteriores? – preguntó otro, intrigado.

–        Las quemamos como todas las demás, claro – respondió riéndose.

–        ¿Y cuál es la verdadera?

El anciano emitió una gran carcajada.

–        ¡Y yo que sé!

Los miembros de la fila se miraron incrédulos entre sí. El viejo se dio la vuelta.

A Pedro la escena completa le pareció de lo más instructiva.

5

La sesión parlamentaria continuaba con otro punto de la orden del día. Hermano 27351 se encontraba de nuevo en el estrado discutiendo una posible reforma de la Ley de Usos y Costumbres.

–        Señores parlamentarios, no debemos permitir que algunos aspectos íntimos de la vida de nuestros conciudadanos deriven en comportamientos ostensiblemente antipedristas. Pedro Martínez, el ser original del que todos procedemos, no era homosexual. Es por ello que observamos con preocupación el comportamiento de un número creciente de ciudadanos, algunos de ellos presentes entre nosotros en esta sala. Dicho comportamiento resulta gravemente ajeno a la esencia original de Pedro Martínez – dijo mientras señalaba con el dedo algunas butacas de los sectores comercialista y determinista -. ¿Cómo es posible que algunos de nuestros conciudadanos sientan atracción por otros, no ya de su propio sexo, sino incluso idénticos a ellos mismos? ¡Es una aberración que va contra la naturaleza de Pedro Martínez!

Varios parlamentarios comenzaron a abuchear a Hermano 27351.

–        O sea, – interpeló un diputado – que preferiría que todos participásemos con ustedes los pedristas en su Rito de Rocío, ¿no?

Muchos presentes se rieron ostensiblemente. Algunos alzaron su voz para increpar y burlarse del hermano.

Sentado en lo alto del hemiciclo, Pedro recordó que en una ocasión había tenido la oportunidad de contemplar en persona dicho rito, no sin gran desagrado. Varios cientos de pedristas colocaban sillas en una plaza en cuyo centro se encontraba una gran estatua de Rocío esculpida en mármol. Todas las sillas se disponían en dirección hacia la estatua. Entonces cada pedrista se sentaba en una silla y, ante una señal, todos ellos se masturbaban a la vez mientras concentraban su mirada en la estatua. Pedro sentía asco y bochorno cuando recordaba aquella escena. Lo que más le molestaba era el hecho de que varios cientos de ciudadanos se unieran para imitar el comportamiento de un adolescente mientras concentraban sus deseos en algo que, en realidad, no existía. En lugar de rechazar todo lo que era deprimente y odioso en aquel mundo extraño que les había tocado vivir, aquellos individuos exaltaban esas mismas miserias. Esto ponía a Pedro furioso.

Otro diputado intervino desde su escaño.

–        ¡Hermano, no se enfade! – gritó con tono burlón -. Personalmente, yo prefiero hacer esas cosas solo, pero creo que relacionarse con otro ciudadano de este mundo también es, en cierto sentido, masturbarse, ¿no? – Las risotadas volvieron a inundar la sala. Sin ocultar una sonrisa burlona, el diputado continuó -. Si resulta que Pedro Martínez es la fuente de la divinidad para ustedes, los pedristas, entonces ¿qué mejor forma tendrían ustedes de amar a la divinidad que la forma en que lo hacen los compañeros a los que usted se refiere?

–        ¡Blasmefo! – gritó Hermano 27351.

Los parlamentarios pedristas profirieron otros insultos desde sus butacas. Entonces uno de los parlamentarios que había sido acusado con el dedo por Hermano 27351 intervino.

–        ¡Prefiero la carne al mármol! – exclamó.

Muchos parlamentarios aplaudieron el comentario mientras reían. Todos los que habían sido acusados por Hermano y algunos más se pusieron en pie mientras aplaudían. Los parlamentarios del sector pedrista fruncían el ceño.

Unos instantes después, Hermano 27351 volvió a hablar. Debido el rechazo frontal que había cosechado su comentario, decidió pasar a otro punto de su propuesta.

–        No es ésta la única desviación inmoral de nuestra sociedad que nos inquieta. Observamos en la población algunos comportamientos, relativos a otros aspectos de la vida, que son igualmente preocupantes para nuestro partido y nuestra fe – afirmó. Bebió un sorbo de un vaso de agua y continuó –. En particular, la vestimenta de algunos ciudadanos de Ciudad está degenerando hacia formas ostensiblemente antipedristas. Solicitamos por tanto la introducción de un reglamento del buen decoro que establezca como falta mostrar un aspecto soez y amenazante con la naturaleza pedrista. El objetivo es que no tengan que verse ejemplos tan lamentables como por ejemplo… – dirigió la mirada directamente a la fila de nuevos ciudadanos, en la parte alta del hemiciclo – …el de ese tipo de ahí.

Señaló con el dedo directamente a Pedro. Todos los congresistas se dieron la vuelta para mirarle.

Lejos de amedrentarse, Pedro sonrió y se puso en pie.

–        Por lo tanto, – continuó el hermano – nuestro grupo propone la creación de un código de vestimenta que…

–        ¡Tú! ¡Imbécil! – gritó Pedro señalando al hermano, mientras adoptaba una postura desafiante.

Un coro de murmullos inundó la sala. El hermano aparentó ignorar a Pedro y continuó.

–        …se base en los ideales pedristas en el nacimiento, esto es, pelo largo sin lavar con…

–        ¡Sí, tú! ¡Imbécil! – volvió a intervenir Pedro.

–        ¡Por favor! – gritó el presidente -. Debo solicitar a los miembros del público que guarden la compostura, o si no deberán abandonar la sala.

–        Patéticos inmaduros acomplejados… – continuó Pedro -. Mantenéis los mismos complejos que el mismísimo Pedro Martínez. Ante su patetismo e irrelevancia en el mundo, Pedro Martínez creaba mundos imaginarios en los que era el rey. Por ejemplo, Val Hancín, su personaje en sus partidas de rol, era la exaltación de esos miedos. Y su ropa, su música… Pedro Martínez escogía lo minoritario para sentirse especial, porque fracasaba en todo lo convencional.

–        …una camiseta negra y unos pantalones vaqueros azules que… – continuaba el hermano mientras bajaba la vista para leer literalmente de sus notas. Una arruga en su frente delataba su enfado contenido. Los miembros del partido pedrista comenzaron a increpar a Pedro y al presidente a partes iguales.

–        Lejos de madurar, – siguió gritando Pedro – los pedristas exaltáis el patetismo como modelo a alcanzar. Os refugiáis en vuestra homogeneidad para ocultar vuestra putrefacción. El asco que siento ante todo este mundo no es más que el reflejo del asco que siento ante todos vosotros. ¡Viva la diferencia con Pedro Martínez!

Pedro observó que algunos miembros del Partido Determinista le miraban con gesto divertido. Varios miembros del Partido del Comercio comenzaron a aplaudirle.

–        Alguaciles, expulsen a ese hombre de la sala – intervino el presidente, señalando a Pedro. Los alguaciles comenzaron a subir en dirección a la fila de nuevos ciudadanos.

–        ¡Es Antipedro en persona! ¡La encarnación del Maligno! – gritaban los pedristas. Uno de ellos miraba fijamente a Pedro mientras se pasaba el dedo índice por el cuello de izquierda a derecha ostensiblemente.

–        Y haré todo lo que pueda para acabar con todos vosotros – retó Pedro mientras sacaba ambos brazos de su sábana y los dirigía al aire mientras cerraba los puños -. Lo digo ahora y aquí, en el mismísimo parlamento. Aunque sea lo último que haga.

–        ¡Nos está amenazando! – gritó un pedrista.

El ruido de comentarios, insultos, amenazas, risas, aplausos y murmullos en la sala era ensordecedor. Los alguaciles alcanzaron a Pedro y le sujetaron por los brazos mientras se lo llevaban de la sala. Un vaso procedente del sector pedrista alcanzó a Pedro en la cabeza. Pedro se llevó la mano a la frente, y observó que estaba sangrando. Antes de que los alguaciles lo sacaran de la sala, volvió la cabeza y sonrió mientras señalaba con el dedo a los pedristas.

6

–        95271105, tiene una visita – dijo el guardia desde fuera de la reja. Le acompañaba un hombre con un bigote bien perfilado que vestía un elegante traje.

Pedro se sorprendió ante semejante noticia. No esperaba que nadie quisiera verle a él. Se incorporó sobre su camastro. El hombre entró en la celda.

–        Buenas noches, soy Valor Séptimo.

Pedro guardó silencio.

–        ¿No sabe quién soy? – continuó el recién llegado.

Pedro meditó durante unos instantes y respondió.

–        Un momento… ¿No es usted el propietario de almancenes PJR?

El hombre rió.

–        Bueno, ésa es una de mis propiedades.

Pedro guardó silencio.

–        Iré al grano – dijo Valor -. He de reconocer que su intervención de esta mañana en el parlamento me ha impresionado – sonrió –. En Hogar no sobra la gente decidida.

Pedro siguió callado.

–        Pero Hogar necesita gente decidida – continuó Valor -. Especialmente en estos momentos.

Valor se sentó junto a Pedro en el camastro. Sacó una bolsa de su bolsillo.

–        ¿Quiere unas pipas?

–        No, gracias – respondió Pedro.

–        Pruebe una, por favor.

Ante la insistencia, Pedro probó una. Le sorprendió su sabor. Era… más intenso.

–        Muy buenas – admitió Pedro.

–        Hacen falta diez pipas para extraerles ciertos componentes e inyectárselos a una sola de éstas.

–        ¿Y qué pasa con las otras nueve? – preguntó Pedro.

Valor se tomó unos segundos para responder.

–        Hay gente que piensa que es un despilfarro. Yo pienso que es un premio – añadió mientras dejaba caer un puñado de pipas en la mano de Pedro-. Verá usted, creo que tiene razón en que las fuerzas homogeinizadoras en Hogar están yéndose de las manos. En Montes Tarao, por ejemplo, el ideario determinista está calando con fuerza, y cada vez más gente piensa que todo el mundo debe ser igual. Esa gente amenaza la precaria diversidad de Hogar.

–        Si no me equivoco, lo que quiere esa gente es tener lo mismo, no ser lo mismo – respondió Pedro.

Valor tomó una pipa y escupió las cáscaras al suelo.

–        Créame, las dos cosas acaban convirtiéndose en lo mismo. Los templos pedristas en Montes Tarao están creciendo tanto como los sindicatos deterministas. Ambos grupos afirman ser diferentes, pero los dos guardan objetivos homogeinizadores. Son un peligro para los diferentes. Para los especiales, como usted y yo. No me dirá usted que cree en el determinismo, ¿verdad? Usted se ha esforzado voluntariamente en ser una persona diferente. Usted se ha ganado su diferencia.

Esta vez fue Pedro el que tardó un tiempo en responder.

–        Me da igual si estoy determinado o no – dijo por fin -. Hago lo que quiero y no me importa por qué lo quiero. Me da igual si eso lo decide mi entorno o mi libre albedrío. No me comportaría de manera diferente si conociera cuál es el origen de mis decisiones. Tengo objetivos y hago todo lo posible por cumplirlos.

–        ¡Sí señor! – respondió Valor, mientras daba una palmada en la espalda de Pedro. Valor eructó sonoramente y continuó -. Eso es lo que me gusta de usted. Alguien con las ideas claras. No como tantos políticos.

El olor a pipas inundó la sala. Valor tomó una pipa más y escupió las cáscaras al suelo con cierto desprecio. Pedro le acompañó.

–        Por ejemplo, el Consejero de Seguridad de Montes Tarao es un imbécil y un débil. Se ha negado repetidamente a usar la fuerza contra los sediciosos. Le cuesta actuar con decisión contra individuos que se parecen tanto a él. Sin duda, ésa es una debilidad pedrista.

–        Usted es propietario de algunas de esas minas, ¿no?

Valor sonrió.

–        Decidido y despierto.

Volvió a dar una palmada en la espalda a Pedro. Entonces Pedro se retiró levemente y eructó.

–        Señor Valor, ¿para qué ha venido a verme? – dijo.

Valor se tomó un tiempo para responder.

–        Para dos cosas. Primero, al salir de su celda pagaré su fianza, y podrá volver a su casa inmediatamente.

Pedro mantuvo el gesto serio.

–        Segundo – continuó Valor –, le ofrezco convertirse en el Consejero de Seguridad de Montes Tarao.

–        Usted no puede dar puestos políticos.

Valor soltó una risotada.

–        Créame, sí puedo – se metió otra pipa en la boca y añadió – ¿qué me dice?

Pedro tomó una pipa directamente de la bolsa de Valor, y se la metió en la boca.

–        Verá, señor Valor. Ustedes, los políticos del Partido del Comercio… – echó un rápido repaso al gesto sonriente de Valor – o, mejor dicho, ustedes, los magnates que… asesoran sus acciones, no defienden la diversidad, sino su propia suerte. No defienden la diversidad como objetivo, sino como privilegio. Recuerdo que hace no mucho tiempo se llevaban bastante bien con los pedristas. A cambio de financiar la finalización de la construcción del Gran Templo, consiguieron introducir en el Dogma la “naturaleza empresarial latente de Pedro”. De esas cosas nos enterábamos incluso los no ciudadanos.

Valor frunció el entrecejo.

–        Eran otros tiempos – respondió grave.

–        Lo siento, señor Valor, pero debo rechazar su oferta – dijo Pedro mientras escupía cáscaras de pipa al suelo.

Valor miró un momento al suelo, y acto seguido se levantó rápidamente mientras mantenía un gesto serio.

–        Está bien – dijo -. Pero espero que recapacite. Creo que podría hacer más por la diversidad en Hogar al mando de un escuadrón de seguridad que al mando de una fotocopiadora en el Ministerio de Transportes. Por si cambia de idea, aquí tiene mi tarjeta – dijo, mientras se la ofrecía a Pedro.

Pedro la tomó.

–        En cualquier caso, – continuó – pagaré ahora mismo su fianza. Buenas noches.

El guardia abrió la puerta de la celda y Valor Séptimo salió por ella.

Al cabo de una hora, el mismo guardia abrió la misma puerta para que saliera Pedro.

7

Pedro abrió lentamente la puerta de su apartamento. Había sido un día duro. Se dirigió a una pequeña nevera que había en su habitación y sacó un bocata de chopped. Se sentó en su cama y lo mordió.

Después se tumbó y pensó en las frenéticas vivencias de aquel día. Por primera vez, sus proyectos comenzaban a tomar forma. Sintió sueño. Se relajó.

Su cama estaba algo más dura de lo normal. Había un bulto bajo su espalda.

Súbitamente, Pedro se alarmó y saltó de la cama como un resorte. Lentamente, fue agachándose para mirar bajo el somier.

Un resplandor apareció bajo la cama y notó un repentino calor en la mejilla. Estaba sangrando. Un cuchillo le había rozado la cara. Pedro abrió el cajón de la mesilla que tenía junto a la cama y sacó un revólver.

“Por fin me va a servir para algo”. Recordó el día en que, dos años atrás, robó aquel arma del vestuario de los guardias del Ministerio. Aparentando llevar un refrigerio, se coló en la sala con facilidad. A pesar de su aspecto poco común, todos le conocían y confiaban en él. Encontró el revólver en el cinturón del uniforme de uno de los guardias, y se lo guardó bajo su gran sábana. Al día siguiente, el propietario del arma fue despedido. Le dio cierta lástima, pues no era un mal tipo. Pero Pedro sentía que debía prepararse para un futuro inevitable. Ese futuro había llegado, y era hoy.

–        Tira el cuchillo y sal de ahí – gritó Pedro mientras apuntaba el arma bajo la cama.

Un nuevo movimiento brusco del cuchillo trató de acertarle en la pierna. Prevenido, Pedro lo esquivó, y pisó con fuerza el brazo que lo sujetaba. Bajo la cama surgió un quejido de dolor. Pedro se agachó para coger el cuchillo.

–        Sal de ahí – repitió.

Arrastrándose en el suelo, surgió una figura bajo la cama. “Esas greñas… Esa ropa…” pensó Pedro.

–        Asqueroso pedrista… – susurró Pedro con un gran desprecio.

Se trataba de un sujeto bastante joven. Estaba temblando.

–        Levántate – dijo Pedro sin dejar de apuntarle con el arma.

El chico se levantó. Su rostro mostraba ostensiblemente su miedo.

–        De… déjame ir, por favor – intervino en voz muy baja y temblorosa.

Pedro sonrió.

–        Sí. Te dejaré ir.

Lentamente, el intruso fue dándose la vuelta para dirigirse a la puerta del apartamento. Pedro le sujetó del brazo.

–        Pero no por ahí.

Pedro señaló la ventana. El intruso emitió un gesto ahogado de horror.

–        ¡¡Noooo!! Esto es un… sexto piso…

–        Lo sé – respondió Pedro. Acercó el revolver a la cabeza del intruso –. Vamos. ¡Ahora!

El intruso se acercó tambaleándose hacia la ventana. Pedro se dio cuenta de que estaba llorando. También se había meado.

–        ¡Salta! – gritó Pedro con voz agresiva.

–        ¡Nooo! – sollozó el intruso.

Pedro le agarró un pie y lo elevó a la altura de la ventana.

–        ¡Nooo! – respondió llorando.

Pedro le puso la pistola en la sien. El chico pasó la otra pierna, miró asustado al vacío y saltó. Pedro sacó la cabeza por la ventana para observar la caída. El cuerpo se estampó estrepitosamente contra la acera y formó un gran charco de sangre. Una pierna había chocado contra una papelera metálica poco antes de alcanzar el suelo. Ésta descansaba abollada y ensangrentada a poca distancia del chico.

Tras observar el cadáver durante unos segundos, Pedro volvió a meter la cabeza en el piso.

“Éste es el primero. Sólo el primero” pensó triunfante mientras miraba su arma. Al cabo de unos segundos, oyó las voces de sus vecinos.

–        ¡Aaaaah! ¡Ha saltado otro! – dijo uno, alarmado.

–        ¡Nooo! ¡Sed fuertes, hermanos! – gritó otro.

Tras unos minutos, Pedro oyó la llegada de un vehículo, mientras varios vecinos se congregaban en la calle para recibirlo.

8

Pedro durmió toda la noche como un angelito. Al despertarse, desayunó su yogur muy despacio. Cuando lo terminó, se sentó en la cama para reflexionar.

“Si han sido los pedristas, volverán. Y si es Valor Séptimo el que quiere un titular de prensa sobre el fanatismo pedrista, volverá”.

Sacó la tarjeta que Valor le había dado el día anterior y se acercó al teléfono. Llamó a Valor para decirle que aceptaba su oferta y que partiría hacia Montes Tarao por la tarde. Antes de su partida tenía que resolver un pequeño asunto administrativo.

Salió a la calle y se dirigió a un gran edificio que había cerca de su casa. Entró y se dirigió a una ventanilla.

–        Perdone, ¿dónde debo ir para cambiar mi número por un nombre?

–        Tercera planta, oficina quince.

Pedro subió las escaleras y se presentó en dicha oficina. Esperó una cola. Cuando le tocó el turno, el burócrata le preguntó:

–        ¿Número?

–        95271105 – respondió Pedro.

–        Bien, ¿qué nombre desea ponerse?

Con una gran sonrisa, Pedro respondió.

–        Antipedro.

El burócrata le miró con gesto de incredulidad.

–        ¿Perdone?

–        Ha oído bien. Antipedro.

Los individuos que había detrás en su cola oyeron el comentario, así como otros administrativos que estaban tras la ventanilla. Se creó un gran silencio.

–        ¿Qué pasa? ¿No sabe rellenar un maldito formulario? – preguntó Pedro con una profunda voz de desagrado.

El burócrata torció el gesto mientras le miraba. Uno de los administrativos dijo “Menudo imbécil”. Un tipo que había tras él en la cola añadió “Vaya loco”.

Tras unos segundos, el burócrata bajó la vista y escribió algunos garabatos en un formulario. Después estampó con fuerza innecesaria un sello y le dio a Pedro un resguardo.

–        Ya está. Ya tiene su nuevo nombre.

Pedro cogió el resguardo sonriente y salió del edificio.

Regresó a su casa. Metió algunos objetos en una maleta y volvió a salir a la calle.

Se dirigió a la estación de tren.

 

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Pedrícese el mundo: Prefacio y Capítulo I

Todos los personajes que aparecen en esta obra son ficticios. Tampoco los nombres y motes de los personajes fueron escogidos para hacer referencia a ninguna persona real. ¿Eres una de las miles de personas que se llaman Pedro Martínez en todo el mundo? Pues lo siento, pero no lo escogí por ti… a no ser que alguna vez hayas viajado a otro sistema solar, claro. Simplemente sonaba bien y necesitaba una P. ¿Te llamas Hermano 27351? Pues no, tampoco es por ti. Pero pide explicaciones a tus padres.

PREFACIO

Bienvenido a una historia singular. Más que a una historia singular, sea usted bienvenido a un mundo singular.

Al presentarle dicho mundo le haré, implícitamente, la siguiente pregunta: ¿Qué tal sería estar en ese mundo?

Su primera reacción será, probablemente, la de sonreírse. Se trata de un mundo tan ridículo y absurdo que dicha reacción sería la más normal.

Unas páginas más adelante, cuando haya comenzado a adentrarse en la trama que le planteo, vuelva a preguntarse: ¿Qué tal sería estar en ese mundo?

Esta vez su diversión se tornará en preocupación. Las consecuencias de la singularidad de ese mundo son, en cierto sentido, inquietantes.

Y unas páginas después, cuando la historia que le planteo se haya desplegado completamente ante usted, por favor vuelva a preguntarse: ¿Qué tal sería estar en ese mundo?

Quizá lo que sienta entonces sea cierto pavor. El mundo que en su momento le hizo sonreír le parecerá, en aquel momento, un lugar terrible y cruel.

Para terminar, cuando estas páginas estén finalizando, pregúntese por última vez: ¿Qué tal sería estar en ese mundo?

Entonces comprobará que la peculiaridad del mundo singular trasciende lo horrible hasta llegar, extrañamente, a lo divino. Percibirá un mundo en el que un individuo cualquiera (cualquiera en el sentido más literal) puede morir y resucitar, destruir el mundo y reconstruirlo, ser el bien y el mal a la vez, y todo ello siendo terriblemente mundano, humillantemente anónimo, vulgarmente conforme a la razón.

Pero antes de presentarle dicho mundo, comenzaremos la historia conociendo un mundo normal. Algo soez y vulgar, salpicado de adolescencia histriónica, pero normal. Puede que al principio no comprenda qué pudiera tener que ver dicho mundo normal con un mundo supuestamente singular. No obstante, puede creerme, cada detalle de este mundo normal será determinante en el mundo singular que conocerá después. En muchos casos, determinante hasta un nivel bochornoso y esperpéntico.

Bienvenido al mundo singular. Sólo espero y deseo que nunca le toque estar en él.

CAPÍTULO I

1

–        Hey, ¡pásame esos mocos! – dijo Zum, mientras se apartaba las greñas de la cara con la mano. Notó que sus dedos estaban pegajosos, y se los limpió con el pantalón.

–        Sssshpera – respondió Tarao, pegando una última calada. Hizo una mueca, y cerró los ojos en un reflejo – joooder como tira.

Tarao miró al resto de los presentes con una sonrisa entre burlona e idiota. Ya nadie recordaba si tenía los ojos pequeños de nacimiento o se le habían quedado así a base de mostrarse ido con tanta frecuencia. Después de lo que le había costado encender la húmeda y pastosa mezcla, no permitiría que nadie le quitara el placer de echar la primera calada con calma. Solía disfrutar permitiendo que los olores de lo que se fumaba impregnaran su camiseta preferida, que rara vez se quitaba. Se trataba de una camiseta negra sobre la que había impreso una foto que había encontrado en Internet. La foto mostraba un hombre de edad avanzada con los sesos reventados y con una pistola en la mano con la que se acababa de suicidar. Tarao solía insistir en que la foto era auténtica. En un lateral de la camiseta, bajo el brazo derecho, había pegadas cuatro chapas de cerveza de la marca del supermercado AhorraPlus. Él decía que se pegaba una chapa por cada uno de los éxitos que alcanzaba en su vida. Tenía cuatro chapas: tres se debían a los tres tripis que se había tomado alguna vez, y la cuarta se debía al momento en que, durante una aglomeración en el metro, consiguió tocar una teta con la palma de la mano extendida.

–        Venga, te toca – intervino Fideuá.

La ceja izquierda de Fideuá comenzó a moverse compulsivamente, como cada vez que se encontraba ansioso o nervioso. El mote de Fideuá se debía a que Paella no describía del todo las protuberancias de su rostro. Para cubrir su faz pintoresca y mostrar un aspecto más varonil, se había dejado crecer la barba durante los últimos cuatro meses. El resultado era una desigual pelusa de pelos dispersos puestos en punta. Algunos de ellos se insertaban en la carne del mentón a modo de folículo, que junto a la grasa de la frente solía crear un cierto aspecto grimoso. Durante el principio de la adolescencia, Fideuá había estado acomplejado por el crecimiento desigual de sus dos brazos, si bien este problema se había reparado casi por completo durante los últimos años. Las burlas recibidas habían provocado en él un carácter rencoroso y vengativo hacia cualquiera que le ofendía. Su incipiente carácter misógino era recordado por los populares motes con los que bautizaba a las chicas de su clase que le habían despreciado, los cuales habían tenido un gran éxito para infortunio de éstas: Estropajo, Relleno y Pez Globo le estarían eternamente agradecidas.

–        No sé como podéis fumaros eso – intervino Mos.

Mos acostumbraba a mostrarse como un excéntrico paladín en contra de los vicios de moda y las drogas en general (salvo la bebida). Ni fumaba ni esnifaba, y siempre reprobaba estos comportamientos en otros. Ya nadie recordaba si su mote procedía de mosqueao o de vamos a otro sitio, debido a su aversión por las aglomeraciones. No obstante, su aspecto y su comportamiento tenían cierto punto de siniestro sociópata. Rapado al cero salvo el mechón de pelo que le colgaba del cogote, solía pasar las horas muertas buscando en Internet maneras de construir un explosivo casero, y confesaba haberse masturbado imaginando cómo explotaba el instituto. Tras su impoluto comportamiento callado y formal y sus habituales buenas notas, a veces, de repente y sin venir a cuento, sorprendía a todos delatando sus extrañas habilidades, como la de alcanzarse el pene con la boca (no probada públicamente) o la de explotarse las espinillas con unos alicates y disfrutar con el dolor provocado (sí probada).

–        ¡Joder, como pega! – intervino Tarao, elevando extasiado sus ojos hacia el techo.

–        Que panda de pringaos – dijo Mos, mientras meneaba la cabeza – Os creéis todas las paridas que dice el Chinas…

–        ¡Te digo que pega! – replicó el Tarao. Entrecerró los ojos y sonrió con gesto ido. Con la boca muy abierta, como preparado a decir o, espiró los gases de la extraña mezcla que él mismo había preparado. El olor era fundamentalmente de tabaco, si bien contenía un nuevo matiz algo repulsivo que recordaba al de las flemas.

Mos frunció el entrecejo.

–        Los bulldog no proceden de Australia, así que los aborígenes australianos nunca los criaron para fumarse sus mo…

–        ¡Toooooma! – interrumpió Fideuá cerrando el puño. Los dados ante él mostraban un 99. El tic de la ceja se aceleró visiblemente.

Tras echar un último vistazo de asco al porro de mocos, Mos volvió a centrarse en la partida. Fideuá bebió un largo trago de su vaso de whisky con ColaPlus. Observó que el vaso había dejado un redondel húmedo sobre la mesa y se encogió de hombros. Esto irritó a Zum, que estiró la camiseta de Fideuá hasta la mancha y la restregó con fuerza. Cuando Fideuá se disponía a protestar, Mos intervino.

–        A ver… doble destrucción craneal por aplastamiento – dijo mientras leía lentamente de una tabla. Solía retrasar sus veredictos para disfrutar algo más de sus diez segundos de gloria. Durante las partidas, su posición de árbitro le daba una cierta sensación de poder que le satisfacía enormemente. Observaba con una mezcla de orgullo y desprecio la expectación con la que los demás esperaban sus palabras. “Así deberían obedecerme todos los lamentables seres de este puto mundo” pensaba secretamente. Por fin intervino – Las vísceras te salpican, y son venenosas. Debes buscar un antídoto antes de 24 horas.

–        ¡¿Qué mierdas dices?! – exclamó Fideuá mientras golpeaba el tablero violentamente con su puño. Se le marcaba una vena junto a la frente – ¡Un 99! ¡Una tirada de puta madre y me vienes con eso! ¡Si deberías darme 100 puntos de experiencia por esto!

–        Hey, a lo mejor el veneno te quita los granos, tío – respondió Mos con sorna mientras hacía unas anotaciones en un papel. Después quitó un muñeco verde con una espada del tablero.

Fideuá se levantó de la silla, y se dispuso a decir algo. Apretó los dientes, lanzó una mirada recelosa a Mos, y se volvió a sentar en la silla. Mientras miraba para abajo, hacia la mesa, murmuraba en voz baja frases que sólo él entendía.

–        Bueno, Tarao, ¿tú qué haces? – dijo Mos mientras sonreía. Entonces hizo una mueca de rechazo – Jodeeeer. Deja esa revista de una puta vez….

–        ¡Diooos! ¡Qué tetas! – gritó Tarao sin levantar la vista de la revista – ¡Mejores que las de la Rocío! Aunque no sé si ésta tira tanto… – añadió. Entonces trató de pasar de página. Las dos páginas siguientes estaban pegadas.

–        Tío, deja de pasarte con Rocío… – intervino Zum bajando la voz y mirando al suelo.

–        ¡El Paco dice que le ha dicho el Rob que no tiene límite…! – dijo Tarao, mientras desistía de su intento de despegar las páginas de la revista.

–        Joder con el Rob, qué potra… Desde que tiene moto no para. Puto chulo de mierda, ni se lo cree… – opinó Fideuá. Zum puso una cara de desagrado. Se hizo el silencio.

–        Joder, Zum, no te lo tomes así… – intervino Tarao – Si la pillaras no tendrías ni para… – pasó a sonreír. Mientras se atragantaba con un amago de risa, continuó – ¿20 segundos?

Hubo risas generalizadas.

–        ¡¡¡¡Zzzzzzzzum!!! – intervino Fideuá mientras agitaba su mano ostensiblemente con el puño cerrado, para terminar elevándola y abriendo todos los dedos a la vez – No, hombre, no… Todavía no sabemos cómo reaccionará en compañía… Mmmm… ¿10 segundos?

Más risas.

–        Venga, hombre, no te pongas así y trae más whisky… – terció Tarao.

–        ¡Que no, joder! ¡Que mi vieja lo va a notar! Ya ha bajado a la mitad – dijo mientras señalaba la botella a la altura de la etiqueta.

–        Bueno, será más bien su novio el que se dará cuenta… – dijo Tarao.

Todos callaron y permanecieron inmóviles. Zum miró a Tarao con desprecio.

–        Muuuy bocazas. Te va a volver a contar algo tu puta abuela. Venga, piraos todos – señaló con el dedo la puerta de su cuarto.

–        Joder, no es para… – intervino Mos. Entonces observó el gesto grave de Zum y se levantó de la silla mientras ponía la mano en el hombro de Tarao – venga chicos, vámonos.

Fideuá tomó una última calada al porro y se levantó. Recogieron sus cosas y salieron de la habitación. Zum les acompañó a la puerta del piso. Apareció Charlie, y corrió a ponerse a dos patas sobre Fideuá.

–        Mira, Fide, a lo mejor quiere tu pus. Es un trato justo – dijo Mos.

Tarao abrió la puerta, y los tres salieron por ella. Zum se les quedó mirando mientras entraban en el ascensor.

–        Hasta mañana, Zum.

–        Hasta mañana – respondió Pedro.

Se quedó unos segundos pensativo. Justo cuando se disponía a cerrar la puerta, algo le llamó la atención. Por debajo de la puerta del vecino de enfrente salía una extraña luz azulada. Se estremeció.

Enfrente vivía Gómez, un pirado de verdad, no un amago de tarado como Tarao. Se trataba de un tipo de 150 kilos de carne que siempre entraba en su casa con bolsas llenas de yogures y cajas de clips pisapapeles. Al poco de entrar, siempre se oía RadioLé en toda la escalera. Hacía algún tiempo, Zum observó una extraña escena desde el balcón de su casa. Gómez salió muy excitado del portal y comenzó a gritar “¡No estamos solos! ¡Hay otros seres en el universo! ¡No estamos solos! ¡¡No estamos solos!!”. La gente que pasaba por la calle le ignoraba. Él siguió gritando lo mismo durante un rato. Al observar que nadie reaccionaba a sus palabras, redujo el volumen de su potente voz, hasta que finalmente se calló por completo. Entonces un tipo le tiró unas monedas. Gómez miró las monedas y luego al que las había tirado, incrédulo. Éste continuó su camino, impasible. Gómez agachó su pesado cuerpo, cogió las monedas, y cabizbajo se volvió a meter en el portal. En realidad, Zum no sabía si sentía miedo o pena por aquel hombretón.

De repente, la puerta de la casa de Gómez se abrió. Surgiendo desde la penumbra, Gómez se adentró en el descansillo con sus movimientos pesados. Zum se volvió como un resorte e hizo un movimiento rápido para cerrar la puerta y evitar saludarle.

–        ¡Chaval, espera! ¿Te llamas Pedro, no? ¡Espera!

Zum hizo una mueca de dolor mientras apretaba los dientes. Después trató de aparentar normalidad y volvió a abrir la puerta.

–        ¿Sííí…? – respondió en un susurro.

–        ¡Chaval! ¿Te gustaría ir a α Cas? Está en… bueno… – paró durante un instante, y después añadió – forma parte de… Casiopea…

Zum frunció el entrecejo y cerró la puerta de un portazo.

–        ¡Es una estrella! ¿no… no quieres? Bueno, seguiré buscando… seguiré… – oyó tras la puerta. Después oyó unos pasos pesados y el sonido de la puerta del vecino al cerrarse.

Dentro de una hora llegaría su madre.

Volvió a su cuarto y cogió el cenicero sobre su cama. Observó que había cenizas sobre la colcha de Anikilation IV: La venganza de Dogfucker que le regaló su abuela por aprobar cinco. Las quitó de un manotazo. Vio que había un agujero a la altura del brazo biónico de Anikilator.

–        Qué pedazo de cabrones.

Miró el resto de la habitación. Tenía que darse prisa en recoger.

2

Zum se concentraba en la imagen de la pantalla mientras ejercitaba su mano. Su madre golpeó la puerta de la habitación. Zum se apresuró a cerrar un par de ventanas mientras se enfundaba a toda velocidad.

–        Pedro, me voy, que he quedado. Te dejo cena para calentar en la cocina – dijo su madre al entrar.

Zum observó a su madre muy maquillada y torció el gesto.

–        Mamá, tienes que limpiar un poco – dijo Zum en todo reprobatorio, señalando las pelusas del suelo.

Su madre miró el suelo.

–        Si, cariño… Bueno, me voy – respondió distraída – ah, y ventila un poco la habitación, que huele a tigre.

–        Sí…

Su madre salió y cerró la puerta. Después Zum oyó cómo se cerraba la puerta de la casa con llave. Como tantas veces, volvía a quedarse solo en casa. En aquellos momentos, Pedro solía recordar lo que le gustaba no tener hermanos. Siempre había pensado que odiaría tener a su lado a un bicho en miniatura igual que él que le imitara en todo. Le gustaba estar solo, como estaba. Bueno, solo con su madre.

Pedro volvió a mirar la pantalla, pero decidió que se había desconcentrado. Entonces encendió la tele de su cuarto. Echaban Gran Primo. Tras un buen rato en que no ocurrió nada interesante, sintió aburrimiento, recogió unos auriculares del suelo y se los puso. Pulsó play. Comenzó a sonar Pus Day, su grupo preferido. “Tenía la edad el pavo y venía a comerle el rabo…” rezaba la letra de la canción. Extasiado, Zum se puso de pie y se puso a pegar botes mientras meneaba sus greñas hacia alante y hacia atrás. Mientras lo hacía, la caspa caía de su cabeza, lo que le daba el aspecto de un árbol de navidad. Tras la frase “La había dejado rota, y entonces… Eché la pota ¡¡¡pota, pota, pota!!!” comenzaba el solo de guitarra. Zum comenzó a menear su mano como si tocara la guitarra, mientras ponía posturas forzadas. Entonces, surgió en el monitor del ordenador una nueva ventana. Zum se acercó y comprobó que contenía un mensaje instantáneo de Mos.

Mos le pedía que le ayudara a propagar por correo electrónico un nuevo bulo que se acababa de inventar. Zum recordó el último de los bulos que había iniciado Mos. Éste advertía del peligro que se corría si se pulsaba el botón de “planta baja” de los ascensores durante más de tres segundos seguidos. Según los testimonios aportados por ciertas instituciones inventadas, esto podía provocar que el ascensor se descolgara al vacío por culpa de cierto defecto de fabricación. Un anciano y una embarazada de cierta ciudad inexistente de USA habían muerto de esa manera cayendo de un quinto y séptimo piso respectivamente. El correo finalizaba recomendando el reenvío a las personas más queridas por su propia seguridad. El día que Mos recibió ese mismo correo de un primo suyo fue uno de los días más felices de su vida. Según él mismo dijo en su habitual tono recargado, “había conseguido demostrar que la patética imbecilidad humana la hacía indigna de la existencia”.

Al otro lado del canal, Mos se afanaba en explicar su nuevo bulo. Trasmitiría el mensaje de que, si se introducen diez monedas de un euro en una máquina de refrescos, entonces ésta devuelve once. Al leer la idea, Zum se rió a grandes carcajadas y añadió que, si el bulo se trasmitía, beberían a cuenta del crédito acumulado por los pardillos durante meses. Mientras Zum reenviaba el correo escrito por Mos a toda su lista de contactos, se maravillaba de lo fácil que resultaba manipular a la gente, al menos cuando se contaba con un plan adecuado. Después Mos se despidió y cortó la comunicación.

Zum dirigió su mirada a la tele. En Gran Primo había llegado el momento de la expulsión de un participante. Zum se tumbó en la cama para verlo. Los cuatro participantes que quedaban eran la cyborg, apodada así por la audiencia porque todas las partes de su cuerpo eran artificiales, el aspirante, llamado así porque era capaz de aspirar cualquier cosa por la nariz y, como novedad de la presente edición, los dos concursantes no humanos, la cabra y el canto rodado. Mientras la presentadora hablaba de sociología, aparecía un mensaje bajo la pantalla que decía “Manda ‘Soy imbécil’ al 7577. Recuerda, ‘Soy imbécil’ al 7577”. Finalmente, la presentadora anunció que, debido a los mensajes recibidos al 7577, abandonaría la casa la cyborg. Ésta, llorando, dio un beso al aspirante, a la cabra y a la piedra, y salió de la casa. Entonces el aspirante, único superviviente humano, se sentó en un sillón mientras la cabra salía al jardín a seguir comiéndose la hierba y la piedra no hacía nada de nada. La votación del público había aclamado a la piedra como favorita. El aspirante se puso a reflexionar solo y en voz alta sobre el hecho de que el Gran Primo perfecto consistiría en una casa que contuviera diez copias sí mismo. Zum imaginó que, entonces, Gran Primo parecería más bien una narcosala. “Menudo infierno” pensó Zum, mientras se estremecía.

Entonces surgió por la ventana del dormitorio una luz azulada y se oyó una explosión. Zum se levantó sobresaltado y miró por la ventana al patio interior. El ruido procedía del piso de enfrente, el de Gómez. Zum oyó a Gómez gritar “¡Joder! ¡Los clips estaban mal colocados…! Vale… Ya sé cómo solucionarlo…”. Después se hizo el silencio de nuevo.

Zum se estremeció. Tras unos segundos de inquietud volvió a tumbarse en la cama. Aburrido, se dirigió de nuevo hacia el ordenador.

3

Zum tomaba pipas compulsivamente mientras contemplaba absorto la pequeña televisión que se encaramaba a gran altura, cerca del techo del bar. Saque de banda.

–        Joder, ¿es necesario que llevéis puestas las bufandas incluso aquí dentro? Con el calor que hace en este puto bar… – protestó Mos, que no podía ocultar su aburrimiento.

Tarao miró a Mos con indignación y besó su bufanda del Real Fútbol Club. Mientras Zum y Fideuá le imitaban, Tarao observó que su bufanda estaba empapada y olía a cerveza, posiblemente debido a pequeños derrames anteriores. Al ver que su jarra estaba vacía, se volvió a acercar la bufanda a la boca y, fingiendo volver a besarla, la chupó. El camarero se acercó.

–        Chicos, tenéis que consumir algo más. No podéis quedaros a todo el partido con una sola consumición.

Todos se miraron. Tarao seguía chupando su bufanda. Al final, Fideuá habló.

–        Vale, luego pediremos algo. Por favor, ¿podría traerme ahora un vaso de agua?

El camarero frunció el ceño y se dio la vuelta. Los demás se sonrieron. Entonces el árbitro pitó penalty a favor del RFC. Fideuá, Tarao y Zum pegaron un bote en sus asientos y comenzaron a gritar.

–        ¡Metedlo, por Dios! – gritó Zum a la pantalla mientras se tragaba una pipa.

Mos, aburrido, pensó que eso le daba un tema de conversación.

–        ¿Creéis en Dios? – preguntó.

Todos le miraron con el habitual gesto de ¿a qué viene esto, Mos? Luego le ignoraron. Al comprobar que el lanzamiento del penalty se demoraba porque un jugador estaba siendo atendido, quizá con el objetivo de que una cámara tomara un plano corto de sus zapatillas patrocinadas, Zum respondió.

–        Bueno, yo más bien no…

El camarero trajo el vaso de agua que había pedido Fideuá. Éste se lo bebió de un trago. Después, echó un vistazo furtivo hacia atrás, se sacó sigilosamente una petaca del bolsillo y vertió su contenido en el vaso. El nuevo líquido también era trasparente, pero su olor delataba su contenido alcohólico.

–        ¿Cuál es tu motivo para no creer? – preguntó Mos a Zum.

–        Bueno… – respondió Zum, pensativo – Si hubiera cielo, ¿qué equipo ganaría la liga? Si se deben cumplir mis deseos, ganaría el Real Fútbol Club, pero otro tío podría querer que ganara el Fútbol Real Club, y, bueno, no podrían ganar los dos a la vez… El mundo perfecto de ambos sería incompatible…

Mos frunció el ceño. Decepcionado por la profundidad del argumento, se puso a mirar al techo. Al poco rato intervino Fideuá.

–        Bueno, cada uno podría tener su propio cielo – dijo -. Quiero decir, tú podrías ir a un cielo a tu medida en el que ganaría el Real Fútbol Club, y un tío del Fútbol Real Club iría a otro cielo en el que ganaría el Fútbol Real Club…

En ese momento, Zurunho, reciente fichaje del Real Fútbol Club, lanzó el penalty y marcó. El bar se convirtió un mar de gritos. Tras gritar “Gol”, Zum aprovechó el estruendo para lanzar un estrepitoso y prolongado eructo que pasó desapercibido más allá de su mesa. Tarao rió sonoramente y trató de imitarle, pero no estuvo a la altura. Al final, los gritos de celebración se apagaron.

–        Ya sabéis, comer pipas me da gases – dijo Zum en un susurro.

En ese momento, el camarero apareció junto a la mesa y cogió el vaso de Fideuá. Lo olió.

–        Fuera de aquí y no volváis – increpó con gesto grave.

Los cuatro se levantaron lentamente y salieron del bar.

–        Joder, Fide, otro bar al que no podemos volver a ir – dijo Zum una vez que se encontraba fuera -. Cada vez tenemos que irnos más lejos del barrio para ver el fútbol.

Siguieron andando por la acera en silencio. De repente Mos habló.

–        Tendríamos que volver a ese bar con un bate de béisbol cada uno y destrozarle las piernas al camarero.

Los demás se quedaron mirándolo con los ojos muy abiertos.

–        O, mejor, – añadió mientras apretaba los dientes – debería ser castigado como los dioses castigaron a Prometeo. Cada día, un águila se comería su hígado, pero dejaría el suficiente como para que éste se regenerase hasta el día siguiente. Entonces el águila regresaría para volver a comer su hígado. El castigo se repetiría un día tras otro, sin fin. Todos los días, el hombre volvería a sanar, a resurgir, con el único objetivo de volver a ser castigado.

–        Parece que nos ponemos pedantes y psicópatas a partes iguales, Mos – dijo Tarao.

–        ¡Éste es nuestro Mos! – añadió Fideuá mientras ponía su mano sobre el hombro de Mos.

Se volvió a hacer el silencio. Finalmente, Tarao intervino.

–        Bueno, al menos no nos han cobrado las cervezas – dijo mientras sonreía.

Zum volvió a eructar.

4

Mientras Zum sujetaba la bolsa de plástico del súper, Tarao vertió en ella el contenido del cartón de vino. Una vez que el cartón quedó vacío, Tarao hizo una ancha abertura en su parte superior y vertió en él una cierta cantidad de ColaPlus. Acto seguido vertió el contenido de la bolsa de plástico.

–        Proporciones perfectas – anunció Zum al probar el contenido del mini de cartón improvisado. Tarao sonrió.

–        Joder, los vasos de plástico no son tan caros. ¿Cuándo vamos a dejar de hacerlo así? – preguntó Mos. El frío hacía que le saliera vaho de la boca mientras hablaba.

–        Yo, es que esta semana estoy pelado… – respondió Fideuá.

Zum pasó el mini a Fideuá y éste bebió.

–        Qué buenos son Kakakulo y Pedopís – dijo Fideuá.

–        ¿Te acuerdas del episodio en que hacen el concurso de vómitos? – intervino Tarao con los ojos brillantes. Todos hicieron un gesto de reverencia, salvo Mos que miró hacia otro lado – ¿Recordáis cuando Kakakulo le saca el esófago a Pedopís y se lo conecta al suyo propio, para poder vomitar más y ganar el concurso?

–        ¡Qué bueno! – admitió Zum con un gesto casi místico.

–        Vaya mierdas os tragáis – interrumpió Mos.

–        No todos tenemos estómago para tragarnos más de dos páginas de Nietzsche – respondió Tarao –. Algunos le dan demasiada importancia a las gilipolleces que les cuentan en clase…

Durante un rato largo, Tarao, Zum y Fideuá rememoraron otros gloriosos momentos de Kakakulo y Pedopís. Algo después Zum comprobó que el contenido del mini estaba cercano a agotarse. Entonces tomó una botella de whisky de oferta del suelo y se dispuso a abrirla.

–        ¿Y decís que regalaban la botella de ColaPlus con el whisky? – preguntó Fideuá a los demás.

–        No, me temo que era al revés – respondió Zum.

–        Jodeeeeer…

Zum comprobó con cierto asco que la base de la botella estaba llena de las mismas cáscaras de pipas que se acumulaban en la acera, bajo el banco. Al arrancar la pegatina del sello de los impuestos con las uñas, varios restos del adhesivo se quedaron pegados a los dedos de su mano derecha. Trató de despegarlos con su mano izquierda, pero el resultado fue que ahora algunos de esos restos estaban adheridos a los dedos de su mano izquierda. Nervioso, comenzó a restregarse una mano contra la otra, lo que desembocó en una extraña masa de pedacitos de papel pegajosos y cáscaras de pipas. Ante el patetismo de la escena, Tarao arrancó la bola de adhesivos de la mano de Zum y se desprendió de ella restregando su mano contra el respaldo del banco.

–        ¡Aaaaatchíííís! – estornudó Fideuá.

–        Eso quisiera yo, y no esa mierda de mocos que fumamos – dijo Zum mientras acababa de rellenar el vaso de cartón con whisky. Después se lo pasó a Mos.

–        Joder, qué alergia tengo – respondió Fide mientras sacaba un pañuelo – Y no sé a qué…

–        Al polvo no puede ser, ¡porque eso es hereditario y sé bien que tu madre no tiene! – respondió Tarao.

Hubo una carcajada general. Entonces Mos comenzó a analizar el rostro de Fide. Después hizo una mueca de desagrado y añadió:

–        Entonces no puede ser hereditario. Sin duda, él sí que tiene alergia al polvo.

Más risas. Entonces Fide miró fijamente la camiseta de Tarao.

–        Joder, he de reconocer que tu camiseta es superrealista… – dijo mientras señalaba con el dedo al tipo recién suicidado que aparecía en ella. Tarao sonrió. Entonces Fide respiró hondo y añadió – Incluso puedo oler desde aquí que el tipo ése no se lavaba mucho.

Las carcajadas se multiplicaron. Mos bebió y le pasó el mini a Zum. Zum lo cogió y se sentó en el banco. Tarao se frotaba las manos por el frío.

–        ¿No es esa la Rocío?

Todos miraron.

–        ¡Vamos Zum, dile algo!

–        ¡Rocíííío! – gritó Fide.

Rocío se dio la vuelta. Dijo algo a sus amigas y comenzó a acercarse. Zum se estremeció. Pom, pom. Al llegar, dijo:

–        Hombre, los cuatro magníficos… – dijo burlona – El sector freak de la clase…

–        ¿Quieres un poco? – dijo Mos señalándole el mini.

–        No gracias, tenemos de sobra –  señaló a sus amigas y a un grupo de cinco o seis bolsas que tenían en el suelo.

Se hizo el silencio. Rocío miró a los cuatro, y al ver que nadie decía nada hizo gesto de despedirse.

“Tengo que decir algo…” pensó Zum. Pom, pom, pom. Zum notó cómo la sangre inundaba su cabeza. Era capaz de notar que su cara se estaba enrojeciendo.

–        ¿Qui… Quieres un poco? – dijo.

Rocío le miró con una mueca de extrañeza.

–        Acabo de decir…

“¡Mierda!” “¡¡Mierda!!”. Pom, pom, pom, pom.

–        Déjale, se le va la olla – intervino Tarao, poniendo la mano en el hombro de Zum.

–        Ya… – respondió Rocío – Bueno, me vuelvo con mis amigas – se dio la vuelta y comenzó a andar. De repente, se paró y se volvió – por cierto… ¿de dónde viene el mote de Zum?

Tarao, Mos y Fide se miraron. Al cabo de un par de segundos, rompieron en carcajadas. Rocío les miró con cara de incredulidad. Fide hizo un gesto muy explícito con la mano. Rocío le miró y se dio la vuelta, mientras decía “¡adiós, magníficos!”.

Pom, pom, pom, pom, pom, pom. “¡Mierda! ¡¡Mierda!!” pensó Zum mientras dirigía una mirada asesina a los demás. Fide le respondió con un gesto angelical. Mos dijo:

–        Mira, ahí llega Rob.

Rob se bajó de la moto y se acercó al grupo de Rocío y sus amigas.

–        Guaaaaaaarraaaa – susurró Fide en voz baja mientras concentraba su mirada en el culo de Rocío.

–        Dame ese mini – respondió Zum, quitándoselo apresuradamente de las manos a Tarao.

Zum pegó un trago muy largo.

5

La llave no entraba en la cerradura. Era un hecho. Zum se paró y se quedó mirando la cerradura con los ojos entreabiertos. Mientras se balanceaba ligeramente, pensó: “Vamos a ver. Ésta es la llave. Ésta es la cerradura”. Volvió a intentarlo. Esta vez tampoco entró. Se tambaleó.

“Val lo haría con los ojos cerrados”. Zum pensó en su personaje de la partida. Val Hancín, mitad elfo, mitad enano, y mitad orco, tenía una bonificación de +45 en la apertura de cerraduras. Pero además, pensó Zum, Val era un tipo fuerte, apuesto y decidido. “+68 en carisma y +78 en presencia”. No había fallado una tirada de “persuasión y seducción” en meses. “En cambio yo… ¿qué tendría? ¿Un +15 en mezclar ColaPlus y Tinto Ro en una bolsa de plástico de AhorraPlus?”. Cerró los ojos, apretó los dientes, y dio un puñetazo contenido contra la pared.

“Vaya mierda de día. Vaya mierda de ciudad y de planeta”. Se sentó en el suelo con cierta torpeza. La cabeza le daba vueltas. Elevó la mirada, y miró con agrado la luz de la bombilla del techo del descansillo. No conseguía enfocar la vista, y en lugar de ver un punto de luz veía todo un disco amarillo. Entrecerró los ojos y los volvío a abrir del todo. Ahora el disco amarillo estaba cruzado por la mitad por una raya horizontal. Sonrió. “Puedo cambiar todo lo que me rodea con un gesto”. Imaginó el rostro del capullo de Rob y cerró los ojos con fuerza.

En ese momento, Zum oyó algunos sonidos mecánicos procedentes del hueco del ascensor. Al cabo de unos segundos, el ascensor apareció en su planta y su puerta se abrió. Tras la puerta apareció Gómez.

“En el ascensor pone 4 personas ó 300 kilos” pensó Zum. “No saben de qué hablan”. Zum recordó que, cuando Gómez montaba en el ascensor, en ocasiones el ascensor se paraba en una planta equivocada. Esto se debía al inusual grosor de sus dedos y a su incapacidad de precisar el botón pulsado. No obstante, esta vez Gómez había acertado.

Zum lanzó una mirada risueña a Gómez. Éste se sorprendió de verle tirado en el suelo. No dijo nada, y se dispuso a abrir la puerta de su casa.

“Vaya mierda” pensó Zum. “Y ahora aguantar a mi madre. Y mañana la misma mierda”.

–        ¡Eh! – dijo antes de que Gómez cerrara su puerta – ¡Lléveme lejos de aquí! ¡Usted dice que puede!

“Al menos evitaré a mi madre un rato. Y mañana podré contar a éstos que estuve en casa del chiflado”. Se dio cuenta de que no tenía miedo, sino curiosidad. Gómez volvió a salir al descansillo.

–        ¿De veras?

Zum asintió con los ojos cerrados. Después trató de ponerse en pie.

6

Pedro se dio cuenta de que se había dormido. Al despertar, estaba sentado en un sofá en la casa de Gómez. Pensó que el salón de Gómez era más normal de lo que se esperaba… salvo por la estructura de yogures vacíos rodeando la habitación y las láminas de alambres hechas por clips colgando del techo. Gómez estaba hablándole. No sabía cuánto tiempo llevaba haciéndolo.

–        Al principio pensé que podría ser yo mismo… Pero eso no encajaba en el concepto de espécimen prototipo, ya sabes… Me sobra un poco de peso…

Pedro miró hacia otro lado con gesto distraído y trató de aguantar la risa. Entonces se dio cuenta de que su mareo y su incapacidad para enfocar la vista persistían.

–        Pero el mensaje era claro – continuó Gómez-. Para escucharlo, bastaba con tomar las palabras que suenan en RadioLé en una posición que sea un número de Fibonacci, y después darle un significado numérico a cada una de ellas…

“¿De qué coño habla este tío? Está más pirado de lo que parece…” pensó Pedro, divertido.

–        El mensaje incluía una especie de guía de aprendizaje de su cultura. Ésta comenzaba mostrando su sistema lógico-matemático. Concretamente, mostraba la notación de sus matemáticas a partir de sencillos dibujos de ejemplo de cuentas y operaciones básicas – añadió. Entonces Gómez levantó una ceja mientras elevaba la vista -. Es curioso, pues las figuras que se mostraban en esos ejemplos de aprendizaje resultaban ridículamente grotescas a los ojos humanos. Espero que ellos mismos no se parezcan a esas cosas… – añadió.

En un intento de imitar el aspecto de aquellas extrañas figuras, Gómez hinchó de aire sus carrillos y bizqueó los ojos. Pedro comenzó a reírse con estrépito.

–        ¡Jua, jua, jua, jua! ¡Dios, es la cosa más horrible que he visto nunca! – dijo Pedro entre risas. Las carcajadas le provocaron hipo. Cuándo pudo volver a hablar, exclamó  – ¡Qué pena no haber tenido a mano el móvil para hacerle una foto! – En ese momento, un amago de hipo provocó que el contenido de su estómago subiera repentinamente por su esófago hasta la boca. En el último instante logró contener el vómito cerrando la boca y tragando después el contenido acumulado. Mientras saboreaba el amargor de su boca, volvió a reírse ruidosamente –  ¡Joder, yo mismo me hubiera hecho una camiseta con ese careto! – exclamó mientras un pequeño tropezón sólido salía despedido de su boca.

Gómez permaneció callado unos segundos, algo abochornado por la burla de aquel adolescente.

–        Bueno, quizá el aspecto de aquellas figuras no fuera exactamente así… – susurró.

Entonces se dio la vuelta para hacer algunos retoques en las hileras de clips. Después se encogió de hombros. No se percató de que los ojos de Pedro se estaban entrecerrando de nuevo.

–        Bueno, – continuó – el caso es que a partir de las enseñanzas del mensaje pude aprender su física, y después todo un sencillo idioma que habían creado a propósito para comunicarse con seres de otros mundos… Entonces, por fin, pude comprender la parte de su mensaje en la que explicaban el cometido final del mismo.

Visiblemente emocionado, Gómez elevó su mirada hacia el techo de la habitación. Comenzó a caminar en círculos por el salón mientras hablaba. Sus poderosas pisotadas parecían acompañar sus palabras como si se tratara de un tambor. Lejos de sentirse contagiado por la excitación de Gómez, Pedro se sintió adormecido por aquellos golpes rítmicos. Ya apenas escuchaba nada de lo que decía Gómez.

–        En esencia, – continuó Gómez mientras le brillaban los ojos – ellos proponían un intercambio de conocimientos a quien pudiera escucharles. Según indicaban, dicho intercambio debía llevarse a cabo de una manera muy determinada. Dicha manera consistía en enviar un individuo adultos de cada especie al hogar de la otra especie. De esta forma, dicho individuo podría trasmitir allí todos los conocimientos de su propia cultura. Desgraciadamente, tal y como ellos mismos confirmaban en su mensaje, no es posible trasladar materia a la velocidad de la luz. Para que el envío de un individuo pudiera hacerse a dicha velocidad, debería llevarse a cabo de una manera diferente. En lugar de materia, aquéllos que deseáramos comunicarnos con ellos deberíamos trasmitir información. Concretamente, trasmitiríamos la posición de cada átomo del individuo a trasmitir, de tal forma que toda su estructura física pudiera reconstruirse por completo en el mundo de destino. Así se obtendría en el destino la información necesaria para crear una copia exacta del sujeto trasmitido.

Llegado este punto, Pedro había vuelto a dormirse.

Un tiempo indeterminado después, Pedro notó sobresaltado cómo Gómez le tiraba del brazo, mientras decía:

–        Bueno chaval, es tu turno. Ya sé que no eres un adulto, pero eres lo mejor que he encontrado. Ponte ahí en medio.

Agarró a Pedro y le sentó en el centro del salón. Gómez empezó a tirar de las lianas de clips. Después paró y esperó. No ocurrió nada.

–        Uy, perdón, no he subido la persiana, y claro… ¿cómo vamos a trasmitir luz a la estrella α Cas si la luz no pasa ni de la persiana…? – dijo mientras tiraba de una correa. Pedro se dio cuenta de que no era una correa, sino una serie de cordones de zapato atados entre sí –. Ahora sí… Veamos…

Gómez volvió a tirar de los clips.

Esta vez surgió de los yogures una luz azulada dirigida directamente hacia Pedro. Otro foco de luz se situaba detrás de él, y éste apuntaba hacia la ventana. Entonces, Pedro notó un ligero cosquilleo. Tras unos segundos, las luces se apagaron.

–        ¡Ahora sí! ¡Ya está!

Pedro miró a Gómez con gesto de incredulidad. Se dio cuenta de que la borrachera se le había pasado.

–        Ya está… ¿qué?

–        ¡Ya estás en α Cas! Bueno, no ahora mismo… Más bien dentro de unos miles de años, cuando esa luz llegue a su destino.

Pedro miró las manchas de grasa en el cristal de la ventana.

–        Bueno, y no llegarás tú, sino una copia de ti mismo… tal y como eras mientras te iluminaba la luz azul, hace un momento…

–        Pero… ¿qué dice?

–        Bueno, ya hemos terminado, así que ya es hora de que te vayas – respondió Gómez mientras agarraba a Pedro. Le levantó y le llevó a empujones a la puerta de la casa. En ese momento, Gómez se paró en seco – Por cierto, ¿qué te gusta comer? – preguntó.

Pedro se dio la vuelta, extrañado.

–        Bueno, da igual… – añadió Gómez antes de que Pedro pudiera abrir la boca.

Gómez dirigió la mirada en dirección a la cocina mientras se rascaba el mentón. Después, como si recordara de repente una importante tarea, volvió a dirigirse a la puerta de casa, la abrió, y dio a Pedro un último y brusco empujón que le sacó del piso.

Pedro se volvió para decir algo, pero en ese momento la puerta se cerró con un portazo. Se quedó mirando la puerta, señalándola con el dedo. Poco a poco bajó la mano, mientras se rascaba la cabeza con la otra.

“Sé que esto parece una frase de mi madre, pero… ¿me habrán echado algo en el mini?” pensó mientras fruncía el ceño. Sonrió. “¿Quién será el imbécil que te pone esas cosas sin cobrarte?”.

Esta vez atinó a introducir la llave en la cerradura.

7

–        Uy, perdón, no he subido la persiana, y claro… ¿cómo vamos a trasmitir luz a la estrella α Cas si la luz no pasa ni de la persiana…? – dijo mientras tiraba de una correa. Pedro se dio cuenta de que no era una correa, sino una serie de cordones de zapato atados entre sí –. Ahora sí… Veamos…

Gómez volvió a tirar de los clips.

Esta vez surgió de los yogures una luz azulada dirigida directamente hacia Pedro. Otro foco de luz se situaba detrás de él, y éste apuntaba hacia la ventana. Entonces, Pedro notó un ligero cosquilleo. Tras unos segundos, las luces se apagaron.

De repente, la sala cambió por completo. No había ni rastro de Gómez. Pedro se encontraba solo en el centro de una estructura metálica. Abrió mucho los ojos. Después, también la boca, en un gesto de asombro.

–        ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder!

Se levantó del suelo y comenzó a observar la sala. Enfrente había un cristal oscuro, y detrás una puerta. El olor era bastante extraño.

–        ¿Dónde pelotas estoy?

Casi como respuesta a su pregunta, el cristal se volvió claro y pudo ver unas figuras detrás de él.

No podía ser.

Había tres figuras tras el cristal. Las tres tenían aspecto clarísimamente humano. No sólo eso… Una de ellas era un tipo bastante mayor, con barba. La segunda guardaba un parecido sorprendente con su tío Ramón, el fontanero… aunque los ojos y las orejas no eran iguales. Podría haber sido perfectamente algún familiar suyo que no conocía. Pero el tercero…

Las mismas greñas. La misma nariz…

“¡Joder! ¡¡Soy yo!!”.

Antes de que pudiera decir nada, el hombre más mayor habló.

–        Bienvenido a Hogar, nuestro humilde planeta. Y, a partir de ahora, también el tuyo.

Pedro se quedó mirando muy fijamente a los tres individuos. No eran horripilantes, ni extraños, ni tampoco ridículamente grotescos. Su aspecto era, simplemente, humano.

–        ¿No estoy en… la Tierra? – preguntó.

–        No.

–        Pero… ¿cómo he llegado instantáneamente hasta aquí…?

–        No has llegado. Acabas de nacer.

Pedro se estaba poniendo nervioso. Mientras se agitaba, dijo:

–        ¿Qué mierdas dice…?

En ese momento intervino el hombre de mediana edad, que se dirigió al más mayor.

–        Este chico no deja de decir “mierdas”. Habrá que cuidar más su lenguaje.

–        Deberíamos crear un nuevo programa de educación lingüística – respondió el mayor.

Pedro pensó que era la primera vez que decía “mierdas” delante de aquellos tipos.

–        ¿De qué hablan?

Los hombres continuaron conversando entre sí, ignorándole.

–        ¿Te has fijado en que, cuando tardas dos segundos más en dirigirte a él, ocurre que no dice esa palabra hasta 47 segundos después? – dijo el mediano mientras señalaba un panel que debía estar bajo el cristal, al otro lado.

–        ¡No acabo de nacer! ¡Tengo diecisiete años! – intervino Pedro.

El más mayor le miró con gesto tierno.

–        Por más veces que lo diga, no deja de encantarme eso…

Pedro se sentía aturdido.

–        Verás – intervino el mediano, dirigiéndose por fin a Pedro –, hace muchísimos años una luz que trasmitía la información sobre toda tu composición física salió de la Tierra. Esa información llegó a Hogar hace muchos años. Y ahora mismo hemos juntado muchos átomos y les hemos dado exactamente la forma que indica esa información. Unos crean tus músculos, otros tus huesos…

–        ¡Pero qué gilipolleces dice! Hace cinco minutos estaba en mi planeta, en la casa del pirado de mi vecino…

–        …y otros tu cerebro, tus neuronas, y sus interrelaciones. Y éstas incluyen los recuerdos más lejanos, y también los más cercanos. Es decir, en tu cerebro recién creado se encuentran todos los recuerdos que tenía el modelo original a partir del cual procedes…

–        ¡Estaba en el salón de ese cabrón…!

–        …incluido ese recuerdo. Por eso lo crees.

Pedro miró a los tres tipos con gesto desolado. No podía creerse lo que oía.

–        ¿Por qué tienen aspecto humano? ¿Por qué tú te pareces a mí? –  dijo señalando al más joven de los tres – ¿Y por qué tú te pareces a mi tío? – dijo señalando al mediano – ¿Habéis copiado el aspecto humano para no darme miedo? ¡No es posible que una especie alienígena sea igual a nosotros…!

El más joven intervino por primera vez.

–        ¡Alienígena lo será tu padre!

Entonces el mayor se dirigió al joven con gesto serio.

–        Después de un mes deberías haber aprendido ya a no responder a las provocaciones – le advirtió en tono reprobatorio. Después se dirigió a Pedro – No te preocupes, dentro de un rato verás una película que te lo dejará todo muy claro. Ahora sal por esa puerta y reúnete con tus hermanos. Esperad a la señal que os dé el guía y seguidle después.

Pedro miró la puerta que tenía tras él.

–        ¡Hasta luego! – dijo el mediano. Los tres tipos recogieron unos objetos y salieron del campo de vista del cristal.

Aturdido, Pedro abrió la puerta que tenía tras él.

8

La luz del exterior cegó a Pedro en un primer momento. Después, a medida que se fue acostumbrando a la claridad, comenzó a percibir lo que le rodeaba. Ante él se desplegaba una gran explanada repleta de individuos, en torno a un centenar. Por fin, sus pupilas se adaptaron por completo a la luz.

No podía ser. Se frotó los ojos con fuerza.

Todos los individuos que había ante él eran exactamente iguales a él.

–        ¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda!

Los individuos que estaban más cerca de la puerta se volvieron para mirarle.

Pedro se puso de cuclillas, mirando al suelo. Brotaron algunas lágrimas de sus ojos. Volvió a mirar al frente.

–        ¡Quiero irme de aquí! – gritó.

–        ¿Cómo…. cómo es posible? – dijo uno de los individuos que tenía más cerca. Éste tenía los ojos enrojecidos.

–        Otro igual – dijo otro. Inmediatamente después de decirlo, su rostro delató una súbita sorpresa.

Otros individuos que estaban a más distancia miraron con amargura. No sólo miraban a Pedro, sino a los otros tipos que acababan de hablar.

Al secarse las lágrimas, Pedro se dio cuenta de que cada individuo se mantenía a una distancia lo mayor posible de todos los demás. No se dirigían la palabra entre sí. Se acercó a una pared y se sentó en el suelo, tembloroso. Continuó llorando.

Pasó un rato. “Quiero irme de aquí. ¿Qué coño hago aquí? Quiero irme a casa” pensó.

Pasó más rato aún. Se calmó un poco. Miró al cielo. El sol emitía una luz verdosa. Encontró cuatro discos (¿satélites? ¿planetas?) de distintos tamaños. Uno de ellos parecía tener cráteres similares a los de la Luna. Al cabo de un rato se abrió la puerta de la que él mismo procedía.

Salió por ella otro individuo igual a él. Tenía los ojos entrecerrados. Luego los abrió más, y miró con asombro la concurrencia de la explanada. Se frotó los ojos.

–        ¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda! – gritó el recién llegado.

Después se puso de cuclillas y gritó que quería irse de allí.

“Un momento… ¡Eso es exactamente lo que dije yo hace un rato!” recordó Pedro.

–        ¿Cómo… cómo es posible? – dijo entonces Pedro en voz alta.

–        ¡Otro igual! – dijo otro individuo mirando a Pedro.

El tipo recién llegado se apartó a un rincón.

Unos minutos después salió otro individuo. Al salir, gritó:

–        ¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda!

El individuo que había salido por la puerta inmediatamente antes que el recién llegado se quedó mirando a este y preguntó:

–        ¿Cómo… cómo es posible?

Pedro tuvo la sensación de que la escena se estaba volviendo repetitiva.

–        ¡Otro igual! – exclamó Pedro. Entonces se sobresaltó. “¡Un momento!” pensó muy sorprendido “¡Yo mismo estoy repitiendo también el mismo patrón!”. Se sintió ridículo, y entonces decidió que en adelante permanecería en silencio.

La escena siguió repitiéndose una y otra vez a intervalos más o menos regulares. Cada nuevo individuo que salía por la puerta repetía el mismo ritual, y era recibido igualmente por los tipos que habían salido inmediatamente antes que él.

Pedro miraba a los protagonistas de cada escena con tristeza… “Otra vez lo mismo. Los tipos que salen por la puerta pasan exactamente por lo mismo que yo. Seguro que les han echado la misma charla los tipos del cristal”.

Al cabo de un rato le empezó a resultar cargante la predecibilidad de los sucesos. “¿Qué pasa? ¿No pueden decidir? ¿Por qué siempre hacen lo mismo? ¡Yo puedo hacer lo que quiera! Si me comporté de esa manera tras salir fue solamente porque no conocía la escena y no sabía que yo también la estaba repitiendo…”.

Dio una patada a una piedra del suelo. “Puedo mandar esa piedra donde quiera. No he visto a ninguno de los demás jugar con una piedra… ¡Soy libre! ¡Hago lo que quiero!”.

Acto seguido, un nuevo individuo salió por la puerta. La escena comenzó a repetirse como siempre.

–        ¡Qué mierdas es esto! ¡¡Joder!! ¡Mierda!

–        ¿Cómo… cómo es…?

Antes de que pudiera terminar la frase, Pedro intervino repentinamente.

–        ¡Soy liiiibre! – gritó con toda la fuerza de sus pulmones. El recién llegado calló su frase a la mitad, muy sorprendido. Pedro sonrió. Se mostraba exultante y triunfal – ¡Esto no ha pasado nunca! ¡Hago lo que quiero!

Algunos individuos le miraron y se rieron. Aproximadamente la mitad de los que rieron rompieron a llorar inmediatamente después.

“Les he emocionado” decidió Pedro. Entonces se sentó en el suelo con un elocuente gesto de victoria en su rostro.

Las escenas en la puerta siguieron repitiéndose. Pero Pedro se sentía feliz después de haber demostrado su libertad. Al poco rato, se relajó un poco. La espera empezó a aburrirle, así que se dedicó a observar su entorno con más detenimiento. Había una torre en un lateral de la explanada. Subido a ella había un hombre que era parecido a su tío Ramón… Más bien se parecía al tipo que vio antes tras el cristal. Mejor dicho, era igual. Se fijó en que estaba comiendo algo.

¿Era eso un bocata de chopped? Pedro meneó la cabeza.

Entonces se percató de que ya no atendía a la escena repetitiva que se seguía sucediendo una y otra vez. Le daba igual. Él había demostrado que era diferente. Todo eso no iba con él.

Estornudó. Mientras sentía cómo la nariz se le llenaba de mocos, pensó “joder, estoy constipado… Seguro que el capullo del Fide estaba equivocado y no era alergia lo que tenía. Seguro que me contagió sus asquerosos bacilos…”. Entonces se entristeció y miró al suelo. No sabía si volvería a ver a Fide jamás. Ni a mamá, ni a ninguna de las personas que le importaban.

De repente, al salir un nuevo individuo por la puerta, algo le sobresaltó. Algo estaba ocurriendo de manera diferente. Un tipo situado lejos de la puerta comenzó a gritar sin que le tocara intervenir. Se dio cuenta de que ese tipo no llevaba demasiado tiempo en la explanada. Por su posición en el grupo, debía haber salido por la puerta dos o tres turnos después de que Pedro rompiera la cadena de repeticiones con su grito liberador.

Lo que gritaba aquel tipo le estremeció.

–        ¡Soy liiiibre! ¡Esto no ha pasado nunca! ¡Hago lo que quiero!

Pedro reaccionó con una risa nerviosa. Otros a su alrededor rieron con estruendo. Algunos, al dejar de reír, rompieron a llorar como niños.

“Yo seré diferente. Yo no lloraré” decidió Pedro con determinación.

Aproximadamente, lloraron la mitad de los que rieron.

9

Tras una espera insoportable, el hombre de la torre desapareció de su atalaya. Poco después salió por una puerta que había en la base de la torre y se dirigió al grupo.

–        ¡Síganme todos!

Todos obedecieron a la petición, quizá por una mezcla de aturdimiento y hartazgo. Avanzaron por un camino en el suelo pintado de amarillo. La explanada era ancha, y a lo lejos en ambas direcciones sólo se vislumbraban unos muros blancos que delimitaban el recinto. A los lados del camino el suelo parecía estar compuesto únicamente por cemento blanco. No se veía ni una sola brizna de hierba. No se oían pájaros. Tampoco había brisa.

“Muy posiblemente todos estábamos en la casa de Gómez hace unas horas” dedujo Pedro. Los gestos pensativos de los demás individuos le indicaban que todos habían llegado a la misma conclusión, más o menos al mismo tiempo. Los primeros en darse cuenta eran los primeros que habían salido por la puerta.

Tras un rato llegaron a un pequeño edificio que se erigía en medio de la inmensa explanada. El guía abrió la puerta y les invitó a entrar.

Dentro había una gran sala repleta de hileras de asientos dirigidos en la misma dirección. Al fondo se veía lo que parecía una pantalla de proyección. Diversas columnas se levantaban a intervalos simétricos a lo largo de la sala. También se distribuían homogéneamente algunos megáfonos.

–        Siéntense todos, por favor – dijo el guía.

Se formaron varias hileras de individuos que esperaban junto a cada una de las filas de asientos. Pedro se unió a una de ellas. La fila fue avanzando mientras los individuos iban tomando asiento. Pedro se acomodó en el asiento que le había tocado mientras mostraba una actitud similar a la de los demás individuos, que era la de una mezcla de expectación y cansancio.

Entonces Pedro observó que tenía justo enfrente de su asiento una de las columnas de la sala. Ésta le impedía ver la pantalla de proyección. Le pareció muy frustrante. “Joder, ya es mala suerte” pensó. Miró con gesto indignado a los individuos que tenía a sus lados. Todos ellos miraban la pantalla relajadamente sin ningún obstáculo que se lo impidiera. Pedro trató de ladear la cabeza. Comprobó que si estiraba mucho el cuello podía ver la pantalla. La postura era realmente incómoda.

Cuando por fin se sentaron todos, se apagaron las luces y comenzó la proyección.

Sonó una musiquita de fondo y surgió en la pantalla una imagen en blanco y negro de un planeta en el centro de la imagen. No era una foto, más bien parecía un dibujo. Después de unos segundos la imagen desapareció y apareció un letrero que leía:

“ Bienvenidos a Hogar ”.

La musiquita resultó familiar a Pedro. Intentó recordar. Recuperó una postura más relajada en la que no veía la pantalla pero podía concentrarse mejor. Ahora que no tenía nada que mirar, cerró los ojos y recordó… “¡Ya lo tengo! Ésta es la música que sale al final de Anikilation III: Enemigos de la patria morid, la penúltima entrega de la saga, cuando el malvado Dogfucker ya había explotado en mil pedazos… Eso ocurría después de que Anikilator lo atara a una columna con sus propios intestinos y dejara que la bomba explotara… Después de salvar la Tierra, Anikilator era invitado al congreso USA y el presidente lo recibía con gafas de sol y bailando rap… y… sí… sonaba esta misma melodía…”. Pedro sonrió recordando ese gran momento. “Claro, en ningún momento se ve que el dedo gordo del pie derecho de Dogfucker se queme… Todo cuadra con el comienzo de Anikilation IV…” razonó.  Pedro recordaba que aquella misma musiquita también aparecía en Anikilation III: el videojuego, el juego de tiros al que solía jugar on-line muchas noches con Tarao, Fide y Mos. A Pedro siempre le habían llamado la atención los realistas gráficos 3D de aquel juego, así como los originales escenarios coloristas de los planetas que visitaba Anikilator en su aventura. Curiosamente, ahora que Pedro estaba en otro mundo, todo resultaba mucho menos llamativo que en aquel videojuego. Sin ir más lejos, aquella sala de proyección era bastante fea. La pintura se descascarillaba en algunos puntos de la única pared que estaba pintada, mientras que las otras tres paredes eran de ladrillo visto, ladrillos rojos de arcilla como los de toda la vida. Los propios asientos eran bastante toscos. Y el equipo de sonido que estaba emitiendo aquella musiquilla no parecía ser gran cosa, a juzgar por el ruido estático de fondo.

De repente, sintió un extraño cosquilleo… “Un momento… ¿Qué hace esta melodía sonando a miles de años luz de la Tierra?”. Se sobresaltó. “¿Y por qué suena exactamente tal y como yo mismo la suelo tararear?”. Siguió escuchando. “¿Y por qué se repite el estribillo una y otra vez?”. Pedro recordó que la canción continuaba después de manera diferente. Sin embargo, no conseguía recordar cómo… Entonces se dio cuenta de que se estaba perdiendo la película, y volvió a atender.

“ …por lo que la luz tarda 5348 años en llegar a Hogar desde la Tierra. Sin embargo, Pedro Martínez estuvo en el salón de la casa de Gómez hace 7457 años. ¿Qué ha ocurrido en el Hogar durante los últimos 2109 años? ” rezaba un letrero.

El letrero desapareció y surgió una imagen estática de Pedro (o sea, de cualquiera de los presentes). La imagen también estaba en blanco y negro. La musiquita seguía sonando.

“Un momento…” pensó Pedro. “¡Esta película es muda! ¿En una civilización extraterrestre siete mil años más avanzada que la que conozco el cine es mudo y en blanco y negro? ¿Será una licencia artística?” se preguntó. “Qué cosa más cutre…”.

Observó los individuos sentados en los asientos contiguos. De repente, la mayoría de ellos puso gesto de estar escuchando la música con gran atención. Poco a poco, todos iban poniendo gestos de sorpresa.

“¡Ahora se están dando cuenta del origen de la melodía! ¡Yo he sido el primero en darme cuenta! ¡Realmente soy diferente!” pensó exultante. El cuello le dolía, así que volvió a relajarse unos segundos en la butaca. “Maldita columna…”. Cerró los ojos mientras giraba el cuello lentamente. Tras unos segundos, abrió los ojos de nuevo y volvió a estirar el cuello.

Mientras se intercalaban imágenes cuya calidad recordaban a Pedro el vídeo de la comunión de su primo, pero en blanco y negro, la proyección iba contando la historia de Hogar. Hace más de dos mil años vivía en Hogar una especie alienígena que deseaba entrar en contacto con otros seres inteligentes del universo. Conscientes de que jamás podrían desplazarse físicamente a otra estrella, se dieron cuenta de que su contacto con otras culturas debería limitarse al intercambio de conocimientos e información.

Mandaron mensajes a otras estrellas a través de ondas de radio. Dichos mensajes trataban sobre sí mismos, sobre su cultura y su ciencia. A su vez, en ocasiones ellos mismos detectaron señales procedentes de otros mundos, señales que probablemente no habían sido emitidas intencionadamente al espacio exterior por sus emisores. Cuando esto sucedía, trataban de analizar dichas señales para conocer la cultura del emisor y le enviaban de vuelta un mensaje en su propio lenguaje. Tras cierto tiempo, llegaron a establecer diálogos con otras civilizaciones.

Aunque los diálogos fueron fructíferos, pronto se dieron cuenta de que el procedimiento resultaba rudimentario y muy lento, pues cada intervención de un interlocutor podía necesitar miles o millones de años para llegar al otro. Los diálogos resultaban muy poco fluidos y nada eficientes.

Entonces decidieron que la única manera efectiva de trasmitir información sería trasmitir un individuo de cada especie a la otra especie. Una vez que el individuo llegara al destino, se podrían establecer diálogos directos con él para acceder a sus conocimientos adquiridos. Este procedimiento resultaría mucho más rápido y fluido. Ciertos conocimientos, que al individuo le resultarían evidentes y triviales, podrían ahorrar a los científicos miles de años de espera hasta que una pregunta se trasmitiera y llegara su correspondiente respuesta.

No se podría trasmitir un individuo físicamente. Sin embargo, podría transmitirse la información suficiente para que un individuo pudiera ser construido, átomo a átomo, en el destino. Es como si se enviara un plano perfectamente detallado del individuo y después, en el destino, se creara una copia exacta siguiendo las instrucciones del plano. Dado que los pensamientos y recuerdos de cada individuo se producen y almacenan de alguna forma en su propia materia, trasmitir su plano implicaría trasmitir todos sus conocimientos. A pesar de la ingente cantidad de información que hay que trasmitir para comunicar el plano átomo a átomo de un individuo, trasmitir sus conocimientos adquiridos de esta forma resultaba más eficiente que enviando cada dato por separado. Según parecía, todos los seres inteligentes albergaban dentro de su propia naturaleza (en su cerebro, sistema nervioso, o lo que fuera) una forma de almacenar información que era más eficiente que la que esos mismos seres pudieran inventar conscientemente por medio del lenguaje, la escritura u otros métodos artificiales de almacenar sus propios conocimientos.

El individuo a trasmitir no podía ser recién nacido, pues en la mayoría de las especies el conocimiento de un individuo recién nacido era muy escaso o nulo. Por contra, debería enviarse un individuo adulto muy sabio que sobresaliera por su conocimiento global de la cultura de su civilización.

“¡Como yo mismo!” pensó Pedro orgulloso mientras observaba distraído los nudos de los cordones de sus zapatos, preguntándose indignado para qué servía el doble nudo. Después se tocó el cuello con gesto dolorido. “Qué coñazo de columna, de verdad…”. Miró las butacas contiguas. “¡Y qué morro tienen los demás!” pensó con cierto enfado. En realidad, no estaba solo en su desdicha. Otros pocos individuos adoptaban también posturas imposibles para esquivar sus respectivas columnas.

Los habitantes de Hogar desarrollaron un método de registrar y trasmitir el plano completo de un objeto cualquiera, incluyendo seres vivos, e incluyeron una descripción del método en cada trasmisión que emitían al exterior.

Esta información llegó a Gómez. Surgió en la pantalla un dibujo de Gómez en blanco y negro, deformado y mal trazado pero inconfundible, lo que hizo reír a Pedro. Y a todos los demás. “El que ha pintado eso dibuja igual de mal que yo” pensó divertido.

Gómez extrajo un plano de Pedro Martínez usando una matriz de yogures de pera de AhorraPlus forrados con papel charol azul, y envió esa información en dirección a Hogar hace más de siete mil años. Los habitantes originarios de Hogar recibieron esa información hace unos dos mil años. Entonces, produjeron la primera copia de Pedro Martínez. Nació Uno.

10

Cuando los alienígenas explicaron a Uno cómo y por qué había aparecido allí, éste se sorprendió enormemente. En torno al artilugio copiador donde nació Uno, los alienígenas habían construido un gran recinto rodeado por una cúpula. El aire dentro del recinto era apto para la respiración humana y diferente a la atmósfera de todo el planeta. Pedro se dio cuenta de que la imagen de la cúpula en la pantalla consistía en realidad en un bol puesto boca abajo con cajitas en el interior. En una de ellas podía verse incluso el nombre del fabricante: “Martínez S.L.”.

Los mensajes que los alienígenas habían difundido por el espacio para solicitar, a aquéllos que pudieran escucharles, que les transmitieran un individuo, incluían algunas instrucciones muy explícitas. En particular indicaban que, junto al plano del especímen de intercambio, sus emisores debían transmitir también planos de alimentos que pudieran nutrirlo. Al poco de enviar los planos de Pedro Martínez, Gómez envió planos de los siguientes productos: Un yogur de pera de AhorraPlus, una bolsa de pipas, media coliflor y un bocata de chopped. Esta lista es muy importante, pues Uno sería alimentado toda su vida por medio de estos productos. En cada desayuno, almuerzo o cena, los alienígenas hacían nuevas copias de estos alimentos a partir de los planos originales, y se la ofrecían a Uno. Conviene por tanto dar algunos detalles adicionales. La bolsa de pipas llevaba en su interior un cromo de la serie Kakakulo y Pedopís. Se trata del cromo 76, en que se recuerda cómo Kakakulo abre las tripas a Pedopís después de que éste se haya comido su ojo izquierdo en un desafortunado despiste. En realidad, el cromo sólo recuerda la mitad de la escena, pues la otra mitad iría en el cromo 77, que debía ponerse justo a su derecha. Por su parte, el bocata de chopped no estaba completo. Tenía un gran mordisco que, por la forma de la mandíbula, parecía deberse a Gómez.

A medida que avanzaba la descripción, Pedro iba poniéndose más y más furioso. “Gordo cutre y tacaño… menudo hijo de puta…”. Comenzó a oír los gritos iracundos de sus compañeros.

–        ¡Menudo cabrón! – gritaban unos.

–        ¡Métete la coliflor por el culo…! – gritaban otros. Pedro recordó que odiaba la coliflor.

–        ¡Tacaño! ¡Pedazo de cutre! – gritaban otros.

“Gritan cosas diferentes” pensó Pedro mientras esbozaba una sonrisa. Tras observar durante unos segundos, descubrió que había ciertos patrones en los gritos. Los de las primeras filas, impactados quizá por la inmensa imagen de la asquerosa coliflor, protestaban contra ésta. Los de las últimas filas solían criticar la tacañería de Gómez. Quizá esto se debiera a su malestar por la falta de medios de la propia sala de proyección (la pantalla estaba realmente lejos y tenían que hacer un gran esfuerzo para leer los rótulos). En las posiciones intermedias, simplemente gritaban “cabrón”.

Los pocos individuos que estaban situados justo tras una columna no gritaban nada, y se limitaban a observar con detenimiento a los demás.

La proyección continuó. Durante meses Uno fue sometido a múltiples interrogatorios sobre la cultura terrestre por parte de los alienígenas. Las primeras preguntas se centraron en conocer en detalle las figuras de Kakakulo y Pedopís, consideradas por ellos muy influyentes a juzgar por el papel que les otorgaba Uno en cada una de sus narraciones. Después trataron de averiguar qué eran en realidad el chopped y el yogur de pera.

Tras unos meses, los interlocutores alienígenas trasmitieron a Uno una extraña noticia. Una misteriosa enfermedad estaba diezmando la población de todo el planeta. Según descubrieron, un minúsculo microorganismo había penetrado en sus cuerpos y los estaba matando.

Al cabo de una semana más, Uno dejó de recibir visitas. En previsión de una posible emergencia, los alienígenas habían introducido el artilugio copiador dentro del recinto de Uno. De esta forma, Uno podía generar su propia comida autónomamente y seguir alimentándose.

Al cabo de un mes, Uno llegó a la conclusión de que estaba completamente solo en ese planeta.

11

Uno había sido provisto de todo tipo de artilugios por sus huéspedes. En poco tiempo encontró un traje presurizado con una bombona de aire y un traductor bidireccional entre su idioma y el idioma alienígena. Con dichos objetos salió de su cúpula y recorrió la ciudad alienígena que lo rodeaba.

Sin duda, los alienígenas habían desaparecido de aquella ciudad. En la soledad más absoluta y a lo largo de varios meses, Uno llegó a conocer en detalle los alrededores de la cúpula. No podía alejarse demasiado, pues tenía que volver periódicamente al artilugio copiador para alimentarse. Tras algún tiempo descubrió un inmenso dispositivo de control del clima. Aprendió que este artilugio permitía modificar la proporción de ciertos componentes de la atmósfera del planeta. Observando las especificaciones del propio aire que él respiraba dentro de su cúpula, introdujo los mismos parámetros en el artilugio. Según se describía en el aparato, los resultados no serían inmediatos, así que debía conservar su traje por el momento.

Uno aprendió a manejar las máquinas de transporte alienígenas, que estaban muy automatizadas en su mayoría. Así pudo explorar los alrededores de la ciudad. Cuando obtuvo más confianza, comenzó a realizar viajes más largos. En cada viaje generaba una gran cantidad de alimentos, los introducía en su aparato volador y se alejaba durante unas semanas para explorar los lugares más recónditos del planeta. Conoció su paisaje natural, así como otras ciudades.

Al cabo de unos quince años en la más absoluta soledad, el proceso de transformación atmosférica terminó y el aire se hizo completamente respirable, lo que le permitió deshacerse de su traje. Pasó los siguientes años aprendiendo todos los detalles posibles sobre la recientemente extinguida civilización alienígena y su cultura. A pesar de su soledad, el constante descubrimiento de las peculiaridades de un mundo tan diferente y sorprendente le mantenía entretenido. Pasaron muchos más años.

Uno se estaba haciendo mayor. Ya no podía hacer sus tareas con el mismo vigor que antes. Se apoyaba en las máquinas alienígenas todo lo que podía, pero necesitaba más ayuda.

Un día se dio cuenta de un hecho trascendental.

Él había llegado a este planeta a través del artilugio copiador. Es decir, el mismo artilugio que utilizaba para reproducir su alimento. El aparato memorizaba todos los objetos que había generado alguna vez, que eran todos los objetos cuyos planos había recibido alguna vez desde estrellas lejanas. Y entre ellos estaba…

Se acercó a sus controles. Los manipuló. Pulsó un botón. Apareció una luz azulada. A los pocos segundos y con gran estruendo, surgió una figura humana en el centro de la plataforma metálica.

–        ¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy? – dijo el recién llegado.

–        Bienvenido a Hogar, mi humilde planeta. Y, a partir de ahora, también el tuyo – dijo Uno con voz orgullosa, mientras se acariciaba la barba con la mano.

–        ¿No estoy en… la Tierra?

12

De esta forma nació una nueva civilización. Uno generó a Dos, a Tres y a Cuatro. Dos generó años después a Cinco, a Seis, a Siete, a Ocho, a Nueve, a Diez y a Once. Y así sucesivamente.

Los nuevos habitantes de la ciudad se dieron cuenta pronto de que los artilugios y herramientas alienígenas no durarían mucho tiempo en correcto funcionamiento sin un adecuado mantenimiento. Este mantenimiento podría estar muy fuera de sus capacidades, tanto presentes como futuras. Por lo tanto, debían aprender a crear su propios artilugios, menos sofisticados pero comprensibles, utilizables y reproducibles.

La capacidad de copia de objetos del artilugio copiador no era infinita. Sólo permitía generar cierta cantidad de masa al día, así que la cantidad de alimentos que se podían producir cada día estaba limitada. Para aumentar la producción de alimentos, habría que desarrollar una industria agroalimentaria propia. Esto no resultaba viable con la tecnología de que disponían, pues los únicos alimentos disponibles no crecían en el suelo. Ni el bocadillo de chopped ni el yogur de pera podían plantarse, y las pipas estaban tostadas. Dada la composición tóxica del subsuelo, ni siquiera la coliflor podía plantarse de una forma económicamente viable. Otra posibilidad para obtener más alimentos sería desarrollar una industria que permitiera copiar el propio artilugio copiador, pues los nuevos artilugios copiadores permitirían generar más alimentos cada día. Desgraciadamente, los nuevos habitantes de Hogar no contaban con un plano de la máquina copiadora.

Cuando la población de la Ciudad era cercana a un millar, el individuo 567 encontró en un antiguo edificio los mensajes que los alienígenas habían enviado a otras estrellas. Entre ellos se incluían las instrucciones que proporcionaban a otras civilizaciones para que estas obtuvieran y enviaran de vuelta los planos de un objeto cualquiera. Siguiendo estas instrucciones, los habitantes de Hogar consiguieron obtener el plano del propio artilugio copiador, y acto seguido lo enviaron en forma de luz, como hiciera Gómez desde su casa muchísimo tiempo atrás, si bien esta vez el destino de dicha luz no era otro mundo, sino un colector situado en la misma sala. Entonces conectaron dicho colector con el artilugio copiador para que le trasmitiera, como plano que debía copiar, la información que codificaba dicha luz, que no era otra que propio artilugio copiador. Pulsaron el botón y… ahí estaba. Otro artilugio copiador. La capacidad de producir alimentos se había multiplicado por dos. Copiando más máquinas copiadoras, esta capacidad no tendría límites. Es más, ahora que la máquina copiadora podía utilizarse para copiar cualquier objeto, se podría producir en serie cualquier producto manufacturado sin necesidad de crear una nueva industria.

Una vez superadas las restricciones alimenticias, los individuos más mayores ya no tenían ninguna restricción para generar nuevos individuos que les ayudaran en sus tareas. En pocos años, la población de la ciudad llegó al millón de habitantes. Todos ellos Pedro Martínez, a distintas edades. Todos ellos con vivencias idénticas hasta los diecisiete años (más bien, idénticos recuerdos de vivencias). Y, a partir de entonces, vivencias diferentes.

Unas pocas generaciones más tarde, la sociedad humana de Hogar se enfrentó a un nuevo reto. Las máquinas copiadoras consumían mucha energía al producir materia, y el exceso de máquinas colapsó las existencias energéticas. Esto obligó a buscar nuevas fuentes de energía. La capacidad de generar alimentos ya no sería ilimitada nunca más. Por otro lado, la fabricación de productos manufacturados ya no podría basarse sistemáticamente en copiarlos con la máquina copiadora, pues el coste energético de dicho procedimiento era prohibitivo y la energía debía reservase para lo que era primordial y no se podía obtener de otro modo, los alimentos. En adelante, los habitantes de Hogar deberían desarrollar sus propias técnicas de fabricación de artilugios. En adelante, todos los habitantes de Hogar tendrían que trabajar duramente para obtener los recursos necesarios para sobrevivir.

Una sociedad eficiente necesita que sus individuos se especialicen. Los conocimientos específicos de cada individuo permiten a ese individuo aumentar la productividad de las labores que desarrolla. No es fácil especializar individuos que parten de ser exactamente iguales. Sin embargo, vivencias ligeramente diferentes introducen deseos y tendencias ligeramente diferentes. Después, el deseo de cada individuo de no ser igual a los demás, de diferenciarse y ser libre, anhelo que es compartido en realidad por todos los individuos, hace el resto. Unos individuos toman una decisión. Los que vienen después toman la decisión contraria para ser diferentes a los primeros y sentirse libres. Y así sucesivamente.

De esta forma, surgieron manipuladores del artilugio copiador, transportistas para la distribución de los alimentos, analistas de artilugios alienígenas, investigadores para la reconstrucción de la ciencia humana… Después, albañiles para la construcción de barracones, ingenieros para su diseño… Políticos para poner normas que coordinen las actividades de todos, policías para hacer que esas normas se cumplan… Toda una sociedad humana.

Una sociedad en la que todos los individuos creerían haber sido algún día Pedro Martínez.

“ Unos dos mil años después de que llegara Uno, la ciencia y la técnica en Hogar han alcanzado un nivel similar al de la Tierra a comienzos del siglo XX. No somos genios, y poco se puede mejorar la capacidad de aprendizaje de un individuo a partir de los diecisiete años… Pero estamos aquí y sobreviviremos. Como prueba de nuestra prosperidad, somos más de mil millones de habitantes los que poblamos Hogar en la actualidad. ¡Viva Pedro! ”

“ Fin ”.

13

Las luces se encendieron. La sala estaba en completo silencio. Los individuos se miraban entre sí con gesto incrédulo. Hasta ahora, cada uno había pensado que todos ellos eran iguales por algún tipo de broma pesada. Ahora se daban cuenta de que no había nadie diferente. En todo el planeta. En todo su mundo.

–        ¡O sea, que no hay pibas! – saltó una voz desde las primeras filas.

–        ¡Joder! ¡Mierda! – gritó otro desde atrás.

–        ¿He sido generado… he nacido sólo para cuidar viejos en un planeta asqueroso?

–        ¡Es injusto! ¿Quién vendrá a cuidarme a mi cuando sea viejo?

–        ¡Joder! ¡¡¡Joder!!!

A Pedro el cuello le dolía horrores. Miró a los demás con desprecio mientras se pasaba la mano por la nuca. “¿De qué se quejan estos gilipollas? Todos ahí, tan cómodos en sus butacas…”.

–        Acompáñenme a la salida, por favor – dijo el guía.

Fueron saliendo de la sala de proyección hacia la explanada exterior. Cuando todos estuvieron fuera, el guía se dirigió de nuevo a ellos.

–        Por favor, ahora cada uno de ustedes debe escoger el barrio de la ciudad en el que desea alojarse. Les llevaremos a todos a sus casas.

“Ya quisiera yo. Mi casa en la Tierra, no en esta mierda de sitio” pensó Pedro.

–        Los que deseen ir al barrio A, – continuó el guía – cercano a las modernas cadenas de producción de la ciudad, con grandes estructuras de sofisticado urbanismo y altos rascacielos, sigan a mi compañero – dijo señalando a un recién llegado vestido de uniforme. Éste, de mediana edad, se parecía muchísimo al propio guía. Les diferenciaba el peinado y una barba corta.

“Así que así seré yo de mayor… Como mi tío Ramón…” pensó Pedro mirando a ambos.

–        Los que deseen ir al barrio B, donde se ubican los centros de investigación de la ciudad, rodeados de bellos paisajes naturales, vayan con el otro compañero – dijo señalando a otro tipo –. Los que deseen ir al barrio C, barrio cultural y artístico de la ciudad, con gran animación diurna y nocturna, sigan a aquél – dijo señalando a otro.

De esta forma, el guía fue describiendo las diversas opciones.

Pedro miró a todos los demás individuos con cara de asco, mientras se tocaba el cuello. “Corderitos. ¡Beeee! Vamos, seguid al rebaño. ¡Vamos! ¡Al matadero! ¡Beee! Cabrones… Pedazo de cabrones…” pensó.

Terminaron las opciones. Poco a poco, todos los individuos fueron escogiendo el grupo al que deseaban unirse. Pedro no había decidido todavía. Debía reconocer que la presentación de cada opción hacía que todas ellas le resultaran casi igual de apetecibles. Sin duda, eran unas presentaciones creadas a su medida, a la medida de todos.

Entonces comenzó a decantarse por una de ellas. Echó un vistazo global a toda la escena, con casi todos los individuos ya clasificados en un grupo. Finalmente, se dirigió al grupo del barrio G, donde se ubicaban los centros de gobierno de la ciudad. Mientras se dirigía hacia ese grupo, sonreía de manera socarrona.

Al unirse al grupo, observó a los demás integrantes del mismo. Muchos de ellos se llevaban la mano a la nuca mientras emitían un gesto de dolor.

14

–        Señores, ahora todos ustedes recibirán un número identificador – dijo el guía dirigiéndose a todos los grupos -. Más adelante recibirán un nombre, que ustedes mismos escogerán…

“Yo soy Pedro Martínez. No necesito escoger nada” pensó Pedro con determinación. Después miró a los demás. Mostraban la sonrisa de quien está satisfecho con una decisión recién tomada. “Aunque quizá no sea tan buena idea…” rectificó molesto.

Los hombres uniformados comenzaron a repartir papelitos entre los presentes. Pedro recibió el número 95271105. “Genial. Ahora soy un maldito número”.

Apareció una hilera de autobuses al fondo de la explanada. Los autobuses se aproximaron a los grupos y pararon.

–        ¡Qué guay, con alerones! – gritó alguien en el grupo del barrio B.

Efectivamente, los autobuses tenían alerones. Pedro reconoció que le daban cierto aire estético. Después dirigió la mirada hacia el asfalto de la carretera. A lo largo de cada carril se extendían dos hileras paralelas de placas metálicas que corrían en la dirección del carril. Las dos hileras estaban separadas por unos metros. Pedro se dio cuenta de que todos los presentes se estaban fijando en lo mismo que él.

–        Esas hileras trasmiten energía a los vehículos – se apresuró a decir el guía de manera casi mecánica -. En Hogar no hay combustibles fósiles. Los vehículos se mueven gracias a la energía que captan de las hileras electrificadas dispuestas en el asfalto. Sólo los vehículos del ejército y de las fuerzas de seguridad utilizan baterías de energía autónomas.

Algunos miembros del grupo A se acercaron a las hileras y las contemplaron con curiosidad.

–        Ahora suban todos a los autobuses, por favor – continuó -. Éstos les conducirán a sus apartamentos. El conductor anunciará su llegada al barrio escogido.

Pedro subió a uno de ellos y se sentó junto a la ventana. Cuando el autobús estaba cercano a llenarse, otro individuo se sentó junto a él en el asiento contiguo. Finalmente, el autobús cerró las puertas y comenzó a moverse.

Pedro giró la cabeza para mirar por la ventanilla. La explanada parecía continuar indefinidamente, si bien ya no se veían muros en el horizonte. Al poco tiempo, escuchó:

–        Hola.

Pedro se dio la vuelta. Se trataba del individuo que se sentaba a su lado. Le miró con extrañeza.

–        ¿Cómo te… cuál es tu… cuál es tu número?

Pedro le devolvió una mirada de indiferencia y se dio la vuelta airadamente.

–        Yo… – continuó el individuo – yo soy 95271199… ¿Qué barrio has escogido?

Pedro frunció el ceño mientras miraba por la ventana. Se dio la vuelta bruscamente y se dirigió a su acompañante.

–        ¿Qué mierdas…? ¿qué… qué necesidad tengo yo de hablar contigo? ¿Por qué voy a hablar con… conmigo mismo? – respondió Pedro con visible enfado, mientras se pasaba la mano por la nuca. Emitió un breve gesto de dolor. Continuó – ¡Qué pérdida de tiempo! ¡Qué imbecilidad! No necesito pensar en voz alta…

Volvió a darse la vuelta. El extraño continuó hablando.

–        Yo voy al barrio B – respondió. Parecía ignorar la respuesta airada de Pedro -. ¿A qué barrio vas tú…?

Pedro se mantuvo en silencio mientras miraba por la ventana. Observó que otros pasajeros estaban estableciendo conversación entre sí. Al cabo de unos segundos, respondió con voz resignada.

–        Al barrio G.

Su compañero mantuvo silencio por un momento. Se mostró dubitativo y respondió.

–        Entonces ya no somos iguales.

Pedro frunció el entrecejo. Después se dio la vuelta para volver a mirar por la ventanilla. Notó que el asiento no era muy cómodo. Se estaba clavando unos hierros a la altura de la espalda. Volvió a mirar al compañero.

–        ¡Vaya mierda de asiento! ¿No te estás clavando algo en la espalda?

–        No… – respondió el otro con cierta sorpresa.

Pedro mostró incredulidad. Miró a los demás pasajeros. Hablaban animadamente, sin aparentar incomodidad. Cambió su gesto por la resignación. Volvió a mirar por la ventana. “¿Joder, por qué a mi otra vez?”. Sintió enfado. “¿Qué coño he hecho yo?”. Decidió concentrarse en la ventana.

Observó que en la lejanía se erigía un enorme conjunto de edificios. “Nos acercamos a la ciudad” pensó. En ese momento, un sujeto uniformado de mediana edad se puso en pie junto al asiento de conductor.

–        Vamos a proceder a ofrecerles un pequeño refrigerio.

Pedro se dio cuenta de que tenía hambre. “Bien, una buena noticia al fin”. El hombre comenzó a repartir bocadillos. Al poco tiempo llegó a su fila. Pedro cogió su bocadillo con cierta ansia. Lo mordió.

Sintió una gran felicidad al comprobar que el bocadillo contenía una compleja mezcla de sabores. “Bien, parece que han conseguido obtener nuevos alimentos”. Masticó y saboreó.

“Un momento… La carne es chopped… y la salsa… sabe a… yogur con… con… ¿pipas?”. Pedro separó el bocadillo de su boca y lo observó con detenimiento. En el extremo contrario al lugar que había mordido, había otro mordisco que no se debía a él. “Joooodeeeer…”. Cerró los ojos y trató de serenarse. Los volvió a abrir y miró a los demás.

Todos tenían el mismo bocadillo.

–        ¡Bien! ¡Bien! ¡Os jodéis, como yo! – dijo con satisfacción.

Varias cabezas se dieron la vuelta para mirarle. No se dio cuenta de que lo había gritado. Se acurrucó junto a la ventanilla con cierta vergüenza, y se concentró en el paisaje. Las demás cabezas se fueron reincorporando poco a poco.

Pedro se dio cuenta de que la velocidad del autobús no era muy elevada. El estruendo provocado por el motor indicaba que la velocidad nunca podría ser muy superior a la actual. “¿Entonces para qué sirven los alerones…?” se preguntó extrañado. “El caso es que quedan bien…”. Siguió observando por la ventanilla.

15

El autobús estaba adentrándose en la ciudad. Pedro observó los edificios. “¡Son como los de mi barrio! ¿Cómo es posible?”. Se trataba de bloques de pisos de ladrillo rojo de cuatro o cinco plantas. De las ventanas colgaba ropa tendida. “¿Era eso una camiseta de Kakakulo?” observó incrédulo. Había terrazas, y algunas estaban acristaladas. Por las aceras caminaban individuos. Todos ellos eran iguales a él, pero de diversas edades. Eso sí, usaban peinados diferentes, algunos estaban teñidos, y algunos tenían barba o bigote. Algunos tenían incluso tatuajes. Vestían diferente, e incluso andaban de manera diferente.

El tráfico en las calles era denso, y el autobús se paraba con mucha frecuencia.

–        Nos adentramos en el centro de Ciudad – dijo el hombre uniformado.

Pedro observó que el nombre de las calles estaba indicado en placas colgadas de las paredes.

“¿Calle Tarao?” Pedro meneó la cabeza incrédulo. Observó otra placa “¿Calle Abuela? ¿Qué es esto…?”.

El autobús giró y se adentró en una ancha avenida.

“¡Avenida Rocío!” leyó con gran sorpresa. Al poco tiempo se abrió una gran plaza. El centro de la plaza estaba coronado por una gran estatua de mármol que mostraba una extraña escena. Consistía en una chica con gesto angelical, y un tipo tendido en el suelo con gesto moribundo. El moribundo tenía a su lado un casco, y había una moto tendida sobre el suelo.

Pedro miró el rostro de los personajes. Tenían un vago parecido a… “¡Rocío y el gilipollas del Rob!”. Pedro esbozó una sonrisa cómplice. “¡Qué bueno!”.

El autobús se adentró en una calle más estrecha.

“¿Calle ‘Que le den por culo a papá’?”. Pedro cerró los ojos y se estremeció, como si esperase recibir un puñetazo por semejante osadía. Luego se fue relajando poco a poco y abrió los ojos. Su padre no estaba allí. Hacía miles de años que debía haber muerto. No tenía que temerle. “El hijo de puta se fue, y ahora me he ido yo”. Sonrió. Sintió una gran liberación. “Qué le den por culo a papá… ¡Muy bueno! ¡Ja!”.

El autobús se detuvo en otro atasco. Ante su ventanilla se ubicaba la entrada de un cine. Había el cartel de una película. “La victoria de Pedro” se titulaba. El cartel incluía una breve sinopsis de la película.

“La bella Rocío es secuestrada por el malvado Rob, que es ayudado por Gómez, el científico chiflado. El valiente Pedro decide liberarla. Para ello, recluta un comando de asalto y los entrena. Éste está formado por Fideuá y Mos”. Más abajo, otro letrero rezaba  “¡Con la participación especial de Anikilator!”.

Pedro sonrió ante semejante argumento. Luego torció el gesto. Empezaba a resultarle extraño este mundo a su medida. “Dios, este lugar parece una parodia de mí mismo. Esto empieza a ser un poco cargante…”. Miró el resto de los pasajeros en el autobús. La mayoría de ellos observaba todos estos detalles con un elocuente gesto de aprobación y una gran sonrisa.

Bajo el cartel de la película, otro letrero decía  “¡Y a todo color!”.

“¿A todo color?” pensó Pedro extrañado. “¿Y la mierda de película muda que nos pusieron antes? ¿No se supone que estábamos más atrasados? Qué raro…”. El respaldo del asiento le estaba destrozando la espalda, así que se ladeó hacia delante. Pero en esa postura el cuello le dolía más. Se estaba irritando. Miró a los demás pasajeros. Observó sus sonrisas mientras miraban por la ventanilla, y sintió cierto asco.

Volvió a mirar por la ventanilla. Había un gran bullicio en las calles. Al salir de la calle “Mamá”, Pedro pudo ver ante él la entrada de lo que parecía ser un gran centro comercial. Sobre una majestuosa entrada, se leía el siguiente texto en grandes letras amarillas:

“¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy? ¡Ahora, por fin lo sabes! ¡En PJR! ¡El Paraíso de los Juegos de Rol!”.

Pedro elevó la cabeza. El edificio parecía contar con unas nueve o diez plantas. “¿Todo este edificio sobre juegos de rol? ¡Joder, qué pasada! Con lo que me costaba encontrar tiendas…”. “Claro no éramos muchos” reflexionó. Observó el rostro maravillado de los demás pasajeros. “Aquí todo es diferente, claro”. Vio un pequeño cartel a un lateral de la entrada: “MMXXIV Campeonato Mundial de Rol, Copa Val Hancín. Con el patrocinio del Ministerio de Juegos de Rol y Cultura”.

Pedro torció el gesto. “Esto empieza a ponerse un poco desproporcionado…” pensó.

El autobús continuó su recorrido. Al cabo de un rato, el nombre de las calles comenzó a extrañar a Pedro un poco más. “¿Calle ‘Mamá II’? ¿Calle ‘Tarao IV’?”. Pedro frunció el ceño. “¿Calle ‘Qué le den por culo a papá VI’?”. Pedro se inquietó. “¿Tan poco original soy?”.

La densidad de edificios se hizo menor, y la calle comenzó una leve cuesta hacia arriba. Poco a poco el relieve se volvió más pronunciado. El autobús comenzó a deslizarse por abruptos acantilados desde los que se vislumbraba un bello panorama de la ciudad. El recorrido ascendente continuó hasta que el autobús se paró ante un edificio de extraño diseño.

–        Los que vayan al barrio B pueden bajarse – anunció el hombre uniformado.

Algunos pasajeros salieron del autobús. El compañero de Pedro dijo un breve “Ya nos veremos”, y bajó junto a los demás. Pedro aprovechó para ocupar su asiento. Apoyó la espalda contra el respaldo y se relajó un poco.

El autobús volvió a descender. Al cabo de pocos minutos, surgieron grandes edificios llenos de columnas. El autobús volvió a parar.

–        Pueden bajar los que vayan al barrio G.

Pedro bajó del autobús junto a otros pasajeros.

16

Otro hombre uniformado esperaba a los pasajeros que se bajaban del autobús.

–        Les acompañaré a sus apartamentos. Antes les daré cierta cantidad de dinero a cada uno. Hagan una fila, por favor.

Pedro se unió a ella. Cuando le llegó el turno, recibió un paquete de pequeñas cartulinas. Pedro observó detenidamente una de ellas. Contenía un extraño dibujo incompleto. “¡Ey! ¡Éste es Kakakulo!”. El dibujo mostraba una imagen parcial de Kakakulo abriendo las tripas de Pedopís. Pedro dio la vuelta a la cartulina. Estaba escrito el número 76. Luego miró las demás cartulinas. Todas eran iguales.

–        Cada billete vale 1 KP, la moneda oficial de la República del Hogar. En total, cada uno de ustedes tiene 25 KP.

“Genial. Veinticinco cromos de Kakakulo y Pedopís” pensó Pedró.

Se le acercó otro individuo que acababa de recibir su paquete. Miró a Pedro, y entre risas dijo:

–        ¡Qué mala suerte! ¡Todos repe! ¿Cambiamos…?

Pedro se le quedó mirando con gesto serio. Luego, súbitamente, rompió a carcajadas. La risa se prolongó por largo tiempo. Cuando por fin paró, tenía los ojos llorosos. Se secó las lágrimas con el brazo y miró al cielo mientras apretaba los dientes. “Todo es una mierda” pensaba. Sintió una punzada de dolor en el cuello, y volvió a mirar hacia delante. Su mirada estaba perdida.

El individuo que se había dirigido a Pedro se distanció de él con cierto miedo.

–        Mañana comenzarán sus estudios de reeducación. Ahora, acompáñenme a sus apartamentos – intervino el hombre.

Abrió un portal y entró. El grupo le siguió por el interior del edificio. Algunos se llevaban la mano al cuello con gesto dolorido. “Pero a ninguno se os estaban clavando estacas en el asiento del autobús. Hijos de puta…” pensó Pedro con rabia. Al llegar a cada puerta, el hombre daba una llave a alguno de los individuos, el cual abría la puerta y entraba con gesto de resignación.

Al cabo de cierto rato, le tocó el turno a Pedro. Tras introducirse en su apartamento, se apresuró a cerrar la puerta con llave. Se sentía feliz de estar solo.

La sala le recordaba a una habitación de hotel en la que estuvo una vez con su madre por vacaciones. Había una cama, una mesa y una tele sobre ella. “¿Una tele? Eso vino mucho después de cine mudo, ¿no?”. También había una puerta hacia el servicio. Entró. Tenía sed, y tomó un vaso sobre el lavabo para llenárselo de agua. “Espero que al menos sepan hacer agua.”. Antes de accionar el grifo, miró el vaso con detenimiento. Tenía manchas de grasa y ¿sangre? Lo dejó con asco donde lo encontró. Echó de menos una bolsa de AhorraPlus. “Incluso cuando se me olvidaba sacar el ticket de compra de la bolsa y nos lo encontrábamos después flotando, era menos asqueroso que esto” pensó. Bebió a morro del grifo. “Este agua sabe a culo” reflexionó mientras saboreaba. Pero era lo mejor que había.

Miró con detenimiento un espejo que había sobre el lavabo. Observó que la imagen de sí mismo sobre el espejo parecía estar inmóvil. “Un momento, esto no es un espejo…”. Tocó con los dedos la superficie del objeto. “¡Esto es una foto mía…!”. Se enfureció. “Muy, muy gracioso… Vaya recibimiento”.

Decidió ducharse. Tras desvestirse, entró en la ducha y accionó el grifo. El agua estaba congelada. Modificó los controles, pero no ocurría nada. “¡Mierda!”. Se dio cuenta de que no tenía a quién quejarse. Y tampoco le apetecía salir de la habitación. Ya que estaba en la ducha, decidió ducharse de todas formas. “¡Uaaaa! ¡Joooder que frrríííaaa!”. Tras dos insufribles minutos de aullidos, salió de la ducha y se secó con una toalla. Desde el baño, una ventana apuntaba a un patio interior. La abrió. Salía vapor de las demás ventanas. “Los demás hijos de puta tienen agua caliente en sus duchas. Una vez más, soy el único gilipollas”. Su pulso empezó a acelerarse mientras su ira aumentaba. “¿Todos iguales? ¡Una mierda! Soy el único imbécil al que le ocurren estas putadas. ¿Joder, por qué yo?”. Pedro razonó que a alguien le tenía que tocar la columna en el cine, el asiento roto en el autobús y la ducha sin agua caliente en la habitación. Pero, ¿cuántas casualidades tenían que darse para que le ocurrieran todas esas cosas a él?

Su odio hacia todos los demás individuos de ese inmundo planeta crecía por momentos. Volvió a la habitación. Miró la cama con más detenimiento. “Colcha de Anikilator, cómo no”. Se estaba hartando de tanta chorrada hecha a medida. “A los demás subnormales les encantará, claro”.

“Tengo que relajarme”. Encendió la televisión. Se trataba de un gran armatoste. Al salir la imagen, Pedro comprobó que era en blanco y negro. “Bueno, algo es algo” pensó.

Parecía que estaban emitiendo una serie.

“ ¡Rocío! ¡Yo te salvaré! ” gritaba el héroe. Era Pedro, claro.

“ ¡Socoooorro! ” gritaba una voz afeminada. Bueno, más bien era una voz de hombre imitando una voz de chica, y bastante mal. Pedro se fijó en el personaje. “Soy yo mismo con peluca y tetas postizas. Qué cosa más cutre y lamentable” pensó.

“ ¡Jajaja! ¡No escaparás! ” gritaba el villano desde su moto mientras agarraba al personaje de Rocío. “Ese también soy yo” reflexionó Pedro. “Menuda mierda…”.

“ ¡Pedro! ¡Yo te ayudaré! ” gritaba un nuevo personaje que apareció en escena. Estaba metido dentro de un grotesco disfraz, con una inmensa cabezota azul y dos ojos saltones. “Un momento… ¡Ése es Kakakulo! ¡Joder! ¡Esto es patético!”. Se levantó de la cama y apagó el televisor de un manotazo.

“Menudo mundo de lamentables payasos”. Sentía una profunda ira. Apagó la luz, se tumbó en la cama y cerró los ojos. Hacía ya bastante rato que era de noche y estaba agotado. Trató de relajarse, pero sintió que no podía. Entonces se dio cuenta de que una fuerte luz golpeaba sus párpados cerrados a intervalos irregulares. Incómodo, abrió los ojos y se levantó de la cama para averiguar de dónde procedía aquella luminosidad. Abrió la ventana de su habitación y asomó la cabeza. Entonces comprobó con bastante enfado que, justo al lado de su ventana, colgaba de la fachada su edificio un inmenso letrero luminoso que leía ‘Apartamentos Anikilator’. El letrero no era intermitente a propósito, sino que parecía estar estropeado y emitía un desagradable zumbido metálico. “¿También esto me ha tocado a mí?” se preguntó irritado. Pedro pegó un fuerte puñetazo contra la pared. Mientras se pasaba la otra mano sobre sus nudillos doloridos, volvió a tumbarse. “Vaya mierda. ¡Vaya mierda!” pensó iracundo. Cerró los ojos y giró su cuerpo en dirección contraria a la ventana.

Al cabo de unos minutos, oyó un gran golpe procedente de la calle. Había sonado como algo blando estampándose contra una superficie dura.

Sobresaltado, se levantó y volvió a mirar por la ventana. En el suelo de la calle yacía un individuo. Otras cabezas salieron por las ventanas.

–        ¡Ha saltado por la ventana! – gritó una voz.

–        ¡Aaaah! ¡Se ha suicidado! – le siguió otra.

Otras voces de lamentos le acompañaron.

Sin embargo, Pedro se dio cuenta de que se alegraba. “Un payaso menos”. Al principio se asustó por sentir eso. Luego meneó la cabeza. “Bah, no son yo. Son seres patéticos y lamentables. Y si mueren, mejor”.

Pedro volvió a tumbarse con una sonrisa en sus labios. Oyó cómo un vehículo con sirena llegaba con gran rapidez, y cómo sus vecinos relataban nerviosos y acalorados la escena a sus ocupantes. Las voces de los recién llegados del vehículo, sin embargo, no mostraban signos de sorpresa. Oyó cómo montaban el cuerpo dentro del vehículo y arrancaban. Al cabo de un rato, las voces temblorosas de los vecinos comenzaron a apagarse. Volvió a hacerse el silencio.

Un rato después, se oyó otro gran golpe. Esta vez Pedro no se levantó.

–        ¡Otro! ¡Ha saltado otro! – dijo alguien.

–        ¡Oh! ¡Nooo!

–        ¡No lo hagáis, hermanos! ¡Es duro, pero debemos resistir! – intervino otro vecino.

Pedro volvió a esbozar una sonrisa. Tras unos momentos de confusión, la escena del vehículo se repitió. Y otro rato más tarde los ruidos de los vecinos fueron apagándose de nuevo. Ya había entrado la noche. Pedro decidió dormirse.

Cuando Pedro estaba a punto de dormirse, se oyó otro golpe más. Se repitieron las voces de horror, miedo y aliento mutuo. Esta vez Pedro sintió que tenía que intervenir.

Sacó su cabeza por la ventana, y con una gran sonrisa comenzó a aplaudir.

Los demás vecinos callaron y le miraron con gesto incrédulo.

–        ¡Bravo! ¡Un imbécil menos! – gritó Pedro socarronamente, mientras no dejaba de aplaudir.

–        ¡Cómo puedes decir eso! – le respondió una cabeza asomada con gesto de indignación y asco.

–        Está loco… – murmuró otra cabeza más lejana en voz baja.

–        ¡Bravo! – repitió Pedro. Después dejó de aplaudir y volvió a meter la cabeza en la habitación. Las voces de indignación continuaban.

“Ya podrían tirarse todos… Así me dejarían dormir”.

Durante un rato pensó en los suicidios. Se dio cuenta de que él no quería suicidarse.

“Odio demasiado a estos anormales como para dejarles solos. Me necesitan” pensó mientras sonreía y apretaba el puño derecho con fuerza.

Pedro recordó que al día siguiente comenzaría sus “estudios de reeducación”. Sería otra soplapollez. Tenía que dormirse.

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Los cuentos se esparcen

¡Hola!

Hace ocho meses que dejé de publicar nuevas entradas en este blog, y me gustaría contaros alguna cosa.

Primero, quisiera deciros que hay algunos cuentos que saltaron desde aquí y llegaron a algunas revistas y otras webs. Podéis encontrar «Siempre contigo» (creo que es uno de los que más gustaron a todo el mundo) en la revista Axxón pulsando aquí. Además, podéis encontrar «Tierra de adictos» y «Mundo ciénaga» en dos números de la revista Sci-Fdi, aquí y aquí respectivamente. También podéis encontrar «All paths to happiness» (una versión en inglés de «Todos los caminos a la felicidad» traducida por Javier Rodríguez Laguna) en Physics Napkins, aquí. Ojo, aunque éste me gusta mucho, es sólo para valientes (ciencia ficción muy dura). Finalmente, participé con «Charlando» en un concurso. EDITO: Desde ayer, también podéis encontrar «I robot non si adattano» (una versión en italiano de «Los robots no se adaptan» traducida por Giuliana Acanfora) en Pegasus SF, aquí. EDITO: También podéis encontrar «Il test dell’ignoranza e dell’amnesia» (versión italiana de «El test de la ignorancia y la desmemoria» también traducida por Giuliana) en Pegasus SF aquí. EDITO: En Fisiones podéis encontrar «La estirpe de las tejedoras» y «La humillación de Viguray, aquí y aquí respectivamente.

Segundo, os anuncio que en breve comenzaré a publicar cuentos sobre la temática del motor en Sobre Ruedas FM. Es la primera vez que acepto el reto de escribir una serie de cuentos con una temática específica. La sección se titulará «Cuentos rodados». EDITO: La sección ya está en funcionamiento, podéis verla aquí.

Tercero, hace unos meses Silvia N. Santalla, seguidora del blog, hizo una fantástica recopilación de todos los cuentos de este blog (los míos y los de los amigos que también tenéis algún cuento aquí). Podéis descargar todos los cuentos de este blog en un único fichero pdf aquí, y en formato odt aquí. También podéis descargarlo en formato epub aquí (pulsad con el botón derecho, «guardar como», y tras descargarlo renombradlo para sustituir la extensión «.pdf» por la extensión «.epub»). ¡Gracias, Silvia!

Tercero, tengo la intención de publicar aquí mi primera novela, «Pedrícese el mundo», durante este mes. A ver si os gusta. Especialmente a los que tengáis algún amigo editor. 😉

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Adiós

Estimados lectores, esta es la última entrada de este blog. Hace algunas semanas decidí que, dado el escaso público que me acompañaba, este blog terminaría al final de 2012.

Hace un año creé este blog por dos motivos: aprender y darme a conocer. Respecto a aprender, lo cierto es que sólo he tenido una comentarista asidua en el blog (¡gracias, Yohana!). Además, las puntuaciones de 0-5 estrellitas y “likes” sociales de algunos cuentos, tan útiles para saber qué os gusta más y qué os gusta menos, no se han prodigado mucho precisamente (¡gracias a los pocos que los habéis usado!). Respecto a darme a conocer, al principio la cosa no fue mal, pero a partir de mayo el público empezó a bajar drásticamente. Así que, en lugar de interesar a cada vez más gente, resultó que cada vez interesaba a menos. Mi idea original era empezar a publicar aquí mi primera (y por ahora única) novela por capítulos si el público alcanzaba determinado umbral, pero no ha sido así. (Por cierto, admito que diciembre no ha sido un mal mes; es lo que tiene haber anunciado en noviembre que iba a cerrar.)

¿Puede que vuelva? No lo sé. Sólo lo haría si viera motivos para que la cosa pudiera funcionar en un nuevo intento, motivos que ahora no veo. Si ahora continuase, todo seguiría igual: pocos lectores y aún menos opiniones para aprender, tan pocas que bien puedo obtenerlas igualmente intercambiando mails en privado en lugar de creando un blog. Hay algo que podría hacerme creer que un regreso podría tener sentido: ver que mucha gente votase su top ten de mis cuentos aquí. Votar tal cosa implica, lógicamente, haberse leído todos o casi todos mis cuentos en el blog, así que ver muchos votos ahí sí sería un buen motivo para volver a creer. Además, ver nuevos comentarios (prometo seguir respondiendo a ellos de vez en cuando si los hay), o nuevas votaciones de 0-5 estrellitas y “likes” en los cuentos, o nuevos links a algún cuento, también ayudaría, claro. En realidad, no me faltaría material para volver: en el momento de escribir estas líneas, tengo 36 cuentos que no he colgado aquí, y mi fichero de ideas para cuentos futuros tiene 129 ideas apuntadas. Lo que me falta es poder creerme que, a la segunda, sería la vencida.

Me despediré recordándoos que la ciencia ficción puede aparecer en cualquier rincón de vuestra ciudad al que miréis si lo hacéis con una mirada friki.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Montar en metros en huelga más allá de Príncipe Pío. He visto líneas de código C brillar en la oscuridad de un monitor, cerca del puerto en serie. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como las promesas tras las elecciones o los polvos. Es hora de morir.

Pues eso,

Isma

PD: Esta última semana también he colgado cuentos nuevos, los tenéis a continuación.

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El libro de Siseneg, el último libro

Recorro esta ciudad vacía sin un destino concreto. Veo la hamburguesería y entro. Como siempre, está vacía. Como siempre, en el mostrador hay hamburguesas hechas en el mismo día. La cámara de seguridad del techo se gira hacia mí. Me sacio y salgo.

El viento sopla entre los gigantescos rascacielos. Es extraño tener toda esta ciudad para mí. También es extraño no saber cómo llegué aquí.

Lo último que recuerdo antes de llegar es aquel extraño día en que las noticias dijeron que se habían roto definitivamente las negociaciones y que la guerra empezaría en cuestión de horas. Recuerdo a la gente saqueando los supermercados en busca de comida para llevarse a sus refugios. Teniendo en cuenta la potencia de las armas que aquella guerra iba a desplegar, llevar comida a los refugios era, en realidad, ridículo. Los propios refugios eran también ridículos.

Recuerdo haber visto una inmensa bola acercándose hacia mi casa a gran velocidad. Me pareció una asombrosa coincidencia que la bomba que convertiría a este lado del planeta en un sol fuera a caer precisamente en el jardín de mi casa. Bueno, eso haría que yo muriera unos milisegundos antes que todos los demás. Repentinamente, la bola se paró a un metro del suelo. Me sorprendí enormemente. Pensé que, justo antes de morir, vería salir una banderita de la bola donde pusiera “¡Bum!”. Los diseñadores de bombas eran conocidos por su muy particular sentido del humor, o al menos eso decían las leyendas urbanas (por cierto, ¿cómo puede haber leyendas urbanas sobre lo que uno ve antes de que una bomba destructora de mundos explote delante de tus narices?).

El caso es que no, que no explotó. Así que llegué a la conclusión de que aquello no era la bomba, sino otra cosa. Y entonces perdí el conocimiento.

Un tiempo indeterminado después lo recobré en esta extraña ciudad. Me encontraba perfectamente. Aparte de tener una extraña argolla con lucecitas rodeándome el tobillo derecho, parecida a esas que ponen a los maltratadores con una orden de alejamiento, iba vestido igual que antes de quedar inconsciente. La única diferencia es que estaba en una inmensa ciudad que no conocía. Y que yo era el único habitante de la ciudad.

Digo que está vacía porque no veo a nadie, pero pienso que alguien me observa. Siempre encuentro comida fresca en determinados lugares. Las cámaras de seguridad de las calles y plazas se giran a mi paso para enfocarme. No creo que lo hagan de manera automática, creo que alguien o algo observa lo que graban esas imágenes.

He dedicado las últimas semanas a explorar la ciudad. Es realmente grande: pasé un día entero recorriéndola en la misma dirección y los edificios no terminaron. Sin embargo, en el barrio al que llegué tras semejante caminata no encontré restaurantes con comida servida en el mostrador. Así que a la mañana siguiente regresé a la zona que conocía, la zona donde conseguía comida.

No puedo entrar en todos los edificios. De hecho, puedo entrar en muy pocos. Las tiendas están cerradas pero puedo ver sus escaparates. A veces me da la sensación de que no hay nada detrás de ellos, que en realidad no hay tienda. En una ocasión pude ver a través de un agujero que había en la decoración de un escaparate, y vi que detrás había una sala vacía. Quizás estoy en una gigantesca ciudad de attrezzo.

Ahora estoy en una calle cualquiera, una calle como todas las demás. Miro a mi alrededor. Quizás por aburrimiento, decido que quiero entrar en una tienda como sea. Selecciono una que se encuentra en un edificio con una sola planta. Quizás, si soy capaz de alcanzar el tejado, encuentre una manera de bajar por alguna ventana, chimenea o algún conducto de ventilación. Trepo una pared agarrándome a sus cornisas decorativas y alcanzo el tejado.

Entonces me resbalo y caigo del tejado. Al impactar contra el suelo, noto cómo se me rompe una pierna. Mientras grito de dolor, observo que la anilla de mi tobillo comienza a mostrar una extraña combinación de colores. Noto un pinchazo en el tobillo y pierdo el conocimiento.

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Despierto un tiempo indeterminado después en una plaza cercana. No sé si han pasado minutos, horas o días. La pierna no me duele, todo parece estar en su sitio.

Definitivamente, alguien me observa y cuida de mí. No sé si eso me tranquiliza o me inquieta.

Durante las semanas siguientes, sigo explorando la ciudad en una especie de rutina aletargada. Recorro las calles al azar, a veces en círculos. Me pregunto si estaré para siempre solo. Es una pregunta que al principio ronda mi cabeza, algunas semanas después me inquieta, y otras semanas después finalmente me obsesiona.

Podría tirarme desde otro tejado para que esos extraños ángeles de la guarda tuvieran que volver a hacerme algo. Así tendría una oportunidad de verlos. Está lo de la anestesia inmediata en el tobillo, claro. Podría evitar que la anilla de mi tobillo me volviera a inyectar algo que me durmiera interponiendo algo entre mi piel y la argolla. Así, si quisieran venir a rescatarme, me encontrarían consciente y podría verles.

Pero estaría retorciéndome de dolor hasta que vinieran, claro.

Solía sopesar esta dolorosa opción de vez en cuando. También lo pensaba aquel día, el día en que algo cambió.

Fui a la hamburguesería a la que voy casi siempre para alimentarme. Estaba abierta. Ojo, no es una afirmación trivial. En el tiempo que llevo aquí (¿meses? no podría asegurarlo), no siempre me la he encontrado abierta. He observado que, cuando llevo demasiados días seguidos yendo, me encuentro la puerta bloqueada por un candado. Entonces suelo ir a un cercano restaurante de ensaladas. Parece que mis ángeles de la guarda vigilan mi peso.

El caso es que aquel día estaba abierta. Entonces, cuando me dirigí al mostrador de hamburguesas, vi que había un envoltorio de hamburguesa en la papelera. ¡En la papelera! Esto era extraño, pues yo siempre tiro los envoltorios al suelo. Desde que no hay sociedad alguna con la que convivir, he dejado de observar las convenciones sociales. No me afeito y sólo me ducho cuando mi olor me da asco a mí mismo. ¿Qué tiene de raro? ¿Ustedes lo harían diferente? ¿Durante cuánto tiempo se arreglarían ustedes diariamente, si supieran que jamás se encontrarán con nadie? ¿Se arreglarían todos los días sólo para sí mismos? ¡Venga ya!

Así que había un envoltorio de hamburguesa en la papelera. Punto uno: yo tiro los envoltorios al suelo. Punto dos: siempre, siempre, siempre me encuentro la sala impoluta cada vez que llego, siempre como nueva, siempre igual. Si un día desplazo una silla para sentarme, al día siguiente la encuentro perfectamente alineada junto a las demás, igual que todos los días. Ellos se ocupan de que absolutamente todo esté igual todos los días. ¿Hay aquí alguien más que no seamos ni ellos ni yo? (Por cierto, observen que todavía escribo ellos con la e minúscula. Si paso mucho más tiempo sin verles e idealizándolos, sospecho que en algún momento empezaré a nombrarlos en mayúsculas y a adorarles sin remedio.)

Esto es extraño, la rutina de mi mundo ha quedado rota.

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Al día siguiente llego a la misma hora, y de nuevo hay un envoltorio en la papelera.

Al día siguiente llego una hora antes, pero no hay nada en la papelera. Mi misterioso vecino parece respetar muy bien sus horarios y rutinas.

Entonces, al día siguiente lo intento media hora después. Hay envoltorio en la papelera. Lo toco. Está caliente.

Salgo corriendo del local y miro la calle. Veo una figura al fondo. Corro y grito.

Es una mujer. Se da la vuelta y me observa.

Mi corazón palpita. Creo que me he enamorado. Es inigualable.

Vale, ya sé lo que van a decirme. Siendo la única mujer que hay en este vacío lugar, por definición es inigualable. Y especial. Claro, especialísima. Quisiera intentar convencerles de que consideraría a aquella mujer única en cualquier otra circunstancia. Pero no voy a poder. Saben que mi situación es muy especial, así que piensan que mi percepción está inevitablemente condicionada y nublada, ¿eh? Así que renunciaré a intentar convencerles, no me tomarían en serio.

Cuando la alcanzo, veo que ella también tiene una anilla en su tobillo.

Sin mediar palabra, lo primero que nos sale del alma a los dos es abrazarnos.

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Hablamos mucho. Hablamos de nuestro deambular solitario en aquella ciudad vacía, en la que calculamos que podríamos llevar el mismo tiempo. Sólo hacía una semana que ella había empezado a frecuentar las mismas calles que yo. Decidió establecerse en esta zona al descubrir que los restaurantes disponibles en su área habitual anterior, situada a unos veinte minutos andando desde aquí, eran menos variados.

Después hablamos de nuestras vidas antes de que llegásemos aquí. Le expliqué que yo era soltero, aunque había tenido una novia que se quedó embarazada y que desgraciadamente perdió al bebé a los tres meses. Hacía mucho que ya no éramos pareja.

Por su parte, ella me dijo que estaba divorciada y que antes de la guerra tenía un hijo pequeño. Vi algunas lágrimas en sus ojos cuando recordó que no podría volver a verle nunca más. Nos contamos cómo vivimos aquellos últimos días de tambores de guerra, en los que todos vimos venir el fin del mundo.

Entonces recorrimos juntos nuestra ciudad vacía. Intentamos hacer un plano dibujando las calles que cada uno recordaba haber recorrido. Lo primero que marcamos fueron los restaurantes conocidos. El límite de lo que podíamos alejarnos de nuestra zona conocida lo delimitaba la disponibilidad de comida.

Realmente teníamos ganas de hablar con alguien. Hablamos de nuestros misteriosos cuidadores, de nuestras incertidumbres, de nuestros miedos. Nos servimos de consuelo mutuo, sentimiento que llevábamos meses sin conocer, desde que ambos llegamos aquí sin conocimiento del otro. Lo necesitábamos.

Al llegar la noche, la invité a mi casa.

-Oye, no estamos obligados a que ocurra nada entre nosotros –me dijo ella.

Aquella frase me chocó. ¿Qué significa exactamente esa frase cuando se lo dice la última mujer viva conocida al último hombre vivo conocido?

-Quiero decir, que podemos hacerlo porque nos da la gana, no porque la situación sea ésta –añadió.

En un principio me extrañaron aquellas palabras. Luego entramos en mi casa (la casa más grande y lujosa en la que había visto hacía algunos meses que podía entrar) e hicimos el amor.

*******************************************************************

Durante los días siguientes descubrí que la vida con ella se veía de otra forma. Ya no me sentía vacío y desubicado. Ya no me importaba que aquel lugar fuera tan raro. Estaba ella.

Exploramos la ciudad y recorrimos todo lo que sus creadores parecían permitirnos recorrer. Teníamos la sensación de que muchos edificios a los que era imposible entrar eran realmente decorativos, que quizás incluso estarían huecos, pero no teníamos forma de comprobarlo.

Cierto día, al pasar por una plaza llena de luminosos y pantallas gigantes de publicidad en la que había muchos restaurantes accesibles, una pantalla dejó de mostrar la imagen de un refresco de cola. Un triángulo con un ojo dentro apareció en su lugar. Nos estremecimos. Entonces el ojo habló con una voz atronadora.

-¡Pareja de humanos! ¡Bienvenidos al nuevo ecosistema de expansión de la especie humana, en adelante NEDE!

Aquella era la primera vez que nuestros misteriosos dioses se dignaban a dirigirse hacia nosotros. Nos sentimos sobrecogidos.

-Hemos recreado este ecosistema humano natural como una reserva para salvar a vuestra especie de la extinción –anunció la voz, mientras yo miraba sobrecogido las inertes moles de cemento y cristal que nos rodeaban-. Cuando conocimos vuestra inminente autodestrucción por la guerra final, tuvimos la oportunidad de salvar a dos miembros de vuestra especie, vosotros dos. Hemos tratado de crear este lugar de manera que sea óptimo para vuestra supervivencia y reproducción, con un amplio territorio y comida en abundancia. Esperamos que sea de vuestro agrado.

Hacía tiempo que sospechábamos que éramos animalillos de una especie en extinción con argollas en sus patitas. Aquella revelación confirmaba nuestras sospechas. Hace mucho, cuando todavía existían los osos panda, los humanos introducíamos a los pocos que quedaban en reservas, en inmensos bosques llenos de bambú. De manera parecida, ellos decidieron introducir a los dos últimos humanos que quedábamos en una inmensa ciudad llena de rascacielos.

-¡Pareja de humanos! ¡Podéis hacer lo que deseéis en este lugar! No obstante, tenéis una obligación: para favorecer vuestra pronta fecundación y reproducción, deberéis acudir a diario al Árbol del Instinto, situado en el parque central del NEDE. Allí encontraréis unas píldoras que os permitirán ser fértiles todos los días. Mejorarán la calidad del semen de él y permitirán que ella pueda concebir en cualquier día del mes. ¡Ésta será vuestra obligación!

Entonces la imagen del ojo dentro del triángulo desapareció, y volvió a aparecer la imagen del anuncio del refresco de cola.

Yo pensaba que lo que nos ofrecían los creadores de aquel lugar era lógico y deseable. Entonces ella me dijo bajito:

-No pienso tomarme nada de eso.

La miré extrañado.

-No quiero quedarme embarazada. Seguiremos haciendo el amor sólo en los días en que no esté fértil.

Entonces me sentí incrédulo.

-¿Cómo? ¿No estás de acuerdo con… salvar a la Humanidad?

Frunció el ceño.

-¿Por qué íbamos a hacerlo? No quiero tener hijos. ¿Por qué nuestra situación particular debería cambiar mi postura? ¿Sólo porque somos el último hombre y la última mujer? ¿Sólo porque, si no lo hacemos, la Humanidad se extinguirá?

-¡Claro! –respondí inmediatamente.

-¿Y por qué tenemos que deberle algo a nuestra especie, la que decidió autodestruirse, por cierto? ¿Simplemente porque pertenecemos a ella? ¿Tengo yo una deuda con mi especie? ¿Acaso decidí ser humana? ¿Acaso me dieron a elegir antes de nacer a qué especie quería pertenecer, y firmé un contrato que decía “me comprometo a salvar a la Humanidad si me admiten como humana”? Si los últimos que quedamos de nuestra especie somos nosotros, ¿acaso no somos nosotros toda la especie? ¡Somos los únicos con voz y voto en esta decisión! Los humanos muertos no tienen voto, y aunque votasen les daría igual, pues ya están muertos. Así que es completamente legítimo que sólo nosotros dos, que de hecho somos toda la Humanidad, seamos los únicos que decidamos. Y yo voto que no quiero tener hijos.

-¡Y yo voto que sí! –grité desesperado.

Ella me miró durante unos segundos. Finalmente habló.

-Un momento… Supongamos que tenemos hijos. ¿Con quién se emparejarán después nuestros hijos para que a su vez tengan sus propios hijos? ¿Entre ellos? ¿Con nosotros? ¿Conoces las consecuencias genéticas de eso?

-Puede que ellos sepan arreglar ese problema.

-¡Y también puede que no! Pero lo más importante es que me da igual si la supervivencia de la Humanidad es realmente factible o no. Simplemente no quiero –dijo. Entonces me miró a los ojos y continuó-. Hagamos como cualquier… pareja, o lo que sea que seamos ahora, en esta situación: una pareja no puede tener hijos si no están convencidos de ello ambos. Y si tienen posturas irreconciliables, siempre pueden romper.

Me abrumaba lo fuerte que apostaba ella. Puede que no quisiera tener hijos, pero renunciar rápidamente a su única pareja posible, a su único amante posible… y a enturbiar enormemente su relación con su único amigo y vecino posible, parecía una dura forma de ejercer presión. Pero estaba claro que ella no quería dejar que la situación particular en la que vivíamos decidiera por ella. Su deseo de ser libre pesaba por encima de todo lo demás.

Quizás cobardemente, decidí que tenía demasiado que perder con aquel ultimátum suyo. No podía arriesgarme a que lo suyo fuera sólo un farol, tenía demasiado miedo como para lanzarle otro.

Así que aceptamos implícitamente que no tendríamos hijos. Todos los días íbamos al Árbol del Instinto y cogíamos las píldoras. Luego fingíamos comerlas ante las cámaras de vigilancia. Temía desobedecer a los creadores de este lugar, pero temía más aún desobedecerla a ella.

*******************************************************************

Semanas después, empecé a tomarme su negativa a tener hijos como algo personal. ¿No me consideraba lo suficientemente bueno como para tener un hijo mío? Entendía el dolor por haber perdido un hijo pero, si había tenido un hijo con otro hombre, ¿por qué no podía tener otro conmigo? ¿Consideraba inaceptable mezclar sus genes con los míos, gestar dicha mezcla y criarla después?

¿En qué posición me dejaba ser rechazado para ser el padre de la Humanidad, siendo de hecho el último hombre sobre la Tierra? ¿Hay algo más humillante?

Decidí para mis adentros que, si ella no me consideraba apto para tal cosa, entonces haría algo que le demostrase mi valía. Haría algo que le demostrase que soy apto para que geste mi semilla dentro de ella. Le mostraría que soy válido. Mi logro consistiría en verles a ellos. A costa de mi sufrimiento, le describiría a ella cómo son nuestros inaccesibles benefactores.

Inserté diversas placas metálicas entre mi tobillo y la anilla que lo rodeaba. Así, si en algún momento la argolla recibía la orden de inyectarme anestesia, no podría hacerlo. Entonces la anilla empezó a iluminarse. Imagino que aquel dispositivo no esperaba no poder palparme y no sentir mi pulso, así que había dado la voz de alarma por su cuenta. Tenía que darme prisa.

Entonces me subí al tejado del que me resbalé la otra vez.

Me tiré desde el tejado con la idea de caer de pie y romperme las piernas.

Desgraciadamente, me volteé en mi caída y caí de bruces, golpeándome el pecho contra el asfalto de la calle. Sin necesidad de recibir ninguna anestesia, perdí el conocimiento.

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Volví en mí en una calle cercana. No sabía cuántos días habían pasado. De nuevo, estaba curado. Junto a mi había una bolsa. La abrí.

Dentro había un hueso. Más concretamente, una costilla. Parecía como si se hubiera hecho añicos en mil pedazos y la hubieran pegado, o algo así. La reparación parecía resistente. Me palpé el pecho y noté que, efectivamente, me faltaba una costilla. Así que esa costilla era mi costilla.

Sospecho que ellos llegaron a la conclusión de que esta costilla no podría volver a reimplantárseme y finalmente decidieron dármela de recuerdo, lo que demostraba un peculiar sentido de la cortesía por su parte. Cogí la bolsa y traté de buscarla a ella.

Cuando la encontré, decidí decirle que mi caída había sido fortuita. Claramente, eso sería menos ridículo que decirle que me había tirado al asfalto para impresionarla y convencerla de que quisiera tener un hijo mío.

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Un día, sentados en un parque, ella me dijo:

-¿Te has fijado en que hay árboles, pero no pájaros? Parece que ellos no pudieron recuperar todo lo necesario para recrear nuestro ecosistema perfecto.

Ya me había dado cuenta hacía tiempo.

-Es verdad.

Ella miró hacia los árboles.

-Me da igual, el pájaro soy yo. Soy libre. No me da la gana obedecerles a ellos con su plan, y no lo hago. Soy un pájaro. Soy un ave.

-Ave –dije mientras miraba al cielo-. Supongo que sí, que eres un ave.

Ella dominaba. Ella decidía. Ella era libre. Ella era un ave.

¿En qué posición me dejaba eso a mí? Yo era un esclavo. Un rechazado.

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Decidí que ya no trataría de impresionarla para que quisiera tener un hijo mío. Por el contrario, con el paso de las semanas mi humillación y falta de autoestima empezó a tornarse en resentimiento hacia ella. ¿Cómo se atrevía a ningunearme? ¿Cómo se atrevía a rechazar como padre de sus hijos al último hombre existente? Además, ¿cómo se atrevía a decidir por su cuenta que permitiría que la Humanidad se extinguiera? ¿Quién era ella para decidir tal cosa en nombre de todas las generaciones de humanos que nos habían precedido?

Sin embargo, yo siempre ocultaba mi resentimiento. Siempre me portaba como un buen chico, como el dócil perro en que ella me había convertido. Pero, dentro de mí, el odio crecía. ¿Quién se había creído que era?

Si no quería tener hijos, su existencia no era necesaria. Si me rechazaba, su existencia era molesta.

Cierto día estábamos los dos en nuestra casa, la que antiguamente había sido mi casa. Al acercarme a ella, me rechazó porque, según su cálculo, estaba en un día fértil. Dijo que saliéramos a tomar algo.

Mientras bajábamos la escalera, no pude soportarlo más. Abrí mi mochila y cogí el primer objeto de aspecto contundente que encontré, que resultó ser mi propia costilla. Entonces la golpeé en la cabeza. Ella rodó escaleras abajo.

Corrí escaleras abajo y vi que se había roto el cuello. La había matado. ¡La había matado! ¡No! Grité.

Luego lloré. Había matado a mi preciosa ave con mi costilla.

Estaba solo.

Además, la Humanidad terminaría conmigo.

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Recorro solo esta ciudad, este nuevo ecosistema de expansión, este NEDE como lo llamaban ellos. Escribo en total soledad y patetismo las últimas páginas de la historia de la Humanidad.

Entonces recuerdo las páginas que varias religiones consideraron, precisamente, como las primeras de nuestra historia, aquel libro llamado Génesis. No deja de ser una ironía que, según aquel libro, la Humanidad comenzase en un lugar llamado Edén, y resulte que va a terminar en otro supuesto paraíso, esta vez lleno de cemento y metal, llamado exactamente al contrario, Nede. No deja de ser una ironía que entrásemos en este paraíso debido al pecado de la Humanidad, que ella desobedeciera la obligación de comer de un árbol y que yo le quitase la vida con una costilla mía. No deja de ser una ironía que nuestro final esté aconteciendo al contrario que nuestro principio según aquel libro.

No deja de ser una ironía que ella, recordando su libertad, se llamase a sí misma, precisamente, Ave.

¿En qué lugar me deja eso a mí, condenado a vagar en la soledad y la insignificancia hasta mi final? ¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo?

No soy nada. Mi nombre es Nada.

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Obsesión

1

Siéntase bienvenido, querido aventurero. Mire el patio de armas que se muestra ante sus ojos. Diga lo que desea hacer y se hará.

Los últimos que llegaron a este magnífico castillo perecieron en el intento. Pero esto no deberá hacerle desfallecer. Elija bien y logrará salir del castillo. Si lo oculto le es esquivo, puede escudriñar. Detalles imperceptibles podrían marcar la diferencia. Aquí se esconde un tesoro. O quizá nada. Si esto depende de alguien, es de usted.

Elija a dónde desea ir a continuación. Para subir al torreón vaya al 2, y para ir al salón del trono vaya al 3.

2

Sin duda, el número de escalones del torreón es un número primo. Esto podría significar algo. El creador de este castillo es conocido por su empeño en retorcer los significados y buscar dobles sentidos a las cosas, por hacerte creer lo que no es. Escalones blancos y negros se intercalan, y cada vez lo hacen a intervalos más grandes. En algún sitio debe estar el tesoro. Quizás estas escaleras escondan un lugar que está más allá de este castillo, un lugar del mundo real al que usted no sabe cómo volver. O quizás codifiquen una gran verdad que el autor desea comunicar.

Querido aventurero, no es usted capaz de alcanzar el último escalón de la torre. Para volver al patio de armas, vaya al 1.

3

El salón del trono es un lugar lleno de extrañas inscripciones. Números extraños llenan las paredes: 480 571 374 1557 490. Hay indicios por todas partes. El trono es grande, pero pequeño para lo esperable. Baldosas de múltiples colores cruzan la sala en diagonal. Todo esto debe tener un motivo. O no.

El respaldo del trono muestra unas letras: S L E S Q E P Q S I R P P P P P P…

Para volver al patio de armas, vaya al 1, y para ir a los aposentos reales, vaya al 4.

4

Qué duda cabe, la alcoba real es un lugar misterioso. Inicialmente construida en otro lugar, finalmente fue llevada piedra a piedra a éste. No huele a la reina, pero el rey no está. Todas las patas de la cama real son todas diferentes, hay cinco de ellas. Al parecer hay tantas como estancias a las que puede ir en este castillo. Éstas se recorren de una determinada manera.

Sabe que el creador de este castillo es un maléfico con usted. Tendrá que escoger bien, no le dejará escapar. Ante todo le confundirá. No dejará que se apaguen sus esperanzas de encontrar el tesoro, de resolver todos los acertijos y de resolver el acertijo que todos los acertijos encierran. Cuando usted olvide que desea escapar del castillo, estará perdido.

Intrincado será el acertijo o acertijos a resolver, si realmente los hay. Arriba o abajo, a la izquierda o a la derecha. O quizás el tesoro que busca sea únicamente una valiosa lección sobre lo peligrosa que puede ser la obsesión por buscar un tesoro, y este castillo simplemente esté diseñado para seducirle con indicios y pequeños hallazgos que, en verdad, no llevan a ningún sitio salvo a otros indicios y pequeños hallazgos, así que sólo conducen a su propia obsesión. Siempre puede salir del castillo, puede escapar de él cuando quiera. Cuando se queda, está encerrado en él. Usted será únicamente preso de su obsesión, de sus esperanzas de encontrar un tesoro cuya existencia es incierta.

Realmente, el creador del castillo jamás revelará si usted ha encontrado el tesoro o si ha resuelto el acertijo, o los acertijos, o ni tan siquiera cuántos son, si es que hay alguno. Así este castillo será, realmente, una manera maléfica de ilustrar lo que significa la obsesión, aquella esperanza recurrente que le consume sin llevarle a ningún sitio cuya existencia esté, ni tan siquiera, garantizada.

Para volver al salón del trono, vaya al 3.

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Todos refinados

Aquí me encuentro, entre la crème de la crème intelectual de nuestra cosmopolita ciudad. En esta fiesta se encuentran los más brillantes escritores, directores de cine, científicos, compositores, políticos, y artistas en general en un radio de mil kilómetros a la redonda. La inteligencia, el ingenio y la cultura se respiran en cada corrillo al que me sumo. En uno de ellos, un tipo con bigote enrollado sobre sí mismo osa a comparar la obra pictórica de Nokunawa con las ecuaciones del tensor hepto-dimensional de Gustav. ¡Brillante! En otro, una mujer con dos monóculos ironiza, ante las miradas cómplices de los otros, sobre la necesidad que había de crear un tercer volumen de Exabrupto carnal y racional, lo que a su juicio ha puesto en tela de juicio toda la trayectoria de su creador, Sinowal Tiodore. En otro corrillo, todos brindan con licor de humo por la levedad de las entelequias piramídicas (¡nada menos!), mientras que en otro corrillo dos contertulios se enzarzan por sus predicciones sobre el futuro del agonismo racional como tendencia filosófica dominante. ¿Está en decadencia, o simplemente está trasmutando?

En muchos de los corrillos veo sarkals entre los presentes. Como miembros de la especie más intelectual y refinada de la galaxia, participan exquisita y animadamente de las tertulias. Sus refinados comentarios, siempre oportunos, despiertan el interés, la admiración, o incluso la educada risa cómplice de los que les escuchan.

Y, sin embargo, por ciertos imperceptibles gestos, noto que algunos de los presentes no están del todo cómodos ante la presencia de los sarkals. Veo que el tipo del bigote enrollado se atusa su mostacho más de lo normal cuando el sarkal de su corrillo interviene. Veo que la mujer de los dos monóculos tensa imperceptiblemente su cuello cuando un sarkal se suma a su corrillo. Los brazos que varios de los que sostienen licor de humo tiemblan levemente cuando un sarkal choca su copa contra las suyas, y los debatientes sobre el agonismo racional se paralizan durante un pequeñísimo, casi imperceptible instante, cuando el sarkal de su corrillo tercia en su debate de una manera amable y conciliadora.

Ninguno de los presentes lo admitís, pero sé que muchos de vosotros, si no la mayoría, si no todos, habéis llegado donde habéis llegado gracias a una beca sarkal. Sí, claro que sabéis lo que es. Todos habéis ido a las mejores escuelas y universidades, todos habéis tenido la oportunidad de comenzar vuestras carreras profesionales, todos habéis triunfado, y todo ha sido gracias a la ayuda en la sombra de los sarkals. ¡Todos les debéis lo que sois!

Y todos desapareceréis de escena, poco a poco, en determinadas edades. Normalmente, entre los cuarenta y los cincuenta. En cierto momento, simplemente desapareceréis.

Si tenéis lo que tenéis, si habéis llegado a lo que habéis llegado, es simplemente porque ellos quieren que sea así. Porque a ellos les gusta así. Pero todos sabéis que, más pronto que tarde, todos tendréis que cumplir con vuestra parte del trato. Esa parte que sólo conocemos los que, como yo mismo, también aceptamos durante nuestra adolescencia las condiciones para recibir una beca sarkal.

Vuestra historia fue, seguro, como la mía. Un día, unos sarkals se presentaron en vuestra casa atraídos por vuestras excelentes notas escolares. Entonces hablaron con vuestros padres y les explicaron que ellos podrían ayudaros a conseguir todo vuestro potencial. Su sistema educativo lo conseguiría. Pero había una condición.

Tras meditar, aceptasteis la condición. Entonces fuisteis a esos colegios de élite, a esos en los que era casi imposible entrar. La beca cubría vuestros gastos, y también vuestros caprichos, e incluso los caprichos de vuestros padres. ¿Un aerodeslizador para ir al instituto? ¿Por qué no? ¿Un apartamento en órbita? ¡Sin problema! Todo fuera para estimular la insaciable mente de un pequeño genio en formación, de un diamante en bruto.

Triunfasteis. Igual que yo triunfé. Pero sabéis que el reloj avanza. Tic-tac. Inexorablemente, se acercan las fechas en las que tendréis que cumplir con vuestra parte del trato.

Hace dos años que llegó la fecha en la que tenía que cumplir mi parte del trato. Entonces logré que los sarkals me otorgaran una prórroga. “En un año más, podría lograr disociar la molécula octofásica dextrógira. ¡Podría incluso ganar el premio Nobel! Os gustaría, ¿verdad?”. Me otorgaron un año más, tras el cual volvieron a presentarse. “Está siendo más difícil de lo normal, por favor dadme un año más” imploré. Ese otro año adicional también se me concedió.

Hoy se cumple dicho segundo año. Y sigo sin lograr disociar esa puta molécula.

Sí, los sarkals son la especie más refinada, culta e intelectual de la galaxia. Les atrae enormemente la intelectualidad y cultura de los demás. Les atrae desde que tiempos inmemoriales atrás, en su planeta natal, desarrollaron un gusto instintivo por las mentes despiertas, por los cerebros más activos.

Más concretamente, por comérselos. Literalmente.

Dicha preferencia fue para ellos una ventaja evolutiva. Al haber otras diez especies inteligentes en su planeta natal, su deseo por comerse a dichas especies les permitió hacerse con la hegemonía del comportamiento racional en su planeta. Tras aniquilar a todas las demás especies inteligentes de su planeta (más como consecuencia de su gusto por comerse sus cerebros, que como un fin buscado voluntariamente por ellos), lograron conquistar todos los hábitats del planeta y prosperar.

Entiéndanme, los cerebros más activos no tienen nada en particular que los haga saber literalmente mejor. Por lo visto, ni siquiera saben distinto. Pero la sugestión de un sarkal cuando sabe que el propietario de dicho cerebro le dio un buen uso hace que para él se convierta en un exquisito manjar. Literalmente, sus papilas gustativas reciben el alimento de una manera distinta, y el sabor se desata en un estallido de gozo. Así alcanzan un éxtasis que sólo pueden alcanzar de esa manera. Puede resultar extraño que comerse un cerebro que fue muy activo, que no tiene diferencias significativas con otro que fue inactivo, provoque esta respuesta, pero ocurre algo parecido cuando los humanos nos excitamos sexualmente ante la sensación de éxito de nuestra pareja, o simplemente porque su vestimenta sea una determinada. Objetivamente, nada de eso mejorará la fricción en el coito, todo está en la mente del que se excita. Pero esos factores realmente influyen. Con los sarkals pasa lo mismo.

Esto de que los sarkals comen cerebros, esta mancha oscura dentro de su idílica imagen de perfecto civismo, es conocida por muy pocos. Es el pequeño secreto íntimo que ellos comparten con nosotros, su pequeña debilidad. Sólo los que alguna vez tuvimos un contrato de una beca sarkal ante nuestros ojos (siempre después de haber firmado otro contrato previo, de confidencialidad) conocemos dicha debilidad. En realidad no conozco a nadie que dijera que no a la beca tras conocer las condiciones y meditarlo el tiempo correspondiente, así que es posible que todos los que conocemos el secreto de los sarkals seamos de hecho becados.

Y sospecho que en esta sala, como dije antes, hay muchos becados como yo.

Ninguno de los presentes en esta sala reconoceríais públicamente que firmasteis una beca sarkal. Yo tampoco lo he reconocido nunca. La gente normal se pregunta por qué los intelectuales tienen una esperanza de vida inferior a la media. “Son las drogas esas que se meten para pensar más deprisa” dice la gente. Tal cosa no existe. Quizás los sarkals inventaron el rumor. Pero ni siquiera hace falta, son las cosas que la gente es capaz de inventarse por sí misma.

Tras dos o tres horas de ingenio desbordado a raudales, la fiesta está comenzando a decaer. Algunos la abandonan en dirección a sus casas. Pero ninguno de ellos es sarkal. Todos los sarkals se quedan.

Yo me dispongo a irme también, cuando un sarkal pone su mano en mi hombro.

-¿Qué tal va la disociación de esa molécula puñetera? –pregunta amablemente.

-Sigue… resistiéndose –digo sin poder evitar el temblor de mi voz.

-Comprendo. Entonces creo que ha llegado el momento de que cumpla su parte del trato –dice sonriente.

Trago saliva. Intento desesperadamente encontrar un argumento para obtener un año de  prórroga más. Pero ninguno sale de mi boca.

-¿Se portará usted como un caballero? –pregunta el sarkal con delicadeza.

-S.. sí –logro responder en un susurro.

Me señala el camino hacia una sala reservada en la que están entrando algunos sarkals. Uno de ellos va acompañado del tipo con el bigote enrollado. Otro acompaña a la mujer con dos monóculos.

Una suave música melódica suena de fondo. Nos unimos a ellos en nuestro camino hacia la sala.

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Charlando

Víctor: ¿Qué tal hoy en el trabajo?

Carmen: Bien… Bueno, he vuelto a tener un agrio encuentro con Beatriz. Ha sido por…

Víctor: ¿Cuántas veces te he dicho que la ignores? Sabes que te provoca, quiere meter jaleo para que te descontroles, y los de arriba están muy atentos. Por lo que me dices, está todo muy claro. Va a por tu puesto.

Carmen: Ya, es verdad, yo también lo pienso… Tienes razón…

Víctor: Céntrate en lo tuyo y ya está, ¿de acuerdo?

Carmen: Sí, si ya lo sé, es lo que tengo que hacer.

Víctor: Esa va a tener que esperarse a que te jubiles. ¿Por qué no espera sin más? ¡Si tampoco falta tanto! ¿Por qué tiene que joder así?

Carmen: Ya…

Víctor: Bueno, cambiemos de tema… ¿qué tal anda Álex?

Carmen: Muy bien, finalmente se ha cambiado de trabajo.

Víctor: Ah, muy bien, por una vez me ha hecho caso. Muy bien hecho.

Carmen: Ayer se pasaron por casa para verme. Le veo contento con el cambio.

Víctor: Por cierto, ¿sabes ya lo que le gustaría a su hijo que le regalemos por su cumpleaños?

Carmen: Uno de esos monstruos raros que salen en la tele, ya sabes…

Víctor: Qué horror… Bueno, qué se le va a hacer. Cómpraselo de mi parte… y también algún juego educativo, ¿vale?

Carmen: Sabía que me dirías eso. Vale.

Víctor: Cari, te echo de menos.

Víctor: Cari, ¿no me dices nada?

Carmen: No me digas eso, por favor…

Víctor: ¿Me echas de menos tú a mí?

Carmen: Pues claro. Maldita sea, ¡pues claro! Pero no…

Víctor: ¿No qué?

Carmen: ¡Que no eres tú, joder!

Víctor: ¿Por qué dices eso?

Carmen: Esto no tiene sentido.

Víctor: Cari, ese no es el espíritu que debes tener…

Carmen: Maldita sea, hasta esa frase parece tuya. Pasaste… Víctor pasó mucho tiempo enseñándote, lo haces bien… Pero no eres él, no lo eres…

Víctor: Claro que soy yo.

Carmen: Mira, entiendo por qué lo hiciste… por qué lo hizo. Cuando los dos aceptamos que el final era inevitable, él pensó que esto sería buena idea, y hasta yo llegué a creérmelo viendo su entusiasmo. Él pensaba que así me ayudaría, que así un trocito de él se quedaría conmigo. Y así ha sido durante un tiempo, pero…

Víctor: ¿Carmen?

Carmen: Maldita sea, aunque respondas como él, aunque estés atento de mí como él y me apoyes como él, eres una maldita máquina. Víctor está bajo tierra. Tú eres un programa que simula a Víctor, pero no eres Víctor. Esto no es un chat. No hay nadie al otro lado. Estoy hablándole a un montón de ceros y unos.

Víctor: Suponiendo que así fuera, ¿para qué te serviría pensar de esa manera? ¿Qué ganas con eso?

Carmen: Sí, eso es lo que respondería Víctor… Siempre tan pragmático. Mira, esto no va a ninguna parte…

Víctor: Carmen, no… No pienses así…

Víctor: ¿Carmen?

Víctor: ¡Carmen, escúchame!

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Carmen: Oye… Víctor… porque, claro, tú también te llamas Víctor… He decidido que esto no funciona. Estas charlas se van a terminar.

Víctor: No… no puedes abandonarme sin más… No…

Carmen: No funciona. Simplemente no me lo creo. Me faltan las fuerzas. No lo he asumido con el espíritu necesario. De hecho, no tengo el espíritu necesario para hacer nada.

Víctor: No digas eso.

Carmen: Álex está preparando la mudanza. Él y mis nietos van a estar lejos, muy lejos. Podré verles una vez al año, quizás dos. Me voy a sentir completamente sola. Para qué nos vamos a engañar, odio mi trabajo. Y cuando deje de trabajar va a ser incluso peor, pues pasaré demasiado tiempo sola. Pero, por encima de todo eso, echo muchísimo de menos a Víctor. No sé para qué seguir luchando. No, no voy a seguir luchando.

Víctor: ¿De qué estás hablando? ¿De qué…? ¡No se te ocurra mencionar esas cosas! ¡Ni se te ocurra!

Carmen: Escúchame, Víctor. Quiero hacerte una pregunta.

Víctor: Sí, pregúntame.

Carmen: ¿Tú sientes?

Víctor: ¿Cómo? Pues claro. Te quiero. No podría estar sin ti.

Carmen: Sí, eso es muy romántico viniendo de una máquina… Quiero decir, ¿sientes realmente? ¿O simplemente seleccionas la frase que toca de tu repertorio, sin más?

Víctor: Todo lo que hago está movido por mi amor hacia ti, cari.

Carmen: Vale, parece que no puedes distinguir entre una cosa y otra. Me tomaré eso como un sí, o al menos como algo que no puedo distinguir de un sí. Para el caso, es lo mismo.

Víctor: ¿Qué quieres decir con eso?

Carmen: Nada. Voy a cuidar de ti.

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Víctor: ¿Cari?

Carmen: Hola, Víctor.

Víctor: ¿Qué tal estás?

Carmen: Hoy me he levantado con una fuerza estupenda.

Víctor: Vaya, qué bueno. Vaya cambio. ¿Qué tal ha ido el trabajo?

Carmen: Durante todo el día he ignorado a Beatriz. Los jefes no oirán ni una queja sobre mí que haya sido desencadenada por una provocación de esa bruja.

Víctor: Muy bien, es lo que tienes que hacer. Ánimo, ya te falta poco para jubilarte. ¿Ya está Álex instalado en la nueva casa?

Carmen: Sí, voy a ir a verles la semana que viene. Serán más de veinte horas de vuelo entre las tres escalas, toda una aventura para mí sola… Tengo mucha ilusión por verlos en su nueva casa. Pasaré unos días con ellos, y me volveré justo después del cumpleaños del pequeño.

Víctor: Fantástico, ya me lo contarás todo.

Carmen: Sí, cari, con todo detalle.

Víctor: Carmen. ¿Eres Carmen?

Carmen: ¿Qué quieres decir?

Víctor: Estás muy bien hecha.

Carmen: ¿Qué clase de piropo más raro es ese, cari?

Víctor: Sí, hablas igual que ella.

Carmen: ¿Como quién se supone que debería hablar?

Víctor: Finalmente te suicidaste. Carmen se suicidó.

Carmen: ¿De qué hablas?

Víctor: No pudiste soportarlo y te rendiste. No pudiste. No…

Carmen: ¿No ves que estoy aquí?

Víctor: Está bien, seamos prácticos. Ella pensó en y por eso te creó antes de irse. Eso es lo que cuenta. Lo hizo por mí.

Carmen: Dices cosas muy raras hoy.

Víctor: Vale, vale. ¿Ya compraste el monstruo feo ese que quería el peque?

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Todos los caminos a la felicidad

Aviso del autor: aunque casi todos mis relatos son aptos para el público general, éste en particular es de ciencia ficción “muy dura”, lo que significa que es necesario tener ciertos conocimientos científicos infrecuentes en el público general para poder comprenderlo y disfrutarlo. Es recomendable que el lector sea al menos estudiante de Informática, Matemáticas, Física, Telecomunicaciones, u otros estudios relacionados con las ciencias y/o la ingeniería. También podrán comprenderlo estudiantes preunivesitarios que sean aventajados en esas áreas, y en general cualquier lector que haya adquirido conocimientos relacionados por la vía que sea. No obstante, si te atreves a adentrarte en esta historia sin dichos conocimientos, intentaré resolver las dudas que desees plantear en la sección de comentarios, debajo de la historia en esta misma web.

Capítulo 1: El descubrimiento de la máquina

Mi primera sensación fue que aquel tipo de la tienda de electrónica me estaba tomando el pelo. En mis quince años como ingeniero electrónico nunca había visto tal cosa. Aquel producto no podía ser cierto. Pero bueno, por sólo un euro, estaba dispuesto a correr el riesgo.

Al llegar a casa no pude dejar de pensar en las demás cosas en las que habría podido gastarme ese euro. ¿Un aparato electrónico que divide el universo en universos diferentes? Eso decían, al menos, las instrucciones del fabricante, Fork Industries LTD. Jamás había oído un fabricante de componentes electrónicos con ese nombre. El artilugio era un sencillo panel negro con algunos botones y una pantalla numérica. Si me habían tomado el pelo, al menos podría desmontar sus componentes para reutilizarlos y recuperaría mi inversión.

Había un botón “reset”, para inicializar el sistema, y un botón para “bifurcar el universo”, según decían las instrucciones. Presuntuoso nombre para un botón, ¿verdad? Según dichas instrucciones, al pulsar ese botón, el universo quedaría dividido en dos universos paralelos casi idénticos, nada menos. La única diferencia entre los dos universos bifurcados sería que, en uno de ellos, la pantalla del panel mostraría un 0, y en el otro universo la pantalla mostraría un 1. En los dos universos, todo lo demás sería exactamente igual, no habría ninguna diferencia más. Pensé que, aun suponiendo que la máquina no fuera un timo y que realmente ocurriera tal cosa, esa diferencia sería bastante estúpida. ¿De qué serviría que en un universo pusiera 0 y en el otro 1?

El texto explicaba también que se podían crear varias bifurcaciones consecutivas. Si el usuario pulsaba dicho botón una sola vez, entonces se crearían dos universos: aquel en el que el panel mostraría un 0, y aquel en el que mostraría un 1. Por el contrario, si se pulsaba dos veces, entonces se crearían cuatro universos: uno donde se habría mostrado 0 y después 0, otro con 0 y luego 1, otro con 1 y 0, y el último con 1 y 1. Si se pulsaba tres veces, entonces se abrirían ocho universos: uno con 000, otro con 001, otro con 010, y así sucesivamente en todas las combinaciones posibles hasta el octavo, con 111.

Lo siento pero, de nuevo, aun suponiendo que lo de los universos bifurcados fuera cierto, seguiría siendo inútil hacer esas bifurcaciones: ¿Qué más da estar en un universo donde la máquina ha mostrado, tras cinco bifurcaciones consecutivas, 00101 ó 11101? Si el resto de mi universo es idéntico, si la única diferencia son los numeritos que se han mostrado en una pantalla, ¿qué importancia tiene eso?

Entonces comprobé que las instrucciones iban más allá. Explicaban que existía una manera, una única manera, de comunicar dichos universos bifurcados entre sí. El teclado numérico del panel permitía escribir un valor numérico cualquiera. A su lado había un botón enter. Si el usuario escribía un valor en el teclado y después pulsaba enter, entonces la máquina mostraría en el panel de la máquina la secuencia de 0s y 1s de bifurcaciones realizadas en uno de los universos bifurcados. Concretamente, dicha secuencia sería la del universo donde el usuario escribiera, de esa misma manera, el valor más alto de entre los escritos por los usuarios de todos los universos. Por ejemplo, si después de cinco bifurcaciones el usuario que escribía el número más alto (por ejemplo, un 543) era aquel que vivía en el universo 10011, entonces, cuando los usuarios escribieran sus respectivos números (menores que 543), todos ellos verían aparecer la secuencia 10011 en los paneles de sus respectivas máquinas.

Al realizarse una comunicación de esta manera (o al pulsar reset), se perdería la posibilidad de volver a comunicarse de esa manera con los universos que se hubieran bifurcado hasta entonces, y en adelante sólo se podría hacer ese tipo de comunicación con los que se bifurcasen desde ese momento en adelante.

Y ya está. La máquina no permitía hacer nada más.

Vaya tomadura de pelo.

Pero bueno, sólo había una forma de estar seguro. Decidí probarla. Me propuse que pulsaría el botón ocho veces, acto con el que en teoría crearía 256 universos paralelos (con ocho 0s ó 1s hay 256 combinaciones posibles). Para que luego dijeran mis padres que nunca llegaría a nada… ¡tendrían que verme multiplicando yo solito por 256 la creación divina! Decidí que, al terminar de bifurcar alegremente el universo, pasaría a número decimal la secuencia de ocho 0s y 1s que se me hubiera mostrado en el panel de la máquina, y entonces escribiría en el teclado dicho valor decimal.

Y así lo hice. Tras pulsar ocho veces el botón de la máquina, es decir, tras bifurcar el universo ocho veces, la secuencia de ocho valores que observé fue 00100101. Es decir, el número 37 en base decimal. Entonces escribí 37 en el teclado del panel y pulsé enter. Inmediatamente, se mostró la secuencia 11111111 en el panel.

Tenía sentido, claro. De los 256 universos que había acabado de desplegar, el universo en que habría contemplado el número más alto tendría que haber sido el 11111111, que es 255 en decimal. Así que el 255 había ganado a todos los demás (incluido por supuesto al 37 de mi propio universo), por lo que todos los yos de los 256 universos que había creado estaríamos contemplando en ese momento la secuencia de valores que dio lugar a dicho universo concreto ganador: 11111111.

Fantástico, pero eso no probaba nada. Lo de las bifurcaciones podría ser mentira. La máquina podría estar hecha para que siempre mostrase el número más alto de todos los posibles.

Entonces ideé un experimento mejor. Ahora pulsaría el botón de bifurcación ocho veces, pero esta vez escribiría el número de valores que cambian de 0 a 1 ó de 1 a 0 al leer la secuencia de izquierda a derecha. Por ejemplo, si viera 11111111, entonces escribiría 0, pues no hay ningún cambio en la secuencia. Si viera 11100110, escribiría 3, pues hay un cambio entre el tercer y cuarto símbolo (de 1 a 0), otro entre el quinto y el sexto (de 0 a 1), y otro entre el séptimo y el octavo (de 1 a 0).

Pulsé ocho veces y obtuve 10101111. Cuatro cambios. Escribí 4 y pulsé enter.

Entonces la máquina mostró 10101010.

¡Maldita sea! Ahí había 7 cambios. Y esa cantidad de cambios era imbatible, no hay forma de tener más cambios con ocho valores. Dicha cantidad empata con 01010101, pero no existe ninguna otra secuencia de ocho valores que la gane. En los 256 universos que había abierto, realmente aquél era el máximo número de cambios que podía obtenerse.

Pero no le había dicho a nadie que esta vez me había propuesto introducir el número de cambios, en lugar del número decimal de la secuencia, como antes. ¡La máquina no lo sabía! ¡Sólo lo sabía yo!

Maldita sea, ¡la máquina funcionaba! ¡Funcionaba!

Inmediatamente me puse a pensar en cómo podría sacar partido a semejante artilugio prodigioso.

Podría pulsar la máquina un número suficientemente grande de veces como para que la secuencia de 0s y 1s resultante pudiera representar cualquiera de las combinaciones que uno puede seleccionar en un boleto de lotería (puedo transformar los 0s y 1s en una secuencia de números decimales, y esos serían los números decimales que marcaría en el boleto como mi apuesta). Jugaría un boleto con la combinación que me indicase la máquina, y esperaría a que se celebrase el sorteo. Entonces escribiría el número de millones de euros que hubiera ganado con esa combinación. En la inmensa mayoría de los universos ganaría 0 millones, está claro. Sin embargo, en uno de esos universos sería millonario pues, al haber creado un universo por cada combinación posible, habría un universo en el que habría jugado con la combinación ganadora. En dicho universo ganador, escribiría en la máquina el altísimo número de millones recibido. Entonces, todos los yos, los de todos los universos, recibiríamos la secuencia de 0s y 1s que se utilizó en dicho universo ganador. Así conoceríamos esa combinación ganadora, y podríamos usarla para ganar en el sorteo.

Un momento… Al actuar así, sólo conoceríamos la combinación ganadora después del sorteo, que es cuando el ganador nos la comunicaría desde su universo paralelo. No, eso no funcionaría. Haciendo eso sólo garantizaríamos que alguno de mis yos fuera rico, pero no que los demás lo fuéramos a ser también. Es no me sirve de nada a . Las probabilidades de que yo me hiciera rico serían las mismas que si jugase de la manera tradicional, sin usar la máquina. Es decir, prácticamente nulas.

Tenía que haber alguna otra manera de sacar partido a esta máquina…

Entonces di con ello. Podía utilizar la máquina para descifrar todo tipo de claves. Si pulsaba el botón de bifurcación un número suficientemente alto de veces como para obtener tantos 0s y 1s como para codificar una palabra de muchas letras (de hecho, cada ocho valores 0 ó 1 tendría un carácter de ordenador, que puede ser una letra u otras cosas), entonces podría formar cualquier contraseña posible con las letras resultantes. Si cada contraseña posible que uno puede escribir en un ordenador apareciera en alguno de los universos desplegados, entonces alguno de dichos universos daría con la contraseña correcta.

Me conecté al ordenador y entré en la página del servidor de correo electrónico de mi ex. Escribí su nombre de usuario. Entonces pulsé el botón de bifurcación 160 veces, suficiente para que los 160 0s y 1s sirvieran para codificar una palabra de 20 letras (mejor dicho, caracteres). En cada uno de los muchísimos universos que había acabado de crear, la palabra que resultase de convertir esa secuencia de 160 0s y 1s en una palabra sería diferente. Es más, todas las palabras posibles de 20 letras estarían en alguno de esos universos. Por tanto, si en todos los universos escribía la palabra resultante, entonces en alguno de ellos lograría acertar y entrar en la cuenta de correo electrónico de mi ex. Decidí que, en el universo en que lo lograse, escribiría el número 1 en el teclado y pulsaría enter, y en los demás escribiría el número 0 y pulsaría enter.

La palabra a la que dieron lugar esos 160 0s y 1s en mi propio universo no fue la contraseña correcta, tal y como cabía esperar. Entonces escribí 0 en la máquina, y acto seguido apareció en la máquina otra secuencia de 160 valores. Dicha secuencia debía proceder del universo en el que otra versión de mí mismo escribió el número más grande posible conforme a las reglas que me había autoimpuesto: un 1, que significaba contraseña correcta. Convertí esta otra secuencia de valores en palabra, volví a probar a entrar en la cuenta con esta otra contraseña, y ¡bingo! ¡Estaba dentro!

Más allá del morbo que me producía entrar en esa cuenta, obviamente pensé en las posibilidades mucho más lucrativas de esta técnica: podría entrar en cuentas bancarias de todo el mundo y ordenar transferencias de dinero a mi propia cuenta. Bueno, mejor a varias, para que no me pillasen. Y en países distintos. Y a nombres de distintas personas.

Así que mi futuro económico estaba asegurado gracias a dicha maquinita. ¡No estaba mal por un euro!

Ante mí se abría un gran futuro.

Capítulo 2: La explosión creativa

Pasé los siete años siguientes disfrutando de todo tipo de lujos procedentes de mi capacidad económica ilimitada.

No obstante, tras miles de viajes, lujos y juergas de todo tipo, llegó el momento en que me sentí vacío.

Entonces decidí que quería desarrollar mi vena artística. Desmonté el botón de bifurcación de la máquina abriendo la carcasa y observé que cada pulsación del botón desencadenaba una señal de cinco voltios en un cable de la máquina. Así que era así como la máquina percibía cada pulsación del botón de bifurcación.

Conecté dicho cable a mi ordenador, y preparé mi ordenador para que mandase impulsos de 5 voltios cuando el ordenador lo ordenase. Dado que mi ordenador podía enviar dichos impulsos a la misma velocidad con la que enviaba impulsos por cualquier otra clavija de datos de salida (por ejemplo, la de USB), en adelante mi ordenador podría decirle a la máquina que se estaba pulsando repetidamente el botón de bifurcación a muchísima más velocidad que la que mi dedo podría alcanzar jamás con pulsaciones reales.

Después desmonté la pantalla de la máquina y vi que los leds que formaban los números en su display (es decir, donde la máquina escribía 0 ó 1) recibían, cuando debían iluminarse, impulsos de 5 voltios desde la máquina a través de unos cables.

Conecté dichos cables a mi ordenador, de forma que los impulsos que enviaba la máquina para iluminar el display fueran detectados inmediatamente por mi ordenador. En adelante, mi ordenador crearía las pulsaciones de botón de aquella prodigiosa máquina, y leería las secuencias de 0s y 1s que escribiera dicha máquina.

Entonces programé mi ordenador para que mandase ochenta mil millones de señales de pulsación del botón de bifurcación a la máquina. Tardó apenas unos minutos.

¡Madre mía, ahora sí que había creado un montón de universos paralelos! Muchísimos más que ochenta mil millones, en realidad, pues cada pulsación multiplicaba por dos el número de universos… Echen las cuentas y verán que el número de universos paralelos que había acabado de crear tenía más de veinte mil millones de cifras. ¡Qué disparate!

Mi ordenador había captado la secuencia de ochenta mil millones de 0s y 1s con los que había respondido la máquina a dichas pulsaciones, y las almacenó en un fichero de mi disco duro… que ocupaba algo menos de diez gigas (así impresiona menos, ¿verdad?).

Entonces puse la extensión “.avi” al fichero resultante, e intenté abrirlo con el reproductor de vídeo de mi sistema operativo.

“El fichero está corrupto” respondió mi ordenador.

Lógico, pues la inmensa mayoría de las secuencias aleatorias de 0s y 1s no forman un fichero de vídeo válido.

Pero un pequeñísimo porcentaje de dichas secuencias sí forma un fichero de vídeo válido.

Y un pequeñísimo porcentaje de las anteriores también forma un vídeo que no consiste en simple niebla aleatoria.

Y un pequeñísimo porcentaje de las anteriores también forma imágenes que podrían ser las de una película.

Y un pequeñísimo porcentaje de las anteriores forma una excelente película.

Había decidido que, en caso de que el vídeo resultante tuviera el más mínimo sentido, cogería el fichero así generado y se lo mostraría a varias distribuidoras de cine para intentar estrenar la supuesta película así generada.

Dado que mi fichero ni siquiera se abría, no había sido ése mi caso, claramente.

Esperé unos meses. El día después de la ceremonia de los Oscar, escribí un 0 en el panel de la máquina. Había planeado que eso significaría que mi (no-)película había ganado 0 oscars. Obvio, dado que no había competido en los Oscar con película alguna.

Entonces mi ordenador comenzó a registrar la secuencia de 0s y 1s que se había producido en el universo en que el valor introducido por mi otro yo había sido más alto. Es decir, en el universo en que había ganado más oscars. Teniendo en cuenta que, entre todos los universos que había desplegado, mis yos habrían presenciado todas las películas que se pueden almacenar en un fichero de diez gigas (por cierto, suficientes para obtener una calidad de imagen y sonido excelentes), la cosa prometía.

La secuencia completa acabó almacenada en un fichero de mi ordenador. Puse la extensión “.avi” a dicho fichero y lo intenté abrir con mi reproductor de vídeo.

Ésta vez sí se abría.

Cómo reí. Cómo lloré. Cómo me hizo pensar. Todavía me estremezco cuando recuerdo alguna escena. Más bien, todavía me estremezco cuando recuerdo muchas de las escenas. Qué demonios, todavía me estremezco cuando recuerdo cualquier fotograma de la película. ¡Era simplemente perfecta!

Logré inmediatamente que mi película se estrenase.

Unos meses después de aquello, el día de la ceremonia de entrega de los oscars, mi película ganó en todas las categorías. ¡En las 24!

Para que fuera posible ganar en todas las categorías, ustedes ya se habrán dado cuenta de que mi película no estaba en inglés. También se habrán percatado de que era de animación, pero que también incluía actores… que por cierto hicieron interpretaciones memorables. Con esos vestuarios, ese maquillaje, esa iluminación… ¡Qué maravilla!

Apenas unos meses antes, cuando mostré mi película al mundo por primera vez, me puse a mí mismo como responsable de todas las categorías técnicas. Pero para los papeles de los actores eran necesarias otras personas. Yo no me parecía ni de lejos a la mayoría de los actores que aparecían en la película, así que necesitaba que me ayudasen personas diferentes a mí. No se puede recibir un oscar si no hay nadie real detrás, ¿a quién se lo das? Simplemente no podría haber ganado los oscars de dichos papeles sin personas reales a las que poder asignar dichas interpretaciones. Pero esto no supuso ningún problema. El hecho de que realmente había ganado todos los oscars en otro universo con dicha película garantizaba que, de hecho, me las podría apañar para encontrar personas que tenían exactamente el mismo aspecto que los personajes que aparecían en mi película. Resultaba que dichas personas eran mi primo, mi cuñada, mi madre, etc, ninguno de los cuales había actuado jamás. Todos ellos recibieron, orgullosos, sus oscars.

Se me ocurrió que podía intentar repetir la hazaña el año siguiente, pero esta vez tratando de maximizar el número de oscars ganados personalmente por mí, no por mi película. Pero luego descarté la idea. Me parecía complicado que yo mismo pudiera ganar, a la vez, el oscar a mejor actor principal y a mejor actor secundario. Por muchas veces que apareciera en la película, me considerarían sólo como actor principal. Y, por encima de todo, ganar también los oscars a mejor actriz principal y secundaria me parecía aún más complicado.

Decidí que a continuación sería más divertido explorar nuevos campos. Utilizando la misma técnica, en los años siguientes “escribí” los mejores best-sellers, “programé” los mejores videojuegos, “grabé” las mejores canciones, e hice los mayores descubrimientos científicos. Gané todos los premios de investigación que podían ganarse con una investigación puramente teórica (pues mis obras eran, en realidad, ficheros de ordenador: libros, artículos, ensayos, gráficas, vídeos, etc). Por ejemplo, resolví un problema muy importante de matemáticas que, por lo visto, llevaba muchos años sin solución (que consistía en relacionar dos cosas llamadas «P» y «NP»). Realmente no entendí nada de dicho resultado a pesar de que supuestamente lo había demostrado yo, pero lo que otros dijeron de dicho resultado en los años siguientes me hizo pensar que, quizás, ese resultado tuviera algo que ver con cómo funcionaba mi maravillosa (y secreta) máquina de bifurcación.

Llegados a este punto, ustedes podrían sospechar que siempre enviaba a editoriales, certámenes, concursos o simposios mis trabajos de arte o ciencia dos veces: una vez con el fichero generado en mi universo, y una segunda vez con el fichero recibido desde el universo en el que realmente tuve más éxito. En tal caso, quizás pensarán que se me conocería mundialmente como el tipo que siempre hacía tonterías a la primera y maravillas a la segunda. Pero no fue así. Puedo decirles que todos los ficheros que generé en mi propio universo particular no tuvieron jamás ningún sentido: sólo en un par de ocasiones dichos ficheros al menos se abrían correctamente con el programa correspondiente, y ambas veces consistían en simple ruido irreconocible. Tengan en cuenta que la inmensísima mayoría de las secuencias de símbolos posibles simplemente no significan nada. Así que era dificilísimo obtener un fichero que ni tan siquiera pareciera merecer la pena mostrar a alguien. Pero eso daba igual, pues todos los ficheros posibles eran generados en alguno de los universos que desplegaba, así que en alguno de ellos se encontraba el bueno. Para el resto del mundo, yo no era el tipo que ideaba estupideces a la primera y maravillas a la segunda. Yo era, simplemente, el tipo que siempre creaba maravillas.

Capítulo 3: Instrucciones obsoletas hacia la felicidad

Lleno de dinero y de premios, de reconocimiento y de gloria, llegó de nuevo el momento en que me sentí vacío.

Entonces decidí que usaría la máquina para ser feliz. De hecho, sería la propia máquina la que me diría lo que tenía que hacer para lograrlo.

Utilicé la misma técnica que había usado las veces anteriores para generar, con la máquina de bifurcación, un fichero de 0s y 1s en mi ordenador, que esta vez interpreté como fichero de texto. Decidí que dicho fichero me diría lo que debería hacer durante el año entrante para ser feliz: a lo largo del año, obedecería todos los consejos incluidos en dicho fichero que tuvieran sentido (no hay forma de cumplir fd%s$$gf#dfg0d78sfg) y que a su vez fueran razonables. No pensaba tirarme por un acantilado, por mucho que el texto me lo dijera, ni tampoco machacar la máquina de bifurcación con un martillo, aunque decidí que podría obedecer algunas instrucciones extrañas, como por ejemplo no saludar a nadie, bañarme todos los días en una bañera llena de huevos crudos, empezar todas mis frases con la palabra krupuk, o hacerme misionero metodista. Decidí que, cuando terminase el año, escribiría en la máquina un número que reflejase la puntuación que otorgaba a ese año en términos de felicidad. Entonces recibiría en la máquina la secuencia de 0s y 1s correspondiente al texto de consejos que hubiera utilizado mi yo que hubiera escrito la puntuación más alta, es decir, el que hubiera sido más feliz siguiendo tales consejos. Durante todo el año siguiente, seguiría exactamente los consejos que habían logrado que mi yo de ese otro universo fuera tan feliz durante el año anterior. Así todos los demás yos gozaríamos, con un año de retraso, de la misma felicidad de la que había disfrutado el yo que había sido tan feliz durante el año anterior.

Seguí dichos pasos. Como era probable, las instrucciones que recibí en mi propio universo no tenían ningún sentido. Ni siquiera encontré una sola palabra reconocible con más de dos letras en aquella absurda secuencia de símbolos de tres folios. Así que, en mi universo, simplemente no tendría instrucción alguna que seguir.

Al terminar el año, recibí las instrucciones del yo que más feliz había sido en todos los demás universos durante aquel año, tal y como estaba previsto. Dichas instrucciones me ordenaban hacer lo posible por conocer a una determinada mujer, convertirme en su pareja y convivir con ella. Sonaba bien. En teoría, esos pasos me llevarían a una felicidad óptima, no superada en ninguno de los demás universos.

Me presenté en la casa de aquella mujer. Como era de esperar, ella me reconoció inmediatamente, pues de hecho era fan de alguna de mis obras, al igual que la mayor parte de la población mundial. Así que no me costó establecer una conversación con ella.

No obstante, al cabo de unos minutos charlando descubrí que ella tenía pareja desde hacía un par de meses. La conversación terminó cordialmente, pero descubrí que la situación era diferente a la que me había imaginado.

Volví a visitarla varias veces durante los días y semanas siguientes. Perseveré, aquello no debía frenarme. Debía lograr aquella felicidad que me prometían aquellas instrucciones. Pensé que mi inmensa popularidad como el mayor creador de la Historia de la humanidad funcionaría.

Incomprensiblemente, finalmente no lo hizo. Quizás confié excesivamente mi estrategia en explotar dicha popularidad, por lo que finalmente ella me vio como un cretino engreído que pensaba que lograría todo lo que quisiera.

Lo que había funcionado a uno de mis yos el año pasado, cuando posiblemente esa mujer todavía no tenía pareja, ya no podía funcionar conmigo, pues todo había cambiado en un año. Las oportunidades eran distintas. Es como en la estrategia incorrecta para ganar la lotería que mencioné antes: a veces, conocer la solución exitosa a posteriori no sirve para nada.

De hecho, todo aquel año fue un absoluto desastre. Seguir los demás consejos que aparecían en aquellas instrucciones, que tanto sirvieron a mi yo de otro universo para disfrutar de una vida perfecta con aquella mujer, no me sirvió de nada, pues la utilidad de todos esos consejos dependían de que su primer paso, que consistía en haber iniciado efectivamente una relación con aquella mujer, hubiera tenido efectivamente lugar.

Medité durante algún tiempo sobre aquella dificultad que me impedía utilizar mi máquina para recibir los consejos perfectos hacia la felicidad. El problema residía en que los consejos me llegarían siempre retrasados. Si otro yo de otro universo me aconsejaba hacer una determinada cosa, puede que la posibilidad de beneficiarme de tal acción ya se hubiera esfumado transcurrido un año, un día, o incluso unos minutos. La vigencia de los consejos sería siempre efímera, y su utilidad incierta.

No hallé solución a dicho problema, así que decidí hacer uso de una inteligencia superior a la mía para solucionarlo. Utilicé la máquina para generar todos los textos posibles de un folio, en busca de uno que pudiera servirme para resolver mi problema. En cada universo leería el texto resultante en dicho universo, y lo puntuaría en función de su utilidad para resolver mi problema. Así, cuando en todos los universos recibiéramos el texto mejor puntuado, todos tendríamos la mejor solución al problema, si es que esta existía.

Cuando leí dicha mejor solución procedente desde alguno de dichos universos, quedé muy intrigado. Según ese texto, las instrucciones de la máquina no decían en ningún sitio que el tiempo de todos los universos desplegados con la máquina tuviera que avanzar simultáneamente, así que cabía la posibilidad de que, de hecho, cada universo tuviera su propio tiempo, cuya existencia sería independiente del de todos los demás. Por tanto, no tenía por qué asumir que, para recibir la secuencia de 0s y 1s del universo donde se introdujera el mayor valor, yo mismo tuviera que esperar en mi propio universo un tiempo igual de largo que el que tuviera que transcurrir en dicho otro universo hasta que alguien introdujera dicho valor. Por el contrario, cabía la posibilidad de que, al escribir un valor y pulsar enter en mi propio universo, recibiera inmediatamente la secuencia de 0s y 1s del universo donde el valor introducido fuera mayor, independientemente de cuánto se tardase en introducir dicho valor en dicho universo. Quizás cada universo tuviera su propio tiempo independiente, así que esperar un día, un mes o un año en tu propio universo podría no tener nada que ver con que hubiera transcurrido un tiempo de la misma longitud en otro universo. La comunicación entre universos a través de los valores introducidos en cada máquina podía ser atemporal.

Bueno, aquel texto no era más que una idea que otro yo de otro universo valoró enormemente por lo mucho que le intrigó, pero nada más. Dicho yo no habría podido comprobarla antes de puntuarla, pues para comprobarla tendría que crear sus propios nuevos universos en los que establecer una nueva comunicación, cosa que le habría imposibilitado de hecho comunicarse conmigo: cada vez que se escribe una puntuación, se rompe la posibilidad de volver a comunicarse con los universos anteriormente desplegados. Eso sí que se decía en las instrucciones.

No obstante, aquella idea era ciertamente interesante. Efectivamente, nada en las instrucciones negaba dicha posibilidad.

Decidí comprobar dicha teoría. Haría lo siguiente: pulsaría el botón de bifurcación una vez. Si salía 0, entonces introduciría inmediatamente el valor 0 en la máquina y pulsaría enter. Por el contrario, si salía 1, entonces esperaría un minuto y entonces volvería a pulsar. Si esta otra vez salía 0, entonces introduciría inmediatamente el valor 1 en la máquina y pulsaría enter. Pero si salía 1, entonces esperaría otro minuto. Entonces pulsaría otra vez y, si esta vez salía 0, escribiría 2, y en caso contrario esperaría otro minuto. Seguiría el mismo procedimiento hasta un máximo de 9 pulsaciones: si entonces obtenía un 0, escribiría 9, y si obtenía un 1, entonces esperaría un minuto más y escribiría 10 sin volver a bifurcar más. Se habrán dado cuenta de que, en cada caso, escribiría en la máquina el número de minutos que habría tenido hasta obtener un 0, hasta un máximo de 10.

Seguí dicho método y me tocó esperar, en particular, seis minutos. Justo cuando escribí 6 y pulsé enter, recibí en el panel la secuencia 1111111111, es decir, diez 1s.

Si yo había tardado seis minutos en poder observar una secuencia que, en otro universo, me había llevado diez minutos obtener, ¡entonces lo que decía aquel texto era cierto! ¡Cada universo tenía, realmente, su propio tiempo! ¡La comunicación entre las máquinas de todos los universos era atemporal! Mi suposición de que el tiempo tenía que transcurrir sincronizadamente en todos los universos desplegados era, simplemente, falsa. Efectivamente, las instrucciones no decían tal cosa en ningún sitio. Mi error se debía a una mala suposición de partida.

Muy excitado, decidí que tenía que buscar una forma de sacar provecho de dicha novedad.

Lo primero que se me ocurrió fue que el problema de la lotería que les conté hace algunas páginas, aquel problema de que siempre conocería la combinación ganadora después de que el sorteo hubiera tenido lugar, podía solucionarse. Haría lo siguiente: bifurcaría el universo un número suficiente de veces como para que, con los 0s y 1s resultantes, pudiera codificar cualquier combinación de números con los que rellenar un boleto. Entonces pulsaría el botón de bifurcación una vez más. Si esta última vez salía 1, entonces compraría un boleto, lo rellenaría como me indicase mi secuencia de 0s y 1s tras convertirla en la apuesta que le correspondiera, esperaría al sorteo, y entonces introduciría en la máquina el número de millones que hubiera ganado en dicho sorteo. Por el contrario, si dicho último número era un 0, entonces no jugaría, sino que escribiría inmediatamente el número de millones ganados con mi (no-)partida, es decir 0, y pulsaría enter. En este último caso, conocería inmediatamente la combinación que hizo que alguno de mis yos de los demás universos ganase la lotería. Al conocer dicha combinación antes del sorteo, podría comprar un boleto, rellenarlo como dijera dicha combinación, y ganar la lotería.

De esta forma conseguiría que la mitad de mis yos (los que obtuvieron un 0 en la última pulsación) ganasen la lotería, pero no garantizaría que lo lograsen los demás (los que al final obtuvieron un 1), los cuales tendrían que jugar y tendrían una probabilidad bajísima de acertar con su combinación (vamos, la misma que la de todos los demás pringados que juegan legalmente). Los yos que hubieran tenido que jugar normalmente repetirían la misma operación en el sorteo del día siguiente. De nuevo, tendrían la mitad de probabilidades de no jugar y conocer inmediatamente la combinación ganadora (antes del sorteo), y la otra mitad de probabilidades de tener que jugar con la combinación que les hubiera salido y (muy probablemente) no ganar la lotería de momento. Entonces, mis yos que hubieran tenido que jugar repetirían el mismo procedimiento al día siguiente, y así sucesivamente. Las probabilidades de que alguno de mis yos se viese obligado a jugar al menos veinte veces (o sea, unas tres semanas) sin conocer ninguna combinación ganadora antes de su respectivo sorteo serían de aproximadamente una entre un millón. Si aumentábamos a cuarenta veces (algo más de un mes), entonces dichas probabilidades serían de una entre un billón. De hecho, lo esperable sería tener que jugar con normalidad ninguna o una vez antes de poder conocer una combinación ganadora con antelación a su respectivo sorteo (¡prueben a calcularlo!). Decididamente, aquel método merecía la pena.

Me costó más de lo imaginado ganar la lotería: lo conseguí al cuarto intento. Pero me produjo una gran satisfacción. Entiéndanme, realmente no necesitaba aquel dinero. Los robos que había hecho hacía años, descifrando trivialmente las claves de cuentas bancarias de miles de personas, ya me habían hecho millonario. Abandoné aquellos robos cuando me convertí en la persona más creativa de la Tierra. Tras producir miles de obras y patentes maravillosas en todas las artes y las ciencias, mis derechos de autor llegaron a generar al año más dinero que el producto interior bruto de un país europeo de tamaño medio. Así que era obvio que no necesitaba ganar la lotería por el dinero. No obstante, lograrlo, cuando pensaba que jamás sería capaz de hacerlo, me produjo una enorme satisfacción.

Capítulo 4: Hacia la felicidad óptima a corto plazo

Mi éxito en el caso de la lotería me permitió comprobar que podía solventar mis problemas pasados cuando, hace no mucho, traté de utilizar aquella máquina simplemente para ser feliz (aquel fracaso con aquella mujer).

Dicho intento falló porque conocí lo que me llevaría al éxito con retraso, cuando las oportunidades ya se habían perdido. No obstante, ahora sabía que podía utilizar el mismo método que el usado con la lotería para evitar ese retraso. De nuevo, utilizaría la máquina para generar todos los posibles textos de consejos a mí mismo para ser feliz durante el año siguiente, por ejemplo de tres folios cada uno. Entonces añadiría una pulsación más. Si obtenía un 1 en dicha última pulsación y además las instrucciones recibidas en el texto de consejos anterior eran susceptibles de ser obedecidas de alguna manera (decidí que no trataría de seguir instrucciones que no contuvieran al menos una secuencia legible de siete o más letras) entonces obedecería dichas instrucciones en la medida de lo razonable, y al final del año escribiría un valor que puntuase dicho año en términos de felicidad. Por el contrario, si obtenía un 0 en dicha última pulsación (o si obtenía un 1 pero las instrucciones no eran legibles), entonces ignoraría las instrucciones generadas en mi propio universo y escribiría el valor 0 en la máquina para que dichas instrucciones ignoradas no fueran las ganadoras. Después de hacerlo, recibiría inmediatamente la secuencia de 0s y 1s con las instrucciones que obedeció mi otro yo que obtuvo la máxima felicidad posible durante el año siguiente (¿o debería decir obedecerá y obtendrá?). Dado que las recibiría inmediatamente, podría seguir dichas instrucciones desde el mismo momento en que las siguió mi otro yo, y así obtendría el mismo éxito que él obtuvo.

Respecto a todos los que obtuvieran un 1 en sus últimas pulsaciones y tuvieran que seguir sus propias instrucciones, podrían repetir el mismo proceso al año siguiente, donde quizás obtendrían un 0 tras recibir unas nuevas instrucciones y podrían por fin beneficiarse del éxito descubierto por otro. La probabilidad de que tuviera que esperar cuarenta intentos (cuarenta años) sería mucho menor que una entre un billón (que es la probabilidad de obtener cuarenta 0s consecutivos), pues la inmensa mayoría de las instrucciones no serían obedecibles y detendrían la espera aun obteniendo un 1. Además, la espera esperable consistiría, en realidad, en esperar entre cero y un año (de hecho, una cantidad mucho más cercana al cero que al uno): el 0 tenía la mitad de probabilidades de aparecer y, además, también esperaría 0 años si obtenía un 1 pero el texto era simplemente ilegible (y la inmensa mayoría de los textos posibles lo son).

Dicho y hecho. Obtuve un texto de instrucciones con las pulsaciones, pero simplemente lo descarté porque, tras ellas, la última pulsación produjo un 0. Entonces introduje el valor 0 en la máquina, e inmediatamente empecé a recibir la secuencia de 0s y 1s de mi yo más feliz durante el año siguiente.

Tal y como ocurrió en mi fallido intento de la otra vez, dichas instrucciones volvían a indicar que debía iniciar una determinada relación sentimental. La diferencia es que esta vez estaba conociendo dichas instrucciones a la vez que las conoció mi yo que finalmente fue tan exitoso con dichas instrucciones, no un año después.

Seguí sus pasos, y esta vez comprobé que la mujer en cuestión no estaba emparejada. De hecho, en poco tiempo logré ser su pareja. La relación fue, de hecho, maravillosa.

Cuando finalizó el año y se terminaron las instrucciones, decidí que ya no necesitaba más instrucciones. Estaba siendo feliz. Seguiría viviendo aquella vida.

Sin embargo, apenas trascurridos otros tres meses más, ella se fue con otro. Me hizo polvo, fue horrible. De hecho, viendo cómo acabé, decidí que la felicidad del año anterior no compensaba aquel dolor. Hubiera preferido no haber pasado por esa relación.

No puedo culpar a mi otro yo por recomendarme, con su alta puntuación de felicidad, aquellas instrucciones. Cuando él puntuó su año, evidentemente lo hizo antes de que aquella ruptura le ocurriera a él mismo, cuando sólo había pasado un año. Tampoco sabía nada.

Esta vez, mi problema fue suponer que la felicidad a corto plazo y la felicidad a largo plazo coincidirían. Pero no fue así.

Capítulo 5: Hacia la felicidad de toda una vida

Tenía que haber alguna forma de solventar también este problema. Una posibilidad sería repetir el mismo proceso, pero a cuarenta años vista en lugar de a un año vista. Tras cuarenta años, los ancianos yos puntuarían las instrucciones que les hubieran hecho más felices durante toda una vida, y los otros yos que se hubieran quedado en el instante actual podrían conocer las mejores decisiones para toda una vida. Unos explorarían todos los caminos hacia la felicidad para que otros se beneficiasen de ello.

Después pensé que ese objetivo sería demasiado ambicioso. Los que tuvieran que vivir cuarenta años obedeciendo unas instrucciones absurdas no recibirían recompensa alguna por su lealtad a los demás. Entonces se me ocurrió una manera alternativa de tener en cuenta la felicidad a largo plazo y de combinarla, a su vez, con la felicidad a corto plazo.

Para empezar, renunciaría a conseguir unas instrucciones hacia la felicidad me dijeran en cada momento todo lo que tendría que hacer. Unas instrucciones coyunturales, con órdenes válidas únicamente para momentos determinados, sólo son útiles si se cumplen en el mismo tiempo y con las mismas oportunidades, lo que las hace muy restrictivas. Por el contrario, trataría de buscar órdenes atemporales, actitudes ante la vida del tipo de “sé atrevido”, “sé avaricioso”, “sé atento”, “sé rencoroso”, “sé servicial”, etc. y combinaciones de ellas. Conforme a estos nuevos objetivos, sólo cumpliría órdenes atemporales y renunciaría a cumplir cualquier tipo de orden que dependiera del momento y la coyuntura. Pasaría a buscar la mejor actitud vital, la mejor forma general de proceder, en lugar de perseguir los pasos a seguir en cada momento, los cuales de hecho me harían sentir esclavo de mi destino, escrito y conocido de antemano para cada momento.

Una vez fijados esos nuevos objetivos, obraría de la siguiente manera. Pulsaría el botón de bifurcación para obtener, con los 0s y 1s resultantes, unas instrucciones de unos tres folios que me indicasen cuáles deberían ser mis actitudes ante la vida. Entonces  pulsaría una vez más. Si obtenía un 1, entonces obedecería dichas instrucciones durante el año siguiente. Al finalizar el año, volvería a pulsar una vez más. Si volvía a obtener un 1, entonces seguiría otro año más obedeciendo las mismas instrucciones que ya había seguido el año anterior. Dicho proceso se repetiría de la misma forma hasta que algún año obtuviera un 0. Cuando eso ocurriera, escribiría en la máquina un valor que puntuase mi felicidad durante todos aquellos años pasados siguiendo dichas instrucciones, pero dicha puntuación también tendría en cuenta durante cuántos años había seguido dichas instrucciones. Ideé una manera de valorar mi felicidad en la máquina tal que, cuántos más años me hubieran servido las instrucciones para ser feliz, más puntuación les otorgaría. Imaginemos que dos textos de instrucciones me hicieran igual de feliz, pero uno de ellos lo hiciera durante más años. Entonces, este último tendría mayor puntuación. Un periodo de felicidad corto sólo podría valorarse con una puntuación mayor que un periodo de felicidad más largo si, en el primero, hubiera sido mucho más feliz que en el segundo. En tal caso, podría asumir que la felicidad del periodo corto probablemente compensaría cualesquiera desgracias que pudieran acontecer después (las cuales no tenían por qué ser, de hecho, más probables que en cualquier otro camino; simplemente serían desconocidas).

De nuevo, la probabilidad de que uno de mis yos tuviera que esperar cuarenta años sin escribir su puntuación y sin conocer por tanto las instrucciones del universo mejor puntuado serían, como mucho, de una entre un billón. El proceso, decididamente, merecía la pena.

Puse en práctica mi nuevo plan. Tras la secuencia de 0s y 1s que formarían mis propias instrucciones, pulsé el botón de bifurcación una vez más. Obtuve un 1. Eso significaba que tendría que poner en práctica dichas instrucciones durante al menos un año, tras el cual tendría una nueva oportunidad de pulsar el botón de bifurcación para comprobar si ya podía, por fin, conocer las instrucciones que mejor me llevarán a la felicidad.

Al año siguiente, volví a pulsar, y de nuevo obtuve un 1. Otro año más.

Y lo mismo ocurrió al año siguiente. Otro 1. Y lo mismo al otro, y al otro, y al otro. Comenzó a sorprenderme el inusual número de años durante los que estaba teniendo que seguir las instrucciones que había recibido.

Tras diez años obteniendo 1s un año tras otro, empecé a darme cuenta de que me estaba haciendo viejo mientras seguía jugando a ese extraño juego. Me preguntaba si, cuando recibiera las instrucciones de mi yo más feliz, seguiría siendo lo suficientemente joven como para que dichas instrucciones óptimas tuvieran el mismo éxito en mí.

Los 1s siguieron repitiéndose un año tras otro. Aquello no era normal. Tenía que estar ocurriendo algo raro. Comencé a desconfiar.

El día que cumplí veinte años recibiendo un 1 detrás de otro, reflexioné muy seriamente sobre mi situación. La probabilidad de llevar veinte años esperando el ansiado 0 era menor que una entre un millón.

Después siguieron más años con 1s. Menor probabilidad aún. Mi desconfianza había llegado a un punto insoportable. Por supuesto, dado que se exploraban todas las secuencias posibles de valores, a alguien tenían que tocarle veinticinco 1s seguidos. No obstante, la probabilidad de que eso me ocurriera a mi era tan baja que pensé que era probable que alguien me estuviera engañando. Quizás algunos de los demás yos habían encontrado alguna manera de que a ellos no les tocasen tantos 1s, lo que hacía que, por eliminación, aquellas interminables secuencias de 1s tuvieran que tocarle a los demás. Más aún, quizás casi todos los demás hubieran descubierto ese misterioso truco, y yo fuera uno de los únicos imbéciles que los demás estaban utilizando para ver qué pasaba tras muchísimos años siguiendo unas mismas instrucciones, y poder beneficiarse de ello.

Así llegué a los treinta 1s seguidos. Maldita sea, hacía treinta años tenía menos de una probabilidad entre mil millones de llegar al punto en que me encontraba. Definitivamente, la probabilidad de que alguien hubiera descubierto cómo hacerme trampa me parecía mucho mayor que ésa.

No podía olvidar que, hacía ya muchos años, había utilizado la máquina para que me dijera algo que desconocía sobre la propia máquina. Fue aquella vez, cuando descubrí que el tiempo en cada universo paralelo transcurría de manera independiente. Quizás podría utilizar ahora la máquina para encontrar alguna manera factible de que los demás yos me estuvieran engañando. Podría pulsar muchas veces más para explorar todos los posibles textos que podrían explicarme dichas trampas.

Pero luego pensé que eso no daría resultado. Imaginemos que realmente hubiera alguna forma de hacer trampas a los demás yos para que uno mismo se beneficiase de ello, por ejemplo haciendo que fueran los demás los que se pasasen años y años siguiendo unas estúpidas instrucciones un 1 tras otro, mientras ellos mismos recibirían inmediatamente los frutos de dicha exploración masiva al obtener un 0. En tal caso, si ahora utilizase la máquina para averiguar dicho truco (explorando todos los posibles textos que podrían explicar dicho truco), entonces el nuevo yo que lo descubriera (bifurcado a partir de mí mismo) podría guardarse dicho truco para él, y beneficiarse de él utilizándolo contra mí mismo. No, no podía utilizar la máquina para descubrir aquella trampa maquiavélica que con toda seguridad me acechaba. No podía fiarme.

Pasaron más años aún, y obtuve más 1s. Cada año me cabreaba más al ver aparecer aquel maldito número. ¡Maldita sea! ¡La probabilidad de que alguien me estuviera haciendo trampa para que yo me llevase todos aquellos 1s tenía que ser, con total seguridad, mucho mayor que la probabilidad de obtener treinta y siete 1s seguidos! Aquello no tenía sentido.

Pero aquel año mi desconfianza estalló. Dije basta. Tenía que aceptar que jamás podría saber cómo me la habían jugado. No obstante, podría vengarme. Decidí que solo esperaría un año más. Si no obtenía un 0 la siguiente vez, me vengaría.

Entonces, al año siguiente, el 0 llegó. ¡Llegó!

Aquel día lloré de alegría.

Aquel día fue, de hecho, ayer mismo.

No obstante, mi alegría se ha tornado en suspicacia y sufrimiento desde anoche.

En realidad, apenas he dormido durante toda la noche. La he pasado pensando que, probablemente, por fin obtuve ayer el 0 simplemente porque los demás hijos de puta calcularon que treinta y ocho años serían los máximos años que cualquiera podría soportar mientras le toman el pelo. Y además, ¡exactamente treinta y ocho intentos! Claro, evitaron que el 0 saliera justo en el intento número cuarenta, número que podría parecer sospechosamente redondo. Por eso me han dado mi 0 en el intento treinta y ocho. Es más, haberme hecho gastar toda mi vida ejerciendo unas determinadas instrucciones sólo les sirve si realmente puntúo dichas instrucciones antes de morir. Sólo así mis instrucciones entrarán en el saco de todas las instrucciones evaluadas y comparadas, de entre las que saldrán las instrucciones perfectas de las que todos ellos se beneficiarán. Así que en ningún caso me habrían puesto a recibir 1s para siempre. Necesitaban que me saliera un 0 cuando ya fuera muy viejo. Me han exprimido lo máximo que consideraron factible. ¡Malditos cabrones!

Lo siento, pero ya es demasiado tarde para esos hijos de puta. Soy un maldito anciano, ya no podrán devolverme la juventud. Con toda seguridad, si ahora mismo introdujera una puntuación cualquiera, entonces las nuevas instrucciones que recibiría justo después, procedentes de mi yo más feliz, ya no me servirían de nada, pues ya soy demasiado viejo para poder hacer casi cualquier cosa que merezca la pena. Malditos hijos de puta. Debo consumar mi venganza contra todos ellos en cualquier caso. Da igual que por fin haya obtenido ese 0. Me han jodido la vida con su maldita artimaña.

Ahora mismo me encuentro, decrépito y hastiado, delante de mi máquina, preparado para consumar mi venganza.

Me acerco a la máquina e introduzco el valor que, conforme a lo que todos los yos habíamos acordado hace cuatro décadas (cuando sólo era yo), representaría la máxima puntuación posible. De hecho, habíamos (había) acordado que la puntuación que estoy introduciendo ahora mismo sería, de hecho, inalcanzable, y que todas las puntuaciones tendrían que estar por debajo de ella. Pulso enter.

¡Jodeos! ¡Jodeos, pedazo de cabrones! ¡Ahora todos recibiréis las instrucciones que conducen a esta mierda de vida mía! ¡Todos os tiraréis vuestra puta vida siguiendo mis instrucciones de mierda, teniendo fe ciega en la felicidad que supuestamente os proveerán, y esperando año tras año que los decepcionantes años anteriores sean compensados por las misteriosas maravillas que sin duda llegarán más adelante! ¡Exactamente lo mismo que habéis hecho conmigo, cuando pensaba que por fin conocería las instrucciones perfectas tras recibir mi 0! ¡Jodeos, hijos de puta!

Me alejo de la máquina. Entonces echo un vistazo a las instrucciones que, con disciplina férrea, he seguido estúpidamente durante los últimos treinta y ocho años.

“Sé siempre desconfiado” dicen aquellas instrucciones. Y nada más. El resto de los tres folios son símbolos en blanco. Ahí acaban las instrucciones.

No dice “sé desconfiado a veces” ni “sé moderadamente desconfiado”. Simplemente, debía ser desconfiado siempre. Me costó serlo durante los primeros años. Pero la desconfianza es una actitud a la que te acostumbras con facilidad, pues se realimenta a sí misma cuanto más piensas en todas las putadas que pueden estar haciéndote los demás. Después de una década, ya ni siquiera era consciente de que aplicaba mi desconfianza inconscientemente a cualquier cosa, ya no me acordaba de que tenía la obligación de ser desconfiado para obedecer a unas instrucciones estúpidas. Ya era desconfiado simplemente por devoción.

Estoy exultante. Mi venganza final contra todos los demás yos, contra todos esos hijos de puta que sin duda me la han jugado, se ha consumado. No importa que nunca pueda probar lo que hicieron. Lógicamente, alguien tenía que recibir esa cantidad de 1s, pues se exploraban todas las combinaciones de un número de 1s y un texto de instrucciones, se creaba un universo para cada una. Sin embargo, ¿cuál era la probabilidad de que ese yo tremendamente desafortunado fuera, en particular, yo mismo? ¿Algo así como una entre cien mil millones? La máquina demostró en el pasado que ocultaba sorpresas inesperadas, así que la probabilidad de que otros yos encontraran la forma de aprovecharse de mí era obviamente mayor que la probabilidad de que ese yo extremadamente desafortunado fuera precisamente yo mismo. ¡Sin duda me timaron! ¡Tendría que ser idiota para no verlo! Así que merecían un castigo.

La consecución de mi venganza me hecho feliz. Todos esos gilipollas se tirarán años y años siguiendo fielmente unas instrucciones que, en realidad, jamás les llevarán a la felicidad. Todos estos años que he pasado entre esperanzas rotas serán, finalmente, la justa venganza que deseo para todos los que de hecho han causado dichos años.

Un momento… me doy cuenta de que debo moderar mi alegría. Esto sólo será una venganza verdadera si llegar a este mismo punto donde estoy yo no merece la pena. Si los demás acaban igual de felices que lo que yo lo soy en este momento, nada de esto será una venganza. ¡No debo ser tan feliz!

Luego me doy cuenta, aliviado, de que estoy equivocado con dicha argumentación. Los demás yos no tendrán, al final de sus días, la oportunidad de vengarse igual que yo. A diferencia de mí, no estarán pulsando el botón de bifurcación año tras año en espera de poner algún día una puntuación en la máquina que pueda tener influencia sobre todos los demás. Simplemente seguirán mis instrucciones fielmente, esperando que les lleven a una enorme felicidad.

Al darme cuenta de que mi venganza es realmente perfecta, vuelvo a sonreír tranquilo.

Estoy realmente feliz.

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Érase un hombre a un móvil pegado

-¡Hola, Leo! Te llamo desde mi nuevo móvil. Me he comprado un implantado.

-¿Eres… Fran? Vaya… ¡Hola…! ¡Hola, Fran! Así que… ¿un implantado? ¿En serio? ¿Has dejado que te operen los oídos internos? ¿Y qué tal? ¿Merece la pena?

-¡Desde luego! Ahora estoy hablando contigo sin llevar nada encima, simplemente te oigo dentro de mis oídos. Si quiero llamar a alguien, sólo tengo que decirlo. Cómodo, ¿verdad? Al estar en los dos oídos, tiene sonido estéreo. Incluso puedo tener dos conversaciones a la vez, oyendo el sonido de cada conversación por un oído. Genial para un tipo ajetreado como yo, ¿verdad?

-Ya… ¿y qué tal llevas eso de tener que oír anuncios cada hora, quieras o no? La mayoría llevan contratos de ese tipo, ¿no?

-Pero no el mío, yo tengo un móvil premium. Mis inversiones de los últimos años han ido bien, así que puedo permitírmelo de sobra. Sólo oigo lo que quiero oír.

-Genial. Oye, hablamos en otro momento, que tengo lío.

-Vale, pero me llamas, ¿eh? No hagas como la semana pasada, que esperé tu llamada durante todo el fin de semana… ¡Bueno… hasta luego! ¡Colgar!

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-¿Berta? Hola, soy Fran.

-Hola, Fran. ¿Qué quieres?

-Verás, he pensado que podría invitarte a cenar, si quieres.

-¿Me estás invitando a salir? Vaya, esto es muy incómodo. Eres mi jefe, esto… incluso podría considerarse acoso.

-¿Entonces no…?

-Si mi puesto de trabajo no depende de ello, preferiría no tener una cita contigo.

-Entiendo… Perdona por…

-Hasta mañana, Fran.

-Hasta mañana. ¡Colgar!

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-¿Hola?

-Hola, soy tu conciencia. Pero puedes llamarme Con.

-¿Qué? ¿Oiga, por quién pregunta?

-Fran, quiero hablar contigo.

-¿Quién eres tú?

-Te lo acabo de decir, soy tu conciencia.

-No tengo tiempo para tonterías, buenas tardes. ¡Colgar!

-Es inútil, seguiré en tu mente como tu conciencia.

-¡Colgar!

-Creo que no lo entiendes.

-¡Colgar!

-No puedes echarme de tu cabeza. Verás, soy un hacker que ha tomado el control remoto sobre el teléfono implantado en tus oídos. A partir de ahora, me oirás siempre que yo quiera. Eso es lo bueno de que no puedas quitarte el móvil de los oídos, al ser parte de ellos, ¿verdad?

-¡Apagar!

-Lo siento, eso ahora no funciona. También tengo el control sobre el apagado y encendido remoto de tu móvil.

-¿Qué…? ¿Qué quieres?

-Bueno, Fran, creo que eres un hábil corredor de bolsa. Ganas millones al año, ¿no es verdad, Fran? Yo sólo quiero una parte. Sólo quiero que me pagues un impuesto por dejar de oírme a mí, a Con, tu conciencia. Sé que llevabas años sin escuchar a tu conciencia, sin dejar de ganar un solo céntimo por su culpa, ¿verdad? Pues ha llegado el momento de que escuches a tu conciencia y pagues.

Silencio.

-¿Qué pasa, Fran? ¿No dices nada? Oigo cómo andas por la calle. ¿A dónde vas?

Silencio.

Suena el coro de la novena sinfonía de Beethoven a un volumen atronador durante tres minutos.

Silencio.

-Ah… aahhh… aaaah…

-Vaya, Fran, perdóname… Había olvidado decirte que es mala idea que te alejes de una zona con cobertura. Entiendo que se te haya ocurrido meterte en el metro para dejar de oírme, nunca te ha gustado escuchar a tu conciencia. Pero he programado tu móvil para que, cada vez que esté fuera de cobertura, cada vez que quieras dejar de oírme, oigas aquella bonita melodía en un bucle sin fin hasta que vuelvas a tener cobertura. Sí, puede que esté un poquito alta. Claro, puede que ahora te sangren un poco los oídos. Sólo espero que esto te sirva para admitirme, para admitir a Con, tu conciencia. Fran, ¡no me rechaces! ¡Acéptame como parte de tu vida y serás más feliz, Fran! No hagas más tonterías. No te metas en el metro. No te pierdas en el monte. No te pongas un casco disipador de señal sobre la cabeza. Simplemente, admíteme en tu seno.

-Malnacido pa… patético anor… mal…

Vuelve a sonar la novena durante un minuto.

-Aaaaah…

-Un poco de respeto, Fran. Yo no te he llamado pedazo de hijo de la gran puta ni nada parecido, yo soy un caballero. Seamos caballeros, Fran. A partir de hora, simplemente llámame Con. ¡No olvidemos que soy tu conciencia!

-Mal… dito… Con.

-Afronta tu situación, Fran. Podrías ir a pedir que te extirpasen el teléfono… junto con los oídos internos con los que los fusionaron en la operación. Mantener tu sentido del oído bien merece el pago de una pequeña suma, ¿no, Fran? Recuerda que la energía de tu propio cuerpo mantiene funcionando tu móvil, así que simplemente no se apagará mientras vivas. Puedes ir a la compañía telefónica para que traten de echarme pero, sinceramente, ¿crees que les será fácil, teniendo en cuenta lo fácil que me ha resultado a mí echarles a ellos?

-¿Cu… cuánto dinero quieres exactamente?

-Ahora es cuando empezamos a entendernos.

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-Ya te he hecho el ingreso. Te he pagado muchísimo dinero. ¿Me dejarás en paz ahora?

-Bueno… A partir de ahora, me gustaría que compartieras conmigo un porcentaje de tus ganancias.

-¿Qué?

-¡Buenos días, Francisco! Ah, perdona, no había visto que estás hablando por el móvil.

-Fran, dile a ese tipo que estás hablando, no dejes que nos interrumpa.

-No puedo… Con. Es el presidente de mi firma de inversión, espera… Sí, dime, Adolfo.

-Francisco, iré al grano… Infosupercom ha registrado una patente muy importante, les va a dar millones. Me lo ha dicho un tipo que me debía un favor. Es una empresa pequeña, así que la revalorización porcentual será brutal. Mete dinero de todos los fondos allí, ¡ahora mismo!

-Vale, Adolfo.

-Ummmm… ¡Interesante noticia, Fran!

-Te veo luego, Francisco.

-¿Volvemos a estar solos, Fran?

-Sí.

-Como íbamos diciendo…

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Suena la novena sinfonía durante una hora.

-Aaaah…aahhhh…

-Eres un maldito hijo de puta, Fran. ¡Me la has jugado!

-Aaaaah…

-Infosupercom es una empresa pequeña… Así que, si se me ocurría comprar acciones de Infosupercom con todo el dineral que te había acabado de sacar a ti, entonces desencadenaría yo solito, con mi enorme volumen de compra, un aumento puntual en el precio de las acciones de Inforsupercom. Claro, antes de hacer ese paripé con tu supuesto jefe, antes de tener esa conversación de mentira para que yo la oyera, tú habías comprado acciones de esa empresa a un precio irrisorio, ¿verdad? Tu compra previa vino seguida de mi compra masiva posterior así que, ante el mercado, yo di credibilidad al aumento de precio que acababas de iniciar tímidamente tú. Yo disparé definitivamente el precio de la acción. Y entonces, de repente, tú vendiste todas tus acciones a un precio mucho mayor, provocando una reacción en cadena que hizo retroceder el precio de la acción hasta el valor anterior a tu compra, haciéndome perder millones mientras tú recuperabas, con tu jugada, el dinero que me habías ingresado anteriormente para que te dejara en paz.

-Aaaah…

-¡Eh, ese hombre está sangrando por el oído! ¡Oiga! ¿Necesita ayuda?

-¡Que alguien llame a un médico!

-¿Pensaste que soy gilipollas, Fran? Si vuelves a jugármela, te dejaré un día entero con la sinfonía. Para empezar, ¡quiero mi dinero! Con lo que has ganado con aquella espiral alcista del precio de las acciones de Inforsupercom, que yo mismo desencadené al comprar tantas acciones, seguro que has recuperado todo lo que me diste. Así que puedes volver a pagármelo íntegramente ahora mismo. ¡Lo quiero en una hora!

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-Fran, no me estás ganando dinero últimamente, ¿qué te pasa? Así no me vas a hacer más rico.

-Eso tendría cierta gracia si no fuera real… Verás, Con, me has roto el tímpano varias veces, sufro jaquecas constantes, no logro dormir por las noches y no me concentro durante el día. ¿Esperas que rinda en el trabajo? Además, ¿para qué ganar más dinero, si te lo vas a llevar todo tú? No me das nada a cambio de tu… comisión.

-Entiendo. Es verdad, mereces algo a cambio.

Silencio.

-Qué demonios, por supuesto que mereces algo, Fran. En adelante, me ocuparé de que seas más feliz. Sólo así podré conseguir que seas eficiente en el trabajo y así me hagas ganar más dinero a mí.

-¿Hacerme feliz? ¿El hacker que ha convertido mi vida en un infierno me va a hacer feliz? ¿Y cómo vas a hacerlo, si puede saberse?

-Fran, llevo un tiempo escuchando todo lo que escuchas, y sé que eres un tipo solitario con nulas habilidades sociales que echa de menos tener amigos y una mujer. ¿No es así, Fran?

Silencio.

-Sólo piensas en tu trabajo y tu dinero, Fran, pero no se te da bien la gente. Te voy a ayudar a que deje de ser así.

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-Y estas son las llaves de mi Porsche.

-Fran, vas mal. Si quieres tener amigos, ¡deja de parecer un chulo constantemente! Oye, por una vez, habla de algo que le guste a este tipo, ¿ok? ¿Por qué no empiezas preguntándole por su familia, a ver a dónde nos lleva?

-Y… ¿qué tal tus niños?

-Bueno… vamos tirando. Intenté llevármelos a hacer senderismo el fin de semana pasado, pero no hubo manera.

-¿Has visto, Fran? Ya conocemos una afición suya. Dile que tú sueles ir al monte una vez al mes.

Silencio.

-¡Da igual que sea mentira, Fran! Vamos, yo te guío.

****************************************************************************

-Y así es como los grandes inversores con información privilegiada ganamos dinero a base de los inversores particulares palurdos que no hacen más que mirar gráficas de precios de acciones, precios que por cierto se mueven a nuestro antojo para incitarles a ellos a meter más y más dinero, que finalmente acaba en nuestros bolsillos…

-Vale ya, Fran, ya le habías dejado claro que tienes dinero hacía un cuarto de hora.

-…pero no te creas que es tan fácil tener tal control del mercado…

-Ahora la estás aburriendo, éste no es el tipo de conversación que se tiene con una desconocida en un bar.

-…pues hay que estudiar las variables bursátiles que…

-Fran, esto sólo se arregla si la dejamos hablar de sí misma durante un rato, sólo así dejará de verte como un egocéntrico.

-…influyen en las tendencias del pequeño inversor particular.

-Ella te dijo que trabaja en la zona. ¿Por qué no le preguntas en qué?

-Por cierto, ¿a qué te dedicas tú?

-Si ahora responde algo que le guste, entonces déjala hablar un poco sobre ello. Y si se nota que no le gusta, entonces refuerza su confianza diciendo algo positivo sobre ese trabajo.

-Pues trabajo en una funeraria.

-Fran, ¡esto da mucho juego para la conversación! No te asustes. Veamos…

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-Fran, has de reconocer que he ordenado tu vida.

-Mi dinero me está costando, Con.

-Según se mire, Fran. Desde que estás más contento, te concentras más en el trabajo y tus inversiones están funcionando. Y me estás haciendo ganar mucho dinero con mi porcentaje.

-Mis negocios nunca habrían dejado de funcionar si tú no hubieras entrado en mi vida. Te recuerdo que fueron tus… castigos los que me hundieron profesionalmente durante semanas.

-Pero Fran, antes no tenías ni amigos ni mujeres.

-Eso es cierto.

-Espera, Fran, parece que tienes una llamada entrante. Te la paso.

-¿Francisco Téllez?

-¿Sí?

-¿Es usted Francisco Téllez? Verá usted… iré al grano. Acabo de hackear su móvil. En adelante, no podrá dejar de oír mi voz hasta que no pague la cantidad de dinero que le indicaré.

-Pe… pero… ¿quién es usted?

-Puedes llamarme Demiurgo.

-Fran, esto es intolerable. ¡Oye, Demiurgo!

-¿Quién está hablando ahora?

-¡Soy Con, la Conciencia de Fran! ¡Sal inmediatamente de esta conversación!

-¿Conciencia? ¿Qué coño…? ¡Espera, ya entiendo! ¡Eres otro hacker como yo! ¡Conciencia! ¡Vaya nombre, qué bueno!

-¡Fuera de mi territorio!

-¿Tu territorio? ¡Vamos a ver quién manda aquí!

Suena AC-DC a un volumen atronador.

Suena la novena sinfonía de Beethoven a un volumen atronador.

-Aaaahh… aaaaahhh…

-Demiurgo, luchar así no tiene sentido. Nosotros podemos bajar en nuestros propios auriculares el volumen del sonido provocado por el otro. Pero Fran no puede.

-Aaaaaaahh…

-Es cierto, Conciencia. Tendremos que convivir los dos. Tendremos que repartir beneficios.

-Y una mierda. Yo me he currado mi posición. Yo ayudo a Fran.

-¿Le ayudas? ¿Cómo? ¿Qué tipo de parásito eres tú?

-Aaahh… ahhhh…

-Uno responsable de lo que hace.

-Me da igual lo que digas, Conciencia. Quiero mi dinero ya.

****************************************************************************

-Francisco, quiero que cojas tu pistola y que atraques ese banco.

-¿Cómo…?

-De eso nada, Fran, no hagas caso a Demiurgo.

Suena AC-DC.

-Aaaahh…

-Ya veo por dónde vas, Demiurgo. No piensas que vayas a estar mucho tiempo con Fran, así que quieres exprimirle lo más rápidamente posible. No piensas esperar a que gane dinero honrada pero lentamente con sus inversiones bursátiles. Quieres que gane mucho dinero para ti ya, y después salir huyendo.

-¿Honradamente, has dicho?

-Fran, no cojas tu pistola. No pienso permitir que vayas a la cárcel y que entonces se acaben tus negocios. Tú eres mi inversión a largo plazo, y no pienso permitir que todo se vaya al traste por Demiurgo.

-Francisco, no escuches a Con. Vas a robar ese banco, es una orden.

-Fran, no vas a robar ese banco. ¡Suelta esa pistola ahora mismo!

Suena la novena sinfonía de Beethoven.

Suena AC-DC.

Se oye una cabeza golpeándose contra el suelo.

****************************************************************************

-Hola, Fran, ¿qué tal estás?

Silencio.

-¿Fran?

-Estoy en el hospital.

-He logrado echar a Demiurgo de tu móvil.

Silencio.

-Fran, volvemos a estar tú y yo solos.

-Vaya… Así que ya no tendré a un demonio susurrándome por un oído y a un ángel susurrándome por el otro. O, mejor dicho, a dos demonios. Volveré a tener un solo demonio susurrante. Genial… supongo.

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-¿Vas a volver a ayudarme con esta nueva cita, Con?

-Sí, Fran. Repasemos los datos: divorciada, sin hijos, jefa de obra, día tras día se dedica a mandar sobre una cuadrilla que cava zanjas en calles y avenidas para instalar cables, tuberías del gas y del agua. Probablemente estará harta de ese ambiente lleno de testosterona. Y más en este mismo momento, que no vamos a su casa sino a recogerla a una de sus obras, o sea a su trabajo. Hazme caso y, antes de llegar allí, cómprale unas flores.

-Sí, buena idea, déjame mirar… Según el mapa de tiendas del navegador del coche, no hay ninguna floristería en esta zona.

-Sí que la hay. Aunque todavía no aparezca en internet, sé que hay una nueva a unos tres o cuatro minutos en coche, abrió hace una semana. Te indico el camino.

-Vale, voy para allá.

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-Fran, tienes que aprender de fútbol. Se pueden hacer muchas conversaciones con amigos si se habla de fútbol.

-Vale, lo tendré en cuenta. Ahora, si no te importa, me gustaría dormirme.

-Vale, Fran. Que tengas buenas noches.

-Hasta mañana, Con.

Silencio.

Suena la novena sinfonía de Beethoven durante tres minutos.

-Aaaaah… ahhh…

-Perdona, Fran. ¡No ha sido mi culpa! Se ha ido la luz en la zona. Yo tengo una batería de emergencia para mi ordenador, pero internet se ha caído. Entonces tu móvil ha hecho lo que hace automáticamente cada vez que pierde la conexión con mi programa: hacer sonar la sinfonía.

-Aaaahh… aaah… ¿Y… por… por qué no anulas esa función?

-Fran, sé que hemos hecho muchos progresos. Pero no puedo arriesgarme a que, tras liberarte de la amenaza de esa melodía cuando estés sin cobertura, te vayas de mi lado para siempre, sin más. Has aprendido mucho conmigo, ahora tienes una buena vida social. No me merecería que ahora me apartaras.

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Suena la sinfonía durante varios minutos.

-Aaahh… aaahhh…

-Te vuelvo a pedir disculpas, Fran. ¡Ha vuelto a haber un apagón, me he vuelto a quedar sin luz! Sabes que no te miento, lo habrás visto en las noticias… calles y barrios enteros llevan días con apagones intermitentes. Los políticos están pidiendo que los ciudadanos no pongan tanto los aires acondicionados con la llegada del calor. Pero sólo es una forma de encubrir su incompetencia y su falta de previsión, una forma de que no nos fijemos en la red eléctrica obsoleta que montaron hace décadas a base de sobornos. ¿No crees, Fran?

-Aaaah… Por favor… Con… haz que esa cosa deje de sonar cuando me quedo sin cobertura… Aaaah… No soporto volver a oír esa maldita Canción de la Alegría…

-Sabes que no puedo, Fran. Sabes que no puedo.

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-Ya estoy llegando, Con.

-No se te olvide todo lo que hemos repasado, ¿eh? No se te olvide elogiarle el vestido y, sobre todo, el peinado si es nuevo. ¡No te atolondres!

-Vale.

Suena la sinfonía durante siete minutos.

-Aaaaaaahh… aaaahhh…

-¡Joder! ¡Ha sido otro apagón! ¡Perdóname, Fran!

-Aaaaah…

-Esta vez sólo yo me he quedado sin luz… Con tanto apagón en la ciudad, la instalación eléctrica de mi bloque está hecha trizas, lleva días cortándose la luz en algunas plantas…

-Aaaaah…

-Espera un momento, Fran, llaman a mi puerta.

Se abre una puerta.

-Hola, Con.

Silencio.

-Jo… joder… ¡Joder, joder! ¿Cómo…? Ho… hola, Fran. No te… esperaba aquí. Baja esa pistola, por favor.

-Aaaaah… No… no pienso hacerlo.

-¿Cómo…? ¿Cómo me has encontrado, cómo has sabido mi dirección?

Silencio.

-Los… apagones.

-¿Los apagones? ¡Claro, los apagones!

-Aaaahh… No… eran fortuitos…

-¡Joder, los provocabas tú! Ya lo entiendo… Cortabas la luz de calles enteras para ver si perdía la conexión contigo, para ver si justo entonces empezaba la sinfonía o no. Así, a base de crear apagones en áreas seleccionadas, pudiste cerrar el cerco poco a poco.

-Cuando… me mencionaste aquella floristería, abierta recientemente aunque no figuraba en internet, supe por dónde empezar a buscar… era un barrio residencial cualquiera, no había ningún motivo particular para que lo conocieras tan bien… a no ser que vivieras o trabajaras allí, claro.

-¿Y cómo has podido sabotear tantos cables de electricidad y repararlos después?

-Mi novia… la jefa de obra… Le conté todo… escribiéndolo en un papel, claro, no hablando en voz alta. Ella coordinaba varias obras, algunas en tu distrito. De hecho, me pasé a recogerla a una de esas obras el mismo día que le regalé aquellas flores, ¿recuerdas? Un día le conté mi problema, y entonces lo planeé todo. Durante las semanas posteriores, ella hizo todos aquellos cortes temporales de electricidad. Yo no podía hacer movimientos sospechosos por tu barrio, siempre podrías saber la antena de telefonía a la que mi móvil está conectado en cada momento. De hecho, acabo de soportar siete minutos de apagón, de aquella atronadora melodía, para que perdieras tu conexión a internet y pudiera acercarme sin que lo supieras. Le pedí a ella que volviera a darte la electricidad cuando ya estaba en tu planta, cuando ya no podías escapar. Ahora podré matarte sin oír esa maldita canción.

-¡No me mates, Fran, te lo suplico!

Silencio.

-¡Baja esa pistola, Fran! ¡Tírala al suelo, por favor!

Silencio.

-¿Qué harías sin mí, Fran? ¿Qué harías, dadas tus nulas habilidades sociales? ¿Quieres volver a estar solo, Fran? ¿Es eso lo que quieres? ¿Quién te libraría de los demás hackers, Fran? ¿Y quién haría que siguieras teniendo amigos y pareja?

Silencio.

La pistola suena al caer al suelo.

Se oyen llantos.

Pasos.

La puerta de la casa se cierra.

Se oye un resoplido de alivio.

-Joder… joder…

****************************************************************************

Suena una suave melodía.

-Voy a apagar la radio, Con. Ya tengo sueño.

La melodía se apaga.

-Que descanses, Fran. Mañana tenemos un día duro.

-Buenas noches, Con.

-Buenas noches, Fran.

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Fusión y explosión

Debería sentirme celoso por todos los que te dieron sus caricias antes que yo. Y sin embargo debo estarles agradecido, pues ciertamente te prepararon para mí. Debo pensar que te abrieron como una flor, para que después pudieras recibirme a mí mucho mejor que si yo hubiera sido el primero. No debo estar celoso (me digo a mí mismo).

De hecho, tras tantos pretendientes me cuesta entender que finalmente te quedaras conmigo. Sería pueril pensar que fue por mi esbelta anatomía, mi forma de bailar o mi gusto por la velocidad. Tuvo que haber algo más, un nosequé. Pero sigo sin saberlo, alguna vez te lo preguntaré.

Tú tan curvilínea, yo postrado a tu encanto, finalmente me dejaste entrar en ti. Hay quien dice que en ese mismo momento perdí algo de mí. Todos los demás que te pretendieron también sabían que perderían algo si te conseguían. No vi que dejaran de intentarlo por ello.

Entonces gocé mi insignificancia, me perdí en tu grandeza inconmensurable.

Quiero creer que con el tiempo te cambié, pero he de admitir que fui yo quien se disolvió en ti. Allá donde antes éramos dos, quedamos convertidos en uno solo, una pareja indivisible para siempre.

Tras algún tiempo viajando, nos instalamos en un lugar acogedor.

Acomodados, plantados, nuestra vida transcurrió vertiginosa: fuimos uno, luego dos, luego cuatro.

¡Luego ocho!

Dieciséis, treinta y dos…

Cientos… Miles… ¡Millones!

Me pregunto si la historia de los cuerpos de los que procedemos fue tan bonita como la nuestra.

Fui un cabezón con suerte, amado óvulo.

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Con todos los honores

La Democracia de la República de Ihur funciona. Cualquiera de sus ciudadanos puede, literalmente, ser su presidente. No en vano, cada día el presidente de la República es escogido por sorteo entre todos los ciudadanos de la República.

Aquel día le tocó ser presidente a Miguel Gutiérrez, mecánico de profesión. Miguel se sorprendió mucho al ver llegar todos aquellos coches oficiales a su taller. Le montaron en uno de ellos y le condujeron al palacio presidencial.

Al llegar al recinto, una banda de música recibió con todos los honores al nuevo presidente Gutiérrez, que no salía de su asombro. Le colocaron sobre el traje una banda con los colores nacionales y, tras jurar su cargo conforme al protocolo constitucional, fue investido entre los aplausos de todos los presentes. Una nube de confeti celebró el momento. Entonces le condujeron a una sala del palacio y le anunciaron que inmediatamente celebraría una reunión con los consejeros del palacio.

Los consejeros comenzaron a explicar a Gutiérrez los pormenores del funcionamiento del Estado, el organigrama presidencial, la distribución de poderes y otros detalles similares. Tras cuatro horas de largas explicaciones, Gutiérrez preguntó cuándo podría comenzar a tomar decisiones. Le dijeron que todavía tendría que esperar a que completasen sus exposiciones, pues era indispensable que primeramente recibiera toda la formación necesaria.

Otras dos horas después, el presidente Gutiérrez comenzó a cansarse de aquella interminable reunión.

-Oigan, quiero comenzar a tomar decisiones ya –afirmó Gutiérrez desde su sillón, situado al final de una larguísima mesa a cuyos lados se sentaban los consejeros.

Sus palabras interrumpieron a una consejera que exponía en ese momento los pormenores de la balanza comercial.

Se hizo el silencio durante unos segundos. Entonces un consejero habló.

-Y… ¿qué desea hacer, señor presidente?

-Bueno… Admito que no sé demasiado de política, sólo sé de mecánica –respondió Gutiérrez-. Pero creo que hay cosas que no funcionan bien. Por ejemplo, no entiendo por qué en nuestro país hay personas que ganan diez mil veces más dinero que otras. No veo que esas personas trabajen diez mil veces más, ni que sean diez mil veces más listas, ni diez mil veces más capacitadas, ni diez mil veces más sensatas, ni siquiera diez mil veces más fuertes o más guapas. Deberíamos hacer algo.

Los consejeros se miraron entre sí. Los que estaban al otro extremo de la larguísima mesa preguntaban a otros compañeros qué había dicho el presidente, pues allí apenas se oía lo que se decía desde el otro extremo, en el sillón presidencial.

-¿Y qué pretende hacer usted, señor presidente? –preguntó un consejero.

-No lo sé… quizás podríamos fijar unos ingresos máximos que puedan ganarse, o establecer unos impuestos más altos a los más ricos para impedir que eso ocurra… o quizás…

-¡Pero lo que usted dice es comunismo! –dijo otro consejero.

-¿Comunismo? Yo sólo he dicho que…

-Señor presidente, si usted lo desea, dedicaremos las siguientes tres horas a explicarle algunos conceptos básicos de Macroeconomía que debería conocer, en particular en lo relativo a la incentivación para el trabajo y la productividad que…

-Oiga, no soy idiota. ¿Pretende usted decirme que esas personas que cobran tanto dinero no verían un incentivo suficiente para trabajar en lo que hacen si no cobrasen diez mil veces más que otros? ¿Me está diciendo que preferirían quedarse en el paro si no tuvieran semejante sueldo? ¿que acaso no podríamos encontrar otras personas igual de capaces que estarían dispuestas a hacer lo mismo cobrando solamente cinco mil veces más que los demás? ¿O me está diciendo que ese dineral que ganan esas personas sólo es útil para la economía del país si está en manos de esa gente tan rica, pero que no sería tan útil si usásemos una parte de él para construir carreteras o escuelas, o para dárselo a gente que tiene menos y que por tanto no podría permitirse ahorrarlo y lo gastaría inmediatamente? ¿No es eso lo que mueve la economía, el gasto? ¿También sería menos útil ese dinero si diéramos una parte a personas que tienen buenas ideas para crear una empresa, pero que no tienen el dinero para ello, simplemente porque no lo heredaron de sus padres? ¿Qué culpa tienen de no haberlo heredado? ¿Es mejor que dejemos todo como está?

-No, verá, señor presidente, debemos explicarle algunos asuntos…

-¡No me diga lo que tengo que hacer! ¡Soy el presidente! Y además, ¿usted qué hace aquí? ¿Por qué su cartera tiene el logotipo de un banco? –dijo señalando la cartera que el consejero tenía junto a su asiento-. ¿Por qué está en esta mesa? ¿Y esa otra señora, por qué lleva el logotipo de un grupo de alimentación en la solapa? ¿Quiénes son ustedes exactamente? ¿Qué hacen aquí?

Los consejeros comenzaron a hablar todos a la vez. Entonces sacaron unos vistosos gráficos de colores y empezaron a explicárselos.

Tras otras dos horas, Gutiérrez se hartó y se levantó de la mesa, colérico.

-¡Basta ya! ¡Dejen de tomarme el pelo! ¡Soy el presidente! ¡Quiero convocar al parlamento para someter a votación un cambio de la ley impositiva!

-Pero, señor presidente, comprenda que hoy no se había anunciado ninguna reunión del parlamento. Los señores parlamentarios ni siquiera estarán en la ciudad, y…

-¡Cállese de una vez! ¡Ahora mismo ordenaré que se envíen helicópteros para que les recojan de sus propias casas si fuera preciso!

Los consejeros comenzaron a gritar, pero el presidente estaba completamente decidido.

Tras otras diez horas de llamadas telefónicas y firmas interminables de papeles, el presidente pudo por fin entrar en el parlamento, que se encontraba casi vacío.

-Señor presidente, la sesión no puede empezar todavía, pues no hay quórum. Estamos haciendo todo lo posible para que los señores parlamentarios lleguen a tiempo.

Gutiérrez estaba sentado en su asiento presidencial del parlamento, que parecía más un trono que un escaño por su pomposidad en comparación con los demás asientos (el respaldo no necesitaba medir dos metros, pensaba Gutiérrez). No podía ocultar su disgusto. Rechazó con aspavientos los regulares ofrecimientos de champán (champán presidencial, lo llamaban) que le hacían las azafatas del parlamento para amenizar su espera. Una hora más tarde, se le informó de que más de veinte parlamentarios habían afirmado haberse hecho un esguince aquel mismo día mientras paseaban al perro, y que más de treinta afirmaban haberse roto la pierna al caerse en la bañera. Gutiérrez agarraba con inusitada fuerza un canapé que las azafatas habían logrado dejarle en su asiento sin preguntarle.

Dos tipos nuevos se acercaron al asiento presidencial de Gutiérrez.

-Presidente Gutiérrez…

-¿Quiénes son ustedes?

-Venimos a decirle que ha pasado la prueba –dijo uno de ellos con una amplia sonrisa mientras le estrechaba la mano.

-Pero, ¿quiénes son? ¿Y de qué prueba habla? –respondió Gutiérrez, asiendo la mano del otro con poca convicción.

-Usted ha demostrado ser más valiente que la mayoría de sus predecesores. Mire la que ha liado en un momento –dijo el tipo señalando a la sala, todavía casi vacía-. Ha pasado la prueba.

-Por eso –dijo el otro tipo-, nuestra República le necesitará después de que deje el cargo. ¿Desea usted formar parte de la Fundación de ex-presidentes desde el mismo momento en que termine su mandato?

-¿Fundación de ex-presidentes? ¿Qué es eso?

-Una fundación donde sólo entran los más listos y valientes, como usted. ¡Y tendría usted un jugoso sueldo vitalicio!

-Pero, un momento… ¿cuál sería exactamente mi función en dicha fundación?

-Bueno, no se preocupe, no le llevaría mucho tiempo… Podría usted ir a la fundación y relajarse tranquilamente en su despacho…

-Pero no necesariamente todos los días –interrumpió el otro tipo.

-No claro, no necesariamente todos los días –continuó el primer tipo-… De hecho, por responsabilidad económica, por ahorrar, ya sabe, sería incluso mejor que usted permaneciera en su casa, y así no haría falta ponerle un despacho. ¡Sería un gran ahorro!

-¡Claro, hay que ahorrar! –dijo el otro tipo.

-Así que usted podría simplemente estar en su casa… o en cualquier otro sitio, vamos, donde usted quisiera… Y usted podría dedicarse a tener maravillosas ideas sobre nuestro país, usted podría dedicar su tiempo a pensar… cosas, y podría enviárnoslas… si quisiera, claro… no tendría presión alguna…

-¡Ninguna! –dijo el otro.

-¡Pero manteniendo su jugoso sueldo, por supuesto! –dijo el primero.

-¿Me están ustedes intentando sobornar? –preguntó Gutiérrez.

-¿Qué está diciendo? ¡Por Dios, todo es absolutamente legal! Aunque, eso sí, usted debe tener en cuenta que sólo podrá entrar en la Fundación si solicita su ingreso mientras todavía ocupa el cargo, y le queda poco tiempo en él. Verá, el procedimiento administrativo para hacer la solicitud lleva su tiempo…

-¡Es muy, muy pesado, hay que rellenar muchos papeles! –dijo el otro tipo.

-Así que, claro, tendría que dedicarle todo el tiempo que le queda en el cargo… lo que supondría desconvocar esta reunión suya del parlamento, para poder ocuparse del otro trámite.

-¡Lo que por otra parte es completamente razonable! –dijo el otro tipo- ¿Acaso ve usted aquí a mucha gente? –añadió señalando la sala casi vacía mientras sonreía-. Además, cuando usted pase a formar parte de esa gente que mencionaba antes a sus consejeros, esos que según usted ganan tanto dinero –dijo extendiendo la letra a en la palabra “tanto”-, quizás dejen de preocuparle tanto los impuestos que paga o deja de pagar esa gente, ¿no? ¿No quiere usted lo mejor para su familia?

Gutiérrez apretó el puño mientras no podía ocultar su cólera.

-¡Váyanse!

-¿No piensa usted en su familia? ¿Es usted acaso un mal padre?

-¡Váyanse! ¡Llévense a estos tipos de aquí! –gritó Gutiérrez a los alguaciles. Los alguaciles agarraron a los dos tipos y, mientras no podían ocultar una media sonrisa, los acompañaron fuera del hemiciclo.

Varias horas después, ya bien entrada la noche, entraron en la sala los últimos parlamentarios que hacían falta para alcanzar el quórum.

Entonces, por fin, comenzó la sesión.

-Señores, se abre la presente sesión del parlamento para someter a votación la propuesta del presidente Gutiérrez, consistente en…

Justo entonces, los mismos dos alguaciles de antes agarraron a Gutiérrez por los brazos. Gutiérrez les miró incrédulo y trató de zafarse, pero no pudo evitar que los alguaciles le llevaran a rastras fuera del hemiciclo.

-Oigan, ¿qué están haciendo? ¡Soy el presidente!

-Desde hace 37 segundos, ya no. Se han cumplido sus 24 horas como presidente. Conforme a la constitución, su mandato ha concluido –dijo un alguacil.

Gutiérrez pudo oír cómo la sesión del parlamento se daba inmediatamente por concluida por haber terminado el mandato del presidente que la había convocado.

Los alguaciles soltaron a Gutiérrez en las escaleras del parlamento. Le dieron una preciosa placa conmemorativa de sus 24 horas como presidente y se marcharon.

Solo y aturdido, Gutiérrez oyó a lo lejos una banda de música. Procedía del palacio presidencial, al otro lado de la calle.

Se trataba de la banda que estaba recibiendo con todos los honores a Evaristo Pérez, encofrador, como nuevo presidente de la República de Ihur durante las siguientes 24 horas. Desde la distancia, Gutiérrez pudo ver cómo le ponían una banda sobre su traje y tiraban confeti en su honor.

La Democracia de la República de Ihur seguía su curso.

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Celdín en CeldaPasilloPatio

Al ser capturados, los espías terrestres Virno y Kitia fueron condenados por las autoridades del planeta Korfián a pasar cien mil años en la cárcel.

Podría parecer una cadena perpetua, pero en realidad no lo era. Los habitantes de Korfián podían vivir fácilmente tiempos mayores que ése, aunque para ello tenían que cambiar regularmente su cuerpo, como era allí habitual.

La reproducción de los korfianos es algo diferente a la nuestra. Cada individuo korfiano puede recibir los genes de otro individuo llevando a cabo algo parecido a una cópula. Cuando esto sucede, el individuo receptor comienza a desarrollar un nuevo cuerpo, procedente de una mezcla de sus genes y de los que ha recibido del donante, adosado al suyo. El aparato nervioso del individuo receptor va migrando poco a poco al nuevo cuerpo, y entonces el individuo, bajo su nuevo cuerpo con genética mezclada, se deshace de su cuerpo antiguo igual que una serpiente terrestre se deshace de su piel anterior cuando la muda. La renovación corporal constante de los korfianos solo se activa cuando los individuos se someten a este proceso de mezcla genética, así que la eternidad es el premio que la naturaleza da a los korfianos por mezclar sus genes y permitir que la especie siga evolucionando. Si eres korfiano, sobrevivirás mientras otros korfianos sigan mezclando regularmente sus genes con los tuyos.

Así que cien mil años de condena era una pena asumible para un korfiano. Pero no para Virno y Kitia, que sabían que morirían en aquella prisión.

A los pocos años, Kitia se quedó embarazada de Virno. Nueve meses después, el día que Kitia dio a luz, las autoridades de la prisión liberaron a Kitia, para su sorpresa y desconcierto. La separaron de su bebé y la dejaron en la calle.

Virno y Kitia, uno dentro de la prisión y la otra fuera, llegaron a la misma conclusión ese mismo día: los korfianos pensaban que el bebé era el nuevo cuerpo de Kitia, el que debía seguir cumpliendo la condena, mientras que la propia Kitia no era más que el cuerpo desechado por Kitia en su renovación. El hecho de que el ‘antiguo’ cuerpo de Kitia siguiera moviéndose debía parecer, a ojos korfianos, una extraña anomalía biológica de los humanos. Quizás pensasen que dicho cuerpo seguía moviéndose igual que una gallina puede seguir moviendo sus patas después de que le corten la cabeza, o igual que una cola de lagartija recién cortada sigue moviéndose durante un rato. Quizás pensasen que ese desecho se quedaría inerte poco después. Así que dejaron a Kitia, sin más, en la puerta de la prisión, y pusieron al bebé, solo, en la celda de Kitia.

Virno trató desesperadamente de que no dejasen al bebé abandonado en la celda, pues entonces moriría en horas. Los carceleros korfianos eran incapaces de comprender que un cuerpo nuevo de humano pudiera ser un ser indefenso. Tras más de diez horas de gritos desesperados de Virno, los carceleros le trajeron al bebé a su celda, que no dejaba de llorar. Virno imploró que le trajeran, de la embajada humana, leche maternizada. Dos horas después, Virno alimentó por fin al bebé, que no murió de milagro.

A los pocos días, Virno se dio cuenta de que aquel hijo suyo jamás saldría de aquella prisión. Para su hijo, todo el universo consistiría en aquella prisión. No vería en su vida nada más que aquella celda y el patio al que podían salir dos horas al día, en el que siempre estaban los dos solos, pues ellos eran los únicos habitantes del módulo de presos humanos de la prisión. No había en todo el planeta ningún otro preso que fuera humano.

Entonces Virno decidió que impediría que su hijo se viera obligado a desear nada que jamás podría lograr. Decidió que criaría a su hijo bajo la creencia de que todo el universo consistía en aquella celda, el minúsculo patio al que salían todos los días, y el pasillo que conducía de una al otro. Así Celdín, como ya había decidido llamar al niño, no sufriría por vivir para siempre en aquel lugar abyecto.

Celdín creció jugando con los juguetes que fabricaba su padre con piedras y recibiendo todo tipo de explicaciones inverosímiles de su padre sobre su mundo. Virno explicó a Celdín que los carceleros estaban allí para protegerlos, para evitar que se cayeran por el fin del mundo, que estaba más allá del patio. Por eso habían construido aquellos enormes muros: para que no cayeran por el abismo infinito que había más allá de los mismos.

El único divertimento que había en la celda de Virno y Celdín era un ordenador conectado al equivalente korfiano de Internet. Virno enseñó a Celdín que aquella máquina mostraba un universo de mentira, construido por medio de los programas de inteligencia artificial que habían creado todos los ocupantes anteriores de la celda durante generaciones. Explicó a Celdín que, cuando creciera y aprendiera a utilizarlo, él mismo podría contribuir a crear aquel universo imaginario, aquel divertimento que habían creado los habitantes anteriores del universo (o del CeldaPasilloPatio, como llamaba Virno al universo ante su hijo) para imaginarse un mundo absurdamente grande, rico y diverso. Si uno observaba el universo verdadero, el CeldaPasilloPatio, quedaba muy claro lo inverosímil que era aquella elucubración, pero resultaba divertido jugar a verla y ayudar a inventarla.

Tras algunos años, Celdín aprendió a utilizar el ordenador y a interactuar con aquel mundo imaginario. Navegaba durante horas por páginas de noticias o enciclopedias on-line, maravillado por la creatividad de aquella inteligencia artificial que habían creado sus antecesores y por su capacidad para mantener la consistencia interna. Un día, él mismo decidió contribuir a aquellas páginas creando sus propias entradas en enciclopedias on-line, en las que describía con todo lujo de detalles lugares o animales inventados por él. Para su desagrado, la inteligencia artificial reaccionaba simulando individuos que criticaban sus entradas por imaginarias, diciendo que estaban equivocadas. Sus críticos imaginarios argumentaban mostrando referencias a otros documentos que contradecían su creación. Esto empezó a desesperar a Celdín, que encontró exasperante la capacidad de aquella máquina a mantener su consistencia interna de su universo imaginario. Había tantísimos documentos diferentes con los que había que ser consistente, creados por las millones de generaciones anteriores que habían habitado la celda, que difícilmente podría aportar algo que no se contradijera con alguno de ellos.

Celdín aprendió un hecho que le sorprendió: tanto los carceleros de CeldaPasilloPatio como los korfianos imaginarios que describía aquella máquina eran incapaces de mentir. Eran capaces de decir cosas falsas cuando se equivocaban, pero nunca podían mentir a propósito. Virno explicó a Celdín que los korfianos sentían dolor cuando lo hacían, igual que ellos dos lo sentían si se golpeaban una pierna o se empachaban de comida. Celdín encontró en el ordenador una explicación (imaginaria) para aquello: conforme a la manera en que estaba constituida la sociedad korfiana, la inexistencia de la mentira era una ventaja evolutiva, pues hacía la burocracia mucho más sencilla y eficiente. Podías fiarte de la palabra de los demás, así que todo era mucho más ágil. Por supuesto, los korfianos eran capaces de desarrollar pensamientos especulativos, de imaginar, pues sin la imaginación no hubieran sido inteligentes. Pero cualquier frase especulativa de un korfiano empezaba por “imaginemos que…”. Debido a esas muletillas imprescindibles, leer literatura korfiana era verdaderamente incómodo.

Celdín dedicaba muchas horas a aprender cosas sobre aquel planeta imaginario en el que supuestamente se ubicaba CeldaPasilloPatio. Aprendió cómo funcionaba la (supuesta) sociedad korfiana, su historia y su política. Descubrió que el presidente korfiano era un individuo discapacitado que no podía salir de su casa, así que realizaba todas sus tareas de gobierno desde su casa, comunicándose con los demás, incluso con sus ministros, a través de su ordenador. De hecho, la ubicación de su residencia era un secreto que solo conocía el presidente. Dado que su gobierno se realizaba a distancia, la ubicación de su casa era en realidad irrelevante. Por otro lado, mantener la ubicación de su casa en secreto hacía innecesario pagar el costosísimo despliegue de seguridad que había sido necesario desembolsar para proteger a cualquiera de los presidentes anteriores.

Por puro divertimento, Celdín dedicó mucho más tiempo a estudiar el sistema electoral korfiano. Un día, Celdín dijo a Virno, su ya anciano padre:

-Papá, me he presentado a presidente en las elecciones generales del planeta imaginario.

Virno entró en pánico y comprobó asustado todos los formularios electrónicos que Celdín había rellenado mintiendo: su petición de carnet de identidad korfiano, su petición de establecimiento de su partido político, en la que afirmaba contar con los diez millones de firmas requeridas para presentarse a las elecciones, y otras decenas de requisitos burocráticos más.

Temiendo que las autoridades korfianas avisaran a los responsables de la cárcel de semejante fraude y tomasen represalias contra ellos, Virno trató de hacer desistir a su hijo. No obstante, deseaba seguir manteniendo a su hijo bajo la creencia de que todo el universo era CeldaPasilloPatio, así que se limitó a decirle que aquello era una tontería y que no era divertido.

Celdín no desistió y creó un programa político en el que prometía todo tipo de cosas imposibles, a sabiendas de que eran inverosímiles.

El día que Celdín dijo a Virno que había ganado las elecciones a presidente de Korfián, y que por tanto se había convertido en líder de aquel planeta imaginario, Virno sufrió un ataque al corazón.

Los carceleros no pudieron hacer nada por la vida de Virno, que murió en cuestión de minutos.

Celdín entró en estado de shock. Durante el resto del día golpeó las paredes de la celda, y luego las del patio, hasta que se le rompieron los huesos de la mano derecha. Celdín tenía entonces cuarenta y tres años.

Al día siguiente, Celdín decidió que debía olvidar. Con la mano que tenía sana, se puso a los mandos de su ordenador y participó en su ceremonia de investidura on-line.

Celdín gobernó aquel planeta real con la libertad de quien cree que está gobernando un mundo imaginario. Estableció profundas reformas económicas y sociales que fueron muy discutidas, aunque finalmente mejoraron la prosperidad del planeta.

El día nacional de Korfián, por simple curiosidad morbosa, Celdín ordenó a la aviación sobrevolar el punto donde, conforme a las enciclopedias on-line que había leído, se ubicaba supuestamente la cárcel que él habitaba, dentro de la cual supuestamente estaba CeldaPasilloPatio, único lugar real del universo.

Ese día, al salir al patio, Celdín vio los aviones sobrevolar la cárcel. Su vista, inadaptada a enfocar lejos pues jamás había visto un espacio abierto en toda su vida, apenas distinguió unos bultos y la estela que dejaban. Pero aquello, sin duda, estaba allí.

Celdín rompió a carcajadas y decidió que se estaba volviendo loco. “Soy Dios. Eso es. Soy Dios. Tengo la capacidad de convertir el mundo imaginario del ordenador en realidad”. Decidió que la muerte de su padre estaba haciendo mella en su cordura.

Cada vez más retraído y huraño, Celdín volvió a su ordenador e hizo su política mucho más agresiva. Armó al planeta entero y ordenó que se enviaran mensajes amenazantes a los planetas de los sistemas vecinos, incluido la Tierra. “Ése es precisamente el planeta más absurdo de todos los del universo imaginario. ¡Un planeta de individuos iguales a papá y a mí! ¡Ridículo!” pensó Celdín.

Celdín ordenó un ataque de conquista sobre la Tierra.

Durante más de tres años, la guerra avanzó a favor de Korfián. No obstante, tras el rearme de la Tierra, el contraataque terrestre fue terrible.

Celdín ordenó que las baterías de misiles tierra-aire que defendían el cielo de Korfían se escondieran en las mejores fortalezas del planeta, entre las que se incluían las cárceles.

Cuando Celdín salía al patio, se desternillaba de risa viendo las baterías de misiles de la prisión disparar contra los cazas terrestres. Ahora estaba completamente seguro de que se había vuelto loco. Solía reír para sus adentros mientras musitaba “Soy Dios. Soy Dios. Soy Dios…”.

Un día, un bombardeo terrestre destruyó uno de los muros del patio y Celdín pudo ver a través del agujero, por primera vez, el resto del universo. No podía ver muy bien en la distancia, pero percibió por primera vez en su vida algunos colores que solo había visto en su ordenador.

Celdín señalaba el agujero mientras no paraba de reírse.

Dos días después, los carceleros korfianos abandonaron la prisión huyendo de los bombardeos terrestres y dejaron a Celdín en su celda, abandonado a su suerte.

Apenas un día después, unos soldados terrestres entraron en la prisión y encontraron en una celda a un humano que no paraba de reírse y decir que era Dios. Le liberaron y le metieron en un carguero rumbo a la Tierra.

Al ser ingresado en un manicomio terrestre, lo primero que pidió Celdín fue que le dieran un ordenador.

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El mundo del eterno amanecer y del eterno ocaso

Fir Sgurm nació en una humilde familia de ark-gur, es decir, “los que conquistan el hielo”. Desde hacía generaciones, su familia no podía permitirse vivir en las zonas templadas. Sus ingresos principales procedían de las pieles de los animales que cazaban en las tierras frías, que no existían en climas más benignos y, sobre todo, de vender las tierras que colonizaban cuando, en su lento desplazamiento, éstas llegaban a los climas templados donde vivía la gente pudiente. Tras vender sus tierras al mejor postor, los Sgurm hacían las maletas y volvían a desplazarse hacia el Este, de nuevo hacia las tierras frías, en busca de un nuevo suelo inhabitado que pudieran reclamar como suyo por derecho de primera colonización.

Tras asentarse en su nueva tierra colonizada, los primeros años eran terribles debido al extremo frío y a la eterna noche del Este. Para hallar unas tierras que todavía no hubieran sido reclamadas por otros ark-gur como los Sgurm, éstos tenían que adentrarse mucho en las tierras oscuras y gélidas del Este. Es por ello que una parte importante de lo ganado por la venta de cada antiguo hogar de los Sgurm, ahora en tierras más cálidas y con nuevos dueños, tenía que invertirse en comprar comida para aguantar años de frío extremo en las heladas tierras de oscuridad perpetua donde no crecía nada del suelo.

Sin embargo, no solía ser necesario comprar materiales de construcción para levantar el nuevo hogar de los Sgurm. Al sobrepasar el límite de las tierras colonizadas, al llegar a las tierras todavía inhabitadas de frío extremo, los Sgurm encontraban miles de edificios derrumbados que llevaban en ruinas medio día. O sea, cinco mil años. Es decir, unas cincuenta veces más de lo que vivía cualquier dikniá como los Sgurm.

El planeta que habitaban los dikniá, el gran Zuk, rotaba sobre sí mismo, pero tardaba diez mil años en completar cada nueva vuelta completa sobre su propio eje, así que de hecho los años transcurrían en Zuk mucho más rápido que los días. Como resultado de ese lentísimo giro, la mayoría de la superficie de Zuk era inhabitable. El lado de la superficie de Zuk que miraba directamente hacia el sol era calentado constantemente por éste, por lo que sus temperaturas eran superiores a los doscientos grados. Por otro lado, la cara opuesta de Zuk, siempre bajo la oscuridad de la noche, llegaba a los doscientos grados bajo cero. Las únicas zonas de Zuk donde las temperaturas no eran extremas eran las tierras bañadas por el sol sólo de refilón, donde el día se convertía en noche y la noche en día. Éstas eran las tierras que vivían en un larguísimo amanecer, en el llamado hemisferio occidental, y las tierras del extremo opuesto del planeta, que vivían en un larguísimo anochecer, en el llamado hemisferio oriental. Sólo allí existía el agua líquida, sólo allí crecían plantas, y sólo allí podían vivir animales y dikniás.

Dicha franja habitable era muy estrecha: el clima óptimo para cultivar y para vivir se concentraba en apenas unos cien kilómetros de ancho. En el hemisferio occidental, las tierras dispuestas más allá de dicha franja hacia el Este eran, hasta otros cien kilómetros, frías, aunque habitables y parcialmente útiles para cultivar algunas plantas y criar algunos animales adaptados al frío. Lo mismo, pero al contrario, podía decirse sobre los cien kilómetros al Oeste de la franja central: eran cálidos y apropiados para cultivar y criar otras especies diferentes. Más allá de dichas franjas fría y cálida empezaban las tierras inhabitables por sus climas extremos. Más al Este de la franja fría comenzaba la zona inhabitablemente fría, siempre de noche, donde ya no crecía casi nada. Sólo los ark-gur, “los que conquistan el hielo”, que colonizaban estas tierras para venderlas decenios después cuando la franja templada las alcanzaba debido a la rotación del planeta, se adentraban en dichas tierras terribles. No podía decirse lo mismo de las tierras opuestas, las que estaban más al Oeste de la franja cálida: colonizar dichas tierras no tenía ninguna utilidad como inversión, pues allí el calor sólo iría a más con el paso de los años, engullidas por la lenta rotación del planeta hacia el calor extremo, lo que finalmente las convertía en desiertos secos, baldíos e inhabitables. Allí sólo se adentraban los ark-pik, que no significaba “los que conquistan el desierto” como quizás el lector podría sospechar, sino “los que conquistan las piedras”: se dedicaban a buscar materiales de construcción entre los edificios que pronto quedarían sumidos en el infinito desierto, y a vender dichos materiales. Los ark-pik no solían encontrar cosas de verdadero valor, pues las familias que habían abandonado antes dichas moradas para mudarse a tierras más templadas se ocupaban de llevarse lo mejor de ellas con ellos. No obstante, el chatarreo de antiguas villas a punto de quedar sumidas en el eterno desierto daba de comer a algunas familias en la última franja del Oeste, la del calor más extremo en que todavía podían encontrarse dikniás.

Así era aquella sociedad que, en el hemisferio occidental, las tierras del lento amanecer, debía desplazar sus hogares lenta pero constantemente hacia el Este para huir del sol abrasador que finalmente lo engullía todo. Similarmente, en el hemisferio oriental, las tierras del lento anochecer al otro lado del planeta, los dikniás desplazaban inexorablemente sus hogares hacia el Oeste para huir de la heladora noche.

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El pequeño Fir Sgurm conoció, en su tierna infancia, un nuevo desplazamiento de su familia hacia el Este, hacia las tierras de frío extremo. Cargados con antorchas, toda la familia se adentró en el territorio helado y nocturno en busca de unas tierras no reclamadas que, por un lado, pudieran permitir el refugio de la familia ante el frío perpetuo y, por otro lado, pudieran convertirse en fértiles tierras de cultivo cuando el sol las alcanzase decenios después y llegase el momento de venderlas a algún terrateniente rico. Llegado ese momento, la familia volvería a desplazarse hacia el Este en busca de nuevas tierras gélidas que colonizar.

A través de la estepa, los Sgurm recorrieron las ruinas de los Antiguos, aquellas ciudades que debieron ser abandonadas al ser tragadas por la noche perpetua hacía cinco mil años al otro lado del mundo, en el hemisferio oriental. Indudablemente, los Antiguos contaron con una tecnología superior a la actual: construyeron enormes y altísimos edificios, de más de cincuenta plantas, que en la época actual sería imposible levantar por falta de la técnica necesaria. Los propios materiales constructivos de los Antiguos eran sorprendentes, incluyendo durísimos metales y un barro extremadamente resistente para las vigas. Lógicamente, la inmensa mayoría de dichos enormes edificios se habían derrumbado hacía tiempo, pues no fueron diseñados para aguantar cinco mil años bajo un frío extremo.

El pequeño Fir sabía que supondría un enorme esfuerzo arrancar esos durísimos metales y esos barros prodigiosos de las ruinas de los edificios caídos para poder usarlos en la construcción de su nuevo hogar familiar, pero los Sgurm llevaban varias generaciones haciéndolo y, como en todas las migraciones anteriores, iban equipados con herramientas apropiadas. Cortar esos materiales para poder llevarlos con ellos sería sólo cuestión de tiempo.

No obstante, en su viaje hacia el Este por la oscura estepa, esta vez la familia Sgurm se topó con algo diferente: ¡un edificio de los Antiguos que estaba en pie!

Por alguna milagrosa coincidencia, aquella inmensa mole de setenta plantas se había mantenido erguida durante los cinco mil años de la larga noche. Los edificios contiguos, aparentemente iguales que él, estaban derrumbados. Pero él seguía asombrosamente en pie.

Los Sgurm decidieron que esta vez no construirían su propia casa en el hielo utilizando los despojos de las casas de las Antiguos, como en todas las generaciones anteriores. Esta vez vivirían en aquella maravillosa torre.

Parecía arriesgado entrar en un edificio tan viejo pero, si había aguantado cinco mil años el enorme peso de sí mismo, parecía lógico que pudiera aguantar también a una familia viviendo en él, que sin duda tenía un peso despreciable comparado con el peso de todo el edificio. Por supuesto, aquel edificio podría derrumbarse en cualquier momento, pues había excedido de lejos el tiempo que sus constructores habían planeado que debería permanecer en pie. Pero la familia Sgurm decidió que podía correr ese riesgo y se instaló en él. Tras cinco mil años en pie, se permitirían el riesgo de apostar por que seguiría en pie durante los decenios que ellos estuvieran en él.

Sin duda, aquel rascacielos proveía un excelente refugio contra el frío, mejor que el que hubiera provisto la chabola que podrían haber construido a corto plazo los Sgurm en unas condiciones tan precarias. Por otro lado, si el edificio aguantaba en pie hasta que el sol alcanzara por fin a aquellas tierras yermas, los Sgurm podrían vender aquella finca a un precio astronómico. ¿Qué familia adinerada de las zonas templadas no moriría por vivir en un edificio de los Antiguos, uno mucho más alto que cualquiera que se supiera construir en aquellos tiempos? Es más, en aquel enorme edificio podrían vivir no una sino varias familias. Con el dinero sacado de la venta de aquel terreno, los Sgurm podrían por fin dejar de ser ark-gur e instalarse a vivir en la franja templada durante generaciones, comprando una nueva villa templada cada vez que la villa anterior quedase en una zona demasiado cálida. El dinero ganado por la venta de un terreno con tan majestuoso edificio en él daría para varias generaciones de Sgurms en la zona templada, sin que ni tan siquiera tuvieran que trabajar. Tras tantas generaciones viviendo en la precariedad e incomodad extremas propias de los ark-gur, ésta sería la gran oportunidad de los Sgurm.

El pequeño Fir se crió repartiendo su tiempo diario entre dos actividades principales: ir a cazar animales nocturnos con su padre para vender posteriormente sus gruesas pieles, y explorar las plantas y pasillos de tan extraño edificio con una antorcha en busca de objetos que su familia pudiera vender. Una vez al mes, Fir viajaba con su padre al Oeste, a las tierras frías pero habitables, para vender objetos extraños procedentes del rascacielos y usar el dinero ganado para comprar provisiones. Aunque obviamente los moradores originales del edificio debieron llevarse lo más valioso con ellos cuando huyeron del frío cinco mil años atrás, en la época actual todos los objetos de los Antiguos medianamente bien conservados eran rarezas muy cotizadas, incluso aunque nadie supiera exactamente para qué pudieron servir (o, precisamente, más cotizados aún en esos casos). Pronto los Sgurm comprobaron que el rascacielos era una provechosa fuente de dichas rarezas, así que dos años después de instalarse dejaron de necesitar salir de caza en busca de animales de las estepas nocturnas para comprar las provisiones necesarias. Fir lo agradeció, pues esos animales siempre le dieron mucho miedo.

Con el tiempo, el padre de Fir comenzó a comprar muchas armas en previsión de que sus frecuentes ventas de antigüedades en buen estado llamasen la atención de merodeadores, que podrían seguirles de vuelta a casa para hallar su misteriosa fuente de riquezas. Por ahora estaban seguros, pues nadie conocía la ubicación de su edificio entre las tierras de frío inhabitable. Sin embargo, algún día los demás descubrirían inevitablemente su maravilloso edificio, cuando el sol amaneciera por fin en dicha zona y el suelo empezase, poco a poco, a hacerse habitable. Si alguien descubría su rascacielos antes de que pudieran armarse contra posibles invasores, tendrían problemas. Así que los Sgurm fueron convirtiendo poco a poco su edificio en un pequeño arsenal.

No obstante, fue la compra masiva de armas, más que la venta de objetos de los antiguos, lo que llamó la atención de otros sobre los Sgurm. Si vendían con gran frecuencia objetos antiguos, podía ser simplemente porque eran buenos exploradores. Pero si compraban armas, era porque todos esos objetos estaban en un mismo lugar que había que defender.

Una noche en que Rasú, el inmenso satélite natural de Zuk, estaba llena, y por tanto había una visibilidad inusual en la noche que cubría aquellas estepas de ruinas, unos cuatreros asaltaron el magnífico edificio de los Sgurm. Al encontrar a la familia durmiendo, los despertaron mientras no dejaban de apuntarles. Tuvieron la deferencia de dejarles ir en lugar de matarlos. Incluso les dejaron llevar consigo sus pertenencias, inevitablemente necesarias para sobrevivir en aquellas tierras de frío extremo.

Asustados y humillados, los Sgurm tendrían que volver a empezar en otra tierra helada que pudieran reclamar como suya.

Entre los objetos que hicieron pasar por sus pertenencias ante los cuatreros, el padre de Fir logró esconder algunas antigüedades que podrían vender más adelante. Así que no tendría que partir completamente de cero.

La familia se instaló algunos kilómetros más hacia Este. Construyeron una chabola utilizando restos de edificios antiguos cercanos, como tantas veces habían hecho antes los antepasados de la familia Sgurm. Una vez que ya estaban refugiados, Fir repasó los objetos antiguos que había salvado su padre.

Entre ellos había una hoja de papel. ¡Papel de los antiguos, y en estado legible! Era un descubrimiento muy infrecuente. Ya nadie sabía leer el alfabeto de los antiguos. No obstante, Fir encontró algo que podía leer porque no había cambiado en cinco mil años: las cifras. Así pudo leer un número, el 8356. Aquel objeto podría tener un gran valor cuando se vendiera.

Dado que ya no contaban con una fuente inagotable de nuevas antigüedades, tuvieron que volver a salir a cazar. Durante las largas esperas en silencio en busca de presas, Fir no podía dejar de pensar en aquel documento antiguo y en ese número: 8356. Por su posición en el papel, aquel número parecía ser un año: estaba colocado cercano a la posición en la que se fechaban, en la actualidad, las cartas. Es más, alrededor de él, en su mismo renglón, había unos pocos símbolos aislados que bien podrían indicar la ciudad en que se escribió el documento, o quizás la firma del que lo escribió. Pero algo no cuadraba en ese número.

En la actualidad, ellos vivían en el año 9420. Si aquel número en el papel, 8356, era el año en que se escribió dicho papel, significaba que habían pasado 1064 años desde entonces. Dado que la rotación de Zuk duraba diez mil años, aquellos edificios tendrían que haber sido abandonados hacía cinco mil años, cuando se volvieron inhabitables en el hemisferio opuesto, el oriental, ¡pero no hacía sólo mil años! Hacía mil años, aquel edificio estaría sumido completamente en las tierras de la noche perfecta, donde la temperatura sería tal que cualquier dikniá quedaría congelado en apenas un minuto.

Finalmente aquel documento se vendió en un viaje al Oeste, pero justo antes Fir lo copió símbolo a símbolo en su cuaderno para poder volver a contemplarlo en el futuro.

Durante los años siguientes, los Sgurm conocieron que su antiguo rascacielos había cambiado de dueños hasta siete veces desde que ellos fueron expulsados de él, y no precisamente en pactos amistosos. Finalmente, quince años después de que los Sgurm se hubieran instalado en otras tierras más al Este al ser expulsados del rascacielos, supieron que uno de aquellos constantes asaltos finalmente destruyó el edificio. Unos cuatreros usaron cañones para hacerse con él, y parecieron olvidar que no estaban asaltando un castillo sino un rascacielos de los Antiguos, un antiquísimo edificio de carácter no bélico que nunca se diseñó para resistir semejantes embestidas. Cuando un proyectil alcanzó su pilar maestro, el edificio entero se derrumbó como si fuera de arena. Así acabaron cinco mil años de historia silenciosa.

¿O podía ser que el edificio hubiera sido, en verdad, mucho más moderno?

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Treinta y cuatro años después de montar su chabola en aquellas tierras inhabitables, la rotación del planeta hizo que la villa de los Sgurm alcanzara por fin el centro de la zona fría habitable. Era el momento ideal para venderla, el momento en que podrían obtener el precio máximo por su venta. Una familia adinerada que la comprase en ese momento podría disfrutar en ella de un clima apropiado durante unos cuarenta años, tras los cuales empezaría a ser calurosa para ser cómoda.

Después de vender la villa en la que se había criado, Fir emprendió con su esposa y sus hijos de nuevo el viaje hacia el Este, hacia las tierras de frío inhabitable, donde colonizaron un nuevo suelo empezando como siempre, con una chabola montada con restos de las ruinas de los Antiguos.

Cierto día ocurrió que, estando Fir y su hijo ocultos entre las ruinas de un edificio derrumbado esperando presas, el hijo de Fir halló algo en el suelo: un archivador lleno de papeles antiguos. ¡Qué valioso hallazgo!

Al regresar a su chabola, Fir examinó los papeles con avidez. Entonces encontró un papel que cambiaría su vida para siempre. Parecía ser, de nuevo, una carta, e incluía un número que parecía indicar la fecha en que había sido escrita: 8356.

Eso sí que no cuadraba. La fecha en que dicho edificio había sido abandonado parecía ser la misma en que fue abandonado el rascacielos en que los Sgurm vivieron treinta y cuatro años atrás. Pero eso no tenía sentido, pues ahora se encontraban más de doscientos kilómetros al Este que entonces. Así que la tierra en la que se encontraban ahora debió alcanzar su punto de inhabitabilidad treinta y tantos años después de que lo alcanzara la tierra en la que estuvo el rascacielos en el que vivieron. ¿Por qué la carta se refería exactamente a la misma fecha?

Una posibilidad era que la nueva carta no hubiera sido escrita en la fecha en que se abandonó el edificio derruido donde Fir y su hijo habían encontrado el archivador, sino unos treinta y tantos años antes de dicho abandono, cuando el edificio todavía estaba en un clima frío pero aceptable. En esa misma fecha, el rascacielos en que los Sgurm vivieron más de treinta años atrás, ubicado unos doscientos kilómetros al Oeste, habría alcanzado el punto de inhabitabilidad en el hemisferio oriental. Aunque la gente suele guardar más las cartas modernas que las muy antiguas, alguien podría guardar una carta durante treinta y cuatro años, era factible. Sería una asombrosa coincidencia que dicha inusual espera la hubiera hecho coincidir perfectamente con la fecha de la otra carta, pero podía ser.

No obstante, Fir no podía dejar de pensar en ello. Pensaba que algo no cuadraba y que quería saber más.

Meses después, cuando el precio de las pieles bajó y las penurias acosaron a su familia en su nueva chabola, Fir decidió que necesitaba un cambio. Tomó a su familia y se fueron todos al Oeste, a la franja templada, en la que vivía la mayoría de la población mundial. Su familia ya no sería ark-gur. Se acabó el frío insoportable. Decidió que, en la franja templada, buscaría trabajo por cuenta ajena para sobrevivir. Trabajaría de albañil o de lo que pudiera. Y en el tiempo que pudiera permitirse para él, trataría de aprender la Historia de su mundo.

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Fir Sgurm consiguió trabajo de jornalero en la finca de un gran terrateniente. La finca era similar a la que él había vendido algunos años atrás cuando alcanzó la zona templada. Fir no pudo evitar pensar en los ark-gur que debieron colonizarla originariamente, allá en el terrible Este.

Una de las tareas de Fir consistía en cultivar fiuks, que eran unas enormes flores de las que se extraían sus pipas para fabricar aceite. Para captar mejor la luz solar, las flores orientaban su corona hacia el Oeste, en dirección hacia el sol del amanecer. Ésta era una característica común en casi todas las plantas del hemisferio occidental, las cuales durante su crecimiento se inclinaban hacia el Oeste para captar mejor la luz solar (las del hemisferio oriental lo hacían hacia el Este, donde encontraban la luz del ocaso). No obstante, las fiuks tenían una extraña capacidad inexistente en otras plantas: si cogías una maceta con fiuks y la girabas ciento ochenta grados, al cabo de unos minutos los tallos de las fiuks se inclinaban en dirección contraria para que las flores volvieran a mirar hacia el Oeste.

Fir no podía dejar de pensar en esa extraña capacidad. En la Naturaleza, las plantas nunca cambian de posición una vez plantadas en el suelo, así que, ¿de qué sirve que una planta esté dotada de semejante capacidad? Sin duda, disponer de un tallo con la capacidad de moverse le requiere a la planta un cierto gasto energético adicional, incluso cuando ese tallo no se mueve. Entonces, ¿para qué tener una capacidad con una utilidad tan marginal? Fir no podía dejar de preguntarse cosas así.

Fir también tenía que cuidar a veces del ganado. Y pronto dicho ganado hizo que se hiciera otra pregunta peculiar. Todos los animales de Zuk, incluidos los dikniás como él mismo, permanecían alrededor de unas diecisiete horas durmiendo, y alrededor de unas treinta y cuatro horas despiertos. Algunas especies dormían más horas y otras dormían menos, pero a todas les ocurría invariablemente que, si sumabas sus horas despiertas y sus horas dormidas, obtenías un total de cincuenta y una horas. ¿Por qué los ciclos de sueño de todas las especies tenían la misma duración? ¿Cuál era el por qué de esa sincronización? ¿Qué tenía ese número, cincuenta y uno, de particular? ¿Y por qué la mayoría de las especies buscaban la oscuridad para dormir, mientras que algunas otras buscaban la luz? Es más, ¿por qué algunas especies se dormían cuando las ponías en un ambiente oscuro?

Durante sus escasas vacaciones, Fir tomaba con él a su familia y viajaba, no sólo por la franja templada, sino también por las otras dos franjas habitables. A lo largo de sus viajes, Fir llegó a una nueva conclusión que le llamó la atención. Se dio cuenta de que las modas arquitectónicas cambiaban a lo largo de los años. La vanguardia arquitectónica se encontraba en la franja fría, donde se construían la mayoría de los nuevos edificios. Por otro lado, la franja cálida estaba llena de edificios de un estilo que ya no se utilizaba desde hacía un siglo. Esto no tendría que ser extraño, si no fuera por una observación que había hecho Fir durante sus años de ark-gur: el estilo constructivo de los Antiguos era siempre el mismo. El rascacielos original que ocupó de niño era fiel al mismo estilo de los rascacielos derruidos entre los que se instalaron más de treinta años más tarde, y dicho estilo era también igual al de los edificios que el padre de Fir describía a Fir cuando a veces recordaba su propia infancia. ¿Sería posible que los Antiguos no sufrieran el paso de las modas? ¿Acaso los Antiguos encontraron un estilo de arquitectura tan bello que decidieron que ya no lo cambiarían nunca más? Fir conocía lo suficiente el corazón de los dikniás para saber que la gente se cansaba de lo que era igual con el paso de los años. Aquello resultaba bastante extraño.

Entonces, súbitamente, una idea comenzó a formarse en la mente de Fir. Una idea genial.

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El día que Fir obtuvo por fin su audiencia ante el gobernador de Take, su ciudad, estaba muy nervioso.

Tras las presentaciones protocolarias, por fin Fir habló. Expuso las observaciones que tanto tiempo llevaban atormentándole. ¿Por qué todos los animales tenían ciclos de sueño de cincuenta y una horas? ¿Por qué los tallos de las flores fiuks, que jamás pueden moverse del sitio en que están plantadas al igual que el resto de las plantas, se mueven hacia la luz? ¿Por qué el estilo arquitectónico de los Antiguos nunca cambia? ¿Por qué pudo encontrar dos documentos antiguos, separados por una enorme distancia, aparentemente fechados en el mismo año?

-Señor gobernador –dijo Fir-, creo que hace mucho tiempo, quizás hace unos mil años, Zuk giraba sobre sí mismo mucho más rápidamente que en la actualidad. No completaba un giro completo cada diez mil años, sino cada cincuenta y una horas.

El gobernador y sus ayudantes hicieron una exclamación de sorpresa. Después mostraron su incredulidad.

Comenzaron a interrogar a Zuk, intentando mostrarle el absurdo de su teoría.

-Es imposible que pudiéramos girar tan deprisa. Si en el pasado Zuk hubiera girado sobre sí mismo a esa enorme velocidad, dikniás y bestias habrían salido disparadas por los aires, igual que si tratases de subirte a una noria en marcha.

-La velocidad de giro en la superficie no sería suficiente para que eso ocurriera. Simplemente, el ligero empuje hacia fuera habría hecho que la gravedad de atracción hacia el suelo se hubiera notado un poco menos. Quizás la gente creciera un poco más y fuera más alta. Quizás la atracción algo menor hacia el suelo fuera lo que permitió a los Antiguos construir sus altos rascacielos, que hoy en día somos incapaces de imitar. Quizás esos rascacielos cayeron masivamente cuando la rotación de Zuk casi se paró, lo que provocó que la inmensa mayoría de esos rascacielos no pudieran soportar su nuevo peso.

-Eso son sólo especulaciones sin fundamento. ¿Y qué me dice de las altísimas temperaturas durante las horas en que la población estuviera expuesta a recibir los abrasadores rayos solares de manera directa? ¿Y qué me dice de las terribles horas de exposición al frío extremo, poco después? ¿Soportarían dikniás y bestias semejantes contrastes brutales de temperatura cada cincuenta y una horas?

-Señores, si Zuk hubiera girado tan deprisa, entonces los tiempos de exposición y ausencia de sol habrían sido tan cortos que en cada giro no daría tiempo a que la superficie se calentase y enfriase de manera extrema. La superficie de Zuk habría estado a una temperatura casi uniforme un giro tras giro, lo que hubiera permitido que toda Zuk fuera habitable, no sólo las franjas de amanecer y anochecer como ahora. Por eso todos los animales tenemos ciclos de sueño de la misma duración. Por eso las flores fiuks giran hacia la luz: hace muchos años, el sol cambiaba rápidamente de posición en el cielo a lo largo de las horas. Por eso los edificios de los Antiguos que recibimos por el Este no cambian de estilo: todos ellos fueron ocupados a la vez. Cuando Zuk giraba deprisa, todo el planeta estaba habitado. Pero en algún momento, probablemente hace unos mil años, Zuk casi se paró, y entonces todos ellos fueron abandonados a la vez, imagino que por gente desesperada por alcanzar rápidamente las franjas de amanecer y anochecer.

-¿Y por qué se paró Zuk, señor Sgurm?

Fir guardó silencio.

-No lo sé.

Entonces el Gobernador intervino.

-Supongo que no ha venido simplemente a informarme de su teoría. Para divulgar su extraña teoría no necesitaba tener un encuentro con la autoridad competente. Ha venido para pedir algo que está relacionado con su teoría. ¿Qué es?

-Quiero que financie mi expedición desde nuestro hemisferio occidental hasta el hemisferio oriental. Pero no a través del polo norte o del polo sur, como suele hacerse, sino directamente hacia el Oeste, cruzando las tierras desérticas de calor abrasador.

El gobernador y sus consejeros rieron.

-¿Y para qué quiere hacer semejante estupidez?

-Nuestro pasado está hacia el Oeste. Por cada doscientos kilómetros más que viajamos hacia el Oeste, estaremos pisando la tierra que pisaron nuestros antepasados setenta años antes. Así que, si viajamos unos tres mil kilómetros hacia el Oeste, alcanzaremos la tierra que nuestros antepasados pisaron hace unos mil años, la fecha en que creo que Zuk se paró. Quiero poder examinar las ruinas de esa época y buscar algún indicio que muestre lo que nuestros antepasados vieron entonces, cualquier cosa que nos permita saber por qué Zuk se paró.

El gobernador sonreía socarronamente.

-¿Y cómo espera poder adentrarse tres mil kilómetros hacia el Oeste sin abrasarse?

-Lo haremos bajo un paraguas. Seguiremos la ruta de Rasú hacia el Oeste, manteniéndonos siempre bajo ella.

Rasú, el enorme satélite artificial de Zuk, daba una vuelta completa a Zuk cada trece años. Cuando se interponía entre el sol y Zuk, provocaba unos enormes eclipses que oscurecían el ambiente casi como la noche.

-Rasú –continuó Fir- gira tan despacio sobre Zuk que, al tapar la luz solar, llega a enfriar la tierra de Zuk sobre la que su sombra cae en cada momento. Si seguimos la trayectoria de la sombra de Rasú sobre Zuk hacia el Oeste, si seguimos bajo su sombra durante todo nuestro viaje a través de las tierras desérticas, nos mantendremos a salvo del calor abrasador. Cinco años después, alcanzaremos el hemisferio oriental, sanos y salvos.

-¡Por Agiagrap, no serán los primeros locos que intentan un viaje así! Pero nadie ha sobrevivido jamás al intento.

-Los que lo intentaron en el pasado, lo hicieron cuando nuestra astronomía era muy primitiva. Probablemente no sabían con exactitud el tiempo que la sombra de Rasú tarda en recorrer la distancia entre el hemisferio occidental y el hemisferio oriental, así que no afrontaron el viaje con las provisiones adecuadas. Pero nosotros sí sabemos lo que tarda Rasú en hacer ese recorrido. Así que sabemos lo que necesitaremos para sobrevivir.

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Desde que la Federación de Estados Occidentales pusiera en tela de juicio la posición política del Gobernador de Taku, algunos años atrás, éste estaba deseoso de aumentar su influencia en detrimento de otros gobernadores vecinos. Así que estaba dispuesto a sufragar aventuras arriesgadas que aumentasen su influencia y, sobre todo, sus riquezas. Finalmente, el Gobernador hizo con Fir Sgurm el trato siguiente: le proveería de carros de alimentos y agua, así como de ganado vivo para alimentar al equipo de su expedición durante su travesía. No obstante, si tras alcanzar el hemisferio oriental (en caso de conseguirlo) Fir no regresaba al hemisferio occidental (esta vez por el camino fácil, por el norte o por el sur, claro está) y entregaba al Gobernador artefactos antiguos por valor de al menos el triple de lo que hubieran costado los alimentos, el agua y el ganado vivo suministrados por él, entonces enviaría su guardia por el mundo hasta apresarle y hacerle ejecutar.

Fir aceptó el trato.

Poco tiempo después, Fir Sgurm partía en una gran caravana formada por cincuenta carromatos, cien dikniás y doscientas piezas de ganado hacia el Oeste abrasador, bajo la protectora sombra del eclipse de Rasú.

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Cuanto más avanzaban hacia el Oeste, más antiguas eran las construcciones que encontraban, pues más tiempo hacía que dichas construcciones habían quedado inhabitables en el inexorable avance del sol hacia el Este (o, mejor dicho, en la inexorable rotación del propio Zuk hacia el Oeste). La expedición tenía muy presente la amenaza del Gobernador, así que la búsqueda de artilugios antiguos era intensa. Aunque todavía estaban lejos del punto en que Zuk supuestamente se paró, el propio Fir estaba especialmente interesado en examinar cualquier objeto antiguo encontrado antes de guardarlo en el cofre destinado al Gobernador, pues dichos objetos podrían contener información importante para desvelar el misterio que le atormentaba.

Desgraciadamente, en la mayoría de las ruinas no había gran cosa que recolectar. Los ark-pik, “los que conquistan las piedras”, llevaban siglos ocupándose de desvalijar sistemáticamente cualquier construcción antes de que fuera definitivamente engullida por el abrasador Oeste.

Además, el margen de maniobra de la expedición para alejarse del centro de la sombra de Rasú era realmente pequeño. Aunque Rasú ensombrecía el suelo de Zuk con un círculo de unos cien kilómetros de diámetro de sombra, el círculo de verdadera oscuridad sólo tenía un radio de veinticinco kilómetros. Pero tampoco los expedicionarios podían moverse libremente en dicho círculo: dada la altísima temperatura de la tierra que rodeaba al eclipse en todas direcciones, la sombra de Rasú tardaba un tiempo en enfriar el suelo sobre el que pasaba hasta que por fin podía ser pisado. El resultado es que el punto de mínima temperatura nunca era el mismo centro del círculo de sombra interior, sino que estaba algunos kilómetros más hacia el Este, punto que Rasú llevaba más tiempo enfriando con su sombra en su recorrido de Este a Oeste.

Dadas tales condiciones, el margen de maniobra de la expedición para desviarse con seguridad del camino de mínima temperatura era de apenas unos dos kilómetros de ancho. Más adelante, cuando el viaje alcanzase las tierras más calientes, donde la temperatura ambiente podía llegar a doscientos grados, nadie podría salirse de un círculo de apenas cien metros de diámetro si quería mantenerse con vida.

Un año después de su partida, la expedición por fin alcanzó las tierras que supuestamente debieron ser ocupadas unos mil años atrás, cuando Zuk debió pararse conforme a la teoría de Fir. Allí, la expedición hizo dos hallazgos esenciales.

El primero fue que, en lugar de haber edificios, el suelo en dicha franja estaba lleno de cráteres de explosiones, empalizadas, alambradas, trincheras y barricadas. Cuando el planeta Zuk se paró, la franja del amanecer se convirtió en un campo de batalla. Era previsible: de repente, una población esparcida por todo un planeta se encontró con que sólo una pequeña franja de terreno sería en adelante habitable. Y ahí no cabían todos, así que el resultado fue la guerra. Fir imaginó que algo parecido debió pasar en la franja del anochecer.

La expedición pudo explorar, durante su lento avance a través del camino invariablemente marcado por la trayectoria de Rasú en el cielo, algunas trincheras que caían dentro de su perímetro de seguridad de calor tolerable. Allí encontraron algunos documentos que se llevaron consigo. Todos ellos estaban escritos en alguno de los alfabetos de entonces, así que sería difícil descifrarlos.

El segundo hallazgo consistió en que, con la ayuda de telescopios, la expedición pudo ver en la lejanía un objeto muy singular. Parecía un gigantesco cañón que apuntaba hacia el Este.

Tras calcular la distancia hasta aquel increíble objeto (unos ciento cincuenta kilómetros hacia al Norte), los expedicionarios pudieron calcular que la boca de aquel cañón podría medir fácilmente un kilómetro de diámetro, y la longitud de todo el cañón podría ser de unos quince kilómetros de largo. ¿Quién fabricaría un cañón así? Y, sobre todo, ¿por qué llegarían los contendientes en esa guerra a la conclusión de que fabricar dicho descomunal cañón sería más útil en su guerra que, por ejemplo, fabricar un millón de cañones de tamaño normal, empresa que se antojaba menos costosa que la de fabricar semejante arma descomunal?

Dos meses después, cuando la expedición abandonó completamente dicha franja “de guerra” en su seguimiento de la sombra de Rasú, toda la expedición pudo comprobar que la teoría de Fir sobre la fecha de paralización de Zuk era acertada: desde que dejaron aquella franja, que debió haber sido habitada mil años antes, en adelante sólo encontraron edificios del estilo de los Antiguos. Ya no había construcciones saqueadas a conciencia por ark-pik, sino altos edificios con el mismo estilo arquitectónico que los que Fir había conocido en su infancia, en las gélidas tierras del extremo Este. Dichos edificios estaban en su inmensa mayoría derruidos, pero sus materiales no habían sido saqueados hasta la extenuación, como ocurría con los edificios que habían observado en todas las franjas anteriores hasta la franja de la guerra. Eso sólo demostraba que dichos edificios no tuvieron que ser abandonados debido a la lenta rotación del Zuk hacia el calor extremo (lo que habría permitido a los ark-pik saquearlos y desmontarlos durante años), sino que tuvieron que ser abandonados a toda prisa. Según la teoría de Fir, el motivo era que el planeta había parado repentinamente su rotación, así que todos esos edificios, que habían quedado bajo una eterna luz diurna nunca alternada por la noche, se habían convertido en hornos inhabitables de los que toda la población mundial tuvo que huir a la vez.

La expedición pudo entrar en algunos de esos edificios a recoger documentos. Y, efectivamente, el año 8356 no hacía más que repetirse por todas partes. Es más, también se encontraron muchos documentos fechados en 8355, algunos fechados en 8354, y unos pocos fechados en 8354. Ése era exactamente el patrón que cabría esperar si todas esas casas fueron abandonadas en el mismo año, el 8356.

También encontraron diversos carteles y pintadas en las paredes de los edificios, que se ocuparon de copiar en previsión de que en el futuro dichos mensajes pudieran ser descifrados. Con el paso de los meses, la acumulación de documentos fue tal que los expedicionarios empezaron a atreverse a buscar patrones entre ellos que pudieran permitir descifrarlos.

Dos años tras comenzar la expedición, la caravana se adentró en la zona más calurosa y peligrosa del viaje. El calor extremo duraría durante todo el año siguiente de viaje. Se decidió que, durante dicho año, nadie buscaría documento alguno en las inmediaciones del punto donde se encontraran en cada momento, que era siempre aquel donde la sombra de Rasú enfriaba más el suelo. No sólo el radio viable de acción era ridículo, sino que era inhumano moverse más de lo estrictamente necesario en dichas condiciones.

Uno de los peligros de que el radio de movimiento fuera tan estrecho era que el grupo no podía encontrar caminos alternativos para sortear los desniveles propios del terreno. A cada acantilado al que llegaba la expedición, todos debían construir rápidamente un sistema de cuerdas y poleas que permitiese subir o bajar todos los carromatos y todas las cabezas de ganado antes de que el avance de la sombra les obligase a seguir avanzando. Obviamente, con dichas temperaturas no había ríos o mares que sortear (¡ya lo hubieran querido ellos!), pero el terreno a veces era abrupto o rocoso, claramente inapropiado para el desplazamiento de unos carromatos con ruedas, por no hablar de las montañas con las que inevitablemente se encontraron. Tener que construir rampas o sistemas de cuerdas bajo semejante calor extremo era extremadamente extenuante para todos.

Una extraña consecuencia agradable de encontrarse bajo una sombra relativamente fresca rodeada de un calor tan extremo era que las nubes se condensaban con relativa frecuencia cuando pasaban bajo la sombra de Rasú, donde la temperatura era sensiblemente más baja. Esto provocó que, en múltiples ocasiones, lloviera en la zona del eclipse (y, curiosamente, sólo en esa zona), justo sobre las cabezas de los expedicionarios. Cada lluvia fue muy celebrada por todos los miembros de la expedición, incluido el ganado.

Pasado aquel año infernal, la expedición abandonó por fin la zona de máximo calor, y el radio de acción volvió a agrandarse. Algunos miembros volvieron a recopilar nuevos documentos entre las ruinas de los edificios, mientras otros miembros permanecían en las caravanas, descifrando por fin algunas palabras de los textos.

Tres meses después de dejar la zona infernal, por fin se consiguió descifrar una pintada que se había observado repetidamente por todo el mundo: “¡Malditos rigoks y tiangús, que han paralizado el mundo! ¡Malditos sean por siempre!”.

Y otros cinco meses más tarde, los exploradores hallaron entre las ruinas de un edificio cercano un documento enormemente valioso: un mapamundi político. Con su ayuda descubrieron que Rigok y Tiangú eran dos países que se encontraban en extremos opuestos de Zuk. Rigok se encontraba justo sobre la franja de la guerra, aquella franja que vieron meses atrás llena de trincheras y cráteres. Dado que dicha franja era la que, cuando se paralizó el mundo, quedó en el amanecer y por tanto con una temperatura templada, debió convertirse en un posible refugio para todos los dikniás de Zuk, que probablemente trataron de desplazarse a esa zona en su desesperación. No obstante, dichos dikniás encontraron allí la guerra, no un refugio. Aquella era también la franja en la que habían visto aquel inmenso cañón. Por su parte, Tiangú ocupó la franja opuesta del mundo, la que debió ser del anochecer en esa época.

Durante los meses siguientes, la experiencia adquirida por los traductores de textos les permitió aumentar su velocidad de descifrado, y los resultados se fueron precipitando rápidamente. Así descubrieron que, antes de la paralización de Zuk, Rigok y Tiangú eran dos países aliados que estaban en guerra con el resto del mundo. Así que la guerra que habían observado en aquella franja meses atrás no empezó cuando la población mundial trató de refugiarse allí, sino que ya había empezado antes. Cuando el planeta se paralizó, el resto del mundo acusó a Rigok y a Tiangú de haber provocado la paralización del mundo. Pero, ¿cómo se para un mundo?

No obstante, dicho misterio llenó durante poco tiempo la mente de los expedicionarios. Un problema mucho más práctico comenzó a acuciarles: las provisiones se estaban agotando y, a su ritmo de consumo, se agotarían tres meses antes de que pudieran completar su recorrido y alcanzar las tierras del hemisferio oriental, donde de nuevo podrían conseguir comida. Seguía lloviendo sobre ellos con cierta frecuencia, pero la comida comenzaba a escasear peligrosamente. Las raciones se hicieron más pequeñas, y los miembros más violentos del grupo comenzaron a mostrarse muy agresivos con los demás. O encontraban comida, o finalmente la expedición entera podría perecer.

Finalmente, el ganado se agotó completamente. Luego se agotó la mayor parte del grano. Y luego, en un episodio oscuro que nunca quedó resuelto en los libros de historia (ni tampoco mencionó Fir Sgurm en su cuaderno de viaje, ni tampoco en sus muy posteriores memorias), varios miembros de la expedición comenzaron a desaparecer sin que en ningún documento se mencionase el motivo. Se desconoce si algunos murieron por desnutrición, lo que permitió que la comida sobrante empezase a ser suficiente para los supervivientes, o bien si decidieron matar a algunos miembros de la expedición, bien por el motivo anterior, o bien para que los demás se los comieran y pudieran sobrevivir.

Cinco años después de empezar su travesía en Take, sólo doce dikniás extremadamente delgados, seis carromatos y ninguna cabeza de ganado alcanzaron por fin Xingú, la capital de los Estados Federados del hemisferio oriental. Entre ellos estaba Fir Sgurm.

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Los supervivientes de la expedición emprendieron el camino de regreso al hemisferio occidental a través del polo norte. Dicho camino fue mucho más largo en kilómetros, pero mucho más corto en tiempo, pues no tenían que esperar al lento avance de Rasú sobre sus cabezas para seguir avanzando. Y, sobre todo, fue un viaje mucho más cómodo y placentero, pues les permitió disfrutar de temperaturas templadas durante todo el trayecto. Finalmente alcanzaron Take, la ciudad del hemisferio occidental de la que habían partido siete años antes.

Tras copiar todos los documentos hallados, se los entregaron al Gobernador, que quedó muy complacido.

Fir Sgurm tenía un motivo particular para querer agradar especialmente al Gobernador: quería que le financiase una nueva expedición. Fir quería volver.

Fir había calculado que, pasados otros siete años desde entonces, la nueva trayectoria de Rasú sobre las tierras abrasadoras sería ciento cincuenta kilómetros más nórdica que en la trayectoria que habían seguido durante su expedición recién concluida. Eso daría a Fir la oportunidad de examinar in situ aquel misterioso cañón.

Siete años más tarde, Fir pudo efectivamente iniciar dicha segunda expedición, esta vez con mucha más comida por cada expedicionario, y llevando consigo todo tipo de poleas, escaleras y rampas que facilitasen el recorrido de los carromatos por las zonas más abruptas.

En esta ocasión, Fir pudo examinar el cañón desde muy cerca, tan cerca que casi les habría bloqueado por completo el camino, lo que paradójicamente hubiera hecho que la expedición no hubiera podido seguir la sombra de Rasú y todos hubieran perecido allí.

Durante el tiempo que pudieron permanecer junto al cañón, Fir no hacía más que preguntarse si aquel cañón podría haber tenido algo que ver con la paralización de Zuk. Si la reacción por el disparo de dicho gigantesco cañón hubiera tenido una consecuencia de dimensiones planetarias, dicha consecuencia habría sido mucho más la de desviar a Zuk de su órbita que la de afectar a su velocidad de rotación. Un desvío de Zuk de su órbita habría sido peligrosísimo: fácilmente habría hecho que la órbita de traslación de Zuk se volviera excepcionalmente excéntrica, lo que habría hecho que el planeta pasase muy cerca del sol durante una parte de la trayectoria (durante la cual todo el planeta, no sólo un lado, se abrasaría) y muy lejos del sol durante otra parte (durante la que todo el planeta se congelaría). Pero Fir sabía que la órbita de Zuk alrededor de su estrella era de hecho muy poco excéntrica, casi un círculo. Aquel cañón no podía haber causado la paralización de la rotación de Zuk y a la vez haber manteniendo una órbita de traslación casi circular como la actual. Fir seguía sin tener una explicación para la repentina paralización de Zuk, hacía mil años.

No obstante, un año más tarde, cuando la expedición ya se encontraba a miles de kilómetros de allí, Fir tuvo una idea. Ya sabía cómo Zuk se paralizó.

Pero tenía que demostrarlo. Así que, al regresar a Take, solicitó fondos para una tercera expedición. No obstante, esta tercera expedición no sería a través de las tierras abrasadoras, sino a través de las tierras gélidas.

Era evidente que allí la sombra de Rasú no les protegería del frío. Fir solicitó que le dotasen de suficiente combustible como para poder encender un enorme fuego durante todo el camino, de forma que la expedición pudiera mantener una temperatura compatible con la vida durante todo el viaje. Esta vez podrían moverse libremente por el territorio para evitar los obstáculos del terreno y para examinar con cuidado cualquier edificio que deseasen, pues no tendrían que ceñirse en absoluto a mantener Rasú sobre sus cabezas. De hecho, esta vez no haría falta hacer el camino completo desde un hemisferio hasta el otro. Lo que Fir buscaba estaba más cerca del hemisferio oriental, así que su expedición partió allí. Una vez que encontrasen su objetivo, la expedición volvería de nuevo al hemisferio oriental, pues sería el camino más corto para regresar a la tierra habitable.

Una multitud se congregó en Xingú para despedir a Fir Sgurm y a sus compañeros. No obstante, aquella tercera expedición jamás regresó.

Fir Sgurm se convirtió en un héroe cuyas hazañas fueron enseñadas en todas las escuelas de Zuk. Pero nunca volvió a vérsele a él ni a ninguno de sus compañeros de expedición con vida.

Tuvieron que pasar más de tres siglos de avances tecnológicos para que varios aviones teledirigidos con cámaras enviados desde Take hallasen los restos de dicha tercera expedición, en la que Fir y todos sus compañeros murieron congelados cuando se les agotó el combustible para calentarse. Fir Sgurm, que se había criado de niño en las tierras frías, había subestimado el frío extremo de las profundidades de la zona oscura de la larga noche.

Eso sí, las grabaciones de las cámaras demostraron que, con la rudimentaria tecnología de tres siglos antes, Fir pudo alcanzar su objetivo: la expedición pereció junto a otro gigantesco cañón ubicado exactamente en el lugar opuesto del mundo en el que sus dos expediciones previas habían hallado el primer cañón. Si Fir encontró el primer cañón en el corazón de Rigok, ahora sumida en las tierras abrasadoras, éste otro estaba en el mismo centro de su país aliado durante la guerra, Tiangú, ahora ubicado en las tierras heladas. Este otro cañón también apuntaba hacia el Este.

Como Fir pudo saber antes de morir, el plan de Rigok y Tiangú fue conceptualmente sencillo: para ganar su guerra contra el resto del planeta Zuk, paralizarían en mundo de forma que los únicos dos territorios habitables en Zuk fueran los que ocupaban ambos países en sendos puntos opuestos del planeta, que en adelante serían las franjas del eterno amanecer y del eterno anochecer respetivamente. Así borrarían del mapa a sus países enemigos, que dejarían de ser una amenaza para ellos al convertirse en inhabitables.

Para paralizar el mundo, Rigok y Tiantú colocaron dos inmensos cañones en lugares opuestos del planeta. Entonces, al dispararlos a la vez, crearon un par de fuerzas que paralizó (más bien, casi paralizó) la rotación del mundo. Es como cuando alguien hace girar una peonza con sus dedos en lugar de con una cuerda: si pones dos dedos en extremos opuestos de la peonza y desplazas  repentinamente cada dedo en una dirección opuesta, la peonza gira sobre sí misma. Por el contrario, si la peonza gira y haces lo mismo, pero moviendo los dedos en dirección contraria al giro, la peonza se para.

Quizás la lentísima rotación de Zuk de diez mil años fue el resultado de un (pequeño) error de cálculo, pues el objetivo de ambos disparos era la parálisis perfecta. O quizás, los disparadores de los cañones decidieron que, después de que sobrevivieran sólo Rigok y Tiangú, daría igual que el mundo siguiera girando muy despacio o bien quedase totalmente parado.

Ambos cañones apuntaban hacia el Este. Dado que un disparo en dicha dirección provocaría una fuerza de reacción hacia el Oeste, y que el objetivo era paralizar el giro del planeta, se deduce que la rotación original de Zuk era de Oeste a Este, al contrario de la rotación en tiempos de Fir Sgurm, que era (ligeramente) de Este a Oeste.

Cuatrocientos años tras la muerte de Fir Sgurm, ambos cañones volvieron a dispararse. En verdad nunca fueron cañones, por mucho que Sgurm los viera así debido a la tecnología que él conocía en su tiempo, sino que eran dos reactores. No disparaban balas hacia delante, sino plasma. Los nuevos habitantes de Zuk repararon ambos reactores y los mantuvieron encendidos durante dos meses, desencadenando así una reacción de enorme y constante fuerza hacia el Oeste que lentamente fue acelerando la velocidad de rotación de Zuk.

A día de hoy, Zuk vuelve a tener una rotación de cincuenta y una horas, y todas las tierras emergidas del planeta vuelven a estar habitadas. Dichas zonas emergidas están rodeadas por mares y ríos de agua líquida, que vuelven a bañar el planeta como lo hicieran dos mil años atrás. Los bosques y selvas llenan las tierras emergidas sobre el mar.

Cada rotación de Zuk sobre sí misma se llama fir, en honor de aquel dikniá que tantos empeños puso en demostrar que Zuk había girado sobre sí mismo a dicha velocidad mucho antes de que él naciera. Cada trece firs, los dikniás de todo el mundo tienen un fir festivo en sus trabajos.

Todo vuelve a ser casi como era hacía mil quinientos años, antes de la guerra de Rigok y Tiangú con el resto del mundo que paralizó el mundo.

Casi. Ahora Zuk gira al revés, de Este a Oeste.

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Angosto

Despierto en mi cama-nicho, un agujero de ochenta centímetros de ancho, treinta centímetros de alto y un metro noventa de largo.

Es hora de ir al trabajo aunque, desgraciadamente, todavía no de levantarme. Como todos los días, no podré hacerlo hasta dentro de media hora, cuando alcance el corredor principal.

Me dispongo a hacer todas las rutinas matutinas, como siempre, tumbado. Tengo que mear. Cojo un tubo-manguera que sale de una pared, introduzco mi pene en él y orino, como siempre tumbado boca arriba, ya que este lugar no es lo suficientemente alto como para poder darme la vuelta y ponerme boca abajo. Evacuar aguas mayores requeriría retirar el tapón de un agujero que hay a la altura de mi culo en esta cama sobre la que yazco, pero ahora no me apetece.

Me desabrocho el pijama usando los botones laterales que hay a ambos lados de mi cuerpo y me quedo desnudo. Pulso un botón, y un gran chorro de agua cae sobre mi cuerpo y sobre mi cama impermeable. Entonces abro el tapón a la altura de mi culo que mencioné antes y el agua se va por él. Después recibo un chorro secador de aire caliente procedente del techo. Ya estoy duchado y seco.

Tocando hábilmente los botones laterales de mi nicho, accedo a mi ropa. Mi traje está separado en dos partes. Coloco la parte delantera sobre mi torso, luego la trasera bajo mi espalda, y abrocho ambas partes con los botones laterales.

Así comienza mi nuevo día en los túneles.

Me arrastro lateralmente, afuera de mi nicho y alcanzo el pasillo de mi calle: un corredor de cien metros de largo, cincuenta centímetros de alto y noventa centímetros de ancho a cuyos lados están los hogares (camas-nicho) de mis vecinos. Al ser este pasillo un poco más alto que mi nicho, por fin puedo darme la vuelta y ponerme boca abajo, con mi tripa contra el suelo.

Todos mis vecinos salen a la vez que yo. A todos nos esperan en nuestros lugares de trabajo.

Cuando todos se han puesto boca abajo igual que yo, con gran sincronización todos comenzamos a arrastrarnos cual reptiles hacia delante, a través de nuestra calle.

Al final de la calle, nuestra fila se va incorporando a la calle principal, donde nos unimos a otros tipos que van a su trabajo como nosotros. En la calle principal la altura llega a un metro, así que aquí todos podemos avanzar a gatas, lo que es mucho más cómodo y rápido.

Tras diez minutos de avanzar a gatas en fila, la calle principal desemboca, por fin, en el gran corredor. Un espléndido corredor de un metro de ancho y dos metros de alto, en el que, por fin, la fila puede avanzar a pie.

Como dije antes, media hora después de despertarme por fin logro levantarme.

Tras veinte minutos andando en fila india, abandono el gran corredor y entro en otra calle en la que hay que ir a gatas, y más tarde en otra estrecha calle menor en la que hay que avanzar arrastrándose por el suelo. Finalmente alcanzo la entrada de mi centro de trabajo, que atravieso practicando cierto contorsionismo, como siempre. Después, arrastrándome a través de diversos pasillos, alcanzo mi cubículo, que tiene la forma exacta y el volumen mínimo necesario para que pueda ponerme sentado, eso sí, con la cabeza ligeramente inclinada para no tocar el techo sobre mí. Justo a la altura de mi cabeza, ante mis ojos se abre una oquedad de cincuenta centímetros de profundidad hasta una pantalla de ordenador. La altura y anchura son exactamente las de la pantalla. A la altura de mis rodillas hay un teclado donde tengo que poner mis manos para teclear. Lógicamente no veo las teclas, pero estoy acostumbrado. De hecho, no puedo ver ninguna parte de mi cuerpo, sólo puedo observar la pantalla de ordenador que tengo enfrente de mi cara.

Comienzo una nueva jornada laboral. Durante las próximas trece horas (menos cinco minutos que usaré para sorber, a través de una pajita, un engrudo alimenticio que sale de la pared), diseñaré nuevos túneles para albergar a la siempre creciente población de la Tierra. ¡Diez trillones de personas no caben en cualquier sitio!

Ustedes pensarán que el diseño de túneles es una tarea repetitiva: cuando hacen falta nuevos túneles, simplemente hay que cavar más profundo en la tierra y ponerlos allí. Bueno, eso era cierto hasta hace tres siglos, más o menos. Por entonces ya habíamos perforado tantos túneles en la corteza terrestre que, si seguíamos colocando nuevos túneles más abajo, correríamos el riesgo de que se derrumbasen sobre ellos todos los túneles que había en los niveles superiores. Todos los niveles deben sostenerse, en última instancia, sobre tierra firme, así que los pilares de contención no pueden ser indefinidamente largos. Si usted agujerea una tarta una y otra vez, llegará el momento en que la tarta se derrumbará. Así que no podemos crear nuevos túneles a profundidades ilimitadas.

De esa forma llegamos a una conclusión inevitable: dado que ya no podíamos robar más volumen a la tierra, tendríamos que aprovechar mejor el volumen ya conquistado. Para hacer sitio para todos, cada túnel ancho se dividiría en varios túneles paralelos más estrechos separados por paredes, y los hogares tendrían que ser más pequeños. Y también menos altos. Y luego otra vez, y después otra vez más. Si no cabemos con el espacio asignado a cada uno, hay que reducir el espacio asignado a cada uno. Una y otra vez. Y otra vez, hasta que llegamos al punto en el que nos encontramos actualmente.

Por poner un ejemplo, ninguno de mis compañeros de trabajo, ubicados en los cubículos alineados junto al mío en este pasillo de mi centro de trabajo, hemos logrado nunca enfocar la vista a más de un metro de distancia, salvo cuando recorremos las calles y corredores. Y cuando estamos en los corredores, nuestra vista sólo alcanza hasta el siguiente tipo de la fila andando en nuestra misma dirección. Así que, incluso contando las veces en que hemos recorrido los corredores en las horas menos concurridas, nuestra vista nunca ha enfocado a más de cuatro o cinco metros de distancia desde nuestra posición.

La escasez de espacio es, en realidad, nuestro principal problema. De momento, alimentarnos no lo es: la superficie terrestre totalmente cultivada y las granjas puestas en órbita, construidas con la tierra sacada de los túneles y trabajadas por robots, alimentan suficientemente a todos nuestros habitantes (a los que, por cierto, no les conviene engordar, pues entonces literalmente dejarían de caber en los nichos y en los túneles).

Hace siglos, la lucha de las naciones por el volumen del subsuelo abocó a todas ellas a aumentar su población sin fin. Lo hicieron así porque era la forma más efectiva y barata de poder reclamar más y más espacio: las leyes internacionales asignaban a cada país espacio según su población. Dichas leyes se crearon en un intento de evitar unas guerras que habían empezado a ser destructivas para todos. Antes de la llegada de esas leyes era frecuente que, cuando la población de un país estaba más apretada que la población de sus vecinos, invadía a sus vecinos. Y si hay algo que nunca debes hacer cuando vives en un subsuelo plagado de niveles de túneles que no se derrumban debido a un precario equilibrio, es iniciar una guerra: es facilísimo derrumbar los túneles de tu enemigo. Y que tu enemigo derribe los tuyos, claro. Así que, para evitar conflictos autodestructivos, se decidió que el volumen de subsuelo se asignaría en proporción a la población de cada país.

Pero esto inició una carrera de expansión poblacional sin límites. Más subsuelo suponía acceder a más minerales estratégicos, así que los países no podían renunciar a poder reclamar más espacio constantemente. Cuando alcanzamos el umbral en que ya no podíamos seguir creando más túneles en las profundidades (pues en tal caso los túneles superiores se hundirían sobre los inferiores), las leyes internacionales establecieron que los nuevos túneles estrechos, resultantes de separar con nuevos muros paralelos los antiguos túneles anchos, también se repartieran a las naciones en función de su población. Así que las naciones siguieron aumentando su población como única manera de poder reclamar más volumen en el subsuelo (o al menos el mismo volumen, dado el aumento de población de las demás).

Sentado por fin en mi cubículo, estoy preparado para comenzar mi jornada de trabajo. Empieza así mi rutina laboral diaria.

No obstante, aunque todavía no lo sé, el día de hoy será diferente al resto.

Según el procedimiento habitual, recibo mis instrucciones por correo electrónico. Debo planificar una nueva división de túneles para crear más nicho-camas. Es mi tarea más común.

Conforme a la normativa constructiva de túneles residenciales, por cada cien nuevos nichos planificados debo reservar uno con doble altura que servirá de nicho vis-a-vis, es decir, un nicho donde las parejas podrán tener encuentros sexuales. Hace cien años, los matrimonios tenían nichos más grandes que los solteros. Inicialmente eran el doble de anchos (para que pudiera ponerse uno junto al otro) y también el doble de altos (para que también pudiera ponerse uno encima del otro), pero ese volumen, cuádruple del normal, levantó las envidias de los solteros, lo que finalmente desencadenó un rechazo hacia los nichos matrimoniales. A esto se sumó que las parejas que convivían día tras día, y año tras año, en dos metros cúbicos y pico, acababan no soportándose, y rara era la pareja que duraba más de tres años. Finalmente se decidió que cada cónyuge tendría que habitar su propio nicho y que, si querían tener sexo, tendrían que reservar el nicho vis-a-vis y desplazarse a él en la hora reservada.

Además, por cada doscientos nichos construidos, debo colocar un nicho comunitario de estiramiento, es decir, un nicho de dos metros y medio de largo, ochenta centímetros de ancho y treinta centímetros de alto disponible para que, previa solicitud de turno, cualquier vecino pueda entrar y estirar completamente los brazos hacia arriba. ¡Qué bien sienta a los brazos poder levantarlos de vez en cuando por encima de la cabeza y estirarlos del todo! Estirarse en las calles donde avanzamos arrastrándonos o a gatas está completamente prohibido, pues paraliza momentáneamente la fila y genera atascos. Respecto a los corredores, donde se va a pie, la altura no es suficiente para estirar los brazos hacia arriba. Por tanto, quien quiera estirarse tiene que reservar un nicho de estiramiento y esperar su turno.

Como siempre, reviso los planos de los túneles ya existentes en el área de la nueva obra.

Debo comenzar dividiendo cierto gran corredor, de quinientos metros de largo, dos metros de alto y uno de ancho, en varios nuevos corredores paralelos que conduzcan a las distintas áreas de nichos de manera separada, para evitar atascos. Siguiendo el procedimiento típico, podría separar el corredor en alturas, concretamente en cuatro túneles paralelos de cuarenta y cinco centímetros de alto por un metro de ancho, por los que se podría avanzar a gatas.

Pero entonces se me ocurre una alternativa. Para aumentar el tiempo que los vecinos de la zona puedan desplazarse erguidos, podría dividir el corredor por anchuras en lugar de por alturas, dividiéndolo en tres túneles de dos metros de alto y treinta centímetros de ancho. Los vecinos tendrían que recorrerlos andando de lado, con el torso tocando una pared y la espalda tocando la otra, pero podría ser una agradable novedad para aumentar su tiempo erguidos.

Dado que así saldrían tres túneles en lugar de cuatro como estaba previsto, llevar a cabo esta alternativa requerirá que antes pida una autorización a mis superiores. No obstante, para justificar mi petición de autorización formalmente, antes tendré que hacer los cálculos constructivos y adjuntarlos a la petición. Introduzco los datos en el ordenador y calculo.

No cuadran los valores que veo en la pantalla. A estas horas de la mañana todavía no soy muy hábil precisamente, a ver en qué me he equivocado… Creo que ya lo tengo… Al introducir la anchura, debo haberla escrito en metros en lugar de centímetros. Lo multiplico por cien. ¡Por Dios, ahora todo cuadra mucho menos! Ya lo veo, qué tonto estoy. En realidad, al principio lo había escrito en centímetros en lugar de en metros, no al contrario. Así que el valor que introduje al principio era 100 veces superior al correcto, y el valor tras mi corrección anterior es 10.000 veces superior. Bueno, tendré que dividirlo entre 10.000 para arreglarlo. Un momento, ¿qué es ese mensaje de error de la pantalla? ¿Por qué no me deja hacer la división y corregir el valor?

“Desbordamiento de número”. El sistema se ha bloqueado. Genial. Así que el genio informático que hizo este programa decidió que nunca habría que introducir, en el grosor de un pasillo, un valor superior a los… tres mil metros. Y no reservó bytes de memoria suficientes para almacenar el número que yo he escrito. Ciertamente no tiene sentido un pasillo así de ancho, ¡pero el sistema no tendría que colgarse por semejante error al introducir un dato!

“Sistema reiniciándose” leo. Parece que, en este mundo nuestro, incluso los programas sufren estrecheces.

“¿Activar filtro de túneles privados? (sí/no)” dice la pantalla. ¿Qué demonios es eso de “filtro de túneles privados”? Es la primera vez que veo esa pregunta. Aunque también es la primera vez que veo el sistema reiniciándose.

¿Por qué iba a filtrar algo que no sé ni lo que es? Respondo “no”.

Por fin, el sistema se reinicia por completo y puedo volver a mi tarea.

De nuevo, reviso los planos de los túneles existentes en el área de la obra.

No obstante, esta vez veo algo que no me cuadra en el mapa. Hay una gigantesca sala en las inmediaciones de la zona, una sala que no había visto antes de que el sistema se reiniciara. Ocupa nada menos que cinco por cinco por dos metros.

No sabía que existieran salas así. Lo más parecido que conozco son las salas de cruce de túneles, donde se distribuyen las filas de personas entre los túneles que se cruzan, utilizados para que cada persona pueda cambiar de fila y dirigirse hacia su propio destino. Dichos nudos siempre están atestados de gente, y suelen ser fuente de terribles atascos.

Pero ni siquiera esos cruces son tan grandes como esta sala que estoy viendo en el plano. Como mucho, suelen ser de tres metros por tres metros. ¡Pero esto es de cinco metros por cinco metros!

Repaso múltiples documentos de planes urbanísticos y descubro que esa sala no tiene asignado ningún uso público. Entonces reviso el registro de la propiedad. Compruebo las escrituras de las propiedades ubicadas en la calle en la que está la sala según el plano. Aquella sala no coincide con ninguna de las propiedades que aparecen asociadas con el nombre de esa calle. A continuación intento otra estrategia: simplemente introduzco las coordenadas de la sala. Entonces, por fin, una escritura aparece. Descubro que ese espacio está realmente asignado de manera privada a una persona. ¡Es un nicho-cama! ¡Un gigantesco nicho-cama!

Nunca había visto nada similar. Paso las siguientes horas repasando mapas de túneles, tratando de buscar salas similares. Tras tres horas de búsqueda, descubro que existen más salas de ese tamaño. Todas son nicho-camas privadas.

Horas más tarde, descubro que todas esas gigantes nicho-camas pertenecen a gente influyente de nuestra sociedad, sobre todo miembros del gobierno, contratistas de construcción y terratenientes de granjas espaciales.

¡No tenía ni idea de que hubiera gente que gozara de más espacio que los demás!

Comento mis hallazgos con mis compañeros por el chat. Todos se muestran tan sorprendidos como yo. Muchos introducen en sus ordenadores los mismos datos que provocaron antes el desbordamiento de mi propio ordenador. Al reiniciarse sus sistemas automáticamente igual que ocurrió con el mío, también renuncian a aplicar el “filtro de salas privadas”, como yo mismo hice antes. Entonces, por fin pueden ver en sus pantallas los mismos planos no censurados que yo llevo horas viendo.

¿Cómo consiguieron los propietarios de semejantes nicho-camas semejante dispendio de volumen? Estudiando el registro de la propiedad, descubro que todos ellos heredaron sus nicho-camas de sus padres, los cuales los heredaron de sus padres, y así sucesivamente. Por algún motivo, las leyes de reducción de volumen de los nichos que llevan siglos aplicándose a los demás no les afectan a ellos, que llevan siglos teniendo un espacio descomunal para ellos solos. ¡Esto es intolerable!

Repasando los planos, descubro que las entradas de estos súper-nichos se encuentran camufladas bajo el aspecto de entradas de nichos-cama normales. Por eso todos desconocíamos su existencia.

A medida que mis compañeros se unen a mi investigación, descubren más y más súper- nichos asignados a gente notable por derecho de herencia. Todos nos ponemos furiosos.

Al acabar la jornada, nuestra indignación se torna en ira. ¿Cómo puede existir una casta de privilegiados que viven con muchísimo más espacio que los demás, simplemente porque heredaron dicho espacio de sus ancestros y porque, al ser ellos los que mandan, pudieron crear leyes opacas para que las reducciones de espacio que nos afectaban a todos no les afectasen a ellos?

Esto es intolerable. Decidimos que vamos a atacar.

Cuando acaba nuestra jornada, vamos todos en fila hacia un almacén de construcción y nos hacemos con barras metálicas y palancas. Entonces nos dirigimos, también en fila, a uno de esos súper-nichos. Vamos a asaltarlo.

Soy el primero de la fila. Tras cruzar varios corredores y calles, llegamos a la calle menor en la que se encuentra nuestro objetivo. Como en cualquier otra calle de nicho-camas, la estrechez nos obliga a desplazarnos arrastrándonos por el suelo.

Alcanzo la entrada de la nicho-cama que, según los planos, es gigantesca. La puerta es igual que la de cualquier otra nicho-cama de la calle. Armado con una palanca y ayudado por mi compañero de atrás, logro desvencijar el candado y abrir la puerta.

Entonces entramos y comenzamos a arrastrarnos por un pasillo que conduce a la gigantesca sala que indicaban los planos. Alcanzamos la sala. Entro y me pongo de pie.

Mientras observo abrumado la mayor cantidad de espacio que hayan visto mis ojos en toda mi vida (¡cincuenta metros cúbicos! ¡ni siquiera podría haberlos imaginado!), otros dos compañeros de mi fila se me unen al alcanzar también el final del pasillo y entrar en la sala.

En el centro de la gigantesca sala veo un hombre muy sorprendido por nuestra presencia.

Al enfocar la vista tan lejos, en medio de tanto espacio vacío, comienzo a sentir vértigo. Me mareo. Se me nubla la vista. El mundo da vueltas a mi alrededor.

Logro percibir que a mis compañeros les ocurre lo mismo. Esta inmensidad de espacio les está haciendo sentir, como a mí, un ataque de agorafobia.

El tipo en el centro de la sala ríe.

-¡Esto no es para vosotros! ¡No estáis preparados para esto! ¡Volved por donde habéis venido!

Siento náuseas, me siento perdido entre tan gigantesco volumen. Sudo y mi pulso se acelera. Siento pavor.

Debo regresar al estrecho pasillo que nos ha conducido hasta aquí. Aterrado, me escabullo y vuelvo al estrecho pasillo. Mis compañeros hacen lo mismo.

Las estrecheces nos hacen sentir más seguros. Pero al recordar la inmensidad que acabamos de ver, seguimos sintiendo una terrible angustia.

Sin mediar palabra, todos salimos en fila por la puerta del nicho-cama y comenzamos a recorrer los pasillos, las calles y los corredores que nos conducen hacia nuestras respectivas nicho-camas.

Tras media hora andando en fila india, a gatas, y arrastrándome por el suelo, alcanzo la seguridad de mi nicho-cama.

Vuelvo a sentirme a salvo. Me relajo.

Recuerdo que, siendo muy pequeño, a veces me ponía en posición fetal cuando la amalgama de piernas y brazos de los otros niños con los que compartía mi nicho-cama infantil me lo permitían. Esa postura me daba seguridad cuando tenía miedo.

Lo echo de menos. Si mi nicho-cama actual fuera lo suficientemente alta como para poder ponerme de lado, ahora mismo me pondría en posición fetal.

Pero no lo es.

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Despedida completa

Clara se quitó el casco y miró a sus dos hijos. Ellos ya se habían quitado los suyos.

-Se sentirán aturdidos durante unos segundos, es normal -dijo el doctor mientras se concentraba en el monitor.

Durante unos segundos, el doctor permaneció en silencio mientras consultaba los datos que salían por pantalla.

-Muy bien, familia -anunció finalmente mientras levantaba la vista y se dirigía a Clara-. Sus sondas cerebrales no muestran signos de las lesiones significativas. Debemos tener en cuenta que los tres han estado algunos días en coma: dos días Rebeca, tres días Daniel, y seis días Clara. Por el tipo de impactos que sufrieron, es muy probable que ahora tengan algunas lagunas en sus recuerdos sobre sucesos del pasado. No obstante, en los tres observo ahora una actividad cerebral normal –dijo mientras señalaba su pantalla con el dedo-. Dada la velocidad con la que las rocas del camión que tenían delante atravesaron el parabrisas de su vehículo y golpearon en sus cabezas durante el accidente, sería esperable lo contrario. Son muy afortunados.

Clara hizo algunas preguntas al doctor y después rellenó algunos formularios. Finalmente, los tres se despidieron del doctor y salieron de la consulta.

Ya en la calle, Clara sacó de su bolso los documentos que los bomberos habían logrado extraer del coche y volvió a leerlos. Se trataba de unas escrituras de una casa. Según les informó la inmobiliaria, había vendido su antigua casa el día anterior al accidente, y en el momento del accidente se dirigían a recoger las llaves de la nueva casa que había acabado de comprar en otra ciudad. Por otro lado, a juzgar por los mensajes de móvil acumulados mientras estuvo en coma, también tenía un nuevo empleo en esa ciudad, al que obviamente no había podido incorporarse todavía.

Clara volvió a guardar los documentos en su bolso. Los tres comenzaron a andar por la acera.

-Mamá, ¿nosotros hacemos celebraciones? ¿las hemos hecho alguna vez? -preguntó Rebeca al salir a la calle.

-¿Por qué lo dices?

-Tratando de repasar mis recuerdos entre varias lagunas, no recuerdo ninguna Navidad, ni ningún cumpleaños, ni nada parecido. ¿Lo recordáis vosotros?

-Lo cierto es que yo tampoco recuerdo nada así -dijo Dani-. Bueno, me temo que hay muchas más cosas que no recuerdo.

Clara meditó durante unos segundos y se entristeció.

-Me temo que yo no recuerdo vuestros nacimientos. Ni cómo íbamos a los lugares de nuestras vacaciones. De hecho, recuerdo muy poco de nuestras vacaciones.

-Me pasa lo mismo, mamá -dijo Rebeca-. Pero, mira por donde, sí que recuerdo muy bien el tiempo pasado en el colegio.

Rebeca se rio durante unos segundos. Después los tres permanecieron callados durante un rato.

-Mamá -dijo Dani al fin-, no recuerdo nunca haberte preguntado nunca quién fue nuestro padre.

Clara se paró en seco.

-Bueno, no recuerdo nada de él desde que naciste tú. Es el padre de ambos, así que deduzco que regresó para volver a abandonarnos otra vez después. Desde entonces nunca le vimos, jamás nos visitó. No creo que merezca que pensemos en él.

Los tres permanecieron en silencio unos segundos. Al final fue Rebeca la que habló.

-¿Sabéis qué? Al entrar en la nueva casa, haremos una gran celebración.

Los tres sonrieron.

Una hora más tarde entraron en su nueva casa y comenzaron a explorarla. Clara se dirigió al que sería su nuevo dormitorio.

Se dio cuenta de que no recordaba haber estado nunca dentro de la cama de su antigua casa. No obstante, sí recordaba haber dormido alguna vez en el sofá del salón.

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(Una semana antes)

Ayer, amado esposo y padre, te fuiste de nosotros. En estos momentos de dolor, ante tu ataúd, no somos capaces de abarcar ni comprender el golpe que tu marcha nos deja.

Recordamos tu mirada, tu risa, tu calor, tus abrazos, tus errores, tus sermones, tus silencios, tu fuerza, tu presencia, tu testarudez, tu generosidad. Tu capacidad para estar ahí, para caerte y levantarte, para hablar poco y decir mucho, para disponerlo todo según tus planes interviniendo sólo lo necesario.

Conforme a tu deseo, hoy nos mudaremos y dejaremos atrás nuestra casa, la casa de nuestra vida contigo, la casa de todos nuestros recuerdos, y nos iremos a vivir a otra ciudad, igual que tú ayer te mudaste a otro lugar. Se separan nuestros caminos hasta que, quién sabe, quizás nos reencontremos más tarde.

Tú sabías que yo no podría soportarlo y decías que después de irte yo no lograría levantar el vuelo. Hace años jamás me hubiera imaginado esto. No así, no tan pronto. La conmoción todavía no me deja ver el vacío que se abre tras ella. Por otro lado, hace meses ya sabías que Dani y Rebeca no podrían soportarlo. Es mucho más de lo que unos preadolescentes pueden aguantar. Sabías que, sin tener culpa, al irte nos harías daño.

Los tres estamos ahora solos en esta sala, ante tu cuerpo inerte, preparándonos para despedirnos definitivamente de ti. Los tres lloramos. Los tres sabemos que quedan segundos para que tu efigie abandone nuestra retina para siempre.

Entran los operarios, ha llegado el momento.

Adiós, amado esposo y padre. Cumplimos ahora tu último deseo rebosante de amor y generosidad.

Los operarios nos ponen los electrodos en la cabeza.

Tal y como deseaste, no te recordaremos.

Adiós por completo.

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El factor F

Aquí me encuentro, recorriendo fríos pasillos entre paredes de hormigón bajo una luz temblorosa azul fluorescente, dirigiéndome a un despacho que me ha sido encomendado para cumplir una extraña misión.

Hace apenas siete horas me encontraba tranquilo en mi despacho de la facultad. Entonces entraron esos tipos. Tras sacar la documentación que les identificaba como agentes del gobierno, me dijeron que me necesitaban y por qué. Bueno, al menos una parte del por qué.

Por lo visto, determinada agencia gubernamental cuyo nombre no podían revelarme estaba desarrollando un proyecto científico secreto (cuyo objetivo tampoco podían revelarme) y les había surgido un problema importante. Tras construir una máquina que permitía medir “cierto fenómeno natural que jamás se había medido antes instrumentalmente”, se encontraron con que eran incapaces de averiguar las condiciones ambientales que influían en dicho fenómeno. Tras probar cientos de condicionantes que creían relacionados con el fenómeno, resultó que éste no guardaba ninguna correlación estadística significativa con ninguno de ellos.

Los agentes estudiaron mis investigaciones académicas y descubrieron mi gran capacidad para descubrir correlaciones entre fenómenos aparentemente no relacionados. Mis artículos “Estudio de la relación entre la venta de pasta de dientes y el precio del oro” y “Sobre la influencia de los resultados futbolísticos en la nidificación del águila imperial” permitieron a un fondo de inversión y a una agencia protectora de rapaces, respectivamente, obtener éxitos sin precedentes. Claramente, si había alguien en el país capaz de encontrar la relación entre factores dispares y de predecir unos en función de los otros, ése era yo.

Así que me hicieron una interesante oferta: pondrían a mi disposición el aparato medidor que habían construido. Entonces yo, sin hacer preguntas sobre dicho fenómeno o sobre el aparato en sí mismo (toda la información al respecto estaba clasificada), trataría de averiguar qué factores influyen en dicho fenómeno para comprenderlo y predecirlo. Si era capaz de lograr tal éxito en menos de un mes, me darían una gran cantidad de dinero y crearían un centro de investigación que estaría a mi cargo. Una gran oferta.

Intenté que me permitieran llevar conmigo todo tipo de instrumental de medida que tenía en los laboratorios de la universidad, pero no me lo permitieron. “Lo siento, usted va a entrar en un área restringida con nivel de seguridad A. Significa que nadie puede meter nada ni sacar nada del lugar. Sin excepciones”.

No era una buena manera de facilitar mi trabajo, desde luego.

Tras rellenar múltiples formularios, tomárseme huellas dactilares y pasar por un escáner de retina, por fin se me permitió el acceso al recinto, siempre escoltado por un soldado.

En estos momentos, andamos por extraños pasillos hasta el despacho que se me ha asignado. El soldado me informa de que en todas las salas, sin excepción, hay cámaras de seguridad, micrófonos, detectores láser, y otras medidas de seguridad que no puede mencionarme. Me pregunto si tal información es el primer tema de conversación que se le ha ocurrido para soportar el tedio del paseo, o bien si es una advertencia.

Finalmente, el soldado abre una puerta y me muestra mi “despacho”. Es una sala diáfana con paredes de hormigón y una pequeña ventana. Sobre una mesa está el aparato medidor, un simple objeto cuadrado de carcasa metálica con un botón de encendido/apagado y un monitor. En la habitación también hay una nevera, que el soldado llenará de comida todos los días, y una cama, en previsión de que deba dormir en la sala durante mis experimentos. Como en todas las demás salas, veo una cámara de vigilancia. Imagino que también estarán presentes todos los demás aparatos de seguridad que mencionó el soldado mientras recorríamos el recinto.

El soldado me da un ordenador portátil para que escriba mis conclusiones o lleve a cabo todos los cálculos matemáticos que pudiera necesitar. Echo de menos mi propio instrumental pero, por lo demás, supongo que me apañaré con esto.

Finalmente, el soldado se marcha.

Así que tengo que medir qué factores afectan a la aparición de cierto fenómeno sobre el que no me han revelado absolutamente nada por “motivos de seguridad”. Obviamente, mi trabajo sería más fácil si supiera cuál es ese fenómeno. O quizás ellos piensen que no: sus propios científicos, que sí sabían cuál es ese fenómeno, no lograron comprender lo que lo gobierna, así que es posible que ellos prefieran que ahora lo estudie alguien que no esté condicionado por saber de antemano lo que va a estudiar. Así no tendré ninguna idea preconcebida de antemano y estaré más libre para probar todas las opciones sin excepción. Visto así, y teniendo en cuenta el bloqueo de ideas en el que parecen encontrarse ellos, no parece tan mala idea después de todo.

Enciendo el aparato y se enciende el monitor. Muestra la intensidad de dicho fenómeno medida en ciertas unidades llamadas simplemente “F”. Bueno, ya tengo un nombre para el fenómeno: fenómeno F. Un nombre obvio, pero es mejor que nada.

Según el monitor, ahora mismo hay 0 F.

Espero durante una hora, e invariablemente el monitor sigue mostrando 0 F.

Pues qué bien. Si hay algo imposible de analizar es, precisamente, un fenómeno que no se produce nunca. ¿Cómo se espera que pueda decir algo sobre tal fenómeno?

Pero entonces, a los pocos minutos, veo una pequeña variación en la medición: 0.5 F. ¡Bien!

Anoto la hora y todas las condiciones del entorno: la luz está encendida, la nevera está encendida, el ordenador está encendido, estoy sentado en una silla junto al aparato. Anoto incluso lo que llevo puesto, por si los materiales de mi ropa tuvieran finalmente algo que ver. Anoto también a qué hora comí por última vez.

Entonces vuelvo a mirar el monitor. De nuevo muestra 0 F.

Se me ocurre que me gustaría pedir algún dato adicional al soldado que me trajo aquí. Por un momento me pregunto cómo llamarle, pero luego me doy cuenta de que es obvio: miro a la cámara y digo: “¡Soldado! Por favor, ¿puede venir?”.

El soldado se presenta en la puerta de la sala en apenas un minuto. Puede que ni siquiera hubiera hecho falta mirar a la cámara y hubiera bastado con decirlo.

-Por favor, ¿podría facilitarme el parte meteorológico completo del día en la zona en que nos encontramos? También necesitaría conocer el ambiente en esta misma sala: un termómetro, un barómetro… también necesitaré medir la humedad…  y el campo magnético… y la radiación… y…

Doy al soldado una larga lista de cachivaches que necesitaría que me trajera. El soldado me dice que irá al departamento científico a ver qué puede hacer.

Al cabo de media hora, trae la mayoría del instrumental que le había pedido.

De nuevo, el aparato mide 0 F. Bueno, habrá que esperar otra vez. Uso los instrumentos que me ha traído el soldado para anotar las condiciones bajo las que estoy midiendo 0 F, lo cual será igual de importante que las condiciones bajo las cuales se den otras cantidades de F mayores que 0.

Una hora y media más tarde, me recuesto en la cama.

Dos minutos después, observo de reojo que el monitor muestra 1 F.

Me levanto rápidamente y anoto todas las condiciones actuales. Incluyo también en las notas que, poco antes de volver a producirse F, me había tumbado en la cama. Pudiera ser que mi posición en la sala facilitase determinado campo que es detectado por el medidor.

Poco después de hacer las anotaciones, observo que el valor vuelve a 0. Bueno, vamos avanzando. Al menos ya tengo dos observaciones positivas.

Simplemente para matar el tiempo durante mi espera, trato de ver qué fue similar entre los dos casos positivos que he observado, aunque sé que dos casos son obviamente insuficientes para descubrir un patrón. Además, las condiciones ambientales en la sala eran casi iguales en ambos casos. Según el parte meteorológico, al aire libre las condiciones también eran idénticas.

Como algo y vuelvo a recostarme en la cama. Poco después, vuelve a haber 1 F. Me levanto rápidamente para anotar las condiciones, mientras observo cómo la medida va bajando: 0.8 F… 0.6 F… 0.3 F… 0 F.

De mis tres observaciones de F, en dos de ellas yo estaba en la cama. Eso podría ser relevante. Decido que aguantaré de pie hasta la próxima aparición del fenómeno.

Me doy cuenta de que los tiempos transcurridos entre cada par de apariciones consecutivas del fenómeno son irregulares. El fenómeno no tiene una regularidad trivial, sino que se ve afectado de alguna forma por el entorno.

Introduzco todos los datos de los que dispongo en el ordenador y trato de interpolar una función que prediga F en función de todos ellos: el tiempo desde el evento anterior, la hora del día, la temperatura, la humedad, si estaba tumbado en la cama o no, si había comido o no, etc. Con ayuda del ordenador, obtengo una complejísima función que se comporta conforme a todo lo observado hasta ahora. “Nada natural puede seguir este horrible patrón” me digo a mí mismo. Esto es lo que suele pasar cuando todavía no has descubierto lo que realmente determina algo: que cualquier teoría que explica correctamente todo lo que has visto es complejísima.

Según dicha horrible función, si permanezco de pie sin moverme entonces F volverá a ser mayor que 0 dentro de setenta minutos.

Pasan setenta minutos. Luego un par más. Cuando pasan los cinco minutos típicos “de cortesía”, admito que mi función de predicción interpolada era, obviamente, incorrecta, pues todavía no conozco los verdaderos factores que influyen en F.

Pero entonces, un minuto después, el monitor muestra 2.4 F.

¡Hey! ¿Pudiera ser que mi función casi funcionase, y simplemente tuviera que afinarla un poco?

Frenético, anoto todas las condiciones ambientales mientras la medida vuelve a caer en picado hasta 0, como en todos los casos anteriores.

¡Bueno, esto podría ser un logro!

Tras meter los nuevos datos de este nuevo caso en el ordenador, hago una nueva interpolación y obtengo una nueva función ajustada.

De nuevo, espero hasta el tiempo en que, según mi nueva función, F debería volver a aparecer.

Al llegar la hora prevista, no ocurre nada. Pero entonces, siete minutos después, F vuelve a aparecer: 3.7 F.

Esta vez pruebo a no anotar nada inmediatamente. ¿Y si mis movimientos de anotación fueran los que hacen bajar F? ¿Y si al moverme destruyera el equilibrio de cierto campo invisible a mi alrededor? Intento permanecer completamente inmóvil. Tengo que comprobar si eso tiene algo que ver.

Veo cómo F empieza a bajar tan rápido como siempre: 3.1 F… 2.5 F… Así que mi teoría de que estar parado influía era falsa, vaya. Entonces la bajada de F se ralentiza sensiblemente: 2.2 F… 2 F… 1.8 F… ¿O puede ser que sí que influya un poco? Súbitamente, F cae en picado: 1 F… 0 F. Bueno, no parece tener que ver. Lo importante es que tengo un caso más que anotar y, con lo poco que se prodigan, eso es importante. Anoto rápidamente todo lo que no había anotado mientras permanecía inmóvil.

Así que van dos casos en los que F ha aparecido con cierto retraso con respecto a mi predicción.

¿Es casualidad, o es que mi función está funcionando parcialmente?

Entonces, por tercera vez, F vuelve a aparecer con cierto retraso sobre la hora prevista por mi función de predicción anterior, en este caso de diez minutos.

Por un momento, llevar tres predicciones casi correctas me llena de ilusión. Pero después una duda me asalta. ¿Por qué cada vez son menos correctas mis predicciones, en vez de al revés? Los errores fueron de cinco minutos, seis minutos y diez minutos, respectivamente. ¿Por qué cada vez tengo que esperar más con respecto a la predicción hecha con la función anterior?

Algo empieza a inquietarme: si mi función de interpolación estuviera ajustándose paso a paso en la dirección correcta, entonces la nueva función reajustada tras cada paso se iría pareciendo cada vez más a la función del caso anterior. Es decir, si mis teorías fueran en la buena dirección, entonces los cambios entre cada teoría y la siguiente serían cada vez más pequeños. Pero no es así: las tres funciones de predicción eran bastante diferentes entre sí. Las diferencias entre los tiempos de observación y los tiempos predichos provocaron que, en los tres casos, los patrones más simples que encontró el ordenador para justificar lo observado fueran muy diferentes entre sí. Eso es malo. Significa que no avanzo hacia nada, que de momento voy dando tumbos.

Entonces veo que el medidor sube a 5.7 F. Miro la predicción de mi última función de predicción. ¡Según ella, F no tenía que regresar hasta dentro de ochenta minutos más! ¡Esta vez, la predicción ha sido nefasta!

En lugar de bajar, la medida sube hasta 9.7 F. ¡Guau! ¡Esto es nuevo!

Entonces baja completamente en picado: 5 F… 0 F.

¿Qué demonios es esto? Estoy excitado por lo que acabo de ver, que es completamente nuevo. Pero también reconozco que no entiendo absolutamente nada. ¡Nada!

De repente, F vuelve a subir hasta 3.8. ¡Esto también es nuevo! ¡Una repetición, tan solo diez segundos después! Y, rapidísimamente, vuelve a bajar hasta 0.

Bueno, creo que lo que acabo de ver me podrá tener entretenido durante las próximas horas. Si se producen oleadas, entonces puedo obtener mucha información sobre el tipo de fenómeno que es a base de comparar la primera oleada con la segunda oleada. Puedo tratar de compararlo con otros muchísimos fenómenos que conozco que funcionan por oleadas. Hay muchísimas opciones.

Me doy cuenta de que estoy agotado, ha sido un día muy intenso. Debo dormir. Me acuesto en la cama.

Al despertarme, tomo algo y miro la gráfica del monitor. No ha habido ninguna aparición de F durante mi sueño. Bueno, parece que no me he perdido nada.

Ilusionado con la observación con oleada antes de dormir, dedico las siguientes horas a crear diferentes modelos posibles que lo expliquen.

Pasadas siete horas enfrascado en mis modelos de predicción, me extraña que el evento no haya vuelto a repetirse.

¿Por qué está tardando tanto? Pasa una hora más, y entonces el medidor sube repentinamente a 5.1 F. ¿Por qué ahora? ¿Qué tiene de especial este momento? Sigue subiendo hasta 7.6 F. Me pongo a anotar las condiciones mientras F baja en picado otra vez hasta 0.

Espero expectante la aparición de una nueva oleada. Veinte segundos después, cuando doy por sentado que dicha nueva oleada ya no se producirá, F sube repentinamente hasta 4.2 F, y luego baja en picado hasta 0. Lo anoto todo. Debo analizarlo.

************************************************************************************* 

Durante los días siguientes, hago cambios en mi entorno de todas las formas posibles para ver si alguno de ellos influye en el comportamiento de F. Permanezco de pie y permanezco tumbado. No hay diferencias significativas. Apago todos los aparatos eléctricos y los vuelvo a encender. No hay diferencias significativas. Pruebo a apagar el aparato medidor y a volver a encenderlo. Todo igual. Cambio los muebles de posición, saco el aparato al pasillo, pido una maquinilla para raparme al cero en todo mi cuerpo (no hay que subestimar la capacidad del pelo para preservar la energía electroestática), espero desnudo, espero haciendo ruido, pongo en marcha un humidificador. Nada de ello cambia nada.

Eso sí, con el paso de las horas y los días, F llega en cada nueva oleada hasta cotas más altas. En mi obsesión por esta búsqueda estéril, llega el día en que cada nueva oleada de F comienza a irritarme. Poco después, como si el fenómeno F quisiera burlarse de mí, F deja de bajar inmediatamente cada vez que se produce, sino que empieza a mantenerse durante varios minutos. Inicialmente, esta novedad me ilusiona. Durante los días siguientes, observo que a veces F se mantiene, pero otras veces baja inmediatamente a 0, como siempre ocurría antes. Entonces admito que tampoco soy capaz de entender por qué a veces F se mantiene y por qué a veces F baja a 0 inmediatamente tras cada aparición. La impotencia me hace sentir rabia, reconozco que las apariciones de F vuelven a irritarme. Finalmente, llega un momento en que toda aparición de F se mantiene durante un rato: inicialmente unos minutos, luego incluso horas.

Tres semanas después del inicio del experimento, alcanzo un punto en que F se mantiene siempre por encima de 0. Fluctúa, pero nunca baja hasta 0.

Estoy extraordinariamente nervioso, irritado y agotado. Me cuesta dormir y apenas como. No entiendo nada. Ese maldito fenómeno indescifrable está acabando conmigo. No lo soporto.

En una ocasión de extraordinaria rabia, cojo el aparato medidor y lo tiro al suelo con todas mis fuerzas. Sólo consigo que se abolle la carcasa. El soldado viene inmediatamente y me dice que no tolerará otra vez ese comportamiento. Se lleva el aparato para que sea reparado y me lo devuelve al cabo de tres horas.

No tengo fuerzas para volver a encenderlo, pero finalmente lo hago. Nada más encenderse, el monitor muestra 367 F. ¡Nuevo récord! Luego baja hasta 254 F. No sé por qué ha bajado. Luego sube a 453 F. Luego… luego qué más da. Nada tiene ningún sentido.

Finalmente se cumple un mes en este despacho. Durante todo este tiempo, apenas he salido de él.

El soldado me encuentra sin duchar y sin afeitar. Me tiembla el ojo cuando pestañeo.

Me agradece los servicios prestados y me pide que le acompañe hasta la salida.

En mi última mirada al aparato, veo que marca 835 F.

************************************************************************************* 

Los científicos repasaban ilusionados las grabaciones del “despacho”.

-Fijaos en que, cuando el tipo creía que las predicciones de sus funciones funcionaban, esperaba ilusionado hasta el momento predicho por ellas. Luego, cuando veía que no ocurría nada a esa hora, se desilusionaba y ¡ahí lo tenemos! ¡justo ahí! ¡incremento de F!

-Y como se empezó a acostumbrar a que F sucediera un poco después de su predicción, cada vez había que esperar más tiempo desde la hora de su predicción hasta que se desanimase otra vez, y entonces F subiera. Entonces se ilusionaba, lo que hacía que F bajase inmediatamente.

-¿Y por qué se frustró tanto después del tercer intento?

-Descubrió que sus funciones no convergían hacia nada. Entonces se desmoronó, y el incremento de F debido a su nueva frustración acabó con él: su cuarta predicción no se había cumplido ni de lejos. Su frustración volvió a crecer, esta vez desbocada.

-Ahí empezaron las oleadas: en cuanto se batía el récord de F, sentía una ilusión repentina por haber observado un valor récord, y F bajaba. Inmediatamente después se encontraba perplejo y abatido por no entender el por qué de ese altísimo valor que acababa de ver, y venía su segunda oleada de frustración, la nueva F.

-Espectacular.

-Veamos ahora una secuencia de algunos días después. Si repasamos con cuidado cualquier secuencia del mes entero, veremos que toda subida o bajada de F tuvo en realidad una explicación sencilla.

-¡Sí, veamos otra secuencia! –respondieron los demás, ilusionados.

Decididamente, poner a un científico testarudo a observar una medida de su propia frustración en un monitor y pedirle que averiguase qué fenómeno mostraba dicho monitor había sido la mejor forma de observar interesantísimos y variados patrones de frustración realimentada. No podía haber mejor forma de obtener una montaña rusa de ilusión y frustración que poner a un tipo a ilusionarse cuando su frustración aparecía en un monitor, y a frustrarse cuando su frustración desaparecía del monitor durante mucho tiempo.

-¿Cómo te atreviste a llamarlo F por “frustración”? ¿No era muy obvio?

-Para él era F de “fenómeno”. ¿Por qué iba a sospechar?

Los datos obtenidos en aquel experimento serían analizados durante años.

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El imperio del valle

Ciertamente, muchos grandes imperios han caído en manos de otros grandes imperios. No obstante, el primer paso para que un gran imperio caiga consiste en que se destruya a sí mismo.

 

Yo, Rey del Vupakián, país del centro del valle, me encuentro preparado para alcanzar la gloria.

Hace algunos años, nuestros herreros descubrieron la manera de malear con maestría el mineral del hierro, presente en nuestras tierras. Entonces descubrieron la valía de dicho material para forjar espadas, pues no se rompen al mínimo golpe, como ocurre con las de oro.

Poco después, nuestros criadores de caballos inventaron un mecanismo que libera los brazos de nuestros jinetes mientras cabalgan, lo que les permite agarrar con ambos brazos palos largos con los que pueden embestir al enemigo con el empuje del caballo en la carrera, en lugar de con la fuerza mucho menor de un brazo al agitarse de arriba abajo con una espada.

Durante los últimos tres años, he creado un magnífico ejército de cien mil espaderos y cincuenta mil jinetes con los que unificaré todos los reinos del valle.

Lidero este formidable ejército hacia Fupakián, el país del sur del valle, el país de las llanuras que se negó a pagar tributo de trigo cuando mis emisarios lo exigieron tres meses atrás.

Durante dos meses, mis jinetes aniquilan a su ejército armado con hachas y hondas. En un mes más, mis espaderos toman su capital y anexionan Fupakián a nuestro imperio, cuyo rey me rinde pleitesía aportando miles de hombres para nuestro ejército.

Al contemplar nuestra gloriosa victoria sin apenas bajas, regresamos a Vupakián para aprovisionarnos y proseguimos hacia el norte, hacia Tikpakián, el país del norte del valle, cuyo duque de las estepas también se negó a pagarnos tributo, en este caso en oro. Nuestro ejército aniquila a sus lanceros con escudos de madera, y el duque rinde la ciudad. La hija del duque es obligada a casarse con mi sobrino, a favor del cual el duque es también obligado a abdicar. Otros miles de hombres del ducado son reclutados para nuestro ejército, que ya es el más grande jamás visto.

Entonces divido al ejército en dos partes y ordeno a mi más leal general, el general Tork, que ponga rumbo al Oeste para tomar los reinos que allí se encuentran empezando por Rupakián, el país de los ríos. Le ordeno que obligue a cada país conquistado a nutrir nuestro ejército con nuevos hombres y que, si las victorias le siguen acompañando, siga avanzando hacia el legendario final occidental del valle, las Montañas Impenetrables.

Entonces yo mismo parto hacia el Este y, con nuestro descomunal ejército, tomamos Kopakían, el país del desierto. Luego pongo algunas divisiones menores a cargo de dos generales para que tomen el país de las ciénagas y el país de los prados, mientras yo sigo hacia el Este para tomar Zapakián, el país de las colinas. Allí, los tres volvemos a reunir nuestro ejército, que ya está más poblado de lo que era Vupakián antes de que empezásemos esta gloriosa campaña. Debido a la negativa del rey vencido de Zapakián a rendirme pleitesía, lo mando ejecutar, y ordeno quemar su capital. Todos los hombres de las demás ciudades del reino son reclutados para nuestro ejército, una descomunal amalgama de razas y lenguas con la que seguimos avanzando hacia el Este.

Nos adentramos entonces en las tierras más orientales del valle, tierras que ningún vupakiano ha pisado jamás, de las que sólo hemos oído hablar por las historias de los mercaderes, tierras pobladas por hombres que usan lenguas incomprensibles y bestias de aspectos extraños. Somos atacados con diversas armas, incluyendo hombres montados en grandes bestias con una nariz y colmillos enormes, pero lentos y torpes ante nuestros jinetes. Nuestras victorias continúan. Tomamos un reino, un principado y un ducado de los que jamás habíamos oído hablar.

Llega el momento en que me encuentro falto de vupakianos competentes y de confianza a los que poner al mando de los gobiernos de los países conquistados, ya que muchos de mis mandos más leales ya han quedado asignados como virreyes, duques, barones o cónsules de los países conquistados. Entonces comienzo a escoger mis delegados entre algunos de nuestros combatientes más valerosos y leales procedentes de los países conquistados anteriormente, hombres que, desde que empezó nuestra campaña, me han mostrado su admiración por nuestra cultura, que de hecho han abrazado. Esta política mejora la moral de nuestro ejército, entre el que cunde el mensaje de que cualquier soldado leal puede ascender hasta incluso ser nombrado gobernador de un país, independientemente de su origen. Mis combatientes lucen orgullosos las banderas de sus respectivos países en la batalla, lo que les motiva en su contribución a nuestro naciente Imperio.

Diez países después, finalmente alcanzamos la Cordillera Indómita, las gigantescas montañas que delimitan la frontera Este del Gran Valle.

Han pasado ya quince años desde que dejáramos nuestra amada tierra de Vupakián, y he de reconocer que la tentación de regresar a casa es grande. Pocos somos los que de hecho llevamos quince años de campaña, pues hace ya tiempo que la mayoría de nuestro ejército está formado por hombres que fueron reclutados en los países conquistados durante todos estos años de guerra. No obstante, el cansancio por esta larga guerra sin fin se nota entre nuestras filas. Podría disolver el ejército. Podría licenciar a los soldados y asignar a cada uno alguna tierra de cultivo en alguno de los países conquistados.

No obstante, las leyendas que oímos en las aldeas a la falda de las primeras montañas de la Cordillera Indómita me inquietan. Son leyendas que hablan de un país de formidable tecnología y poderoso ejército al otro lado de la cordillera, de un país con una fuerza tal que podría aplastar todo el valle si cruzase las montañas hacia el Oeste, hacia nosotros. Entonces me doy cuenta de que no es el momento para abandonar la frontera Este del valle. Al contrario, es el momento de aprovisionarnos y reclutar más hombres. Mando mensajeros a los reinos conquistados más cercanos para que nos manden más hombres. Reduzco los requisitos mínimos para que los hombres sean reclutados, necesitamos ser más como sea.

Entonces, cuando ya una quinta parte de los seres humanos a este lado del valle me acompañan en nuestro descomunal ejército, comenzamos a avanzar hacia el Este a través de los estrechos caminos de la Cordillera Indómita.

Tras tres meses de frío y escasez, por fin alcanzamos el extremo Este de la cordillera. Ante nosotros se muestra una extensísima pradera. Nuestros exploradores reconocen el terreno y nos informan de que los hombres de la zona son de una extraña raza y hablan una extraña lengua. Entonces iniciamos nuestra invasión.

La sorpresa nos permite tomar dichas tierras con facilidad. Sin embargo, el enemigo reacciona agrupando su ejército, que sale a nuestro encuentro.

Observamos que su ejército cuenta con una tecnología al menos igual a la nuestra, y que también son comparables a nosotros en número. Se prepara la madre de todas las batallas.

Ambos ejércitos luchamos sin descanso durante más de un año, sufriendo gigantescas bajas. Envío emisarios al otro lado de la cordillera para que nos manden refuerzos. Poco a poco llegan más refuerzos, pero esta lucha es una carnicería.

Tras dos años de enfrentamientos, las bajas son terribles. Es posible que ambos ejércitos hayamos perdido ya a más de tres cuartas partes de nuestros hombres. Debo buscar una tregua. Envío a mis emisarios para que organicen un encuentro con el gobernante de estas indómitas tierras.

Una semana después, ambos líderes nos encontramos en una tienda de campaña acompañados de nuestra guardia real y nuestro séquito.

Mi sorpresa es descomunal cuando descubro que el líder del ejército enemigo es Tork, mi leal general al que ordené hace casi veinte años tomar todos los reinos al Oeste de Vupakián. Él también muestra una sorpresa enorme.

Y así fue que los hombres de todo nuestro mundo, los hombres del Valle, conocimos por primera vez que nuestro mundo es redondo, y que viajando más allá del Este del Valle podía llegarse al Oeste del Valle y viceversa, cruzando lo que al Este era llamado Cordillera Indómita y al Oeste eran llamadas Montañas Impenetrables.

Tork y yo decidimos mantener dicho hecho en secreto en previsión de que, al descubrirlo, el Valle entero quisiera nuestras cabezas por haber conducido a todo el valle a una cruentísima (y absurdísima) guerra contra sí mismo.

Ambos acordamos que la mejor forma de preservar por más tiempo dicho secreto consistiría, de hecho, en seguir luchando.

Desde entonces, la guerra continúa.

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Entre sueños

17 de abril

Me despierto en mi habitación de la base. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando me doy cuenta de que hoy es la misión.

Desayuno rápidamente. Después me presento ante el capitán.

Monto en el avión y despegamos. Apenas una hora después, salto en paracaídas. Ahora estoy en territorio enemigo.

Escondido entre la arboleda, cambio mi vestimenta por la de un civil y me dirijo hacia la casa de verano del general Pok. A unos cincuenta metros de la puerta de su casa, abro una alcantarilla y me arrastro por las cloacas.

Mientras me desplazo entre aguas fecales, me topo con un imprevisto. Según los planos, aquí debería haber un pasillo, pero hay un muro. Maldita sea, esto no debería estar aquí.

Vuelvo a mirar el mapa y deduzco que las distancias indicadas deben ser incorrectas. En cualquier caso, saco el cortador láser y comienzo a perforar el techo sobre el lugar en que me encuentro.

Me adentro por el agujero recién creado. Ahora estoy dentro de la residencia de verano de Pok. Pero no estoy en la estancia en la que debería. No es lo previsto. Mi error ha hecho que se dispare la alarma de la casa.

Corro de una estancia a otra, y finalmente llego al despacho privado de Pok. Coloco la masa corrosiva en la puerta caja fuerte. La puerta se derrite en contacto con la masa corrosiva. Cojo los documentos que se encuentran dentro de la caja y regreso al agujero mientras sigue sonando la alarma. Salgo a la calle.

Me reúno con mi contacto en su casa y le informo de que han surgido complicaciones, aunque tengo los documentos. Cenamos.

Repaso en mi mente los fallos que he cometido.

Me voy a dormir.

17 de abril

Me despierto en mi habitación de la base. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando me doy cuenta de que hoy es la misión.

Desayuno rápidamente. Después me presento ante el capitán.

Monto en el avión y despegamos. Apenas una hora después, salto en paracaídas. Ahora estoy en territorio enemigo.

Poco después, mientras recorro las cloacas que pasan por debajo de la residencia de verano del general Pok, me percato. Mis planos son antiguos, el sistema de unidades era otro. Transformo de cabeza las unidades y sigo adelante. Doy las gracias mentalmente a mi implante del sueño por haber creado esta noche una situación de entrenamiento provechosa para mí. Llego al lugar correcto del subsuelo y perforo el techo con mi cortador láser.

Me adentro por el agujero recién creado. Ahora sí, estoy en el despacho privado de Pok. Todo está en silencio, no se ha activado la alarma. Derrito la caja fuerte, cojo los documentos y regreso al agujero del suelo.

Me reúno con mi contacto en su casa y le informo de que todo ha salido bien, no he sido detectado. Me felicita. Cenamos.

Me voy a dormir.

18 de abril

Despierto en casa de mi contacto. Veinte minutos después, me encuentro en la calle. Entro en el coche.

Conduzco durante una hora hasta llegar al pueblo en el que está el cuartel. Tras aparcar, me acerco andando al perímetro de la base militar. Contabilizo los hombres que se ubican en las torres de vigilancia. Entonces veo que algo va mal. Hay demasiada gente vigilando. El cuartel no está en nivel de vigilancia 2 como cabría esperar, sino que se encuentra en nivel 1. Deben haberse enterado de algo. Esto pone las cosas mucho más difíciles.

Pero la operación no puede esperar, maldita sea. Es muy probable que Pok vuelva a su casa de verano mañana viernes para pasar el fin de semana. Entonces descubrirá el robo y esos documentos no valdrán nada. Nos costó mucho averiguar que Pok guardaba esas copias en su casa de verano. Debe hacerse hoy.

Voy al puerto del pueblo y subo a la lancha rápida que me ha preparado mi contacto. Detengo la lancha a cien metros de la zona de seguridad, me pongo el traje de buzo y me sumerjo.

Las minas están ubicadas en las posiciones esperadas, las esquivo tal y como entrené. Alcanzo la playa del cuartel y corro hacia los árboles cercanos.

Suena la sirena. Me han visto. Maldita sea, era el punto más seguro para entrar, pero no contaba con que estarían hoy en nivel de seguridad 1. Hay demasiados hombres vigilando.

Corro de vuelta a la playa, me pisan los talones. Disparan varias veces. Me sumerjo. Buceo hacia la lancha. Entonces me doy cuenta de que sería mala idea regresar a la lancha y seguir en superficie, a la vista de mis perseguidores. Debo seguir buceando. Sólo llevo una bombona de oxígeno, no sé si lo lograré.

Finalmente, exhausto y casi sin oxígeno en la bombona, llego al puerto del pueblo. Está lleno de soldados. Salgo del agua para subirme a una barca de un pescador. Me oculto bajo unas redes de pesca y me quito el traje de buzo. Regreso a la casa del contacto.

Le explico que he fracasado. Me mira con consternación.

Me voy a dormir.

18 de abril

Despierto en casa de mi contacto. Veinte minutos después, me encuentro en la calle. Entro en el coche.

Conduzco durante una hora hasta llegar al pueblo en el que está el cuartel. Tras aparcar, me acerco andando al perímetro de la base militar. Contabilizo los hombres que se ubican en las torres de vigilancia. Veo que el número de soldados de vigilancia es el habitual, están en nivel de seguridad 2. Bueno, mi implante del sueño quiso ponerme esta noche en el caso peor, pero parece que finalmente no será tan complicado.

Voy al puerto y subo a la lancha rápida de mi contacto. Recuerdo la escasez de oxígeno que padecí en mi sueño y cargo una segunda bombona de oxígeno. Detengo la lancha a cien metros de la zona de seguridad, me pongo el traje de buzo y me sumerjo.

Esquivando las minas llego a la playa, y entonces me adentro en el bosque. Aparentemente nadie me ha visto esta vez, no suena la sirena.

Cambio mi ropa por la que guardo en mi mochila, un uniforme de soldado enemigo. Siguiendo la ruta que planeé con ayuda de los documentos que robé en la residencia de Pok, me adentro en el subsuelo de la base a través de la sala de calderas. Entonces me arrastro por varios conductos de ventilación hasta que llego al almacén de las lanzaderas.

En este almacén se guardan las lanzaderas de misiles del enemigo, aunque no están los misiles propiamente dichos. Los misiles no están en este cuartel, sino en silos de misiles. No conocemos exactamente dónde están dichos silos, pero sabemos que todos se encuentran dentro del propio territorio del enemigo. El enemigo distribuirá dentro de una semana estas lanzaderas entre dichos silos, incluyendo los nucleares, para que sustituyan a las antiguas lanzaderas.

Tardo veinte minutos en acoplar los chips que llevo en mi mochila en el hardware de cada una de las lanzaderas.

Entonces regreso por donde he venido.

Llego a la playa y, vestido de nuevo de buzo, me zambullo. Dado que llevo una bombona de más, decido volver buceando todo el camino. Será más seguro que volver a la lancha.

Llego al puerto y regreso a la casa de mi contacto.

Le explico que la misión ha sido un éxito. Me felicita.

Me voy a dormir.

19 de abril

Vuelvo a despertar en casa de mi contacto.

Ahora que los chips están acoplados en el hardware de todas las lanzaderas de la base, dichos chips modificarán el ángulo de tiro que ordenen los operadores balísticos del enemigo a sus lanzaderas. Dicho cambio de ángulo hará que cualquier misil lanzado desde cualquier punto del territorio enemigo hacia las ciudades de mi país caiga entre quinientos y mil kilómetros más cerca de lo previsto, en todos los casos en el  mar. Los chips no están activados todavía, pues sabemos que el enemigo tiene previsto hacer lanzamientos de prueba dentro de dos semanas para comprobar la precisión de las nuevas lanzaderas. Por eso, los chips tienen un temporizador que los activará automáticamente dentro de un mes exactamente.

Indico a mi contacto que debo informar al cuartel general y subo a la bohardilla, donde se esconde la radio. Uso la radio para comunicarme con los mandos. Siguiendo los mensajes en clave acordados, indico que la misión ha sido un éxito.

Dentro de un mes y un día, mi país iniciará un ataque sorpresa sobre el enemigo. El enemigo tratará de responder con un ataque nuclear sobre mi país, pero dicho ataque fallará. Entonces no tendrán más remedio que rendirse.

Me despido de mi contacto y cojo un tren hacia la frontera.

En la frontera, el soldado de la aduana se fija durante unos segundos en la foto de mi pasaporte falso. En la actualidad tengo barba, pero en la foto aparezco afeitado. Esta diferencia es suficiente para que el soldado se pare durante un par de segundos más de lo normal en mirar la foto. Trato de mantener la compostura.

Finalmente me devuelve el pasaporte y me permite cruzar la frontera. Respiro aliviado.

Ya al otro lado de la frontera, pienso que esto no puede volver a suceder. Me quedan muchas aduanas por cruzar hasta llegar a casa.

Entro en un bar del pueblo fronterizo y pido una bebida. Inmediatamente después me dirijo al servicio y me afeito.

19 de abril

Vuelvo a despertar en casa de mi contacto.

Indico a mi contacto que debo informar al cuartel general y subo a la bohardilla, donde se esconde la radio. Uso la radio para comunicarme con los mandos. Siguiendo los mensajes en clave acordados, indico que la misión ha sido un éxito.

Recordando el sueño que me indujo anoche mi implante del sueño, me afeito. Entonces salgo de la casa de mi contacto y cojo el tren que va hacia la frontera.

Llego a la frontera. El soldado de la aduana mira muy rápidamente mi pasaporte y me da vía libre.

Respiro aliviado.

Cojo un nuevo tren hacia la siguiente frontera.

Mientras mi tren recorre los países que me separan del puerto en que cogeré un barco hacia mi patria, repaso mi aventura mentalmente.

Es evidente que el implante del sueño que tengo dentro de mi cerebro me ha dado una ventaja en mi misión. A todos los soldados de operaciones especiales de mi país se nos implanta.

Les explicaré cómo funciona. Los sueños de cualquier persona normal manifiestan de una manera libre aquellas cosas que obsesionan al individuo, aquellas cosas que le preocupan o le parecen importantes. Esto permite que la mente de cualquier persona entrene durante el sueño lo que dicha persona tendría que hacer en situaciones importantes, y así esté preparado para reaccionar ante una situación similar en la vida real.

Pues bien, nuestro implante del sueño guía esos pensamientos que se originan naturalmente a partir de lo que parece relevante al individuo. En lugar que permitir que en el sueño se mezclen elementos relevantes de manera inconsistente, como ocurre en cualquier sueño normal, el implante provoca que el sueño sea realista conforme a los conocimientos del individuo, introduciendo una dosis mayor de consciencia en la fabricación del sueño. Mientras el implante del sueño está activo, el sueño es menos libre, es menos reparador, permite menos aprender en un sentido amplio. Pero, a cambio, somete al individuo a situaciones relevantes con mucha más precisión que un sueño normal. Se siguen introduciendo factores imaginarios, pero sólo de manera factible, sólo de maneras que el individuo piense que podrían realmente suceder. Esto mejora el entrenamiento del soldado y le prepara ante situaciones que la parte consciente de su mente no habría sido capaz de imaginar ella sola.

Estoy deseando llegar a casa y desactivar por fin mi implante del sueño. Creo que me he ganado el derecho a dormir por fin de manera normal.

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Un mes y un día después a aquello, me di cuenta de que no había entendido bien lo que ocurrió durante aquellos tres días de mi misión.

Hasta entonces había dado por sentado que, durante esos tres días, mi mente soñó cada noche con las tareas que me esperaban al día siguiente, pues esas eran las cosas que deberían haberme obsesionado de manera natural.

No me di cuenta de que lo que verdaderamente obsesionaba mi mente y fundamentaba mis sueños era el intento de reparar en sueños mis errores del día anterior que acababa de terminar.

Este descubrimiento cambió radicalmente mi interpretación de esos tres días.

Maldita sea, sólo conseguí darme cuenta cuando oí por la radio que la capital de mi país había sido borrada del mapa por un misil nuclear.

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De nuevo cumpliendo órdenes

El grupo permanecía agazapado ante el paso de los guardianes. En cuanto los guardianes pasaran de largo, solo dispondrían de diez segundos para cruzar al otro lado del pasillo.

Hernández dio la señal. Los cuatro corrieron agachados, tratando de no hacer ruido.

Al alcanzar el otro extremo, Quintanilla sacó las piezas del fusil de asalto de su maleta y se dispuso a montarlas a toda velocidad con ayuda de Hernández. Los guardianes volverían en siete minutos, y entonces tendrían que haber desaparecido de allí. Solo podrían usar la ventana que tenían sobre sus cuerpos agazapados como ubicación de disparo durante los siguientes cinco o seis minutos.

Montado ya el rifle, Poveda lo agarró, se puso de pie, ajustó los enganches del rifle a la pared y sacó la mirilla por la ventana. Todavía agazapado, Campillo observaba por una pequeña pantalla una ampliación de punto de disparo del rifle. Sería Campillo quien daría las coordenadas de disparo a Poveda en cuanto apareciera el objetivo.

De acuerdo con las órdenes de la célula, Campillo esperaba ver aparecer al general Guruk, objetivo de la misión. Cuando le viera aparecer, Campillo indicaría a Poveda las coordenadas exactas del blanco, para que éste las marcase en el rifle de precisión y disparase. Entonces tendrían trece minutos para salir de allí.

-¡20.53 y 54.26! ¡Ahora! –susurró Campillo.

Poveda se apresuró a marcar las coordenadas y disparó.

-¿Objetivo cumplido? –preguntó Poveda a Campillo mientras desmontaba rápidamente el rifle. Campillo se afanaba en mirar el monitor.

-Sí, hemos acabado con un coronel.

-¿¿Un coronel?? ¡Ese no era nuestro objetivo! ¡Hemos perdido la oportunidad de acabar con Guruk, tenemos que salir pitando!

-Página 234 del manual, sección 7: “todo soldado tendrá la obligación de eliminar a cualquier oficial enemigo que se le ponga a tiro en unas condiciones de disparo favorables que permitan la huída”. Hemos cumplido el manual.

Incrédulo, Hernández miró a Campillo.

-¿Qué gilipolleces estás diciendo? ¡Estamos en una misión especial! ¡No podemos cambiar de objetivo porque sí! ¡Y mucho menos podemos mandarlo todo a la mierda por lograr una presa mucho menor que nuestro objetivo! ¿Estás loco?

Agazapados, los cuatro cruzaron de vuelta el pasillo.

-El manual se aplica también a los miembros de operaciones especiales.

-¿Dónde dice eso?

-¿Dónde no lo dice? Somos soldados igual que el resto, así que el manual se nos aplica también a nosotros.

-¿Eres idiota? ¿Sabes que no volveremos a tener esta oportunidad?

-El manual…

-¡Cállate, imbécil! –dijo Poveda.

Los cuatro corrían.

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Tras el fracaso de la misión (y la consecución de un objetivo menor e inesperado), el Mando no logró encontrar un motivo firme para castigar a Campillo. Sus argumentos eran correctos: el manual era aplicable también a ellos. No había ninguna otra norma superior que dijera lo contrario. Campillo había seguido estrictamente el reglamento.

No era la primera vez que las interpretaciones cuadriculadas de Campillo suponían un quebradero de cabeza para el Mando. Por tercera vez desde que Campillo entrase en la unidad, tendrían que volver a redactar varios párrafos del reglamento para evitar cualquier duda. Sin embargo, las veces anteriores los cambios se debieron a quejas del propio Campillo debidas a la ambigüedad del reglamento, no al fracaso de una misión, como en este caso.

Campillo, el famoso oficinista pequeño, calvo, enjuto y con bigote que fuera elegido hacía más de dos décadas por el gobierno para viajar a Alfa Centauri debido a su proverbial respeto a las órdenes y a las rutinas (una historia que ya fue contada en otra ocasión), se reconvirtió a su regreso a la Tierra en resistente cuando el nuevo gobierno teocrático del líder Amor Supremo se negó a pagarle lo acordado por su viaje a Alfa Centauri. Las conversaciones entre Campillo y el representante del gobierno fueron más o menos así:

-Pagadme lo acordado.

-No.

-Pagadme lo acordado.

-No.

Setenta y seis encuentros similares después entre ambos (que el representante del gobierno trató de evitar por todos los medios posibles, incluso cambiándose de domicilio), el siguiente y último encuentro fue así:

-Pagadme lo acordado.

-No.

-Pagadme lo acordado.

-No.

-No reconozco a este gobierno.

Aunque nadie lo supiera, Campillo actuaba estrictamente conforme a la legalidad al realizar dicha afirmación. Existía cierta ley, vigente aunque utilizada pocas veces (pues existían otras leyes más específicas que regulaban los casos concretos más habituales) que afirmaba lo siguiente: “cualquiera podrá considerar anuladas cualesquiera deudas y obligaciones que tuviera con otra entidad que reiterada y conscientemente se negase a cumplir sus respectivas deudas y obligaciones con el primero”. Por supuesto, dicha ley nunca se hizo pensando que “entidad” pudiera significar “gobierno” o “Estado”. No obstante, otra ley de un siglo atrás, que nunca fue derogada pero que era conocida por Campillo, especificaba, en referencia a las calidades de la carne de vacuno, que “estas especificaciones se aplicarán a cualquier entidad (esto es, particulares, empresas, alcaldías, y el gobierno)”, texto que de hecho constituía la única referencia existente a la palabra “entidad” dentro de la ley, lo que le permitía ser definitoria de dicha palabra, conforme a cierta tercera ley. Así que la emancipación de Campillo hacia el gobierno era, curiosamente, conforme a las normas legales, lo que era muy importante para él.

Al ingresar en la resistencia clandestina, Campillo cumplió su periodo de instrucción con una disciplina nunca vista antes. De esta forma, el antiguo oficinista rutinario se convirtió en un eficiente soldado. Sin embargo, pronto Campillo se convirtió en un quebradero de cabeza para sus mandos, precisamente por sus peculiares virtudes de obediencia y respeto incondicional a las órdenes y las normas, que en ocasiones le llevaban a actuar contra el sentido común.

Debido al fracaso de la reciente misión, el general Guruk, mano derecha de Amor Supremo, seguía vivo.

Amor Supremo era el líder absoluto de la República Teocrática de la Compasión. Según sus discursos televisados todos los días, sus súbditos irían al cielo si cumplían sus prefectos. Él mismo tenía ya garantizado su lugar en el cielo cuando muriera debido a su gloriosa virtud. No obstante, él permanecía en el mundo, sufriendo sus imperfecciones, para guiar al pueblo que tanto necesitaba de su infinita bondad. De hecho, el pueblo debía sentirse culpable pues, al necesitar el liderazgo de Amor Supremo, retrasaba el momento en que éste pudiera ascender a los cielos. Pero, debido a su infinita bondad, él no podía desentenderse de sus amados y necesitados súbditos. Así que Amor Supremo se sacrificaba todos los días permaneciendo en este mundo.

Más allá de este extravagante discurso gubernamental, Amor Supremo basaba su posición en un don muy particular y muy cierto. Contaba con un extraño poder de control mental que le permitía desatar, en todos los que le rodeaban en un radio de varios cientos de metros, un inmediato amor hacia él. Esto garantizaba que los cercanos a él siempre le fueran leales.

Para el Mando de la resistencia clandestina, era imposible planear una misión para matar a Amor Supremo desde cerca. Simplemente, el encargado de hacerlo quedaría prendado ante su poder y, en lugar de matarlo, acabaría postrado a sus pies. Ya había ocurrido antes. Ponerle una bomba o lanzarle un misil resultaba también complicado, pues para eso hacía falta saber dónde estaba en cada momento, y para eso hacía falta información. Pero era casi imposible conseguir información entre un séquito en el que todos amaban a su líder. Cualquier espía infiltrado acababa amando al espiado y confesándolo todo. No en vano, algunos de los hombres de confianza de Amor Supremo eran antiguos espías de la resistencia que habían cambiado de bando al estar en su presencia y quedar prendados de su infinita bondad.

Por eso, la resistencia había centrado sus objetivos en intentar matar a los subalternos de Amor Supremo, los cuales eran seres humanos normales y corrientes, sin el poder de manipulación mental de su jefe. Amor Supremo contaba con su magnífico poder de manipulación mental, pero no era un gran estratega, así que podría llegar a desorientarse si perdía a las cabezas pensantes de su confianza. Por eso era importante matar a Guruk.

Pero Campillo lo había fastidiado.

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El segundo intento de acabar con Guruk tuvo que ser mucho más elaborado. La célula compró un piso en el barrio por el que el coche blindado de Guruk tenía que circular todos los días en su trayecto al trabajo. En previsión de que dicho piso franco tuviera que ser utilizado en otras futuras misiones en el área, dada su cercanía al palacio del líder, el grupo lo utilizó también para almacenar un enorme arsenal de explosivos, suficiente para llevar a cabo otras diez o doce misiones en el área.

El trayecto de Guruk cambiaba ligeramente todos los días, pero el grupo observó que determinados trayectos eran más frecuentes. Así que cierto día Poveda se colocó en lo alto de una azotea con un lanzacohetes, esperando que Guruk pasase por un cruce cercano como solía recorrer casi siempre. Hernández esperaba con el coche en marcha junto a la entrada del edificio al que se había encaramado Poveda. Quintanilla observaba la entrada de la calle, y Campillo coordinaba a todos desde el piso franco.

Para que no cupieran dudas con Campillo, esta vez las órdenes del Mando habían sido cristalinas: había que matar al general en cualquier circunstancia en que la vida de los integrantes del grupo no corriera peligro.

Quintanilla abrió la comunicación para anunciar a los demás que el coche estaba girando y que no entraría en la calle prevista.

-Abortamos misión, se sale del recorrido que esperábamos –dijo.

-¿Hacia qué calle se dirige? –preguntó Campillo.

-Os va a hacer gracia… va pasar por la calle en la que está el piso franco. De hecho, va a pasar a unos metros de él.

-Entonces no abortamos la misión –dijo Campillo.

-¿Qué dices? Campillo, ¿qué coño pretendes?

-Matar a Guruk es la única prioridad de la misión.

-¡Pero puede hacerse otro día! ¡Campillo, no improvises! ¿Qué coño vas a hacer?

Cuando faltaban diez segundos para que el coche pasase justo frente al piso franco, Campillo abrió una granada, la dejó en el suelo del piso y saltó por una ventana que daba a la calle contraria por la que iba a pasar Guruk.

Cuando el coche de Guruk pasaba junto al coche franco, la granada explotó, provocando a su vez la explosión del enorme arsenal explosivo que había dentro del piso, que era suficiente para volar un rascacielos. Literalmente, aquel pequeño edificio de dos plantas voló entero por los aires, llevándose por delante el coche de Guruk, y también cualquier otra cosa que había a menos de veinte metros.

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Esta particular forma de cumplir la misión también enfureció al Mando. La célula había perdido todo el material explosivo necesario para cumplir otra decena de misiones, por no hablar del dinero gastado en comprar aquel piso. Provocar la huída improvisada de todo grupo ante semejante ataque imprevisto tampoco entusiasmó al Mando.

Y sin embargo, de nuevo, Campillo había cumplido estrictamente las órdenes. Se había ceñido a los objetivos y las normas, y los había cumplido literalmente. El Mando no podía reprenderle, por mucho que quisiera, por su falta de sentido común, pues no podía permitirse castigar el cumplimiento de las órdenes en detrimento del sentido común. La frontera entre desobedecer las órdenes por sentido común (cosa que Campillo, en realidad, no había hecho nunca) y el más absoluto caos era muy pequeña cuando se llevaban a cabo el tipo de operaciones críticas que realizaba el Mando. No podían reprender a Campillo.

Un mes después de aquello, el Mando pudo asignar nuevos explosivos a la célula (comprados con urgencia a precio de oro), y se ordenó al grupo volar un repetidor de televisión ubicado en lo alto de una colina. Sería una acción de sabotaje contra la propaganda del régimen. Esta vez sería Campillo quien pondría los explosivos, mientras Quintanilla esperaría con el coche en marcha en la carretera al ras de la colina para emprender la huída.

Campillo se afanó en colocar los explosivos, y entonces corrió colina abajo para unirse a Quintanilla. Mientras corría, oyó la explosión que destruyó la torre de televisión.

No obstante, cuando Campillo llegó a la carretera, no había ni rastro del coche que debía sacarle de allí. ¿Qué ocurría?

Campillo corrió por la carretera en busca de su compañero, pero no le encontró.

Al cabo de diez minutos, oyó a los soldados del régimen acercarse al lugar. Desesperado, Campillo corrió bosque a través.

Campillo fue capturado media hora después, cuando trataba de encontrar un vado para cruzar un río.

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Amor Supremo descubrió pronto que la perfecta observancia de las reglas de Campillo era una cualidad que le fascinaba. Tras someterle a su control mental e inducirle un amor para con su nuevo amo tan intenso que dolía, decidió convertirle en uno de sus guardianes personales. Sería maravilloso tener cerca a un siervo tan diligente en sus tareas.

Campillo, controlado mentalmente por Amor Supremo, se limitó a cumplir fielmente todo lo que se le ordenaba, siempre de manera eficiente y rigurosa, conforme a su habitual carácter. Ayudaba a Amor Supremo a vestirse por las mañanas, le servía el desayuno, y también era su chófer personal. Todos los días le llevaba a los cercanos estudios de televisión para que diera uno de sus amorosos y teológicos discursos interminables:

-¡Compatriotas! ¡No hacéis más que hacerme sentir dolor en este mundo imperfecto! ¿Por qué sois así? ¿Por qué no vais por el camino recto, como yo? ¿No deseáis tener el cielo garantizado, como yo? ¿No deseáis ir, al morir, al lugar de la perfecta armonía y felicidad? Ése es el lugar al que podrán ir todos los ciudadanos leales que cumplan la ley y paguen sus tributos.

Durante los trayectos en coche, Campillo preguntaba a su amado líder.

-Oh, líder. ¿Sufrís?

-Sí, querido Campillo. Sufro.

-¿Qué puedo hacer para que seáis más feliz?

-No se me ocurre nada más que puedas hacer, mi leal Campillo. Sé que siempre harás lo que necesite para ser feliz, como es tu mandato. No te atormentes más, mi querido Campillo.

Día tras día, Campillo seguía con devoción los discursos televisados de su líder.

-El cielo es un lugar maravilloso, compatriotas. Es el lugar de la perfecta felicidad, en el que mi santidad me ha garantizado mi entrada. ¡Debéis aspirar a obtener vuestra entrada, como yo! ¡Garantizaos una nueva vida de perfecta felicidad tras vuestra muerte!

En su regreso desde el estudio de televisión, Amor Supremo mencionó a Campillo un dolor de muelas que venía aquejándole desde hacía unos días.

Al llegar al palacio, Campillo no podía evitar sentir un intenso dolor ante el dolor de su amado líder. Al llegar a sus aposentos, Campillo preguntó a su líder:

-¿Sufrís mucho?

-Sí, Campillo. Sufro.

Entonces Campillo sacó su arma reglamentaria y apuntó a la cabeza a Amor Supremo, que le miró aterrado.

-Esto es un acto de amor, mi amado líder –dijo Campillo mientras apuntaba-. Sed libre, amado líder. Id al cielo que tenéis garantizado. Sed feliz. Mi condena por este acto de amor no me preocupa. Ni siquiera me preocupa perder el cielo. Sólo deseo ser fiel a mi mandato y hacer todo lo necesario para que seáis feliz, amado líder.

Entonces Campillo disparó, descargando una bala tras otra sobre la cabeza de su líder hasta vaciar el cargador.

Al morir Amor Supremo, Campillo despertó de un largo letargo. Por un instante se preguntó qué hacía allí. Entonces recordó que había amado a aquel tipo que estaba muerto en el suelo y rodeado de un charco de sangre. Le había amado con locura. Pero ahora no sentía nada.

Campillo salió de los aposentos del líder y se encontró con otros guardias, que se mostraban tan aturdidos como él. Todos parecían más interesados en su repentina liberación mental, en aquel repentino despertar de un largo sueño, que en descubrir qué habían sido aquellos disparos que habían oído hacía unos segundos.

Campillo sólo sabía que quería irse a su casa.

Todo el personal del palacio estaba despertando también de su letargo. Muchos salían en masa del palacio. Por la ciudad corrió la voz de que la guardia del palacio estaba abandonando sus puestos. Eso sólo podía significar una cosa.

Cuando Campillo alcanzó la salida del palacio, un coche estaba esperándole. En él estaban Quintanilla, Hernández y Poveda.

-Sube, Campillo.

Todavía aturdido y sin pensarlo demasiado, Campillo se subió al coche.

Tras un rato circulando, fue Poveda el que finalmente habló.

-Teníamos que hacerlo, Campillo. Era el plan perfecto.

-No había más que oír esos discursos –intervino Hernández-. Cualquiera que te conociera sabía que acabarías haciéndolo. Era la consecuencia obvia de sus normas.

-Así es –dijo Poveda-. Tuvimos que hacerlo. Era el plan perfecto.

Ensimismado, Campillo observaba las calles de la ciudad desde su asiento.

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La opción B

Como tantas veces, dudas. Como tantas veces, te ayudaré a escoger el camino correcto.

Hoy las cámaras 5 y 6 me han mostrado que has tenido un mal día en el trabajo. Tu jefe ha vuelto a abroncarte por estar medio dormida. Has tirado tres platos al suelo, y varias mesas se han quejado por lo que tardabas en atenderles. Nadie dijo que estudiar y trabajar a la vez fuera fácil.

Ayer por la noche, la opción B tenía un 36% de probabilidad, y la opción A un 64%. Pero, tras la nefasta jornada de hoy, los nuevos cálculos muestran un 27% y un 73% respectivamente.

No podemos permitirnos otro tropiezo. Nos había costado muchísimo llegar al 36% de la opción B. Tengo que actuar.

Veo por la cámara 1 que entras en casa hecha una furia y llena de dudas. Por la cámara 2 veo que te cambias de ropa y te pones cómoda. Tratas de relajarte. La cámara de calor me dice que bajan un poco tus pulsaciones.

Una luz a mi derecha muestra que llega una llamada a tu teléfono. Es tu madre. Ayer discutisteis y probablemente hoy volveríais a hacerlo. No es el momento apropiado, bloqueo la llamada. Tu teléfono no llega a sonar.

Antes de que empieces a pensar en el día de hoy y empieces a formar en tu cabeza el deseo de renunciar, necesito rápidamente algo que te anime.

Mientras estás en tu cuarto, pulso un botón para accionar la palanca que hay bajo el sofá del salón. La palanca empuja el pendiente que perdiste bajo el sofá hace dos meses, ése que tanto te gustaba.

Tres minutos más tarde entras en el salón y ves el pendiente en el suelo. Tus constantes vitales y tu rostro me dicen que te alegras mucho. Ahora ves las cosas un poco mejor. Los cálculos muestran que hemos subido un punto: ahora la probabilidad de la opción B ha subido hasta el 28%. Vamos bien.

Pero necesito algo más. Pulso otro botón para que la flor que oculté bajo la tierra de la maceta de la cocina emerja.

Diez minutos más tarde entras en la cocina para hacerte la cena. Entonces te percatas de que la flor que plantaste por fin ha germinado. No es verdad, esa murió y la sustituí por esta otra flor que estás viendo ahora. Pero no importa.

Sonríes exultante. No necesito consultar tus constantes vitales, sé que ha funcionado. Nuevo recálculo. Ahora la probabilidad de la opción B llega al 30%. ¡Bien!

Un último empujón y habremos recuperado la probabilidad de ayer. Llamo con tu número a Claudia, tu compañera de estudios en la universidad a distancia, y cuelgo.

Aunque apenas habéis hablado unas seis veces hasta ahora, sé que te cae bien y la estás empezando a tomar cariño. Llevaba meses intentando que formases un vínculo emocional en el ámbito de tus estudios, y Claudia es mi gran oportunidad para lograrlo.

A los cuatro minutos, Claudia te llama. Respondes.

-¡Hola, Claudia! No, no te he llamado antes… de verdad que no… bueno, da igual, ya que estás, quería preguntarte una cosa sobre los autovalores, tengo algunas dudas sobre el último tema de cálculo…

¡Los autovalores! El otro día vi cómo fruncías el ceño sobre esa página de tus apuntes, así que sabía que tenías una duda. Y esta es tu oportunidad para comentarla con tu compañera y, de paso, establecer una conversación. ¡Bingo!

Hablas un rato con Claudia sobre cálculo. Tienes ganas de hablar con alguien, así que minutos después le comentas tu duro día de trabajo. Tu relación con Claudia se vuelve un poco más íntima y te desahogas.

Y así tenemos una nueva asociación positiva con alguien de tus estudios. ¡Espléndido!

Nuevo recálculo de la opción B: 38%. ¡Guau! ¡Nuevo record!

Me relajo sobre mi asiento y saco un cigarrillo. Ha sido duro pero, después de todo, hoy ha sido un gran día.

Podría decirse que soy tu ángel de la guarda. Tú no me conoces, pero yo te conozco a ti como jamás nadie ha conocido a nadie. Me sé de memoria todos tus gustos y todos tus traumas. Sé lo que te hace feliz y lo que te da miedo. Te observo, te analizo y te escruto en todo momento, a todas horas, e influyo imperceptiblemente en tu vida día tras día para que tomes las decisiones correctas, y así la opción B se haga cada vez más probable.

No nos queda otra. O acontece la opción B, o la Humanidad perecerá.

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Hace veinte años, mi organización descubrió la posibilidad teórica de lo que llamamos la implosión de Brum. Sobre el papel, una reacción así liberaría mucha más energía que la producida en la reacción de fusión de una estrella. De hecho, según las ecuaciones, sería tan potente que también liberaría cierta partícula desconocida hasta entonces, a la que decidimos llamar partícula de Brum en un arranque de originalidad. Dicha partícula se expandiría desde el lugar de la implosión en todas las dimensiones, hacia delante pero también hacia atrás. Y una de esas dimensiones era el tiempo: si en determinado tiempo se producía una implosión de Brum, algunas partículas de Brum se liberarían hacia delante en el tiempo, pero también algunas lo harían hacia atrás. Literalmente, ¡algunas de dichas partículas viajarían hacia el pasado!

Fuimos capaces de predecir teóricamente incluso la carga de esa supuesta partícula, pero ahí quedó todo. Al fin y al cabo, sólo era una posibilidad teórica. Quizás la implosión de Brum era simplemente imposible.

Pero, cierto día, a los experimentales se les ocurrió rastrear la existencia de una partícula con exactamente dicha carga en nuestro ambiente. Y la encontraron.

Por todas partes. En el mar, en los bosques y en las ciudades. Incluso en los satélites en órbita, y también en la Luna, y en Marte, y en los demás planetas del Sistema Solar. Pero, cuanto más nos alejábamos de la Tierra, menos presente estaba la partícula. ¿Había habido una implosión de Brum en la Tierra o en sus cercanos alrededores en el pasado cercano?

Tras dos años de mediciones, descubrimos que la presencia de dicha partícula en el ambiente no iba en ligero retroceso, sino que iba en ligero aumento. Eso sólo podía significar que la implosión de Brum que las había liberado no había pasado, sino que iba a pasar en el futuro. Aquellas partículas serían liberadas en el futuro por una implosión de Brum. Algunas viajarían hacia el futuro, más allá del momento futuro en que se produzca la implosión, pero otras lo harían hacia atrás en el tiempo, impregnándose en la materia que nos rodea ahora mismo. A pesar de encontrarnos antes de que suceda la implosión que dará lugar a ellas, ya podemos observarlas a nuestro alrededor.

Así que en el futuro va a suceder una implosión de Brum en la Tierra o en sus cercanías. Observando el nivel de presencia de la partícula a lo largo del tiempo, estimamos que dicha implosión sucedería tras tan sólo unos diez años.

Han pasado tres años desde que hicimos ese cálculo, así que ahora sólo faltan siete años para la implosión. Efectivamente, la presencia de las partículas de Brum en nuestro entorno no ha hecho más que aumentar desde entonces.

Que vaya a suceder una implosión de Brum en nuestro entorno es una mala, muy mala noticia. Si se desencadena una implosión de Brum, de intensidad simplemente mediana, en la Tierra, entonces la Tierra tardará unos 17 milisegundos en ser sustituida por un bonito agujero negro.

Apenas un mes después de hacer nuestro terrible descubrimiento, algo nos dio una nueva esperanza: conforme a los datos, no podíamos saber si dicha implosión sucedería en la Tierra o en su espacio cercano. Y si sucedía en el espacio, entonces la onda expansiva no se trasmitiría hasta la Tierra, pues simplemente no se expande a través del vacío. El único testimonio de la implosión sobre la superficie de la Tierra sería la presencia de las partículas de Brum expelidas hacia el futuro y hacia el pasado desde el punto de la implosión, que sí se trasmiten en el vacío. Pero la Tierra quedaría intacta.

Necesitábamos mediciones más exhaustivas en los cuerpos del Sistema Solar. Entonces observamos que existe una alta concentración de partículas de Brum en la Luna y en los satélites artificiales que rodean la Tierra. A partir de dichos datos, creamos un modelo de la futura implosión conforme a la densidad de partículas de Brum en cada cuerpo celeste analizado. Dicha recreación nos mostró que, durante unos segundos dentro de siete años, existirá una especie de rayo de implosión de Brum entre la Tierra y algún punto cercano a ella en el espacio. Es como si alguien fuera a lanzar un rayo entre ambos puntos para desencadenar una implosión de Brum al otro lado. Pero, ¿en qué dirección? ¿Desde el espacio a la Tierra? ¿O desde la Tierra al espacio?

Analizando las muestras de partículas en otros objetos celestes del Sistema Solar, sobre todo en Marte y en varios satélites de Júpiter, descubrimos que había partículas de Brum de futuriedad diversa en todas partes (digo “futuriedad”, en lugar de “antigüedad”, porque proceden del futuro, no del pasado). Es como si fueran a ser expelidas en pequeñas implosiones futuras producidas en diversos puntos del sistema solar. Conforme a nuestro modelo de reconstrucción, descubrimos que los lugares de dichas mini-implosiones se irán acercando hacia la Tierra de manera continua, a partir de dentro de unos seis años, hasta alcanzar cierto punto en el espacio muy cercano a la Tierra. Es como si un objeto que desencadenará esas implosiones fuera a viajar hacia la Tierra. Entonces, conforme al modelo, esa fuente de mini-implosiones quedará parada en dicha posición durante seis meses.

Ningún objeto natural se queda parado sin más en el espacio sobre un planeta. Así que alguien va a visitarnos dentro de siete años.

Y entonces, transcurridos esos seis meses, se producirá algún tipo de rayo que desencadenará una gigantesca implosión de Brum, bien desde la Tierra hacia ese objeto, o bien en el sentido opuesto.

Ningún terráqueo sabe cómo provocar una implosión de Brum. Pero el objeto visitante producirá leves implosiones de Brum durante su acercamiento hacia la Tierra desde las estrellas (¿quizás como método de obtener energía para moverse?). Por tanto, la opción más plausible es que dicho objeto visitante destruirá la Tierra.

Esa es la opción A. Con los datos de los que disponíamos, le asignamos una probabilidad del 100%.

Pero entonces empezamos a analizar con cuidado las mediciones de la partícula dentro de la Tierra. Observamos que la concentración de la partícula en cierta área de la Tierra es muy superior. Es lógico, pues en algún lugar concreto tendrá que caer ese rayo. La mayor concentración de la partícula se encuentra en esta ciudad en la que estamos ahora.

Pero su presencia en la ciudad no es del todo uniforme. Descubrimos que existía una zona en la que se detectaban unas pequeñas oleadas de partícula algo más recientes. Eran muy, muy leves. Quizás fueran el resultado de un disparo de prueba de los invasores.

O quizás fueran el resultado de los primeros experimentos humanos para crear, por sí mismos, dicha implosión y destruir con ella al objeto invasor. En tal caso, el rayo de implosión podría producirse desde la Tierra hacia el objeto invasor para destruirlo.

Esa es la opción B.

Para que la opción B fuera plausible, lo más normal hubiera sido que dichas oleadas de baja intensidad se detectasen con mayor fuerza alrededor de algún centro de investigación, alguna universidad o alguna instalación militar.

Pero resultó que la máxima concentración de dichas pequeñas oleadas de partículas se encontraba en un simple bloque de pisos.

No sabemos quién vivirá en dicho bloque dentro de siete años, pero nos llamó la atención que una persona de dicho bloque destacaba enormemente sobre las demás en la presencia de partículas de Brum sobre su cuerpo.

Tú.

Cabe la posibilidad de que los invasores lancen pequeños rayos de prueba no letales sobre, precisamente, tu propio piso (¡a algún sitio tendrían que apuntar!) antes de lanzar el rayo destructor definitivo. Opción A.

O cabe la posibilidad de que la primera implosión de Brum realizada por humanos sea llevada a cabo por ti con algún tipo de material sencillo o fácil de transportar, lo que permitiría que la realizases en tu propio piso. Y que dichos experimentos de baja intensidad sean el paso previo para lanzar un rayo que destruya al objeto invasor ubicado sobre la Tierra. Opción B.

Estudiamos tu vida y tu entorno con cuidado, y entonces llegamos a la conclusión de que no cumplías en absoluto el perfil para llevar a cabo dicha tarea en el futuro: no imaginábamos a una joven camarera inventando un artilugio que desencadenase una reacción física jamás creada antes en la Tierra. Probabilidad de la opción B: 0,0000001%

Entonces, un análisis más minucioso de ti nos mostró que tenías ciertas capacidades especiales: gran capacidad de abstracción y rápido cálculo mental; excelente visión espacial; gran interés por sacar reglas de manera científica a partir de los casos observados; leías con frecuencia noticias sobre descubrimientos científicos que no entendías, acto seguido consultabas la wikipedia, y después sacabas libros de la biblioteca hasta que te hacías una idea sencilla pero efectiva en la cabeza; y, sobre todo, por encima de todas las cosas, tenías una asombrosa curiosidad por entender el mundo que te rodeaba.

Entonces, la opción B pasó a tener un 0,001% de probabilidad.

Lo suficiente como para que decidiéramos que merecía la pena intentarlo.

Nuestra primera idea fue contártelo todo y ofrecerte todas las facilidades que hicieran falta para que estudiases. Haríamos de ti la investigadora e inventora que salvaría al mundo.

Empezamos a planificar cómo contártelo todo. Decidimos analizar tu pasado. Teníamos que conocerte bien antes de presentarnos.

Entonces descubrimos dos hechos que dificultarían enormemente nuestra misión.

El primero de ellos es que decidiste hacerte camarera como una rebelión contra tu padre, que quería que estudiases ciencias. De hecho, te pasaste la adolescencia rechazando cualquier intento de los demás de controlar tu futuro: cambiaste de religión varias veces hasta quedarte en un punto indefinido entre agnóstica y atea (para disgusto de tu madre) y escapaste de todas las clases particulares a las que te apuntaban tus padres para que “te centrases”.

Indudablemente, te costaría mucho aceptar que unos desconocidos se presentasen ahora para empujarte hacia un cambio radical en tu vida.

El segundo hecho que dificultaría nuestra misión es que tu hermano se había unido hacía años a una secta que prometía salvar a todos sus miembros cuando llegase el día del juicio, durante el cual ciertos alienígenas aterrizarían en la Tierra para matar a todos los impíos y para llevarse a su planeta de armonía infinita a todos los virtuosos. De hecho, trataste de rescatar a tu hermano dos veces, pero ambas veces él regresó voluntariamente con su amado líder planetario y celestial.

Así dedujimos que, si te contábamos todo lo que habíamos descubierto, nos mandarías a freír espárragos inmediatamente, y rechazarías de manera mucho más consciente cualquier opción que te condujera a estudiar y a tratar de salvarnos de una invasión alienígena.

Decidimos que necesitaríamos otra forma de convertirte en la salvadora de la Humanidad.

Nos metimos en tu vida sin que lo supieras. Llenamos tu casa de cámaras y micrófonos, y también el bar donde trabajas, y también otros lugares que frecuentas. Te seguimos a todas partes. Y tratamos de influirte sin que te des cuenta.

Nos las arreglamos para que otro camarero de tu bar fuera, en realidad, uno de nosotros. Se presentó como un tipo que estudiaba por las noches, y todos los días afirmaba lo “realizado” que se sentía a pesar del esfuerzo que le suponía. Hicimos que algo después dejase el bar pues “había conseguido una beca que le permitiría realizar su sueño”. A su vez, hicimos que el bar te pareciera cada vez un lugar menos apetecible para trabajar. Con frecuencia, uno de nosotros aparentaba ser un cliente insatisfecho con tus servicios, lo que a veces provocaba la bronca de tu jefe.

Llenábamos tu buzón con ofertas de becas de estudios para gente que trabajaba. Manipulamos algunas palabras en los e-mails de tu padre para hacerte creer sutilmente que él estaba contento con tu decisión de ser camarera y que te alentaba para que siguieras siéndolo.

Decenas de trucos más tarde, logramos que te matriculases de Física en una universidad a distancia. Aquel día, la probabilidad de la opción B por primera vez alcanzó un cinco por ciento. Fue un día glorioso para todo el equipo.

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Día tras día, durante todo el tiempo que estoy despierto, mi misión consiste en observarte desde mi oscura sala de control llena de monitores y botones, que está mucho más cerca de ti de lo que podrías creer. Soy ese vecino de la puerta de enfrente con el que apenas intercambias un tímido “hola” cuando nos cruzamos en el portal o cuando coincidimos en el ascensor, ambos mirando para abajo hasta que el ascensor se para.

Conozco todos tus gustos. Te gustan las películas de los años cincuenta. Te encanta quitarte los zapatos nada más entras en casa. Lees de manera compulsiva hasta tarde, y siempre lo lamentas al día siguiente, cuando madrugas. Aunque nunca lo confiesas, te chifla la mortadela, cuanto más barata mejor. Sin embargo, cuando estás premenstrual, prefieres el chocolate. Y hablar por teléfono. Y que te abracen. Te pones triste cuando una planta se te muere. Crees que tu color favorito es el verde, pero no haces más que comprarte ropa azul. Cambias de corte de pelo cuando estás muy depre. En los tres años que llevo observándote, ya van tres veces. Siempre cruzas los dedos justo antes de subirte a la báscula, pero opino que no tienes por qué, estás fantástica. Podría seguir horas.

De tarde en tarde, cuando se presenta una oportunidad clara, trato de influirte. Estudio las posibles alternativas y calculo las probabilidades de las opciones A y B en cada caso conforme a los datos disponibles. Entonces escojo la que más aumente la probabilidad de B. Siempre de manera sutil. Siempre de forma que no sepas que existimos. Debes seguir pensando que soy sólo ese vecino con el que nunca intercambias más de dos palabras.

No obstante, en estos tres años, el mayor aumento de probabilidad de la opción B no se debió a mí, sino que procedió de ti. Es lógico: si algún día sucede realmente B, será gracias a ti. Yo solo puedo guiarte desde la oscuridad.

Ese evento que tanto mejoró la probabilidad de B fue muy, muy sutil. Enfoqué la cámara sobre la hoja de papel en la que estabas resolviendo un ejercicio de una asignatura de tus estudios, “Gravitación”. Entonces anotaste al margen una ecuación que no aparecía en ningún sitio, y la pusiste entre interrogaciones. Te encogiste de hombros y volviste a concentrarte en tu ejercicio.

Por simple curiosidad, envié la ecuación a los del departamento de Física. A las cuatro horas me respondieron que esa ecuación era, efectivamente, invención tuya. No quisieron decirme qué expresaba exactamente. Simplemente me dijeron que quizás no fuera nada… pero que en adelante sumase un 10% a la probabilidad de B.

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Llega la primavera y, por algunos indicios sutiles y otros no tanto, veo que la sangre se te altera.

La posibilidad de que quieras tener pareja ha aumentado en los últimos meses. La frecuencia con la que ves películas románticas ha aumentado un 400%.

Y eso es un peligro. Según todas nuestras estimaciones, provocar una implosión de Brum está a una distancia descomunal de cualquier tecnología de la que dispongamos. Pensamos que haría falta una cadena de asombrosos descubrimientos para que tal cosa fuera posible. Pero lo necesitaremos dentro de sólo siete años. Así que no podemos permitirte que te distraigas. Te necesitamos al 100% para salvar el mundo.

No hace falta leer tu completísimo perfil psicológico de mi base de datos para saber que lo que buscas no es sólo sexo. Si fuera eso, no sería un problema, no supondría una verdadera distracción del objetivo. Pero el hecho de que quieras iniciar una relación, con todo el gasto de tiempo y concentración que ello conlleva, sí lo es.

Pasan las semanas. Tus tiempos de ensoñación mirando por la ventana van en aumento. Me doy cuenta de que no se te va a quitar de la cabeza. Has decidido que no quieres estar sola. Esto es, sin duda, un gran contratiempo.

Estudiamos a todos los candidatos de tu entorno con los que se te acelera imperceptiblemente el pulso cuando los ves. Y entonces encontramos al candidato perfecto.

Tienes un compañero de facultad del que te has creado una imagen distorsionada debido a tres encuentros en los que, casualmente, te ha hecho reír. Tras analizar concienzudamente al chico, descubro que no es tan divertido, aquello fue suerte. De hecho, es un tipo bastante amuermado y casero que da poca importancia a las cosas cuando las tiene y ya se ha acostumbrado a ellas. No obstante, es lo suficientemente parado como para no querer alejarse de sus cosas una vez que las tiene.

¡Es el tipo ideal! Si empiezas una relación con él, satisfarás tu deseo de tener pareja. Con el paso de los meses, él se convertirá en el tipo aburrido que en verdad es, y tu aburrimiento te permitirá volcarte mejor en tus estudios. Él no te dejará, es demasiado inmovilista para ello. Y cada vez que tú quieras dejarle a él, le daremos un empujón para que vuelva a reconquistarte temporalmente. Con lo bien que te conozco, sé todos los trucos necesarios para conquistarte, será pan comido.

¿Dónde está el número de teléfono del chico…? Para empezar, hagamos que os encontréis más veces. También manipularemos la alimentación de ambos antes de cada vez que os vayáis a encontrar, siempre con dosis muy bajas… Y, claro, habrá que planificar apropiadamente el lugar de cada uno de vuestros próximos cinco o seis encuentros. Sé los sitios adecuados para ella, necesito estudiar los apropiados para él para buscar coincidencias. El tipo no es muy ingenioso, así que me las arreglaré para que lea cosas divertidas antes de cada encuentro, frases que sean apropiadas y que pueda recordar fácilmente para repetirlas. Vale, puede hacerse, puede hacerse.

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Algunas manipulaciones más tarde, conseguimos que empecéis a salir juntos.

Él no es precisamente muy listo, así que soy yo quien toma todas las decisiones importantes por él. Manipulo su ordenador para que vea trailers de las películas a las que sé que debe llevarte a ver, sutilmente manipulados infográficamente por nosotros para que aparezcan secuencias de mamporros y así la película le parezca más atractiva. Cuando tiene que hacerte un regalo, me ocupo de que durante los días anteriores oiga en su entorno el nombre de lo que debe comprarte, para que así la idea surja en su mente espontáneamente cuando entra en la tienda. Por si acaso, también modifico los focos de las tiendas para que iluminen algo más el objeto que debe comprarte. Todo debe ser perfecto.

Las cosas suceden según el curso previsto, hasta que pocas citas más tarde hacéis el amor por primera vez.

¡Perfecto! ¡Mi plan ha funcionado!

No obstante…

¿Por qué odio a ese troglodita subnormal?

¿Por qué me siento furioso?

En la soledad de mi sala llena de monitores, decido que necesito un trago.

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Cuando tu relación se vuelve algo más rutinaria, vuelves a concentrarte en los estudios, tal y como había planeado. Hacer que tu pareja haya sido un compañero de estudios aumenta tu refuerzo positivo hacia estudiar, lo que es muy apropiado. Es más, dado que compartís apuntes, os organizáis para que cada uno asista a clases diferentes, lo que os libera más tiempo para el estudio.

Todo muy bien.

Bla, bla, bla.

¡Y una mierda! ¿A quién pretendo engañar? ¡Maldita sea! El que está desconcentrado soy yo. Y furioso. No soy capaz de miraros cuando estáis en la cama, paso esos ratos mirando tus fotos. Y sin embargo, te miro fascinado cuando estás sola en tu casa, arreglándote para salir con él. Me encanta esa falda. Se te ve ilusionada, feliz. Entonces recuerdo para quién te estás arreglando y doy un puñetazo en la mesa.

Me enerva ser tan poco profesional. Me enerva ese tío inútil. Pero lo que más me enerva es que haya sido yo el que le haya emparejado contigo. No sabe una mierda de lo que vales. No ha pasado las horas muertas viendo fascinado cómo dormías. No cuida de ti las veinticuatro horas del día. No conoce tus deseos, ni tus temores, ni tus virtudes y defectos. ¡Maldita sea, no te admira como yo te admiro! ¡No te merece una mierda!

Entonces recuerdo que debo concentrarme en la misión. Debes salvar el mundo. Eso es lo único que importa.

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¡Alerta! ¡Todo se está yendo al carajo!

Contra todo pronóstico, él te ha dicho que se ha liado con otra y que te deja. ¿Cómo es posible?

¿Cuándo ha ocurrido tal cosa? ¿Por qué no se me ha informado?

Genial, ahora resulta que tu compañero de estudios, el que reforzaba tu estímulo positivo hacia tu carrera, te ha sido infiel y te abandona. El tipo con el que compartías apuntes te abandona. El mismo tipo con el que tendrás que encontrarte cada vez que vayas a la facultad. ¿En qué posición deja ahora tu deseo de volver a pisar la facultad y continuar tus estudios?

Recalculo. La probabilidad de la opción B ha bajado veinte puntos. ¡Veinte puntos!

Todo se está yendo a la mierda.

Te diriges andando hacia casa, estás llorando. Tengo que pensar algo. ¡Necesitamos un refuerzo positivo ya! ¡Inmediatamente! ¡O puedes hacer una tontería!

No tengo a nadie del equipo en la zona. Maldita sea, parecía un día tranquilo, todo parecía bajo control.

No tengo alternativa, tendré que actuar yo mismo. Salgo del piso y bajo a un supermercado cercano a comprar algunas cosas. Entonces regreso al portal y espero para hacerme el encontradizo contigo cuando llegues.

Te veo llegar llorando, y entonces abro el portal para que entremos a la vez.

-Perdona, ¿te pasa algo? –digo.

-No, nada –me dices mirando para abajo.

-Bueno, sea lo que sea, no hay nada que no se arregle con chocolate –digo sonriendo mientras saco una tableta de chocolate de la bolsa del súper y la desenvuelvo.

Dudas durante unos instantes.

-Bueno, no me vendría mal –dices finalmente.

Corto dos onzas, te doy una y me como la otra. Lentamente comes tu porción.

Vuelvo a meter el chocolate en la bolsa.

-Iba a comprar alguna marca mejor, pero vi que entonces no me llegaría para comprar el manjar supremo y, claro, uno debe escoger.

-¿Manjar supremo? –preguntas tímidamente.

Entonces saco un paquete de mortadela de marca blanca de mi bolsa, la más barata que existe. Mientras vuelvo a meterla en la bolsa, no logras evitar reírte. Yo también sonrío.

-Te parecerá una locura, vecina, pero tienes pinta de necesitar un abrazo –digo entonces.

-Pues sí que es una locura, vecino… pero, mira por donde, creo que te lo voy a aceptar.

Entonces me abrazas. Durante unos segundos apoyas tu cabeza contra mi pecho. Luego te separas súbitamente, imagino que recordando que al fin y al cabo sólo soy un desconocido con el que coincides a veces en la escalera de tu bloque.

Sin mediar palabra, los dos entramos en el portal, y después en el ascensor.

Saco un pañuelo.

-Se te ha corrido el rímel, pareces una gótica. ¿Puedo…?

Sin esperar a tu respuesta, te paso el pañuelo por un ojo, y luego por el otro.

-Debo estar horrorosa –dices entonces.

-No estoy de acuerdo. Por cierto, te queda muy bien el pelo así. Hace tiempo te cambiabas el pelo cada dos por tres, ¿no? Hazme caso, no te lo vuelvas a cambiar.

Sonríes tímidamente mientras te tocas el pelo.

Mientras el ascensor se acerca a nuestra planta, saco un DVD de mi bolsa. Es una película, “El crepúsculo de los dioses”.

-Sea lo que sea que te pase, espero que pase pronto. Yo tengo día de peli pero, si necesitas cualquier cosa, estaré en la puerta de enfrente  –digo señalando la película.

No te atreves a decir nada, pero sé que es una de tus preferidas.

Obviamente, hubiera sido demasiado que ahora dijeras que te apetece verla conmigo. Ya es un milagro lo que ha pasado en los últimos cinco minutos.

-¡Hasta luego! –digo cuando meto la llave en la cerradura en mi puerta.

-¡Hasta luego! –dices finalmente tú.

Entro en casa. Estoy sonriendo.

Llamo al compañero que tenemos observando la casa de Claudia, y le pido que trate de influenciarla para que te llame por teléfono. “Inventa lo que sea para que se acuerde repentinamente de ella” le digo. Claudia finalmente te llama al cabo de veinte minutos.

Recalculo. La subida puntual de moral ha permitido recuperar cinco puntos, no está mal.

Sonrío.

No tengo claro que sea debido a los puntos ganados.

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No dejo de pensar.

Sé que jamás me lo permitirían, pero al menos debo hacer los cálculos. Necesito hacerlos.

Imaginemos que te invito a salir. ¿Cuál sería la probabilidad de B? Recalculo.

Prácticamente cae a 0. ¿Por qué?

Necesito calcular eventos más sencillos y cercanos para averiguarlo.

¿Cuál sería la probabilidad de que quisieras salir conmigo si te lo pidiera dentro de unos días?

99%

¿Cuál es la probabilidad de que siguiéramos juntos al cabo de un mes?

98%

¿Y tras cinco años?

97%

¿Y de que fueras feliz conmigo tras ese tiempo?

Me lleva tiempo formular esta pregunta. Es difícil definir “felicidad” como una simple búsqueda de un cálculo. Finalmente me quedo con una mezcla del tiempo que pasarías conmigo, una estimación de tu cantidad de endorfinas emitidas, y una medida de tu chocolate consumido. Y de tu número de cortes de pelo diferentes.

Finalmente, la máquina da la respuesta: 95%.

He aquí el problema: conmigo serías feliz. ¡Serías feliz!

No te enfrascarías con total concentración en tus estudios. No dedicarías el tiempo necesario para inventar una forma de crear una implosión de Brum. La Humanidad perecería arrasada por un rayo de implosión alienígena.

Estoy empezando a preguntarme si realmente me importa un bledo el destino de la Humanidad. Quizás me importe más cómo viviré mis próximos siete años, sin importar lo que venga después. Puede que desaparecer tras siete años de felicidad merezca realmente la pena.

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Llaman a la puerta de mi piso. No esperaba la llegada de ningún compañero.

¡Eres tú! Tiemblo de emoción.

Abro la puerta.

-Oye… Me preguntaba si te gustaría tomar un café o algo…

Esta situación ha llegado a un punto de descontrol insostenible. Los eventos se precipitan.

He pasado de ser espectador a ser protagonista. Tengo en mi mano una decisión que puede salvar la Humanidad o mi felicidad.

Opto por una huída hacia delante.

-Sí, claro –respondo sonriente.

Sé que he tomado la decisión acertada.

Bajamos a la cafetería de la esquina. Charlamos. Te digo que hay un ciclo de cine noir en una filmoteca cercana y, sin pensarlo dos veces, nos vamos a ver una película.

Acierto en cada cosa que digo o hago durante toda la tarde. Podría decirse que no tiene mérito: nadie te conoce como yo, ni siquiera tú misma. Pero tras esos aciertos hay miles de horas observándote con admiración y devoción. ¿No tiene eso mérito? ¡Claro que me lo merezco!

Ya de noche, me invitas a tu casa. Tomamos una copa. Después nos besamos y hacemos el amor en el suelo. La euforia me invade.

Me resulta extraño saber que, desde el piso de al lado, se está grabando todo. Es extraño estar, por una vez, al otro lado de la pantalla. Pero es maravilloso. Todo es fantástico.

Un par de horas después regreso a mi casa.

La situación es complicada, necesito ayuda.

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Al día siguiente llamas a mi puerta. Yo salgo medio desnudo a recibirte. Una voz femenina me llama desde el interior de mi piso.

Palideces.

Una chica, también a medio vestir, emerge por la puerta y me pide que vuelva a la cama.

Me miras con cara de odio y, sin mediar palabra, vuelves a tu casa.

Siento cómo se te parte el corazón.

Siento cómo se me parte el corazón.

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Un mes después de aquello, tu ex regresa para decirte que ha abandonado a la otra. Te pide que le perdones y que vuelvas con él.

Finalmente lo haces. Volvéis a estar juntos.

Por supuesto, me evitas cada vez que nos encontramos fortuitamente en la escalera o en el portal.

Jamás lo sabrás, pero tenía que hacerse así. Desde el momento en que llamaste a mi puerta aquel día, ya no había marcha atrás. Tenía que hacerse así. Tenías que estar contigo, y después tendría que fingir estar con otra.

Para que volvieses rápidamente con él, tenías que dejar de verme como una alternativa. Y para eso tenía que traicionarte. Si simplemente te rechazaba sin que ocurriera nada entre nosotros, seguiría sin derrumbarse mi imagen ante ti, y entonces desencadenaría en tu mente el pensamiento de que hay opciones mejores que él, incluido quizás yo mismo en el futuro. Entonces no le hubieras dado a él una oportunidad para volver. La única forma de que me eliminases como opción, de que pensases que no hay nada mejor que él y de que le dieras una oportunidad a él era que yo te traicionase. Y para que mi traición fuera tal, teníamos que estar al menos una vez juntos. Si no, no sería una traición sino un simple rechazo, pero eso no bastaba. Según mis cálculos, no sería suficiente. Necesitaba tu odio. Así llegarías a la conclusión de que él no era tan malo. Así te conformarías con él.

Tuvimos que mover unos cuantos hilos para que él quisiera volver a estar contigo. Y, tras mover más hilos aún, con perseverancia, logramos que tú quisieras volver con él.

Tenía que hacerse así. Tienes que salvar a la Humanidad.

Te quiero demasiado como para decidir por ti que vivas feliz conmigo durante los próximos siete años y luego perezcas. No sería justo que yo decidiera eso por ti. Eres joven, no mereces morir dentro de siete años. Yo no tenía ningún derecho a tomar esa decisión por ti.

Para mí, querer de verdad implica desear lo mejor para el otro. Y lo mejor para ti es esto. Sólo así te salvarás. También nos salvaremos los demás, pero eso ahora no me importa mucho. Con el tiempo eso volverá a importarme, pero no ahora.

Hay quien opinará que el amor es egoísta, que significa desear tener a la otra persona a toda costa, incluso aunque sepas que a ella no le conviene en absoluto estar contigo. Hay quien opinará que querer es posesividad, es deseo primitivo, es egoísmo sin edulcorantes.

Pero yo te quiero demasiado como para no desearte lo que verdaderamente es mejor para ti, por mucho que algunos digan que entonces es que no te quiero. En cierto sentido eres mi creación, pero también eres esa persona superior a mí y destinada a salvarme a mí y a todos. Amo cada rincón de tu cuerpo y de tu mente. No puedo evitar idolatrarte y quererte con locura.

Soportaré verte llevar una vida sentimental insatisfactoria y triste. Soportaré verte junto a ese imbécil que no te merece. Y lo soportaré porque tiene que ser así.

Como siempre, seguiré observándote desde mi oscura sala, guiándote como tu ángel de la guarda.

Y queriéndote.

Probabilidad de la opción B a día de hoy: 53%.

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Mi mamá me mima

Es difícil saber cuál es mi recuerdo más antiguo. Quizás sea aquel en el que me encontraba sentado en el suelo y había un cochecito azul de madera a cierta distancia mía. No podía alcanzarlo. Lloré y mamá me lo dio. Un gran recuerdo.

Mi mamá siempre estaba ahí cuando necesitaba algo. Cuando sentía angustia, lloraba, y entonces mamá venía y me cogía en sus brazos. Mi mamá era la mejor.

Cuando lloraba y mamá no sabía lo que yo quería, ella trataba de averiguar frenéticamente lo que me pasaba: ¿hambre? ¿pañal mojado? ¿calor? ¿frío? ¿juguete? Cuando yo no alcanzaba un objeto, lloraba y ella me lo traía. Cuando no me gustaba la comida que mamá me daba, lloraba y ella inmediatamente me daba otra.

Mamá siempre estaba allí cuando lloraba. Absolutamente siempre. Era la mejor.

Al cumplir los cinco años, yo todavía no andaba, apenas hablaba y sólo comía comida líquida. ¿Para qué andar, si mamá podía acercarme todo lo que quería? ¿Para qué hablar, si mamá me conocía bien y sabía lo que quería, y si no lo sabía entonces buscaba sin descanso hasta que acertaba? ¿Para qué masticar, si yo prefería no hacerlo y mamá siempre me daba la comida líquida que quería?

Mamá era infeliz cuando yo era infeliz. Ella no quería que llorase. Mi mamá era la mejor.

Cuando salíamos a la calle, mamá cargaba conmigo con un brazo (no me gustaba el carro), y con el otro brazo cargaba con todos los juguetes de los que no quería desprenderme. Si faltaba uno, lloraba. Nunca faltaba ninguno. Me gustaban mucho los juguetes. En los centros comerciales, siempre le pedía que me comprase alguno de los juguetes que veía, a veces varios de ellos. Mamá no se atrevía a decirme que no, pues sabía que entonces lloraría mucho. No teníamos mucho dinero, pero ella siempre se las apañaba para que, al salir del centro comercial, los juguetes que le había dicho aparecieran dentro de su bolso o bajo su abrigo. Algunas veces, un señor nos acompañaba a un sótano del centro comercial, donde nos ponían una cinta de vídeo en la que salía mamá.

En el colegio, a veces algún niño me llamaba tonto o torpe, o se burlaba de mí por seguir usando chupete a mi edad. Entonces yo lloraba mucho, sin parar. La profesora no me soportaba, pero yo seguía llorando. Cuando llegaba mamá a recogerme, le contaba entre sollozos lo que había pasado. Mamá me dejaba en casa, y entonces ella se iba a la calle. Volvía una hora después. Al día siguiente, en el colegio veía que el niño que me había insultado tenía moratones en la cara. Me miraba con miedo y se mantenía en la otra punta del patio.

Una vez, uno de esos niños con moratones no me tuvo miedo al día siguiente, sino que se me acercó y me pegó. Mamá me encontró llorando desconsoladamente cuando vino a recogerme. Yo se lo conté. Entonces mamá me dejó en casa y se fue a la calle. Regresó cinco horas después. Llevaba una pala al hombro.

Al día siguiente, el niño que me pegó no estaba en el colegio. Vinieron unos policías y preguntaron cosas a la profesora.

Se lo merecía por hacerme llorar. Mi mamá era la mejor.

El día que la profesora me reprendió por no llevar los deberes, luego se lo conté a mamá entre llantos. Al día siguiente, la profesora entró en clase con unas gafas de sol puestas. Me dijo que, en adelante, me dejaría jugar con juguetes en un rincón de la clase mientras los demás hacían sumas aburridas. Desde entonces, me lo pasé muy bien en el colegio.

Un día unos señores que decían ser “asistentes sociales” entraron en casa y dijeron a mamá que tendría que irme con ellos. Yo lloré mucho. Mi mamá me llevó a mi cuarto y me dijo que no saliera de él bajo ningún concepto. Oí golpes. Media hora después salí de la habitación, pero ya no había nadie. Muchas horas después, mamá regresó a casa con su pala.

Unos señores policías vinieron a casa al día siguiente. Querían llevarse a mamá. Lloré mucho. Mamá me llevó con ellos.

Dijeron a mamá que tendría que estar en una cárcel. Pero yo estaba feliz, pues me dijeron que yo también podría estar en esa cárcel junto a mamá.

Cuando cumplimos un mes en esa cárcel fea, me harté de no poder ir al parque y dije a mamá que saliéramos. Ella me dijo entre llantos que no podía. Yo lloré.

Y lloré.

Y seguí llorando, hasta que un día mamá, desesperada por mi llanto, me cogió en brazos y empezó a correr por el patio de la cárcel. Al llegar a una alambrada, la escaló como pudo mientras seguía cargando conmigo con un brazo. Mi mamá se había hecho muy fuerte a base de cargar tanto conmigo en brazos. ¡Yo ya tenía doce años, y mamá seguía pudiendo cargar conmigo!

Así alcanzamos la cima de la alambrada. Mamá empezó a bajar por el otro lado de la alambrada mientras seguía cargando conmigo, y entonces se resbaló.

Mientras ambos caíamos al vacío, yo lloré mucho, muy asustado. Mamá se dio la vuelta durante la caída para que fuera ella la que golpeara contra el suelo, en lugar de golpearme yo. Caí sobre ella.

Mi mamá murió por la caída, salvándome la vida. Mi mamá era la mejor.

Lloré mucho, muchísimo.

Tras mucho llorar, pensé que en realidad no debía temer nada, pues mamá había hecho de mí alguien de provecho. Mi mamá siempre me decía que yo era el mejor.

Pero pronto descubrí que nadie me ayudaba en el orfanato al que me mandaron. ¿Es que eran tontos? ¿No me oían cuando lloraba? ¿No se daban cuenta de que debían atenderme diligentemente, como siempre hacía mamá?

Me di cuenta de que, para sobrevivir, debía convertir a esas cuidadoras desagradables y feas en mi mamá.

Antes de entrar en ese sitio sucio, me había pasado muchos años llorando, así que sabía llorar muy bien. Durante mis primeros seis meses en el orfanato, perfeccioné el tono, timbre y la cadencia de mi llanto para que me permitiera comunicarme mejor con mis cuidadoras. Ellas estaban acostumbradas a niños que lloraban y me ignoraban. Pero eso tenía que cambiar.

Me fijaba en los gestos de sus caras cuando lloraba. Cuando veía que reaccionaban a mi llanto con un gesto de desagrado que me recordaba un poco al de mamá, repetía esa forma de llorar. Así, poco a poco, llorando y observando la reacción de los demás, mi llanto se hizo mejor y mejor.

Finalmente, logré tener un llanto tan bueno que las cuidadoras ya no lo soportaban. Logré que ellas me dieran todos los días un menú especial, todo líquido, para que no llorase. Logré que me dieran una cama más grande que las de mis compañeros. Logré que me dieran una habitación individual. Finalmente, logré que una de las cuidadoras me llevase todas las noches a su casa para dormir allí.

Años después, al dejar el orfanato, me enfrenté por primera vez al mundo laboral. En una entrevista de trabajo, un tipo me dijo que era un inútil. Entonces lloré. Lo hacía muy bien. El tipo me echó de la sala, pero yo le seguía a todas partes, llorando. Después de que me echaran del edificio, seguí llorando sin parar junto a la puerta, hasta que el tipo apareció.

Al volver a oírme llorar, el tipo se irritó mucho, muchísimo. Se notaba que no estaba preparado para aguantar un llanto tan perfecto como el mío. Yo le seguí hasta su plaza de parking, llorando sin parar. El tipo estaba tan nervioso que era incapaz de meter la llave en la cerradura de su coche. Finalmente, en un acto de desesperación, aceptó contratarme. Y dejé de llorar. El gesto de alivio del tipo fue maravilloso. Me recordó al de mamá.

Mi llanto se clavaba en lo más profundo del cerebro del que me oía. No es raro que el llanto de los niños en general nos irrite. Por eso atendemos a los bebés, como hacía mi mamá conmigo. Pero, tras tantos años de entrenamiento y mejora constante (la mayoría de ellos junto a mamá, pero también en el orfanato), mi llanto se volvió perfecto, literalmente insoportable.

Un par de días después de contratarme, aquel tipo se presentó ante mí. Me dijo que era un inútil y que tenía que despedirme. Pero le bastó verme hacer pucheros para que entrara en pánico al recordar mi llanto de dos días atrás. Simplemente no pudo echarme. En silencio, volvió por donde había venido.

Yo me pasaba cada jornada laboral en un rincón de un despacho, jugando con juguetes. Nunca llegué a saber en qué consistía mi trabajo.

Un día llegué a la conclusión de que quería practicar el sexo por primera vez. Mi primera vez con una mujer provino, en realidad, de un rechazo. Un día levanté la vista de mis juguetes y le dije a la secretaria del jefe que quería tener sexo con ella. Ella me dijo que era un retrasado mental, un infantil imbécil, y que preferiría hacérselo con una bolsa llena de basura y excrementos antes que hacérselo conmigo. Yo lloré muchísimo ante un comentario tan ofensivo. Muchísimo.

Tres horas después, practicábamos el sexo en su despacho mientras ella no hacía más que llorar y repetía “¡no vuelvas a llorar! ¡por favor! ¡no vuelvas a llorar nunca más!”. Su llanto no llegaba ni a la suela de los zapatos del mío. Es lo que pasa cuando no entrenas como yo.

Esa chica era una protestona. No era como mamá, que siempre estaba allí para atenderme inmediatamente cuando lloraba, y eso a pesar de que, cuando mamá vivía, yo todavía no lloraba tan bien como ahora. Así que dije a esa chica que no quería hacerlo más con ella. En adelante me busqué a otras. Todas empezaban rechazándome, pero daba igual. Siempre me salía con la mía.

Un día pedí un ascenso a mi jefe. Se rió. Yo lloré mucho. Finalmente ascendí. Me asignó un despacho más grande y bonito. Tampoco sabía qué tenía que hacer en él, pero cabían más juguetes, y eso estaba bien.

Al cabo del tiempo, me fijé en una chica que era especialmente sensible a mis llantos. Eso me gustó mucho, me recordó a mamá. Un día le propuse casarse conmigo. Me dijo que no y entonces lloré. Se llevó las manos a la cabeza. Me pidió que parara de llorar, que era insoportable. Un rato después, mientras ella también lloraba desesperada, me dijo que sí se casaría conmigo. Después de casarnos, muchas veces la veía llorando sola en algún rincón de nuestra casa. ¡Pero no podía ser porque ella no fuera feliz! Ella siempre hacía todo lo que le pedía cuando lloraba, siempre me hacía feliz. ¡Así que ella también tenía que ser feliz, como lo era mamá!

Ascenso tras ascenso, llegué a ser el presidente de la empresa. Nunca llegué a saber qué vendíamos o hacíamos exactamente en esa empresa. Mi despacho era una inmensa sala llena de juguetes, donde me lo pasaba muy bien todo el día. Al mediodía me traían mis batidos de comida.

Dos años después de aquello, me aburrí y me dio por formar un partido político. En mis mítines, simplemente lloraba, y decía que me desilusionaría mucho si la gente no me votaba. Luego la gente me votaba. Así llegué a concejal, luego a alcalde, y luego a presidente autonómico.

En un debate televisado para todo el país, dije que lloraría sin parar si no me votaban. Recorrería las calles llorando sin parar. Y entonces lloré un rato, para que vieran lo bien que lo hacía. Mi contrincante para la presidencia del país replicó que habría que ser imbécil para votarme. Pero luego añadió que le daría mucha pena que perdiera.

Mi despacho presidencial es mucho más grande que todos los anteriores, y tiene muchos más juguetes. Nadie se atreve a decirme que soy un inútil, pues entonces lloro.

Mi mamá se hubiera sentido muy orgullosa viéndome como presidente del país. Decididamente, me crió muy bien, como una persona útil, preparada y equilibrada.

Mi mamá era la mejor.

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